

No cabe duda de que «los pensamientos son cosas», y que son verdaderamente potentes cuando se combinan con un propósito definido, perseverancia y un deseo ardiente de convertirlos en riquezas.
Hace poco más de treinta años, Edwin C. Barnes descubrió que es verdad que las personas piensan y se hacen ricas. No fue un descubrimiento repentino, sino algo que fue asimilando poco a poco y que empezó con el deseo ardiente de convertirse en el socio empresarial del gran Edison.
Una de las características principales del deseo de Barnes es que era definido. Quería trabajar con Edison, no para él. Si observamos detenidamente cómo logró convertir su deseo en realidad, comprenderemos mejor los trece principios que nos llevarán a hacernos ricos.
Cuando este deseo, o impulso del pensamiento, apareció por primera vez en su mente, su situación le impedía cumplirlo. Había dos obstáculos: no conocía al señor Edison y no tenía suficiente dinero para pagarse un billete de tren a Orange, Nueva Jersey.
Estas dificultades habrían bastado para desanimar a muchas personas y hacerlas desistir de cumplir su deseo. Pero ¡el suyo no era un deseo corriente! Estaba tan decidido a llevarlo a cabo que prefirió viajar en un «vagón sin ventanas» a dejarse derrotar. (Esto significa que fue a East Orange en un tren de mercancías).
Barnes se presentó en el laboratorio del señor Edison y anunció que había venido a hacer negocios con el inventor. Años después, Edison describió así este primer encuentro con Barnes: «Lo vi ahí de pie, como si fuera un vulgar vagabundo, pero había algo en su rostro que transmitía la impresión de que iba a conseguir lo que había venido a buscar. He aprendido, después de años de experiencia entre la gente, que cuando alguien desea algo tan profundamente que está dispuesto a arriesgar todo su futuro en una sola jugada para lograrlo, lo obtendrá con seguridad. Le di la oportunidad que me pidió porque vi que tenía la determinación de mantenerse firme hasta triunfar. Los acontecimientos posteriores han demostrado que no cometí un error».
Cuando alguien desea algo tan profundamente que está dispuesto a arriesgar todo su futuro en una sola jugada para lograrlo, lo obtendrá con seguridad.
En aquel encuentro, lo que le dijo el joven Barnes a Edison fue mucho menos importante que lo que pensó. ¡Incluso el mismo Edison lo expresó así! Lo que lo llevó a trabajar en la empresa de Edison no fue su aspecto (algo que sin duda lo perjudicaba): lo importante fue lo que pensó.
Si el significado de esta frase se pudiera transmitir a todas las personas que la leen, no habría necesidad de que este libro tuviera que recordarla.
Barnes no llegó a ser socio de Edison tras esta primera entrevista. Lo que consiguió fue trabajar en sus oficinas cobrando poco más que el salario mínimo, haciendo tareas insignificantes para Edison, pero de gran importancia para Barnes porque le permitieron exponer sus «productos» donde su «socio» pudiera verlos.
Pasaron unos meses. Aparentemente, el objetivo que Barnes se había fijado como principal propósito definido seguía igual de lejos. Pero algo curioso estaba ocurriendo en su mente: el deseo de convertirse en socio empresarial de Edison se intensificaba sin parar.
Los psicólogos defienden con razón que «cuando alguien está realmente preparado para algo, se nota en su aspecto». Barnes estaba listo para asociarse con Edison; es más, estaba decidido a seguir preparado hasta obtener lo que quería.
No se dijo a sí mismo: «Ah, en fin… ¿Para qué seguir intentándolo? Mejor cambio de idea y pruebo con el puesto de vendedor». En lugar de ello, se dijo: «He venido aquí para hacer negocios con Edison y lo voy a lograr, aunque sea lo último que haga en la vida». ¡Lo decía en serio! ¡Qué historias tan diferentes contarían las personas si se fijaran un propósito definido y lucharan por él el tiempo suficiente como para convertirlo en una obsesión total!
Tal vez el joven Barnes no lo sabía en aquel momento, pero su determinación británica y su perseverancia para dedicar sus esfuerzos a un solo deseo estaban destinadas a superar cada obstáculo y a darle la oportunidad que estaba buscando.
