Evadne
Straton llegó como Halcyon dijo que lo haría, justo cuando el sol comenzaba su arco descendente en el cielo. Evadne estaba en el jardín con Maia, recogiendo hierbas a la sombra de la villa, cuando escucharon el lejano ruido de unas pezuñas en el camino. Evadne dejó de trabajar, sus dedos se perdieron en una maraña de orégano. Podía sentir el temblor en la tierra a medida que el comandante se acercaba a su casa. A un ritmo constante y furioso.
Inclinó el rostro para ocultarle a Maia el miedo que le hacía fruncir el ceño.
—¡Debe de ser Halcyon! —chilló Maia, poniéndose de pie con una amplia sonrisa—. ¡Vamos, Eva! —Se apresuró a bajar por el camino de piedra que describía una curva hacia el patio. Evadne se levantó despacio.
La villa se convirtió de repente en un torbellino de gritos y emocionados golpes de sandalia contra el suelo. Gregor y el tío Nico llegaron corriendo del olivar, Fedra y la tía Lydia volaron por el camino que venía de la prensa. Incluso Lysander salió corriendo del granero, con la paja pegada a la ropa.
Evadne fue la última en llegar al patio.
Las puertas estaban abiertas, aguardando el regreso de Halcyon. Gregor y Fedra estaban de pie al frente, con los brazos cruzados, esperando con ansias algo que nunca llegaría.
Justo cuando Evadne pensó que el suspense la mataría, el comandante llegó al trote y atravesó las puertas del patio de Isaura montado en el caballo más grande que Evadne había visto jamás. A su sombra había otros diez hoplitas, sus caballos cubiertos de espuma. Los guerreros iban fuertemente pertrechados, hacía daño a la vista mirarlos mientras la luz del sol se reflejaba en sus grebas, corazas y cascos de bronce. Llevaban espadas, kopis, aljabas con flechas, arcos, hachas y lanzas entre sus suministros de viaje.
¿Qué había hecho Halcyon para justificar semejante cacería?
—¿Está mi hija con usted, señor? —preguntó Gregor, estudiando las caras de los hoplitas que los habían rodeado—. Estamos ansiosos por volver a verla.
Straton guardó silencio. Apartó la mirada de Gregor y sus ojos examinaron a los miembros de la familia, uno por uno. Estaba, con toda probabilidad, buscando a Halcyon. Su yelmo estaba coronado con una crin negra y blanca, el viento la agitó cuando su mirada se posó por fin en Evadne. Y allí se quedó, examinando su rostro.
El miedo dejó helada a Evadne.
—Estaba a punto de preguntar lo mismo, Gregor de Isaura —dijo el comandante, dejando de escrutar a Evadne—. Halcyon no está entre nosotros, pero ¿quizás alguno de vosotros o de vuestros parientes la haya visto esta mañana, o anoche?
—No, aún no la hemos visto, señor. La esperamos para esta noche.
—En efecto —dijo Straton con ironía—. Mientras la esperamos, quizá mis guerreros y yo podamos cenar con vosotros esta noche para celebrar el regreso de Halcyon.
Gregor y Fedra intercambiaron una mirada furtiva. Por fin sentían que algo iba mal.
—Por supuesto, señor —dijo Fedra, con una voz agradable a pesar de la repentina tensión del ambiente—. Entrad y refrescaos.
Straton desmontó, y Lysander se adelantó para llevar su caballo al establo. El comandante miró a Evadne de nuevo. Sabía que era la hermana de Halcyon. Por eso continuaba escudriñándola. Levantó la mano, dando así una señal a sus guerreros.
Los hoplitas se emparejaron en cinco grupos y dirigieron a sus caballos hacia las puertas, para partir luego al galope al sur, al norte, al este y al oeste de Isaura. Evadne sabía que cabalgaban para buscar en las laderas y en el olivar.
Corre, Halcyon, rezó Evadne. Corre rápido, hermana.
—¿Qué están haciendo? —caviló Maia en voz alta.
Lydia se giró y agarró a las chicas por los brazos para guiarlas hasta la puerta de la villa.
—Daos prisa, las dos. Id a lavaros y poneos ropa de celebración. Luego venid a la cocina y ayudadme a preparar la fiesta de Halcyon.
—Pero Halcyon no está aquí todavía —objetó Maia.
