No hay hijo problema, hay un hijo que no cumple mis expectativas y es un problema para mí
Mi padre había insistido en inscribirme en una escuela alemana porque para él, la disciplina y la perfección eran valores supremos que la raza aria representaba. Tal vez por eso se había casado con mi madre: su belleza dorada lo había cautivado. El rostro de mi madre expresaba calma y equilibrio, su figura seguía siendo perfecta después de tres partos, su andar reflejaba el mismo orgullo de mujer que su mirada, y su voz transmitía la musicalidad de su alma. Mi padre seguía muy enamorado de ella. Tal vez la pasión que sentía por su mujer era lo único que ejercía algún control sobre su temperamento irascible. La serenidad de reina ofendida con la que ella reaccionaba a sus agresiones lo asustaba. Sabía que la necesitaba a su lado por muchas razones. La elegancia de mi madre y la distinción de su culta familia adornaban la vida de mi padre; eran el pasaporte a un mundo al que había soñado pertenecer mientras crecía entre vacas y gallinas y respiraba por los poros las expectativas de Eugenia, su madre.
Por otro lado, mi padre despreciaba a mi abuelo, consideraba su gusto por la vida sencilla del campo como absoluta falta de ambición, y acabó por compartir con su madre el desprecio que ésta sentía por su esposo.
Mi abuela Eugenia y Juancho, mi padre, eran uña y carne. Eugenia se empeñó en que su hijo no fuera un don nadie como su marido y creía haberlo logrado.
Mi abuela había cifrado en la chispa de inteligencia que intuyó en su hijo menor, sus esperanzas de huir de aquella vida monótona que ella calificaba de mediocre.
El matrimonio de mis padres había sido de todo su agrado, hasta que descubrió las virtudes de mamá. La sencillez, el amor por la música y el arte, y el lugar que ocupaba “el éxito” económico y social en su lista de prioridades fue decepcionando a doña Eugenia, que había esperado más de ella.
Mi llegada al mundo, después del nacimiento de dos hermanas, había alimentado las esperanzas de la abuela Eugenia. ¡Por fin tenía un nieto rubio con cara de austriaco como su padre, mi bisabuelo!
El padre de mi abuela había sido un güerito de rancho, seguramente descendiente de algún soldado de Maximiliano, que desertó de sus tropas derrotadas para convertirse en un harinero exitoso, hasta que las vueltas de la vida lo dejaron como había empezado: sin nada. En esas condiciones la abuela Eugenia se casó con el abuelo Mariano, quien tenía un rancho que era de los “menos peor” que había en el pueblo, donde los sueños de grandeza de Eugenia se habían quedado varados.
Ahh… ¡el éxito, la posición social, el dinero…! Sólo eso podía alimentar el orgullo de Eugenia y librarla de la frustración y la derrota. La espada y el escudo para vencer a su odiada enemiga, la mediocridad, había sido mi padre.
Muchos años y demasiado dolor me costaron llegar a esa conclusión y poder perdonar a mi pobre padre, que desperdició media vida en alimentar las pretensiones de grandeza de su madre, sin siquiera darse cuenta.
Oveja negra o borrego alebrestado
Después de aquel vergonzoso incidente que cambió por completo mi corta vida, las palabras que se quedaron grabadas en mis recuerdos eran las que mi padre le había dicho a mi abuela: “¡No madre, ojalá hubiera sido por mala conducta, eso hasta gusto me habría dado; lo corrieron por bruto!”
Por lo visto era menos vergonzoso portarse mal que andar por la vida con la etiqueta de bruto. El apodo de Esel (burro) que me habían puesto en el Colegio Alemán era un estigma que debía sacudirme cuanto antes. Decidí cubrir mis heridas con rebeldía. No necesitaba ser brillante para deducir que debía enmascarar mi estupidez detrás de una “mala conducta”, y me convertí en un niño problema. Como los niños “listos” de mi nueva escuela me asustaban, preferí unirme a la pandilla a la que para pertenecer sólo había que hacer lo que siempre había hecho tan bien: ¡pendejadas!
