Los orígenes de un
deporte milenario

¿Desde cuándo existe el boxeo? Desde el principio de los tiempos. Es junto al atletismo y la lucha uno de los deportes más antiguos. En sus formas primitivas y en su concepción más general de lucha con los puños y con reglas, es un deporte milenario que responde a la naturaleza competitiva del ser humano. Es tan antiguo como la propia humanidad y forma parte integral de las más antiguas civilizaciones. Es imposible establecer cuáles fueron las primeras formas de combates reglados con los puños, pero allá donde se han encontrado restos arqueológicos habitualmente han aparecido representaciones de este tipo de competición. Desde al menos el tercer milenio antes de Cristo puede comprobarse su existencia y su relevancia. Los primeros vestigios que se conocen, en forma de relieves, pertenecen a la cultura sumeria, en lo que hoy es Iraq, considerada como la primera civilización del mundo. Vestigios también se han encontrado en las civilizaciones de Mesopotamia, Asiria y del Imperio hitita. Existen también relieves en Tebas, en Egipto, que datan de 1350 a. C. La primera representación de un combate en el que se utilizan guantes es del año 1700 a. C. aproximadamente, el fresco de los jóvenes boxeadores de Akrotiri, en la isla de Thera, perteneciente a la civilización minoica de Creta, primera civilización europea de la Edad de Bronce. Otra de las evidencias más importantes se encuentra plasmada en Los boxeadores del ritón de Hagia Triada (1600-1450 a. C.).

Boxeo hubo en Grecia y fue parte fundamental de los Juegos Olímpicos antiguos y sus campeones eran venerados como héroes por el pueblo. El pugilista de la Antigüedad clásica quedará plasmado a la perfección en una de las obras más bellas y realistas de la escultura helenísitica, el conocido como Boxeador en reposo o Boxeador del Quirinal o de las termas, de aproximadamente doscientos años antes de Cristo, con los rasgos característicos del veterano profesional, con su nariz chata y las orejas de coliflor. Paralelamente, hay evidencias en diversas partes de África, donde el pueblo Hausa practicaba el Dambe, su forma autóctona. Según se va avanzando en el tiempo, especialmente en Grecia y Roma, empezaremos a encontrar vestigios de una competición mucho más sofisticada y definida y también de gimnasios o palestras que ya incluían elementos que a día de hoy se siguen utilizando, como sacos, guantes y protecciones de entrenamiento.

Fresco de Los boxeadores de Akrotiri, primera representación conocida de boxeo con guantes. Data de la Edad de Bronce, hacia 1700-1650 a. C.

En cualquier caso, no ahondaremos en estas formas primitivas puesto que no podemos trazar desde ellas una línea de continuidad con el boxeo actual. Son formas ancestrales de boxeo independientes en el tiempo y el espacio y, en la mayoría de los casos, sin relación entre ellas. Para encontrar el punto de origen que nos lleva al boxeo que vivimos en el presente nos dirigiremos a la Inglaterra del siglo xvii. Allí, James Figg se erigirá como primer campeón, el que iniciará una larga dinastía que se prolongará de forma clara hasta bien entrado el siglo xx, hasta que la lamentable proliferación de organismos empiece en gran parte a alterar y emborronar tan precioso legado. Eso sí, como veremos, la creación de las reglas del marqués de Queensberry supondrá a finales del xix un cambio drástico y una gran revolución. El cambio de reglamento marcará un antes y un después claramente diferenciables en el boxeo, pero sin dejar de ser el mismo deporte, con los mismos protagonistas y la misma comunidad. Para entendernos mejor, denominaremos «boxeo antiguo» a todas las manifestaciones ancestrales previas, «boxeo moderno» al que nace de la academia de James Figg en Inglaterra y que transcurre en los siglos xviii y xix y «boxeo contemporáneo» al que surge tras la aceptación universal de las reglas del marqués de Queensberry y llega hasta la actualidad.

