CAPÍTULO 4

Scarlett

La casa de las Kappa se había transformado. El moderno papel tapiz gris metálico había dado paso al color rosa claro que antes adornaba las paredes, y el sofá de terciopelo se había convertido en un diván dorado. El salón estaba casi irreconocible. El único indicio de que seguían en el siglo XXI era la música que salía de las bocinas conectadas por Bluetooth. La fiesta de reclutamiento sería en un par de horas y todas las hermanas estaban cumpliendo con sus responsabilidades: las de segundo año estaban a cargo de la decoración, las de tercero estaban a cargo de las bebidas y la comida, y las de último año revisaban todo para asegurarse de que no quedaran rastros de magia por ningún lado.

Cuando terminaron de darle instrucciones al equipo encargado del banquete, Scarlett y Tiffany subieron a cambiarse. El cuarto de Tiffany estaba a dos puertas del de Scarlett, así que aprovechó para asomarse al pasar.

—¡Dios! ¡No puedo creer que todavía lo tengas! —dijo Tiffany mientras entraba y tomaba un decrépito elefante de tres patas de la cajonera de Scarlett.

—Supongo que debería guardarlo antes de la fiesta —contestó Scarlett entre risas.

—La primera impresión es la que cuenta —agregó Tiffany.

Scarlett y Tiffany se conocieron en la fiesta de reclutamiento de su primer año en la universidad. Aunque hubiera nacido en una familia de Kappa y la hubieran criado para que fuera una de ellas, Scarlett estaba temerosa de que no la consideraran digna y de decepcionar a su familia. Pero ese día Tiffany se paró junto a ella, señaló la nariz perfectamente recta de Dahlia y susurró: «Te apuesto mi fideicomiso a que esa nariz es producto de un encantamiento». Scarlett contuvo la risa. De pronto, la encargada de seleccionarlas dejó de parecerle tan intimidante y se sintió más confiada. Al final, resultó que Tiffany no tenía fideicomiso alguno, todo lo contrario, pero era rica en magia, espontaneidad e irreverencia. Scarlett no sabía lo mucho que necesitaba tener una amiga así hasta que conoció a Tiffany.

Aquel año, el tema había sido salón de baile en blanco y negro, y ambas bailaron toda la noche con sus vestidos largos, sin importarles que a la mañana siguiente sus faldas estuvieran embarradas de tierra. Ese mismo día, Scarlett llevó a Tiffany a su tienda de antigüedades favorita, una que ni los turistas ni las brujas habían descubierto. Cruzaron filas y filas de muebles y lámparas polvosas, figurines decorativos y libros viejos para poner en centros de mesa; Tiffany se detuvo en el pasillo de los juguetes con la emoción de una niñita. «Los peluches y las muñecas son lo máximo. Su energía es muy pura. Y son puro amor», exclamó.

Scarlett tomó un elefante al que le faltaba una pata. «Sí, sí, pura pureza purísima», contestó entre risas, y Tiffany se rio también. Aunque Scarlett entendía a qué se refería.

«Gracias por compartir conmigo este lugar especial», le susurró Tiffany mientras abrazaba un peluche de Elmo que alguna vez había sido muy amado.

Ese día volvieron a casa con docenas de objetos idóneos para hacer encantamientos y desde entonces se volvieron inseparables. Tiffany era la hermana que Scarlett siempre había soñado tener. Compaginaban de maravilla. Scarlett se ceñía a las normas de la magia, mientras que Tiffany se divertía con su don. Los pilares de la ideología de las Kappa eran «Hermandad. Liderazgo. Fidelidad. Filantropía», que Scarlett interpretaba como si su misión fuera gobernar el mundo para salvarlo. Pero Tiffany no creía que las brujas fueran meras superheroínas. «¿Qué chiste tiene ser bruja si no puedes aprovechar tu magia para acelerar la fila del Starbucks?», solía decir. Scarlett entendía a qué se refería; ¿qué chiste tenía ayudar al mundo si no podías ayudarte a ti también?

