Kevin vive en Madrid.
Hace nueve años tuvo que abandonar la casa familiar, pues sus padres no le dejaron más remedio.
¿Para qué iba a quedarse en un sitio en el que no lo aceptaban?
Pero, por suerte, ahí estaba su tía Cecilia, recién divorciada y con los brazos bien abiertos, para recibirlo.
Actualmente vive con ella y con Hunter, el novio neozelandés con el que Cecilia comenzó una relación en 2013.
Kevin está muy contento viviendo con ellos. Es un chico que se adapta bien a las situaciones.
Pero, por muy a gusto que esté allí, lleva unos meses mirando pisos por internet. Cierta parte de él siente que debe darles intimidad.
De momento su búsqueda es algo infructuosa, ya que no encuentra ningún sitio que pueda permitirse por el centro de la ciudad y sin compartir piso.
No es de tener muchos amigos, no ha tenido muy buenas experiencias en el pasado, así que se niega a compartir piso con extraños.
—¿Ni a la hora de comer paras de trabajar?
Kevin pega un pequeño salto de la silla, aparta la vista de la pantalla del ordenador y se sorprende al percatarse de lo abstraído que estaba para no darse cuenta de que, en la salita que tienen en la empresa para comer, solo quedan Penélope, Bernard y él.
Mira a su compañera y duda acerca de cómo contestar.
—¿Tú crees que ella ha dejado de trabajar en algún momento? —contesta señalando una de las muchas pegatinas que tiene puestas en el portátil. Concretamente su dedo apunta a una de Lady Gaga—. Pues yo tampoco.
Penélope es algo mayor que él y lleva en la empresa desde el año de creación de la misma.
Bernard, en cambio, llegó el año pasado de prácticas.
—Pues también es verdad —sonríe Penélope.
Kevin se lleva bastante bien con ellos, cosa que agradece.
—¿Te preparo un café? —le pregunta Bernard.
—No, gracias —contesta él cerrando el portátil tras una nueva e infructuosa búsqueda de piso—. De hecho, tengo que irme: he quedado con un cliente para enseñarle cómo van los progresos de su casa.
—¿Me haces uno a mí, Bernard, por favor? —pide Penélope.
El chico asiente y se pone a ello.
Kevin trabaja en TERLIA desde que terminó el grado de Diseño de Interiores hace un par de años. TERLIA es la empresa que crearon Hunter y Cecilia en 2014, aprovechando que él es arquitecto y ella interiorista.
El chico guarda el portátil y la carpeta con los papeles que necesita en su mochila negra. Luego coge el móvil de la mesa y se cuelga las gafas de sol del cuello de la camisa azul que lleva.
—Bernard, Pen —dice llamando la atención de ambos—, no creo que esta tarde vuelva por aquí. Mi tía me dijo algo de pasarnos por uno de los pisos que entregamos la semana que viene..., supongo que para comprobar que todo está en su sitio. ¡Nos vemos mañana! —se despide antes de cerrar la puerta.
Recorre el largo pasillo y, como cada día, llega al punto de escoger entre llamar al ascensor o bajar por la escalera.
Lo piensa.
Es un cuarto piso.
«Mmmm... El día que me apunte al gimnasio no volveré a coger el ascensor, pero hasta entonces...», intenta autoconvencerse a la vez que aprieta el botón.
El ascensor llega, Kevin entra y se apoya contra una de las paredes mientras las puertas se cierran y baja al parking del edificio.
En el corto trayecto aprovecha y contesta algunos mensajes atrasados de WhatsApp.
El ascensor se detiene y él se guarda el móvil en el bolsillo del pantalón.
Las puertas se abren y Kevin sale para, posteriormente, poner el brazo en el sensor de las puertas e impedir que estas se cierren, así les facilita la entrada a dos chicas que van cargadas con un par de cajas y varias bolsas.
—¡Gracias! —dicen ellas aliviadas.
Kevin les responde con una bonita sonrisa.