En este y el siguiente capítulo veremos el nacimiento del boxeo en Inglaterra, su popularización, su evolución, cómo se organizaban los combates y cómo se calentaban en la prensa, quiénes formaban la comunidad pugilísitica, cómo se trabajaba en las esquinas y, por supuesto, conoceremos a sus más pintorescos protagonistas y a los más grandes campeones.

James Figg, el primer campeón

Los combates con puños desnudos, casi sin reglas y con muchos elementos de lucha, como agarres y proyecciones, se popularizaron en Inglaterra a finales del siglo xvii. Suponían una natural evolución de los duelos con espadas u otras armas, como mazas y bastones, sobre todo entre las clases más bajas. En la mayoría de los casos, respondían más a retos y disputas que a una competición deportiva reglada pero que, evidentemente, resultaban menos dañinos que los duelos con armas. También se organizaban como divertimento de los nobles, que a menudo cruzaban apuestas y premiaban al vencedor.

Boxeador en reposo o Púgil de las termas. Escultura helenísitica de entre los años 300 y 50 a. C.

El Protestant Mercury, uno de los periódicos de mayor difusión en la Inglaterra de finales del xvii, recoge uno de estos combates. Tuvo lugar el 6 de enero de 1681 y es el primero del que tenemos constancia escrita en Inglaterra. Fue un enfrentamiento organizado por el duque de Albermale entre su carnicero y uno de sus lacayos. El carnicero se llevó el premio, como ya había hecho en varias ocasiones anteriormente. El Protestant Mercury lo consideraba como uno de los mejores de Inglaterra en esta práctica, algo que evidenciaba la extensión, repercusión y popularización de este tipo de combates conocidos como prizefighting. Sorprendentemente, poco más se sabrá del boxeo durante los siguientes cuarenta años.

En 1719 se produce un importante acontecimiento que comúnmente marca el nacimiento del boxeo inglés, del que directamente procede el actual. James Figg abre una academia de boxeo en el centro de Londres, en Totthenham Court Road, que poco después trasladaría a Oxford Road, conocida popularmente como el «anfiteatro de Figg», donde dará clases y organizará exhibiciones y combates. Y lo que es más importante, recibe la consideración de primer campeón de Inglaterra. Figg nació en Thame, en Oxfordshire, probablemente en 1695. Muy poco se conoce sobre sus primeros años salvo que procedía de una familia humilde dedicada a la agricultura y que muy pronto empezará a destacar como combatiente en ferias locales. Era su modo de ganarse la vida. Medía 1,80 metros, alto y fuerte para la época y además tenía una especial destreza que le convertía virtualmente en invencible. El primer testimonio escrito de sus hazañas en Londres aparece en 1714 en el Daily Courant. Pero Figg era sobre todo un experto en esgrima y en combates con bastón. Los combatientes podían hacer un buen dinero al vivir y combatir de manera itinerante, pero lo ideal era encontrar algún notable que ejerciera de patrono. Figg lo halló en el conde de Peterborough, a quien gustaban las apuestas y al que los periódicos de la época definían como firme patrón de todos los deportes valientes y viriles. El gran pionero del boxeo supo capitalizar su bien ganada fama con la construcción de su academia, en la que adiestraba en el manejo de la espada, del bastón y de los puños. De hecho, antes de que el boxeo tuviera su primer reglamento, muchos enfrentamientos se dividían precisamente en esas tres fases: un asalto de espada, uno de bastón y otro con los puños desnudos. En su academia, Figg instruía a sus alumnos, muchos de ellos hijos de nobles, al mismo tiempo que creaba un grupo de boxeadores con los que regularmente hacía demostraciones prácticas, además de aceptar los retos de quien dispusiese de las necesarias agallas. El anfiteatro de Figg, primer auténtico recinto dedicado al boxeo, contaba con una plataforma elevada donde la superficie de combate, en vez de con cuerdas, quedaba delimitada con listones de madera. La fama de Figg se extendía en buena parte por la manera de despacharse a sus rivales. Pero también, sin duda, por sus innovadores métodos publicitarios. El famoso artista William Hogart, señalado por muchos críticos como el más destacado de su generación, se encargó de crear en 1720 un histórico cartel publicitario de la academia de su buen amigo Figg. En él se ve a dos figuras, una con un bastón de combate y la otra, con la cabeza afeitada, con una espada. Detrás de ellos, una especie de grada con espectadores. Figg anunciaba sus clases denominándose «maestro del noble arte de la defensa». Este modelo de negocio pronto comenzó a expandirse con la proliferación de numerosas academias similares por toda Inglaterra, muchas de ellas ligadas física y económicamente a las tabernas.

