Corpus Hermeticum

LIBELO I

El Poimandres [de Hermes Trismegisto]

SUCEDIÓ UNA VEZ, en que había empezado a pensar sobre las cosas existentes, y mis pensamientos habían surcado las alturas, mientras mis sentidos corporales habían sido puestos en restricción por el sueño, empero no un sueño como el de los hombres abrumados por la abundancia de comida o el cansancio corporal, en que pienso que vino a verme un Ser de vasta e ilimitada magnitud, que me llamó por mi nombre, y me dijo:

«¿Qué deseas escuchar y ver, aprender y llegar a conocer por el pensamiento?». «¿Quién eres tú», dije yo. «Yo», dijo él, «soy Poimandres, la Mente del Soberano». «Estaría gustoso de aprender», dije yo, «las cosas que son, y entender su naturaleza, y obtener el conocimiento de Dios. Estas, dije yo, son las cosas de las que deseo oír hablar». Él me respondió: «Sé lo que deseas, pues en verdad estoy contigo en todas partes; ten en mente todo lo que deseas aprender, y yo te enseñaré».

Cuando hubo así hablado, de inmediato todas las cosas cambiaron de aspecto ante mí, y fueron abiertas en un momento. Y contemplé una vista sin límites; todo fue cambiado en luz, una luz dulce y gozosa; y me maravillé al verla. Y al poco, vino a haber en una parte una oscuridad que iba descendiendo, terrible y formidable. Y más tarde vi la oscuridad cambiándose en una sustancia acuosa, que fue agitada de modo indecible, y exhaló humo como el fuego; y la oí producir un indescriptible sonido de lamentos; pues de ella se emitía un llanto inarticulado. Pero de la Luz provino una Palabra sagrada, que se impuso sobre la sustancia acuosa; y pensé que esta palabra era la voz de la Luz.

Y Poimandres habló para que yo lo escuchara, y me dijo: «¿Entiendes el significado de lo que has visto?». «Cuéntame su significado», le dije, «y sabré». «Esa luz», dijo él, «soy yo mismo, la Mente, el primer Dios, que fue antes que la sustancia acuosa que apareció de la oscuridad; y la Palabra que surgió de la Luz es hija de Dios». «¿Cómo es eso?», dije yo. «Aprende lo que quiero decir», dijo él, «mirando lo que tú mismo tienes en ti; pues también en ti, la palabra es hija, y la mente es padre de la palabra. No están separados uno del otro; pues la vida es la unión de palabra y mente». Dije yo: «Te doy las gracias por esto».

«Fija ahora tu pensamiento en la Luz», dijo él, «y aprende a conocerla». Y cuando hubo así hablado, me miró fijamente por largo tiempo, de ojo a ojo, de modo que temblé ante su aspecto. Y cuando alcé de nuevo mi cabeza, vi en mi mente que la Luz consistía en innumerables Poderes, y había llegado a ser un mundo ordenado, pero un mundo sin límites. Esto lo percibí en pensamiento, viéndolo en razón de la palabra que Poimandres me había hablado. Y estando yo asombrado, habló él de nuevo, y me dijo: «Has visto en tu mente la forma arquetípica, que es anterior al comienzo de las cosas, e ilimitada». Así me habló Poimandres.

«Pero dime», dije yo, «¿de dónde vinieron a la existencia los elementos de la naturaleza?». El respondió: «Surgieron del Propósito de Dios, que contempló ese bello mundo y lo copió. La sustancia acuosa, habiendo recibido la Palabra, recibió la forma de un mundo ordenado, siendo separados de ella los elementos; y de los elementos surgieron las manadas de seres vivos. El fuego sin mezcla saltó de la sustancia acuosa, y se alzó a lo alto; el fuego era leve y agudo, y activo. Y luego el aire también, siendo ligero, siguió al fuego, y ascendió hasta alcanzar al fuego, separándose del agua y de la tierra; de modo que parecía que el aire estaba suspendido del fuego. Y el fuego estaba rodeado por un grandioso poder, y fue retenido, y se mantuvo firme. Pero la tierra y el agua permanecieron en su propio lugar, entremezcladas, de modo que no se separaran; pero fueron puestas en movimiento, en razón de la Palabra neumática que se movía sobre la faz de las aguas.

»Y la primera Mente, esa Mente que es Vida y Luz, siendo bisexual, dio nacimiento a otra Mente, una Hacedora de Cosas; y esta segunda mente hizo de fuego y agua siete Administradores, que rodean con sus órbitas el mundo percibido por los sentidos; y su administración se llama Destino.

»E inmediatamente la Palabra de Dios saltó hacia arriba, desde los elementos de la naturaleza de tendencia descendente hasta el cuerpo puro que había sido hecho, y se unió con la Mente, la Hacedora; pues la Palabra era consustancial a la Mente. Y los elementos de la naturaleza de tendencia descendente fueron dejados desprovistos de razón, de modo que fueran mera materia.

»Y la Mente, la Hacedora, operó conjuntamente con la Palabra, y rodeando las órbitas de los Administradores, y girando alrededor con un movimiento impetuoso, impuso un movimiento en círculo a los cuerpos que había hecho, y les hizo dar vueltas, viajando desde un punto de partida no fijo hasta una meta no determinada; pues su revolución se inicia donde acaba.

»Y la Naturaleza, tal como la Mente, la Hacedora, quiso, produjo a partir de los elementos de tendencia descendente animales carentes de razón; pues ella ya no tenía consigo a la Palabra. El aire produjo pájaros, y el agua peces. Tierra y agua para entonces se habían separado una de la otra, y la tierra produjo criaturas de cuatro patas y cosas que se arrastran, bestias salvajes y dóciles.

»Pero la Mente, el Padre de todo, que es Vida y Luz, dio nacimiento al Hombre, un Ser semejante a Sí Mismo, y se deleitó en el Hombre, como Su propio retoño; pues el Hombre era agradable de ver, al portar la semejanza de su Padre. Con buen motivo se deleitó Dios en el Hombre; pues era en la propia forma de Dios en lo que Dios se deleitó. Y Dios entregó al Hombre todas las cosas que habían sido hechas.

»Y el Hombre tomó sitio en la estera del Hacedor, y observó las cosas hechas por su hermano, que había sido establecido sobre la región del fuego; y habiendo observado la creación del Hacedor en la región del fuego, quiso también hacer cosas por su cuenta; y su Padre dióle permiso, al tener en sí mismo todo el operar de los Administradores; y los Administradores hallaron deleite en él, y cada uno de ellos le dio una porción de su propia naturaleza.

»Y habiendo aprendido a conocer el ser de los Administradores, y recibido una porción de su naturaleza, quiso atravesar el círculo de sus órbitas; y miró hacia abajo a través de la estructura de los cielos, habiendo atravesado la esfera y mostrado a la Naturaleza de tendencia descendente la bella forma de Dios. Y la Naturaleza, viendo la belleza de la forma de Dios, sonrió con un amor insaciable hacia el Hombre, mostrando en el agua el reflejo de esa forma, la más bella, y en la tierra su sombra. Y él, viendo esta forma, una forma semejante a la suya, en tierra y agua, la amó, y quiso morar en ella. Y el acto siguió inmediatamente al designio; y tomó su morada en la materia desprovista de razón. Y la Naturaleza, cuando hubo obtenido a aquel de quien estaba enamorado, lo envolvió en su abrazo, y se mezclaron en uno solo; pues estaban enamorados el uno del otro.

»Por esta razón es por lo que el hombre, a diferencia de todas las demás criaturas vivientes sobre la tierra, es de naturaleza dual. Es mortal en razón de su cuerpo; es inmortal en razón del Hombre de sustancia eterna. Es inmortal, y tiene todas las cosas en su poder; sin embargo, sufre la suerte de un mortal, estando sometido al Destino. Está exaltado por encima de la estructura de los cielos; sin embargo, ha nacido esclavo del Destino. Es bisexual, como su Padre es bisexual, y carente de sueño, como su Padre es carente de sueño; sin embargo, es dominado por los deseos carnales y por el olvido».

Después yo dije: «Cuéntame el resto, ¡Oh, Mente! pues yo también estoy dominado por el deseo de escuchar tu enseñanza». Y Poimandres dijo: «Este es el secreto que ha sido mantenido oculto hasta este día. La Naturaleza, mezclada en matrimonio con el Hombre, produjo una maravilla de las maravillas. Por cuanto el Hombre había obtenido de la estructura de los cielos el carácter de los siete Administradores, que fueron hechos, como te dije, de fuego y aire, la Naturaleza no se demoró, sino que de inmediato dio nacimiento a siete Hombres, según los caracteres de los siete Administradores; y estos siete Hombres eran bisexuales». Y a ello dije yo: «Ahora en verdad, Poimandres, mi deseo es fuerte, y anhelo oír; no te hagas a un lado». «Calla», ordenó Poimandres; «aún no acabé de explicar esta primera cosa». «Ve que estoy callado», respondí yo. «Estos siete Hombres, pues», dijo él, «fueron generados de esta manera. La Naturaleza produjo sus cuerpos; la tierra fue el elemento femenino, y el agua el elemento masculino; y del éter recibieron su espíritu vital. Pero su parte incorpórea fue hecha según la forma del Hombre; y el Hombre en ella cambió de la Vida y la Luz al alma y la mente, alma a partir de la Vida, y mente a partir de la Luz. Y todas las cosas permanecieron así hasta el final de un periodo.

»Y ahora te diré aquello que has estado anhelando escuchar. Completado el periodo, el lazo por el que todas las cosas estaban unidas fue resuelto, por designio de Dios; todas las criaturas vivientes, habiendo sido hasta entonces bisexuales, fueron partidas en dos, y el hombre como los demás; y es así como vinieron a haber machos de una parte, e igualmente hembras de la otra. Y entonces Dios habló de este modo en sagrado platicar: “Aumentad y multiplicaos abundantemente, todos quienes habéis sido creados y hechos. Y que el hombre, que tiene en sí la mente, reconozca que es inmortal, y que la causa de la muerte es el deseo carnal. Y aquel que se ha reconocido a sí mismo entra en lo Bueno”. Y habiendo Dios hablado de esta manera, su Providencia, por medio del Destino y de la estructura de los cielos, produjo las uniones del macho y de la hembra, y puso en marcha los nacimientos; y todas las criaturas se multiplicaron conforme a su especie. Y aquel que se ha reconocido a sí mismo ha entrado en ese Bien que está por encima de todo ser; pero aquel que, siendo descarriado por el deseo carnal, ha puesto sus afectos sobre el cuerpo, continúa vagando en las tinieblas del mundo de los sentidos, sufriendo la suerte de la muerte».