Llega a su Seat León de 2013, que con tanto esfuerzo consiguió comprar de segunda mano el año pasado, abre la puerta y se acomoda al volante.
Deja la mochila en el asiento del pasajero y, antes de enchufar el móvil al cable para poder poner su Spotify en el vehículo, abre WhatsApp y teclea.
KEVIN: ¿Qué tal va tu día?
No tarda ni treinta segundos en recibir respuesta de Clara.
CLARA: Superbiénnnn. ¿Has visto el bolso que me ha regalado la tía?
Automáticamente Kevin recibe un selfi de su hermana con un bolso negro de Tous, su marca favorita.
KEVIN: ¡Qué bonito! ¿Cuándo me vas a decir qué quieres que te regale?
CLARA: Cuando se me ocurra algo, jajaja. Por cierto, que no te he
contado una cosa.
KEVIN: No irás a dejarme
con la duda, ¿no?
CLARA: Vicent me ha dicho que
esta noche me invita a cenar.
KEVIN: ¡Pero buenoooo! Para una vez que invita, ya puedes pedir lo más caro... O directamente la carta entera.
CLARA: Ya te contaré, jajajaja...
La conversación se termina y, justo cuando él va a conectar el móvil, recibe una llamada de Cecilia.
Responde y pone el altavoz.
—¡Hola, tía!
—Hola, guapo, ¿cómo vas?
—Me pillas saliendo de la oficina, he quedado con el cliente del chalet con tobogán en la piscina —contesta abrochándose el cinturón de seguridad.
—¿A qué hora?
—A las 16.45.
—¿Y cuánto crees que estaréis? ¿Una hora? —se interesa.
—Sí, o quizá menos. ¿A qué hora quieres quedar en el ático?
—Uy, yo tengo la tarde muy liada. ¿Sobre las 21.00?
—¿Tan tarde? Yo puedo pasarme cuando termine y revisarlo.
—No, tranquilo. Además, quiero ir a echarle un vistazo personalmente. Tú aprovecha la tarde y deja el trabajo a un lado, que hace muy buen día.
Kevin piensa qué hacer con el tiempo libre y Cecilia, al no recibir respuesta, sigue hablando.
—¿No me dijiste que querías apuntarte al gimnasio? Puedes aprovechar y mirar alguno.
—¿En agosto? Qué locura, ya mejor en septiembre —se excusa.
—Tienes razón, cariño, pero... ¿septiembre de qué año?
Kevin se echa a reír y oye cómo ella hace lo mismo al otro lado del teléfono.
—Venga, nos vemos a las nueve, tía. Llevas tú las llaves, ¿verdad?
—Sí, claro. Hasta luego, guapo. Un beso.
Kevin se despide y, ahora sí, conecta el móvil al coche y arranca.
Aprovecha el trayecto para darle una vuelta mentalmente a la obra que va a enseñar.
Pero de pronto empieza a sonar una canción que consigue sacarlo por completo de sus pensamientos.
Es Paparazzi, de Lady Gaga.
Esa canción le encanta, y más aún porque es de su artista favorita.
Pero, le guste o no, le remonta a años atrás.
Concretamente al día en el que decidió dejar de hacer felices a los demás para hacerse feliz a sí mismo.
Y, lamentablemente, fue el día en que tuvo que irse de casa de sus padres para siempre.
Recuerda aquella tarde a la perfección. Cada mirada de desaprobación, cada lágrima derramada...
La ciencia dice que el cerebro bloquea los malos recuerdos para proteger a las personas e intentar minimizar su dolor. Pero, en el caso de Kevin, no fue así.
Tiene grabadas en la mente todas y cada una de las palabras que tuvo que oír aquella tarde.
«Me parece absurdo que una niña diga que quiere decidir si es niña o niño...»
«Estás confundida, cuando seas mayor ya lo entenderás...»
«¿Me estás diciendo que no solo quiere ser chico, sino también maricón?...»
Kevin intenta evitar pensar en ello. Odia recordar aquel día.
