Planificar el itinerario · Tener en cuenta la configuración del terreno · Conocer las posibilidades de los integrantes del grupo · Elegir la excursión en función del objetivo · Valorar bien las propias fuerzas
Todos sabemos caminar. Solo hay que poner un pie delante del otro. O esa es la teoría. Pero cuando se trata de movernos por la montaña la cosa adquiere matices más complejos.
En el s. XXI las infraestructuras modernas nos permiten abandonar las urbes y plantarnos en plena naturaleza en un suspiro. A veces en muy poco rato, en una hora, podemos pasar de la teórica protección de la ciudad al entorno hostil de la alta montaña. Es una gran ventaja, pero también una situación engañosa: el medio reclama atención y preparación.
Moverse por un entorno natural sin medios mecánicos, con las propias fuerzas, es una experiencia gozosa. Se hace ejercicio, se contacta con bellos paisajes, se tienen encuentros botánicos maravillosos y fugaces e hipnóticos avistamientos de animales silvestres. El excursionista suele sentirse bien tras el esfuerzo, ese «cansancio que gusta», fruto de haber invertido unas horas de un día festivo en recorrer territorios puros. Para que todo salga bien, sin embargo, la preparación de la ruta debe comenzar antes de calzarse las botas.
El senderista prudente —todos deberíamos serlo— prepara con detalle su excursión. Se fija en mapas (ya sean digitales o los clásicos de papel) para trazar una ruta que, a la par que bella, sea posible. ¿Cómo se consigue eso? Con humildad, la naturaleza es poderosa y nosotros no: somos un ser acomodadizo que necesita cubrirse los pies para no lastimárselos, vestirse para no tener frío, que no sabe encontrar alimento que no esté en un estante del supermercado, y, en cuanto al sentido de la orientación…, lo mejor que se puede decir es que no es innato.
La primera regla: ser posibilista. Hay que escoger una ruta que esté al alcance de nuestras posibilidades, que no las sobrepase. Y ello comienza por estudiar en un mapa cómo es el terreno por el que vamos a transitar. No solo se tendrán en cuenta los kilómetros totales (cualquier ruta que sobrepase los 15 diarios es un reto apto únicamente para gente entrenada). Tan importante como ello será si el terreno es llano o escabroso; cuánto desnivel vamos a encontrar de ascenso y de descenso; si caminaremos por cómodas pistas forestales o por el interior de un torrente, saltando de roca en roca; si hay que trepar y destrepar; si nos enfrentaremos al paso de canchales de roca descompuesta o a mullidos senderitos de pinaza por el interior del bosque.
Todos esos aspectos influyen en el rendimiento del caminante. Amén de que con cada hora que pasa el rendimiento es menor. Siempre se avanzan más metros en la primera hora que en la segunda, y el progreso suele ser bastante lento a partir de la quinta. Por lo tanto, hay que valorar qué experiencia tenemos y con qué entrenamiento contamos (lamentablemente, ganar un buen estado de forma cuesta semanas; perderlo, solo unos pocos días).
Una vez estudiado el terreno por el que vamos a transitar, hay que tener en cuenta la configuración del grupo. Cuanto mayor es, menor es el avance total. Una pareja joven puede caminar, mientras va charlando tranquilamente, algo más de cuatro kilómetros por hora. Un grupo homogéneo de quince individuos puede que solo la mitad. Además, siempre hay que medir la dificultad de la excursión en función del eslabón más débil de la partida. Si en la cuadrilla hay niños o personas mayores; gente con poca experiencia o preparación; con algún hándicap como vértigo o claustrofobia, e incluso si nos acompañan mascotas, se preparará la ruta siempre pensando en la velocidad media que llevará el más lento del grupo.
Hay que adquirir conocimientos del territorio que se va a recorrer. No se avanza igual por un lapiaz que por un hayedo con buena visibilidad; por un robledal repleto de sotobosque que en una ladera inclinada que por una zona de campos de cultivo con amplios horizontes.
La época del año escogida es también capital. Cada terreno tiene una temporada más propicia: gozaremos más de un bosque de hoja caduca en mitad del otoño, de unos prados alpinos en pleno agosto y de unos campos de cereales en abril cuando parecen mares de hierba. Y todo eso también influirá en el avance.
Hay que estar muy pendientes de la previsión meteorológica de la zona que vamos a recorrer. No solo de la inmediata para el día de la salida. También hay que tener en cuenta lo que ha sucedido en las últimas jornadas: por ejemplo, si ha habido lluvias torrenciales que hayan provocado crecidas de ríos, conviertan en letal el paso por un desfiladero o hagan peligrosamente resbaladiza una trepada de rocas. O si ha nevado y el sendero puede estar oculto bajo un manto blanco. El montañero Robert MacFarlane tiene una frase muy acertada: «En un mapa siempre hace buen tiempo y la visibilidad es perfecta».
Es importante ir convenientemente equipados: botas de montaña, suficiente ropa de abrigo y agua.
Aunque hoy los medios digitales nos ayudan mucho —aparatos GPS y aplicaciones móviles que trataremos en el apartado «Señalizaciones y ayudas»—, saber orientarse y tomar puntos de referencia es esencial. Los rudimentos clásicos de donde están los puntos cardinales (acordarse de que el sol sale por el este y se pone por el oeste y de que «camina» por el sur), recordar si tal pueblo debe quedar a nuestra izquierda o una cima reconocible está al norte son elementos que nos ayudarán a salir de más de una situación embarazosa.