«Pero», dije yo, «¿qué gran pecado cometen quienes se hallan en la ignorancia, que deben ser privados de la inmortalidad?». «¡Oh, hombre!», respondió él, «parece que no has atendido a lo que has escuchado. ¿No te conminé a que tomaras cuenta de mis palabras?». «Así lo hago», admití yo, «y guardo en la memoria lo que me has dicho, y más aún, te estoy agradecido por ello». «Si has tomado cuenta de mis palabras, pues», añadió él, «dime por qué quienes se hallan en la ignorancia merecen la muerte». Yo le respondí: «Es porque la fuente de la que ha surgido el cuerpo material es esa formidable oscuridad, de la que provino la sustancia acuosa de la que se halla compuesto el cuerpo (y por consiguiente, quienes han establecido sus afectos en el cuerpo son mantenidos cautivos de manera merecida) en el mundo sensible, del que se extrae la pócima de la muerte». «¡Oh, hombre!», dijo él, «has entendido correctamente. Pero ¿por qué aquel que se ha reconocido a sí mismo entra en el Bien, como se dijo en la plática de Dios?». Respondí: «Porque el Padre de todo consiste en Luz y Vida, y es de el que ha brotado el Hombre». «Así es», dijo él. «Si, por lo tanto, estando hecho de Vida y Luz, aprendes a saber que estás hecho de ellas, volverás a la Vida y la Luz». Así habló Poimandres.

«Pero dime también esto», dije yo. «Dios dijo “Que el hombre, que tiene en sí la mente, se reconozca a sí mismo”; ¿acaso no todos los hombres tienen mente?». «¡Oh, hombre!», díjome la Mente, «no hables de ese modo. Yo, la Mente misma, me allego a los hombres que son santos, buenos, puros y misericordiosos; y mi venida es un socorro para ellos, y en lo sucesivo reconocen todas las cosas, y logran la gracia del Padre por una adoración amorosa, y le dan gracias, alabándole y entonando himnos por él con corazones elevados hacia él en filial afecto. Y antes de entregar el cuerpo a la muerte que le es propia, abominan los sentidos corporales, sabiendo en qué forma operan los sentidos. No, yo mismo, la Mente misma, no padeceré que tenga efecto el operar del cuerpo por el que se ven asaltados; guardaré las puertas, e impediré la entrada del operar bajo y vil de los sentidos, arrebatando de ellos todo pensamiento. Pero de los hombres necios, malvados, perversos, envidiosos, codiciosos, criminales e impíos, me mantengo alejado, dejando mi lugar al daimón depurador. Y él hace caer sobre un hombre así el fiero calor del fuego, y lo tortura, agitándolo en el tumulto de los sentidos; y equipa al hombre más plenamente para sus actos ilegales, de modo que pueda incurrir en el mayor castigo. Y ese hombre no cesa de esforzarse a ciegas; da vía libre a apetitos carentes de límite, siendo insaciable su deseo; y así, por su propia acción, vuelve el fuego aún más caliente para su tormento».

«Muy bien me has enseñado todo. ¡Oh, Mente!», dije yo, «tal como lo deseaba. Pero cuéntame también cómo ascienden los hombres; cuéntame cómo entraré en la Vida». Poimandres respondió: «A la disolución de tu cuerpo material, primero entregas el cuerpo mismo para ser cambiado, y la forma visible que portas no es ya visible. Y tu espíritu vital lo entregas a la atmósfera, de modo que ya no opera en ti; y los sentidos corporales retornan a sus propias fuentes, volviéndose partes del universo, y entrando en nuevas combinaciones para hacer otros trabajos. Y después el hombre asciende a través de la estructura de los cielos. Y a la primera zona del cielo abandona la fuerza que obra el incremento, y la que obra el decremento; a la segunda zona, las maquinaciones de la astucia maligna; a la tercera zona, la lascivia por la que son engañados los hombres; a la cuarta zona, la arrogancia dominante; a la quinta zona, la osadía impía y la audacia temeraria; a la sexta zona, la búsqueda malvada de las riquezas, y a la séptima zona, la falsedad que aguarda a hacer daño. Y entonces, habiendo sido privado de todo lo que fue obrado sobre él por la estructura de los cielos, asciende a la sustancia de la octava esfera, poseyendo ahora su propio poder; y canta, junto con quienes ahí moran, entonando himnos al Padre; y quienes ahí se encuentran se regocijan con él a su llegada. Y habiendo sido hecho semejante a aquellos con quienes mora, escucha a los Poderes, que se hallan por encima de la sustancia de la octava esfera, cantando alabanzas a Dios con una voz que es única de ellos. Y posteriormente, cada uno en su momento, ascienden al Padre; se entregan a los Poderes, y deviniendo en Poderes ellos mismos, entran en Dios. Esto es el Bien; esto es la consumación, para quienes han obtenido la gnosis.

»Y, bueno, ¿por qué te demoras? Visto que lo has recibido todo, ¿por qué no te conviertes en guía para quienes son dignos de la dádiva, de modo que la humanidad pueda ser salvada por Dios a través tuyo?». Y cuando Poimandres me hubo hablado de esa manera, se mezcló con los Poderes.

E inscribí en mi memoria la merced de Poimandres; y me hallé enormemente contento, pues estaba plenamente saciado con aquello que anhelaba. Mi sueño corporal se había convertido en una sobria vigilia del alma; y el cierre de mis ojos, en una verdadera visión; y mi silencio, preñado de bien; y mi esterilidad de habla, en un manantial de (pensamientos sagrados). Y esto me sucedió a mí, que recibí de Poimandres, esto es, de la Mente de la Majestad, la enseñanza de (la verdad); por lo que, habiéndome vuelto inspirado por Dios, alcancé la morada de la Verdad.

Por consiguiente, con toda mi alma y con toda mi fuerza, di alabanzas a Dios el Padre, diciendo:

«Santo es Dios, Padre de todo, que es anterior al principio; santo es Dios, cuyo propósito es llevado a cabo por sus diversos Poderes; santo es Dios, que quiere ser conocido, y es conocido por los suyos.

»Santo eres Tú, que por tu palabra has construido todo lo que existe; santo eres Tú, cuya brillante naturaleza no se ha ensombrecido; santo eres Tú, de quien toda la naturaleza es una imagen.

»Santo eres Tú, que eres más fuerte que toda dominación; santo eres Tú, que eres más grande que toda preeminencia; santo eres Tú, que sobrepasas toda alabanza.

»Acepta ofrendas puras del habla de un alma y un corazón elevados hacia ti, Tú, que ninguna palabra puede expresar, de quien ninguna lengua puede hablar, a quien solo el silencio puede declarar.

»Ruego que nunca pueda apartarme de ese conocimiento de ti que simpatiza con nuestro ser; concédeme esta oración mía. Y pon poder en mí, de manera que, habiendo obtenido esta dádiva, pueda iluminar a aquellos de mi raza que se hallan en la ignorancia, mis hermanos y tus hijos.

»Por lo cual, creo y porto testimonio de que entro en la Vida y la Luz. Bendito eres Tú, Padre; tu Hombre busca compartir tu santidad, pues tú le has dado toda autoridad». Y cuando hube dado gracias y alabanzas al Padre de todo, fui enviado por él, habiéndoseme dado poder, y habiéndoseme enseñado la naturaleza de todo lo que existe, y contemplado la visión suprema. Y comencé a predicar a los hombres la belleza de la piedad y del conocimiento de Dios, diciendo: «Atended, hermanos míos, hombres nacidos de la tierra, que os habéis entregado al emborrachamiento y permanecéis dormidos en vuestra ignorancia de Dios; despertad a la sobriedad, cesad de empaparos de fuertes bebidas y de arrullaros en un sueño carente de razón». Y entonces ellos escucharon, se reunieron alrededor de mí en común acuerdo. Y yo dije: «¡Oh, hombres!, ¿por qué os habéis rendido a la muerte, cuando os ha sido concedido el poder de participar de la inmortalidad? Arrepentíos, vosotros que habéis caminado en el Error, y que os habéis unido a la compañía de la Ignorancia; liberaos de la oscuridad, y asid la Luz; participad de la inmortalidad, abandonando la corrupción». Y algunos de ellos mofáronse de mis palabras, y se distanciaron; pues se habían rendido al sendero de la muerte. Pero otros me buscaron para ser enseñados, y se arrojaron a mis pies. Y yo les pedí que se irguieran; y me convertí en guía para la humanidad, enseñándoles la doctrina, de cómo y en qué manera podrían ser salvados. Y sembré en ellos las enseñanzas de la sabiduría; y lo que sembré fue regado por el agua de la vida inmortal. Y llegado el atardecer, cuando la luz del sol comenzaba a descender, les pedí que al unísono dieran gracias a Dios. Y cuando ellos hubieron realizado su acción de gracias, cada uno de ellos se retiró a su propio lecho.

LIBELO II

Un discurso de Hermes Trismegisto a Asclepio

Hermes. ¿No es acaso verdad de todo lo que es movido, Asclepio, que es movido en algo, y movido por algo? Asclepio. Sin duda. Hermes. Y ¿no es aquello en lo que la cosa es movida necesariamente mayor que la cosa movida? Ascl. Sí. Hermes. Y aquello en lo que la cosa es movida debe ser de naturaleza opuesta a la cosa movida. Ascl. Ciertamente debe serlo.

Hermes. Pues bien, este Cosmos es grande; no hay cuerpo más grande que el Cosmos. Ascl. De acuerdo. Hermes. Y es voluminoso; pues está lleno de muchos otros grandes cuerpos, o más bien, de todos los cuerpos que existen. Ascl. Así es. Hermes. Y el Cosmos es un cuerpo, ¿no es así? Ascl. Sí. Hermes. ¿Y una cosa que es movida? Ascl. Con seguridad. Hermes. ¿De qué magnitud, pues, debe ser el espacio en el que el Cosmos es movido? ¿Y de qué naturaleza? ¿No habrá de ser ese espacio mucho más grande, de modo que pueda ser capaz de contener el movimiento continuo del Cosmos, y que la cosa movida no pueda verse obstaculizada por falta de sitio, y deje de moverse? Ascl. Grande en verdad debe ser tal espacio, Trismegisto. Hermes. ¿Y de qué naturaleza debe ser, Asclepio? ¿No deberá acaso ser de naturaleza opuesta al Cosmos? Y de naturaleza opuesta al cuerpo es lo incorpóreo. Ascl. De acuerdo. Hermes. Ese espacio, pues, es incorpóreo.

Ahora bien, lo que es incorpóreo, o bien es algo que pertenece a Dios, o bien es Dios mismo. (Por «una cosa que pertenece a Dios» quiero decir, no una cosa que viene a la existencia, sino una cosa sin comienzo). Si, por tanto, la cosa incorpórea es algo que pertenece a Dios, es de la naturaleza de la sustancia eterna; pero si es Dios mismo, debe ser distinto de la sustancia. El espacio es un objeto del pensamiento, pero no en el mismo sentido en que lo es Dios; pues Dios es un objeto del pensamiento ante todo para sí mismo, pero el Espacio es un objeto del pensamiento para nosotros, no para sí mismo. Aquello que es un objeto del pensamiento lo es para aquel que lo contempla en el pensamiento; el Espacio, por consiguiente, es un objeto del pensamiento, no para sí mismo (pues no es contemplado por sí mismo), sino para nosotros. Y si el Espacio es un objeto del pensamiento, no como lo es Dios, sino como el operar de un poder por el cual las cosas son contenidas, entonces el Espacio no es lo mismo que Dios.

Más aún, todo lo movido es movido, no en algo que es en sí mismo movido, sino en algo que permanece firme. Y quien mueve también permanece firme; es imposible que aquello que mueve una cosa sea movido junto con la cosa que mueve.

