Introducción

Coronel Thierry Noulens

Profesor de la Escuela de Guerra

Jefe del departamento de ciencias humanas y sociales de la guerra

Según la biblioteca patrimonial del CDEM (antigua biblioteca de la Escuela Superior de Guerra), la conferencia «El arte de pensar y la dirección de la guerra» fue pronunciada por primera vez en 1952 a la 66ª promoción de la Escuela Superior de Guerra, y por última vez en 1958 a la 72ª promoción. Fue sustituida en 1957, para la 71ª promoción, por una conferencia titulada «Del pensamiento a la acción» que ocupó su lugar desde 1959 hasta 1963. Al aparecer la primera edición de Pensamiento y guerra solo se ha conservado «El arte de pensar y la dirección de la guerra»19.

La lectura de estos dos textos sorprende por la semejanza de sus ideas. Pero lo que nos interesa de la presente edición está destinado específicamente a los futuros jefes militares que son los oficiales alumnos de la Escuela de Guerra. La versión que se ha reproducido es la de 1958. El texto publicado difiere muy poco de su versión mecanografiada20. El autor ha suprimido algunos pasajes cuyo estilo se prestaba bien a una exposición oral pero no a una publicación. En cualquier caso, podría señalarse que en la versión publicada en 1969 el autor hablaba de «la situación actual», mientras que en 1958 hablaba de «la situación de 1954»21. Efectivamente, hay que tener presente que esta conferencia fue pronunciada ante oficiales que habían combatido a partir de la Segunda Guerra Mundial22 y cuya preocupación eran las guerras de Indochina y de Argelia. Por otro lado, debido a este público de profesionales de la guerra, Jean Guitton optó por precauciones oratorias que en parte han desaparecido de la versión publicada para «excusarse por tomar ejemplos de su propio dominio»23.

Jean Guitton está lejos de ser el único filósofo que se haya interesado por el fenómeno de la guerra. Pero no entra en la cuestión de la legitimidad de hacer la guerra ni en su dimensión ética o moral. La originalidad de este texto se encuentra en que trata sobre el jefe militar como pensador y como actor mostrando que no solo existen similitudes metodológicas entre un pensador y un militar, sino que los métodos empleados por los filósofos pueden ser valiosos para quien esté interesado en estudiar los principios de la guerra.

De hecho, Jean Guitton anima a los futuros oficiales a condensar el estudio de los hechos, de los acontecimientos, en algunos principios básicos. Fija como punto de partida más favorable un conjunto de conocimientos, el punto de encuentro del mundo visible y el invisible o el tránsito de una situación dada a otra cuyos vínculos necesarios habría que buscar. La comprensión de todo lo que hay que tener presente nacerá del descubrimiento de estos vínculos.

El texto se centra en un principio en «definir el método más propicio para la operación del conocimiento», y después trata sobre «la operación del pensamiento en la guerra» para extraer las similitudes entre estos dos campos. A continuación viene una primera parte consagrada a los procedimientos particulares, entre los que la logística24 tiene gran importancia; y una segunda dedicada a la dialéctica. Esta última debe permitir identificar los principios simples y eternos de la guerra cuya apariencia se deforma, durante la confrontación armada, por el prisma de los procedimientos empleados y de la contingencia.

Los oficiales deben realizar su reflexión sobre una situación operacional y después decidir el acto que van a realizar en una cierta incertidumbre25. Así pues, la realización del acto voluntario está precedida, en un lapso más o menos breve, por su concepción intelectual como posible y realizable. Se proyecta en el futuro como modo de acción antes de ser ejecutado en acto.

Jean Guitton presta atención a las diferentes situaciones en las que se encuentra el pensador militar. Se podrían clasificar en función del tiempo que precede a la acción militar preparada o efectuada.

Ante bellum es el periodo de paz en el que no se ha identificado específicamente ninguna amenaza ni ningún enemigo. En este caso, los pensadores que preparan la guerra han de razonar sobre un enemigo genérico según diversas posibilidades. El problema principal al que se enfrentarán los pensadores militares es que no podrán verificar sus hipótesis mediante la experiencia. Sin embargo, este tipo de razonamientos tienen la virtud de que permiten poner a punto las técnicas de estado mayor, evaluar el volumen y la organización de los medios necesarios y encontrar procedimientos para actuar según las posibilidades imaginadas.