Por lo general, una excursión tiene un punto protagonista. Puede ser la cima de una montaña, un lago, una ermita, un árbol monumental, un santuario, un refugio… Sobre ese lugar gira el diseño de la salida. Deberemos decidir si queremos trazar una ruta circular que comience y acabe en el mismo punto. Si es así, es conveniente que el diseño del itinerario aborde en la primera mitad el trazado más duro. Y en la segunda parte —cuando las piernas y la cabeza ya no están tan frescas—, el más sencillo. Es decir, escoger el sentido de las agujas del reloj o el contrario tomando como referencia el desnivel y la dificultad.
Es prudente comenzar las excursiones temprano para disfrutar del máximo de horas de luz. Y, si la cosa se complica por una adversidad, que dispongamos de suficiente tiempo antes de que oscurezca. Solo si vamos a realizar un itinerario muy corto o sencillo nos podremos permitir salir a media mañana en invierno, esperando que el sol caliente. Pero en verano haremos justo lo contrario: madrugar mucho para evitar las horas más tórridas. Es mejor pasar la tarde descansando en la piscina del pueblo que estar por el monte arrastrando los pies en las horas de más insolación.
Si caminamos con un grupo más o menos numeroso, las dos personas más experimentadas tendrán que ponerse de acuerdo para caminar a la cabeza y al final de la cuadrilla. Se trata de que nadie tome un cruce inadecuado y se pierda o quede atrás por cansancio. Si el paso de los componentes es muy desigual, se organizarán reagrupamientos cada hora para asegurarse de que todo el mundo está bien y nadie empiece a desmoralizarse.
Ante un contratiempo o un cambio de tiempo adverso, es mejor abandonar el objetivo y regresar por el camino más sencillo. La montaña siempre estará ahí, es absurdo exponerse a accidentes. Los atajos, por añadidura, muy a menudo son una mala solución.
Siempre es buena señal que se llegue al final del itinerario pensando que nos quedaban fuerzas para un rato más. Cuando se termina derrengado, ese suele ser el recuerdo que se tiene de la salida y no los bellos lugares que hemos visitado. Un excursionista prudente lo es de larga duración.
Indumentaria mínima · Abrigarse y desabrigarse · Bastones telescópicos · Complementos interesantes · Mantenimiento
El senderismo se basa en la premisa de que cualquier persona en un mínimo estado de forma puede caminar entre 2 y 3 horas sin acusarlo. Y que a partir de esa frontera hay que entrenar el cuerpo y la mente. Por lo que respecta al equipo necesario, se trata de una actividad intrínsecamente barata.
Las marcas de equipación de montaña han desarrollado excelentes materiales en las últimas décadas, cada vez más ligeros, especializados, impermeables y resistentes. La inversión inicial podrá parecer un poco elevada, pero luego los equipos duran muchos años y solo si se es un andarín empedernido habrá un desgaste continuado del calzado, pero el resto de la vestimenta llegará a aburrir a su propietario por la cantidad de tiempo que resiste en buen estado.
Sin lugar a dudas, la pieza más importante del equipo son las botas. Se extinguió hace ya años aquel calzado rígido de piel gruesa y suelas inflexibles que añadía dos kilos a cada pie y hacía daño, literalmente, durante meses. Ahora las botas conocidas comercialmente como de trekking están hechas de materiales flexibles, lo mismo que las suelas. Encajan como un guante desde el primer día y no pesan más que un calzado convencional. Eso sí, hay que recurrir a botas específicas de montaña y no andar por la naturaleza con cualquier cosa, por más aspecto «deportivo» que tenga.
Las más convenientes son las botas altas, que cubren los tobillos. Ello será una gran prevención contra las torceduras. Deben ir siempre bien atadas, permitiendo la flexión pero convirtiendo la bota y el pie en una sola pieza. Cuando hay holgura entre el pie y el calzado las ampollas están aseguradas y la caída de uñas tras descensos prolongados por el repiqueteo de los dedos contra la puntera, también. En los ambientes montañeros de iniciación, se enseña a los más jóvenes un tópico explicado hasta la saciedad: «Debe uno atarse las botas de la misma manera que sostendría un pajarillo en la mano, con suficiente firmeza para que no se escape pero no con tanta fuerza como para asfixiarlo».
Se pueden utilizar también las llamadas zapatillas de hiking, que no cubren los tobillos. Muchas personas las prefieren porque les parece que encierran menos el pie y son más ligeras, aunque los pocos gramos que se pierden no compensan la desprotección de esa parte tan sensible a las torceduras y esguinces.
Unas buenas botas, según el fabricante, mantienen una suela con el dibujo de agarre entre 700 y 800 km de media. En cuanto los tacos estén desgastados y comencemos a notar resbalones en terrenos fáciles, hay que comprar botas nuevas o llevarlas a un zapatero especializado.
La elección de los calcetines es también capital. No valen los de ir a jugar a pádel o al gimnasio. Deberán ser específicos de montaña, con la suela y la puntera reforzadas y almohadilladas para reducir el impacto de los miles de pasos que damos. Algunas marcas incluso los fabrican del pie derecho y del pie izquierdo, lo que tiene toda la lógica, puesto que casi todos tenemos un perfil de pie triangular, y no recto. Las arrugas de los calcetines son una promesa segura de llagas y ampollas, hay que dejarlos bien lisos una vez deslizados en el interior de la bota. Además, debemos usar una talla de calzado que permita ponerse más de un par a la vez en los meses y los entornos más fríos, lo que deberá tenerse en cuenta al escoger la bota.