Ascl. ¿Cómo, entonces, Trismegisto, las cosas que en nuestro mundo mueven otras cosas, son movidas junto con las cosas que mueven? Pues te he oído decir que las esferas planetarias son movidas por la esfera de las estrellas fijas; y sin duda que esa esfera es ella misma movida. Hermes. En ese ejemplo, Asclepio, ambas cosas no son movidas conjuntamente. Sus movimientos son opuestos; pues la esfera de las estrellas fijas no es movida del mismo modo que las esferas de los planetas, sino en dirección contraria. Y la oposición de ambos movimientos mantiene estacionario el fulcro; pues el movimiento es sujetado por la resistencia. Las esferas planetarias son así movidas en dirección opuesta a la esfera de las estrellas fijas. No puede ser de otro modo. Mira (la Osa Mayor y la Osa Menor). Como puedes ver, no salen ni se ponen. ¿Qué crees? ¿Son movidas, o se mantienen firmes? Ascl. Son movidas, Trismegisto. Hermes. ¿Y de qué tipo es su movimiento? Ascl. Es un movimiento que circula alrededor de un punto. Hermes. Sí, y su revolución alrededor de un punto es un movimiento que se permanece firme por la inmovilidad. Pues la revolución alrededor de un punto impide marcharse de la órbita, y el impedimento a marcharse de la órbita da como resultado la revolución alrededor de un punto. Y de esta forma el movimiento en direcciones contrarias es firme y estable, manteniéndose estacionario por su contrariedad. Te daré un ejemplo que puedas ver por tus propios ojos. Cojamos un animal de la Tierra; observa a un hombre nadando. El agua fluye; pero la resistencia hecha por las manos y los pies del nadador lo mantienen estacionario, de modo que no es arrastrado por la corriente. Ascl. Ese ejemplo aclara la cuestión, Trismegisto.

Todo movimiento tiene lugar, pues, dentro de algo que se mantiene firme, y es causado por algo que se mantiene firme.

El movimiento del Cosmos, por tanto, y el de todo ser viviente material, es causado, no por cosas externas al cuerpo, sino por cosas dentro de él, que operan hacia el exterior desde el interior; es decir, sea por el alma o por alguna otra cosa incorpórea. Pues el cuerpo que contiene un alma no es movido por un cuerpo; en verdad, el cuerpo no puede mover al cuerpo en absoluto, incluso si el cuerpo movido careciese de alma. Ascl. ¿Qué quieres decir, Trismegisto? Cuando leños y piedras, y todas las otras cosas sin alma son movidas, ¿no son acaso movidos por cuerpos? Hermes. Ciertamente que no, Asclepio. Aquello que se halla dentro del cuerpo, y que mueve a la cosa carente de alma, no es un cuerpo; y es eso lo que mueve tanto al cuerpo de quien porta una cosa, como al cuerpo de la cosa portada; pues una cosa carente de alma no puede por sí misma mover nada. Es así como ves al alma agobiada por el peso de su carga, cuando porta dos cuerpos a la vez.

Te acabo de explicar qué es aquello por lo que son movidas las cosas, así como aquello en lo que las cosas son movidas.

Ascl. Pero, sin duda, Trismegisto, que es en el vacío donde son movidas las cosas. Hermes. No deberías decir eso, Asclepio. Nada de lo que existe es vacío; solo aquello que no existe es vacío. Aquello que existe nunca puede venir a ser vacío (es algo implícito al significado mismo de la palabra «existencia»); y aquello que es no podría ser una cosa que es, si no estuviera lleno de algo existente. Ascl. Pero ¿qué dirías, Trismegisto, de una jarra o de un recipiente vacíos, o de un agujero, y cosas semejantes? ¿No son vacías dichas cosas? Hermes. ¡Hasta qué punto te hallas en el error, Asclepio! ¿Supones que estas cosas están vacías? La verdad es, más bien, que se hallan completamente llenas. Ascl. ¿Qué quieres decir, Trismegisto? Hermes. ¿No es el aire un cuerpo? Ascl. Sí. Hermes. ¿Y acaso ese cuerpo no permea todas las cosas que existen, llenándolas al permearlas? ¿Y no están acaso compuestos los cuerpos de una mezcla de los cuatro elementos? Todas las cosas que llamas vacías están, por tanto, llenas de aire; y si están llenas de aire, están llenas de los cuatro elementos. Somos así llevados a una conclusión opuesta a lo que dijiste; debemos decir que todas esas cosas que llamas llenas están vacías de aire, pues la presencia en ellas de otros cuerpos no deja espacio sin ocupar, de modo que carecen de lugar para admitir el aire. De aquí que las cosas que llamas vacías deberían llamarse huecas, no vacías; pues están llenas de algo que existe. Ascl. No te contradigo, Trismegisto.

Hermes. Ahora bien, ¿qué es lo que dijimos de ese Espacio en el que es movido el universo? Dijimos, Asclepio, que es incorpóreo. Ascl. ¿Qué es, pues, esa cosa incorpórea? Hermes. Es Mente, que se autocircunda por entero y plenamente, libre del movimiento errático de las cosas corpóreas; es imperturbable, intangible, firmemente fija en sí misma, continente de todas las cosas, y mantenedora en existencia de todas las cosas que son; y es la luz por la que es iluminada el alma.

Ascl. Dime, pues, ¿qué es el Bien? Hermes. El Bien es la Luz arquetípica; y Mente y Verdad son, por así decirlo, rayos emitidos por esa Luz.

Ascl. ¿Qué, pues, es Dios? Hermes. Dios es Aquel que ni es Mente ni Verdad, sino la causa a la cual Mente y Verdad, y todas las cosas, y cada cosa que es, deben su existencia. Nada es dejado de lado, excepto aquello que no es. Y todas las cosas que vienen a la existencia provienen de cosas que son, no de cosas que no son. Pues no es de la naturaleza de las cosas que no son, que puedan venir a ser algo. Y no es de la naturaleza de las cosas que son, que puedan alguna vez cesar de ser. Dios, por lo tanto, no es la Mente, sino la causa a la cual debe la Mente su ser.

Y así, en nuestra adoración de Dios, deberíamos llamarle por estos dos nombres; le pertenecen a él solo, y a nadie aparte de él. Ninguno de los otros seres llamados «dioses», ni hombre ni espíritu alguno, pueden ser buenos en grado alguno. Solo Dios es bueno; todas las otras cosas son incapaces de contener el Bien. Ni cuerpo ni alma tienen en ellos sitio suficiente para contener el Bien; pues tal es la grandeza del Bien, que es coextensivo con la existencia de todas las cosas que son, cosas corpóreas y cosas incorpóreas, tanto objetos de los sentidos como objetos del pensamiento. Y Dios es el Bien, y nada sino el Bien. No llames bueno, pues, a nada más, a nada sino a Dios; sería impío. Y nunca llames a Dios cosa alguna salvo el Bien; también aquello sería impío. Todos los hombres hablan del bien, pero algunos no entienden lo que es el Bien; y de ahí que algunos no entiendan lo que es Dios. Y en su ignorancia llaman buenos a los dioses, y llaman buenos a ciertos hombres, cuando en verdad dioses y hombres nunca pueden ser buenos, y no es posible que devengan buenos.

Pues el Bien es por completo ajeno a dioses y hombres; mas es inseparable de Dios, pues es Dios mismo. Todos los otros dioses son llamados buenos meramente porque los hombres han buscado honrarlos otorgándoles un título que pertenece a Dios; pero Dios es llamado el Bien, no como modo de honrarlo, sino porque tal es su naturaleza; pues la naturaleza de Dios es una y la misma con la naturaleza del Bien. Dios, pues, es el Bien, y el Bien es Dios.

Y el otro nombre de Dios es «Padre». Es llamado Padre por ser el hacedor o progenitor de todas las cosas; pues es a un padre a quien le corresponde generar. Y por este motivo el engendramiento de niños es tenido por quienes piensan correctamente como el asunto más grave de la vida humana, y el más piadoso de los actos. Que un hombre parta de la vida sin dejar un hijo detrás es un gran infortunio, y un gran pecado; es una cosa maldita a los ojos del Sol. Alguien así es castigado por los espíritus tras su muerte; y su castigo es este: que el alma del hombre que no tiene descendencia es condenada a entrar en un cuerpo que no es ni de hombre ni de mujer. Por lo tanto, Asclepio, nunca te alegres por un hombre que no tiene hijos, sino compadece su desgracia, sabiendo qué tipo de castigo le aguarda.

Sea esto suficiente. Lo que te he enseñado hoy, Asclepio, es un comienzo del conocimiento de la naturaleza de todas las cosas.

LIBELO III

Un discurso sagrado de Hermes Trismegisto.
Que Dios es la primera de todas las cosas,
y el universo es divino y la naturaleza es divina

Dios es la fuente de todo lo que es; es la fuente de la mente, de la naturaleza y de la materia. Para mostrar su sabiduría, ha hecho todas las cosas; pues es la Fuente de todo. Y la naturaleza es una fuerza por medio de la cual trabaja Dios; la naturaleza opera en sometimiento a la necesidad, y su trabajo es la extinción y renovación de las cosas.

Había oscuridad en el sueño, y agua sin forma; y había un aliento sutil, e inteligente, que integraba las cosas en el Caos con poder divino. Entonces, cuando aún todo estaba indistinguible y no forjado, se vertió luz sagrada; y los elementos vinieron a la existencia. Todas las cosas fueron divididas una de la otra, y las cosas más ligeras fueron separadas a lo alto, siendo suspendido el fuego en alto, de modo que cabalgó sobre el aire; y las cosas más pesadas se hundieron hacia abajo, y se depositó arena bajo la sustancia acuosa, y la tierra seca se separó de la substancia acuosa, y devino sólida.

Y la sustancia ígnea fue articulada, con los dioses dentro de ella; y aparecieron los cielos, con sus siete esferas, y los dioses, visibles en formas estrelladas, con todas sus constelaciones. Y el cielo dio vueltas, y empezó a recorrer su curso circular, cabalgando sobre el aire divino.

Y cada dios, por sus varios poderes, produjo aquello que estaba obligado a producir. Y aparecieron bestias de cuatro patas y cosas que se arrastran, y peces y pájaros alados, y hierba, y toda hierba que florece, todas ellas con semilla de acuerdo con sus naturalezas diversas; pues generaron dentro de sí la semilla por la que deberían ser renovadas sus razas.

Y Dios ordenó el nacimiento de los hombres, y mandó a la humanidad que aumentara y se multiplicara abundantemente. Y Él implanta cada alma en la carne por medio de los dioses que dan vueltas en círculo por los cielos. Y con este fin hizo a los hombres, de modo que pudieran contemplar los cielos, y tener dominio sobre todas las cosas que se hallan bajo los cielos, y que pudieran venir a conocer el poder de Dios, y testimoniar el funcionamiento de la naturaleza, y que pudieran señalar qué cosas son buenas, y discernir las diversas naturalezas de las cosas buenas y malas, e inventaran todo tipo de artes.

