Morir de esa manera bovina es una suposición que me subleva.
PERE VIVES I CLAVÉ
Cartes des dels camps de concentració[7] es un pequeño volumen que recoge las epístolas, escritas con ironía, ternura y un imperceptible aliento trágico, de Pere Vives desde los campos de concentración franceses y dirigidas a su amigo Agustí Bartra y a su madre y a sus hermanas. A partir de la carta 35 aparecen unas escuetas postales en francés en que Pere Vives se presenta como «prisonnier de guerre» en el Stalag VI. Luego pasaría al campo de exterminio nazi en Mauthausen. Es el año 1941; el 31 de octubre le fue inyectada una dosis de gasolina en el corazón. El War Crimes Branch no juzgaría nunca ese crimen por la simple razón de que los Estados Unidos no entraron en la guerra hasta el 8 de diciembre de 1941.
Pere Vives era un hombre joven de veintiséis años cuando empezó nuestra Guerra Civil. Entonces sus amigos le catalogaban como una promesa brillantísima de escritor. La historia de Pere Vives es la historia simbólica de una frustración generacional: la romántica de 1936, tal como la definía hace semanas Maria Aurèlia Capmany desde esta revista. Agustí Bartra, en el prólogo de estas cartas, dice que Pere Vives era un «hombre de disciplinas matemáticas y lógicas que la guerra convirtió en un teniente de artillería; le interesaban las matemáticas cuando no servían para nada, cuando eran una especulación con el infinito». Amat-Piniella, autor del impresionante libro K.L.Reich,[8] afirma que era «un hombre digno que no claudicó nunca», y Ferran Planes, en su novela El desgavell escribe que era «el hombre más sabio y más apasionado del grupo»;[9] se refiere al grupo de prisioneros catalanes en los campos franceses, entre los cuales se encontraban Josep Arnal, dibujante hoy en París y autor del conocido perro Pif. De ellos, sólo Pere Vives murió. Y él había dicho que la muerte siempre se justifica «porque es la cosa más seria de la vida».
Tengo ante mi magnetofón a Amat-Piniella y a Ferran Planes, que le conocieron como hombre y amigo, a sus dos hermanas, Conxita y Carme, a quienes agradezco el esfuerzo por reconstruir retazos de su propia historia dolorosa y, por último, a Joan Pagès, exdeportado de Mauthausen como Amat-Piniella, experto y generoso protagonista del «universo concentracionario nazi».
—¿Cuándo vieron por última vez a su hermano?
CONXITA VIVES. Yo le vi hacia el 23 o 24 de enero de 1939. Tenía veintinueve años. Durante la guerra tuvimos poco contacto con él.
CARME VIVES. Creo que nunca conocimos a nuestro hermano ya hombre. No obstante, le recordamos como amigo más que como hermano.
CONXITA. Antes de la guerra éramos muy felices y muy inmaduros. Ahora, un chico de veinticinco años es un viejo. Los amigos de Pere de antes de la guerra eran sus compañeros de trabajo, de la broma, y superficiales.
—¿Cambió con la guerra?
CARME. Se convirtió en otra persona. Fueron las circunstancias que le obligaron a no ser frívolo, a no ir al cine, a no comer, a mantenerse en un bando, etcétera. Recuerdo que en una carta que nos envió desde el frente nos escribía: «Enviadme esto, que es imprescindible, y también esto otro, que también lo es; aunque, si conviene, puedo prescindir de ello». Es decir, se limitó a unas pocas cosas de manera monstruosa.
CONXITA. Tengo la impresión de que antes de la guerra todos éramos más jóvenes. Me parece que cuando yo tenía veinticinco años era como una chica de hoy de quince. Ahora se sabe qué cosas pasan. A nosotros no nos había pasado nada. La guerra nos hizo madurar y significó una tremenda sacudida. Cuando leía los carteles que hablaban de bombardeos, no concebía por qué se bombardeaba una ciudad como Barcelona. Ahora es diferente: uno está comiendo y ve tranquilamente cómo se fusila a la gente en Vietnam. Entonces todos vivíamos en un agujero, muy felices. Mi hermano se fue difuminando con las cartas que nos enviaba desde los campos franceses. Las recibíamos con un retraso de dos o tres meses y con censura. Si nos las enviaba cuando estaba pesimista, a lo mejor en aquel momento él estaba optimista. O al revés.