Hay heridas que, por mucho tiempo que pase, nunca llegan a cicatrizar.
Y esa es una de ellas.
Pisa con delicadeza el freno del coche y para delante de un semáforo en rojo.
Mira el móvil y hace clic en el botón de siguiente, esperando que el aleatorio de Spotify juegue a su favor.
Empieza a sonar No Tears Left to Cry de Ariana Grande.
* * *
Pasan las horas y Kevin recibe un mensaje de Cecilia.
CECILIA: Estoy ahí dentro
de veinte minutos.
KEVIN: No hay prisa.
Cuando terminó con el cliente que tenía, Kevin decidió irse a una cafetería a merendar algo y aprovechar para adelantar trabajo.
Recoge sus cosas de la mesa en la que está sentado y va directo al coche.
Al llegar, aparca frente al edificio.
Minutos después ve aparecer el vehículo de Cecilia.
—Aparca dentro, tía, yo lo he dejado ahí enfrente.
—Vale, sube.
Él hace lo que esta le pide.
Dejan el coche de ella en el parking subterráneo, en la plaza perteneciente al ático, y suben en ascensor hasta la octava planta.
—Cuanto más vengo a este piso, más me gusta, tía —comenta él nada más cruzar la puerta.
—No me extraña, tiene una iluminación espectacular —contesta Cecilia cerrando la puerta.
Kevin saca el iPad de empresa de su mochila y deja esta última a un lado para que no moleste.
—¿Hay algo que quieras revisar en concreto o el ático en general? —pregunta.
—Prefiero echarle un ojo a todo —comenta ella, y al ver lo que tiene Kevin en las manos, pregunta—: ¿Y eso?
Su sobrino gira el iPad para que vea la pantalla.
—Una lista. Así, si hay que apuntar algo en concreto de una estancia, nos facilita el trabajo.
—No tienes remedio... Menos mal que te dije que te tomaras la tarde libre —contesta Cecilia riendo y meneando la cabeza.
Kevin y ella empiezan a revisar el ático.
Es un piso de dos plantas con terraza.
—A ver, recapitulemos —dice luego Cecilia sentándose en uno de los dos taburetes que tiene la isla de la cocina.
Kevin se sienta en el taburete que queda libre y pone el iPad delante de ellos.
—Hemos quedado que hay que traer perchas tanto para el armario que hay en la entrada como para los armarios de ambas habitaciones.
—Sí —confirma él.
—Las perchas del armario de la entrada que sean negras, ya que van con el tono general. Pero las demás que sean claras, porque los armarios de arriba son blancos —señala ella.
Kevin asiente y apunta lo que su tía dice.
—En el pasillo de la puerta principal al salón van los marcos de distintas medidas y colores que están en la caja que has dejado en el despacho —recuerda Kevin—. ¿Qué hay que poner en ellos?
—Eso lo trae Hunter ahora, junto con la cena —dice ella, y viendo la mirada de su sobrino, explica—: He pensado que podríamos cenar aquí los tres, la casa está limpia y confío en que no vais a manchar nada. ¿O acaso tienes planes?
A Kevin la idea lo pilla desprevenido.
Su tía es muy disciplinada en cuestiones laborales.
De hecho, una vez pasaron toda la noche trabajando en un piso que tenían que entregar y ni siquiera cenaron.
—No, qué va. Cenamos donde queráis.
—De acuerdo. Y hablando del despacho, recuérdame que le pregunte al dueño del ático si ahí quiere una o dos mesas de trabajo. No es una estancia grande, pero seguro que caben dos mesas.
—Apuntado —dice él—. ¿Algo que retocar en cocina, aseo y salón?
Cecilia observa la cocina unos segundos.
—La cocina la veo bien. Pequeña, pero con todo lo necesario. Además, estando abierta al salón, hay más sensación de amplitud. En cuanto al aseo de aquí abajo, ¿qué te parecen los tonos grises y blancos?
