Biología del fenómeno social

Los seres humanos somos seres sociales: vivimos nuestro ser cotidiano en continua imbricación con el ser de otros. Esto, en general, lo admitimos sin reservas. Al mismo tiempo, somos individuos: vivimos nuestro ser cotidiano como un continuo devenir de experiencias individuales intransferibles. Esto lo admitimos como algo ineludible. Ser social y ser individual parecen condiciones contradictorias de existencia. De hecho, una buena parte de la historia política, económica y cultural de la humanidad —particularmente durante los últimos doscientos años en Occidente— tiene que ver con este dilema. Así, distintas teorías políticas y económicas, fundadas en diversas ideologías de lo humano, enfatizan un aspecto u otro de esta dualidad, ya sea reclamando una subordinación de los intereses individuales a los sociales, o al revés, enajenando al ser humano de la unidad de su experiencia cotidiana. Más aún, cada una de las ideologías en las que se fundan estas teorías constituye una visión de los fenómenos sociales e individuales que pretende afirmarse en una descripción verdadera de la naturaleza biológica, psicológica o espiritual de lo humano. Pero ¿están estas ideologías fundadas en una comprensión adecuada de lo humano?, ¿existe en verdad una contradicción esencial entre lo social y lo individual, o es esta contradicción una ilusión descriptiva?

La diversidad etnológica de la humanidad nos muestra muchas instancias en las que hay, o se han dado, sistemas sociales cuyos miembros viven la armonía de los intereses aparentemente contradictorios de la sociedad y los individuos que la componen. ¿Qué teoría lo explicaría? Mi propósito en este pequeño artículo es analizar los fenómenos sociales de una manera no tradicional y mostrar que, de una manera inevitable, el ser humano individual es social y viceversa. No haré esto, sin embargo, mediante una argumentación filosófica, sociológica o psicológica, sino con una argumentación biológica; es decir, mirando los fundamentos mismos de nuestro ser seres vivos. Empero, para que pueda hacer esto, el lector debe aceptar cinco condiciones iniciales que, por razones de espacio, expondré sin dar para ellas ni para sus consecuencias la completa fundamentación biológica en la que se sostienen.

1) ¿Qué es una respuesta aceptable? Cada vez que se quiere contestar a una pregunta, la dificultad principal está en saber cuándo se tiene la respuesta. ¿Cómo reconocer una respuesta adecuada si uno no sabe de antemano cuál es? Los científicos tenemos un procedimiento: las respuestas científicas, es decir, las aceptables para los científicos, deben consistir en la proposición de mecanismos (sistemas concretos o conceptuales) que en su operar (funcionar) generan todos los fenómenos involucrados en la pregunta. Si el mecanismo propuesto como respuesta a una pregunta no satisface esta condición, no es adecuado y debe cambiarse o reformularse la pregunta. Es decir, las respuestas científicas son generativas. Es de esta manera que quiero contestar la pregunta sobre qué es un sistema social, al proponer lo que yo considero es el mecanismo biológico que genera los sistemas que exhiben en su operar todos los fenómenos que observamos en los sistemas que cotidianamente reconocemos como sociales. Haré esto bajo la forma de una definición, y espero que si el sistema que propongo cumple con este requisito, el lector lo acepte como respuesta a dicha pregunta.