CARME. Pere era antimilitarista, pero se fue voluntario al frente. Estudió en la Escuela de Guerra.
AMAT-PINIELLA. Allí fue donde le conocí.
PLANES. Yo le conocí después, en Francia. Aunque una vez vinisteis al bar Mery, de la plaza de Calvo Sotelo, a tomar el aperitivo. Recuerdo muy bien su imagen; ya noté allí que no era un hombre cualquiera.
CONXITA. Poseía el don de encontrar en todo el mundo algo que valía la pena. Pere tenía un amigo que era una persona obscena, imbécil, pero cuando estaba con mi hermano se convertía en un hombre correctísimo.
—¿Leía mucho?
CONXITA. Tenía una habitación llena de libros, colecciones enteras. Nos enseñaba un volumen que había comprado, y nos decía: «No me lo toquéis». A la mañana siguiente fregaba su cuarto y me lo encontraba debajo de la cama. Era un desastre, muy desordenado. La caricatura que le hizo Arnal en el campo francés es perfecta: sentía una pasión total por los libros, pero era capaz de ir sin zapatos o con agujeros en los calcetines.
CARME. Tenía un Don Quijote muy pequeño, con las hojas transparentes y los cantos dorados con oro de Toledo. Lo guardaba siempre debajo de la cama. La gran equivocación es que estudiara Comercio.
—¿Tuvo algún maestro, algún amigo de más edad que le orientase?
CARME. Tuvo a su padre, que ya de pequeño le enseñó a hablar y a escribir el francés correctamente. Y estudió el curso superior de catalán que daba Fabra. Íbamos también a conferencias de Foix, de Riba, Carner, etcétera, en el local de l’Associació Protectora de l’Ensenyança Catalana. Mi hermano nos orientaba a las dos: nos llevaba a conciertos. Recuerdo los que daba Pau Casals en el Palau de la Música, una vez al mes y completamente gratis.
PLANES. Frecuentó el Ateneu Enciclopèdic Popular. Creo que es por ahí donde encontraríamos la doble vertiente política y literaria que define a Pere Vives. Hay que tener en cuenta que la Escuela de Comercio era tétrica por el edificio, los profesores y las asignaturas.
AMAT-PINIELLA. El ambiente general era muy propicio para su formación.
—Esa doble vertiente que apuntaba Planes, ¿existía antes de la guerra?
CONXITA. No lo sé. Antes era más humanista que otra cosa. En plena guerra volvió una vez de Lérida horrorizado porque había visto cómo se trataba a los prisioneros de guerra.
PLANES. A mí me parece que Vives, ya antes de la guerra, llevaba una vida interior un poco al margen de las diversiones, conferencias, etcétera. Tengo la impresión de que aquí se ha dicho que Pere Vives antes de 1936 no se interesaba por los problemas sociales, políticos, humanos y catalanes. Yo creo que no. Visto desde hoy, el gran valor que tenía Pere Vives es que era un precursor de la juventud actual, más sensibilizada y humanizada.
Pere Vives pasó por los campos franceses de Agde, trabajó en la vendimia de Alignan-du-Vent, estuvo en Saint-Cyprien, en las líneas de fortificación de la Lorena, Delle, Belfort. Huyó mientras estaba en Delle y volvió a Belfort con «la cara ensangrentada», nos cuenta Planes en su novela. Bartra dice que desde entonces la vida de Pere Vives se vuelve «vaga, confusa y crispada». Pero por las cartas desde Francia sabemos que traduce el Faulkner de Soldier’s Pay, que habla de Rimbaud, Joyce, Malraux, que compara a Mann con Faulkner, que pregunta a Bartra por palabras catalanas que desconoce, que transcribe «Ciudad sin sueño», de García Lorca; que admira a Giono, que traduce del alto alemán un poema anónimo, que lee Si le grain ne meurt, de Gide; que cita a Rilke, Yeats, Baudelaire... Y que, después de exclamar: «No podré deixar mai de creure en la meva terra, ni aquesta ja no em deixará [sic], vagi on vagi»[10], escribe que «quan tingui quelcom a dir als altres, els ho diré, i et juro que aleshores la lluita per l’expressió, per difícil, per esgotadora que sigui, l’escometré amb les dents serrades i sense por».[11]
—Le estáis definiendo un poco como un intelectual escéptico. A pesar de ello, ¿se sentía solidario de todo lo que ocurría a su alrededor?