Y toca a los hombres vivir sus vidas y transir de acuerdo con el destino determinado por los dioses que dan vueltas en círculo por los cielos, y ser resueltos en los elementos. Y algunos hay cuyos nombres perdurarán, pues han dejado sobre la Tierra poderosos recuerdos del trabajo de sus manos; pero los nombres de la mayoría serán ocultados en las tinieblas por el tiempo. Y todo nacimiento de la carne viva, así como todo desarrollo de la cosecha a partir de la simiente, será seguido de destrucción; pero todo lo que se corrompe será renovado por el medido curso de los dioses que dan vueltas en círculo por los cielos. Pues la composición entera del universo depende de Dios, siendo constantemente renovada por el funcionamiento de la naturaleza; pues es en Dios en el que la naturaleza tiene su ser.

LIBELO IV

Un discurso de Hermes a Tat.
El Bacín

Hermes. Pues lo incorpóreo no es una cosa perceptible al tacto o a la vista; no puede ser medido; no se extiende en el espacio; no es como ninguna otra cosa. Dios no es fuego, ni agua, ni aire, ni aliento, sino que todas estas cosas han sido hechas por él. Debes, pues, entender que Dios es pre-existente, y eternamente existente, y que Él, y solo Él, hizo todas las cosas, y creó por su voluntad las cosas que son. Pues por cuanto que Él es bueno, quiso que todas las cosas fueran buenas. Y cuando el Creador hubo hecho el universo ordenado, quiso también establecer en orden la tierra; de modo que envió a ella al hombre, una criatura mortal hecha a imagen de un ser inmortal, para ser un embellecimiento del cuerpo divino. Pues es la función del hombre contemplar las obras de Dios; y para este propósito fue hecho, para que pudiera ver el universo con asombrada admiración, y llegase a conocer a su Hacedor.

El Cosmos…; pero el hombre tiene esta ventaja sobre todos los otros seres vivientes: que posee habla y mente. Ahora bien, el habla, hijo mío, la impartió Dios a todos los hombres; pero la mente no la impartió a todos. No que la negara a nadie; pues el temperamento envidioso no proviene de los cielos de arriba, sino que viene a la existencia aquí abajo, en las almas de esos hombres que carecen de mente. Tat. Dime, pues, padre, ¿por qué Dios no impartió la mente a todos los hombres? Hermes. Fue su voluntad, hijo mío, que se colocara la mente en el medio, como un premio que las almas humanas pudieran conquistar. Tat. ¿Y dónde la colocó? Hermes. Llenó un gran bacín con la mente, y lo envió a la tierra; y asignó un heraldo, y ordenóle que proclamara a los corazones de los hombres: «Atended, todo corazón humano; sumergíos en este bacín, si podéis, reconociendo para qué propósito habéis sido hechos, y creyendo que ascenderéis hasta Aquel que envió el bacín aquí abajo». Aquellos que atendieron la proclama, y se sumergieron en el baño de la mente, estos hombres compartieron la gnosis; recibieron la mente, y así devinieron hombres completos. Pero quienes no atendieron la proclama son aquellos que poseen en verdad el habla, pero que no han recibido también la mente. Y estos, en tanto en cuanto que no conocen para qué propósito han sido hechos, ni por quién han sido hechos, son mantenidos bajo la constricción de la ira y la incontinencia; admiran cosas que no son dignas de ser contempladas; atienden tan solo a sus placeres y deseos corporales, y creen que el hombre ha sido hecho para cosas como estas. Pero todos aquellos que han participado del don enviado por Dios, estos, hijo mío, en comparación con los otros, son como dioses inmortales para los hombres mortales. Abarcan en su propia mente todas las cosas que son, las cosas de la Tierra y las cosas del cielo, e incluso lo que se halla por encima del cielo, si es que hay algo por encima del cielo; y elevándose a esa altura, ven el Bien. Y habiendo visto el Bien, estiman su periplo sobre la tierra como algo deplorable; y mofándose de todas las cosas corpóreas, se esfuerzan por alcanzar tan solo aquello que es bueno. Tal, hijo mío, es la obra que hace la mente; abre el camino al conocimiento de las cosas divinas, y nos capacita para aprehender a Dios. Tat. Yo también, padre, gustoso quisiera ser bañado en ese bacín. Hermes. Si primero no odias tu cuerpo, hijo mío, no puedes amarte a ti mismo; pero si te amas a ti mismo, tendrás mente; y teniendo mente, participarás también del conocimiento. Tat. ¿Qué quieres decir, padre? Hermes. No es posible, hijo mío, apegarse a la vez a las cosas mortales y a las divinas. Hay dos tipos de cosas, las corpóreas y las incorpóreas; lo que es mortal es de un tipo, y lo que es divino, del otro tipo; y aquel que quiere hacer su elección puede elegir con libertad lo uno o lo otro. No es posible tomar ambos; y cuando uno pierde fuerza, entonces el operar del otro deviene manifiesto. La elección de lo mejor es gloriosa para quien elige; pues no solo salva al hombre de la perdición, sino que también le muestra ser piadoso hacia Dios. La elección de lo peor es perdición para el hombre, y es igualmente una ofensa contra Dios; pues igual que las procesiones pasan por en medio de la gente, pero no pueden hacer nada por sí mismas, y obstruyen el paso a otros, así estos hombres pasan meramente en procesión por el Cosmos, conducidos por cosas corpóreas. Siendo esto así, hijo mío, Dios ha cumplido su parte respecto a nosotros, y la cumplirá; a nosotros incumbe cumplir nuestra parte acordemente, y no fallar. Pues Dios es carente de culpa; es a nosotros a quien ha de culparse por nuestros males, si escogemos lo malo en preferencia a lo bueno.

Ves, hijo mío, a través de cuántas cosas del cuerpo hemos de abrirnos camino en sucesión, y a través de cuántas tropas de espíritus y cursos de estrellas, de modo que podamos avanzar hacia el Dios uno y único. Pues nunca podemos alcanzar el límite extremo del Bien; carece de límites, y carece de final; y en sí mismo, carece de comienzo, aunque para nosotros parezca comenzar cuando adquirimos conocimiento de él. Pues la cosa a ser conocida no empieza en sí misma a ser cuando obtenemos el conocimiento de ella; es solo para nosotros por lo que tiene su comienzo nuestro conocimiento. Agarremos, pues, este comienzo, y hagamos nuestro camino hacia ese lugar a toda velocidad; pues nos es difícil abandonar las cosas familiares que nos rodean, y volver al viejo hogar del que provenimos. Las cosas que vemos nos deleitan, y las cosas que no vemos hacen surgir la incredulidad. Ahora bien, las cosas malas son más manifiestas a la vista; pero el Bien no puede ser visto por las cosas manifiestas; pues carece de forma o contorno. Es imposible que una cosa incorpórea se manifieste a una cosa que es corpórea; porque lo incorpóreo es semejante a sí mismo, pero diferente a todo lo demás.

Dios está en todas las cosas, como su raíz y el origen de su ser. Nada hay que carezca de origen; pero el origen mismo no surge de nada sino de sí mismo, es el origen de todo lo demás. Dios, pues, es como la unidad del número. Pues la unidad, siendo el origen de todos los números, y la raíz de todos ellos, contiene dentro de sí todo número, y no es generada por ningún otro número. Ahora bien, todo lo que es generado es incompleto, y divisible, y sometido al aumento y la disminución, pero aquello que es completo no está sometido a ninguna de estas cosas.

En estos bosquejos, hijo mío, he trazado para ti una semejanza de Dios, hasta donde ello es posible; y si observas esta semejanza con los ojos de tu corazón, entonces, hijo mío, créeme, hallarás el camino de ascenso; o más bien, la visión misma te guiará en tu camino. Pues ello tiene un poder peculiar en sí mismo; se posesiona de quienes han alcanzado la visión de ello, y los atrae hacia arriba, igual que los hombres dicen que la piedra imán atrae al hierro.

LIBELO V

Un discurso de Hermes a su hijo Tat.
Que Dios está oculto a la vista, y, sin embargo,muy manifiesto

También esta doctrina, Tat, te expondré, de modo que no permanezcas no iniciado en los misterios de Aquel que es demasiado poderoso para ser llamado Dios. Capta el significado de mis palabras; pues si lo captas, aquello que a los muchos les parece oculto, devendrá muy manifiesto para ti. Pues todo lo que es manifiesto ha sido traído a la existencia; pues ha sido manifestado. Pero aquello que es oculto es existente por siempre; pues no tiene necesidad de ser manifestado. Pues Dios es existente por siempre; y Él hace manifiesto todo lo demás, pero Él mismo es oculto, porque él es siempre existente. Él manifiesta todas las cosas, pero no es manifestado; no es Él mismo llevado a la existencia en imágenes presentadas a través de nuestros sentidos, sino que Él nos presenta todas las cosas en tales imágenes. Solo las cosas traídas a la existencia son presentadas a través de los sentidos; venir a la existencia no es otra cosa que presentación a través de los sentidos. Es evidente que solo Aquel que no ha venido a la existencia no puede ser presentado a través de los sentidos; y siendo eso así, Él se halla oculto a nuestra vista.

Pero Él nos presenta todas las cosas a través de nuestros sentidos, y se manifiesta por ello a través de todas las cosas, y en todas las cosas; y especialmente, a aquellos a quienes quiere manifestarse. Comienza, pues, Tat, hijo mío, con una oración al Señor y Padre, el único que es bueno; ora de modo que encuentres el favor con él, y que un rayo de él, aunque sea solo uno, pueda fulgurar dentro de tu mente, de modo que puedas así tener el poder de captar en pensamiento a ese poderoso Ser. Pues solo el pensamiento puede ver aquello que está oculto, en tanto en cuanto el pensamiento mismo está oculto a la vista; y si incluso el pensamiento que se halla en tu interior está oculto a la vista, ¿cómo puede Él, siendo en sí mismo, serte manifestado a través de tus ojos corporales? Pero si tienes poder para ver con los ojos de la mente, entonces, hijo mío, Él se manifestará a ti. Pues el Señor se manifiesta incondicionalmente a lo largo de todo el universo; y puedes contemplar la imagen de Dios con tus ojos, y agarrarla con tus manos.

Si deseas verlo, piensa en el Sol, piensa en el curso de la Luna, piensa en el orden de las estrellas. ¿Qué es lo que mantiene ese orden? El Sol es el más grande de los dioses del cielo; a él, como su rey y soberano, ceden el sitio todos los dioses del cielo; y, sin embargo, este poderoso dios, más grande que la tierra y el mar, se somete a tener astros más pequeños circulando por encima de él. ¿A quién, por tanto, hijo mío, obedece con reverencia y temor? Cada una de estas estrellas, también, está confinada por límites medidos, y tiene un espacio asignado en el que moverse. ¿Por qué no todas las estrellas del cielo corren por cursos iguales? ¿Quién ha asignado a cada una su lugar, y marcado para cada una la extensión de su curso? La Osa, que da vueltas alrededor de sí misma, y arrastra consigo al Cosmos entero, ¿quién le ha impuesto esta tarea? El aire es el instrumento por el que la vida es transmitida a todas las criaturas de la tierra; ¿quién es dueño de este instrumento? ¿Quién ha confinado al mar dentro de sus límites, y fijado la tierra firmemente en su asiento? Debe haber alguien, hijo mío, que sea el Hacedor y Amo de todos estos; no podría suceder que lugar, límite y medida fueran observados por todos, si no hubiera alguien que los hubiese hecho. Pues todo orden debe de haber sido hecho; solo aquello que se halla fuera de lugar y de medida no ha sido hecho. Empero, hijo mío, incluso aquello que se encuentra fuera de lugar y de medida no carece de amo. Si es que hay algo que se encuentre en desorden…; pues también el desorden está sujeto al Amo, pero él aún no ha impuesto el orden sobre ello.

