Prefacio

Para contar el origen de este primer libro en conjunto con Humberto Maturana, Habitar humano en seis ensayos de biología-cultural —publicado inicialmente en 2007—, es central poner en contexto parte de la historia de cómo nace la colaboración que nos llevó a crear lo que hoy es Matríztica y, con posterioridad, a la biología-cultural.

Me encontré con parte de la obra del doctor Humberto Maturana tanto en las clases que impartían diferentes profesores, cuando estudiaba Orientación, como a través de algunas lecturas, en una historia de vida donde sentí desde niña la importancia de la palabra dicha y escrita. Así, me sedujo desde un inicio el concepto multiverso y su propuesta de la biología del amor.

De este modo, comenzaron mis reflexiones y observaciones junto al deseo de profundizar en estas ideas aclarando dudas y haciendo preguntas; y me fui encontrando en este caminar con alumnos, discípulos y admiradores de la obra del “maestro” —como lo llaman—, y viví la experiencia de asistir a sus conferencias, seminarios y cursos.

Todo entender, saber y conocer tiene que hacer sentido desde la propia experiencia para que fluyan, y así estar libre y con autonomía reflexiva y de acción para contribuir con nuevas reflexiones e ideas. Lo que había leído, escuchado o lo que otros y otras me habían “tratado de explicar” no me dejaba conforme en lo más interno de mi sentir y, con esas explicaciones me daba cuenta de que había algo más que hoy puedo llamar intuición, y que no vi que tuviera presencia en el mundo académico. Lo que ocurrió es que para mí se transformó en un acertijo el descubrir que existían tantas explicaciones del trabajo de Humberto Maturana como personas las daban.

Había una biología del conocimiento o del conocer, por un lado, y una explicación de la biología del amor, por el otro, que la sostenía solamente Maturana, sin que ambas explicaciones convergieran en otros ámbitos. Hablar del amor en esos días —y hasta hoy— en el mundo académico o en las organizaciones era muy desacreditado. Sin embargo, mi mayor interrogante en ese momento fue: “Si había tantas explicaciones como personas las daban, ¿qué estaba entendiendo? ¿Cómo concretizar esa intuición en esta danza de conceptos e ideas seductoras? Sentía que había poca claridad y, más bien, una invisibilidad de trasfondo en un pensar que resultaba difícil de leer, pero muy simple de vivir. Y respecto de este modo de pensar y ver el mundo —y a propósito del libro Árbol del conocimiento— me pregunté: ¿tiene frutos? ¿Y dónde están para visibilizarlos? ¿Cómo llevar esas ideas de manera más cercana a las personas, al ciudadano o ciudadana común y corriente, quien, quizá, no tuvo la oportunidad de ir más allá de la enseñanza básica o media, y que tiene ansias de aprender, de entender con curiosidad o dolor sobre los intrincados caminos de lo vivo y humano?

Cuando uno tiene una pregunta y persigue las consecuencias que trae el querer responderla, tiene que asumirlas. La pregunta que tenía y tengo es por el dolor y sufrimiento humano; y desde esa inquietud tuve la oportunidad de encontrarme con Humberto Maturana para tener conversaciones cercanas donde podía hacerle “mis” preguntas, en el deseo
de entender desde “m
í”, sin intermediarios. Reflexionar y conversar con un ser humano sensible y singular, que tiene ideas y preguntas peculiares, y que tantos y tantas querían descubrir cómo pensaba, fue y es un regalo. Y lo que descubrí con “el doc”, como lo llamo cariñosamente, es que su modo de pensar, de preguntar y explicar es inédito y, por lo tanto, trae al vivir un mundo inédito. Así, me hizo sentido lo de soltar las certidumbres para abrirme a escuchar y transitar hacia un lugar desconocido, como lo es un nuevo modo de pensar.

En mi trabajo como consultora y haciendo procesos organizacionales, encontré la gran oportunidad de poner en práctica lo siguiente: “Si somos seres amorosos, y el vivir es la conservación de nuestra autopoiesis molecular, y esta solo se conserva en la buena tierra del amar, ¿cuál es el medio a través del cual el otro y la otra se encuentran en esa buena tierra? Y la respuesta aparece prístina: “En el conversar que deja aparecer”.