Detrás de un niño educado ¿está la sombra del látigo?
Lo que más me dolía era lastimar a mi madre. Pero no podía seguir viviendo bajo sus faldas –aunque admito que nada me habría hecho más feliz–. Ella intentaba convencer a mi padre de que mi nueva actitud era síntoma de un niño maltratado, pero él insistía en que el látigo era la respuesta. Mi padre y yo nos enfrascamos en una guerra de poder que duró buena parte de mi vida, desde mi adolescencia hasta que ocurrió algo realmente inesperado muchos años después.
Esel se había sublevado. Me volví insolente, indisciplinado, terco, desobediente, revoltoso, siempre reacio a hacer lo que se esperaba de mí. Era el perturbador del orden familiar, me obstinaba en crear problemas para demostrar que me había vuelto indomable y hasta salvaje.
Hice a otros las mismas bromas pesadas de las que yo había sido víctima muchas veces. Me unía a las voces burlonas que se reían de los inteligentes, de los amantes de la paz. Me aprendí un buen repertorio de palabrotas y frases ofensivas como las que usaba mi padre; me volví irónico y bufón. Había que reírse de los demás antes de que se rieran de ti. Era mejor ser abusador que abusado. Siempre había que estar con el fuerte, porque la solidaridad con el débil demostraba tu propia debilidad.
Autoestima
Mientras más popular y aceptado era entre la pandilla, más avergonzado de mí mismo me sentía. En nuestras correrías era el más audaz, tal vez buscando escapar de la vida o ser atrapado y castigado como merecía. Las miradas de reproche de mi madre y sus lágrimas de desilusión me hacían desear desaparecer de la faz de la tierra. Mi autoestima estaba por los suelos.
Rebelde o incomprendido
La etiqueta de Esel fue sustituida por la de rebelde. ¡Qué difícil era vivir detrás de la máscara de la insolencia! Sin embargo, era mejor que las orejas de burro.
Nadie comprendía lo que verdaderamente sentía, estaba absolutamente solo en el mundo. Era como una sombra en mi casa y a veces podía observarme como a un extraño. ¿Era yo ese muchacho flaco y sucio que sólo llegaba a dormir, de día o de noche? ¿Era yo aquél que se fugaba de los sonidos de la casa y las voces de su familia tapándose los oídos con unos audífonos, sin los cuales mis bocinas habrían hecho estremecer la habitación con decibeles ensordecedores?
Alguna vez mis oídos habían gozado al escuchar la música que salía de los dedos de mi madre frente al piano, o del chelo del abuelo Joaquín o la flauta de la abuela Sofía.
Mi madre se sentía sola. Estaba sola y se había refugiado en su arte. Siempre había tenido un gran talento musical pero ser madre y esposa eran incompatibles con la dedicación necesaria para lograr la excelencia. Mis hermanas crecieron. Tenían novios, iban a la universidad, hacían una vida propia. Eran inteligentes, disciplinadas y sensatas. El hecho de que yo fuera el malo de la historia las liberaba de la tentación de dar problemas. Mi padre estaba demasiado ocupado haciendo dinero como para dedicarme tiempo. Nos enredábamos en fuertes discusiones; había gritos y sombrerazos por un rato, pero después intentaba ignorarme. Él también prefería que su hijo fuera un rebelde a tener un Esel en la familia o peor aún, un cobarde despreciable. Recordé las palabras que le dirigió a mi madre aquella noche imborrable: “lo estás volviendo maricón”.
Para él ese calificativo no tenía que ver con una preferencia sexual, sino que lo usaba como un sinónimo de falta de hombría y de carácter. Alguna vez busqué el significado de la palabra “puto” en un diccionario y fuera de invertido o sodomita, lo cual no era, el resto de los sinónimos me quedaban perfectamente. En aquella época era yo, en efecto, cargante, molesto, difícil, fastidioso, despreciable, miserable, vil, asqueroso, repugnante y rastrero, todos los demás sinónimos de la cruel palabra.