La fama de peleador de Figg le legitimaba para proclamarse campeón de Inglaterra, no en vano ya había vencido a los prizefighters más notables y, en general, a cualquiera que le retara. Esta distinción quedó especialmente reconocida tras su triunfo ante Timothy Buck en 1720. Tom Stokes, Bill Flanders o Chris Clarkson fueron otros destacados pugilistas que sucumbieron ante los puños de Figg en disputa de la corona entre 1720 y 1723. En la época bare-knucle («puños desnudos»), y a partir de Figg, el campeón lo será por aclamación popular, dado que no existía ningún tipo de organismo o autoridad que los legitimara. Pero qué más legitimidad que el reconocimiento general y unánime.

Intentar mantener un récord de combates en esa época es imposible, pero se calcula que James Figg participó en más de 270 que, salvo que se pactase lo contrario, eran to the finish, es decir, hasta que uno de los contendientes no pudiera continuar. Prácticamente no tenían restricción alguna. Incluso el empleo de cabezazos estaba permitido y hasta patear al rival caído (purring). En varios de los muchos retratos que le hicieron, el campeón aparece con la cabeza rapada, algo habitual en los peleadores para evitar que los rivales les agarraran del pelo. En realidad, eran peleas que incluían muchos elementos brutales, que algunos años más tarde, afortunadamente, desaparecerían por completo de la competición pugilística.

Anuncio de la academia de James Figg, «maestro del noble arte de la defensa» (1720)

En sus numerosos combates, James Figg solo salió derrotado en una ocasión. Ocurrió al aceptar el reto del Ned Sutton, pipemaker de Gravesend, en el primero de los enfrentamientos que ambos protagonizarían. La de Figg y Sutton se convierte así en la primera gran rivalidad de la historia del boxeo, aunque todavía este estuviera interconectado con la esgrima y la lucha con armas. El primer choque, en 1724, acabó con la victoria de Sutton, por lo que momentáneamente se le reconoció la condición de campeón. El mayor historiador del boxeo bare-knucle, Pierce Eagan, escribió en su obra Boxiana que era de conocimiento general que Figg se encontraba enfermo en el primer choque, lo que bien podría explicar el motivo de su única derrota. Habría, según Egan, un segundo encuentro, que fue para Figg. Por lo tanto, un tercer enfrentamiento, el de desempate, era ineludible y fue, sin duda, el que más expectación generó. Lo disputaron en 1727. El escenario fue el Adam and Eve, en Londres, que por entonces se había convertido en uno de los más importantes recintos para este tipo de combates. Acordaron que el pleito se disputaría en tres fases: con espada, a primera sangre, con los puños y con bastón. Entre la muchedumbre, muchos ilustres. El mayor de ellos sir Robert Walpole, primer ministro de la nación. También ilustres escritores como Alexander Pope, Colley Cibber o Johnathan Swift, que se encontraba en Londres para supervisar la edición de su más famosa obra, Los viajes de Gulliver. El primer round fue con espadas, «a primera sangre». Tras una maniobra de Sutton, Figg se cortó en el brazo con su propia espada, aunque según las reglas eso no contaba y el combate debía proseguir. Poco más tarde, el maestro de Thame se hacía con la victoria al abrir de un espadazo una herida en el hombro de Sutton. Eso sí que era «primera sangre», por lo que Figg se hacía con el triunfo en este primer capítulo. Tras media hora de descanso, comenzaría el pleito con puños desnudos. Sutton tuvo sus momentos, llegando a lanzar a su rival fuera del ring, donde se encontraba el público. Pero finalmente Figg derribaría a Sutton, y con este en el suelo prosiguió su ataque hasta forzar la sumisión de su oponente. El tercer y definitivo asalto tenía a Figg ya como claro favorito. No había nadie como él en Inglaterra en el manejo del bastón. Poco tardaría el maestro en romperle la rodilla a su rival de un certero golpe. El poeta James Byron nos dejaría en el Spectator una detallada crónica en verso de este histórico duelo. El triunfo incontestable en los tres asaltos fue para Figg, quien se sacó la espina definitivamente y recuperó su indiscutible hegemonía. Sutton regresaría a casa derrotado, con un tajo de espada en el hombro, unos cuantos golpes en el rostro y en el cuerpo, y la rodilla destrozada. ¡La dura vida del prizefighter!