2) ¿Qué son los seres vivos? Los seres vivos, incluidos los seres humanos, somos sistemas determinados estructuralmente. Esto quiere decir que todo ocurre en nosotros en la forma de cambios estructurales determinados en nuestra estructura, ya sea como resultado de nuestra propia dinámica estructural interna, o como cambios estructurales gatillados en nuestras interacciones en el medio, pero no determinados por este. Más aún, la conducta observable en nosotros mismos, por ejemplo, no escapa a esto, y lo que vemos como comportamiento en cualquier ser vivo bajo la forma de acciones en un contexto determinado es, por decirlo así, la coreografía de su danza estructural. Como resultado de esto, la conducta de un ser vivo es adecuada solo si sus cambios estructurales ocurren en congruencia con los cambios estructurales del medio, y esto únicamente ocurre mientras su estructura permanece congruente con el medio durante su devenir de continuo cambio estructural. Finalmente, como sistemas determinados estructuralmente, los seres vivos son sistemas que en su dinámica estructural se constituyen y delimitan como redes cerradas de producción de sus componentes a partir de estos y de sustancias que toman del medio: los seres vivos son verdaderos remolinos de producción de componentes, por lo que las sustancias que se toman del medio se vierten en él o pasan participando transitoriamente en el ininterrumpido recambio de componentes que determina su continuo revolver productivo. Es esta condición de continua producción de sí mismos —a través de la constante producción y recambio de sus componentes— lo que caracteriza a los seres vivos y lo que se pierde en el fenómeno de la muerte. Es a esta condición a la que me refiero al decir que los seres vivos son sistemas autopoiéticos y que están vivos solo mientras están en autopoiesis. Esta caracterización de lo vivo y su fundamentación está descrita ampliamente en el libro De máquinas y seres vivos: una teoría sobre la organización biológica, que escribí junto a Francisco Varela en 1973 y al que remito a los lectores. Por último, solo les pido que acepten lo dicho aquí como un punto de partida válido, incluso para los seres humanos, y que no lo rechacen pensando que los seres humanos somos distintos.

3) ¿Cómo es el cambio estructural? En los sistemas en continuo cambio estructural, como los seres vivos, este se da tanto como resultado de su dinámica interna, como gatillado por sus interacciones en un medio que también está en constante cambio. La consecuencia de esto es que, a partir de la estructura inicial del ser vivo al comenzar su existencia, el medio aparece seleccionando en él —al gatillar cambios estructurales determinados en su estructura las secuencias de cambios estructurales que ocurren en él a lo largo de su vivir—, en una historia de sobrevida que necesariamente ocurre en la congruencia del ser vivo y el medio, hasta que el ser vivo muere porque esta congruencia se pierde. Esto ocurre tanto en la historia individual de cada ser vivo (ontogenia), como a lo largo de los linajes que estos producen como resultado de su reproducción secuencial. Lo que pido al lector que acepte en este punto, es que la estructura de cada ser vivo es, en cada instante, el resultado del camino de cambio estructural que siguió a partir de su estructura inicial, como consecuencia de sus interacciones en el medio en el que le tocó vivir.

4) La conservación de la organización. Los seres vivos participan en los fenómenos en los que participan como tales solo mientras la organización que los define como seres vivos (la autopoiesis) permanece invariante. Esta afirmación apunta a una relación universal: algo permanece, es decir, algo mantiene su identidad —cualesquiera que sean sus cambios estructurales— solo mientras la organización que la define no cambie. La organización de un sistema son las relaciones entre componentes que le dan su identidad de clase (silla, automóvil, fábrica de refrigeradores, ser vivo, etc.). El modo específico como se realiza la organización de un sistema particular (clase de componentes y las relaciones concretas que se dan entre ellos) es su estructura. La organización de un sistema es necesariamente invariante, su estructura puede cambiar. La organización que define a un sistema como ser vivo es la autopoiética. Por esto, un ser vivo permanece vivo mientras su estructura —cualesquiera que sean sus cambios— realiza su organización autopoiética, y muere si en sus cambios estructurales no se conserva esta organización. Esta afirmación apunta a una relación universal: todo sistema se desintegra cuando en sus cambios estructurales no se conserva su organización. Así, por ejemplo, un reloj a cuerda deja de ser reloj (pierde su organización de reloj) si uno de sus cambios estructurales es la ruptura de su cuerda. Lo que el lector debe aceptar en este punto, es que lo vivo de un ser vivo está determinado en él, no fuera de él.