También busqué los antónimos: agradable, simpático, divertido, fácil, noble, honrado, decente… todo lo que realmente me habría gustado ser y consideraba ya casi imposible de lograr. Sólo un milagro podía salvarme.
Escuché la musica de mi salvación
Una noche desperté mareado por haber fumado marihuana. Coqueteaba con drogas más serias, pero algo en el fondo de mí todavía luchaba por no traspasar la última puerta al camino sin retorno. No sabía si estaba en el cielo o en el infierno.
Se escuchaba una música que parecía salir de las manos de un ángel pero el dolor que expresaban las notas y la fuerza de la desesperación que impregnaba el ambiente, me parecieron un grito de auxilio.
Me levanté de la cama y me acerqué al piano como un zombi. Mi madre estaba tan absorta en desahogar su pena que no se percató de mí, hasta que me tuvo muy cerca. Al sentir mi presencia dejó de tocar. Por un momento pareció que el tiempo se detenía. Su mirada azul llena de angustia se me clavó en lo más hondo. No hubo palabras. Me eché a sus pies y puse mi cabeza en su regazo. En sus leves caricias sentí su amor incondicional. Los dos lloramos un buen rato. Al fin ella dijo: ayúdame… yo te necesito. Después tomó mi cara de adolescente, llena de granos y de pelos de una barba incipiente, y añadió: ayúdame a despertar a aquel niño maravilloso.
¿Por qué no me di cuenta de que aquel niño que echaron de la escuela era maravilloso?
En ese momento, al hacer genuino contacto con el alma de mi madre, sentí una descarga eléctrica que recorrió mi cuerpo, seguida por una explosión interna, que se manifestó en un estallido de sollozos y gemidos que parecieron exorcizar al demonio que había nacido en mí a causa de la etiqueta de Esel.
Después de aquel momento de liberación vivido junto a mi madre, empecé a encontrarme, o por lo menos a buscarme, en medio del desastre en que me había convertido durante varios años.
Pocos días después la abuela Sofía (mi abuela materna) me invitó a comer. Hacía tiempo que me negaba a asistir a las reuniones familiares, tanto de mi padre como de mi madre. Esta vez decidí insinuar con la aceptación mi nueva disposición al cambio. Grande fue mi sorpresa cuando llegué a su casa y la encontré tocando la flauta, como solía hacerlo cuando yo era pequeño y ella me arrullaba con su música. Las notas me conectaron al niño feliz que había sido alguna vez. Sentí que aquel niño sin heridas aún estaba vivo en alguna parte de mi ser.
La sabiduría natural de mi abuela Sofía se reflejaba en sus ojos, en cada uno de sus gestos suaves y amorosos, en su perfume de violetas y en el contacto de sus manos, que apenas acariciaron las mías tímidamente, como queriendo atrapar a un canario que podría huir al mínimo contacto y perderse de nuevo. Esa intuición de Sofía me hizo desear que me atrapara y me metiera en la jaula de la seguridad que me ofrecía con su cariño, siempre expresado por sus actitudes, posturas y pequeños detalles, pero jamás impuesto. Esta mujer era la artífice de la personalidad de mi madre a quien tanto amaba. Ahí estaba, dispuesta a intentar contagiarme la serenidad que de ella emanaba.
La invitación de mi abuela había sido sin duda motivada por el incidente vivido días atrás con mi madre quien le había confiado su esperanza. Me habló durante largo rato de mi primera infancia, me recordaba delicadamente cada uno de mis triunfos iniciales. Mi primera palabra que fue “aba” y cómo ella sintió que llevaba una dedicatoria. Me recordó aquellos cuentos que escribíamos juntos, exaltando la creatividad que yo manifestaba, la imaginación desbordada, el entusiasmo con el que ilustraba mis propias historias.
Cada uno de los recuerdos de mi abuela era un bálsamo para Esel. Sus palabras intentaban eliminar los dardos clavados en mi corazón por las frases despectivas y humillantes de mi padre, los insultos, agravios, ofensas y burlas, sus críticas ultrajantes que habían resonado durante años en mi cerebro.