—A mí me gustan, ya que contrasta con el papel pintado que hay en los dos baños de arriba. Y, por cierto, me encanta que, aunque por colocación sean iguales, la decoración sea parecida pero no igual.
—No es la primera vez que oigo eso de «parecidos pero no iguales».
Ambos ríen con su comentario, saben que se refieren a los mellizos.
Cecilia se levanta y camina hacia el salón.
—¿Qué le has regalado a Clarita este año? —pregunta.
—Aún nada —responde Kevin siguiéndola—. Le he preguntado mil veces si necesita algo, pero siempre me dice que tiene que pensarlo. Ya he visto que tú al final le compraste el bolso que me enseñaste.
—Claro, sé lo mucho que le gusta esa marca. Y, en cuanto lo vi, supe que tenía que ser suyo.
Kevin asiente, tiene razón.
—¿Qué te parece la doble altura del salón? —pregunta la tía volviendo al tema principal.
—¡Me encanta! Todo un acierto. Recuerdo que, cuando vine la primera vez al ático y me lo contaste, no pensaba que fuera posible —responde el chico mirando hacia arriba.
Ambos se acercan a la terraza.
—Qué vistas tan magníficas tiene este piso, de verdad —comenta Cecilia.
—Son una pasada. Alucino con que eso que se ve allí —señala Kevin hacia la derecha— sea el Palacio Real de Madrid.
Ella sonríe.
—Por cierto, tía —vuelve a decir Kevin—, me han llamado esta mañana y dicen que el mueble de jardín con cojines claros lo traen el lunes por la tarde.
—Perfecto, quedará estupendo —asiente ella.
Tras disfrutar de las maravillosas vistas, vuelven al interior del piso.
Cecilia se acerca al sofá de color gris.
Kevin se dirige a la escalera.
—No hace falta volver a subir —lo avisa ella.
El chico mira los escalones y recuerda algo.
—¿Sabes que cuando era pequeño e íbamos a tu casa me daba miedo subir por la escalera vista? Pensaba que me iba a colar por algún agujero.
Cecilia sonríe.
Le encanta ver a Kevin contento y siendo él mismo, no como en aquella época.
Riiiiiiiiiiiing... Riiiiiiiing.
Suena el timbre, y es Kevin quien va a abrir.
—¡Hola, Kevin! Are you alright? —lo saluda Hunter dándole un abrazo.
—¡Hola! Todo bien por aquí. Trae, que te ayudo —dice el joven cogiendo un par de bolsas.
Hunter le guiña un ojo.
El neozelandés va con un pantalón de deporte oscuro y una camiseta de manga corta verde, algo que no sorprende a Kevin, ya que sabe que, aunque su trabajo es dirigir las construcciones, no es raro verlo manos a la obra.
Ambos llegan al salón y Hunter, tras dejar un par de bolsas a un lado, saluda a Cecilia con un cariñoso beso.
Mientras tanto, Kevin deja las bolsas en la mesa y las abre para sacar el contenido.
Se impresiona por lo que ve en el interior.
—¡Pero bueno, Hunter, si has traído Taco Bell! ¿Qué celebramos? —pregunta sorprendido.
Conoce bien a la pareja y sabe que son muy estrictos con sus comidas. Si cenan algo así, saliéndose de lo convencional, seguro que hay algo que celebrar.
—Lo bonito que nos ha quedado el piso, por ejemplo —responde Cecilia levantándose del sofá.
Kevin sonríe, aunque no lo entiende. Le resulta extraño.
—¡Ni que fuese el primer proyecto que terminamos!
Los tres ríen.
Hunter y Cecilia van a la cocina a por unos vasos, mientras Kevin lo coloca todo en la alargada mesa de madera.
Cuando terminan, los tres se sientan a cenar después del día de trabajo.
* * *
Un par de horas más tarde, Hunter y Cecilia charlan relajados en el sofá.
Kevin los mira atentamente. Para él siempre han sido la pareja idílica.