5) Conservación de la adaptación. Los seres vivos existen siempre inmersos en un medio en el que interactúan. De hecho, como el vivir de un ser vivo transcurre en continuos cambios estructurales como resultado de su propia dinámica interna o gatillado en sus interacciones en el medio, un ser vivo conserva su organización en un medio solo si su estructura y la estructura del medio son congruentes y esta congruencia se conserva. Si no se conserva la congruencia estructural entre ser vivo y medio, las interacciones en el medio gatillan en el ser vivo cambios estructurales que lo desintegran y muere. Esta congruencia estructural entre ser vivo y medio —cualquiera que este sea— se llama adaptación. En consecuencia, un ser vivo vive solo mientras conserva su adaptación en el medio en el que existe y, mientras ocurra esto, conserva su organización. Esta afirmación también apunta a una relación universal: todo sistema existe solo en la conservación de su adaptación y su organización, en circunstancias que la conservación de una involucra la conservación de la otra. Como resultado de esto —y ya que el curso de los cambios estructurales del ser vivo contingentes a sus interacciones en el medio depende de la secuencia de estas— el devenir de un ser vivo con conservación de la adaptación es siempre uno de los cambios estructurales congruentes entre ser vivo y medio. Más aún, este devenir del ser vivo en continuo cambio estructural con conservación de la organización y la adaptación es una deriva, un curso determinado, momento a momento, en él en la circunstancia de su presente, en el transcurrir, instante a instante, de los procesos en los que participan sus componentes tanto en su dinámica interna como externa. Ser vivo y medio —incluyendo en este a otros seres vivos— forman siempre una unidad espontáneamente congruente, cuyos componentes existen de forma invariable en coderiva: toda ontogenia transcurre como una coderiva ontogénica, y toda filogenia como una coderiva filogénica, siendo cada una un curso contingente a la conservación de la adaptación de los organismos involucrados. Al aceptar este punto, el lector acepta que la estructura presente de un ser vivo es siempre el resultado de una historia en la cual sus cambios estructurales han sido congruentes con los del medio. También acepta que todo ser vivo se encuentra donde se encuentra en su presente como resultado de esa historia en una continua transformación de su presente desde su presente.

Ahora, si el lector acepta estas condiciones iniciales, cuya validez está dada desde la comprensión de los fenómenos biológicos, le propongo seguir sus consecuencias. De acuerdo a esto, y con el fin de contestar la pregunta sobre qué es un sistema social, propondré, bajo la forma de una definición, la caracterización del tipo de sistema biológico que genera todos los fenómenos sociales como consecuencia de su operar.

Sistemas sociales

Cada vez que los miembros de un conjunto de seres vivos constituyen con su conducta una red de interacciones que opera para ellos como un medio en el que ellos se realizan como seres vivos —y en el que, por lo tanto, conservan su organización y adaptación— y existen en una coderiva contingente a su participación en dicha red de interacciones, tenemos un sistema social. En otras palabras, sostengo: a) que la organización descrita arriba es necesaria y suficiente para caracterizar a un sistema social; y b) que un sistema particular, definido por esa organización, genera todos los fenómenos propios de un sistema social en un marco conductual especificado por el tipo de seres vivos que lo integran. Esta clase de sistemas es el resultado inevitable de las interacciones recurrentes que se dan entre seres vivos, y cada vez que se den con alguna permanencia, se dará este tipo de sistemas. A estos los denomino sistemas sociales porque los fenómenos que se dan en ellos son indistinguibles en su forma y modo de generación de los fenómenos que observamos en los sistemas que llamamos sociales en el ámbito humano.

Veamos ahora algunas implicaciones:

1) Es constitutivo de un sistema social el que sus componentes sean seres vivos, ya que solo se establece al conservar estos su organización y adaptación en él en el proceso de integrarlo. Por esto, cualquier intento de caracterizar al sistema social de una manera que no reconozca que la conservación de la vida de sus componentes es condición constitutiva de su operar, se equivoca y especifica un sistema que no genera los fenómenos propios del sistema social. Así, por ejemplo, un conjunto humano que no incorpora la conservación de la vida de sus miembros como parte de su definición operatoria como sistema, no constituye un sistema social.