A Tiffany le resplandecían los ojos azules cada vez que tenía una idea brillante o usaba una pizca de magia para arreglar las pequeñas injusticias cotidianas, como cuando derramaba el café frappé de algún chico de fraternidad que se le quedaba viendo con lujuria a una hermana o le daba un suero de la verdad a un profesor sexista que solo evaluaba con «Excelente» a los hombres. Era lista y graciosa y solo un poquito traviesa. Tiffany era la única que lograba que Scarlett se relajara y quien le recordaba que ser bruja también era un gozo, no solo una responsabilidad. Cuando estaban juntas, Scarlett se sentía tranquila, pero también emocionada por su siguiente aventura.

Quizás el tarot explicaba la solidez de su vínculo: las Copas y las Espadas siempre se llevaban bien, pero a Scarlett le gustaba pensar que Tiffany y ella habrían sido mejores amigas aun sin magia de por medio. Sin embargo, en ese instante se sentía distanciada de ella. Scarlett inhaló profundo y recordó lo que había dicho Dahlia.

—¿Piensas a veces en Harper, Tiff?

Su amiga se puso rígida.

—Quedamos que nunca hablaríamos de ella.

—Sí, pero ¿y si alguien se entera…?

—¿Cómo podrían enterarse? Somos las únicas que lo saben —contestó Tiffany. Sin embargo, no era del todo cierto. Había otra chica de su generación que también sabía la verdad: Gwen. Pero hacía mucho que se había ido y ellas se habían asegurado de que fuera incapaz de hablar de eso—. Todo está bien, Scarlett. Confía en mí. No va a pasar nada —dijo Tiffany con firmeza mientras batallaba para meter el elefante al armario de Scarlett y se alisaba el vestido.

—Toc-toc —dijo una voz grave.

Scarlett se dio media vuelta.

—¡Dios! ¡Mason! Pensé que volvías hasta mañana.

—Regresé antes de lo planeado —respondió él con una sonrisa.

Si no fuera su novio, Scarlett pensaría que su atractivo era tan perfecto que resultaba irritante. Mason acostumbraba alzar los labios de un lado, como si siempre estuviera a punto de reírse. Su piel era apiñonada y brillante. Traía el cabello más largo de lo habitual, incluso dos rizos se formaban en sus sienes, y su camiseta no lograba disimular su musculatura definida.

Tiffany carraspeó.

—Los dejo solos… Te veo allá abajo, Scar —dijo y levantó las cejas de forma sugerente.

Tan pronto Tiffany salió, Mason se acercó a Scarlett, la tomó entre sus brazos y la estrujó mientras la besaba con pasión. Tan pronto sus labios se encontraron, Scarlett cerró los ojos y se perdió en él. Aunque habían pasado dos meses, el sabor de Mason era el mismo, como un cálido día de verano.

Marjorie le había dicho alguna vez que el amor a primera vista no existía, pero que lo que sí existía era el amor a primera risa. El padre de Scarlett la había conquistado con su humor negro y, a pesar de que llevaban treinta años de casados, Marjorie Winter podía mirar a su esposo y recordar en cuestión de segundos por qué lo amaba tanto, aun si en ese instante estuviera furiosa con él.

Mason Gregory, por su parte, había conquistado a Scarlett por partida doble: a primera vista y a primera risa.

Se habían conocido en la fiesta conjunta de Kappa/Pi Kappa Rho, la famosa Pikiki, donde las Kappa usaban una falda hawaiana sobre el bikini, y los PiKa solo usaban falda hawaiana. Los PiKa cortejaban con sus collares florales a las Kappa que les gustaban mientras recorrían la casa de los PiKa, la cual decoraban como una isla, con todo y palmeras y una resbaladilla inflable que iba del techo a la piscina. Mason le hizo una broma tonta pero tierna sobre que él nunca se acostaba a la primera y se negó a darle a Scarlett su collar; en vez de eso, le desprendió una única flor y se la entregó. Ella exigió que le diera el collar entero, pero él contestó que la tradición de la isla era que «la chica se pone la flor detrás de la oreja derecha si está disponible e interesada, o detrás de la izquierda si no le interesa en absoluto». Ella se rio y se puso la flor detrás de la oreja derecha. Habían estado juntos desde entonces.

