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El Gordo

La esquina, bajo una luz grisácea difuminada, estaba vacía. El Gordo, un tipo grande como un ropero, debía estar en Ponzano con Bretón de los Herreros, en el madrileño barrio de Chamberí, a las dos de la tarde. Aficionado a la cerveza bien tirada, el comisario principal Enrique García Castaño, el Gordo, cataba la caña de la marisquería Fide —por el nombre de uno de sus dueños, Fidel—, en ese cruce de calles, aunque su local favorito, a un tiro de piedra, era la taberna El Doble.

Destituido de su cargo de jefe de la Unidad Central de Apoyo Operativo (UCAO) de la Policía en 2017 por el ministro del Interior Juan Ignacio Zoido, el Gordo había montado desde allí los operativos de vigilancia y las escuchas telefónicas de un sinfín de investigaciones policiales y judiciales, legales o ilegales, durante más de veinte años. Esa actuación se remontaba a los años setenta del siglo pasado en la Comisaría General de Información, en el madrileño barrio de Canillas, donde Enrique García Castaño aún conservaba su despacho.

En aquellos tiempos remotos se le recordaba por su antiguo alias, Blasillo. Había pertenecido al partido Fuerza Nueva de Blas Piñar. Aunque por edad no dominaba la informática y tampoco podía valorar técnicamente la calidad y el alcance de los gadgets de espionaje del mercado internacional, sus contactos con otros servicios de información del mundo le permitieron conocer las ofertas y novedades y someterlas al escrutinio de un equipo de policías científicos expertos de su división. Él tomaba nota de lo más relajado y ordenaba su compra.

Pero en aquel momento su obsesión era otra: una buena cerveza. Una operación de cáncer le había fastidiado y llevaba mal el tumor. A pesar de la enfermedad, conservaba las ganas y desbordaba energía. Ese 11 de abril de 2018 medía los dos dedos de espuma de la caña o la capa de gas de las burbujas, miraba los colores. Por fin, salió y farfulló. Alguien había entrado en Fide y tal vez lo había reconocido. A dos pasos, esperaba una reserva para dos en el restaurante «italiano de un amigo mío», según dijo, la Trattoria Due Amici.

Era él quien había tenido acceso total a los medios materiales de grabación y de escucha, y también quien aprovisionaba al comisario José Manuel Villarejo de ese tipo de aparatos de la Policía, así como de material comprado al servicio secreto israelí, el Mossad (o al menos alardeaba de ello) y de artilugios para intervenir comunicaciones de forma ilegal. García Castaño había conseguido mucho dinero con eso. Su acceso a los jueces y a los fiscales tenía una razón poderosa: encontraba atajos para resolver las cosas, como conseguir un número de teléfono o hallar a personas ilocalizables. Además, atesoraba una cantidad ingente de material grabado de muchas personas, lo que le proporcionaba una especial capacidad de extorsión. Sin embargo, estaba a punto de caerle encima un tsunami judicial por las peripecias con su socio. Pero ese 11 de abril de 2018 todavía no lo sabía, aunque era consciente de la encrucijada, más de la de Villarejo que de la suya propia.

Cuando entró a la Trattoria Due Amici, su amigo italiano lo saludó con cariño. El Gordo, con su enorme presencia física, mirada clara de ojos insinuantes y grandes cejas morenas, se sentía en familia. Pidió pizza para dos. El formato de la diavola, con sus bordes ovalados, te trasladaba lejos, a la pizzería napolitana Spacca Napoli. Después de lamentarse, no sin antes echar varios granos de sal a la carne despiezada de la clase política española entera, dijo:

Se avecina un lío como nunca hemos visto. Villarejo ya lleva siete meses en la prisión de Estremera. La va a liar. Y tiene materia prima. Tiene a Corinna, al rey emérito, lo tiene todo. Y ya tiene a quien se lo va a hacer en cada lugar. Si el juez de la Audiencia Nacional Diego de Egea no le concede la libertad, que Dios nos coja confesados.

El Gordo extendió la mano y se llevó un trozo de pizza a la boca. Sus ojos escudriñaban. Estaba tranquilo y lanzó una mirada de segundos, casi automática, a su móvil.

La tempestad que desembocaría en el tsunami ya estaba en marcha desde hacía más de un año. «Y ya tiene a quien se lo va a hacer en cada lugar», repitió.

En una grabación furtiva que había realizado la periodista Patricia López al Gordo el viernes 20 de enero de 2017, y que publicó el 26 de enero a primera hora, García Castaño advirtió:

Todo esto de las cuentas de Corinna, una cuenta que hay en Turquía, una cuenta que hay en Suiza, las comisiones, los pagos, los billetes, los cuadros, el no sé qué, no sé cuántos. Se lo ha dado [Villarejo] todo a [Manuel] Cerdán. Todo lo tiene Cerdán. Y en el momento en que a Villarejo se le cruce la locura o vea que le entra la paranoia de «van a por mí», ¡pum! El paso siguiente, Corinna. Corinna se ve con Villarejo en Londres y una de las veces le relata que ha estado [el general Félix Sanz Roldán, director del Centro Nacional de Inteligencia] a verla y que la ha medio amenazado... Ahora mismo la información la tiene Mauricio Casals [presidente del diario La Razón y adjunto a la presidencia de Atresmedia Corporación], pero Mauricio Casals ya se ha quitado de en medio; ahora ya se junta poco con Villarejo... La información la tiene Cerdán. Y Cerdán es tronco de Villarejo, es muy tronco. Ahora, me imagino que según vaya la situación, la sacarán o no la sacarán; cuando el otro le diga «tira p’alante». Si el otro [Villarejo] considera que no se meten con él o que le dejan tranquilo, pues me imagino que parará. Ese es el chantaje.