2) Cada sistema social particular, es decir, cada sociedad, se distingue por las características de la red de interacciones que la realizan. Así, por ejemplo, una comunidad religiosa, un club y una colmena de abejas, en la medida en que son sistemas sociales, son sociedades distintas porque sus miembros realizan conductas diversas (los comportamientos adecuados en cada una de ellas son diferentes) al integrarlas. Para ser miembro de una sociedad, basta con realizar las conductas que definen a su miembros.

3) En la medida en que un sistema social está constituido por seres vivos, son todos y cada uno de los que lo integran los que, de hecho, lo constituyen con el operar de sus propiedades. Por lo tanto, y constitutivamente, no hay componentes superfluos en un sistema social, ya que si un componente se pierde, el sistema social cambia. Debido a la muerte de sus componentes, todo sistema social está expuesto al cambio. De hecho, como las propiedades y características de cada ser vivo están determinadas por su estructura, en la medida en que las estructuras de los seres vivos que integran un sistema social cambian, también lo hacen sus propiedades y el sistema social que generan con sus conductas.

4) En la medida en que un sistema social es el medio en el que sus miembros se realizan como seres vivos, y donde ellos conservan su organización y adaptación, un sistema social opera necesariamente como selector del cambio estructural de sus componentes y, por lo tanto, de sus propiedades. Sin embargo, en la medida en que son los componentes de un sistema social los que lo constituyen y realizan con su conducta, son estos los que con su conducta, de hecho, seleccionan las propiedades de los componentes del mismo sistema social que ellos constituyen. Toda sociedad es conservadora de su organización como tal sociedad, y de las características de los componentes que la generan.

5) En general, los componentes de un sistema social pueden participar en otras interacciones, además de aquellas en las que necesariamente deben participar al integrarlo; es decir, pueden participar en interacciones fuera del sistema social que constituyen. Si como resultado de tales interacciones la estructura de los componentes de un sistema social cambia, de modo que su manera de integrarlo se modifica sin destruir su organización, la estructura del sistema también cambia y aparece ante un observador como el mismo sistema, pero constituido como una red conductual diferente. Lo mismo puede pasar con la incorporación a un sistema social de nuevos miembros con una historia previa de interacciones independiente de él.

6) Aunque todo sistema social es constitutivamente conservador, también está en continuo cambio estructural debido a: a) la pérdida de miembros por muerte o migración; b) la incorporación de nuevos miembros con propiedades adicionales a aquellas necesarias para su incorporación, diferentes a las de los otros miembros; y c) cambios en las propiedades de sus miembros que surgen de modificaciones estructurales no gatilladas (seleccionadas) por sus interacciones dentro del sistema social que integran, por interacciones fuera de él o como resultado de su propia dinámica interna. El devenir histórico de cualquier sociedad es siempre el resultado de estos dos procesos: conservación y variación.

Todas estas consideraciones son de aplicabilidad universal y tienen validez para cualquier tipo de sistema social.

Veamos ahora a qué conclusiones nos llevan y qué nos permiten comprender sobre las sociedades humanas.

Sociedades humanas

1) Los sistemas sociales son constitutivamente conservadores. El que esto ocurra en el dominio social humano es evidente. Los miembros de una sociedad humana cualquiera realizan esa sociedad con su conducta y con ella, continuamente, seleccionan en sus miembros —antiguos y nuevos— esas mismas conductas. Así, por ejemplo, en un club las conductas de sus miembros lo definen, eliminando de él a todos quienes no tienen las conductas apropiadas y confirmando como miembros a todos quienes sí la tienen, en circunstancias que son conductas apropiadas aquellas con las que ellos mismos, los miembros del club, definen al club. Lo mismo pasa en la familia, en las comunidades religiosas... en fin, en cualquier sociedad humana.

2) Los seres humanos podemos ser miembros de muchos sistemas sociales simultánea o sucesivamente. Basta con que en el proceso de vivir lleguemos a realizar las conductas propias de cada sistema social en el lugar oportuno. Así, podemos ser imbricadamente y sin contradicciones miembros de una familia, de una comunidad religiosa, de un club y de una nación, a través de las distintas dimensiones en nuestro vivir. Si al realizar las diferentes conductas propias de los diversos sistemas sociales no lo hacemos involucrando nuestras vidas y solo fingimos hacerlo, no somos miembros de ellos y estaremos inmersos en sus respectivas tramas conductuales hasta que, al ser descubiertos, seamos expulsados como hipócritas o parásitos.