En esos momentos me encontré, por circunstancias del vivir, realizando conversaciones en mi casa con personas que venían desde el mal-estar, el dolor o el sufrimiento, a encontrarse con respuestas o con una salida a ese sufrimiento. Puedo decir ahora, que han pasado más de veinte años de esas conversaciones, que estas se transformaron para mí, de manera espontánea, en un laboratorio de investigación sobre el dolor humano; y me di cuenta de que todo dolor y sufrimiento son siempre de origen cultural. Fue en ese darme cuenta donde se gestaron las conversaciones liberadoras, con consecuencias reflexivas y terapéuticas que, con el tiempo, fueron el origen y centro en el desarrollo del entendimiento de la biología-cultural.

Hoy puedo afirmar que todas aquellas personas que llegaron a conversar en un espacio íntimo conmigo, o en mi trabajo como consultora en grandes empresas, se transformaron en mis maestros al aceptar la invitación a jugar, a reflexionar y a encontrarse con los otros y otras en los talleres que hacía en esa época. Y les doy las gracias, ya que esos procesos organizacionales que me encomendaban fueron también parte de mi investigación para observar y entender, más aún, el modo de relacionarse de las personas en el ámbito laboral, y así poder darme cuenta de que sus sentires íntimos y emociones son el fundamento de todo hacer y relacionarse. Desde esa ampliación del entendimiento, lo central era y es —si uno quiere entender las dinámicas relacionales de las personas— dejarlas aparecer, sin prejuicios ni expectativas, y despojada de la idea de que sabía adónde tenían que llegar, resultando en un gran aprendizaje para los grupos y para mí, en el que el borde del conversar fue siempre el mutuo respeto.

Cada uno o una puede entender de manera diferente, según la cultura que viva, lo que significa conversar. En esta cultura occidental, en la que se vive el conversar como sinónimo de dialogar, que se refiere a una confrontación a través del logos en el razonar, cometemos un error conceptual. El conversar no es una confrontación, es un encuentro en el que se busca la armonización de deseos en el caso de un proyecto común en relación con la realización de un hacer operacional reflexivo: distinguimos conversar como un “danzar en compañía” o “dar vueltas en compañía” en la dinámica relacional del encuentro de dos o más personas, donde todas tienen presencia, se escuchan y están dispuestas a cambiar de opinión si sienten que es oportuno. Es el encuentro que gatilla en cada persona la seducción de la reflexión, del preguntar candoroso. Quedamos implícita o explícitamente convocados a un próximo encuentro, ¿por qué? Porque cada conversación, en principio, es completa y se cierra sobre sí misma, aunque esté abierta a la recursividad. De hecho, la riqueza del conversar está en el encanto de los mundos que surgen cuando se hacen recursivos. Estos mundos no estaban al inicio en ese primer danzar juntos, sino que es un resultar que genera placer en su novedad, expandiendo la inteligencia y creatividad en el bien-estar de la convivencia.

Este, nuestro primer libro en conjunto con Humberto Maturana, es como esa primera conversación donde quedamos invitados, tanto los autores como los lectores, a seguir reflexionando en compañía.

Estos seis ensayos fueron publicados inicialmente en 2007, pero puedo decir que hoy, en el año 2021, el primero de ellos, “Las eras psíquicas de la humanidad”, está plenamente vigente en un presente en el que estamos habitando una era psíquica de gran desconcierto, que genera miedos, inseguridades y dolor ante la muerte inesperada, en un futuro nebuloso para las generaciones de niños y niñas, donde la deshonestidad y la codicia se han apoderado del mundo de la instituciones tanto públicas como privadas. Y donde el dolor cultural y sufrimiento —solo por algunos conocidos— se nos hace presente, saliendo como de un letargo, tomando forma en las desigualdades, en las ansias de poder y sometimiento, en el apego a las ideologías y fundamentalismos, y en la ine-
quidad que mata de hambre y atropella la dignidad de las personas. Han pasado catorce años, sin embargo, ahora estamos conviviendo en la
vorágine de todas las eras psíquicas que este libro presenta; y en el anhelo de muchas personas de convivir en el placer y bien-estar en la espontaneidad de una era arcaica. En esta era surge el lenguaje al alero de la familia ancestral en el placer de la convivencia, se vive en las
coherencias del reino de dios, sin saber que se vive en ellas
, y en la sencillez del vivir en el bien-estar y armonía en la ciclicidad natural del la biosfera.