Desde la altura de mi actual madurez
Quisiera hacerle al lector una aclaración pertinente. Desde la altura de mi actual madurez, puedo reconocer que mi padre no era el monstruo que yo imaginaba y que había llegado a odiar. Este grado de cordura y lucidez de que gozo ahora, es el resultado de muchos años de esfuerzos y trabajo incesante, durante largas sesiones de terapias a las que mi madre, en complicidad con la abuela Sofía, me introdujeron secretamente en aquel entonces.
Qué tuvo que ver la madre de mi padre con mi desmadre
Ahora puedo admitir quién era mi papá realmente y lo mucho que él también había sufrido por haber sido el botín de la guerra que habían sostenido sus padres, y que su madre había ganado para hacerlo a imagen y semejanza de sus expectativas. Mi padre intentó repetir conmigo el patrón que la abuela Eugenia siguió con él en su continua lucha por cumplir con su proyecto ideal de familia de triunfadores. Había logrado casar a mis tías con hombres ricos; todos mis primos asistían a escuelas de prestigio y los mayores estudiaban maestrías y doctorados. Eugenia había puesto tal voluntad, planeación y perseverancia, que estuvo a punto de lograr su objetivo, hasta que se topó con mi aparente incapacidad para el éxito. Si analizáramos la infancia de Eugenia entenderíamos sus motivaciones –al menos en parte. Con este razonamiento podríamos llegar hasta la culpa de Adán y Eva por haber sido expulsados del paraíso.
El universo se conjunta siempre para ayudarnos a resolver los problemas
Días después de la comida en el jardín, mi abuela Sofía conoció a Paul Scheele, un científico dedicado al estudio de los procesos de aprendizaje. La filosofía de Paul es que el cerebro de cualquier ser humano tiene la capacidad intrínseca de desarrollar la genialidad. Paul sostiene que muchas lumbreras son frustradas debido a las heridas ocasionadas por la educación tradicional que no comprende la individualidad.

El nuevo amigo de mi abuela y de mi madre les prestó un documental de la BBC de Londres titulado “En busca del genio”, en el que se revela lo que ocurre cuando se alimenta el cerebro de un niño para que logre desarrollar sus potencialidades innatas y expresar libremente su genio, en especial los que la escuela y la sociedad etiquetan como torpes y sus mayores califican como “brutos”.
Durante una cena que mis abuelos ofrecieron para Scheele tuve un encuentro con él que resultó definitorio para mí. Yo lo observaba desde lejos tratando de descifrar de qué están hechos los cerebros de los “inteligentes”. Él pareció percibir mi mirada y tal vez mis pensamientos, porque se separó del grupo para acercarse al lugar donde yo me refugiaba. Me resultó obvio que la abuela Sofía le había contado de mí.
Paul Scheele me trató como a un ser inteligente
La conversación fluyó tan fácilmente que, a pesar de mi nerviosismo inicial empecé a sentirme cómodo en su compañía. Primero hablamos de la noche y el aroma a flores del jardín. Poco a poco Paul fue llevando la plática hacia el tema que él tan bien dominaba. Lo siguiente que hizo conmigo fue “picarme” literalmente la curiosidad hablándome de la ciencia. Como siempre me había gustado dibujar empezó a hablarme de los fractales y su belleza. Jamás había escuchado la palabra, pero me dio pena preguntar para no revelar mi ignorancia. Me retó a estudiar los fractales y a dibujarlos.
Paul añadió, antes de explicarme lo que eran los fractales, que con ellos iba a recibir una lección de humildad que mucho estaba necesitando. Me aseguró que después de conocerlos aprendería a reverenciar la naturaleza y su entorno.
Me emocioné cuando vi un fractal por primera vez y quise saber cómo fue hecho, de dónde vino y cómo entenderlo.


