NICK
La observé alejarse sin entender absolutamente nada y entonces me fijé en el mensaje que había debajo de la foto:
Esto pasa cuando te vas de la ciudad. ¿De verdad te pensabas que Dan iba a esperarte para siempre?
¿Quién cojones era Dan? ¿Y quién era la imbécil de Kay, que le mandaba un mensaje como aquel?
Sin importarme lo más mínimo abrí la carpeta de fotografías de su móvil. Allí había un montón de fotos con una chica morena, que si no me equivocaba era la misma de la foto, y después de unas cuantas con amigos y en lo que parecía su instituto vi la foto que estaba buscando.
El tío ese, Dan, le cogía el rostro con las manos a Noah y la besaba mientras ella no podía aguantarse la risa, seguramente al saber que le estaban haciendo la fotografía... Le habían puesto los cuernos...
Bloqueé el teléfono y me lo metí en el bolsillo. No tenía ni la menor idea de por qué sentía ganas de tirar aquel aparato a las profundidades del océano ni por qué me cabreó tanto aquella fotografía de Noah besando a ese cabrón, pero lo que sí entendía eran las ganas terribles de partirle la cara al primero que me tocara los cojones esa noche.
Me dirigí hacia la mesa en la que habían colocado un papelito con mi nombre, con Noah a un lado y Anna al otro. Frente a mí se sentaba mi padre y, a su lado, su mujer; también había dos matrimonios más cuyos nombres no podía recordar, pero a los que sabía que debía mostrarles la versión del encantador y perfecto hijo de William Leister.
No habían pasado ni dos segundos desde que me había sentado cuando Anna apareció a mi lado. Sentí su perfume nada más sentarse y me incliné sobre la mesa para beberme el vino rojo sangre que habían servido en casi todas las copas.
—¿Y tu hermanita? —me preguntó despectivamente.
—Llorando porque le han puesto los cuernos —le contesté secamente sin pensar.
A mi lado, Anna soltó una carcajada y me irritó bastante.
—No me extraña, es una cría —comentó con una nota de desprecio en la voz.
La observé unos instantes analizando su contestación. Era mucha inquina para haberla conocido dos segundos, aunque no le hizo mucha gracia haber visto cómo me pegaba un puñetazo la noche anterior.
—Háblame de otra cosa porque bastante tengo ya con aguantarla en mi casa —le dije volviendo a colocar mi copa sobre la mesa.
Sin siquiera darme cuenta comencé a buscar a Noah por la sala. La mayoría de los invitados ya habían tomado asiento cuando la divisé junto a la barra que había en la otra punta de la misma. Se quedó esperando hasta que un camarero se acercó a ella.
Me puse de pie en cuanto vi de quién se trataba. Caminé hacia allí con paso firme, decidido a evitar por todos los medios que Mario conociera a mi nueva hermanastra, pero en cuanto la alcancé escuché lo último que le estaba diciendo.
—Te veo en la puerta en cinco minutos...
—En cinco minutos vas a estar sentada en la limusina esperando para volver a casa —la interrumpí colocándome a su lado y fulminando a Mario con la mirada.
—Hola a ti también, Nick —saludó con una sonrisa.
—Déjate de chorradas —la corté—. ¿Qué coño estás haciendo?
Mario pertenecía a mi pasado, no podía dejar que conociera a Noah: era demasiado arriesgado. Él sabía exactamente lo que estaba pensando y por eso mismo no había dudado ni un segundo en camelarla.
—No todo tiene que ver contigo, Nicholas —repuso Noah y tuve que controlarme para no obligarla a cerrar el pico—. ¿Puedes devolverme mi teléfono? —me pidió volviéndose hacia mí con la palma de la mano hacia arriba.
La observé fijamente. Ni rastro de la humedad que había visto en sus ojos antes. Nada. Estaba fría como el hielo.
—Es para hoy, no para el año que viene —agregó impaciente.
Estaba llegando a mi límite aquella noche. Mario soltó una risotada al mismo tiempo que levantaba las manos como si se estuviera rindiendo.
—Yo no me metería con ella, tío —me advirtió como si la conociera de toda la vida.
—Noah, déjate de chorradas, ni siquiera lo conoces —le dije intentando razonar con ella mientras me sacaba el móvil del bolsillo y se lo tendía con más ímpetu del necesario.
—¿Y a ti sí? —replicó frunciendo el ceño con incredulidad—. Además, para tu información, voy a ir a esas carreras que tanto empeño pones para mantener en secreto —me anunció a continuación.
Abrí los ojos, miré a ambos lados y di un paso en su dirección.
—¿Qué te has fumado, niña? —dije perdiendo los nervios—. No vas a poner ni un solo pie en ese lugar, ¿me has oído?
Noah no se dejó amilanar por mis palabras.
—Puedo ir y no decir nada sobre lo que vamos a hacer esta noche, o puedo quedarme aquí y contarle todo a tu padre, tú decides.
«¡Joder!»
No entendía a qué venía esa actitud: su novio la engañaba, cualquier chica normal y corriente habría estado hecha polvo o llorando por las esquinas... ¿y su reacción era tocarme las narices?
Estaba cansado de todo esto, no podía seguir estando pendiente de ella. Les di la espalda y regresé a mi mesa. Mi mayor preocupación era que mi padre terminara enterándose de las cosas que hacía fuera de casa. Siempre había procurado mantener mi vida familiar apartada de otras esferas de mi vida y ahora me habían metido a una niñata irascible a la que no solo le importaba un pimiento lo que le dijera, sino que se había propuesto meterse en mis asuntos.
Me puse de pie una hora después y me dirigí hacia la barra, donde mi padre y su nueva mujer bebían y charlaban animadamente con una pareja de amigos.
En cuanto me vio acercarme, él me sonrió y al llegar a su lado me dio una palmadita en el hombro. Aquellos gestos me molestaban. Necesitaba mi espacio y que fuera mi padre el que lo rompiera me molestaba aún más.
—¿Os vais ya? —me preguntó sin ningún tono de reproche. Bien, eso significaba que me podía marchar sin problemas.
—Pues sí —le contesté dejando mi copa sobre la mesa de la barra—. Mañana tengo que levantarme temprano para seguir trabajando en el caso —añadí.
Mi padre mostró su conformidad con un gesto de la cabeza.
—Noah ya se ha marchado a casa, así que si tú estás también cansado puedes irte.
Asentí satisfecho y me alejé de la fiesta con Anna a mi lado.