Se llevan bien y lo pasan estupendamente juntos. Pero, a la vez, son capaces de hacer planes por separado y no tener que depender de la otra persona para todo.
El chico siente envidia sana al verlos, ya que sus relaciones amorosas, por llamarlo de alguna manera, no han ido como él esperaba.
—Tía, ¿te parece que vaya al pasillo y empiece a colgar los pósters? —dice buscando una excusa para darles un rato de intimidad.
—Kevin, la noche es para descansar —responde Hunter.
—Ya que estoy aquí, aprovecho el tiempo.
—Bueno, vale. Pero vente al salón, no te quedes allí solo. Así voy diciéndote qué marco poner con cada póster.
Kevin asiente y va al despacho a por la caja con los marcos.
Al volver, saca los marcos y los distribuye por el suelo.
—Así los tenemos todos a la vista —dice con una sonrisa—. ¿Cuál cojo?
Cecilia mira la bolsa con los distintos pósters enrollados.
—Empieza por el que quieras.
Kevin coge uno al azar y se sienta en la alfombra.
—¡¿Qué dicessss?! —exclama al desenrollarlo.
La pareja, que continúa en el sofá, sonríe.
—Estoy flipando... ¡Qué buen gusto tiene el dueño! —dice Kevin mirando el póster que ha desplegado en el suelo—. ¿Os podéis creer que nunca he dado con alguien que haya visto la peli El gigante de hierro?
—Qué película más bonita and emotional —murmura Hunter.
—De ahí que sea mi favorita.
Cecilia observa los colores.
—Por los tonos anaranjados y oscuros del póster, le irá bien un marco blanco. ¿Qué dices, Kevin?
—¡Perfecto!
Unos minutos después, el chico lo tiene ya montado y lo deja apoyado en el sofá.
—Pásame otro, Hunter.
—This one!
Kevin abre el póster y lo extiende también en el suelo.
—¡Wow! 17 otra vez. Clara y yo habremos visto esa película un millón de veces.
—¿Y qué tal está? ¿La trama es buena? —se interesa la tía.
—Buenísimaaaa —responde Kevin señalando a Zac Efron, el actor que sale en el póster.
La pareja se ríe.
Kevin coloca el póster en uno de los marcos de color negro.
De repente suena un pitido procedente del reloj de muñeca de Hunter.
Este se levanta y camina hacia Kevin.
—HAPPY BIRTHDAY, MANNNN! —exclama dándole un abrazo.
Kevin lo recibe con una sonrisa, quiere muchísimo a Hunter.
—¡Felicidades, cariño! —lo abraza ahora Cecilia.
El chico agradece las felicitaciones.
—Bueno, es hora de darte tu regalo de cumpleaños.
Hunter busca en su mochila mientras Kevin los mira extrañado.
Normalmente le preguntan qué quiere o qué necesita, pero este año no ha sido así.
—Hace varios meses un pajarito me dijo que estabas buscando algo —empieza a decir Cecilia—, y no se me ocurrió mejor regalo que este.
Por más que le da vueltas, a Kevin no se le ocurre qué puede ser.
Hunter le entrega algo pequeño a Cecilia y luego vuelve a sentarse en el sofá.
Segundos después, ella le muestra una cajita azul a Kevin.
—No teníais por qué regalarme nada, ya lo sabéis —dice mirando a la pareja con una vergonzosa sonrisa.
Coge la caja azul y deshace el lazo que lleva encima.
Nada más abrirla, se queda sin habla.
«¿Qué?»
Está petrificado.
—¿Te gusta? —pregunta Hunter.
Kevin no sabe qué decir.
Delante de él tiene un juego de llaves. Pero ¿de qué?
—Tía, explícame esto, porque siento que la cabeza va a empezar a darme vueltas como a la niña de El exorcista.
Eso los hace reír.
—Cariño, son las llaves de este piso.
Kevin los mira sin entender nada.