Los fractales son formas geométricas que se caracterizan por repetir un determinado patrón con ligeras y constantes variaciones su complejidad y belleza están ligadas a las formas de la naturaleza, al desarrollo de la vida y del universo. Las imágenes abstractas de los fractales tienen el carácter de onmipresencia debido a que cada fragmento posee las características del todo, infinitamente multiplicadas, es decir, cada partícula posee dentro de sí la totalidad del universo.
Tal vez sea el momento para compartirles que esta persona que les está narrando sus experiencias, es en el presente un hombre que ha dedicado su vida al estudio del cerebro. Creo que lo decidí después de conocer a Paul Scheele. Al cabo de largos años de búsqueda de mí mismo comprendí que sólo se aprende enseñando, y que no hay mejor maestro que el discípulo que abre su entendimiento y aporta su creatividad en el proceso.
Paul me describió la configuración del cerebro humano, según otro científico, Paúl Mc Lean.
Sus investigaciones sobre el cerebro humano nos llevan a la conclusión de que está formado por tres subestructuras:
| • | El cerebro reptiliano |
| • | El cerebro mamífero o límbico |
| • | El cerebro nuevo, neo-corteza o corteza cerebral. |

Cerebro reptiliano
La evolución cerebral se empezó a llevar a cabo hace más de 500 millones de años. Entonces sólo existía el tronco cerebral, que es la unión que conecta la espina dorsal con la base del cerebro. Esta parte del cerebro lo tienen los reptiles, por eso se le llama así. Se encarga de nuestros impulsos instintivos que permiten la supervivencia de la especie como son el hambre, el sueño, el deseo sexual y nos avisa en el momento que sentimos una amenaza –sea real o imaginaria– para utilizar más sangre y oxígeno, lo cual nos es útil para poder atacar o huir.

Yo le conté a Paul cómo un día mi cerebro reptiliano me había salvado la vida. Fue en la época de la adolescencia, en que todos los días se me ocurría una nueva idiotez para llamar la atención, ¿o acaso para desaparecer de la faz de la tierra y terminar de una buena vez con tanto dolor? Tomé el coche de mi hermana Marimar, quien dormía plácidamente, con la intención de ir a un reventón cerca de Toluca, al que obviamente no me habían dado permiso de asistir. Iba de bajada a toda velocidad, cuando vi por el espejo retrovisor que se acercaba peligrosamente un trailer que había perdido los frenos. Sobra decir que en aquel entonces yo era un chofer torpe e inexperto. Me di cuenta de que el impacto era inminente y supe que no había nada que hacer. Me invadió una sensación indescriptible en la espina dorsal que me impulsó a no aceptar la muerte que conscientemente tantas veces había deseado. Sin pensarlo, mis manos sobre el volante lo hicieron girar a la derecha, saliéndome de la carretera justo a tiempo para evitar el impacto. Ese gesto inconsciente provino directamente de mi cerebro reptiliano. Si el incidente hubiese sido en la época de las cavernas, posiblemente una reacción similar habría podido salvar al torpe cavernícola de alguna fiera.
Logré volver a casa a salvo, dejé el coche donde lo había encontrado y, a pesar de alguna posible sospecha por lo sucio que estaba, también salí ileso de la tunda que me habría puesto mi padre de haberse enterado de mi aventura. Mi abuela Sofía habría dicho: “¡Fue la mano de Dios!”
¿Acaso el cerebro reptiliano estará conectado con un ángel…? El cerebro reptiliano también está conectado con algunos “demonios” de los cuales hablaremos más tarde, ya que no quiero interrumpir la plática de Paul durante aquella noche memorable.
Cerebro mamífero
El profesor siguió cautivando al alumno explicándome las características del cerebro.
El cerebro mamífero llegó a estar como en la actualidad desde hace más de 250,000 años.

Su responsabilidad es mantener el balance de la inteligencia innata del cuerpo. Regula la temperatura, los niveles de azúcar en la sangre, el pulso y todos aquellos millones de procesos que necesitamos para vivir. Se encarga de mantener un nivel normal de salud de manera autónoma.