3) El mecanismo fundamental de interacción en el operar de los sistemas sociales humanos es el lenguaje. Más aún, el lenguaje, como característica del ser humano, surge con lo humano en el devenir social que le da origen. Me explico: la conducta primaria de coordinación conductual en la acción sobre el mundo —generada y aprendida a lo largo de la vida de los miembros de un sistema social cualquiera como resultado de sus interacciones en él— es descrita como conducta lingüística por un observador, que ve cada elemento conductual como una palabra descriptora del mundo al señalar objetos en él. En ese operar social primario, sin embargo, no hay objetos para los miembros del sistema social, pues ellos solo se mueven en la coordinación conductual de la acción que han debido adquirir (aprender) al hacerse miembros de él. En el dominio social humano, y como resultado de las interacciones que tienen lugar entre los miembros de una sociedad humana, hay lenguaje cuando hay recursividad lingüística.

Es decir, hay lenguaje —y en mi opinión así surge, evolutivamente en algún momento, hace más de un millón de años en la historia del ser humano— cuando los participantes de un dominio lingüístico usan palabras (coordinación conductual primaria) al coordinar sus acciones sobre las distintas circunstancias que sus coordinaciones conductuales primarias configuran, las que así aparecen por primera vez señaladas como unidades independientes, esto es, como objetos. De esto resultan, por una parte, la producción de un mundo de acciones y objetos que solo tienen existencia y significado en el dominio social en el que surgen y, por otra, la producción de la autoobservación, que nos lleva a distinguirnos como objetos a nosotros mismos y a nuestras circunstancias en la reflexión que constituye la autoconciencia como fenómeno que también solo tiene existencia y sentido en el dominio social.

4) Para que exista un sistema social, debe darse la recurrencia en las interacciones que resultan en la coordinación conductual de sus miembros; es decir, debe darse la recurrencia de interacciones cooperativas. De hecho, si hay recurrencia de interacciones cooperativas entre dos o más seres vivos, el resultado puede ser un sistema social si tal recurrencia pasa a ser un mecanismo mediante el cual estos realizan su autopoiesis. La recurrencia de interacciones cooperativas es siempre expresión del operar de los seres vivos participantes en un dominio de acoplamiento estructural recíproco, y durará tanto como dure este. En nosotros, los seres humanos, este acoplamiento estructural recíproco se da espontáneamente en muchas circunstancias diferentes como expresión de nuestro modo de ser biológico actual, y aparece ante un observador como una “pegajosidad” biológica que puede ser descrita como el placer de la compañía o amor, en cualquiera de sus formas. Sin esta “pegajosidad” biológica, sin el placer de la compañía ni amor no hay socialización humana, y toda sociedad en la que se pierde el amor se desintegra. La conservación de esta “pegajosidad” biológica que, en su origen asocial, es el fundamento de lo social, ha sido en la evolución de los homínidos, en mi opinión, el factor básico en el acotamiento de la deriva filogénica humana que resultó en el lenguaje y a través de él en la cooperación y no en la competencia, en la inteligencia típicamente humana.

5) Nuestra individualidad como seres humanos es social, y al ser humanamente social, es lingüísticamente lingüística; es decir, está inmersa en nuestro ser en el lenguaje. Esto es constitutivo de lo humano. Somos concebidos, crecemos, vivimos y morimos inmersos en las coordinaciones conductuales que involucran las palabras y la reflexión lingüística y, por ello y con ello, en la posibilidad de la autoconciencia y, a veces, en la autoconciencia. En suma, existimos como seres humanos solo en un mundo social que, definido por nuestro ser en el lenguaje, es el medio en el que nos realizamos como seres vivos y en el cual conservamos nuestra organización y adaptación: toda nuestra realidad humana es social y somos individuos, personas, solo en cuanto somos seres sociales en el lenguaje.