En la naturaleza, los pies serán nuestro medio de transporte y único vehículo de emergencia ante un apuro. Merece la pena usar un buen material para cuidarlos.
Los pantalones deben ser específicos de montaña, resistentes, con cierta capa impermeable y refuerzos en rodillas y trasero. Preferiremos los que tienen bolsillos que cierren perfectamente, mediante cremalleras o velcro. Así se evita la pérdida de objetos importantes como la cartera o las llaves del coche. Hay pantalones de invierno, aunque las piernas no son precisamente la parte del cuerpo donde se nota más el frío. Por lo que respecta a los de verano, se comprende la tendencia de muchos senderistas a utilizar pantalones cortos, aunque hay que prever zonas emboscadas y de zarzas donde los arañazos pueden convertirse en una buena colección de cicatrices. Tal vez una alternativa razonable podría ser recurrir a esos pantalones transformables que se desmontan a media pierna. Podemos caminar con la versión corta en zonas abiertas y poner la larga en las más comprometidas.
La ropa que cubre el torso debe ser técnica y organizarse por capas finas. Es decir, una camiseta en contacto con el cuerpo, un jersey liviano para un poco más de frío, una chaqueta polar para protegernos de temperaturas más severas y un cortavientos de calidad como prenda final. Podremos combinarlas, añadirlas y quitarlas en función del momento. Las camisetas de algodón son tentadoras por su tacto agradable, pero cuando están empapadas de sudor pesan y tardan en secarse.
La mayor inversión del equipo será el cortavientos, que puede llegar a costar más de 400 euros. Pero es una pieza imprescindible en invierno, en cumbres y en condiciones adversas. La ventaja es que, bien tratado, dura más de veinte años.
Una braga de cuello es ligera, versátil y abriga mucho. Los guantes deben ajustar bien. Un truco práctico es que se queden siempre en cada bolsillo lateral del cortavientos, así no los olvidaremos.
Una parte descuidada por la mayoría es la cabeza. Sin embargo, es conveniente salir siempre con sombrero o gorra. Por esa zona eliminamos un alto porcentaje del calor corporal (hasta el 15%). Y en verano hay que cuidar los golpes de calor.
Las gafas oscuras deben usarse siempre. Hay que recordar que las rocas y el agua reflejan mucho la luz del sol. Serán complemento indispensable si hay nieve.
Los bastones telescópicos son tremendamente útiles. Nos ayudan a subir y bajar, proporcionándonos «cuatro patas». Descargan las rodillas en los descensos, pasando el esfuerzo a los hombros. También evitan trastabilleos en los vadeos de ríos y sirven para apartar las zarzas del camino. Pero hay que saber recogerlos cuando vamos por largos tramos estrechos o que exigen trepar y destrepar.
Por lo que respecta a la mochila, para una excursión de media jornada lo ideal será una pequeña de ataque (de alrededor de 25 litros de capacidad), que ajuste bien, tenga bolsillos interiores y laterales exteriores. Nuevamente, no valen las urbanas o híbridas, deben ser específicas de montaña, con correaje de ayuda, material resistente e impermeable. Y que tengan fijación para ceñirse a la cintura, lo que será muy útil en bajadas, cuando no queremos que la mochila esté horas repiqueteando contra la espalda.
Si en lugar de una salida de un día nos enfrentamos a una travesía de más de una jornada, valoraremos cargar con lo mínimo indispensable: un saco de dormir acorde con las temperaturas que nos van a acompañar; ropa limpia de recambio para la ducha al final de la jornada; linterna y navaja; lectura (un lector electrónico, en este caso, mejora en peso y posibilidades al libro tradicional)… Cada cosa que llevemos tiene que ser más valiosa que su peso.
Aunque a menudo es difícil escoger, pues las marcas parecen ponerse de acuerdo para fomentar determinados colores de moda en cada temporada, la elección de los tonos del material es muy importante. Preferiremos siempre los colores llamativos, que faciliten que nos localicen en un rescate o, simplemente, si nos separamos del grupo y nos perdemos entre la niebla. Solo en el caso de salidas naturalistas, en que es preferible no llamar la atención de los animales salvajes, se preferirá ropa parda o negra.
Con muy pocos elementos y una inversión modesta podemos practicar senderismo durante años. Pero debemos asegurarnos de que el equipo es de calidad y cumple con las funciones que esperamos de él. Lo más práctico es comprobar que todo el equipo está en orden al llegar a casa, tras la salida. Que no hay rasgaduras en los tejidos ni cremalleras rotas ni bastones que no cierran bien. Las reparaciones se hacen de forma inmediata, para no olvidarnos de ellas y tener sorpresas desagradables cinco minutos antes de la siguiente excursión.
Qué comida llevar · Hidratación · Calidad del agua · Comer en restaurantes · Alimentación durante las travesías
En términos generales, el senderismo es más una actividad de resistencia que de esfuerzos cortos e intensos. De manera que la alimentación debe tener eso en cuenta. Es cierto que estamos realizando una práctica deportiva y que habrá que tener cierta tendencia a ingerir azúcares e hidratos de carbono, pero tampoco somos un sherpa que va a cargar 60 kg a la espalda durante 8 horas al día. Debemos adquirir ciertas nociones de nutrición y, sobre todo, alimentarnos con inteligencia.