Neo-corteza
El cerebro nuevo o neo-corteza se encarga de nuestra conciencia y voluntad, del pensamiento y de nuestra capacidad de aprender y razonar.

Al observar el cerebro veremos que es como una masa gris, espesa, con muchos surcos. La neo-corteza está formada por millones de neuronas o células cerebrales que se encargan de las funciones más especializadas y sensibles del cuerpo. Procesan información y la comunican a otras células mediante impulsos eléctricos y señales electro-químicas.
Un pedacito de tejido cerebral contiene más o menos 100 mil neuronas. Nuestro cerebro tiene 100 billones de neuronas aproximadamente.
Las neuronas nos llevan al proceso de aprendizaje
–Las neuronas tienen ramas, como las del árbol en el que estabas recargado hace un rato –continuó diciendo Paul aquella noche. –A través de sus terminaciones reciben y envían la información, lo cual nos lleva al proceso de aprendizaje. Las conexiones neuronales hacen el trabajo que requiere el ser humano para poder vivir, sentir, pensar, recordar, actuar y desarrollarse. El cerebro no es una masa amorfa, está cambiando a cada momento. Esa característica que se llama plasticidad es la que nos permite transformarnos y reinventar nuestras vidas.

El sombrero pensante
-Ahora voy a hablarte de los hemisferios, la parte responsable de nuestra capacidad para ser felices o hacernos la vida miserable. El hemisferio derecho es intuitivo, creativo y sin reglas, gestiona tareas relacionadas con ritmo, color, imaginación, ensoñación y percepción de la totalidad…

Durante la explicación de Paul me identifiqué con las funciones de este hemisferio, pero cuando añadió que el izquierdo es lógico, estructurado y ordenado, y que se activa cuando el cerebro tiene que realizar tareas relacionadas con lógica, listas, linealidad, palabras, números y análisis, me di cuenta que esa parte del mío estaba bloqueada hacía mucho tiempo.
–Roger Sperry, un brillante científico, ganador de un premio Nobel en la segunda mitad del siglo XX, descubrió que durante la actividad de un hemisferio el otro descansa por fracciones de segundo –continuó explicándome Paul.
Cuando escuché aquello comenté que la mitad del mío llevaba años de vacaciones.
Él me aclaró sonriente que eso no era posible, que seguramente yo sólo tenía una manera diferente de pensar y aprender y comentó que me habría ahorrado mucho sufrimiento de haberme dado cuenta antes, asegurándome que de ninguna manera era tarde para aprender a aprender en cualquier momento de la vida.
Mi madre se nos acercó a Paul y a mí justo a tiempo para escuchar sus últimas palabras:
“El cerebro humano es como un teclado en el que se pueden tocar millones de millones de melodías diferentes. Nunca ha existido un individuo capaz de tocar todas las melodías posibles a lo largo de una vida y así experimentar cada uno de los infinitos potenciales del cerebro. No existen restricciones al poder del cerebro humano, es ilimitado”.
Peter Anokin
discípulo de Pavlov
Las notas del chelo del abuelo Joaquín le daban al ambiente un toque mágico
Había luna llena y la brisa leve que soplaba en el jardín estaba impregnada por las violetas que la abuela Sofía cultivaba con tanto esmero. Vi cómo surgía un lago en los musicales ojos de mi madre al escuchar la aseveración de Paul que no dejaba lugar a dudas de que había una esperanza para mí.
Mi madre le expresó su gratitud por el interés que estaba demostrando, y Paul contestó diciéndole que en ocasiones los cerebros se comunican sin palabras, y que había estado sintiendo mi interés y necesidad de aclarar dudas sobre mis habilidades.
–“Algo” en su energía lo atrajo hacia mi timidez y, seguramente, lo hizo percibir mi ansiedad.
Tal vez inspirado por la mirada húmeda de mi madre o por el ambiente poético en el que se desarrollaba aquel encuentro histórico que cambiaría mi vida para siempre, Paul continuó hablando sobre el cerebro, pero esta vez expresó una teoría verdaderamente revolucionaria.
