En el mundo existen unas pequeñas criaturas mágicas que viven dentro de joyas muy poderosas llamadas miraculous, pero eso lo sabe muy poca gente. Estos seres sobrenaturales, conocidos como kwamis, son los encargados de transformar a ciertas personas en increíbles superhéroes.
Nooroo es uno de estos kwamis. Como todos ellos, puede volar y tiene rasgos de una especie de animal, en su caso de una polillita nocturna. Es de color lila, tiene una espiral en la frente y dos pares de alas.
En estos momentos, se halla en un lugar secreto de la ciudad de París, una enorme sala de techos abovedados. La estancia es oscura; tan solo un gran rosetón en lo alto de la pared permite la entrada de la luz.
Nooroo está hablando con la persona que acaba de hallar su miraculous, que en su caso se trata de un broche mágico. El afortunado, un hombre vestido con traje y corbata, está de pie en el centro de la sala, rodeado de cientos de polillas blancas.
—Hace siglos, se crearon unas joyas mágicas que concedían poderes extraordinarios: los miraculous —le explica Nooroo—. A lo largo de la historia, los héroes han utilizado estas joyas para el bien de la humanidad. Dos de estos miraculous son más poderosos que los restantes: los aretes de Ladybug, que otorgan el poder de la creación, y el anillo de Cat Noir, que confiere el poder de la destrucción. Según la leyenda, aquel que controle ambas joyas a la vez conseguirá el poder absoluto.
—Quiero ese poder, ¡quiero esos miraculous! —exige el hombre.
—Pero ¡nadie sabe dónde se encuentran en la actualidad! —replica el kwami.
—Yo he sido capaz de encontrarte, pequeño Nooroo. Recuérdame los poderes que me concederá tu miraculous —le pide el hombre, acariciando la joya mágica que sostiene en la palma de la mano.
—Mi miraculous es el broche del Moth, que otorga un superpoder a quien tú elijas; además, esta persona se convertirá en tu devoto seguidor —le explica el kwami.
—¿Para qué vamos a crear superhéroes cuando podemos convertirlos en supervillanos? —dice el hombre.
Al oír la pregunta, Nooroo abre los ojos de par en par. Hasta ahora, los kwamis siempre han empleado sus poderes para hacer el bien, sin embargo, las intenciones de su nuevo dueño no parecen ir por el buen camino.
—Pero, maestro, los miraculous no se crearon para hacer el mal... —dice Nooroo.
—¡Quiero el poder absoluto! —lo interrumpe, dando un fuerte pisotón en el suelo—. ¡Tu miraculous está bajo mi control! Soy tu maestro y me obedecerás.
—Sí, maestro —responde el kwami, inclinando la cabeza en un gesto de sumisión.
—Nooroo, ¡alas oscuras! —brama el hombre.
Con estas palabras, el nuevo dueño del broche de Hawk Moth ha invocado el poder del miraculous, con lo cual el kwami se ve obligado a transformarlo. En vez de servir a un superhéroe, el pobre Nooroo tendrá que acatar la voluntad de un supervillano.
—De ahora en adelante me haré llamar... ¡Hawk Moth! —exclama eufórico antes de proferir una sonora risa malvada.
El villano ahora va vestido con un traje negro y lila, una máscara plateada le cubre el rostro y en su mano sostiene un bastón con una esfera de vidrio lila en el cabezal.

Mientras, al otro lado de la ciudad, un kwami de color verde y con caparazón de tortuga duerme tranquilo en su cajita de cerillos, dentro del gramófono. Su nombre es Wayzz. De pronto, se despierta de un sobresalto y vuela hacia su maestro, un anciano asiático llamado Fu. El hombre está dando un masaje a un cliente tumbado boca abajo sobre un tatami.
—¡Maestro! ¡Maestro! —le dice el kwami con urgencia.
El cliente levanta la cabeza, extrañado, pero Wayzz se esconde justo a tiempo para no ser visto.
—Maestro, maestro... —canturrea el hombre para disimular—. Sí, a veces canto, ¡es parte del tratamiento!
El maestro Fu da por finalizada la sesión y empuja al cliente, perplejo, hacia la salida.
—¡Gracias por venir! ¡Nos vemos pronto! —le dice con apremio.
Ya a solas, el kwami vuelve a aparecer.
—¡Maestro! Se trata de Nooroo. ¡Sentí su aura! —exclama Wayzz.
—Creí que se había perdido... —dice Fu.
—Su aura es negativa. ¡Quizá haya caído en manos de un poder oscuro! —añade el kwami, visiblemente angustiado.
—Hay que encontrar a Nooroo y su miraculous —comenta el anciano—. Si cayeran en malas manos, ¡quién sabe los males que asolarían el mundo!
El maestro Fu levanta el brazo. En su muñeca luce una pulsera adornada con una tortuga.
—¡A transformarse! —grita—. Wayzz…
De pronto siente un intenso dolor en la espalda y se arrodilla.
—Pero, maestro, tenga cuidado. Usted ya es mayor... —le dice el kwami.
—¡Soy joven! —replica el maestro Fu—. ¡Solo tengo 186 años! Pero es verdad, Wayzz, no puedo yo solo. Buscaremos ayuda...
El anciano se acerca al gramófono, pulsa los ojos de los dragones que decoran la base y, al instante, estos se iluminan de color rojo. Una compuerta entre las dos figuras reptiles deja al descubierto un panel con botones. Fu introduce una combinación secreta y al cabo de unos segundos el gramófono se abre. En su interior hay una cajita con un grabado rojo en la tapa.