Cuando llegó la oportunidad, tenía una forma diferente e iba en dirección distinta a la que esperaba Barnes. Este es uno de los trucos de la oportunidad. Tiene la costumbre juguetona de colarse por la puerta de atrás y, con frecuencia, viene disfrazada de mala suerte o derrota provisional. Quizá por esta razón a tantas personas les cuesta reconocerla.
Las oportunidades suelen venir disfrazadas de problemas.
Edison acababa de perfeccionar un nuevo aparato de oficina, conocido en aquella época como el dictáfono de Edison [ahora Ediphone]. A sus vendedores no les entusiasmaba la máquina. Decían que costaba mucho venderla. Barnes detectó su oportunidad: se había presentado sin llamar la atención, oculta en una máquina de apariencia extraña que no le interesaba a nadie excepto a Barnes y a su inventor.
Barnes sabía que podía vender el dictáfono de Edison. Se lo propuso a Edison y este enseguida le dio una oportunidad. Y vendió la máquina. De hecho, lo hizo con tanto éxito que llegó a un acuerdo con Edison para distribuirla y venderla por todo el país. De esta asociación empresarial nació el eslogan: «Fabricado por Edison e instalado por Barnes». Esta alianza ha funcionado durante más de treinta años. Gracias a ella, Barnes ha ganado un montón de dinero, pero ha logrado algo infinitamente más importante: ha demostrado que de verdad podemos «pensar y hacernos ricos».
No tengo forma de saber exactamente cuánto dinero ha ganado Barnes con aquel deseo original. Quizá han sido dos o tres millones de dólares [entre 38 y 56 millones de dólares en la actualidad], pero la cantidad, sea cual sea, es insignificante comparada con el activo mucho más importante que representa este conocimiento definido: el impulso intangible de un pensamiento se puede convertir en su equivalente físico si se aplican una serie de principios.
El pensamiento puede convertirse en una realidad física y en dinero, aplicando una serie de principios.
Barnes, literalmente, consiguió asociarse al gran Edison gracias al pensamiento. Con el pensamiento, consiguió una fortuna. Al empezar no tenía más que la capacidad de saber lo que quería y la determinación de luchar por este deseo hasta materializarlo.
No tenía dinero. Había estudiado poco. No tenía contactos. Pero sí que tenía iniciativa, fe y la voluntad de ganar. Con estas fuerzas intangibles él mismo se convirtió en el número uno junto con el mayor inventor que haya existido nunca.
Ahora, fijémonos en una situación diferente, en un hombre que tenía cantidad de riquezas tangibles, pero que las perdió porque se detuvo a un paso del objetivo que perseguía.
Una de las causas más comunes del fracaso es la costumbre de tirar la toalla cuando nos supera una derrota temporal. Todos caemos en esta trampa en un momento u otro.
En la época de la fiebre del oro, un tío de R. U. Darby se entusiasmó y se fue al oeste a excavar y hacerse rico. Nunca había oído la frase de que «se ha extraído más oro del cerebro de la gente que de todas las minas de la tierra». Se decidió por un lugar y empezó a cavar con el pico y la pala. Era un trabajo duro, pero su sed de oro era implacable.
Se ha extraído más oro del cerebro de la gente que de todas las minas de la tierra.
Después de semanas de esfuerzo, obtuvo la recompensa de descubrir el preciado metal, pero necesitaba maquinaria para extraerlo a la superficie. Discretamente, cubrió la mina, volvió sobre sus pasos hasta su hogar en Williamsburg, Maryland, y contó a sus familiares y algunos de sus vecinos que había hecho un «descubrimiento». Consiguieron el dinero que necesitaban para la maquinaria y la mandaron a la mina, junto con Darby y su tío, que se pusieron manos a la obra.
Extrajeron la primera vagoneta del metal y la enviaron a una fundición. ¡Lo que les dieron por ella los convenció de que tenían una de las minas más ricas de Colorado! Unas pocas vagonetas más pagarían todas las deudas. Y luego llegarían los beneficios astronómicos.
¡Las perforadoras se adentraron en la tierra! ¡Las esperanzas de Darby y su tío subieron por las nubes! Pero luego ocurrió algo: el filón de oro desapareció. Habían llegado a las puertas del cielo, pero no había más oro. Siguieron excavando, tratando de encontrar desesperadamente la veta… pero fue inútil.
Al final, decidieron tirar la toalla.