Tomó un melón de un gran plato redondo que la abuela Sofía tenía siempre lleno de frutas y, dirigiéndose a mi madre y a mí, dibujó sobre la fruta lo que iba explicándonos:
–Imagina que esto es el lóbulo frontal, esto la parte trasera, de la que sale la médula espinal. Éste es el hemisferio derecho y éste, el izquierdo. Ambos hemisferios están separados, sólo se comunican a través del cuerpo calloso en esta área, compuesto por unos 300 millones de fibras axionales. Esas fibras son lo único que los une. Cada hemisferio tiene características distintas y ¡piensa de manera muy diferente!
El derecho piensa en imágenes y aprende a través del movimiento de nuestros cuerpos. La información le llega en forma de descargas de energía a través de todos los sentidos y se enfoca en el aquí y el ahora. Es el hemisferio derecho el que disfruta de la música del chelo de tu abuelo Joaquín; el que tiene la capacidad de oler esta fruta y las flores del jardín; de disfrutar de los sabores de la vida y de los estímulos que nos están impactando en este momento.

Paul me puso su mano izquierda sobre el lado derecho de mi cabeza diciéndome: –La energía que emana de aquí se conecta con la mía, con la de tu mamá, con la de todos los aquí presentes y con el resto del universo. Todos estamos conectados a la familia humana a través de la energía del hemisferio derecho, lo cual nos hermana y nos puede permitir hacer de este planeta un mundo mucho mejor.
Sentí su sinceridad que logró conmoverme.
Paul colocó su mano sobre el lado izquierdo de mi cabeza. –Tu hemisferio izquierdo es muy distinto. Se podría decir que es “cuadrado”. Sus pensamientos son metódicos y razonados. No sabe disfrutar del jardín o la música. En este momento está analizando detalles y más detalles, clasificando y organizando recuerdos o temores. Está ideando qué decir. El hemisferio izquierdo es lingüístico; habla incesantemente, entablando un diálogo contigo mismo, con tus pensamientos y con lo que está ocurriendo en el mundo exterior. Es esa voz que te está recordando que tienes un examen en la escuela, o la inteligencia que te indica en qué sitio de Internet puedes encontrar información sobre el tema, y tal vez hacer un copy-paste y entregar el trabajo al profesor, como si te hubiera llevado horas de investigación.
Al escuchar sus palabras pensé que el hombre tenía poderes de adivino. ¡Cuántas veces había sólo copiado información de Internet y presentado el trabajo como si fuera mío!. Me sentí avergonzado.
Paul continuó diciendo: –Esa voz te está diciendo constantemente que eres un ser distinto y separado de los demás. Te hace creer que tu flujo de energía no tiene nada que ver con el mío o con el de nadie más. Si por un momento pudieras “desconectar” el hemisferio izquierdo de tu cerebro y pudieras ver el mundo sólo con el derecho, lo percibirías como un lugar sereno y seguro. Te sentirías rodeado por personas tan generosas y encantadoras como tus abuelos o tu madre, y podrías encontrar la paz que tanto estás necesitando.
–¿Cómo sabes que estoy necesitando paz? –Le dije realmente sorprendido.
–Porque yo también la necesito al igual que tú y cada uno de los seres humanos que habitamos el mundo. Somos el poder de la vida en el universo, y tenemos la capacidad de transformarlo a través de los dones y habilidades de la comunicación eficiente entre nuestros dos maravillosos sistemas cognitivos. Podemos elegir estar en el aquí y ahora. Tenemos la capacidad de hacernos conscientes, a través del hemisferio derecho, de que somos la energía que genera cada molécula de la que estamos hechos, y de que esa energía está en común unión con todo el universo.