Ad bellum correspondería a un periodo de tensiones, de conflicto larvado o en desarrollo, como sucedió, por ejemplo, durante la Guerra Fría. Se trata, en este caso, de prepararse para actuar contra un enemigo designado acerca del que hay que obtener informaciones. Habrá que aplicar los procedimientos inventados durante la fase precedente o hacerlos evolucionar en función del contexto, del enemigo, de lo que se sabe de él, del terreno y de los medios disponibles. Pero incluso el método de razonamiento más riguroso no podrá eliminar del todo las fricciones tal como las definió Clausewitz.

In bello es el tiempo del conflicto abierto, de la guerra. En este caso se trata de dirigir las operaciones. Las hipótesis emitidas durante la fase precedente se verificarán mediante la experiencia. Habrá que adaptarse a las nuevas condiciones de enfrentamiento engendradas por los primeros disparos de cañón y a una situación de movimiento continuo. Ahora se comprenderá el sentido de la célebre frase de Foch: «La realidad del campo de batalla es que no se le estudia; simplemente se hace lo que se puede para aplicar lo que se sabe. Por lo tanto, para poder un poco hay que saber mucho y bien»26.

Finalmente, tras la terminación del conflicto llega el momento de extraer enseñanzas, el periodo post bellum. Pero el ejercicio no está carente de peligros. El principal riesgo, sobre todo cuando se ha vencido, es el de celebrar la guerra que acaba de terminar sin reflexionar sobre lo que costó la victoria, así como el de atribuirla solamente a la calidad del ejército propio y de sus jefes, puesto que «ningún vencedor cree en el azar»27. Además, un trabajo defectuoso sobre la aclaración de los hechos puede ocultar las verdaderas razones de un fracaso o de un éxito.

Así pues, Jean Guitton propone un método para ayudar a los futuros oficiales a enfrentarse a diferentes situaciones en las que se encontrarán a veces como pensadores y a veces como actores. Se detiene en el espinoso problema del papel del azar en la dirección de las operaciones.

El problema no es nuevo en el pensamiento filosófico moderno. Maquiavelo, al igual que los antiguos, aceptó la existencia de una Fortuna que interviene en los asuntos humanos. Pensaba que sus efectos podían ser contrarrestados en parte por la virtud, es decir, por el libre albedrío del hombre para reaccionar o no ante el acontecimiento. «Las nociones de Fortuna y virtud abren una relación dialéctica que altera la coherencia de esta nueva ciencia política centrada sobre la acción eficaz que Maquiavelo estableció»28. El punto de encuentro entre la Fortuna y la virtud constituye una unión de conocimientos definida por Jean Guitton.

Maquiavelo, aunque invite a los encargados de tomar decisiones a adaptarse «a las características de su tiempo»29, no parece recetar una solución milagrosa para contrarrestar los caprichos de la Fortuna. Considerando «que puede ser verdad que la fortuna sea el árbitro de la mitad de nuestras acciones y que nos deje gobernar a nosotros más o menos la otra mitad»30, aconseja al Príncipe ser audaz para resistirse a ella, ya que «la Fortuna es mujer; y si se la quiere someter, es necesario vencerla y golpearla. Por eso ella ama a los jóvenes, porque son menos circunspectos, más valientes y se la enfrentan con más audacia»31. Estas ideas vuelven a encontrarse en su Arte de la guerra. Como buen humanista, se inspiró en la organización y la táctica de las regiones romanas de la República. Pero, aunque afirme sobre la dirección de la guerra que «no hay ciencia que no tenga sus principios generales como base de las diversas aplicaciones que de ella se hacen»32, evita definir las reglas con un cierto grado de universalidad. En suma, más que un arte de la guerra, Maquiavelo nos entrega una recopilación de procedimientos que permitan no volver a ver un rey conquistar Italia «con la tiza en la mano»33. No obstante, en su opinión, el conocimiento, la acción y la resolución son factores de éxito que pueden hacer sitio a la Fortuna.

Montecuccoli, que, según H. Coutau-Bégarie, merecería «ser considerado el fundador de la ciencia estratégica moderna»34, estuvo influido por Maquiavelo. Pero su ambición fue más allá de la de su predecesor. Por su larga experiencia, fue el primero en intentar aplicar un método científico al estudio de la dirección de la guerra. Tomó de Juste Lipse «la interpretación de la guerra como fenómeno esencialmente político»35. Galileo le inspiró en el terreno del método y sobre todo en la posibilidad de deducir reglas generales a partir de la observación de un número limitado de hechos probadores. De Campanella, opuesto a Aristóteles por reprocharle fundar su filosofía en la observación de la naturaleza, extrae una cierta concepción de la Providencia. Sin duda, esta última influencia provocó que la voluntad de Montecuccoli de elevar la guerra a la categoría de ciencia estuviese moderada por la consideración del papel de la Fortuna y el azar. Para él, el concepto más importante es prever porque supone tener que adaptarse continuamente. Por eso «Montecuccoli jamás fue hombre de un solo sistema de guerra»36.