Al ver el desconcierto en la cara de su sobrino, Cecilia explica:
—Hace unos meses, Penélope se me acercó en la oficina para preguntarme qué tal iba tu búsqueda de piso, ya que te había visto echando un ojo por internet más de un día. Y, como no me habías dicho nada, preferí no preguntarte.
«Mierda...», piensa Kevin.
—Tía, siento no haberte..., o, mejor dicho, no haberos dicho nada —dice tímidamente mirándolos a ambos—. No quiero que sintáis que no estoy a gusto viviendo con vosotros ni nada parecido. Es el mejor hogar que he tenido, os lo aseguro. Pero, al fin y al cabo, yo no estaba en vuestros planes y quiero dejar de ser una carga y daros por fin la intimidad que merecéis.
Hunter niega con la cabeza.
Acto seguido, Cecilia le coge las manos al chico con cariño.
—Kevin, no quiero volver a oírte decir nunca más esa tontería de que eres una carga. Ni lo has sido ni lo vas a ser. Que te vinieras a vivir conmigo fue lo mejor que me pudo pasar. Sabes que en esa época estaba recién divorciada y no pasaba por mi mejor momento. Pero tú, con solo catorce años, me diste una lección de valentía increíble al contarles a tus padres cómo te sentías, sabiendo que no lo iban a entender y que, posiblemente, tuvieran una mala reacción.
Kevin mira a uno y a otro con los ojos llenos de lágrimas.
—Y me salvaste la vida, tía. Si no me hubieras cogido el teléfono aquella noche y hubieras venido a recogerme a primera hora de la mañana, no sé qué habría hecho.
Cecilia lo mira con cierta pena.
—No solo yo te salvé la vida a ti, cariño, tú me la salvaste a mí. Me diste el empujón que necesitaba para levantarme de la cama y volver a coger las riendas de mi vida.
Hunter se levanta del sofá.
—Okey, voy a por unos tissues —susurra.
—Hay una caja de pañuelos en el mueble del baño —recuerda Kevin.
El neozelandés desaparece por el pasillo y él vuelve a mirar a Cecilia. Está abrumado.
—Tía, no puedo aceptarlo, es demasiado. No merezco algo así.
—Cariño, tú te lo mereces todo —responde ella mirándolo a los ojos—. Eres la persona más generosa y buena que conozco, nunca pones pegas ni te quejas por nada. Así que, mientras pueda dártelo todo, lo voy a seguir haciendo.
Kevin deja la caja azul en la mesa y abraza a Cecilia todo lo fuerte que puede.
Ella lo estrecha con las mismas ganas.
Cuando se separan, Hunter se encuentra a un lado.
—Tissues? —pregunta cómicamente viendo sus caras húmedas.
Cecilia y Kevin aceptan los pañuelos y se limpian las lágrimas de la cara.
—¿Entiendes ya lo de los pósters? —pregunta Hunter.
Kevin asiente.
—Ahora tiene más sentido, por un momento he pensado que aquí iba a vivir mi alma gemela —comenta riendo—. Por cierto, tengo una pregunta importante, tía.
—Dime.
El pelirrojo la mira con una sonrisilla.
—¿Se admiten animales en el edificio?
—Claro. Conociéndote, era algo indispensable —responde ella.
Hunter coge un póster aún enrollado.
—¿Vas a buscar un flatmate? —se interesa sentándose en el suelo.
—No lo sé... —responde Kevin haciendo lo mismo que él—. Primero tengo que saber cuántos serán los gastos del piso al mes.
Kevin no tiene demasiados amigos, así que eso de buscar compañero de piso podría ser complicado.
—Solo tienes que encargarte de los gastos básicos: agua, electricidad, gas... Por lo demás, don’t worry, como diría Hunter —comenta Cecilia encaminándose hacia la cocina.
Kevin asiente, ya hablarán del tema mañana.
—¡Princesa por sorpresa! —exclama Hunter refiriéndose al póster que ha desenrollado.
—¿Qué marco? —pregunta él.
Cecilia, que vuelve al salón con un vaso de agua en las manos, los mira.
—Ahora ya decides tú, Kevin.