CARME. Sí. En realidad, era un acérrimo defensor de la justicia.
AMAT-PINIELLA. Yo creo que era un hombre de una gran formación intelectual y de una intensa vida interior. Como suele ocurrir en estos casos, de poca capacidad para la vida práctica, escasísima, nula.
CONXITA. Era un desastre. Sólo hay que pensar en cómo tenía su cuarto: en perpetuo desorden.
AMAT-PINIELLA. Debido a esa incapacidad por la vida práctica y a causa de su intensa vida interior, Pere Vives sentía una profunda admiración por los vitalistas, por los que acompañaban la acción a su ideología. En aquella época era un ferviente admirador de Malraux, de Lawrence, el de Arabia; de Giono, que era un hombre que plantó cara y dijo: «Yo rehúso obedecer», etcétera. Ahora bien, él era un insatisfecho y hubiera querido ser un hombre de acción. Para sentirse más seguro decidió ir a la guerra como voluntario. Era de una gran generosidad. Perseguía una luz constantemente: la justicia en abstracto. Pero era incapaz de coger el fusil, aunque no era un cobarde. Admiraba a sus compañeros más activos, capaces de liarse a tiros con quien fuese. Pero no necesitaba precisamente la compañía de un partido político, sino la de hombres concretos. Era antidogmático, su espíritu crítico le obligaba a serlo. Cuando se dio cuenta de que lo que ocurría no llevaba a ninguna parte, se produjo su «ruptura interior». Aunque lo realmente sorprendente en Pere Vives es que cuando se produjo esa ruptura entre su espíritu y su cuerpo, que flaqueaba y no podía controlar, continuó con el mismo humor y la misma agilidad de antes.
—¿Cómo se produjo esa ruptura?
AMAT-PINIELLA. En la desnutrición. No comía nada. También en el abandono externo. Se encerró en sí mismo y llegó un momento en que sólo vivía su espíritu, siempre ágil, agudo y brillante. Y en los campos de concentración era imprescindible pensar en la vida práctica. Se abandonó hasta el extremo de que nosotros le teníamos que lavar la ropa. En esas condiciones, llevarle a Mauthausen fue más que un crimen.
—Ese proceso de desmoralización, ¿se produjo a causa de su situación personal o por el drama colectivo que ocurría a su alrededor?
PLANES. Yo me fijé en que, en los campos, el grado de resistencia de los presos dependía de su punto de origen, de su ambiente, etcétera. Pere Vives pertenecía a una clase media urbana, y entre el burgués, el campesino o el obrero hay unas diferencias de aclimatación evidentes. En el campo la vida era muy dura, aunque la etapa de Mauthausen yo no la conocí. Partiendo de su origen urbano, añadiendo la falta de gafas —las perdió los primeros días, en Agde—, a su abulia, a su gran sensibilidad...
—Pero ¿una formación sólida, acompañada de una moral fuerte, no podía contrarrestar esa falta de sentido práctico?
PLANES. Ese no fue su caso. Era un gran conversador, hacía trabajar el cerebro a cien por hora. Estaba muy bien informado; gracias a él descubrí, en pleno campo de concentración francés, a Malraux, a Rilke, a Faulkner. Era un intelectual apasionado y yo le admiraba profundamente. Para mí fue una gran revelación.
—Por lo que se ha visto, la situación de los campos franceses era muy distinta a la de los nazis. ¿Cuánto tiempo estuvo en Mauthausen?
AMAT-PINIELLA. Unos cuatro o cinco meses. Hay que tener en cuenta que los campos franceses eran simplemente campos de prisioneros, con su correspondiente falta de comida y de higiene. Los campos nazis estaban construidos para exterminar al hombre.
PAGÈS. En Mauthausen todos estábamos condenados a morir. Lo que pasa es que se podía tardar más o menos. Unos morían de inanición; otros, por enfermedad; otros, fusilados; otros, por una paliza; otros, en la cámara de gas...
—Para una persona como Vives, de formación urbana, culto y sensible, ¿qué representó entrar en Mauthausen?