Se vislumbra en el horizonte una mayor conciencia de un vivir y convivir en el encanto de un relacionarse donde la simpleza de lo natural, de lo que está a la mano, genera alegría, cuidándonos los unos a los otros. Aprendiendo, conociendo y respetando el mundo que nos rodea; deseosos de la esperanza de un modo de vivir que surge sin preguntas que interfieran en las coherencias del vivir cotidiano, ya que hoy somos más conscientes de que somos seres sociales que nos necesitamos los unos a los otros y otras.

Está surgiendo la buena tierra donde podemos distinguir la importancia de la austeridad como un valor deseable y coherente, pues queremos convivir en la confianza de que hay un mundo que nos acoge y no nos traiciona.

La era psíquica matrística1 o matriarcal, como bien lo destacamos en este libro, nos revela la visión materna que acoge, contiene, cuida y nutre en una danza espontánea y transformadora en la alegría del compartir la cercanía en la sensualidad que gatilla la sensorialidad íntima del deseo de estar juntos. Lo central en esta era fue el surgimiento, el cultivo y permanencia de la familia ancestral como un pequeño grupo de primates bípedos que vivían juntos al calor de los cuerpos y al cuidado de las crías. Este permanecer juntos posibilita que las coordinaciones de haceres se hagan recursivas y surja el lenguaje, el objeto, el conversar en compañía con otros, y el reflexionar como el modo de vivir y convivir humano. Una época pacífica, donde el principio femenino estaba representado por la diosa dadora de vida y la organización social se sustentaba en el compartir, la solidaridad y la colaboración en un convivir en comunidad.

Destaco en este prefacio estas dos eras psíquicas, pues ambas son modos de relacionarse que generan bien-estar, en el caso de la era arcaica de manera espontánea. En la era matrística surgen las culturas como el modo de convivir humano cuya orientación se funda en un sentir íntimo que busca cultivar el bien-estar en un convivir coherente con la divinidad inmanente de la biosfera. Cuando esa confianza inmanente se rompe, se abre el camino para las otras eras, como la psíquica del apoderamiento, la moderna y posmoderna.

Hoy somos conscientes —a partir de todo lo que ya hemos vivido y estamos viviendo— de lo que queremos y no queremos vivir en esta cultura. No deseamos seguir actuando como si creyésemos que los conflictos humanos se resuelven con luchas y guerras. Tampoco como si el cambio climático fuese producto de una catástrofe natural y no del modo de vivir y convivir que producimos con el crecimiento exponencial de la población en la inconciencia de que nos transformamos en una plaga, generando adicciones al éxito, a competir, a la fama, al dinero, en fin, adicciones abiertas al infinito en busca del poder en el placer de ser obedecidos.

¿Y podemos quedarnos allí? Sí, pero ya no lo queremos, deseamos recuperar la confianza en nuestra ontología constitutiva, que es la de ser seres amorosos que florecemos en el amar. Al escribir estas eras psíquicas de la humanidad, nos encontramos con la pregunta de en cuál de ellas nos gustaría que habitaran los nuevos linajes humanos. Y, en esa reflexión, surge la era psíquica posposmoderna, en la esperanza y confianza aún conservada en este presente en el ser humano como un ser inteligente, creativo, tierno y visionario, cuya orientación y propósito es el desear vivir en el bien-estar, la alegría, la compasión, la armonía íntima, el mutuo respeto, la coinspiración, la colaboración y la aceptación de un mundo diverso que esta era propone: la era psíquica posposmoderna comienza a ser vivida con el abandono al apego al valor que se le asigna al sentir que se sabe lo que se piensa que se sabe como verdad absoluta que niega la reflexión.