James Figg, reconocido como el primer campeón de Inglaterra.

Figg se retiró definitivamente en 1730 para dedicarse a la enseñanza en su academia y para ejercer de promotor de sus más avezados alumnos. Quizá en esta faceta, su más relevante promoción fue la del que podría considerarse primer duelo internacional, un pleito con marcados tintes de orgullo nacionalista. A la academia de Figg llegó el reto de un gondolero veneciano de considerables dimensiones físicas, quien aseguraba que rompería la mandíbula a cualquiera que se atreviera a enfrentarse a él y que en Italia ya había mandado a muchos al cirujano. Figg eligió para el reto a uno de sus pupilos, Bob Whitaker. El combate levantó una tremenda expectación. Se disputó en su academia, también conocida como The Boarded House, bautizada como el Teatro del Pugilismo. El maestro, sin ser consciente de ello, sentaba así las bases de muchísimas de las promociones boxísticas más exitosas del futuro: enfrentar al bueno contra el malo, al héroe contra el villano, el nuestro contra el enemigo, aderezado con su buena dosis de exaltación patriótica. De esta misma forma, más de dos siglos y medio más tarde, en 1993, logró el avispado promotor Don King meter a 132.000 apasionados mexicanos en el estadio Azteca del Distrito Federal para ver el campeonato mundial del superligero entre su idolatrado Julio César Chávez y el odiado gringo Greg Haugen, récord histórico de asistencia a una velada de boxeo de pago. En nuestro caso, era el año 1733 y Whitaker lograba finalmente derrotar de forma contundente al antipático extranjero ante el regocijo del numeroso público. Un exitazo de taquilla.

Figg, de nuevo maestro de la promoción, aprovechó el momento de júbilo y de exaltación del orgullo inglés para anunciar su próximo combate: «Caballeros, quizá hayan pensado que yo elegí al mejor hombre de Londres para derrotar a este extranjero. Pero si vuelven ustedes el próximo día, les ofreceré un hombre que derrotará a Bob Whitaker con golpes legales en diez minutos». Dicho y hecho. Dos semanas más tardes, el anfiteatro de Figg se volvería a abarrotar para ver como el candidato de Figg, Nat Peartree se deshacía en seis minutos de Whitaker. Las técnicas promocionales de Bob Arum o Don King, pero en el siglo xviii.