¡Si te fuera posible desarrollar alas, y surcar los aires! A medio camino entre la Tierra y el cielo, podrías ver la tierra sólida, el mar fluido y los ríos que discurren, el aire que vaga, el fuego penetrante, los cursos de las estrellas, y el veloz movimiento con el que el cielo lo rodea todo. ¡Qué felicidad sería, hijo mío, ver todo esto movido por un solo impulso, y contemplar a Aquel que no es movido, moviéndose en todo lo que se mueve, y a Aquel que está oculto hecho manifiesto a través de sus obras!

Tal es el orden del universo. Pero si deseas verlo a Él también a través de criaturas mortales, tanto las que se hallan sobre la tierra como las de las profundidades del mar, considera, hijo mío, como es formado el hombre en la matriz; investiga con cuidado la destreza mostrada en ese trabajo, y descubre qué artesano es el que hace esta imagen bella y a semejanza de Dios. ¿Quién ha trazado las órbitas de los ojos, quién horadado los orificios de narices y oídos, y hecho la abertura de la boca? ¿ Quién ha estirado los tendones y los ha amarrado firmemente, y excavado los canales de las venas? ¿Quién ha hecho duros los huesos, y tapado la carne con piel? ¿Quién ha separado los dedos, y dado forma a la ancha superficie de las plantas de los pies? ¿Quién ha perforado los conductos? ¿Quién ha dado al corazón su forma de cono, y le ha unido los tendones, ha hecho el hígado ancho, y el bazo largo, y ahuecado las cavidades de los pulmones, y hecho voluminoso el estómago? ¿Quién ha dado forma a las partes más honorables que todos pueden ver, y ocultado las partes indecorosas? ¡Advierte cuántas artes se han empleado en un solo material, y cuántas obras de arte se encierran dentro de un solo recinto! Todas son bellas, todas veraces en su medida, y, sin embargo, todas diversas una de otra. ¿Quién produjo todo esto? ¿Qué madre, qué padre? ¿Quién, sino el Dios oculto, que ha obrado todas las cosas por su propia voluntad? Nadie dice que una estatua o retrato haya venido a la existencia sin un escultor o pintor, ¿y puede una obra como esta venir a la existencia sin un Hacedor? ¡Cuán ciegos son los hombres! ¡Cuán impíos, cuán obtusos! Nunca, hijo mío, priva a las cosas hechas de su Hacedor; sino más bien…

Pues ¿quién, si no, es el Padre de todo? Con seguridad que solo Él; y es su trabajo ser padre. Más aún, si he de hablar con cierta osadía, diría incluso que es su verdadero ser poner todas las cosas en movimiento, y hacer todas las cosas; y así como le es imposible a cosa alguna venir a la existencia sin un hacedor, así también debe ser que Él no exista, si no está haciendo siempre todas las cosas, en el cielo, en el aire, sobre la tierra, y en las profundidades, en toda parte del Cosmos, en todo lo que es, y en todo lo que no es. Pues en todo esto no hay nada que él no sea. Él es tanto las cosas que son como las que no son, pues las cosas que son las ha hecho manifiestas, y las cosas que no son las contiene dentro de sí mismo.

Tal es Aquel que es demasiado grande para ser llamado Dios. Está oculto, y, sin embargo, muy manifiesto. Es aprehensible solo por el pensamiento, y, no obstante, podemos verlo con nuestros ojos. Carece de cuerpo, y, sin embargo, tiene muchos cuerpos, o, más bien, se halla incorporado en todos los cuerpos. No hay nada que Él no sea; pues todas las cosas que existen son Él. Por este motivo todos los nombres son nombres de Él, dado que todas las cosas provienen de Él, su único Padre; y por este motivo Él carece de nombre, pues es el Padre de todo.

¿Quién, pues, puede hablar de Ti, o a Ti, y cantar tus alabanzas? ¿Adónde me volveré cuando te ore? ¿Hacia arriba, o hacia abajo? ¿Hacia dentro, o hacia fuera? Pues Tú eres el lugar en el que se hallan contenidas todas las cosas; no hay otro sitio fuera de Ti; todas las cosas están en Ti. (¿Y qué ofrenda te llevaré?) Pues todas las cosas provienen de Ti. Tú lo das todo, y no recibes nada; pues tienes todas las cosas, y nada hay que Tú no tengas.

¿Y en qué momento te entonaré himnos? Pues es imposible hallar una estación, espacio o tiempo que se hallen separados de Ti.

¿Y por qué cosas te alabaré? ¿Por las cosas que has hecho, o por las cosas que no has hecho? ¿Por las cosas que has vuelto manifiestas, o por las cosas que has ocultado?

¿Y en dónde te cantaré? ¿Soy mío, o tengo algo mío propio? ¿Soy otro que no seas Tú? Tú eres cualquier cosa que soy, y cualquier cosa que digo. Tú eres todas las cosas, y nada hay aparte de Ti, nada que Tú no seas. Tú eres todo lo que ha venido a la existencia, y todo lo que no ha venido a la existencia. Eres Mente porque piensas; y Padre, porque creas; y Dios, porque obras; y Bueno, porque haces todas las cosas.

LIBELO VI

Un discurso de Hermes Trismegisto.
Que el Bien se halla solo en Dios,
y en ningún otro lugar

El Bien, Asclepio, debe ser una cosa privada de todo movimiento y de todo devenir, y que tiene una actividad sin movimiento centrada en sí misma; una cosa que no carece de nada, y no es asaltada por las perturbaciones; una cosa por completo llena del suministro (de todo lo que se desea). Todo aquello que proporciona algún tipo de suministro es llamado bueno; pero el Bien es la única cosa que es la fuente de todas las demás cosas, y que suministra todas las cosas en todo momento.

Y esto no pertenece a nadie sino solo a Dios. No hay nada de lo que carezca Dios, de modo que pueda desear obtenerlo, y se vuelva por ello malo. Nada hay que Dios pueda perder, y ante cuya pérdida pudiera lamentarse. Nada hay que sea más fuerte que Dios, para hacerle daño, y así provocarle a la disputa. Dios no tiene consorte, para excitarlo a la pasión del amor; ningún sujeto desobediente, para encender en Él la ira; nadie hay más sabio que Dios, para volverlo celoso. Y puesto que su ser no admite ninguna de estas pasiones, ¿qué queda, sino solo el Bien?

Pero, dado que ningún mal puede encontrarse en un ser así, tampoco el Bien puede encontrarse en ningún otro. En todas las otras cosas todo es malo, lo mismo en las cosas grandes que en las pequeñas, en cada una de modo diverso, y hasta en el ser viviente único que es más grande que todos, y que es más poderoso que todos. Pues todas las cosas que vienen a la existencia están llenas de perturbaciones, visto que el proceso mismo de venir a la existencia involucra perturbación. Pero allí donde hay perturbación, no puede estar el Bien; igual que donde está el día, no puede hallarse la noche, y que dondequiera que se halle la noche, el día no puede estar. De aquí que el Bien no pueda estar en cosas que vienen a la existencia, sino solamente en aquello que carece de principio.

Sin embargo, como la participación en todos los arquetipos ideales de las cosas se distribuye en el mundo de la materia, lo mismo sucede con la participación en el Bien. Y de este modo también el Cosmos es bueno, por cuanto que el Cosmos también hace todas las cosas y, por lo tanto, es bueno respecto a su función de hacer cosas. Pero en todos los otros aspectos, el Cosmos no es bueno; pues está sometido a perturbación. Es imposible, pues, para las cosas de este mundo, hallarse puras del mal; y lo que es bueno en este mundo es aquello que participa menos del mal; pues en este mundo el bien deviene en mal.

El Bien, pues, se halla solo en Dios. En el hombre, aquello que se llama bien lo es por comparación al mal; pues aquello que no es malo más allá de cierta medida es llamado bien. Así, en los hombres, Asclepio, es solo el nombre del Bien que está presente; la cosa en sí no se encuentra en lugar alguno. Es imposible; pues no hay lugar para el Bien en un cuerpo material, revestido y apresado como lo está un cuerpo así por el mal, por dolores y quejas, deseos y pasiones airadas, engaños y pensamientos necios. Y lo peor de todo, Asclepio, cada una de estas cosas de las que he hablado se cree en este mundo que sean el más grande bien; cuando más bien son un mal como no lo hay más grande. Este error es el que conduce a todos los demás errores. Y por mi parte, agradezco a Dios haber puesto este pensamiento mismo en mi mente, así como el pensamiento de que el bien está ausente, y de que le es imposible estar presente en el Cosmos. Pues el Cosmos es una masa de mal, igual que Dios es una masa de bien.

Pues no hemos de tener miedo a decir, Asclepio, que el ser mismo de Dios, si puede adscribirse un «ser» a Dios, es lo Bello y lo Bueno. Pero no es posible que la luz de lo Bello y lo Bueno brille sobre cualquier cosa del Cosmos. Pues todas las cosas que el ojo puede ver son meros fantasmas, y dibujos insustanciales; pero las cosas que el ojo no puede ver son las realidades, y sobre todo, la forma ideal de lo Bello y lo Bueno. Y como el ojo no puede ver a Dios, no puede ver lo Bello y lo Bueno. Pues lo Bello y lo Bueno son partes de Dios; son propiedades únicamente de Dios; pertenecen a Dios, y son inseparables de él; carecen de mancha, y son sumamente adorables, y Dios mismo está enamorado de ellas. Si eres capaz de percibir a Dios, percibirás lo Bello y lo Bueno. Pues esa Belleza es incomparable, y ese Bien es inimitable, tal como Dios mismo lo es. Así como percibes a Dios, pues, debes percibir lo Bello y lo Bueno. Pues son incomunicables a todas las otras cosas, al ser inseparables de Dios. Si buscas el conocimiento de Dios, estás buscando también el conocimiento de lo Bello. Pues hay un solo camino que conduzca a lo Bello, y es el de la piedad unida al conocimiento de Dios.

De aquí que quienes no poseen ese conocimiento, y no han recorrido el camino de la piedad, no temen llamar a un hombre «bello y bueno»; y ello, aunque el hombre no haya visto nunca ni siquiera en sueños algo que sea bueno, sino que esté rodeado por todo tipo de mal, y haya llegado a creer que el mal es bien, y en esta creencia es insaciable en su trato con el mal, y teme ser privado de él, y se esfuerza con todo su poder no solo en mantenerlo, sino en aumentarlo. Tales, Asclepio, son las cosas que los hombres estiman buenas y bellas. Y no podemos evitar deliberadamente estas cosas, ni odiarlas, pues lo más duro de todo esto es que las necesitamos, y que no podemos vivir sin ellas.

LIBELO VII

Que la ignorancia de Dios es el mayor
mal de los hombres

¡Oh, hombres!, ¿adónde sois barridos? Estáis borrachos; habéis bebido la fuerte bebida de la ignorancia; os ha dominado, y ahora la estáis vomitando.

Manteneos firmes; volveos sobrios; mirad hacia arriba con los ojos del corazón; si no todos podéis, al menos aquellos que podéis.