Vendieron la maquinaria a un chatarrero por unos pocos cientos de dólares y volvieron en tren a casa. Algunos chatarreros no tienen muchas luces, pero no era el caso de este en particular. Llamó a un ingeniero de minas para que le echara un vistazo a la excavación y la investigara un poco. El ingeniero se dio cuenta de que el proyecto había fracasado porque los propietarios no estaban familiarizados con las fallas geológicas. Según sus cálculos, la veta continuaba… ¡a solo un metro de donde los Darby habían dejado de excavar! Y fue exactamente allí donde la encontraron.
El chatarrero ganó millones con el oro que extrajo de la mina porque fue lo bastante listo para escuchar el consejo de un experto antes de tirar la toalla.
Gran parte del dinero que sirvió para comprar la maquinaria se consiguió gracias a los esfuerzos de R. U. Darby, que por entonces era muy joven. El dinero provenía de sus familiares y vecinos, que habían tenido fe en él. Devolvió hasta el último centavo, aunque le llevó años.
Mucho después, Darby recuperó el dinero con creces cuando descubrió que el deseo se puede transformar en oro. Se dio cuenta cuando entró en el negocio de los seguros de vida.
Recordando que había perdido una fortuna inmensa porque había tirado la toalla a solo un metro del oro, Darby aprendió de la experiencia y la aplicó a su nueva profesión repitiéndose la frase: «Tiré la toalla a un metro del oro, pero nunca más tiraré la toalla cuando alguien me diga que no quiere hacerse un seguro de vida».
Darby forma parte del pequeño grupo de menos de cincuenta personas que vende seguros de vida por un valor de más de un millón de dólares [más de diecinueve millones de dólares en la actualidad] cada año. Debe su tenacidad a la lección que aprendió en las minas.
Antes de que el éxito llegue a nuestra vida, sin duda habrá momentos de derrotas temporales y, quizá, también momentos de fracaso. Cuando la derrota nos supera, lo más fácil y lógico es tirar la toalla. Es precisamente lo que hace la mayoría de la gente.
Quinientas de las personas más exitosas que ha conocido este país me han contado que obtuvieron sus mayores triunfos solo un paso más allá de la derrota. El fracaso es un bromista con un profundo sentido de la ironía y el ingenio. Le encanta hacernos tropezar cuando el éxito está al alcance de la mano.
Poco después de graduarse en la Universidad de los Fracasos y de decidir aprovechar su experiencia en el negocio de las minas de oro, Darby tuvo la suerte de presenciar una situación que le demostró que «no» no significa necesariamente no.
«No» no significa necesariamente no.
Una tarde, estaba ayudando a su tío a triturar trigo en un viejo molino. Su tío era propietario de un rancho extenso, en el que vivían varias familias de labradores afroamericanos. Silenciosamente, se abrió la puerta y una niñita, la hija de alguno de los campesinos, entró y se detuvo justo en la puerta.
El tío de Darby alzó la mirada, vio a la niña y le espetó sin miramientos:
—¿Qué quieres?
—Mi mamá me ha dicho que le mande usted cincuenta centavos (unos diez dólares en la actualidad) —respondió la niña sumisamente.
—No pienso hacerlo —dijo el tío—. Ahora lárgate a casa.
—Sí, señor —replicó la niña. Pero no se movió.
El tío de Darby siguió con lo que estaba haciendo, tan absorto en su trabajo que ni siquiera se fijó en que la niña no se había marchado. Cuando alzó de nuevo la vista y vio que no se había movido, le gritó:
—¡Te he dicho que te vayas! Lárgate o te doy una paliza.
—Sí, señor —dijo la niña, pero no se movió ni un centímetro.
El tío soltó un saco de grano que estaba a punto de verter en la tolva, cogió una duela de barril y se acercó a la niña con cara de pocos amigos.
Darby contuvo la respiración. No le cabía duda de que iba a presenciar un asesinato. Sabía que su tío tenía un carácter violento. Sabía que, en aquella zona del país (y en aquella época), una niña afroamericana no debía desafiar a un blanco.
Cuando su tío se plantó delante de ella, la niña dio un paso al frente de inmediato, lo miró a los ojos y le chilló al límite de su voz estridente: «¡MI MADRE NECESITA CINCUENTA CENTAVOS!».
El tío de Darby se contuvo, la miró un momento, y poco a poco dejó la duela en el suelo, se metió la mano en el bolsillo, sacó medio dólar y se lo dio.