Por la boca muere el pez. Al escuchar el audio con su vaticinio sobre las revelaciones que podría lanzar Villarejo sobre Corinna, sus superiores estallaron.

El Gordo fue destituido como jefe de la UCAO unos días más tarde, en febrero de 2017. Lo enviaron, castigado, a un destino en la zona sur de Madrid. Recibiría algo más tarde la baja por enfermedad.

Las campanas del día D y de la hora H del plan doblaban desde hacía meses. El periodista Manuel Cerdán, según el menú de Villarejo, empezó escalonadamente a difundir información comprometedora, a la espera del material más relevante sobre Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la examante del rey Juan Carlos I.

El 17 de enero de 2017, poco después de que lo contratara el digital Okdiario, inició la serie de revelaciones. La primera fue la famosa relación que tuvo el rey emérito con María García, o sea, Bárbara Rey, la Maja de Murcia 1968, actriz, presentadora de televisión, vedette y artista de circo tras su matrimonio con Ángel Cristo. Además, en la información que empezaba a difundirse, se daba cuenta de los pagos millonarios que los servicios secretos españoles, a través del Kredietbank de Luxemburgo, en septiembre de 1996, le enviaron para asegurarse de que mantuviera la boca cerrada.

En la segunda entrega de la saga, el 15 de marzo de 2017, le tocaba el turno a la mallorquina Marta Gayà, cuya relación con Juan Carlos I había comenzado en 1990. Los agentes de escuchas del antiguo CESID (Centro Superior de Información para la Defensa) habían grabado en 1990 a Juan Carlos I diciéndole a un amigo: «Nunca he sido tan feliz». Pero también se quejaba de los reproches de otra persona próxima que le había visitado y le recriminaba su relación con «ella».

Le tuve que mandar callar. Le dije que yo no me metía en su vida privada. Que él hiciera el favor de no meterse en la mía. Comprendo que soy un hombre público, pero yo no sé muy bien lo que debo hacer. Yo le suelto: «Oye, un momento, tú tienes un barco, se lo prestas a un amigo y ese amigo lleva tres putas...». Me responde que no volvería a prestarle el barco. Y le digo: «Pues yo sí, mira». «Ah, qué horror, vuestra majestad es el rey», me responde.

Mientras, el comisario Villarejo no iba a quedarse cruzado de brazos esperando acontecimientos judiciales. Sabía que iban a por él, pero ignoraba el calendario. Y lo más importante: confiaba en disuadir a la justicia con la amenaza de convertirse en un «peligro de Estado». En un kamikaze potencial dispuesto a inmolarse. Esa era, en esencia, su estrategia de aproximación sucesiva a Corinna a través de la saga de amantes de Juan Carlos I. La guinda se la reservaba para una situación de emergencia. Las amenazas primero, como escudo de protección, y, según había explicado el Gordo en Due Amici, desatar el tsunami definitivo si al final se metían con él.

El 3 de noviembre de 2017, la Unidad de Asuntos Internos de la Policía Nacional detenía al comisario Villarejo en su domicilio de Boadilla del Monte, en Madrid, y a otras cinco personas por delitos de cohecho, organización criminal y blanqueo de capitales.

Como había contado el Gordo, «si el otro [Villarejo] considera que no se meten con él o que le dejan tranquilo, pues me imagino que parará. Ese es el chantaje».

A primeros de junio de 2018 quedó claro que fiscales y policías no iban de farol.

Después de examinar la documentación, el disco duro y los pendrives incautados en su domicilio y en su empresa, la Fiscalía Anticorrupción ampliaba la lista de delitos a catorce: tres de cohecho, ocho de revelación de secretos, uno de falsedad documental, uno de organización criminal y, por último, otro de blanqueo de capitales. Se habían metido con él. ¡Y de qué manera! La Fiscalía Anticorrupción no tardaría en pedir para el excomisario Villarejo la pena de cien años de prisión.

Villarejo no abandonó a los que, desde 1995, llamaba sus periodistas «infiltrados» por asistir al programa Salvados y les anticipó la información que pensaba soltar con mayor detalle. El 24 de junio de 2017, un día antes de que se difundiera La versión Villarejo con Jordi Évole, explicó que, como había dicho en la grabación del programa, se había entrevistado con Corinna en Londres.

Sí, sí. Por supuesto. Ella se queja amargamente de que no se lo merece, que nunca ha pretendido hacer daño a España, que ha tenido una relación muy personal y muy auténtica y que no se merece el trato que este señor le dio, de amenazarla personalmente a ella y a sus hijos. No necesité convencerla para que no lo denunciara porque ella solo necesitaba que alguien le dijera que no le iba a pasar nada. Yo le dije que eso lo iba a transmitir. Se quedó satisfecha. A ella le dolió mucho; era un contrato en Arabia Saudí que un medio luego terminó publicándolo. Entiendo que conserva documentos de alto voltaje. Haría muy bien, porque es una mujer muy inteligente que lo único que quiere es que la dejen en paz.