6) En la medida en que es la conducta individual de sus miembros lo que define a un sistema social como una sociedad particular, las características de esta solo pueden cambiar si también lo hace la conducta de sus miembros. Más aún, está visto que las características de los miembros de un sistema social pueden cambiar de manera no conservadora si estos tienen interacciones fuera de él. Esto ocurre en el dominio humano de dos maneras: a) concretamente por encuentros fuera de la dinámica misma del sistema social (en los viajes, por ejemplo); y b) por reflexión en el lenguaje. Los encuentros fuera del sistema social dependen de la movilidad y apertura de sus miembros para admitir tales encuentros. La reflexión en el lenguaje ocurre cada vez que nuestras interacciones nos llevan a describir nuestras circunstancias al gatillarnos un cambio de dominio que define una perspectiva de observación. Esto ocurre principalmente de dos maneras: a) por falla en el fluir de nuestros actos en algún dominio de nuestro mundo cultural, al interrumpirse nuestro acoplamiento estructural en ese dominio; y b) porque el operar en el amor (la simpatía, el afecto, la preferencia) nos lleva a mirar las circunstancias en las que se encuentra el ser u objeto amado y a valorarlas desde ese amor (preferencia). La primera manera de pasar a la reflexión en el lenguaje no es necesariamente social; la segunda —el amor en cualquiera de sus formas— involucra las fuentes mismas de la socialización humana y, por lo tanto, al fundamento de lo humano. Lo significativo de la reflexión en el lenguaje es que nos lleva a contemplar nuestro mundo y el mundo de otro, y a hacer de la descripción de nuestras circunstancias y las del otro parte del medio en el que conservamos identidad y adaptación. La reflexión en el lenguaje nos lleva a ver el mundo en que vivimos y a aceptarlo o rechazarlo conscientemente.

7) La estabilidad de un sistema social depende de que no se interfiera en su carácter conservador. Por esto, en todo sistema social humano la búsqueda de la estabilidad social lleva a: a) la estabilidad por la conciencia social, al ampliar las instancias reflexivas que permiten a cada miembro una conducta social que involucra como legítima la presencia del otro como un igual; o b) la estabilidad en la rigidez conductual, por una parte, mediante la restricción de las circunstancias reflexivas al limitar los encuentros fuera del sistema social y reducir la conversación y la crítica; y, por otra parte, mediante la negación del amor, a reemplazar la ética (la aceptación del otro) por la jerarquía y la moralidad (la imposición de normas conductuales) al institucionalizar relaciones contingentes de subordinación humana.

8) En cada sistema social se conserva la identidad de la clase de seres vivos que lo integran. Así, si los componentes de un sistema social son hormigas, la identidad que se conserva en la dinámica estructural de ese sistema es la de hormiga. Si los seres vivos componentes de un sistema social son médicos, la identidad conservada en esos componentes durante su dinámica estructural es la de médico. Por esto, nuestra individualidad como seres humanos involucra la conservación de nuestra vida en la conservación de tantas identidades como sociedades a las que pertenecemos. Así, podemos dejar de pertenecer a uno u otro sistema social sin necesariamente desintegrarnos como seres humanos.

9) En la medida en que el fenómeno social humano se funda en el amor, en relaciones sociales que dependen del ver al otro que el amor involucra, como las de justicia, respeto, honestidad y colaboración, son propias del operar de un sistema social humano como sistema biológico y, por lo tanto, pertenecen al quehacer social humano cotidiano. Por esto, la negación de estas relaciones desvirtúa el fenómeno social humano al negar sus fundamentos (el amor), y toda sociedad que lo hace se desintegra, aun si sus antiguos miembros deben continuar interactuando porque no pueden separarse físicamente.

10) Las relaciones de trabajo son acuerdos de producción en los que lo central es el producto, no los seres humanos que lo producen. Por esto, las relaciones de trabajo no son sociales. El que esto sea así es lo que justifica la negación de lo humano en estas relaciones: ser humano en una relación de trabajo es una impertinencia. El que las relaciones de trabajo no sean sociales hace posible el reemplazo de los trabajadores humanos por autómatas y el uso humano en el desconocimiento de lo humano, lo que los trabajadores ignorantes de esta situación vivencian como explotación.