La niña cogió el dinero y se fue lentamente hacia la puerta sin dejar de mirar fijamente al hombre que acababa de conquistar. Después de que se fuera, el tío de Darby se sentó en una caja y se quedó mirando por la ventana durante más de diez minutos. Reflexionaba, asombrado, sobre la derrota que había sufrido.
A Darby también se le pasaron cosas por la cabeza. Era la primera vez en su vida que veía cómo una niña afroamericana dominaba deliberadamente a una persona blanca adulta. ¿Cómo lo había hecho? ¿Qué le había pasado a su tío para perder la agresividad y volverse tan dócil como un cordero? ¿Qué enigmático poder había utilizado la niña para dominar a su superior? Estas y otras preguntas le cruzaron la mente, pero no pudo responderlas hasta mucho después, cuando me contó esta historia.
Es curioso que me la explicara en el viejo molino, en el mismo lugar donde su tío recibió la derrota. También es curioso que yo hubiera dedicado un cuarto de siglo a estudiar ese poder que había permitido a una niña afroamericana, ignorante y analfabeta, conquistar a un hombre inteligente.
Mientras estábamos en el polvoriento molino, Darby repitió la historia de esta conquista inusual y acabó preguntándome:
—¿Qué opinas de ello? ¿Qué extraño poder utilizó la niña para darle tal paliza a mi tío?
Encontrarás la respuesta a esta pregunta en los principios que describo en este libro. Es una respuesta completa, sin lagunas. Expone detalles e instrucciones suficientes para que cualquiera pueda comprender y aplicar la misma fuerza que, de forma accidental, encontró la niña.
Presta atención y podrás observar con toda exactitud la extraña fuerza que vino a rescatar a la niña. Empezarás a conocerla con más detalle en el próximo capítulo. En este libro hallarás una idea que mejorará tu capacidad receptiva y pondrá a tu disposición, para tu propio beneficio, esta misma fuerza irresistible. La consciencia de este poder quizá brote en tu mente en el primer capítulo, o quizá lo haga en los siguientes. Puede que se materialice en una sola idea. O puede que adopte la forma de un plan o de un propósito. Es posible que te retrotraiga a una experiencia pasada de fracaso o derrota y que ponga sobre la mesa algunas lecciones que te harán recuperar todo lo que has perdido por culpa de las derrotas.
Después de describirle el poder que, sin ser consciente, utilizó la niña afroamericana, Darby repasó rápidamente sus treinta años de experiencia como vendedor de seguros y reconoció con sinceridad que su éxito en aquel sector se había debido, en gran medida, a la lección que aprendió de la niña.
—Cada vez que un cliente quería deshacerse de mí sin comprar nada, veía a la niña impasible en el viejo molino, con la mirada desafiante de sus grandes ojos, y me decía: «Tengo que cerrar esta venta». La gran mayoría de las ventas importantes las he hecho después de que me dijeran «no», me contó Darby.
También recordó el error de haberse quedado a un metro del oro, «pero aquella experiencia —dijo— fue una bendición disfrazada. Me enseñó a seguir insistiendo, por muy difícil que fuera. Una lección que debí aprender antes de poder triunfar en nada».
Esta historia de Darby y su tío, de la niña afroamericana y la mina de oro, sin duda la leerán cientos de personas que se ganan la vida vendiendo seguros de vida, y a todas ellas quiero aclararles que Darby debe a estas dos experiencias su habilidad para vender seguros de vida por valor de más de un millón de dólares cada año [más de diecinueve millones de dólares en la actualidad].
¡La vida es extraña y, a menudo, impredecible! Tanto los éxitos como los fracasos nacen de experiencias simples. Las de Darby fueron comunes y sencillas, pero contenían la respuesta sobre el destino de su vida, por lo que eran tan importantes (para él) como la vida misma. Darby aprovechó estas dos experiencias porque las analizó y encontró las lecciones que podía aprender. Pero ¿qué ocurre con quien no tiene ni el tiempo ni la predisposición para estudiar el fracaso y obtener el conocimiento que lo lleve al éxito? ¿Dónde y cómo va a aprender el arte de convertir el fracaso en el trampolín para las oportunidades?
He escrito este libro para responder a estas preguntas.