Este mal de la ignorancia inunda toda la tierra; su corriente arrastra al alma que está encerrada en el cuerpo, y la impide anclarse en los puertos de la salvación. No permitáis, pues, que la fuerte corriente os arrastre hacia abajo, sino disponed de una corriente de retorno, aquellos de vosotros que sois capaces de alcanzar el puerto, y arrojad ahí el ancla, y buscad una guía que os conduzca a las puertas de la Casa del Conocimiento. Ahí encontraréis la brillante luz que está pura de oscuridad; ahí ninguno está borracho, sino todos sobrios, y miran hacia arriba y ven con el corazón a Aquel cuya voluntad es la de ser visto únicamente con el corazón. Pues él no puede ser conocido por el oído, ni dado a conocer por el habla; ni puede ser visto con los ojos del cuerpo, sino solo con la mente y con el corazón.

Pero primero debes arrancar este vestido que portas, este manto de oscuridad, esta malla de ignorancia, este (soporte) del mal, este lazo de corrupción, esta muerte viviente, este cadáver consciente, esta tumba que portas contigo, este ladrón en casa, este enemigo que odia las cosas que estás buscando, y detesta las cosas que deseas. Tal es la vestidura de la que te has revestido; y ella te agarra hacia sí y te hunde, de modo que no puedas mirar hacia arriba y contemplar la belleza de la Verdad, y el Bien que reside arriba, y odiar el mal de esta cosa, descubriendo todos sus designios en tu contra. Pues vuelve insensato lo que los hombres estiman sus órganos de los sentidos, atiborrándolos de la grosera masa de materia, y llenándolos de asquerosos placeres, de modo que no puedan oír las cosas que debieran oír, ni ver las cosas que debieran ver.

LIBELO VIII

Un discurso de Hermes Trismegisto.
Que nada de lo que existe perece, sino que los hombres están en el error cuando llaman
«destrucciones» y «muertes» a los cambios
que tienen lugar

Hermes. Hemos de hablar ahora, hijo mío, del alma y el cuerpo; he de explicar en qué modo es inmortal el alma, y por el obrar de qué tipo de fuerza tiene lugar la composición y disolución de un cuerpo.

Pues la muerte no tiene nada que ver con ninguno de ellos. La palabra «muerte» es un mero nombre, carente de un hecho que le corresponda. Pues muerte significa destrucción; y nada en el Cosmos es destruido. Pues visto que el Cosmos es el segundo Dios, y un ser inmortal, es imposible que una parte de ese ser inmortal muera; y todas las cosas que hay en el Cosmos son parte del Cosmos.

La primera de todas las cosas, y en verdad eterno y sin comienzo, es Dios, que es el hacedor del universo; y en segundo lugar el Cosmos, que ha sido hecho por Dios a su imagen, y es mantenido en existencia y sostenido por Dios. El Cosmos es sempiterno; pues es hecho inmortal por el Padre, que es eterno. Sempiterno no es lo mismo que eterno. El Padre no ha sido hecho por otro; si ha sido hecho en algún modo, lo ha sido por sí mismo; pero más bien debería decirse que nunca ha sido hecho, sino que siempre es. Pero el Cosmos es hecho en todo momento. Pues la causa de la existencia del universo es el Padre; pero el Padre es la causa de su propia existencia. El Cosmos, pues, ha sido hecho inmortal por el Padre, que es eterno.

El Padre tomó toda esa parte de materia que estaba sometida a su voluntad, y la convirtió en su cuerpo, y le dio volumen, y le dio forma de esfera. Esta cualidad la impuso el Padre sobre la materia; pero la materia es de sí inmortal, y su materialidad es eterna. Más aún, el Padre implantó dentro de esta esfera las cualidades de todo tipo de criaturas vivientes, y las encerró en ella, como en una cueva; pues quiso embellecer con toda suerte de cualidades la materia que existía aparte de él, pero que hasta entonces se hallaba carente de cualidades. Y envolvió el cuerpo entero con una envoltura de inmortalidad, de modo que la materia no pudiera buscar desgajarse de la estructura compuesta del universo, y así disolverse en su desorden primario. Pues cuando la materia no había sido aún formada en cuerpo, hijo mío, se hallaba en desorden; e incluso en nuestro mundo, retiene algo de desorden, que asola a las pequeñas criaturas vivientes; pues el proceso de crecimiento y decaimiento es un remanente del desorden. Pero solo a las criaturas vivientes que se hallan sobre la tierra les atañe este desorden. Los cuerpos de los dioses celestiales mantienen sin cambio ese orden que les ha sido asignado por el Padre en el principio; y ese orden es preservado intacto por el restablecimiento de cada uno de ellos a su anterior lugar. Pero el restablecimiento de los cuerpos terrestres es llevado a cabo por medio de la disolución de su composición; y a través de esta disolución, son restablecidos por absorción en los cuerpos que son indisolubles, esto es, inmortales. Cuando esto tiene lugar, la conciencia cesa, pero la vida no es destruida.

Y el tercer ser es el hombre, que ha sido hecho a imagen del Cosmos. El hombre difiere de todas las otras criaturas vivientes sobre la tierra porque posee mente, pues así fue la voluntad del Padre; y no solo encuentra el hombre hallarse en unión con el segundo Dios, sino que aprehende también por el pensamiento al primer Dios. Percibe al segundo Dios como un cuerpo; aprehende al primer Dios como carente de cuerpo. Tat. ¿Dices, pues, que esta criatura viviente no perece? Hermes. No hables del hombre como perecedero, hijo mío. Piensa en lo que es Dios, y en lo que es el Cosmos, y lo que se quiere decir cuando hablamos de que una criatura es inmortal, y de que una criatura viviente es disoluble. El Cosmos es hecho por Dios, y se halla contenido en Dios; el hombre es hecho por el Cosmos, y está contenido en el Cosmos; y es Dios el autor de todo, y quien todo lo rodea, y quien entreteje todas las cosas.

LIBELO IX

Un discurso de Hermes Trismegisto,
acerca del pensamiento y el sentido

Ayer, Asclepio, libré mi discurso principal; y hoy considero necesario, a modo de secuela a ese discurso, exponer la doctrina del sentido.

Los hombres creen que hay una diferencia entre sentido y pensamiento, en cuanto que el sentido está conectado a la materia, y el pensamiento a la sustancia incorpórea y eterna. Pero yo mantengo que sentido y pensamiento se hallan unidos, y no pueden ser separados, es decir, en el caso de los hombres. En los animales inferiores, el sentido está unido al instinto; en los hombres, el sentido está unido al pensamiento. La mente difiere del pensamiento en la misma medida en que Dios difiere de la influencia divina. La influencia divina es emitida por Dios; y el pensamiento es emitido por la mente, y es la hermana del habla. Pensamiento y habla son instrumentos uno del otro; el habla no puede ser entendida sin el pensamiento, y el pensamiento no puede ser pronunciado sin el habla. Sentido y pensamiento se hallan infundidos juntos en el hombre, entretejidos entre sí, por así decirlo; pues un hombre no puede pensar sin percibir, ni percibir sin pensar. Se dice a veces que los hombres pueden pensar sin la percepción de los sentidos, como cuando se ven cosas imaginarias en los sueños; pero yo sostengo que tanto el pensamiento como la percepción de los sentidos han tenido lugar en la visión de los sueños; pues cuando estamos despiertos, el pensamiento siempre está combinado con la percepción de los sentidos. El sentido pertenece en parte al cuerpo, y en parte al alma; y cuando el sentido del cuerpo y el sentido del alma se hallan de acuerdo, resulta de ello que el pensamiento se manifiesta, producido como un retoño de la mente.

Pues todos los pensamientos del hombre son producidos por su mente, buenos pensamientos cuando la mente es impregnada por Dios, y malos pensamientos cuando es impregnada por algún daimon, que entra en el hombre que no ha sido iluminado por Dios, y deposita en su mente la semilla de tales pensamientos como es la obra especial de dicho daimon engendrar; y la mente produce las cosas que brotan de esta semilla, adulterios, asesinatos, actos de parricidio y sacrilegio, y todo tipo de actos impíos. En cambio, las semillas que Dios deposita en la mente son escasas en número, pero potentes, y justas, y buenas; son virtud, autocontrol y piedad. Ahora bien, la piedad es el conocimiento de Dios; y aquel que ha llegado a conocer a Dios está lleno de todas las cosas buenas; sus pensamientos son divinos y no como los de la mayoría.

De aquí que quienes han alcanzado el conocimiento de Dios no son agradables a la mayoría, ni lo es la mayoría a ellos. Se los toma por locos, y son objeto de escarnio; son odiados y despreciados, y quizá incluso matados. Pues el mal, como antes te dije, debe por necesidad morar aquí en la tierra, donde se encuentra en su casa; pues la casa del mal es la tierra, y no el universo entero como algunos dirán blasfemamente en días por venir. Pero el hombre piadoso lo soportará todo, aferrándose a su conocimiento de Dios. Pues para un hombre así todas las cosas son buenas, aunque sean malas para otros. Cuando los hombres urden maldades en contra suya, él ve todo esto a la luz de su conocimiento de Dios; y él, y nadie sino él, cambia el mal en bien.

Pero retomemos a la doctrina del sentido. Es una propiedad del hombre que el sentido se halle en él unido al pensamiento; pero como ya te he contado, no todo hombre se aprovecha de su poder del pensamiento; pues los pensamientos de ciertos hombres están combinados con el mal, como dije, pues han obtenido de los daimones las semillas de las que brota su pensamiento, y los pensamientos de otros hombres están combinados con el bien, pues son mantenidos a salvo por Dios. Dios es el Hacedor de todas las cosas, y hace todas las cosas semejantes a sí mismo; pero aunque buenas al ser hechas, pueden (ser corrompidas) cuando la fuerza cósmica obra sobre ellas; pues el movimiento del Cosmos varía el nacimiento de las cosas, y les da tal o cual cualidad; ensucia con el mal el nacimiento de algunas cosas, y purifica con el bien el alumbramiento de otras.

El Cosmos, asimismo, Asclepio, tiene sentido y pensamiento; pero su sentido y su pensamiento son de un tipo peculiar de él, no como el sentido y el pensamiento del hombre, no variables como el suyo, sino más poderosos y menos diversificados. El sentido y el pensamiento del Cosmos se ocupan solamente de hacer todas las cosas, y de disolverlas de nuevo en sí mismo. El Cosmos es un instrumento de la voluntad de Dios; y fue hecho por él con ese fin, de modo que, habiendo recibido de Dios las semillas de todas las cosas que le pertenecen, y manteniendo estas semillas dentro de sí, pudiera llevar todas las cosas a la existencia real. El Cosmos produce la vida en todas las cosas por su movimiento; y descomponiéndolas, renueva las cosas que han sido descompuestas; pues, al igual que un buen campesino, les da la renovación sembrando la semilla. No hay nada en lo que el Cosmos no genere la vida; y es a la vez el lugar en el que se halla contenida la vida y el hacedor de la vida. Los cuerpos de todas las cosas vivientes están hechos de materia. Están hechos de formas diversas, pero todos son compuestos, en mayor o menor grado; los cuerpos más pesados son más compuestos, y los más ligeros, menos. Es la velocidad del movimiento del Cosmos la que causa la diversidad de los nacimientos. Pues el hálito de vida cósmico, obrando sin interrupción, transmite a los cuerpos una sucesión de cualidades, y con ello hace del universo una masa de vida. Y es correcto llamar al Cosmos como se lo llama; pues en él todas las cosas son forjadas en un todo ordenado por la diversidad de los nacimientos y la incesante continuidad de la vida, y por su actividad incansable, y la velocidad de su movimiento, y la inmutable necesidad que en él rige, y por la combinación de los elementos, y la adecuada disposición de todas las cosas que vienen a la existencia. De ahí que el nombre de «Cosmos» pueda serle aplicado tanto en un sentido secundario como literalmente.