Scarlett tenía su propia teoría sobre el amor; según ella, se necesitaba más que humor y más que belleza. El amor tenía cierto ritmo, como el de un encantamiento. Y Mason y Scarlett lo tuvieron desde el primer instante. De lo que más estaba segura en la vida era de su lugar junto a Mason. O, más bien, del lugar de Mason junto a ella.

Mason concluyó el beso y dio un paso atrás para recorrerla con la mirada, haciendo una breve pausa en donde los botones se encontraban con el encaje blanco del bra y donde la falda le rozaba los muslos.

—Te ves increíble, como siempre. ¿Cómo lo haces? En serio, nunca te he visto con un cabello fuera de lugar.

—Es magia —contestó Scarlett con un guiño.

Lo que Mason no sabía era que hablaba en serio. Las Ravens hacían un voto de secrecía. Solo las Ravens actuales y las egresadas, como la madre y la hermana de Scarlett, sabían que en realidad eran una sororidad de brujas. A Mason le gustaba mucho la historia y en otra vida se habría deleitado inmensamente con el folclor de esas mujeres mágicas. En su cuarto, en la casa de su fraternidad, tenía montones de biografías que leía de forma extracurricular. Le habría encantado saber cómo la magia configuraba el mundo y qué personaje a lo largo de la historia había sido bruja y había influido en los hechos para impulsar de forma subrepticia el avance de la civilización. Pero las reglas eran estrictas; bajo ninguna circunstancia podía saberlo. A veces, el secreto parecía abrir una brecha entre ellos, pero, a pesar de lo mucho que Scarlett amaba a Mason, a pesar de lo mucho que quería contarle todo sobre ella, era incapaz de traicionar a sus hermanas.

—Tú no te ves nada mal. Estás bronceadísimo. Déjame adivinar, ¿otra vez se quedaron varados en el yate de Jotham? —Jotham, otro PiKa, era el mejor amigo de Mason y el culpable de que su novio pasara una larga temporada del otro lado del océano: la boda en Europa a la que fue Mason era del hermano de Jotham. Scarlett hizo una nota mental: tendría que lanzarle un hechizo a Jotham más tarde para castigarlo.

Mason negó con la cabeza.

—No, esta vez no me subí al yate. Resulta que Portugal tiene unas playas increíbles para surfear.

—No sabía que tenías aspiraciones de ser un vago de playa. —Scarlett no alzó la voz, pero estaba molesta. No tenía idea de que a Mason le gustara el surf. ¿Por qué no le contó nada al respecto en sus mensajes? Las últimas semanas habían sido tan caóticas que casi no habían podido conversar. Pero estar ocupada trabajando como becaria en un despacho era muy distinto a estar ocupado surfeando en Portugal.

Mason esbozó una gran sonrisa.

—Jotham se fue en el yate a Ibiza con una chica que conoció en la boda. No quise hacer mal tercio. No sé qué me entró, pero me subí al tren. Hasta pasé unas noches en un hostal.

Scarlett abrió los ojos como platos.

—¿Te quedaste en un hostal? ¿En lugar de viajar en yate? —El yate de la familia de Jotham era prácticamente un crucero.

—No fue tan terrible.

—¿Estás seguro de que no traes piojos? —Lo miró con suspicacia, pero él soltó una carcajada.

—Ojalá hubieras venido conmigo. Te habría encantado.

Scarlett arrugó la nariz.

—¿Dormir en un hostal? Lo dudo mucho.

—Te juro que fue como estar en una de esas películas subtituladas que tanto te gustan, Scar —dijo él.

—Pero no soportas esas películas —contestó ella, intentando disimular su molestia. Él siempre decía que, si quería leer, prefería tomar un libro.

Mason se puso serio.