Y dejo al lector que él o ella misma, al visualizar el modo de convivir en esta era psíquica posposmoderna, reflexione y acepte o rechace la idea de si es posible o no. En esta era surge una gran oportunidad desde la audacia del vivir biológico-cultural del Homo sapiens-amans amans y la acción ética consciente de un ser humano que desea vivir y convivir en armonía íntima.

Estas eras psíquicas no están escritas para hacer referencia a una línea de tiempo o período histórico extendido caracterizado por un suceder particular, por ejemplo, las guerras o la presencia de algún personaje o proceso que tiene un punto de partida y un final. Las eras psíquicas de la humanidad son imaginadas para evocar modos de pensar, sentir y emocionear vividos en distintos momentos de la deriva evolutiva humana. Hay momentos en la historia de la humanidad en los que esos diferentes modos de sentir se han vivido todas estas eras entrelazadas como diversas maneras de relacionarse en las múltiples formas culturales en las comunidades humanas.

Con los dolores vividos hemos ampliado nuestra conciencia y salimos de ese letargo doloroso para que podamos ofrecerles a quienes están naciendo, creciendo, a los niños y niñas, un mundo en el que expandan su autonomía reflexiva y de acción en un convivir armónico ante la diversidad, en el respeto por sí mismo o misma y por el entorno, donde los otros seres vivos tienen presencia en un convivir sustentable que incluye tanto la antroposfera como la biosfera. Como decimos en este libro, con las eras psíquicas de la humanidad queremos evocar linajes psíquicos como orientaciones biológico-culturales de modos de vivir y convivir que revelan la sensorialidad íntima y las emociones que han dado y dan forma al convivir humano según el contexto histórico, social, filosófico, científico, tecnológico y epistemológico en cada época de nuestra historia.

Por ejemplo, estas distintas eras psíquicas se ven entrelazadas en el segundo ensayo, “Biología del Tao o el camino del amar”. Este es uno de los textos que tiene para los autores una armonía en su belleza poética. Nace en nuestro conversar como un jugar evocando el wu-wei, “el estilo de vida de quien sigue la corriente del Tao2”, como el agua o el viento, desde el placer de la reflexión. Y así, en nuestro reflexionar sobre las diferentes formas de aparecer del amar en las distintas culturas de Oriente y Occidente, vivimos muchas largas conversaciones y profundas reflexiones en las que estuvieron presentes las enseñanzas de Jesús, Buda y Lao Tzú.

¿Cómo es que, en esta cultura de Occidente patriarcal-matriarcal, el amar tiene presencia solo desde la bondad, el romanticismo, la poética o las religiones? Es claro que la palabra amor o la acción de amar tiene mucha historia y se le ha dado el sentido según la era psíquica predominante en la que ese sentir aparece.

Fue en esas reflexiones y conversaciones que nos aparece que el amar ocurre en el dejar aparecer, y que tiene presencia en tradiciones culturales que no viven en la justificación del poder, el control y la discriminación. Entonces, el centro de estas reflexiones se orientó por un momento a Oriente, al bello Tao Te Ching de Lao Tzú: “El Tao nada hace y, sin embargo, nada queda sin hacer”, imagen que es una invitación a un camino experiencial de confianza en la armonía del vivir en el no apego que, cuando se logra, se vive, a su vez, en la no ignorancia del nirvana del budismo que se connota con la noción del Tao.

Desde el entendimiento de nuestro vivir la biología-cultural, reconocemos que solo tenemos el presente cambiante continuo que vivimos, y que cuando quiero explicarlo, ya no es. Vivir en el bien-estar de ese presente, sin que se interpongan ni el pasado ni el futuro, conscientes de que ambos son invenciones explicativas que nos invitan al desapego.