Hay un dicho que los ciclistas utilizan como un mantra y que nos sirve también para el montañismo: «Abrigarse antes de tener frío, comer antes de tener hambre, beber antes de tener sed». Contiene mucha sapiencia, sin duda empírica. Cuando uno ya está aterido de frío y espera para abrigarse, tarda mucho en recuperar las buenas sensaciones, a veces horas. Lo mismo sucede con el hambre y la sed. Si el cuerpo nos envía señales de que necesita combustible, ya estamos metidos en la temible «pájara», es decir, que tendremos flojera y nos costará recuperarnos. A veces será literalmente imposible, pues el organismo se ha vaciado.
Para una excursión de media jornada no hay que pensar demasiadas cosas. Lo mejor es cargar con unos frutos secos, fruta fácil de pelar o ya pelada y algún dulce, como fruta escarchada, chocolate o turrón (que es energético y fuera de la temporada navideña está muy barato).
Si la ruta no es muy exigente, una parada para comer será suficiente. Puede ser a mitad del recorrido o en un punto estratégico. Si la excursión excede de las cinco horas, seguramente necesitaremos dos paradas o más.
Es más importante hidratarse convenientemente que tomar comida sólida. Un buen truco es detenerse tras cada hora de caminata para dar un breve trago a la cantimplora. Estratégicamente, trataremos de no agotar nunca nuestra carga de agua hasta que hayamos llegado a un punto en el que rellenar la botella. Es mejor ir dando sorbitos y garantizar que siempre nos queda algo de líquido. En temporada veraniega por terrenos muy expuestos, cargar con dos litros de agua por persona no es exagerado. Además, llevamos menos equipo de abrigo, por lo que podemos permitirnos un poco más de peso con algo tan vital como el agua.
Como medida de seguridad, nunca cargaremos la cantimplora en fuentes que ofrezcan dudas sobre su salubridad. Hoy en día, desgraciadamente, no es buena idea tomar el agua de ríos o lagos, que pueden contener residuos industriales, vertidos de granjas u orgánicos del ganado suelto. Muchas fuentes suelen indicar si el agua es potable o sencillamente no se sanea —es decir, que no se ha tratado convenientemente—, por lo que recurriremos en exclusiva a lugares seguros. En términos generales, cuando el agua brota directamente de la roca o en una fuente de montaña, el líquido es seguro. Pero será mejor tener algún conocimiento del territorio, saber si hay granjas aguas arriba o una población que con sus vertidos haya podido contaminar el acuífero.
Hay excursionistas que prefieren llevar bebidas isotónicas que agua. Es una elección personal, pero habrá que tener en cuenta que estos preparados tienen altos contenidos de azúcar y sodio y que pueden compensar las sales minerales que hemos perdido sudando, pero pueden dejar en la boca una sensación empalagosa que requiera beber más. Si el itinerario no es muy largo o de una exigencia máxima en condiciones de altas temperaturas, el agua es suficiente.
Por el contrario, con mucho frío no es mala alternativa cargar con un caldo vegetal muy caliente que entone el cuerpo. Hoy en día las cantimploras metálicas y los termos son muy ligeros y mantienen la temperatura del líquido durante unas horas.
El montañero, como todo deportista, debe estar pendiente de ingerir aquello que le conviene por encima de lo que le apetece. Es decir, el parón en una venta o bar de pueblo a comer unos huevos fritos con morcilla y una copa de vino será sin duda un momento gozoso, pero puede ser muy indigesto. Debemos evitar los alimentos con alto contenido en grasa o difíciles de digerir, especialmente si todavía nos queda un tramo exigente de excursión con subidas. El mal rato, en ese caso, está garantizado.
Si vamos a realizar una travesía de varias jornadas, este aspecto toma especial relevancia. En caso de dormir en refugio u hotel, aparecerá la tentación de un ágape abundante «porque nos los hemos ganado». Sin embargo, habrá que evitar las cenas copiosas y tardías, y regularemos con mucha mesura la aparición del alcohol, que deshidrata y no alimenta.
Como el sentido común es el menos común de los sentidos, vale la pena recordar que el alimento debe llevarse en la mochila con inteligencia. Es decir, nada de nueces con cáscaras y cascanueces. Los frutos secos deben ir ya pelados, todo envoltorio superfluo será eliminado en casa.
Con la fruta fresca, el mismo principio. Es mejor llevar piezas resistentes y fáciles de mondar, como plátanos, naranjas, mandarinas y manzanas, que uvas, melocotones o ciruelas, que al mínimo golpe se dañan y empiezan a soltar jugos.
Hay frutas muy interesantes, como melón, piña o sandía, que se pueden llevar ya pelados, troceados y sellados en una bolsa con cierre hermético. Incluso se pueden meter en el congelador un buen rato antes de salir de excursión para tener así fruta fría en los meses más calurosos del año.
Por la misma regla de la digestibilidad ya señalada, se preferirán los bocadillos de relleno ligero como queso, fuet o jamón york a los de chorizo, patés o sardinas.
La comida debe ir siempre en la parte alta de la mochila, donde sea fácil de encontrar y no quede aplastada por los otros elementos (cantimplora, cortavientos, cámara fotográfica…). Si se llevan bocadillos, es mejor que sean pequeños, para ir espaciando las ingestas, que llevar una pantagruélica barra difícil de manejar y que invite a comer de más en cada parada. Nuevamente, las bolsas transparentes con cierre hermético son una solución genial, pues ayudan a identificar qué hay en el interior de un solo vistazo.