—Haz lo que te digo —respondió Lydia con firmeza, pero no miraba a Maia, sino a Evadne.
Y lo único en lo que ella podía pensar era en que su tía se había percatado de la falta de comida.
Evadne entró en la villa y fue directa al balde para lavarse. Se había ensuciado en el jardín y se frotó las manos, ansiosa por sentir algo más que temor.
—¿Crees que Halcyon está en problemas? —susurró Maia mientras se colocaba junto a Evadne de tal manera que los codos de ambas chocaron.
Evadne evitó la mirada de Maia.
—No lo sé.
Dejó que su prima se lavara y subió las escaleras hasta su dormitorio.
Las mantas de Halcyon estaban arrugadas de cuando se había acostado brevemente en su cama. Evadne se apresuró a volver a colocarlas y estirarlas. Y entonces se fijó en el suelo. La luz del sol entraba por la ventana abierta, iluminando las huellas de Halcyon sobre las baldosas.
Evadne se sacó su quitón, lo sumergió en su barreño de agua y cayó de rodillas para borrar las huellas, enfadada y con el corazón en un puño. No era así como debían suceder las cosas.
Una vez que el suelo estuvo limpio, Evadne abrió su baúl de roble y encontró su mejor quitón, el que había estado reservando para aquella noche. Era blanco, con el dobladillo estampado con una enredadera verde. La más adornada de todas sus prendas. Se lo puso y se ciñó el cinturón de cuero antes de tomar los dos broches de latón que su madre le había comprado como regalo. Tenían forma de sendas coronas de olivo, y Evadne utilizó los alfileres para sujetarse el quitón a los hombros, con las manos temblorosas.
No tengas miedo, hermanita.
Miró por la ventana. A lo lejos, las montañas Dacia se elevaban como los nudillos de la mano de un dios. Evadne se preguntó si Halcyon había huido a esas montañas para esconderse, pero luego pensó en que sería una tontería, debido a la proximidad del monte Euthymius.
El monte Euthymius era la cumbre más alta del reino, y aunque Evadne no podía verlo desde su ventana en Isaura, sabía que la cresta de Dacia respondía a ello. Nadie quería vivir a la sombra del Euthymius, donde los miedos se manifestaban y tenían el poder de vagar por la tierra como fantasmas, donde la puerta al Inframundo se encontraba en el vasto corazón de la montaña.
Cuando era niña, a Evadne la había aterrorizado la cumbre, como a todos los niños de Corisande. Euthymius, dios de la tierra y las bestias, la había reclamado hacía siglos, durante la época en que los nueve divinos habitaban entre los mortales. El hermano de Euthymius, Pyrrhus, dios del fuego, había tomado piedras de las montañas y les había inyectado su fuego como un tonto, dejando las «piedras de ascuas» como reliquias por todo el reino, lo que le había granjeado la adoración de la gente corriente, que ahora podía encender fuego sin esfuerzo. Pronto, más gente adoró a Pyrrhus que a Euthymius, y a este lo invadieron los celos y la ira porque su hermano había usado pedazos de tierra para su fuego mágico. Empezó a idear una forma de hacer pagar a Pyrrhus.
No le llevó mucho tiempo.
Pyrrhus quería un pasaje bajo la tierra, para poder hacer realidad su sueño de un inframundo. Euthymius y su hermana Loris, diosa del agua, llegaron a un acuerdo con Pyrrhus. Tallarían el corazón de la montaña y crearían una puerta para él. Pero para que Pyrrhus alcanzara la puerta, tuvo que pasar a través de muchas capas de tierra y agua, que se tragaron todo su fuego. Era el único dios que aún quedaba en la tierra, atrapado detrás de su propia puerta en la montaña, que irónicamente llevaba el nombre de su hermano. Como tal, su rabia aún se podía sentir de vez en cuando, en el temblor de la tierra. Y en todos los templos del reino, incluso aquellos en los que se adoraba a Euthymius, nunca dejaron que su fuego se apagara como lo había hecho Pyrrhus.
Evadne cerró los postigos. Tembló, como siempre le pasaba al pensar en el monte Euthymius y en el dios del fuego atrapado bajo tierra.
No, Halcyon no huiría a las montañas. Incluso ella había tenido miedo del monte Euthymius, pensó Evadne mientras volvía a la planta principal de la villa.