Reflexiones

Aunque lo dicho hasta ahora contiene lo fundamental de todo lo que se puede decir sobre la biología del fenómeno social, caben algunas reflexiones:

El ser humano es constitutivamente social. No existe lo humano fuera de lo social. Lo genético no determina lo humano, solo funda lo humanizable. Para ser humano, hay que crecer humano entre humanos. Aunque esto parece obvio, se desdibuja al olvidar que se es humano solo de las maneras de ser humano de las sociedades a las que se pertenece. Si pertenecemos a sociedades que validan con la conducta cotidiana de sus miembros el respeto a los mayores, la honestidad consigo mismo, la seriedad en la acción y la veracidad en el lenguaje, ese será nuestro modo de ser humanos y el de nuestros hijos. Por el contrario, si pertenecemos a una sociedad cuyos miembros validan con su conducta cotidiana la hipocresía, el abuso, la mentira y el autoengaño, ese será nuestro modo de ser humanos y el de nuestros hijos.

Debido al carácter conservador de todo sistema social, la innovación social es —al menos inicialmente— resistida y, a veces, de manera extrema. Por esto, una innovación social se impone sola, por seducción o porque los nuevos miembros no pueden evitar crecer en ella. Por último, como toda sociedad se realiza en la conducta de los individuos que la componen, hay cambio social genuino en ella solo si hay una modificación conductual genuina de sus miembros. Todo cambio social es cultural.

Todo sistema social humano se funda en el amor, en cualquiera de sus formas, que une a sus miembros. El amor es la apertura de un espacio de existencia para el otro como ser humano junto a uno. Si no hay amor, no hay socialización genuina y los seres humanos se separan. Una sociedad en la que se acaba el amor entre sus miembros se desintegra. Únicamente la coerción de uno u otro tipo —es decir, el riesgo a perder la vida— puede obligar a un ser humano, que no es un parásito, a la hipocresía de conducirse como miembro de un sistema social sin amor. Ser social involucra siempre ir con otro, y se va libremente solo con el que se ama.

La conducta social está fundada en la cooperación, no en la competencia. La competencia es constitutivamente antisocial, porque como fenómeno consiste en la negación del otro. No existe la “sana competencia”, porque la negación del otro implica la negación de sí mismo al pretender que se valida lo que se niega. La competencia es contraria a la seriedad en la acción, pues el que compite no vive en lo que hace, sino que se enajena en la negación del otro.

Lo central del fenómeno social humano es que se da en el lenguaje, y lo central del lenguaje es que solo en él se dan la reflexión y la autoconciencia. El lenguaje en un sentido antropológico es, por lo tanto, el origen de lo humano propiamente tal, a la vez que su caída y liberación. El lenguaje saca la biología humana del ámbito de la pura estructura material, e incluye en ella el ámbito de la estructura conceptual al hacer posible un mundo de descripciones en el que el ser humano debe conservar su organización y adaptación. Así, el lenguaje da al ser humano su dimensión espiritual en la reflexión, tanto de la autoconciencia como de la conciencia del otro. Pero el lenguaje es también la caída del ser humano al permitir las cegueras frente al ser biológico que traen consigo las ideologías descriptivas de lo que debe ser. ¿Quién no ha tenido la experiencia de desgarramiento interno al negarse a compartir o a ayudar a quien lo necesita? El que cada vez que nos neguemos a ayudar o a compartir recurramos a una explicación para justificar nuestro rechazo prueba, por una parte, que todo rechazo a ayudar o compartir violenta nuestro ser biológico básico y, por otra parte, que nuestras ideologías justificativas nos ciegan frente a nosotros mismos y los demás.