Con el alimento sólido aplicaremos la misma medida de seguridad que con el agua: nunca lo agotaremos todo hasta que estemos seguros de que vamos a terminar la excursión sin pérdidas ni incidentes. Vale más tomarse la última onza de chocolate al llegar al coche que estar horas perdidos por la montaña muertos de hambre y sin nada que llevarnos a la boca.
Previsión meteorológica · Interpretar el cielo · Caminar con calor · Problemas con la niebla · El molesto viento · Cerca del mar · Precauciones con la nieve
A fuerza de realizar excursiones, el montañero se convierte en un experimentado observador del cielo y los fenómenos meteorológicos, lo que le ayuda en su toma de decisiones. Pero, claro, no hay que esperar a tener veinte años de experiencia para ir con seguridad y en óptimas condiciones al campo. Lo mejor será un comportamiento meticuloso con respecto al clima. Será el primer asunto al que nos dedicaremos tras haber escogido la ruta que deseamos hacer.
Hoy las previsiones meteorológicas que se lanzan desde la televisión y la radio para los siguientes dos días tienen un nivel de acierto muy alto. Estaremos pendientes de ellas. Sin embargo, suelen abarcar áreas amplias y nosotros necesitamos centrar la atención en el valle que vamos a recorrer o la montaña que subiremos. Por eso es mejor recurrir a instituciones que estén más cerca del territorio. Para empezar, las autonómicas; algunos de los gobiernos descentralizados tienen su propio servicio de meteorología, que afinan más los datos, pues se centran en un espacio más pequeño. También a veces mancomunidades de servicios, valles asociados o entidades comarcales sirven previsiones sobre su zona. E incluso algunos ayuntamientos las tienen colgadas en sus webs. Los refugios y albergues son una fuente segura de información, vale la pena llamarles antes de acometer la ruta. Cuanto más cercana sea la previsión, mejor.
Una de las grandes virtudes de un montañero prudente es adaptarse a las circunstancias. Podemos escoger una ascensión a una montaña desprotegida, pero hay previsión de tormentas con aparato eléctrico; una travesía por un desfiladero inundable y acechan fuertes lluvias; una larga caminata por un llano sin sombras y se anuncia una alerta por calor extremo; un itinerario que incluye pasos expuestos y los meteorólogos nos hablan de vendavales para las siguientes horas… La respuesta siempre debe ser la misma: abandonar el proyecto y escoger otro que evite esos riesgos. Hay aplicaciones para móviles que son útiles para el montañero. Véanse algunas recomendaciones en el apartado «Señalizaciones y ayudas».
Leer las nubes en el cielo no es sencillo, pero hay señales muy claras. Por ejemplo, los cirrocúmulos son esas nubes que parecen algodón rizado, y suelen anunciar lluvias para las siguientes horas. Los nimbostratos son muy conocidos: ocultan la luz del sol, formando densas capas de tono gris oscuro y amenazador. La lluvia es inminente. Los cúmulonimbos son muy imponentes y descargan de forma casi inmediata; hay que buscar refugio si nos hallamos en su zona de influencia. Cuando vemos en el horizonte una gran nube blanca con forma de yunque, se está formando una poderosa tormenta. Evitaremos acercarnos a ella o saldremos de la zona si estamos cerca. Las nubes lenticulares, muy «limadas» y de formas alargadas, son indicio de fuerte viento. Hay muchas otras formas de nubes; es bueno ir familiarizándose con ellas o incluso hacerse con una buena guía.
El sol también es un gran enemigo, pues, además de causarnos daños en la piel a largo plazo, en el tiempo inmediato son causa de quemaduras que, cuando dan señales, ya no suelen tener remedio. Lo mejor es protegerse bien con crema solar de factor alto, caminar con camisas de manga larga aunque sea verano, protegerse la cabeza con sombrero y, sobre todo, usar gafas oscuras. Hay que recordar que las piedras y el agua reflejan mucho el sol.
El viento es uno de los meteoros más molestos, pues rápidamente proporciona sensación de frío e impide un avance regular. Las zonas abiertas y las cumbres siempre están expuestas. Si estamos atentos a la previsión —y a la dinámica imperante en el territorio que hemos escogido—, podemos diseñar la ruta con inteligencia, yendo con el viento a favor y buscando zonas más guarecidas para el regreso.
La niebla es un gran enemigo para la seguridad del montañero. Evitaremos salir al monte en días en que predomine ese fenómeno meteorológico, pues niega los puntos de referencia y el uso de la brújula es inútil. Solo los tracks descargados de internet pueden ayudarnos. Aun así, el grupo permanecerá unido y atento a que no haya barrancos o precipicios cerca. En estos casos es cuando una ropa de colores llamativos —véase el apartado dedicado al equipo— cobra todo el sentido. Si la niebla se vuelve tan espesa que no hay manera de aclarar nada, no es descabellado detenerse y esperar a que las condiciones mejoren antes que meterse en un buen lío.
A nadie le gusta ir empapado todo el día, con la ropa pesando el doble y enfriándonos el cuerpo. Pero, si es moderada y no impide la visibilidad, no hay impedimento para realizar una excursión bajo una fina capa de agua, especialmente si vamos bien equipados. Deberemos tener en cuenta que el avance será más lento y las paradas para almorzar pueden convertirse en una húmeda experiencia.