Podía sentir la presencia de Straton como si una sombra hubiera caído sobre ellos. Evadne había empezado a caminar por el pasillo que conducía a la cocina cuando escuchó a su padre hablar.
—Debo preguntarlo, lord Straton. ¿Por qué ha venido aquí por Halcyon? ¿Ha hecho mi hija algo para merecer esta visita?
Los hombres estaban en la sala común. Las puertas estaban entreabiertas y Evadne se detuvo a la sombra del umbral para escuchar.
—Creo que deberíamos esperar y dejar que Halcyon responda ella misma, cuando llegue —dijo el comandante.
No le cabía la menor duda de que sus guerreros la encontrarían y la arrastrarían a casa, avergonzada.
Evadne tensó la mandíbula. En ese momento, lo odiaba.
Fue a la cocina, donde su madre, tía Lydia y Maia ya estaban trabajando, sacando cuencos de fruta y calentando pan sin levadura en el brasero de la cocina.
Nadie habló.
Evadne abrió la puerta del sótano para sacar dos jarras de cerveza.
Cuando volvió a la cocina, Gregor la estaba esperando.
—Crisálida. —Su padre sonaba terriblemente tranquilo—. Lord Straton quiere hablar contigo. Sírvele una jarra de cerveza, responde a sus preguntas y vuelve aquí de inmediato. No hay nada de lo que preocuparse. Eres inocente.
Pero no lo era.
Evadne seleccionó el cáliz más bonito del armario y lo llenó de cerveza. Su familia observó, inmóviles como estatuas en un templo, y tal vez por eso fue capaz de moverse con gracia, porque sabía lo que estaba a punto de suceder.
Entró en la sala de estar.
El comandante estaba sentado en el banco de su padre, con las piernas estiradas y los tobillos cruzados. Su armadura lucía salpicaduras de barro y sus armas estaban dispuestas a su alrededor. Por fin se había quitado el yelmo, y Evadne pudo verle la cara.
La frente de Straton era fuerte, sus mejillas, pronunciadas. Su piel estaba curtida por el sol y llena de cicatrices de hojas afiladas. Llevaba el cabello oscuro corto, recubierto de plata. Incluso estando inmóvil y tranquilo, su presencia dominaba la habitación.
Evadne le acercó la bebida. En su repentina ansiedad, la cerveza se derramó por el costado del recipiente. Las gotas ambarinas se acumularon en la mano surcada de cicatrices del comandante, y su mano era enorme, una mano que podía exprimir la vida de una garganta sin esfuerzo.
Evadne la imaginó rodeando el cuello de Halcyon y se quedó helada ante él.
—Siéntate, niña. —La sorprendió la suavidad de su voz.
Él aceptó la copa y Evadne se sentó directamente frente a él. Intentó relajarse, pero con Straton observándola… se sintió como un ratón bajo la atenta mirada de un halcón.
—Halcyon hablaba de ti a menudo en el campamento —dijo el comandante.
—¿De veras?
—Sí. Su hermana pequeña, Evadne. Vosotras dos teníais una relación muy cercana antes de que ella se fuera a entrenar a Abacus.
Evadne tragó saliva. ¿Qué le había dicho Halcyon?
Él estaba esperando a que ella respondiera.
Así que asintió con la cabeza, las palabras se le quedaron atascadas en la garganta mientras intentaba adivinar lo que él diría a continuación. Notó que la mirada del comandante se dirigía hacia su pie derecho, casi escondido bajo la caída de un dobladillo cargado de vides.
—Me contó cómo te salvó la vida ese día, hace mucho tiempo. Fue justo antes de que se uniera a mi legión, así que tendría doce años, lo cual supone que tú tendrías… ¿Cuántos? ¿Nueve años, Evadne? —Straton levantó la vista para cruzar la mirada con la de ella otra vez. Sus ojos eran de un tono azul, y ardían. Era como mirar el cielo que rodeaba al sol, y era difícil sostenerle la mirada, pero Evadne lo hizo, negándose a apartar la vista de él.
Y él la hizo retroceder en el tiempo.
Halcyon acababa de vencer al chico malcarado de Dree en un combate, y ella, Evadne, Maia y Lysander avanzaban por el camino de vuelta a casa con la arrogancia propia de los campeones. Pasaron junto a un pastor y su perro, y al perro parecía pasarle algo, no dejaba de ladrar a los niños mientras tiraba de su correa. Evadne había tenido miedo, pero el perro estaba atado, el pastor se había disculpado y los niños habían seguido adelante.
