INTRODUCCIÓN
Amar, el motor de la vida

Cleotilde me enseñó que amar es la única manera de ser feliz. Sus palabras eran Amar es ganarlo todo, incluso si no te queda nada. Me lo enseñó mientras me amaba con todos los cuidados que se le pueden dar a un primer nieto, también con sus anécdotas sobre los trasegares de la vida y sus historias mágicas. Ahora, que han pasado 43 años de su muerte y he vivido más que lo que vivió ella, entiendo que amar fue la manera en la que le ganó al dolor, a la injusticia, a la maldad, a las rupturas y a los fracasos que experimentó. Pudo haberse declarado una infeliz total, porque le pasó todo lo doloroso que una mujer puede sufrir, pero contra todo pronóstico decidió amar y amando se dio el lujo de ser feliz. Si pudo sonreír fue porque sabía amar y dejarse amar. No importa que muchas veces se equivocara, ella volvía a tomar la decisión de llenarse de amor y entregarlo a los demás. Sus historias —que no sé si las recuerdo como me las contó o si yo las he reconstruido desde la bella y fuerte imagen que tengo de ella— me inspiran y me empujan con ímpetu a seguir adelante. De hecho, cuando he estado triste o he pasado momentos difíciles, siempre me digo que si ella, que no tuvo nada, pudo salir adelante, yo —que he sido bendecido por la vida y las oportunidades— no puedo darme el lujo de declararme vencido.

Cleotilde intuía que el amor era la presencia de Dios en la cotidianidad. Digo que intuía, porque no creo que tuviera una certeza absoluta, y aun así lo afirmaba con la decisión con la que vivía. A lo que se refería era que, cuando amamos, estamos dejando que Dios actúe en nosotros. Pero no el Dios de los curas y las monjas —con quienes tenía cierta distancia—, sino ese con el que había aprendido a hablar y que sentía que la capacitaba para seguir viviendo mientras superaba todas las situaciones difíciles de la vida que padeció. Aquel que ella sentía que la fortalecía para que diera las batallas que la vida le exigía.

Con ella aprendí desde pequeño que amar le da sentido a esa hilera de días que se suman y que llamamos vida. Amar es lo que colorea intensamente todas las jornadas diarias. Amar es la decisión más importante que tomamos, porque implica arriesgarnos a salir de nosotros mismos para explorar el territorio del yo de otras personas que nos proponen espacios para compartir y construir felicidad. Amar sana las heridas profundas que los desencuentros con los otros, las derrotas, las frustraciones, los quiebres de nuestros proyectos y también las enfermedades nos causan. Amar nos hace sufrir, pero nos vuelve a emocionar por su existencia; es un motor para la vida, o mejor aún, es El Motor.

He recorrido su historia y no he entendido bien cómo aprendió eso. Creo que fue fruto de su propia reflexión y de esa sabiduría popular que recorre las calles de nuestros pueblos del Caribe, expresada en leyendas, refranes, canciones populares y chistes que se cuentan en las esquinas. Lo que sí sé es que era su eslogan de vida. Lo repetía y lo vivía mientras cantaba, bailaba, contaba historias o se tomaba un trago de ron centenario con alguna de esas colas de la época.

Aprendí desde la niñez que amar era lo más importante; lo aprendí con ella y luego en las distintas relaciones de la vida. Una de mis intuiciones personales es que nos hace falta educación emocional y que cuando tratan de apostar por eso, lo hacen con pedagogías que no corresponden a las características de esta dimensión de la vida*, y nos quedamos medio analfabetas emocionales. Y es en este sentido que no nos enseñan a amar ni a dejarnos amar. En la vida recibimos muchas clases sobre Geografía, Historia, Castellano, Matemáticas, etc., pero todos suponen que aprendemos a amar por inercia. Y por eso es probable que de eso no nos hablen. Así como aprendemos a respirar solos, todos creen que aprendemos a amar, y estoy seguro de que esa no es la forma. Por eso terminamos confundiendo el amor con emociones que se parecen y que lo pueden complementar, pero que no lo definen en su esencia. Amar no es poseer, no es una fuente solo de placer físico, no son realizaciones edénicas del deseo realizado. El acto de amar puede estar revuelto con muchas emociones, pero se basa en la decisión de comprometer la propia felicidad con la felicidad de los demás.

Esa enseñanza se ha visto fortalecida, profundizada, sustentada y ampliada por todas las lecturas, los diálogos, las investigaciones académicas, los acompañamientos espirituales y las experiencias que vinieron después. Hoy, luego de 45 años de conversaciones y de miles de páginas leídas, de momentos sublimes y de derrotas existenciales, tengo la certeza de que Cleotilde tenía razón: solo es feliz quien ama. Sin amor la vida, en todas sus dimensiones, carece de sentido. El amor entendido como una decisión constante que empuja a actuar de formas muy concretas, amor que no implica que todo esté bien, sino que, al contrario, implica renovar las fuerzas para hacer que lo que no funciona vuelva a hacerlo, o simplemente genere las lecciones que se requieren para seguir adelante. Un amor que se vive en medio de la vulnerabilidad humana y que a veces necesita superar situaciones de dolor, de rupturas y de nuevos inicios.