También podemos elegir regirnos sólo por el hemisferio izquierdo, sin escuchar al derecho, y convertirnos en personas orgullosas de su valor único, y sentirnos “separados” de los demás miembros de la especie. Si optamos por utilizar el cerebro izquierdo y ser guiados por nuestro cerebro derecho, podremos unirnos a la energía que fluye entre todos los seres de la tierra y contribuir a la paz y la felicidad propia y de los demás.
El cerebro humano es como un telar donde millones de agujas entretejen un patrón mágico. Es como si la Vía Láctea emprendiera una
danza cósmica.
Sir Charles Sherrington,
Padre de la Neurofisiología
Este personaje que tenía frente a mí, a pesar de su prestigio científico, también era un soñador como yo, y estaba genuinamente interesado en ayudarme. Su sencillez ganaba mi simpatía y mi confianza en cada respiración. Vencí mi timidez y le dije:
–Hablas como un poeta, no como un científico.
–¿Te identificas más con el poeta?
Asentí con un ligero movimiento.
–La mayor parte de los científicos somos filósofos y poetas, Diego. Albert Einstein decía: “Creo en la intuición y en la inspiración. A veces sé que tengo razón aunque desconozco las razones de mi creencia”. También afirmaba: “Apenas si calco las líneas que fluyen de Dios”.
–¿Einstein era religioso? –Pregunté sorprendido.
–Lo que comparten muchos científicos es intuición, sabiduría. Cuanto más descubren los científicos se les hace más patente que detrás del universo hay un Artífice, ¡un Creador Inteligente! El universo, el cosmos, los millones de galaxias, lo macro y lo micro; el crecimiento, la expansión y lo infinito hablan de la creación.
– “Al encontrarme frente a las maravillas de la vida y del universo inevitablemente me pregunto por qué las únicas respuestas posibles son de orden espiritual”. –Dijo con voz ronca.
–¿Eso también lo dijo Einstein?
–Es una cita de Arthur Shawlow, Premio Nobel de Física en 1981. Arno Penzias, otro Premio Nobel de Física de 1978 afirmó: “La ciencia pura y legítima apunta hacia la existencia de Dios”.
Un Premio Nobel de Química de 1972 llamado Christian Anfinsen fue más contundente: “Creo que sólo un idiota es capaz de ser ateo.”
Como si quisiera asegurarme de que no debía dudar de mi capacidad para desarrollar plenamente mi intelecto, Paul continuó diciendo:
–Existen grandes genios que pueden combinar las habilidades lógicas, numéricas y analíticas con su imaginación y capacidad para soñar despiertos. Esa es una fortaleza, lo contrario, o sea dudar de la propia intuición y capacidades, nos debilita y daña la autoestima impidiendo un aprendizaje con la totalidad de la mente. Einstein utilizaba los dos hemisferios. También Da Vinci fue un genial usuario de ambos lados de su cerebro.
Para facilitar el trabajo en conjunto de tus dos hemisferios quiero que hagas “gimnasia cerebral”. –Agregó mirándome fijamente.
Brain Gym, Aprendizaje con todo el cerebro, Dr. Paul E. Dennison y Gail E. Dennison, Ed. Lectorum, 2000.
Aprende mejor con gimnasia cerebral, Luz María Ibarra, Garnik Ediciones, 2000.
Notó en mi una sonrisa escéptica.
–Jamás había pensado que existiera tal cosa.
–No te rías, –me dijo-. Hablo muy en serio. Te voy a pedir que empieces a desarrollar las habilidades de ambas manos, de tus pies y de todo tu cuerpo hasta lograr el desarrollo armónico de los dos hemisferios de tu sombrero pensante.
Paul y yo nos divertimos un rato haciendo un montón de movimientos que se me dificultaron muchísimo, pero él me insistió en que debía repetirlos una y otra vez, aunque fueran cientos de veces, hasta dominarlos. Dice que un adulto a los diez intentos lo abandona. ¡Esas mentes están negándose al privilegio de expandirse junto con el universo!
“No es que no tengamos la voluntad de avanzar,
es que no tenemos suficiente conocimiento de nuestras capacidades,
por lo que no logramos evolucionar”