Estaremos más pendientes de lo que ha llovido que de lo que llueve. Unas precipitaciones fuertes o prolongadas en jornadas anteriores pueden haber convertido un desfiladero en una trampa. O vadear el río, que iba a ser una experiencia de unos saltitos de piedra en piedra, puede comprometernos y obligarnos a quitarnos el calzado y los pantalones para cruzarlo. Siempre inspeccionaremos bien un torrente antes de cruzarlo, evaluando si podremos resistir el empuje de la corriente. En estos casos, el uso de bastones telescópicos es una gran ayuda. En situaciones extremas —a las que sería mejor no llegar—, habría que instalar una cuerda en ambas orillas para que los miembros del grupo tengan un punto al que agarrarse al cruzar. Pero esta situación no es deseable, debería ser un último recurso.
En excursiones litorales se tendrá muy en cuenta que el oleaje y el fuerte viento no puedan afectarnos, pues a menudo los senderos costeros discurren por cornisas y precipicios expuestos.
Si no se es un senderista experimentado, deberán evitarse las excursiones invernales en las que el grosor de la nieve pueda ocultar los caminos y senderos. Si se acometen, mejor llevar GPS o un track descargado en el teléfono móvil. Las estaciones de esquí y zonas de alta montaña suelen informar del riesgo de aludes. Es imperativo informarse y evitar las zonas peligrosas. Si, de todas maneras, acometemos una travesía invernal —tal vez con raquetas o esquís de montaña—, habrá que equiparse con el material preceptivo. Es decir, una pala, una sonda y un dispositivo ARVA fijado en el pecho de cada excursionista. Se trata de un aparato que emite una señal continua que los equipos de rescate detectan para encontrar a personas sepultadas bajo la nieve. Hay tiendas de equipamiento de montaña que los alquilan.
Como en toda actividad en la naturaleza, la información previa y la precaución es la mejor de las medidas.
Marcas en el camino · Senderos homologados · Tiempos de caminata · Mapas y brújula · Dispositivos electrónicos
Desde que el excursionismo comenzara como actividad estrictamente lúdica (y, en ocasiones, científica) hace poco más de doscientos años, los montañeros han necesitado ayuda en los caminos. Los pioneros en los Alpes del s. XVIII lo hicieron con guías locales, a menudo pastores y ganaderos que conocían muy bien el territorio. Lo mismo sucedió en los Pirineos un siglo después. A medida que este deporte se fue popularizando, también lo hicieron las señales. Las primeras y más sencillas siguen utilizándose: mojones de piedras. En algunos lugares se les conoce por su nombre en inglés, cairn. Se trata de una simple columna de pedruscos de número indeterminado que se va colocando a la vera del camino para que el montañero sepa por dónde debe seguir. Todavía son muy comunes, especialmente en terrenos escarpados. Su existencia se debe a la generosidad de los propios senderistas, que los reponen a medida que van cayendo. Un acto de solidaridad con los que vendrán detrás de nosotros es aportar una piedrecita al montículo si este no es muy evidente. Si ya se encuentra firme y en buen estado, no hay por qué hacer más artificial la naturaleza.
Las señales de pintura ya se nos han hecho muy familiares. Aparecen sobre rocas y en la corteza de los árboles, han sido incorporadas a rótulos y balizas y a veces incluso cuentan con sus propias placas. En España se empezaron a señalizar los senderos de gran recorrido (GR) a principios de la década de 1970, adoptando una iniciativa francesa. Estos caminos deben estar homologados por las federaciones de montaña respectivas y tener un mínimo de 50 km de recorrido, que habitualmente es lineal pero que puede ser también circular. Su distintivo son dos franjas horizontales de color blanco (superior) y rojo (inferior). Cuando las encontremos sabremos que nos hallamos dentro de un camino regulado. En un cruce, para evitar que nos equivoquemos, hallaremos las mismas franjas con los mismos tonos, pero formando un aspa, en el ramal incorrecto. Si se trata de trazar un giro brusco o que podría pasar inadvertido, las dos rayas marcarán un ángulo hacia derecha o izquierda, según sea el caso.
Los senderos de pequeño recorrido (PR) cumplen igual función, pero se trata de caminos de entre 10 y 50 km de longitud. Las franjas son las mismas, pero el color inferior es el amarillo. Los senderos locales (SL) recurren al verde para su raya inferior y son los que tienen menos de 10 km.
En teoría son las federaciones territoriales de montaña las encargadas del mantenimiento y actualización de las marcas, pero en nuestro país se dan casos muy dispares. A menudo tienen que ver con la llegada de subvenciones y otras con que uno de los clubes montañeros locales sea más o menos proactivo.
A medida que buena parte del turismo ha reclamado actividades en la naturaleza, han aparecido senderos también marcados por consorcios locales o ayuntamientos. Suelen utilizar otros colores, a veces son topos de pintura o flechas en rocas y árboles y acercan a hitos locales como ermitas o miradores.
Hay miles de rutas marcadas en nuestro país, serían suficientes para llenar una vida. Sin embargo, a menudo tenemos otros objetivos o sencillamente vamos a comenzar o acabar en un lugar diferente, queremos caminar más o menos horas... En ese caso, habrá que diseñar una ruta propia y ser cuidadoso con ella.
