Prólogo

Dormitorio de Aleister Vale y Marcus Kyteler 7 de junio de 1869

Cuando los encontré en la habitación, me miraron como si nada hubiese ocurrido. Hasta sus uniformes se encontraban impecables. Ni una sola arruga en la camisa, ni el nudo de la corbata torcido. Dos imágenes perfectas y bellas que podrían ser retratadas con óleo.

Sus Centinelas no estaban. Tampoco el mío, al que había dejado atrás. Esto era algo demasiado íntimo en lo que solo debíamos estar los tres.

Marcus se incorporó con una calma fría. Incluso perdió el tiempo en apartarse un grueso mechón de cabello azabache de la frente. Sybil, por otro lado, permaneció sentada en la cama hecha, con las manos pulcramente unidas sobre su amplia falda oscura. Siempre a su sombra. Sin pronunciarse, pero respaldándolo.

La oscuridad lo tiznaba todo de negro. Solo el candelabro encendido de la cómoda de caoba regalaba algo de luz. Pero esta no ayudaba. Solo conseguía que las sombras fueran más profundas.

—Aleister —comenzó Marcus.

—¿Cómo habéis podido hacerlo? —pregunté. La voz que brotaba de mi garganta no era mía. Estaba rota, herida, y sangraba más de lo que podía soportar.

—¿Cómo has podido hacerlo tú? —replicó él—. Nos abandonaste.

Los labios me temblaron. Sabía a lo que se refería, por supuesto que lo sabía. Pero ¿cómo era capaz de responderme con una pregunta así? Siempre me había gustado lo desalmado que parecía a veces Marcus Kyteler, incluso me había fascinado. Ahora solo sentía asco. Y rabia.

—No sabes lo decepcionados que nos sentimos —añadió Sybil. La única muestra de descontrol en todo su cuerpo eran sus mejillas blancas—. Jamás lo hubiésemos esperado de ti.

Di un giro. Solté el aire de golpe. Me pasé las manos por mi pelo empapado de sudor y humedad. Después, volví a clavar mis ojos en ellos.

—Os mataré —siseé. Y esas dos palabras liberaron de tal forma mis pulmones que fui capaz de respirar con normalidad después de horas—. Os mataré a los dos.

Marcus permaneció inmutable. Ni siquiera me dedicó un parpadeo. Sybil, sin embargo, miró en mi dirección. Pero no a mí.

Adiviné lo que ocurría antes de que una decena de cuerpos se materializaran a mi alrededor. Y, aunque separé los labios para soltar la primera maldición que pasó por mi cabeza, de ellos solo escaparon una exclamación ahogada cuando hechizos y encantamientos me golpearon y me dejaron inmovilizado.

Éramos demasiados en el dormitorio, a pesar de que era uno de los más grandes de la Academia Covenant. Había profesores y Centinelas y guardias del Aquelarre. Casi sentí satisfacción de que hubiesen enviado a tanta gente para un solo Sangre Negra.

—Aleister Vale, le informo que está detenido por el asesinato de…

Giré la cabeza, había tantas voces que no sabía de dónde provenía esta. Aunque tampoco me importaba, la verdad. Volví a centrar mis ojos en mis dos antiguos amigos y se me escapó una risa larga, incontrolable, cuando atisbé en sus regios rostros algo que parecía agrado.

—Creéis que no lo habíais conseguido, pero sí lo habéis hecho —grité, entre carcajadas. Mi risa se volvió aún más histérica cuando vi cómo palidecían—. Oh, ¿cómo no ibais a lograrlo? Sois Marcus Kyteler y Sybil Saint Germain.

Dejé de ver sus expresiones cuando me alejaron de la habitación y me arrastraron por la galería. Reí todavía más cuando las puertas se abrieron a mi paso y mis compañeros se asomaron, y las carcajadas me destrozaron el pecho cuando a lo lejos comprobé que también habían atrapado a mi Centinela.

Reía tanto, que comencé a llorar.