—Fue diferente a cualquier vacación familiar o de amigos a la que hayamos ido. No había tours ni galas ni yates ni expectativas. Nada de eso. Tracé mi propio mapa. Armé mi propio calendario. Decidí a quién quería ver y adónde quería ir. Me sentí… libre —hablaba más rápido de lo habitual, como solía hacer cuando algo lo emocionaba. Pero en general lo que le emocionaba era Kant o La Ilíada o el Dow Jones. En otras circunstancias, Scarlett habría creído que estaba embrujado.

—Hasta parece que habrías preferido quedarte ahí —reclamó ella.

Mason se quedó pensativo.

—Una parte de mí sí. Pero solo si estuvieras conmigo, claro —añadió de inmediato—. Aquí todo es tan… predeterminado. ¿Me entiendes?

Scarlett alzó una ceja.

—No. ¿A qué te refieres?

Mason gruñó.

—Eso de las pasantías y las prácticas profesionales y los múltiples grados académicos… Mi papá da por sentado que quiero seguir sus pasos y ser abogado.

—Yo también pensé que querías esas cosas. —«O yo fui la que pensó que ambos queríamos esas cosas». Una de las cualidades que más le atraía de Mason era su ambición. Casi tan fuerte como la suya. Lo tenían todo planeado desde que cumplieron un mes juntos: estudiarían Derecho en la misma escuela, de preferencia Harvard, volverían a hacer una pasantía en los despachos de sus padres y, cuando tuvieran suficiente experiencia, se independizarían y abrirían su propio despacho.

—Ya sé… ¡yo también! Pero, a lo mejor… —Hizo una pausa y suspiró, como si buscara las palabras adecuadas—. No sé… Hay millones de carreras y de emprendimientos para los que nada más necesitas tener una computadora e internet inalámbrico. ¿Nunca has imaginado simplemente mandar al diablo a nuestros padres y dejar atrás Westerly y todo esto?

Scarlett entrecerró los ojos. ¿Emprendimientos? ¿Acaso Mason se creía Mark Zuckerberg?

—Pero si todo lo que yo siempre quise está aquí. Kappa. Tú. Nuestras familias. Vagar por el mundo es para la gente que no sabe lo que quiere de la vida. Nosotros no somos así —dijo ella. Mason se encogió de hombros y jugueteó con un brazalete tejido que traía en la muñeca y que ella nunca había visto—. ¿Estás bien, Mason? —Scarlett guardó silencio y lo miró fijamente. A veces, el silencio era más poderoso que las palabras. Algunas personas no lo toleraban, como Mason. Él sentía la necesidad de llenar el vacío como la luz de una vela llena la oscuridad.

Finalmente, alzó la mirada y le sonrió.

—Claro que estoy bien. Estoy contigo. —Se inclinó y le dio un beso antes de sacudir la cabeza ligeramente—. Perdón por estar tan raro. Es el cambio de horario. Creo que mi cabeza sigue entre las olas. —La tomó de la mano y la acercó hacia él. Scarlett sintió la oleada de paz que siempre sentía cuando Mason la tocaba. Cerró los ojos un instante e intentó creer que, en efecto, era solo el cambio de horario. Ella también había terminado exhausta después de varios días de trabajo arduo en el despacho de su madre. Y entendía mejor que nadie el tema de las expectativas parentales. Mason solo necesitaba aclimatarse de nuevo a Westerly. Y, después de pasar un poco de tiempo juntos, volvería a ser el mismo de siempre. No podía ser de otra manera—. Te extrañé mucho, Scar —dijo él—. ¿Podemos escaparnos un rato para recuperar el tiempo perdido?

Por un instante, Scarlett se sintió tentada a seguirlo hasta la casa de PiKa. Pero luego recordó sus pendientes y maldijo entre dientes.

—Lo siento, Mason. No puedo. Hoy es la fiesta de reclutamiento —le recordó.

—Ya sé, pero tus hermanas parecen tener todo bajo control —dijo y le acarició el brazo—. ¿Qué más da si te desapareces una hora?

Scarlett le puso una mano en el pecho.

—Importa y mucho. No puedo abandonarlas antes de la fiesta. ¿Qué van a pensar de mí?

Mason frunció el ceño.