La primera campeona, Elizabeth Wilkinson

Las mujeres tampoco eran ajenas a la fiebre por el prizefighting. En 1722, Elizabeth Wilkinson y Hannah Hayfield protagonizarán el primer gran combate femenino. Al menos, el primero registrado en la prensa, ya que parece evidente que al menos Wilkinson hubiera disputado ya varios enfrentamientos anteriormente. Como empezaba a ser costumbre, el combate venía precedido de un reto a través de la prensa. En el London Journal, Wilkinson manifestaba haber tenido unas palabras con Hayfield y le invitaba a subirse al ring y boxear por tres guineas. Deberían mantener en cada uno de sus puños una moneda de media corona. La primera que soltara una de las monedas perdería el combate. La respuesta de Hyland fue inmediata: aceptó el reto y aseguró que daría a su rival más golpes que palabras. La condición de pelear con monedas en las manos, la regla de la media corona, era una forma práctica de evitar el ataque con los dedos a los ojos o arañar durante la contienda. Wilkinson ganó el combate, dirimió sus diferencias con Hyfield y se quedó con las tres guineas. En lo sucesivo se haría llamar «la campeona de Europa» y se convirtió en habitual protagonista de las veladas que organizaba Figg en su anfiteatro. Más tarde contrajo matrimonio con el prestigioso púgil James Stoke, asociado primero y después rival en el ring de James Figg. A partir de entonces la mayoría de sus combates los haría en el anfiteatro que regentaba su marido. Wilkinson se convirtió en la boxeadora más popular de su tiempo y al menos durante seis años hay registro de su actividad combativa en la prensa de la época. Además de por su ferocidad y su destreza en la contienda, gran parte de su popularidad se debía también a su altanería y su locuacidad a la hora de hacer públicos sus retos. Fue una auténtica pionera en utilizar esta fórmula para vender mejor sus combates. Valga de ejemplo su respuesta pública al reto que le lanzó la borriquera de Stoke Ann Field: «Los golpes que le voy a propinar se le van a hacer más difíciles de digerir que cualquier cosa que ella haya dado de comer a sus asnos».

Wilkinson fue la primera, y prácticamente la única, mujer que obtuvo gran notoriedad durante la era bare-knuckle. Aceptó retos tanto de hombres como de mujeres. Incluso, en ocasiones, recibía retos como pareja, en la que ella se enfrentaba a la mujer de la pareja rival y su marido al hombre. A partir de 1728, su nombre desaparecerá, sin conocerse bien ni los motivos de su retirada ni nada sobre su muerte. Todo tan enigmático como su repentina aparición. En realidad, son pocos los datos biográficos que conocemos de esta londinense pionera del boxeo femenino, más que los que se pueden extraer de los retos y respuestas que mantenía con sus rivales a través de los periódicos. Lo que sí resulta evidente es el estatus que alcanzó en esa época. Veremos cómo algunas de sus rivales la mencionarán como «la campeona cockney» y «campeona de Inglaterra». Ella misma se hacía llamar primero «la invencible campeona de la ciudad» y más tarde «la campeona de Europa y América». También se autoproclama en varias ocasiones boxeadora imbatida por lo que podría ser posible que Elizabeth Wilkinson se retirara con todos sus combates ganados.

Legado y sucesión de James Figg

A pesar de que muchos de los combates en su época podrían ser más cercanos a las MMA (artes marciales mixtas) que al boxeo y que muchos de los pleitos incluyeran enfrentamientos con espadas y bastones —destacó más en el manejo de las armas que de sus puños—, James Figg es una figura fundamental en el nacimiento del boxeo como competición. Según Pierce Egan, en su Boxiana de 1882, sus triunfos en el boxeo se debían más a su fuerza y su coraje que a su genio, aunque introdujo en el boxeo algunos conceptos técnicos que procedían de la esgrima. Se le considera primer campeón de Inglaterra, iniciador del boxeo. En líneas generales, se le destaca como el primer gran campeón, entrenador, mánager y promotor de la historia. Instaurará ese concepto, aún vigente, de que el campeón lo es hasta que alguien lo derrota, como si fuera un testigo que se va pasando. El título se tiene y se defiende, no se determina con ligas o torneos. Su academia fue fundamental en la expansión del pugilismo y su modelo se reprodujo por toda Inglaterra. Y, además, como hemos visto, sentó las bases de cómo ha de hacerse una buena promoción boxística. En una sociedad en la que apenas existía la clase media, el prizefighting atrajo por igual a las clases más altas y a las más populares. Muchos aristócratas serían patrocinadores de combates y ya se apuntaba, también gracias a las apuestas, un inicio de la comercialización del deporte. El interés por el boxeo creció de forma espectacular, hasta el punto de que el propio monarca, Jorge I, ordenó construir un ring en Hyde Park en 1723.