Es básico saber cómo interpretar un mapa con la escala más reducida posible, a partir de 1:30 000 o, si puede ser, aún más exacto. Antes de salir de casa conviene familiarizarse con el recorrido, entender las curvas de nivel, en qué tramos hay subida o bajada y si estas serán bruscas o suaves. Si hay que vadear un cauce, salvar un collado, caminar por una ladera inclinada o penetrar en un bosque. Después, sobre el terreno —lógicamente— saber manejar una brújula será muy interesante para no perder el objetivo o en casos de pérdida. El altímetro también es muy conveniente, pues nos sitúa en una parte del mapa muy determinada. Habrá quien considerará estos métodos como ampliamente superados por los dispositivos electrónicos. Pues sí, pero que existan calculadoras no exime de saber sumar, es una precaución básica.
APLICACIONES ELECTRÓNICAS ÚTILES
Wikiloc. De posibilidades inabarcables, contiene más de 20 millones de itinerarios en todo el mundo. Fácil de usar y muy práctica.
Outdoor Active. Contiene más de 150 000 rutas. Se pueden descargar para leerse offroute.
CNIG. Mapas del Centro Nacional de Información Geográfica. Permite diseños propios y la cartografía es muy fiable.
MapMyHike. Muy utilizada, permite conectar varios dispositivos a una sola app.
Meteoblue. Muy práctica para saber el tiempo que hará en el municipio al que vamos, con franjas horarias.
RainToday. Con aviso de lluvia para las horas venideras. Útil en caso de previsión incierta.
Safe365. Pensada inicialmente solo para montañeros, ahora se utiliza con otros fines, como localizar a un familiar con problemas de memoria o de riesgos potenciales. Indica la posición exacta del usuario.
Hoy en día los dispositivos electrónicos nos facilitan la vida en la montaña. Descargar de internet el track de una ruta realizada previamente por otro montañero nos mantendrá siempre en el camino, aun cuando las condiciones meteorológicas sean pésimas o el tiempo haya borrado parte del sendero. Hay aplicaciones numerosas y excelentes (véase recuadro), algunas de pago total o parcial, aunque es una inversión modesta que merece la pena. Pero debemos manejarlas como una herramienta, no como la palabra de Dios. Es decir, el que nos ha precedido puede comportarse como una cabra loca, ser irresponsable o, sencillamente, tener una noción de lo que es el riesgo, la distancia y el cansancio muy diferente de la nuestra. Antes de salir, en casa, estudiaremos bien el recorrido, lo retendremos mentalmente e incluso buscaremos alternativas al camino marcado. Las aplicaciones sobre excursionismo dan la posibilidad de elegir el mapa base sobre el que fijar el itinerario. Probaremos varios de ellos: en ocasiones es más inteligible la foto por satélite, pero el bosque nos puede ocultar «sorpresas» o hacer que una barrancada no se aprecie con claridad. Cambiaremos a una base topográfica para entender el terreno. Lo mismo sucede con los dispositivos GPS. Hay que aprender a manejarlos en casa, no cuando ya nos encontremos sobre el terreno. A algunas personas les parecerá tedioso, pero hay que leer bien las instrucciones de uso y saber manipular el dispositivo razonablemente, entender lo que nos está diciendo. Todo ello sirve también para los relojes que llevan incorporado un GPS. Vale la pena recordar que cuanto más pequeña es la pantalla, peor perspectiva global de la ruta se tendrá.
Como hábito obligatorio, comprobaremos siempre, minutos antes de partir de casa, que los dispositivos electrónicos están convenientemente cargados de batería hasta los topes y que llevamos pilas de recambio.
Gobiernos locales y autonómicos a menudo señalizan algunas rutas con postes que contienen rótulos que hacen estimaciones sobre el tiempo que se tarda en alcanzar un objetivo. Suelen ser apreciaciones generosas. Es decir, que se han pensado para público que tal vez no sea montañero habitual. Por eso no habrá que asombrarse si tardamos 50 minutos en llegar a un sitio que estaba marcado como a 90 minutos de distancia. Con alegrarse es suficiente. Tradicionalmente las excursiones se han medido en tiempo. Sin embargo, la generalización del uso de dispositivos electrónicos ha hecho que la expresión en kilómetros sea más usual. Por eso hemos optado por ella en este libro.
Igual que mapas y tracks nos han ayudado, nosotros podemos ser útiles para quienes nos sigan los pasos. A menudo las aplicaciones móviles contienen un apartado de observaciones. Podemos advertir a los siguientes senderistas de que determinado puente no está en buen estado, que ha habido un derrumbe en tal punto (indíquese la fecha en que se ha visto) o cualquier otra circunstancia. Solidaridad entre compañeros de juego.
Basuras y residuos · Recogida de frutos · Fincas privadas · Acciones solidarias · Contribución a la economía local · Respeto a las tradiciones
La mayoría de la población vive en zonas urbanas y uno de sus anhelos principales es desplazarse a la naturaleza en cuanto tiene algo de tiempo libre. Si bien es positivo que las personas tengan ganas de entrar en contacto con la montaña, lo cierto es que toda actividad masiva tiene un impacto, tanto en el medioambiente como en la economía de quienes viven en el campo permanentemente.