AMAT-PINIELLA. La muerte. Él ya llegó muy mal. Los nazis lo dejaron en otro stalag porque estaba enfermo. Un buen día compareció en Mauthausen tambaleándose, arrastrando la enfermedad nerviosa que se manifestó en Francia. Había subido la cuesta de Mauthausen a golpes de culata y bajo las patadas de los SS. Cayó más de una vez, llegó ensangrentado. Me sabe mal explicar estos detalles ante vosotras, sus hermanas, pero es de justicia que se sepa. Yo pensaba que se salvaría si no iba a Mauthausen. Cuando le vi me di cuenta de que estaba perdido. No comía nada, lo daba todo. Si hubiera tenido hambre, le habríamos dado un poco de nuestra sopa, algún trozo de pan; no gran cosa, porque nosotros teníamos un hambre que nos devoraba. Lo llevaron a la enfermería. Al no estar en condiciones físicas de trabajar en la cantera, le dieron un saco lleno de clavos usados y se entretenía enderezándolos. Con el martillo se golpeaba los dedos...
CONXITA. ¡Ni estando sano hubiera sabido clavar un clavo!
—¿Cuál era el papel de los médicos en la enfermería?
AMAT-PINIELLA. El de auténticos criminales. Todos eran nazis.
PAGÈS. Había algún médico deportado, casi siempre austriacos. Pero no podían hacer nada.
AMAT-PINIELLA. Además, en el campo no había ninguna condición sanitaria, sólo ungüentos para quemaduras, curas de caballo, etcétera. Cuando uno estaba enfermo, le daban una aspirina y basta. Nos sentíamos impotentes para ayudar a Vives. Lo único que conseguimos fue que estuviese solo en el camastro. Lo normal era cuatro deportados en cada cama. Nosotros le íbamos a ver cada día, desde fuera, claro. Él se comportaba como si no pasara nada. Ausente de la realidad, bromista como siempre, haciendo juerga...
—¿Se daba cuenta de lo que le rodeaba?
AMAT-PINIELLA. Sí, veía a la gente de su lado morir como moscas. Sabía perfectamente que él nunca saldría de allí. Pero sólo hacía bromas, muchas veces macabras. Pere Vives era un hombre que nunca pensaba en sí mismo, sólo en ese principio de justicia abstracto. Era un auténtico romántico. Fue a la guerra, como muchos de nosotros, sabiendo que no íbamos a ganar nada personalmente. Perteneció a esa generación romántica y creacional de 1936, como la definió Maria Aurèlia Capmany.
—Puesto que Vives era un romántico y un creador, ¿no se hubiera dedicado a escribir?
AMAT-PINIELLA. Estoy completamente convencido. Le habría costado porque era muy riguroso.
—En sus cartas se nota la vena de escritor, la preocupación por crearse un estilo propio.
PLANES. Era muy exigente consigo mismo. Tenía un estilo fabuloso para la literatura. Estoy seguro de que en los campos franceses se pasó muchas horas cavilando y buscando las palabras más acertadas. Pere Vives habría sido un ensayista-creador brillante e incisivo.
—Vives, como tantos otros, murió cuando hubiera empezado a crear, a dar al mundo todo aquello que una vida intensa le había enseñado; la frustración de Vives es total. ¡Quién pudiera saber los escritores, los poetas, los pintores, todos los artistas, pensadores y científicos que murieron antes de empezar a crear! Pero a veces me pregunto si Vives, o la gente como él, en caso de haber vivido, no serían personas a medio realizar, como lo son todos los de su generación...
PLANES. Quizá habría callado. Aunque la tónica general entre los de mi generación es la del hombre que siente nostalgia por el pasado, que vibró un poco durante el mayo francés y que disfruta cuando se encuentra en el ambiente apropiado, pero que en su vida normal se va hundiendo cada vez más en un profundo escepticismo. Porque relacionamos el problema general con nuestro problema personal, y ese es quizá el principal fallo de nuestra generación.
Himmler, en un discurso de enero de 1937, había dicho que los «detenidos son la hez de la mala vida, los fracasados... Se encuentran allí hidrocéfalos, bizcos, individuos deformes, medio judíos, hombres inferiores desde el punto de vista racial». Pere Vives murió en Mauthausen, campo de tercera categoría, lo cual significa que allí eran enviados para ser aniquilados los elementos irrecuperables. La «irrecuperabilidad» de Vives consistía en una depresión nerviosa producida, supongo, por la profunda impotencia que debía sentir ante el mundo desencajado, distorsionado y alucinante que le rodeaba. En marzo de 1941, Himmler decretó la eutanasia a los detenidos de los campos que hubieran estado enfermos durante más de tres meses y a los no aptos para el trabajo en general. El extraordinario libro de Vincenzo y Luigi Pappalettera, Los SS tienen la palabra,[12] cuenta que en Mauthausen murieron unos 127.767 hombres y que pasaron por allí unos quince mil SS, de los cuales sólo 61 fueron juzgados por el War Crimes Branch. Como he descrito más arriba, Pere Vives murió por una inyección intracardiaca de gasolina que le administró el doctor Eduard Krebsbach, conocido en Mauthausen con el sobrenombre de «inyectador» y cuyo cargo en el campo era el de médico-jefe. Krebsbach había sido en un tiempo reputado pediatra en Colonia. En Dachau pareció muy arrepentido y asistió piadosamente a misa.