De este periodo, sin embargo, Jean Guitton no retiene más que a Descartes, del que recuerda que fue militar. Su método se manifiesta infalible por su conducta ordenada y su finalidad. Se trata del antiazar mediante la reflexión. Descartes intenta fundamentar todo el conocimiento posible sobre el modelo matemático para conseguir un conocimiento que no pueda ser puesto en duda. Así pues, a primera vista, el método de Descartes parece inútil en gran parte para el jefe militar que no podrá verificar su hipótesis más que en la fase in bello, cuando probablemente sea ya demasiado tarde37.

Pascal, por el contrario, piensa que es posible aliar matemática y azar. Esta conciliación de «contrarios aparentes» también constituye una unión de conocimientos. En 1654 Pascal presentó a la Academia parisina de ciencias sus trabajos reunidos en su Aleae geometria, auténtica piedra fundacional de las probabilidades.

Pero Jean Guitton está más interesado en el pensamiento de Antoine Cournot38, que es de más ayuda para el empleo del método racional de Descartes por los jefes militares. Cournot es un matemático pero también un filósofo que busca la articulación y la diferencia del determinismo físico, de la vida, de la libertad y del azar. Según él, el azar no es más que la expresión de nuestra ignorancia de las causas. Le define como el «encuentro de dos series causales independientes». Esta independencia de dos series es la que hace que el elemento causal escape a nuestras previsiones y nos sorprenda. El azar nace de conexiones científicamente determinables.

Por lo tanto, el azar no se debe a la ausencia de determinismo, sino a nuestra ignorancia de este determinismo que, sin embargo, existe. Napoleón no pudo prever la tormenta, fenómeno meteorológico determinado que, en la noche del 17 de junio de 1815, transformó el campo de batalla de Waterloo en un barrizal impidiendo el empleo masivo de la artillería de Drouot. Por el contrario, en junio de 1944 Eisenhower retrasó el desembarco un día porque en aquella época el servicio meteorológico podía prever el tiempo que iba a hacer. Hoy las condiciones meteorológicas ya no son un azar porque pueden ser previstas.

Como afirma Bergson, cuando se habla de azar siempre es en relación con un interés humano. Para que intervenga y que el efecto tenga una significación humana, es necesario que esta significación resurja sobre la causa y la dote de humanidad. El azar, por lo tanto, es un mecanismo que se comporta como si tuviera una intención39. Si la tormenta del 17 de junio de 1815 hubiera caído a diez kilómetros del campo de batalla, o si hubiera caído al día siguiente, a nadie se le habría ocurrido hablar de azar. El encuentro de dos series causales evidencia, sin embargo, la casualidad. Como señala Renan, «es indiscutible que en la historia tiene una importancia enorme la fuerza, el capricho e incluso eso a lo que se podría llamar el azar, es decir, eso que no tiene causa moral proporcionada al efecto»40. Renan ilustra sus opiniones tomando como ejemplo la muerte de Gustavo Adolfo en Lützen en 1632, que «cambió la faz de Europa». La trayectoria de la bala que mató al rey de Suecia estaba bien determinada por las leyes de la balística41, él se encontraba en la trayectoria por su propia decisión si excluimos la de su caballo42, y habría podido encontrarse cinco metros a la izquierda. El encuentro entre la bala y Gustavo Adolfo implica un azar.

Por eso Cournot distingue claramente entre causa (solamente lo que produce efectos) y razón (lo que explica el efecto)43. Si Gustavo Adolfo murió en Lützen fue porque se expuso demasiado en el campo de batalla, fiel a su papel de comandante44. La causa de su muerte fue su encuentro fortuito con una bala, pero la razón fue su costumbre de mandar en vanguardia45.

En historia militar, que es el reino del azar y la necesidad46, no hay que intentar explicar los sucesos por sus causas, sino más bien buscar la comprensión de las razones. ¿De verdad hay que preguntarse «por qué»? ¿No deberíamos más bien limitarnos a la cuestión «cómo»?