Todo lo dicho muestra que no existe, biológicamente hablando, contradicción entre lo social y lo individual. Al contrario, ambos son, de hecho, inseparables. La contradicción que la humanidad llega a vivir en este dominio es de origen cultural. Es el resultado de: a) la sobrecarga ecológica que produce y que ha producido en la historia de la humanidad una población humana siempre creciente, y que trae consigo la ceguera que genera la justificación ideológica de la competencia por la subsistencia; y b) la exclusión que toda sociedad hace de quienes no satisfacen las condiciones de pertenencia que la definen y que justificamos ideológicamente, a pesar de saber por íntima reflexión que todos los seres humanos, como tales, somos iguales. Esto tiene solo una salida: la estabilización y eventual reducción de la población mundial y la inclusión efectiva de todo ser humano en la misma comunidad social.

En la historia de la humanidad, la formación de grandes comunidades, con la sobrecarga del medio natural que ello implica, priva cada vez más a los seres humanos de su acceso libre a los recursos de subsistencia que necesitan, por lo que queda, necesariamente, en la sociedad, como sistema de convivencia, la tarea (responsabilidad) de proporcionarlos. Esta tarea (responsabilidad) es frecuentemente negada con algún argumento que pone al ser individual como contrario al social. Esto, como hemos visto, es falaz. Para el ser humano primitivo, la naturaleza es el reino de Dios, el ámbito donde encuentra a la mano todo lo que necesita si convive adecuadamente en ella. Para el ser humano moderno, la sociedad es la naturaleza, el reino de Dios, que debe configurar el ámbito donde encontrar a la mano todo lo que hace su bienestar como resultado de su convivir en ella. Esto, en general, no ocurre, y lo impide la enajenación que generan el apego y el deseo de posesión, enajenación que transforma todo —las cosas, las ideas, los sentimientos, la verdad— en bienes apropiables, generando un proceso que priva al otro de lo que debiera estarle a la mano como resultado de su mero ser y hacer social. En el apego, en el deseo de posesión, negamos al otro y creamos con él un mundo que nos niega.

Los problemas sociales son siempre culturales, porque tienen que ver con los mundos que construimos en la convivencia. Por esto, la solución a cualquier problema social siempre pertenece al dominio de la ética, es decir, al de seriedad en la acción frente a cada circunstancia que parte de aceptar la legitimidad de todo ser humano, de todo otro, en sus semejanzas y diferencias. Es la conducta de los seres humanos, ciegos ante sí mismos y el mundo en la defensa de la negación del otro, lo que ha hecho del presente humano lo que es. La salida, sin embargo, está siempre a la mano, ya que, a pesar de nuestra caída, todos sabemos que vivimos el mundo que vivimos porque socialmente no queremos vivir otro.

La guerra no llega, la hacemos; la miseria no es un accidente histórico, es obra nuestra, porque queremos un mundo con las ventajas antisociales que trae consigo la justificación ideológica de la competencia en la justificación de la acumulación de riqueza, mediante la generación de servidumbre bajo el pretexto de la eficacia productiva; estamos aplastados por el exceso de población porque queremos vivir sin hacernos cargo de que todos los seres humanos tenemos derecho al mismo bienestar biológico y, por lo tanto, social. En fin, afirmamos que el individuo humano se realiza en la defensa competitiva de sus intereses porque queremos vivir sin hacernos cargo del hecho de que toda individualidad es social, y que solo se realiza cuando incluye cooperativamente en sus intereses los de los otros seres humanos que la sustentan.

Es posible que para muchos lectores este artículo aparezca difícil. Sin embargo, me parece que, de hecho, no lo es, pues estoy seguro de que todos los lectores conocen, por su propia experiencia, la naturaleza íntima del fenómeno social y saben que su fundamento es ético. Es decir, estoy seguro de que todos los lectores saben que la naturaleza íntima del fenómeno social humano está en la aceptación y respeto por el otro, que está en el centro del amor como fundamento biológico de lo social. Y, por último, estoy seguro de que todos los lectores saben que la armonía social no surge de la búsqueda de lo perfecto a la que invitan todas las enajenaciones ideológicas, sino de estar dispuestos a reconocer que toda negación del ser humano —accidental o intencional, particular o institucional— como lo central del fenómeno social humano, es un error ético que puede ser corregido solo si se quiere corregir.