PAGÈS. Hay que tener en cuenta que Vives estuvo en el campo durante la peor época para los españoles. Cuando llegamos, al principio de la guerra mundial, Mauthausen estaba dominado por los delincuentes comunes. Los presos políticos, alemanes y austriacos vivían encerrados en sí mismos. Era su sistema de defensa.
—¿Cuáles fueron las nacionalidades peor tratadas?
PAGÈS. Los judíos y los últimos en llegar. A medida que los presos se iban aclimatando, adquirían una cierta carta de veteranía. El campo se formó en 1938, la inmensa mayoría eran delincuentes comunes que sólo querían salvar la piel y buscaban, como única posibilidad de salvación, convertirse en auxiliares de los SS. Luego llegaron los polacos, que recibieron los golpes de los SS y de los presos. Después nos tocó el turno a nosotros, y recibimos de alemanes y polacos. Fue entonces cuando llegó Pere Vives. El año 1941 murieron el 40 por ciento de los deportados españoles. En total, no volvieron siete mil españoles de los diez mil que fuimos a parar a campos nazis. Después de los españoles vinieron los soviéticos. Recuerdo que en la primera expedición de soviéticos eran unos dos mil. Llegaron en noviembre de 1941, y en el mes de enero de 1942, sólo quedaban treinta hombres vivos.
—Si la degradación humana estaba tan bien organizada, como ya se ha dicho muchas veces, ¿cuáles eran los sistemas de defensa del deportado para sobrevivir, física y moralmente?
PAGÈS. El amigo Planes ha señalado antes que en los campos franceses se adaptaba más fácilmente el hombre del campo que el de la ciudad, el obrero que el pequeño burgués, por decirlo de alguna manera. Pero este factor no jugaba ningún papel en los campos nazis. Sólo era la moral lo que ayudaba a sobrevivir.
—¿En qué se fundamentaba esa moral?
PAGÈS. En la solidaridad, en la defensa colectiva.
—¿Cómo se organizaba la solidaridad?
PAGÈS. Al principio, muy mal. Recuerdo que la primera acción solidaria colectiva fue cuando tres españoles despeñaron unas vagonetas mientras construíamos una carretera vieja. Se consideró un acto de sabotaje y el comandante del campo hizo formar a todos los españoles, colocó a los tres compañeros en la silla de castigos y, luego de darles los veinticinco latigazos reglamentarios en el trasero, los envió a la disciplinaria por quince días. Allí un hombre sólo sobrevivía ocho días. El trabajo de los castigados en la disciplinaria consistía en bajar a la cantera, cargar con una piedra de sesenta o setenta kilos —ningún deportado pesaba más de cincuenta kilos— y subir los famosos 186 escalones varias veces al día. Nuestra primera acción de solidaridad fue la de sobrealimentar a nuestros compañeros. Así, mientras duró el castigo, cada uno de nosotros se desprendió de una cucharada de sopa y de un trozo de pan del tamaño de una uña. Aguantaron los quince días y los tres han sobrevivido. Con esta acción, los españoles ganamos la admiración de los demás presos. También nos encargamos de salvar a unos cuarenta niños españoles de doce a diecisiete años que trabajaban en la cantera y recibían idéntico trato que los mayores. Todos habían visto morir a sus padres en Mauthausen. En el campo había muchos casos de perversión. Lo que más sensibilizó a la totalidad de los españoles fue darse cuenta de que esos muchachos podían ser víctimas propiciatorias de los SS, de los «kapos», de los jefes de barracón. Así, se les protegió moralmente: cada noche, antes de tocar el silencio, íbamos a sus camas y les contábamos películas. Ahora ellos afirman que han «visto» más películas conmigo que en su vida entera. Estaban en la barraca dieciocho, y allí había uno de los «kapos» más degradados, Al Capone...