Para contestarlas ha sido necesario describir trece principios, pero a medida que vayas leyendo recuerda que las respuestas que estás buscando para las preguntas que te inquietan sobre la extrañeza de la vida las encontrarás en tu propia mente, gracias a una idea, un plan o un propósito que se te ocurrirá durante la lectura de este libro.
Encontrarás las respuestas que estás buscando en tu propia mente, gracias a una idea, plan o propósito.
Para lograr el éxito, todo lo que necesitas es una buena idea. Los principios de este libro revelan los mejores caminos y medios —y los más prácticos— para generar ideas útiles.
Antes de continuar con la descripción de estos principios, creo que es importante que consideres este aspecto relevante: cuando la riqueza llega, lo hace con tanta rapidez, con tanta abundancia, que uno se pregunta dónde se ha ocultado durante todos esos años de escasez. Es una perspectiva asombrosa, y todavía más si tenemos en cuenta la creencia popular de que la riqueza solo le llega a quien trabaja con mucho esfuerzo y durante mucho tiempo.
Cuando empieces a pensar y hacerte rico, verás que todo comienza con un estado mental, con un propósito definido, con poco o nada de trabajo duro. Tú, y cualquier otra persona, deberías estar interesado en alcanzar ese estado mental que atrae riquezas. He dedicado veinticinco años a investigar y analizar a más de veinticinco mil personas porque yo también quería saber «lo rico que se puede llegar a ser de esta forma».
Sin esta investigación habría sido imposible escribir este libro.
Fíjate en esta verdad tan reveladora: la depresión económica comenzó en 1929 y continuó con una destrucción nunca vista, hasta que poco después eligieron presidente a Roosevelt. Entonces, la depresión empezó a esfumarse, desapareció. De la misma forma que el encargado de la iluminación del teatro enciende las luces tan gradualmente que la oscuridad se transforma en luz sin que nos demos cuenta, así se esfumó el hechizo terrorífico que ocupaba la mente de las personas y se convirtió en fe.
Verás con toda claridad que, cuando domines los principios de esta filosofía y empieces a aplicarlos, comenzará a mejorar tu posición económica y todo lo que toques se convertirá en un activo para tu beneficio. ¿Imposible? ¡Ya lo verás!
Una de las principales debilidades de la humanidad es lo familiarizadas que están las personas corrientes con la palabra «imposible». Están convencidas de conocer todas las reglas que no funcionan. Saben todas las cosas que no se pueden hacer. Este libro está destinado a aquellos que buscan las reglas que han hecho triunfar a otros y que están dispuestos a arriesgarlo todo por estas reglas.
Hace muchos años me compré un buen diccionario. Lo primero que hice fue buscar la palabra «imposible», la recorté y la tiré a la basura. Me parece que es una acción de lo más recomendable.
El éxito le llega a quien logra ser consciente del éxito.
El fracaso le llega a quien se limita a ser consciente del fracaso.
El objetivo de este libro es ayudar a quien desea aprender el arte de modificar la mente de la consciencia del fracaso a la consciencia del éxito.
Otra de las debilidades más habituales es la costumbre de medir todas las cosas y personas a partir de impresiones y creencias propias. Quizá alguien que lea estas líneas crea que nadie puede pensar y hacerse rico. Esa persona es incapaz de pensar en términos de abundancia porque sus hábitos mentales se han estancado en la pobreza, la necesidad, la miseria, el fracaso y la derrota.
Estas personas desgraciadas me recuerdan a un importante ciudadano de origen chino que vino a Estados Unidos para que lo educaran según nuestras costumbres. Se matriculó en la Universidad de Chicago. Un día el presidente Harper se encontró con este joven paseando por el campus, se detuvo a charlar con él unos minutos y le preguntó qué le había impresionado más de los estadounidenses.
—Es evidente —contestó el chino—, ¡la forma de los ojos! ¡No los tenéis rasgados!
Y ¿qué es lo que nosotros decimos sobre los chinos?
Rechazamos creer aquello que no comprendemos. Creemos estúpidamente que nuestras propias limitaciones son la medida correcta de las limitaciones. Claro, los ojos de los otros son «rasgados» porque no son como los nuestros.