—¿A quién le importa lo que piensen? No nos hemos visto en meses y…

—¿Y de quién es la culpa? —dijo Scarlett.

—Sabes que estabas invitada a venir conmigo —señaló Mason—. Nos habríamos divertido muchísimo. Dos meses juntos, sin planes, sin rendirle cuentas a nadie, solos tú y yo…

—Bueno, a diferencia de ti, yo no quería decepcionar a mi familia —reviró Scarlett, irritada—. No soy el tipo de persona que empaca y deja todo durante dos meses sin previo aviso. —«Y creí que tú tampoco», estuvo a punto de agregar.

Mason frunció el entrecejo y de nuevo Scarlett sospechó que algo no andaba bien. No era el reencuentro con el que había fantaseado. Hacía apenas unos segundos había sentido que eran tan cercanos como siempre, pero de pronto se abrió una brecha inmensa. Primero con Tiffany y ahora con Mason. Se suponía que este sería el año de Scarlett. ¿Por qué no lo parecía? ¿Qué tenía Mason?

Desde que lo conoció, Scarlett supo que sería suyo. Haría lo que fuera necesario para conquistarlo. Pero, para lograrlo, usó sus poderes de forma muy cuidadosa. Hizo lo que hacían las demás Ravens: reforzó el brillo de su piel y su cabello, se blanqueó los dientes y le infundió un trino musical a su risa. Pero eso fue todo. Jamás se metió con la mente ni con el corazón de Mason. Claro que era parte de las reglas, no cambiar el corazón bajo ninguna circunstancia, pero nada le impedía asomarse a ver qué tenía adentro.

Tiffany siempre lo hacía; para ella era un acto entre científico y poético. «¿No crees que somos muy afortunadas de poder mirar dentro del corazón humano?», le había dicho una vez. Scarlett negó con la cabeza en ese entonces, pero esta vez se sentía tentada a hacerlo. ¿Qué tendría de malo echar un vistazo para entender qué estaba pensando o sintiendo Mason?

Scarlett le pasó los dedos entre los rizos. Mientras convocaba la magia, sintió un aleteo familiar, pero no era de amor ni de emoción, sino de miedo. Miedo a lo que podría encontrar. ¿Y si al asomarse encontraba menos amor del que esperaba?

No podía arriesgarse. Y tampoco quería invadir la privacidad de Mason de esa manera. Ella no era así. Lo que sí podía hacer era recordarle lo compatibles que eran. Bajó la mano y le acarició el cuello, la espalda y el muslo.

—No tengo una hora entera, pero sí cinco minutos —le murmuró al oído.

Mason abrió los ojos al máximo.

—¿Aquí? —Nunca habían hecho este tipo de cosas en Kappa; no tenían permitido que las parejas pasaran la noche ahí. Scarlett le lanzó una mirada sugerente por encima del hombro mientras cruzaba su cuarto y cerraba la puerta—. Scar… —empezó a decir Mason.

Pero ella ya se había adelantado. Le abrazó el cuello y lo jaló hacia sí. Cualquier duda que tuviera Mason se disipó al instante y empezó a besarla intensamente, con pasión. La puso contra la pared, con una mano en su cintura y la otra tomándola de la nuca.

Ella sonrió mientras se besaban y le pasó las manos por el pecho musculoso. Ese era el Mason que conocía. Así era como debían ser las cosas entre ellos. Pronto se le olvidaría esa locura de dejar todo atrás para viajar por el mundo. Recordaría que estaban exactamente donde querían, que él pertenecía aquí, junto a ella.

—Se acabó el tiempo —dijo ella después de unos minutos y se separó de él. Mason se dejó llevar hasta la puerta, sin aliento.

—Me vas a matar, Scar —gimoteó.

—Nos vemos mañana en la mañana, después de la ceremonia de selección. Y entonces podemos terminar lo que empezamos —contestó ella y contuvo la sonrisa mientras él le daba un último beso y se daba media vuelta, a regañadientes, para irse.

Era así de fácil. No necesitaba magia. Mason ya estaba bajo su embrujo.