De responder a esta cuestión proviene el interés de la «etiología histórica» definida por Cournot47. Pero Cournot no rechaza el libre albedrío del hombre, al que no descarga «de la responsabilidad de sus actos». La fuerza operativa del hombre se inscribe en la combinación de las otras fuerzas que no controla. Por lo tanto, no hay que olvidar el libre albedrío del hombre que ha puesto en funcionamiento los elementos propicios para la realización de un hecho. Por el contrario, el factor desencadenante puede haber sido debido al azar.

El proceso metodológico que propone Jean Guitton a los alumnos de la Escuela Superior de Guerra en la última parte de su conferencia descansa en la creencia en la existencia de principios de la guerra cuya aplicación pasa por la concepción de un sistema o de una doctrina48 compuesta por procedimientos que permiten no apartarse nunca de ellos en función de la evolución de las circunstancias. Lo mismo recordó en 1925 el capitán De Gaulle en un artículo muy crítico sobre la enseñanza en la Escuela Superior de Guerra: «Los principios que rigen el empleo de los medios: economía de fuerzas; necesidad de proceder por concentración y, en consecuencia, por fases o saltos; sorpresa para el enemigo; seguridad para uno mismo, solo tienen valor –¡cuántos lo han profesado ya!– por la manera en la que sean adaptados a las circunstancias»49.

Según algunos, los creadores de sistema han tenido la pretensión de edificar una doctrina de la guerra inamovible. Pero en la guerra nada es inmutable y toda doctrina, por pertinente que sea, debe evolucionar. No se debe definir a priori, por adelantado, cual será, en general, el modo de acción. Este fue el error de los turiferarios de la ofensiva a ultranza antes de 1914.

El pensamiento militar no debe pretender la aplicación de una ciencia dogmática, admitida por disciplina más que por convicción. Por el contrario, hay que conseguir mediante la enseñanza una manera común de razonar. De ello saldrá, según las circunstancias, la manera de pensar y de actuar. Con este fin H. Coutau-Bégarie, en sus conferencias a la Escuela de Guerra, recordaba a menudo esta frase de Joseph de Maistre: «La inteligencia es por su propia naturaleza el resultado, a la vez ternario y único, de una percepción que siente, una razón que afirma y una voluntad que obra»50.

Por esta razón Jean Guitton advierte sobre la percepción intuitiva que se puede tener de una situación. En efecto, la intuición es un conocimiento inmediato del mundo sensible o perceptible por un hombre. Aporta datos concretos. El razonamiento se ejerce a partir de datos que la intuición aporta y exige procedimientos que son pasos que la intuición excluye. Es igualmente importante desconfiar de los prejuicios y de las ideas recibidas. Si se les concede demasiada importancia, nos quedaremos solo con lo que pueda justificarlos y olvidaremos lo demás. Construiremos un razonamiento que tendrá indudablemente una estructura rigurosa pero que estará construido sobre una base muy frágil. No obstante, la intuición, que puede ser el resultado de la experiencia, conserva un papel esencial en el razonamiento del estratega.

Por eso Jean Guitton invita a los alumnos a distinguir bien lo relativo al accidente (los procedimientos utilizados, el azar) de lo relativo a la sustancia (los principios inmutables). Este método somete los resultados deducidos lógicamente a la prueba de los hechos; es experimental y racional a un mismo tiempo. Esta unidad de método, en medio de la cual la mente podría tomar varios caminos combinados, siendo la dialéctica el preferido por Jean Guitton, tiene por objeto el conocimiento de la verdad. Por esencia, el método es mera práctica.

Se suele decir que los principios no surgen más que del sentido común y que es inútil ir a buscar su presencia en ejemplos históricos. Pero este estudio post bellum sigue siendo indispensable, pues es necesario que los futuros oficiales se ejerciten en reflexionar ante bellum para que luego puedan aplicarlos inmediatamente ad bellum y sobre todo in bello. Solo con esta condición podrán imitar en plena acción, como recomienda Foch, al general prusiano Verdy du Vernois (en aquella época mayor en el estado mayor del IIº ejército) ante una situación inédita en el campo de batalla de Nachod, cuando gritó: «¡Al diablo la historia y los principios! Ante todo, ¿de qué se trata?»51. Se trata de mirar, de comprender y, finalmente, de decidir sin violar los principios inmutables de la guerra para contrarrestar la voluntad del enemigo y atenuar el efecto de los caprichos de la Fortuna.