Figg, al que se le calculan 270 combates de los que solamente perdió 1 con Sutton, y del que posteriormente se cobraría revancha, se retiró en 1730 para centrarse en la enseñanza y la promoción, sobre todo de sus tres más destacados alumnos: Bob Whitaker, George Taylor y Jack Broughton. El pionero del boxeo y maestro del noble arte de la defensa fallecería poco después de su retirada, el 7 de diciembre de 1734. Tenía 39 años. A la muerte del maestro, será su alumno George Taylor el que se encargue de la academia y de todo el entramado dejado por Figg. Además, Taylor, apodado el Barbero, era un destacado púgil, fuerte, hábil y con gran destreza, que ya había vencido a los más destacados boxeadores de la época, por lo que, con la retirada de Figg, reclamó el título como suyo.

Jack Broughton, padre del boxeo moderno

Jack Broughton será el primer gran innovador y un personaje clave en la evolución y el desarrollo del boxeo. Si bien a James Figg se le otorga, no sin razones, la paternidad del boxeo, tal vez sería más apropiado considerarlo el abuelo pionero y dejar la figura de padre a Broughton, ya que será este el que redacte su primer reglamento, incorpore importantes innovaciones técnicas y lo separe definitivamente de la lucha con armas y la esgrima.

Jack Broughton, campeón de Inglaterra. Fue un auténtico innovador al que podemos considerar como padre del boxeo moderno. A él le debemos también el primer reglamento. Cuadro de John Hamilton Mortimer (1740-1779).

Nacido en 1704 en la pequeña localidad de Baunton, en las afueras de Cirencester, Broughton se escapó de un hogar en el que no era feliz. Tuvo que aprender a buscarse la vida él solito con tan solo 12 años, lo que sin duda debió de desarrollar su astucia e inteligencia. Huérfano de madre, puso pies en polvorosa con su hermana de 10 años, huyendo de un padre y una madrastra alcohólicos. Se marchó a Bristol, donde fue barquero y estibador, ocupaciones a las que pudiera deber su fortaleza y su resistencia. Empezó a curtirse como peleador en Bristol, pero fue en Londres donde realmente le llegarían la fama y el esplendor. En la capital, Broughton siguió forjando su fortaleza física transportando pasajeros en una barcaza a través del Támesis. Incluso llegó a ganar algún torneo de remo. Allí, llamó la atención del maestro James Figg y fue en su academia donde refinó su preparación y su técnica y donde peleó con asiduidad. Ya por 1730, Broughton se enfrentaba y vencía a los más reputados prizefighters londinenses, entre ellos a Tom Pipes, quien había pretendido también hacerse con el título de Figg. Como ya habíamos comentado, George Taylor, además de la gestión de su academia, había heredado de Figg el título de campeón y había derrotado a los más importantes contendientes. Los dos más destacados alumnos de la academia, por lo tanto, estaban predestinados a enfrentarse. El claro triunfo de Broughton en este duelo le dejó como indiscutido campeón de Inglaterra. No solo derrotó a Taylor como púgil, sino que también lo haría como empresario. La victoria ante Taylor y el consecuente reconocimiento como campeón aumentaron el prestigio de Broughton. Con el mecenazgo del duque de Cumberland, hijo pequeño del rey Jorge II, abrió su propia escuela y anfiteatro en Hanway Road, cerca de Oxford Street, que se impondría comercialmente a la de Taylor y se convertiría en la escuela pugilística más prestigiosa del país.