La máxima del senderista debe ser dejar solo las huellas y ninguna otra señal de su paso por el monte. Lo más evidente es no abandonar basuras. Lamentablemente, los caminos siguen llenos de bolsas de plástico, botellas, latas... Nunca dejaremos residuos en nuestras salidas senderistas, ni siquiera los orgánicos. Algunas personas, seguramente con buena fe, consideran que estos se degradan de forma natural y que es inocuo abandonar unas mondas de naranja o una piel de plátano, que se integrarán en el ciclo natural con el tiempo. Pero hay que tener en cuenta dos aspectos: que cualquier tipo de desecho afea el paisaje y el «efecto llamada» que supone. Habrá quien considere que, si ya hay basura en un lugar, no pasa nada por dejar algo más. Así estamos creando un problema que no existía.
Hay que llevarse siempre los residuos hasta casa o hasta el contenedor más cercano. Y, si ello es posible, separado en orgánico, envases, papel, etcétera. Tras el desayuno, no cuesta nada volver a embolsar el aluminio, las mondas de frutas, los envoltorios de las barritas energéticas o las latas de refresco y cargar ese mínimo peso en la mochila hasta que se llegue al primer núcleo de población.
Si hay que usar el campo como lavabo, lo mejor será practicar un pequeño agujero, enterrar la deposición y también el papel higiénico y taparlo todo bien. Es una operación de un minuto y evita que todo el monte esté «decorado» con papel que tarda en degradarse y ofrece un aspecto lamentable. No hay que quemar el papel, como antiguamente se aconsejaba. El riesgo de incendio forestal en nuestro país es siempre demasiado elevado como para realizar esas prácticas peligrosas.
Debemos ser conscientes de que caminamos por el terreno de alguien, ya sea un propietario privado, comunal o gubernamental. Hay que respetar las normas y no dejar rastro de nuestro paso. Ese nogal cargado de frutos, ese bosque repleto de setas, piñas o castañas pueden ser fuente de ingresos de algún agricultor, propietario forestal o ganadero. No pasa nada por llevarse a la boca una mora o un madroño, pero evitaremos llenar cestos de frutos. Solo hay que pensar lo que representa si multiplicamos nuestra acción por los miles de senderistas que salen cada fin de semana a la montaña.
Por lo que respecta a las plantas, un mínimo conocimiento de ellas es muy importante. Las hay altamente tóxicas o urticantes: será mejor no tocar las especies que no nos resulten familiares, y mucho menos llevárselas a la boca. Este consejo vale especialmente para la recolección de setas.
Cuando atravesemos un portillo, lo dejaremos en la misma posición que estaba (abierto o cerrado); el ganadero sabe qué movimientos desea para sus animales. Si tenemos que cruzar sembrados, lo haremos siempre por la orilla, sin pisar el centro del campo, aunque ello represente un rodeo evidente.
Si salimos con nuestro perro nos aseguraremos de que no molesta al ganado persiguiéndolo y azuzándolo. Puede parecer divertido, pero la cosa puede terminar en una vaca u oveja preñada estresada, en un ternero que se lance por una ladera inconveniente o incluso que nuestra mascota reciba una buena coz de un caballo.
En los últimos años se han popularizado unas acciones de recogida de residuos que reconcilian a los visitantes con el medio natural. Se trata de cuadrillas de excursionistas que se reúnen para limpiar un tramo de terreno. Armados con bolsas de basura y guantes, recogen cuanto encuentran. La cantidad de kilos de basura localizados en una sola jornada siempre es asombrosa. En el 2016, en Suecia, los corredores lanzaron una modalidad que se ha popularizado también entre los montañeros de nuestro país. Se conoce como plogging y consiste en citarse para hacer una excursión y recoger todo residuo que se halle. Así, no se deja de realizar la actividad lúdica, pero se complementa con otra social y ambiental. El plogging ha calado entre senderistas y montañeros, e incluso hay salidas y grupos organizados que siempre van a caminar con una bolsa de basura en la mano.
Sin embargo, hay un tipo de huella que el senderista sí puede dejar: la colaboración con la economía local. Sería deseable que no nos tomáramos la montaña como un campo de juegos que utilizamos sin más. La gente que vive en ella incide de forma decisiva en que tenga el aspecto que tiene: que los campos estén verdes, los bosques limpios de maleza, los caminos desbrozados. Intentemos siempre adquirir parte de la comida que vamos a cargar en la mochila en los comercios locales. Tomemos un café en el bar del pueblo al acabar la excursión, adquiramos algún embutido, queso, miel, pan, que llevar a la ciudad al terminar la caminata. Ello incide positivamente en la economía rural y en la visión que los lugareños tienen de los foráneos.
Debemos recordar que los urbanitas somos gente de paso y que la población tiene sus costumbres y tradiciones. Es muestra de respeto al entrar en una iglesia descubrirse la cabeza y apagar el teléfono móvil; no bañarse desnudo en una poza o río si la gente del lugar no ve bien el nudismo; no pensar que todo es un souvenir: todavía hay en las puertas de las casas de pueblo flores carlinas, palmones de Pascua u otras hierbas que nos hablan de creencias religiosas o paganas y es imperativo respetarlas.
Entablar una breve conversación con un paisano será siempre gratificante y seguro que obtenemos informaciones sobre lugares para visitar que no constan en libros y folletos. Saludar al encontrarse alguien de cara es un hábito que los urbanitas hemos perdido, pero que la gente del campo todavía aprecia.
En definitiva, se trata de no tomarse el campo como algo que solo usamos, sino relacionarnos con él de la manera más afable posible.