Ahora bien, el sentido y el pensamiento de todas las criaturas vivientes penetran en ellas desde fuera, siendo insuflados en ellas a partir de la atmósfera; pero el Cosmos recibió el sentido y el pensamiento de una vez por todas cuando vino a la existencia por vez primera, y los ha obtenido de Dios. Dios no se halla desprovisto de sentido y pensamiento, como en tiempos por venir algunos hombres llegarán a creer; quienes así hablan de Dios blasfeman por culpa de un exceso de reverencia. Y el sentido y el pensamiento de Dios consisten en esto: que siempre está moviendo todas las cosas. Pues todas las cosas que existen, Asclepio, están en Dios, y son hechas por Dios, y son dependientes de él, sean cosas que producen la actividad por medio de sus cuerpos, o cosas que efectúan el movimiento por medio del material del alma, o cosas que generan la vida por medio del aliento vital, o cosas que reciben en ellas los cuerpos que la vida ha abandonado. Y nunca llegará el día en el que todo lo que existe deje de ser; pues Dios contiene todas las cosas, y nada hay que no esté en Dios, y nada en lo que Dios no se halle. Más aún, mejor diría, no que Dios contiene todas las cosas, sino que, por decir toda la verdad, Dios es todas las cosas.

Lo que te he dicho, Asclepio, lo estimarás verdadero si le aplicas el pensamiento; pero si no es así, no lo creerás; pues la creencia sigue al pensamiento, y la incredulidad sigue a la falta de pensamiento. El lenguaje no alcanza a la verdad; pero la mente tiene un gran poder, y cuando ha sido conducida cierta distancia en su camino por el habla, alcanza la verdad; y habiendo pensado en todas las cosas, y habiéndolas encontrado todas en armonía con aquello que le ha sido expuesto por el lenguaje, la mente cree y encuentra reposo en dicha benigna creencia. Y así, si los hombres captan con su pensamiento lo que he dicho, lo creerán; pero si no lo captan con su pensamiento, no lo creerán.

Con respecto al pensamiento y el sentido, baste con esto.

LIBELO X

Un discurso de Hermes Trismegisto.
La Clave

Hermes. La enseñanza que di ayer, Asclepio, te la dediqué a ti; y es justo que dedique a Tat aquello que estoy a punto de comunicar hoy; pues es un resumen de los Discursos Generales que le he dirigido a él.

Sabe, pues. Tat, que Dios el Padre es de la misma naturaleza que el Bien; o más bien, que el obrar de Dios el Padre es uno con el obrar del Bien. «Naturaleza» es un término aplicado al nacimiento y al crecimiento, y el nacimiento y el crecimiento tiene que ver con cosas sometidas al cambio y el movimiento; pero el obrar de Dios tiene que ver con cosas libres del cambio y el movimiento, esto es, con cosas divinas; y es la voluntad de Dios que lo humano sea divino. De las fuerzas operantes, divinas y humanas, he hablado en otra parte; y al tratar de nuestro asunto presente, así como en otras cuestiones, debes tener presente lo que te he enseñado acerca de ellas.

La fuerza con la que opera Dios es su voluntad; y su ser mismo consiste en que su voluntad quiera la existencia de todas las cosas. ¿Qué, si no, es Dios el Padre, sino el ser de todas las cosas cuando todavía no son? Es esto lo que constituye la existencia de todas las cosas que son. Tal, entonces, es Dios, tal es el Padre. Y a él le pertenece el Bien; pues el Bien es una cosa que no puede pertenecer sino solo a Dios. Es verdad que el Cosmos es también padre de cosas que son buenas en tanto en cuanto que participan del Bien; pero el Cosmos no es, en la misma medida que Dios, el autor de lo que es bueno en las criaturas vivientes; pues el Cosmos no es el autor de su vida; o, si actúa como autor de la vida, solo lo hace bajo la compulsión impuesta sobre él por la voluntad de Dios, sin la cual nada puede ser o venir a la existencia. El Cosmos es para las cosas que hay dentro de él como un padre para sus hijos, por cuanto que es el autor de su procreación y nutrición; pero ha recibido de Dios su suministro de bien. El Bien es el principio creativo; y es imposible que el principio creativo pueda llegar a existir en nada salvo en solo Dios; Dios, que no recibe nada, pero que en su voluntad quiere la existencia de las cosas. No diré que «hace todas las cosas»; pues quien «hace» cosas fracasa en cumplir su función durante largos intervalos de tiempo, por cuanto que a veces está haciendo, y en otros momentos no está haciendo. Y más aún, quien «hace» cosas solo hace magnitudes y cualidades; pues hace que las cosas tengan ciertas magnitudes y cualidades en un momento, y magnitudes y cualidades contrarias en otro momento. Pero Dios hace por su voluntad la existencia misma de todas las cosas; y es en este sentido como es el Padre de todas las cosas. Pues Dios quiere en su voluntad que las cosas sean, y, de ese modo, también esas cosas tienen existencia. Pero el Bien mismo, hijo mío, existe en el grado más elevado; pues es en razón del Bien por lo que todas las otras cosas existen.

Ya que es una propiedad del Bien que venga a ser conocido por quien es capaz de verlo. Tat. Padre, me has dado mi porción de esta visión buena y muy bella; y el ojo de mi mente está casi cegado por el esplendor de la visión. Hermes. De ninguna manera; no; la visión del Bien no es algo de fuego, como son los rayos del sol; no fulgura sobre nosotros forzándonos a cerrar los ojos; brilla, mucho o poco, según la capacidad de quien la contempla para recibir el influjo de la radiación incorpórea. Es más penetrante que la luz visible en su descenso sobre nosotros; pero no puede perjudicarnos; está llena de vida inmortal. Incluso aquellos que son capaces de embeberse algo más que otros de esa visión, son sumidos una y otra vez en el sueño ciego por el cuerpo; pero cuando se han liberado del cuerpo, alcanzan el pleno fruto de esa adorable visión, como Urano y Cronos, nuestros antepasados, la alcanzaron. Tat. Quisiera que nosotros también, padre mío, pudiéramos alcanzarla. Hermes. Quisiera que pudiéramos, hijo mío. Pero en esta vida somos aún demasiado débiles para tener esa visión; no tenemos fuerza para abrir nuestros ojos mentales, y para contemplar la belleza del Bien, esa belleza incorruptible de la que lengua alguna puede hablar. Solo entonces la verás, cuando no puedas hablar de ella; pues el conocimiento de ella es un profundo silencio, y la supresión de todos los sentidos. Aquel que ha aprehendido la belleza del Bien no puede aprehender otra cosa; quien la ha visto no puede ver otra cosa; no puede oír hablar de otra cosa; no puede mover su cuerpo en absoluto; olvida todas las sensaciones corporales y todos los movimientos corporales, y está quieto. Pero la belleza del Bien baña su mente en la luz, y atrae para arriba hacia sí su alma, y la extrae del cuerpo, y cambia al hombre entero en sustancia eterna. Pues no puede ser, hijo mío, que un alma se convierta en un dios mientras mora en un cuerpo humano; debe ser cambiado, y luego contemplará la belleza del Bien, y con ello devendrá un dios.

Tat. ¿Qué significa, padre, cuando dices que el alma «debe ser cambiada»? Hermes. Toda alma separada, hijo mío, pasa a través de muchos cambios. Tat. ¿Qué es un alma «separada»? Hermes. ¿No me has oído decir en los Discursos Generales, que todas estas almas que van de un lugar a otro a lo largo del Cosmos son, por así decirlo, partes de una sola alma, el alma misma del universo? Ahora bien, estas almas experimentan muchos cambios, por medio de los cuales algunas de ellas pasan a un mejor destino, y otras a uno peor. Las almas de la naturaleza de las cosas que se arrastran se cambian en cosas que habitan en las aguas; las almas que moran en las aguas se cambian en bestias que moran sobre la tierra firme; las almas que moran sobre la tierra firme se cambian en pájaros del aire; las almas que vuelan por los aires se cambian en hombres. Y las almas humanas, cuando han alcanzado un principio de vida inmortal, se cambian en espíritus, y de ahí pasan a la danza coral de los dioses; tal es la gloria que corona al alma. Pero si un alma, cuando ha entrado en un cuerpo humano, persiste en el mal, no degusta el sabor de la vida inmortal, sino que es arrastrada de vuelta; revierte su curso, y vuelve a las cosas que se arrastran; y esa alma de fatal destino, habiendo fracasado en conocerse a sí misma, vive en servidumbre de cuerpos toscos y nocivos. A esa perdición son condenadas las almas viciosas. Y el vicio del alma es la falta de conocimiento. Un alma que no ha adquirido el conocimiento de las cosas que son, y que no ha llegado a conocer su naturaleza, ni a conocer el Bien, sino que está ciega, un alma así es agitada entre las pasiones que alimenta el cuerpo; porta el cuerpo como una carga, y es gobernada por él, en vez de gobernarlo. Tal es el vicio del alma. Por otro lado, la virtud del alma es el conocimiento. Quien ha obtenido el conocimiento es bueno y piadoso; ya es divino. Tat. ¿Y quién es así, padre mío? Hermes. Uno que no habla mucho, ni atiende muchas charlas. Quien emplea su tiempo en discusiones y en atender a las palabras de los hombres está golpeando el aire, hijo mío; pues el conocimiento de Dios el Padre no puede ser enseñado por el habla, ni aprendido escuchando. El conocimiento difiere grandemente de la percepción de los sentidos. La percepción de los sentidos tiene lugar cuando aquello que es material tiene el mando; y utiliza el cuerpo como su órgano, pues no puede existir separado del cuerpo. Pero el conocimiento es la perfección de la ciencia, y la ciencia es el don de Dios; pues toda ciencia es incorpórea; el órgano que emplea es la mente misma; y la mente es contraria al cuerpo. Un alma, pues, cuando ha entrado en un cuerpo, admite en sí tanto las cosas de la mente como las cosas materiales. No puede ser de otro modo; pues todas las cosas deben por necesidad estar compuestas de opuestos y contrarios, visto que esto es así en todas las cosas que existen.