Pero el perro se había soltado y los había perseguido.
Lysander y Maia se habían agachado y acurrucado al lado de un árbol, pero Evadne había corrido, a pesar de que Halcyon le gritó que no lo hiciera. El perro había ido a por su tobillo, y todavía podía sentir aquellos dientes hundiéndose en su piel, la forma en la que la había sacudido y roto, como si fuera ingrávida.
Mientras Evadne estaba tendida de espaldas, el perro se abalanzó sobre su cara, pero algo se interpuso entre ellos. Una rama, que se balanceó con una fuerza increíble y le dio al perro en la boca.
Era Halcyon, y Evadne había visto, aturdida, cómo su hermana golpeaba al perro, comenzando un peligroso baile con él, blandiendo nada más que una rama que había recogido del camino. Y cuando el perro había partido la rama en dos, Halcyon no había tenido miedo. Había derribado al animal al suelo.
—Ahora no lo recuerdo —dijo el comandante, y Evadne echó el pie derecho hacia atrás—. ¿Mató Halcyon al perro?
Evadne se sonrojó. Con los dedos apretados en el regazo, podía oír el pulso latiendo en los oídos, pero estaba tranquila, serena mientras replicaba.
—¿Usted qué cree, señor?
Straton sonrió, pero era una sonrisa amarga. Le confirió a su rostro una expresión siniestra, y Evadne por fin apartó la mirada.
—Me imagino que sí —contestó, arrastrando las palabras—. Después de todo, fue el motivo por el que tus padres decidieron traérmela. Fue el momento, según afirma Halcyon, en que supo que no estaba destinada al olivar, sino a otra cosa.
Por mucho que le molestara, el comandante tenía razón. Halcyon tenía un don. Matar al perro para salvar a Evadne de un ataque había sido la última señal que Gregor y Fedra necesitaban.
Halcyon no estaba hecha para el olivar. Su sitio no estaba allí.
—¿Se ha sorprendido al ver que cojeas? —preguntó Straton. Su audacia hizo que la mirada de Evadne volviera a encontrarse con la suya. Y parecía estar esperándola, para ver lo que sus ojos encerraban, porque continuó—: Tu pie debía de estar curado cuando ella partió hacia Abacus hace años. Debe de odiar ver que tus viejos dolores aún te atormentan.
—Imagino que se sorprenderá —respondió Evadne con algo cercano a un silbido—, cuando por fin me vea de nuevo esta noche.
El comandante dejó de lado su cerveza.
—Tú y yo podemos dejar de fingir, Evadne.
—No sé qué es lo que…
—¿Dónde la escondes? Sé que ella acudió a ti anoche para que la ayudaras. ¿Dónde la tienes?
Evadne respiró hondo. Vio su juego, cómo la había provocado, esperando que su ira le soltara la lengua. Su voz salió plana.
—No sé de qué habla, lord Straton. No sé por qué ha venido aquí, preguntando por Halcyon. No la hemos visto, pero esperamos que llegue esta noche. Puede esperar a hablar con ella entonces.
—No te lo dijo —dijo él en voz baja al darse cuenta—. Aunque no puedo culparla. Yo tampoco querría contarle a mi hermana semejante crimen.
—Lord Straton…
—¿Quieres que te lo cuente, Evadne? ¿Quieres que te diga lo que ha hecho Halcyon y por qué está huyendo de mí?
Evadne no podía respirar. Su corazón latía tan fuerte que le preocupaba desmayarse a los pies del comandante.
Él continuó esperando a que ella respondiera, pero cuando Evadne permaneció en silencio, suspiró y volvió a sentarse en su silla.
Ella creyó que se guardaría la verdad para sí, y empezó a levantarse, aunque él no la había despedido. Y la voz del comandante se elevó con ella, tan afilada que resultó cortante.
—Tu hermana ha cometido un asesinato.
Las palabras la golpearon como una piedra. Se quedó de pie frente a Straton mientras su mente intentaba reconciliar lo que él acababa de decir con lo que sabía de su hermana.
Halcyon era buena. Era leal. Valiente. Respetuosa. Era casi perfecta.
¿Cómo podía haber asesinado a alguien? Evadne se sentó de nuevo, con las piernas temblorosas.