En una de sus defensas del campeonato, Broughton se enfrentaría a un cochero de Yorkshire, de nombre George Stevenson. Según el Capitán Godfrey, principal cronista de la época, el combate duró 35 minutos y fue brutal. El triunfo fue para el campeón Broughton. Muchos textos dan por hecho que Stevenson fallecería días más tarde a consecuencia del combate. Y que fue precisamente eso lo que movió a Broughton a redactar el primer reglamento de boxeo de la historia con el fin de «humanizar» el prizefighting e intentar minimizar los accidentes. Esta ha sido la versión más extendida y dada por cierta durante muchísimos años. No obstante, recientemente ha sido puesta en duda basándose en dos hechos importantes. Ninguno de los tres principales libros sobre boxeo de la época, el Treatise de Captain Godfrey, Boxiana de Pierce Egan y Pugilistica de Henry Downes Miles, hacen referencia alguna a la muerte de Stevenson. Además, hay al menos dos menciones posteriores de un George Stevenson en la prensa de la época, una en un combate y otra en el entierro del destacado pugilista John James en 1748, en el que se reporta que Stevenson, junto a Broughton y otros destacados prizefighters, fueron los que llevaron el féretro a hombros. En cualquiera de los casos, Broughton entendió que el prizefighting tenía que regularse. En 1743 redactó el primer reglamento, consistente en siete puntos, que colgó a la entrada de su academia de Hanway Road. La fama, prestigio y autoridad moral de Broughton como campeón hicieron que su reglamento se extendiera rápidamente por toda Inglaterra y que se convirtiera en el universalmente aceptado durante casi un siglo, hasta 1838 con la aparición de las normas del London Prize Ring. Las reglas de Broughton, en esencia, prohibían el golpeo a un rival caído o de rodillas y el ataque por debajo de la cintura. Los asaltos acababan cuando un boxeador era derribado. Entonces se dispondría de treinta segundos para recuperarse y regresar a la línea de comienzo, scratch, para reanudar la contienda. En caso de no hacerlo antes de esos treinta segundos, se perdería el combate. Dos árbitros, llamados umpires, se encargarán de la observancia de estas normas durante un combate. Y en caso de desacuerdo, ellos mismos elegirían un tercero cuya decisión sería definitiva. En lo económico, que al fin y al cabo era el auténtico motor de estas competiciones, el vencedor del combate se quedaría con dos tercios de la bolsa en juego. Y por supuesto, se combatía con los puños desnudos y sin categorías de peso.

Las reglas de Broughton, de 1743, primer reglamento de boxeo. Estuvieron en vigor durante cerca de cien años.