Tat. ¿Qué hemos de pensar, pues, de este Dios material, el Cosmos? Hermes. El Cosmos no es malo en verdad, pero no es bueno, como lo es Dios; pues es material, y está sometido a perturbación. Es la primera entre todas las cosas que están sometidas a perturbación, pero la segunda entre las cosas que son. El Cosmos, asimismo, es sempiterno; pero existe en el proceso de devenir; está siempre deviniendo, en cuanto que las cualidades y magnitudes de las cosas están siempre viniendo a la existencia. Se halla, por tanto, en movimiento; pues todo devenir es movimiento material. Aquello que es incorpóreo y carente de movimiento opera el movimiento material; y lo hace del siguiente modo. El Cosmos es una esfera, es decir, una cabeza; y así, todas las cosas que están unidas a la membrana cerebral de esta cabeza, la membrana en la que el alma se asienta principalmente, son inmortales, pues tienen en ellas más alma que cuerpo; pero las cosas que se hallan distantes de la membrana cerebral son mortales, pues tienen en ellas más cuerpo que alma. El universo, pues, está compuesto de una parte que es material y de una parte que es incorpórea; y en tanto en cuanto que su cuerpo está hecho con un alma en él, el universo es una criatura viviente.

El Cosmos es la primera entre todas las criaturas vivientes; el hombre, como criatura viviente, ocupa el siguiente rango después del Cosmos, y el primero entre las mortales. El hombre no solo es que sea no-bueno; es malo, en tanto en cuanto que mortal. El Cosmos es no-bueno, al estar sometido al movimiento; pero no es malo, al ser inmortal. El hombre, por otro lado, es a la vez no-bueno, por estar sometido al movimiento, y malo, por ser mortal. Y el alma del hombre es canalizada así. La mente tiene al alma por su transmisor; el alma tiene por su transmisor al espíritu vital; y el espíritu vital, atravesando las arterias junto con la sangre, mueve al cuerpo, y lo porta como una carga. De aquí que algunos hayan pensado que el alma es la sangre. Pero quiénes así piensan se equivocan respecto de su naturaleza; no saben que con la muerte el alma debe abandonar primero el cuerpo, y luego, cuando el espíritu vital se ha retirado a la atmósfera, la sangre debe coagularse a lo largo de las venas, dejando vacías las arterias. Esa es la muerte del cuerpo.

Todas las cosas son dependientes de una primera causa; y esa primera causa es dependiente del Uno y Único. La primera causa es movida, de modo que pueda venir a ser primera causa de todas las cosas; solo el Uno permanece firme, y no es movido.

Hay, pues, estos tres, Dios, Cosmos, Hombre. El Cosmos es contenido por Dios, y el hombre es contenido por el Cosmos. El Cosmos es hijo de Dios; el hombre es hijo del Cosmos, y nieto, por así decirlo, de Dios. Dios, por tanto, no ignora al hombre, sino que lo reconoce plenamente, y quiere ser reconocido por él. Y solo esto, el conocimiento mismo de Dios, es la salvación del hombre; esta es la ascensión al Olimpo; y solo por medio de esto puede un alma devenir buena, y nunca permanece buena, sino que deviene mala por necesidad.

Tat. ¿Qué quieres decir con esto, tres veces grande? Hermes. Considera el alma de un niño, hijo mío, un alma que aún no ha llegado a aceptar su separación de la fuente; pues su cuerpo todavía es pequeño, y aún no ha crecido hasta todo su volumen. ¡Cuán bella es un alma así en toda su extensión! Aún no está manchada por las pasiones corporales; apenas está todavía desgajada del alma del Cosmos. Pero cuando el cuerpo ha aumentado de volumen, y ha atraído al alma hacia abajo, al interior de su masa material, genera el olvido; y así el alma se separa de lo Bello y lo Bueno, y ya no participa de ello; y a través de este olvido el alma deviene mala.

Pero cuando los hombres abandonan el cuerpo, el proceso se invierte. El alma asciende a su propio lugar, y es separada del espíritu vital; y la mente es separada del alma. De ese modo la mente, que es divina por naturaleza, es liberada de sus tegumentos; y cogiendo para sí un cuerpo de fuego, se extiende a lo largo de todo el espacio, dejando al alma para que sea juzgada y castigada según sus merecimientos.

Tat. ¿Qué significa, padre, cuando dices que la mente es separada del alma? Hermes. Hijo mío, quien aprende debería participar de los pensamientos de su instructor; debería ser más rápido en su escucha que el instructor en su discurso. Es solo en un cuerpo terrenal en el que la mente y el alma se hallan reunidas juntas. La mente, por sí sola y desnuda, no puede tomar morada en un cuerpo terrenal; un cuerpo de tierra no podría resistir la presencia de ese ser poderoso e inmortal, ni podría un poder tan grande someterse al contacto con un cuerpo manchado por la pasión. Y así la mente toma para sí al alma como envoltura; el alma, pues también el alma es en cierta medida divina, utiliza como envoltura el espíritu vital; y el espíritu vital controla al cuerpo. Pues el espíritu vital se halla envuelto en la sangre, y el alma en el espíritu vital. La mente, pues, cuando marcha del cuerpo terrenal, se reviste inmediatamente de su propia vestimenta adecuada, esto es, una vestimenta de fuego, que no pudo retener cuando tomó su morada en un cuerpo terrestre. Pues la tierra no puede sostener al fuego; incluso una pequeña chispa es suficiente para encenderla en llamas; y es por esta razón misma por lo que la tierra está rodeada de agua, que sirve de barrera y defensa para protegerla del calor flameante del fuego. Pero la mente, que es la más aguda de todas las cosas incorpóreas, tiene al fuego por su cuerpo, el más agudo de todos los elementos materiales. La mente es la hacedora de las cosas, y al hacer las cosas usa al fuego como instrumento.

La mente del universo es la hacedora de todas las cosas; pero la mente humana es una hacedora tan solo de cosas terrenales; pues la mente que se halla en el hombre está despojada de su vestimenta de fuego, y por consiguiente no puede hacer cosas divinas, al ser meramente humana, en razón del lugar de su morada. Ahora bien, el alma humana, en verdad que no toda alma humana, sino el alma piadosa, es demónica y divina. Y un alma así, cuando ha seguido el curso de la piedad, y esto significa que cuando ha llegado a conocer a Dios, y no ha hecho daño a hombre alguno, se convierte en mente por completo; y está ordenado que tras su separación del cuerpo, cuando deviene un daimon, reciba un cuerpo de fuego, de modo que pueda obrar en servicio de Dios. Pero el alma impía retiene su propia sustancia sin cambio; padece un castigo autoinfligido, y busca un cuerpo terrestre en el que poder entrar.

Pero solo puede entrar en un cuerpo humano; pues ningún otro tipo de cuerpo puede contener un alma humana. No está permitido que un alma humana caiga tan bajo como para entrar en el cuerpo de un animal irracional; es una ley de Dios que las almas humanas se mantengan protegidas de un ultraje semejante. Tat. Dime, por tanto, padre, cómo son castigadas las almas humanas. Hermes. ¿Qué castigo puede haber más grande, hijo mío, que la impiedad? ¿Qué fuego arde con llama tan fiera como la impiedad? ¿Qué bestia voraz tiene tal poder para mutilar el cuerpo, como el que tiene la impiedad para mutilar el alma misma? ¿No ves las torturas que soporta el alma impía? Grita y chilla «Estoy ardiendo, estoy toda en llamas; no sé qué hacer o qué decir; desgraciada de mí, soy devorada por las miserias que se han apoderado de mí». ¿No son acaso gritos como esos los lamentos de un alma que está padeciendo castigo? ¿O supones tú también, hijo mío, como hacen la mayoría de los hombres, que un alma, cuando abandona al cuerpo, se convierte en una bestia? Ese es un error muy grande. Las almas son castigadas así: la mente, cuando ha entrado en un alma impía, la atormenta con los flagelos de sus pecados, y es castigada por estos flagelos; es impelida a blasfemar contra Dios, y a matar y a ultrajar, y a múltiples actos de violencia por los que son agraviados los hombres. Pero cuando la mente ha entrado en un alma piadosa, conduce a dicha alma a la luz del conocimiento; y un alma así nunca se cansa de alabar y bendecir a Dios, y de hacer todo tipo de bien a todos los hombres de palabra y acto, en imitación de su Padre. Por consiguiente, hijo mío, cuando estés dando gracias a Dios, debes orar para que la mente que te ha sido asignada pueda ser una buena mente.

Un alma, por tanto, puede elevarse a un grado superior de existencia, pero no puede hundirse en un grado inferior.

Hay comunión entre alma y alma. Las almas de los dioses se hallan en comunión con las de los hombres, y las almas de los hombres con las de las criaturas carentes de razón. Los superiores tienen a su cargo a los inferiores; los dioses cuidan de los hombres, y los hombres cuidan de las criaturas carentes de razón. Y Dios cuida de todos; pues Él es más elevado que todos. El Cosmos, por tanto, está sometido a Dios; el hombre está sometido al Cosmos; las criaturas carentes de razón están sometidas al hombre; y Dios se halla por encima de todos, y lo vigila todo. La fuerzas divinas son, por así decirlo, radiaciones emitidas por Dios; las fuerzas que originan el nacimiento y el crecimiento son radiaciones emitidas por el Cosmos; las artes y oficios son radiaciones emitidas por el hombre. Las fuerzas divinas obran por medio del Cosmos, y su acción alcanza al hombre por medio de las radiaciones cósmicas a las que debe el nacimiento y el crecimiento; y las fuerzas que originan el nacimiento y el crecimiento obran por medio de los elementos materiales. Así es administrado el universo. Todas las cosas son dependientes del ser de Dios únicamente, y son administradas por medio de la mente únicamente. Nada hay más divino que la mente, nada más potente en su operación, nada más apto para unir a los hombres con los dioses, y a los dioses con los hombres. La mente es el «buen daimon»; bendita el alma que está llena de mente, y desgraciada el alma que carece de ella. Tat. Te pregunto una vez más, padre, ¿qué quieres decir con ello? Hermes. ¿Crees, pues, hijo mío, que toda alma tiene mente? Esa es la buena mente; pues es de la buena mente de la que estoy hablando ahora, y no de esa mente de la que antes hablé, a saber, de la mente que esté empleada en servicio, y es enviada abajo en justicia penal. A menudo la mente abandona el alma; y en tales momentos, el alma no puede ni ver ni oír, sino que es como una bestia carente de razón. Pues un alma sin mente «no puede hacer ni decir nada»; tan grande es el poder de la mente. Y la mente no soporta un alma letárgica; abandona al alma que está atrapada en el cuerpo, y pillada en el poder del cuerpo. Un alma así, hijo mío, no tiene en ella mente; y, por lo tanto, alguien así no debería ser considerado como un hombre.

Pues el hombre es un ser de naturaleza divina; es comparable, no a las otras criaturas vivientes que hay sobre la tierra, sino a los dioses del cielo. Es más, si hemos de decir la verdad sin temor, aquel que en verdad es un hombre se halla por encima de los dioses del cielo, o en cualquier caso los iguala en poder. Ninguno de los dioses del cielo abandonará nunca el cielo, traspasando sus límites, y bajando a la Tierra; pero el hombre asciende incluso hasta el cielo, y lo mide; y lo que es más todavía; asciende al cielo sin abandonar la Tierra; hasta tan vasta distancia puede el desplegar su poder. No debemos, pues, tener el temor de decir que un hombre sobre la tierra es un dios mortal, y que un dios en los cielos es un hombre inmortal.

Todas las cosas, por tanto, son administradas a través de estos dos, el Cosmos y el Hombre; pero todas las cosas son gobernadas por Dios únicamente.