¿Cuándo ocurre el apego? Cuando algo me causa placer y, a la vez, daño, y sufro porque no quiero dejarlo. Y eso efímero a lo que nos apegamos nos cuesta soltarlo no por lo efímero, sino por el valor que le damos a través de desearlo, un valor trascendente y permanente. Este ensayo resulta liberador de las trampas culturales al hacernos conscientes de nuestros apegos y de que el bien-estar psíquico y corporal es posible en un vivir sin esfuerzo ni apego en la conciencia de la unidad de toda la existencia. Y esta unidad nos abre el camino para el tercer ensayo, “Las leyes sistémicas y metasistémicas”:

Todo lo dicho es dicho por un observador multisensorial a otro observador multisensorial que puede ser él o ella misma”.

Esta ley sistémica básica nos dice que operamos como observadores en el observar el suceder del vivir en la experiencia, el lenguajear, conversar y reflexionar, experiencia inne-
gable e ineludible del vivir y convivir que aparece cuando se acepta la pregunta sobre cómo hacemos lo que hacemos.
Si tomamos en serio lo que evocamos como leyes sistémicas y metasistémicas —que son abstracciones de las regularidades sistémicas que el observador distingue en el ámbito de sus reflexiones sobre el ocurrir de los sistemas que observa—, podemos darnos cuenta de que ocurren en cualquier parte del cosmos en la que nos encontremos viviendo y haciendo la operación de distinción que hace aparecer lo que distinguimos.

Estas abstracciones de las coherencias sensoriales-operacionales-relacionales aparecen como leyes generales del universo y las podemos constatar en Oriente y Occidente. Este ensayo está compuesto por treinta leyes sistémicas y metasistémicas básicas. Como fueron escritas entre 1999 y 2004, desde 2005 a 2007 se hicieron cambios, y ahora están en otra actualización que aún no termina, pues el pensar y reflexionar de la biología-cultural es dinámico: según el vivir cotidiano aparecen ampliaciones que traen las nuevas ideas en la realización de nuestro vivir.

El cuarto ensayo, “Reflexiones sobre terapia y mis conversaciones con Ximena Dávila sobre la liberación del dolor cultural”, de Humberto Maturana; y el quinto, “Matriz biológica-cultural de la existencia humana y el conversar liberador”, de mi autoría, son un recorrido a través de nuestras conversaciones sobre lo que le dije a Humberto Maturana al principio de este viaje juntos: “Doctor, me he dado cuenta de que las personas que me consultan me muestran que su dolor y sufrimiento es de origen cultural, ya que desde la más tierna infancia se sometieron a la psiquis del control, la sumisión y la desconfianza generadora de inseguridades. Vivieron el no tener presencia por sentirse no válidos, no legítimos, por haber vivido abusos, por maltrato, por expectativas y exigencias que generaron los adultos sobre ellos o ellas”. Me muestran, entonces, que todo dolor y sufrimiento es siempre de origen cultural, y además me muestran el camino de salida, que es la recuperación del respeto por sí mismo o misma que lleva a su autonomía reflexiva y de acción”.

La lectura de estos dos ensayos es, en particular, íntima, pues resulta en una invitación a la reflexión sobre el propio vivir y convivir. Lo central de este par de ensayos es darse cuenta de que es posible salir de las trampas culturales en la recuperación del amar y del amarse, del dejarse aparecer como un ser único, irrepetible, sensible y amoroso. Estamos donde estamos siempre porque queremos conservar algo desde nosotros, sea el empleo por un sueldo, la familia, el vivir en tal o cual ciudad, ciertas amistades, o un compañero o compañera, y aunque digamos que no queremos estar donde estamos, siempre lo hacemos porque hemos querido conservar lo que para cada uno o una es un bien superior. Por eso, ante las preguntas sobre qué quiero conservar en mi vivir y convivir y qué no, se nos amplia el darnos cuenta de que si estoy donde quiero estar es porque conservo desde mí algo que es valioso. O no, y en ese caso estoy conservando algo que me daña y quiero soltar, pero no se cómo. Todo cambio en nuestro modo de vivir y convivir lo generamos cada uno de nosotros y nosotras, o sea, depende solo de mí el querer hacer las transformaciones en mi modo de vivir.