Millones de personas admiran los éxitos de Henry Ford porque lo ha conseguido todo, y lo envidian por su buena fortuna, o suerte, o genio, o lo que sea que crean que le ha hecho triunfar. Tal vez solo una de cada cien mil personas conoce el secreto del éxito de Ford, y quienes lo conocen prefieren no hablar de él porque es muy simple. Una breve historia ilustrará el «secreto» a la perfección.
Hace unos años, Ford decidió producir su ahora famoso motor V8. Decidió construir un motor con los ocho cilindros fundidos en un solo bloque y pidió a sus ingenieros que lo diseñaran. Una vez plasmado el diseño en papel, todos los ingenieros coincidieron en que era sencillamente imposible fabricar un motor de ocho cilindros de una sola pieza.
—Fabricadlo de todas maneras —dijo Ford.
—Pero ¡si es imposible! —contestaron los ingenieros.
—Hacedlo —ordenó Ford—, y no paréis hasta conseguirlo, no importa cuánto tiempo necesitéis.
Los ingenieros se pusieron manos a la obra. No podían hacer otra cosa si querían seguir trabajando para Ford. Pasaron seis meses y no ocurrió nada. Pasaron otros seis meses y todo seguía igual. Los ingenieros probaron con todas las ideas posibles para cumplir con las órdenes, pero no había manera: ¡imposible!
Al acabar el año, Ford se reunió con sus ingenieros y le volvieron a informar de que no había forma de cumplir con sus órdenes.
—Seguid trabajando —dijo Ford—. Lo quiero y lo tendré.
Siguieron trabajando y, poco después, como por arte de magia, descubrieron el secreto.
¡La determinación de Ford había vuelto a imponerse!
Quizá esta historia no sea totalmente precisa, pero esta es la idea básica y su sentido. Tú que quieres pensar y hacerte rico, puedes deducir el secreto de Ford para ganar millones, si quieres. No tendrás que esforzarte mucho.
Henry Ford tiene éxito porque comprende y aplica los principios del éxito. Uno de ellos es el deseo: saber lo que queremos. A medida que leas este libro, recuerda la historia de Ford y recuerda las frases que describen el secreto de este logro estupendo. Si puedes hacerlo, si puedes determinar el grupo particular de principios que hicieron rico a Ford, podrás igualar sus logros en casi cualquier ámbito que te propongas.
Cuando Henley escribió los proféticos versos «soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma», nos debería haber contado que somos los amos de nuestro destino y los capitanes de nuestra alma porque tenemos el poder de controlar nuestros pensamientos.
Nos debería haber explicado que el éter[4] en el que flota este pequeño planeta, en el que nos movemos y existimos, es una forma de energía que vibra continuamente, a una velocidad inconcebible, y que el éter está lleno de una especie de poder universal que se adapta a la naturaleza de los pensamientos que están en nuestra mente; y que nos influye, de forma natural, para transformar los pensamientos en su equivalente físico.
Si el poeta nos hubiera dicho esta gran verdad, sabríamos por qué somos los amos de nuestro destino, los capitanes de nuestra alma. Nos debería haber explicado, poniendo mucho énfasis, que este poder no distingue entre pensamientos destructivos y constructivos y que nos incitará a transformar en realidad física los pensamientos de pobreza, de la misma forma que nos influirá para convertir en realidad los pensamientos de riqueza.
También nos tendría que haber contado que el cerebro se magnetiza con los pensamientos dominantes de la mente y, por un proceso que no conoce nadie, estos «imanes» atraen hacia nosotros las fuerzas, las personas, las circunstancias de la vida que armonizan con la naturaleza de nuestros pensamientos dominantes.
Nos debería haber dicho que, antes de acumular muchas riquezas, debemos «magnetizar» la mente con un deseo intenso, debemos adquirir la «consciencia del dinero» hasta que el deseo por el dinero nos lleve a trazar planes definidos para obtenerlo.
Pero, al ser un poeta y no un filósofo, Henley se contentó con declarar esta gran verdad de forma poética, dejando a los demás la interpretación del significado de sus versos.
Poco a poco, se ha ido desvelando la verdad hasta que, ahora, parece indudable que los principios que describe este libro contienen el secreto para controlar nuestro destino económico.
Ahora ya estamos preparados para analizar el primero de estos principios. Te animo a abrir la mente y recuerda, a medida que leas, que no son obra de un solo individuo, sino que han surgido a partir de la experiencia de más de quinientas personas que se han hecho realmente ricas: personas que empezaron en la pobreza, con pocos estudios, sin influencias. A ellos estos principios les funcionaron. Y tú puedes aplicarlos para obtener beneficios duraderos.