Broughton permaneció como campeón hasta 1750, año en el que se enfrentó a Jack Slack, carnicero de Norwich, que decía ser nieto del gran James Figg. Tenía ya 46 años y posiblemente se confiara ante un rival al que no consideraba gran cosa puesto que venía de una derrota ante George Taylor, el mismo boxeador al que Broughton había vencido con relativa facilidad. Slack no tenía ni de lejos la clase de Broughton pero era más joven y venía con hambre. Si bien el pleito empezó dominado por la mejor técnica de Broughton, un ataque desesperado del carnicero de Norwich llegó de lleno entre los ojos del campeón, cerrándoselos casi al instante. Broughton, a partir de ese momento, combatió a ciegas, buscando la corta distancia donde pudiera palpar a su rival. El duque de Cumberland, hijo del rey y patrón de Broughton, espetó al campeón: «¿Qué haces, Broughton? No puedes pelear. Estás vencido». Pero el bravo veterano le respondió: «No puedo ver a mi hombre, su Alteza. Estoy cegado, pero no vencido. Solamente colocadme enfrente de mi rival y todavía no habrá ganado». Fueron heroicas estas últimas palabras de Broughton como campeón, pero el combate estaba sentenciado. Al poco tiempo, Slack se hacía con la victoria y se proclamaba campeón de Inglaterra. Broughton no volvió a pelear, aunque su fama y su prestigio se mantuvieron intactos. El combate, además, tendría unas consecuencias funestas para el boxeo. El duque perdió 10.000 libras, toda una fortuna, al apostar por el campeón, que era favorito 10 a 1. Por lo visto, arrogante y mal perdedor, el hijo del rey Jorge clamó a los cuatro vientos que había sido engañado y que el campeón había entregado el combate. No solo dejó sin respaldo económico a Broughton, sino que ejerció su poder para que le cerraran la academia. No satisfecho con esto, forzó al Parlamento a promulgar una ley que prohibiera el prizefighting, esa actividad competitiva que durante tantos años él mismo patrocinó. La rabieta del duque no acabó con los combates de boxeo, pero obligó a que se celebraran en lugares más remotos, alejados de la capital y con menor repercusión pública. Esta circunstancia, añadida a que los siguientes campeones fueron figuras mucho menos relevantes que sus antecesores, provocó un descenso de popularidad y el comienzo de una época gris.

Tras su retiro y el obligado cierre de su academia, Broughton se dedicó al comercio de antigüedades y fue miembro honorario de los Yeoman of the Guard, cuerpo de seguridad del monarca británico. Falleció rico a los 85 años y fue enterrado, con todos los honores, en la abadía de Westminster. Su legado fue tremendo, no solo por ser el impulsor de las primeras reglas. Desde el punto de vista técnico, fue un gran innovador que en su escuela enseñaba paradas y defensas y aplicaba una metodología novedosa que incluía elementos como milling in retreat o «golpeo de contra en retroceso». Aunque todavía permanecían muchos elementos de lucha en el prizefighting, Broughton hizo hincapié en las técnicas de golpeo y sus correspondientes defensas. Además, fue el impulsor del uso de mufflers, precursores de los guantes de boxeo, utilizados para entrenamientos y exhibiciones. Como explicó en un anuncio en el Daily Advertiser en 1747, a todos aquellos que quieran iniciarse en su academia en el misterio del boxeo, en la teoría y práctica de ese arte verdaderamente británico, «les serán proporcionados unos muffles que de forma efectiva les librarán de los inconvenientes de ojos morados, mandíbulas rotas y narices sangrantes». Demostrado queda que uno de los principales objetivos de la utilización de los mufflers era la de prevenir el daño de sus patronos aristócratas y no ahuyentar a la clientela más selecta. Por muy campeón que uno sea, jamás ha de olvidarse del aspecto comercial. Hasta en esto fue pionero.

Tras la retirada de Broughton, la ilegalización del prizefighting le arrastró a desarrollarse en escenarios alejados y ocultos. Aunque parte de la nobleza siguió patrocinando estos combates, a menudo se producían altercados fuera del ring y hasta amaños para alterar las apuestas, con lo que la popularidad y el prestigio del boxeo tocaron fondo. La corona pasaba de un campeón a otro sin tiempo para que dejaran una verdadera impronta en la historia de este deporte. De esta época, tal vez lo más reseñable fue la aparición de Peter Corcoran, primer irlandés en hacerse con el título. Fuerte y duro, pero escaso de técnica, Corcoran mantuvo la corona de 1771 a 1776, aunque su reinado estuvo marcado por enfrentamientos con rivales muy limitados y, en otros casos, por combates de desarrollo y resultados muy sospechosos.

El ascenso de Tom Johnson como campeón en 1783 supuso una recuperación de la honorabilidad. Mantuvo la corona con valentía y dignidad hasta 1791 y el gran público recuperó la confianza en el boxeo. Pero serán Richard Humphries, Daniel Mendoza y John Jackson los que en los siguientes años llevarán al noble arte a su época dorada.