—¿Ponían sobrenombres a sus verdugos?
AMAT-PINIELLA. Allí todos tenían su mote: Popeye, Al Capone, King Kong, La Enriqueta...
PAGÈS. Al final conseguimos que esos chicos fueran a trabajar a la cantera del señor Poschacher, que necesitaba mano de obra y le resultaba muy barata. Eso garantizó su salvación, la prueba es que todos están vivos. Al final hicieron vida en el pueblo. Iban al cine y al baile, se relacionaron con sus habitantes, hasta el punto de que algunos de ellos se han casado con chicas de Mauthausen.
—¿Los habitantes del pueblo sabían lo que ocurría en el campo?
PAGÈS. Nadie, ni en Alemania ni en Austria, podía ignorar lo que pasaba en los campos de exterminio. Para ir al campo se tenía que atravesar todo el pueblo. La chimenea de Mauthausen, no el humo, sino la llama, se veía desde muy lejos.
AMAT-PINIELLA. El olor de la carne quemada de los crematorios se olía desde la ciudad de Linz, a veintisiete kilómetros de Mauthausen.
PAGÈS. La carretera que conduce a la cantera pasa al lado de un riachuelo donde los SS ahogaban a los presos. El campesino que iba a cultivar sus campos veía perfectamente cómo los SS sumergían ahí a un preso castigado y con la bota apretaban la cabeza hasta que moría ahogado.
—¿Nadie ayudó en Mauthausen?
PAGÈS. Hubo alguna acción individual, como la de Ana Polner, que fue quien guardó las fotografías que hiciera el catalán Francesc Boix y que sirvieron para sentenciar a Kaltenbrunner. También hubo un matrimonio que facilitó comida, medicamentos, información a uno de los comandos del campo. Pero son casos muy aislados y eran auténticos héroes. En cambio, hubo algunos campesinos que colaboraron en la captura de los que huyeron de la barraca veinte e incluso participaron en los asesinatos.[13]
—Ante tantos horrores, comprendo la depresión de Pere Vives. Me parece que la única forma de sobrevivir debió ser la insensibilización personal absoluta...
PAGÈS. Nunca llega uno a insensibilizarse del todo. Lo que pasa es que hay momentos en que deseas que ocurra alguna escena violenta. Eso es muy difícil de explicar, a vosotros, que nunca tendréis idea de lo que es el universo concentracionario. Además, han pasado treinta años. Recuerdo los días en que los SS estaban de mal humor por cualquier causa, casi siempre por haber perdido alguna batalla importante. Hacían aquello que nosotros denominábamos «ofensivas»: todo el mundo recibía golpes, hasta los enchufados. Había tal situación de terror que los de la cantera respirábamos cuando despeñaban a los judíos por el precipicio porque sabíamos que, mientras, no nos golpeaban a nosotros.
—¿Hubo algún intento de solidaridad con los judíos?
PAGÈS. Algún intento. Pero muy pronto nos dimos cuenta de que ellos eran los únicos destinados a desaparecer en un plazo muy corto. En los campos nazis se moría de muchas maneras, y había judíos que ni llegaron a franquear la puerta de entrada.
—¿Cuáles eran las relaciones entre los SS y los deportados?
PAGÈS. La que existe entre el que da los golpes y el que los recibe. No había ninguna posibilidad de diálogo. Sólo la hubo al final, cuando ellos vislumbraban la derrota inminente y tenían miedo.
—Cuando los veía actuar con violencia, ¿cómo los definiría psicológicamente?
AMAT-PINIELLA. La gran mayoría se comportaban como sádicos. Buscaban siempre la parte grotesca del preso. Se reían a carcajadas y con frases groseras cuanto más destrozado estaba el deportado. Cuando actuaban con violencia, cambiaban físicamente. Yo vi al comandante del campo, Ziereis, abalanzarse encima de un checo y destrozarle a patadas y puñetazos. Lo vi tan de cerca, que la sangre me salpicó los pantalones.
CONXITA. Lo que no entiendo es cómo los presos, viendo que tenían que morir igualmente, no se vengaban de sus torturadores.
PAGÈS. En los campos hay todo un teatro montado que te desarma ante los verdugos.
AMAT-PINIELLA. Yo sólo conozco un caso de rebelión «personal». Un preso que iba con una piedra a sus espaldas e intentó echarla a los pies de un SS. Lo que le hicieron es inenarrable.