Mientras tanto, la vida en París continúa. En una casa situada encima de una panadería, suena un despertador.
—¡Marineeette! ¡Tu alarma ha estado sonando durante quince minutos! ¡Llegarás tarde el primer día de clase! —se oye que grita una mujer.
Una chica francesa con rasgos asiáticos sale medio dormida de debajo de las sábanas. Agarra el celular y para la alarma.
—Está bien, mamá... ¡Ya voy! —contesta Marinette a su madre.
Aún en pijama, sale de su habitación y baja las escaleras que dan al comedor y a la cocina. Se acerca a su madre y le da un beso en la mejilla. A continuación, se sienta en la mesa para desayunar un tazón de leche con chocolate, un cuernito y una pieza de fruta.
—¡Estoy segura de que Chloé seguirá en mi clase! —comenta la chica.
—¿Cuatro años seguidos? ¿Estás segura? —le dice su madre.
—Claro, ¡tengo mala suerte! —exclama Marinette.
—No digas eso, es el comienzo de un año nuevo. ¡Ya verás que todo irá bien! —la anima su madre.
Sin querer, Marinette da un golpecito a una mandarina y esta sale rodando por la mesa hasta tirar el cartón de leche y un yogur. Su madre la ayuda a recogerlo todo y le acaricia la mejilla con dulzura. Ella sonríe. Es una chica amable y simpática, pero nunca se ha llevado demasiado bien con Chloé, una compañera de clase muy presumida y manipuladora, que además se siente superior por ser la hija del alcalde de París.
Marinette se arregla y baja a la panadería, que pertenece a sus padres. Mientras su madre le prepara un bocadillo con una baguette recién horneada, su padre le da una cajita de deliciosos macarrones para que se la lleve a la escuela.

—¡Papá, eres fantástico! —exclama Marinette, emocionada.
—¡Repártelos entre tus compañeros de clase! —le dice su padre.
—¡Caramba! ¡Les encantarán! ¡Muchas gracias! —dice Marinette.
La muchacha da un beso a sus padres y se marcha con la mochila a la espalda y la cajita de macarrones en las manos. Está tan contenta que no se da cuenta de que el semáforo está en rojo y se lleva un buen susto.
Todavía algo aturdida por el sobresalto, observa cómo un anciano, que anda encorvado y lleva un bastón, cruza por el paso de peatones sin darse cuenta de que el semáforo todavía está rojo y que un coche se aproxima a toda velocidad. Sin pensarlo ni un segundo, se dirige hacia él y lo empuja lo suficiente como para evitar que el coche lo atropelle. En la acción, Marinette cae al suelo y los macarrones quedan esparcidos por la acera.
—¡Gracias! —exclama el anciano, pero al ver lo ocurrido añade—: ¡Oh, qué desastre!
—¡No se preocupe! Los desastres siempre me persiguen. Además, ¡aún quedan unos pocos! —dice Marinette mientras se levanta y le muestra la caja de dulces.
El anciano toma una de las apetecibles galletitas y la prueba.
—Mmm..., ¡delicioso! —exclama.
De repente, suena el timbre que anuncia el inicio de las clases.
—¡Oh, no! ¡Llego tarde! ¡Que tenga un buen día, señor! —dice Marinette, echando a correr hacia la escuela.
—Muchas gracias, señorita —murmura el anciano, mientras del bolsillo saca una cajita con un grabado rojo en la tapa.
¡Era el maestro Fu!