Pero Halcyon también había estado fuera durante ocho años. ¿Conocía de verdad Evadne a su hermana ahora? Había entrado en casa a hurtadillas, con sangre bajo las uñas, sin saber qué haría el comandante si la atrapaba. ¿Y qué le había dicho a Evadne?
—Fue un accidente.
Straton se rio, un sonido seco que hizo que a Evadne se le erizara el vello de los brazos.
—¿Es eso lo que te dijo? ¿Que fue un accidente?
Su desdén era abrasador. Evadne se cubrió la boca, su compostura empezó a resquebrajarse.
—Halcyon mató a un compañero hoplita —la informó el comandante—. Y luego huyó. Es una asesina y una cobarde, y si no me dices dónde la escondes, la castigaré diez veces más cuando la arrastre a…
—Márchese.
La voz de Gregor cortó el aire. Se adentró más en la habitación, para ponerse detrás de Evadne, con la mirada fija en el comandante.
Straton se calmó, sorprendido de que Gregor lo hubiera interrumpido.
—No puede entrar en mi casa y hablarle a mi hija de esa manera —dijo Gregor con frialdad—. Váyase. Ahora.
Straton se tomó su tiempo para reunir sus armas. Pero mantuvo los ojos fijos en Gregor, quien le devolvió la mirada con valentía, y hablaron un idioma silencioso que Evadne no pudo entender, pero a pesar de todo se sentía como si una kopis le rozara la piel.
El comandante se marchó con un portazo.
Cuando se hubo marchado, Evadne pudo respirar de nuevo, y soltó un jadeo tembloroso. Sintió la mano de su padre en el hombro, su toque fue suave hasta que intentó ponerse de pie.
—Todavía no, Crisálida.
Se movió para arrodillarse ante ella. Sus ojos buscaron en los de ella.
—Gregor —advirtió Fedra. Apareció en el borde de la visión de Evadne, al igual que su tía, su tío y sus primos—. Espera hasta que se haya ido.
Evadne no debería haberse sorprendido de que toda su familia hubiera espiado. Debían de haber escuchado el intercambio entre ella y Straton. Y Gregor continuó mirándola. Eva vio el tic en su mejilla.
Maia se apresuró a acercarse a la ventana y echó una ojeada al patio. Parecía que había pasado una hora antes de que anunciara:
—Se ha ido.
Gregor se mesó la barba con una mano, deliberando.
—¿Es cierto, Evadne? —preguntó—. ¿Vino Halcyon a verte anoche?
—Padre…
—¡Responde!
Evadne se estremeció. Su padre levantaba la voz en raras ocasiones, y cuando lo hacía, nunca se dirigía a ella. Se hundió más en la silla.
—No me mientas, hija. ¿Ha dicho ese hombre la verdad? ¿Ayudaste a tu hermana?
Si hablaba, se derrumbaría. Evadne asintió, con la garganta cerrada.
—¿Cuándo ocurrió?
Evadne no respondió. Luchaba por ocultar sus lágrimas. Pero vio en los ojos de su padre el momento en el que lo entendió. Recordó la noche anterior, cuando había ido a la habitación de Evadne. La ventana estaba abierta por el viento y la lluvia…
—¿Dónde está, Evadne? Espero que la hayas escondido bien, porque lord Straton la matará cuando la encuentre.
—¡Yo no la he escondido, padre! —tartamudeó Evadne—. Le di de comer y de beber. Se negó a decirme lo que había hecho, por qué huía, o a dónde planeaba ir.
De nuevo, esa terrible expresión invadió la cara de Gregor. Se levantó y miró a su hermano y a su sobrino.
—Nico, Lysander, venid conmigo.
Evadne sabía que los hombres iban a buscar a Halcyon. Y Evadne no se quedaría de brazos cruzados, esperando a que volvieran a casa. Se puso de pie y susurró:
—Padre, espera.
Gregor hizo una pausa, pero no la miró.
—Quiero que te quedes aquí, Evadne. No abandones los muros de la villa, ¿entiendes?
¿La estaba castigando o protegiendo? No lo sabía, pero tampoco se quedaría allí. Caminó hacia él, y Gregor no tuvo más remedio que levantar los ojos para mirarla. Había mucho miedo, mucha agonía sangrienta dentro de él.
Evadne susurró:
—Creo que sé dónde encontrar a Halcyon.