—El azul metálico —responde decidido—. Qué bien me conoces, tía.
Ella le guiña el ojo.
En ese instante, a Kevin le empieza a sonar el móvil.
Se levanta y, al acercarse a la mesa, ve que es Clara.
Lo coge y va hacia el pasillo.
—Sí que te has dado prisa este año.
—Kevin...
El chico nota la voz apagada de su hermana.
Algo no va bien.
—¿Qué pasa, Clara?
Entra en el despacho y cierra la puerta.
—Kevin, es el peor día de mi vida —dice quebrándosele la voz—. Vi... Vicent...
—¿No te ha gustado el restaurante al que te ha llevado? —pregunta intentando entender qué pasa.
Kevin oye cómo su hermana deja escapar un sonoro suspiro al otro lado del teléfono.
—No es eso... Inma y Vicent estaban en el baño juntos, los he pillado.
Él no sabe si lo ha entendido bien.
—¿Perdona? ¿Ese imbécil te ha sido infiel en tu cumpleaños?
—Y con Inma... —Vuelve a llorar—. Seis años de relación y una amistad de la infancia tirados a la basura.
—Menudos cabrones, qué asco de gente —responde él con rabia, aunque intentando buscar el lado positivo añade—: Lo único bueno es que así ya sabes la clase de rata de cloaca que tenías al lado.
Clara se queda callada.
Kevin camina nervioso de un lado a otro del despacho.
—¿Dónde estás? —pregunta.
—Delante del McDonald’s...
—¿Y estás en condiciones de conducir? Si no, te mando un coche como sea —dice él interrumpiéndola.
—Puedo conducir.
—¿Estás sola?
—Estoy con Cora...
Kevin se toma un segundo para ordenar las ideas en su cabeza.
—Vale —dice—. ¿Qué vas a hacer ahora? No irás a volver a su casa, ¿no?
—No voy a volver a esa casa nunca —asegura Clara tajante—. Me voy a casa de mamá y papá.
Él se queda en silencio mientras piensa.
Sabe que, si su hermana se queda allí, Vicent volverá a su vida, como muchas otras veces.
—¿Y si haces las maletas y te vienes a Madrid conmigo? —suelta de repente.
«¿Será una locura?», piensa a continuación.
Kevin no oye nada al otro lado del teléfono.
—¿Sigues ahí, Clara?
—Sí, pero ¿estás loco? ¿Cómo me voy a ir a Madrid de un día para otro? ¿Qué van a decir papá y mamá?
—Tengo un piso perfecto para nosotros dos, y aquí puedes seguir estudiando Magisterio sin problema. Y por ellos no te preocupes, el disgusto de su vida ya se lo di yo. Ni en tus mejores sueños me superas, hermanita —dice intentando hacerla reír.
Clara sonríe.
—Ya, Kevin, pero irme a Madrid sería como empezar de cero... —contesta volviendo a llorar.
—Empezar de cero es justo lo que necesitas, Clara —responde él.
Ambos se quedan unos segundos en silencio, hasta que Cora da un pequeño ladrido.
—Vale, me has convencido.
Kevin pega un pequeño salto y lo celebra en silencio.
—Vale, pues ahora hazme caso. Coge a Cora en brazos, entras al McDonald’s y te pides un batido de Oreo, eso siempre te ayuda.
—No creo que hoy me ayude —asegura ella.
—Da igual, tú cómpratelo —le pide—. Luego Cora y tú os vais a casa. Durante el fin de semana metes tus cosas en tu coche y, cuando lo tengas todo, te vienes.
Clara no lo tiene muy claro.
Pero si hay alguien en quien confía es en su hermano.
—¿Estás seguro? —susurra.
—Al cien por cien, hermanita.
—Gracias, Kevin, no sé qué haría sin ti... —dice Clara volviendo a llorar.
Los hermanos se despiden y cuelgan.
Kevin respira hondo y acto seguido regresa al salón.
—¡Ya tengo compañera de piso!