Escribo este texto con la intención de invitarte a amar. A hacer del amor la razón diaria para seguir acopiando días en esa experiencia que llamamos “nuestra vida”. No se trata de enseñarte a amar, creo que eso es muy personal, lo que busco con este libro es generar un ejercicio que proponga unas reflexiones que considero fundamentales para hacer del amor la experiencia de plenitud que necesitamos. No soy un maestro del amor; al contrario, soy apenas un aprendiz. No sé todo sobre él, pero he estudiado lo que no es. No tengo la clave mágica para amar sanamente, pero sospecho cómo puede ser. Elevo esta voz con la seguridad del que ha amado y ha aprendido a ser feliz haciéndolo. Te propongo estas páginas, en las que están las conclusiones de la investigación de los últimos 12 meses, sazonadas por experiencias muy personales, con la certeza de que amar se concreta en cuatro ejes existenciales.

El primero es “Amarme”. No creo que nadie pueda amar sanamente a otro si no es capaz de amarse a sí mismo. El amor al otro siempre es un reflejo del amor propio. En esta dimensión ahondo en las profundidades de esa relación personal que tiene que ser el primer objetivo de nuestra existencia. Nacimos para relacionarnos bien con nosotros mismos. Los que no establecen relaciones funcionales con los demás todavía sienten rechazos y vacíos hacia sí mismos. Exploro esta relación tratando de exponer algunas maneras de entenderla y mejorarla. Sin el acto de pensar en uno mismo, todo lo otro es una oda al fracaso y la frustración.

El segundo es “Amarte”. Este eje implica las relaciones particulares que sostenemos con algunas personas en la vida. Me centro en la relación de pareja. Sí, aquí por primera vez desde mi experiencia de pareja trato de proponer reflexiones sobre cómo podemos vivir esta decisión de compartir el proyecto de vida con alguien. No son enseñanzas, sino reflexiones muy propias que buscan iluminar la vida de quien las reciba con la benevolente actitud de la comprensión.

El tercer eje, “Amarlos”, implica la relación con los demás, que siempre involucra equidad, empatía y compasión. No creo que podamos ser felices si dejamos que las injusticias, la indiferencia y la venganza nos empujen a relacionarnos. Además, estoy seguro de que solo conseguiremos la felicidad si ayudamos a que los otros —así no sean cercanos— sean felices. Creo que mi felicidad no es un acto intimista, sino que implica luchar por estructuras en las que todos nos podamos realizar dignamente. Hay que perseverar para que los demás tengan posibilidades para vivir a plenitud.

Y finalmente cierro con una propuesta de trascendencia en “Amarlo”. Allí hablo de Dios como ser personal que se hace presente en todos los amores, porque es el amor mismo, es el AMAR. No propongo la espiritualidad como un cuarto punto cardinal, sino como el centro desde el que suceden los tres anteriores, pero también como un vínculo con la trascendencia que está presente en los otros, que sale al encuentro del ser humano en el mismo ser humano, ya que no se le puede encontrar por fuera de las personas y su historia.

Si algo nos ha dejado claro la pandemia es la necesidad de cuidarnos y cuidar a los demás. Esto no se puede hacer si el amor no es el motor que impulsa la vida. Por eso estoy emocionado de proponerles este texto, esperando que ocasione reacciones en ustedes: preguntas, reflexiones personales o incluso manifestaciones propias que de pronto cuestionen lo que aquí propongo, pero que los muevan a intentar ser mejores personas desde los valores que los caracterizan.

Este texto es el fruto de un trabajo en equipo. Por eso agradezco a cada uno de sus miembros. A Maracuyá Agencia (Alcy, Brandon, Juan José, Karla y Adriana), que siempre está atenta a concretar todo lo que propongo, como expresiones de mi ser, en proyectos alineados con la misión que me he propuesto en la vida. A Beto Vargas, quien siempre está ahí para afinar contenido y para proponer frases e ideas que amplíen el mensaje que quiero comunicar. Sin ellos este sueño todavía estaría gestándose. Por supuesto, también, el agradecimiento a Carolina Vegas, mi editora, dos ojos atentos y conscientes a todas las líneas.

Ahora quedo en tus manos. Espero que estas reflexiones sumen y te ayuden a seguir construyendo tu vida diaria en felicidad. En este momento vuelvo a pensar en Cleotilde, mi abuela. Seguro algún día escribiré sus luchas por ser feliz en medio de las precariedades, pero sobre todo sus decisiones de amar una y otra vez. Doy gracias por ella y por todo el bien que me hizo en el poco tiempo que compartimos, pero que fue fundamental. Al fin y al cabo, es en los primeros años que se ponen las bases de todo lo que seremos el resto de nuestra vida.

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* Mi tesis doctoral aborda este tema. Linero, Alberto (2018). “La emocionalidad en el discurso educativo en el nivel superior: Una revisión sistemática de la literatura”, presentada en el Abraham S. Fischler College of Education, Nova Southeastern University, Fort Lauderdale, Florida, EE. UU.