PAGÈS. Y el caso de un español que dio un empujón a un SS y luego se tiró debajo de un camión que le cortó las dos piernas. Le curaron para poderle torturar después. Los que se dejaban sumergir ante tanto teatro eran los primeros en sucumbir. Los que hemos sobrevivido ha sido porque nos sostenía la seguridad de que el mundo no terminaba en el campo.
—¿Demostraban los SS alguna vez que eran verdugos porque se basaban en alguna concepción del mundo, filosófica o ideológica?
PAGÈS. Aquello era una máquina sólo dedicada a sacar todo el jugo de la persona humana, y no sólo su fuerza de trabajo, sino sus sentimientos, su dignidad.
—Cuando torturaban o asesinaban, ¿respondían los SS a las teorías de la raza superior?
PAGÈS. Respondían a las teorías racistas del nazismo. Nosotros éramos «untermenschen».[14] En el campo había un excampeón olímpico, Otto Peltzer, que era más alto que los SS, medía un metro noventa. Pues bien, a pesar de ser un deportista exnazi que estaba allí por haber escrito un artículo contra el deporte nazi, a pesar de responder físicamente al esquema del superhombre, los SS no podían admitir que un «untermensch» fuera más alto que ellos, y recibía más golpes que nadie.
—En el libro de los Pappalettera me impresionó mucho que la mayoría de los SS tuvieran entre veinte y veintitrés años...
PLANES. Esos jóvenes eran niños en 1933, cuando el nazismo subió al poder. Habían pasado por su filtro, y todo aquello era lo normal.
AMAT-PINIELLA. Los SS tenían una escuela de formación en el castillo de Hartheim. Allí se les endurecía descuartizando a un preso ante sus propios ojos. Aquel que se desmayaba era enviado al frente.
—¿Eran homosexuales los SS?
PAGÈS. La inmensa mayoría. Se disputaban los presos mejor «conservados», no digo de físico perfecto, porque eso era imposible en un campo de exterminio.
PAGÈS. Uno de los cabos alemanes detenido en Francia como delincuente común, pero que en realidad era socialista, me dijo que la abundancia de homosexualidad entre los nazis alemanes era lo más natural en un país que hacía setenta años que vivía dentro de un cuartel.
AMAT-PINIELLA. Lo curioso es que en el campo había los «triángulos rosa», gente muy sensible, civilizada y de temperamento artístico. ¡Estaban detenidos por ser homosexuales y sus verdugos también lo eran!
PAGÈS. Yo fui apaleado en la cantera y los SS me dejaron por muerto. Los que me atendieron y cuidaron eran, precisamente, «triángulos rosa». También tengo que decir que una de las cosas raras, extravagantes, del campo, y que sólo se entiende si se ha pasado por allí, es que el promedio de peso de un deportado está entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco kilos, y con esas condiciones físicas llevaron al campo diez prostitutas. Eran presas comunes, la mayoría gitanas, a quienes se les ofrecía trabajar durante seis meses y luego darles la libertad. Nunca supimos si esto último se cumplió.
AMAT-PINIELLA. Parece ser que al cabo de seis meses las llevaban a otro campo, y así sucesivamente.
—¿Cómo eran físicamente?
AMAT-PINIELLA. Magníficas. Había alguna que era un auténtico monumento. Sólo tenían acceso a ellas los presos alemanes y polacos. Quizá porque a esos se les consideraba un poco arios.
PAGÈS. Una de las primeras luchas «políticas» de los españoles fue el reconocimiento de nuestros derechos a poder acostarnos con ellas. Y lo conseguimos.
Ese es el mundo, kafkiano e inimaginable para la mayoría de nosotros, en que el joven Pere Vives sucumbió hace treinta y un años. Este reportaje es un homenaje a todos los Pere Vives que han muerto y a los que aún vivos no han visto realizadas sus ilusiones y sus esperanzas. Y también a los Pere Vives de otros continentes cuyos sufrimientos no nos son tan cercanos, pero que están siendo víctimas de nuevas formas de la misma vorágine exterminadora. Como dice Piniella en su novela K.L.Reich: «El nazismo no ha muerto del todo. El olvido de tantas víctimas inocentes sería facilitar el camino de su resurgimiento».[15]
Triunfo, 9 de diciembre de 1972