Algo sobre la irritación que provoca Josep Pla

En un artículo reciente, Josep M.ª Castellet manifestaba su preocupación ante una determinada crítica ideológica, unilateral y esquemática, que se ha producido en torno a la obra de Josep Pla. Es evidente que muchas de las afirmaciones del escritor ampurdanés, tomadas al pie de la letra y no como generalidades, exasperan al lector más contemporizador. En este mismo periódico se le ha acusado, y no sin razón, de ideólogo «murri» y de menospreciar la trascendencia del cine como espectáculo de masas. Yo misma tengo que confesar que me irritó profundamente el tono empleado por Pla en el «homenot» dedicado a Andreu Nin, y que frases como «el drama de les dretes és l’estupidesa i el de les esquerres la tristesa de la ignorància o la impotència»[3] me sacaron de quicio en su momento.

Ahora bien: me parece excesivamente dogmático querer encorsetar la obra de Pla dentro de unos límites doctrinarios absolutos. Muy mal quedaría su obra si le aplicásemos los esquemas sartrianos de «literatura comprometida» o de «no hay otra adhesión que la elección, no hay otro amor que la preferencia...». Pla, que se ha definido a sí mismo como un conservador liberal, establece, gracias a su actitud francamente inmovilista, las relaciones reales de las cosas de su tiempo. Digo «reales» y no «ideales» porque Pla es veraz, no por su combatividad, sino porque sus juicios son de una rigurosa inmediatez. Si queremos saber la crónica de los últimos cincuenta años en nuestro país, no tenemos más remedio que recurrir a su obra. A partir de una espiral, cuyo centro, un punto minúsculo, sería un localismo exagerado, Pla ha desarrollado una completísima visión del mundo que le rodea. La primera y única vez que estuve con Josep Pla, me dijo que habitaban en el país tres clases de gente: los payeses, los pequeños comerciantes y la burguesía industrial. Esta afirmación, vista desde la segunda mitad del siglo XX, es una aberración económica considerable. Pero es que Pla no es ni un economista, ni un sociólogo strictu sensu. Es un escritor que describe lo que ve y lo que conoce y, como escritor, desconoce absolutamente cualquier otra clase social, por importante que esta sea.

Pla es, en definitiva, un escritor antirromántico cuya actitud es voluntariamente antirromántica. Rehuye a sabiendas lo «maravilloso», lo «místico» y lo «mágico» porque le parecen cosas fútiles y gratuitas. Pla percibe la realidad, la olfatea ajustadamente, porque no utiliza lo que Marx denominó como «a certain judicial blindness». De la misma manera que Balzac, legitimista, describió la ascensión de la burguesía frente a la nobleza, Pla, conservador, también describe «la senteur cadavéreuse d’une société que s’éteint». Y a esta sociedad que se extingue, Pla la analiza con la minuciosidad de un entomólogo. Así puede manifestar la quiebra del optimismo burgués y afirmar su vulnerabilidad. Como Balzac, Pla no disimula tampoco su franca simpatía por este mundo en descomposición, aunque es lo bastante lúcido como para culparlo de sus males. Es lo que él llamaría «la plasticidad de las familias burguesas», lo cual es, ni más ni menos, que la definición de la inestabilidad social de esas familias burguesas.

Aunque es lógico que gran parte de la filosofía vital de Josep Pla irrite a los que aspiran a la transformación del universo, también es absurdo no querer —o no saber— colocar esta filosofía dentro de su marco adecuado. Pla es un contemplativo y también un cínico en su sentido más primitivo (kynos), o sea, el que rechaza los convencionalismos, por su ridiculez, y el que desarrolla un amplio criticismo ante lo que le rodea. Gracias a esta facultad contemplativa, inmovilista, Pla ha calado hondo en muchos aspectos que una mentalidad convencional acepta porque es «norma» o «hábito». Recuerdo ahora —y sirva como ejemplo— la manera en que Pla describiera, en Un senyor de Barcelona, el barcelonismo arquetípico como algo desproveído de toda ideología. Y que el lector avisado observe a algunos de los próceres barceloneses actuales...

Tele/eXprés, 8 de marzo de 1972