El sexto ensayo, “Autopoiesis y sistemas dinámicos cerrados”, surge a la luz de la pregunta sobre qué es el tiempo. Sin embargo, lo seres vivos y los seres humanos vivimos en un presente continuo y cambiante como entes históricos en un vivir atemporal, ya que el vivir o la dinámica molecular autopoiética ocurre en el presente en el no tiempo o tiempo cero.

En la historia de la humanidad y de la biosfera, el vivir no se ha detenido jamás, pues si lo hubiese hecho, no habría, ahora, ni biosfera, ni historia de la humanidad: todo el ocurrir de la biosfera fue sucediendo en un proceso atemporal. Hay que entender que no hay un agente externo ni interno que vaya guiando el vivir o las dinámicas de relaciones entre seres vivos, y que todo ocurre en la deriva histórica de la localidad del cosmos en la que nos encontramos como dinámicas moleculares. Y ha ocurrido en cada instante de nuestro presente cambiante de transformaciones sensoriales-operacionales-relacionales, en un ámbito particular de la arquitectura
dinámica del cosmos molecular que habitamos.

Lo que define la identidad de un sistema es la continua conservación de configuración de relaciones que se mantiene en su operar. Por lo tanto, todo sistema opera en tanto lo hace en la armonía de la continua realización armónica de la configuración de relaciones que define y realiza su identidad. Por eso, no hay caos ni azar en el operar de un sistema mientras lo hace. Las nociones de azar o caos son referencias del observador ante el suceder de un sistema que se le aparece como impredecible cuando en su análisis confunde dominios sensoriales-opercionales-relacionales al poner su mirada en este, el cual no opera según las expectativas del observador. En este sentido, los seres vivos somos sistemas cerrados en nuestro operar. Esto quiere decir que lo externo que incide sobre nosotros solo gatilla cambios en nuestra estructura, y operamos como organismos haciendo correlaciones internas que nos integran como tales. Esto es observable en los sistemas nervioso, endocrino e inmunitario si los dejamos aparecer sin distorsionar nuestro mirar buscando funciones en su operar.

Estas reflexiones nos llevan a preguntarnos si el modo de vivir que tenemos conserva o no nuestra armonía íntima como organismos, pues cuando esta se pierde enfermamos: se distorsiona la realización de nuestra autopoiesis molecular y morimos, a menos que recuperemos la armonía perdida.

Todo lo que hacemos en el vivir cotidiano tiene consecuencias en nuestro organismo y en la realización y conservación de la dinámica autopoiética molecular. Entonces, cabe preguntarse cómo hacemos lo que hacemos. Por lo tanto,
este ensayo ilumina sobre la importancia de cómo vivimos lo que vivimos en el presente continuo de nuestro vivir cotidiano. ¿Hacemos lo que queremos o nos dejamos llevar por nuestra ignorancia?

“Lo que resulta nunca es parte del proceso que le da origen”. Esta ley sistémica nos revela en nuestra mirada lineal-causal, pues vivimos una psiquis que se orienta al resultado en todo orden de situaciones, y no nos detenemos a mirar el presente y el proceso. En esta cultura lo central es poner atención a un resultado que nunca podremos predecir, y olvidamos el suceder del presente, donde todo ocurre, ya que el resultar es producto de cómo se está en el ahora. Lo que sí siempre podemos hacer es modular el continuo ahora del presente que vivimos. Esa es nuestra gran responsabilidad, actuar conscientes de que lo único que tenemos es el presente que vivimos, y que podemos guiar su continuo cambio con lo que escogemos conservar, tal como lo hemos constatado el año 2020 con la llegada impredecible de la pandemia, que aún azota a la humanidad en este 2021.

Entrando ya al año 2021, publicamos nuevamente Habitar humano en seis ensayos de biología-cultural en la total confianza de que sigue plenamente vigente. Desde su primera publicación, en el tiempo transcurrido han surgido nuevas ideas que lo han enriquecido, pero nunca negado. Este es un libro que invita, en cada uno de sus ensayos, a reflexionar en el silencio del soliloquio y preguntarnos: ¿qué vivir y convivir deseo conservar?

Ximena Dávila Yáñez
Enero de 2021.