Verás que no es difícil, sino muy fácil.
Antes de leer el próximo capítulo quiero que sepas que contiene información práctica que, sin esfuerzo, cambiará tu destino económico, igual que ha generado cambios impresionantes en las dos personas de las que hablo.
También quiero que sepas que la relación de estos dos hombres conmigo es de tal naturaleza que no habría podido tomarme libertad alguna con los hechos aunque hubiera querido. Uno de ellos ha sido mi amigo más íntimo durante casi veinticinco años, y el otro es mi propio hijo. El éxito inusual de estos hombres, que atribuyen generosamente al principio que describo en el próximo capítulo, es justificación más que suficiente para enfatizar el poder de este principio.
Hace casi quince años di el discurso de graduación en la Universidad de Salem, en Virginia Occidental. Insistí en el principio que explico en el próximo capítulo con tal énfasis que uno de los estudiantes lo hizo suyo de forma muy íntima y lo convirtió en parte de su vida. El joven es ahora miembro del Congreso y un peso pesado de la administración del presidente. Justo antes de mandar este libro a imprenta, me escribió una carta en la que exponía con tanta claridad este principio que he decidido transcribirla como introducción al próximo capítulo.
Te dará una idea de las recompensas que te esperan.
Querido Napoleon:
Mi posición como miembro del Congreso me ha dado una idea de los problemas de hombres y mujeres, y te escribo para sugerirte algo que podría ser útil para miles de personas competentes.
Me disculpo de antemano porque esta sugerencia, si se lleva a cabo, te supondrá varios años de trabajo y responsabilidad, pero tengo el valor de hacerla porque conozco tu profunda vocación de servicio a los demás.
En 1922 diste el discurso de graduación en la Universidad de Salem, cuando yo era uno de los estudiantes. En aquella presentación, plantaste en mi mente una idea que ha sido la responsable de que ahora pueda servir a los ciudadanos de mi estado, y será la responsable, en gran medida, de cualquier éxito que tenga en el futuro.
Mi sugerencia es que plasmes en un libro la idea básica y el sentido de aquel discurso, de manera que los estadounidenses tengan la oportunidad de aprovechar tus muchos años de experiencia y relación con unos hombres que, por su grandeza, han convertido a Estados Unidos en el país más rico del planeta.
Recuerdo como si fuera ayer tu maravillosa descripción del método con el que Henry Ford, con pocos estudios, sin un dólar y sin amigos influyentes, alcanzó la cima. En aquel momento decidí, incluso antes de que acabaras el discurso, que yo también alcanzaría el éxito sin importar las dificultades que debiera superar.
Miles de personas terminarán sus estudios durante este año y los siguientes. Todas ellas buscarán un mensaje de motivación práctica como el que recibí de ti. Querrán saber adónde dirigirse y qué hacer para empezar a vivir su vida. Y tú se lo podrás decir, porque has resuelto los problemas de tantas y tantas personas.
Si hay alguna forma de que prestes este gran servicio, propongo que incluyas en cada libro uno de tus Gráficos de Análisis Personal para que el lector se pueda beneficiar de un inventario completo que le indique, como me indicaste a mí años atrás, qué se interpone en el camino al éxito.
Un servicio de este tipo, que proporcionará a los lectores una imagen completa y objetiva de sus defectos y virtudes, significará para ellos la diferencia entre triunfar o fracasar. Sería un servicio impagable.
Ahora mismo, millones de personas están pensando en cómo resituarse debido a la depresión económica, y, desde mi experiencia personal, sé que bendecirán la oportunidad de contarte sus problemas y que les des una solución.
Conoces los obstáculos a los que se enfrentan aquellos que deben empezar de cero otra vez. Actualmente, hay miles de personas en Estados Unidos a las que les gustaría saber cómo convertir las ideas en dinero, personas que deben empezar desde abajo, sin financiación, y recuperar las pérdidas que han sufrido. Si hay alguien que puede echar una mano, ese eres tú.
Si publicas el libro, me gustaría tener el primer ejemplar que salga de la imprenta, con una firma de tu puño y letra.
Con los mejores deseos, créeme.
Atentamente,
JENNINGS RANDOLPH