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TRES

CUANDO ESTÁN A PUNTO DE DAR LAS SEIS, LA estación empieza a calmarse. Los del turno diurno se han ido a casa y los del nocturno están en las calles patrullando, así que no hay muchos uniformados en el edificio. Aquellos que quedan emanan una pereza intensa. Los teléfonos suenan esporádicamente, algunos oficiales llevan a cabo interrogatorios en las habitaciones privadas y el resto parece estar buscando información o tecleando.

Ya debería haber salido, debería estar en casa o con James o en el País de las Maravillas, pero en vez de eso he transferido mi bandeja de documentos al suelo junto a mi escritorio para tener más espacio y así poder extender las fotografías y uno de los grandes mapas de Ciudad Monarca que los detectives normalmente tienen enrollados en una canasta. Está maltratado y desteñido, pero servirá. He marcado con lápiz todos los sitios donde han aparecido las partes del cuerpo envueltas para regalo. Examino las fotografías de las tarjetas que vienen en los paquetes: la letra garabateada en tinta negra intensa que pareciera seguir húmeda, como si el mensaje hubiera sido escrito con una pluma fuente.

Con cariño,

el Sombrerero Loco

¿Qué es lo que quiere? Con un lápiz trazo unas líneas que conectan cada una de las ubicaciones y me siento a observar el mapa.

Interesante… todas las ubicaciones parecen ser lugares de importancia para los magicalistas. Afuera del Jardín Eterno, donde las flores florecen todo el año; el Puente Inferior Monarca, donde se llevó a cabo la Marcha Mágica diez años atrás; y frente al Emporio de Varitas, que fue desmantelado cuando las hadas madrinas pasaron de moda. Se rumora que estaba ubicado sobre una gran capa de cristales que, según algunos, son la fuente de toda la magia. El responsable tiene que ser alguien del Distrito Scar. Pero ¿por qué? ¿Será una especie de amenaza a los ciudadanos? ¿Algún amagicalista tratando de enviar un mensaje?

Escucho el sonido de alguien carraspeando, se rompe mi burbuja y me alarmo. Técnicamente este es un archivo confidencial que Jeanette me prestó, como lo ha hecho en un par de ocasiones antes para que no muera de aburrimiento y desesperación. Estoy tan acostumbrada a pasar desapercibida que me olvido un poco de la discreción. Cubro el mapa y el archivo de manera protectora y entonces me doy cuenta de quién se trata.

Bella Loyola, una oficial joven y la única legataria en el edificio además de la jefa, está sentada frente a mí con los brazos cruzados y alzando una ceja detrás de sus anteojos con montura de carey. Con su chaleco, camisa blanca y pantalones a cuadros, se ve como el retrato perfecto de una santurrona amante de los libros, que es precisamente lo que es, aunque tengo que admitir que tiene estilo. ¿Y su cabello? Castaño oscuro y de apariencia suave, recogido en una cola de caballo desarreglada que de seguro le tomó toda la mañana acomodar.

Me esboza una sonrisa cálida, acompañada de una pequeña mirada de reprimenda.

—¿Confidencial? —articula, mientras señala mi escritorio con un dedo acusatorio.

No debería sorprenderme. Ya antes me ha llamado la atención por cosas malas que he hecho. Creo que trata de ayudarme, como lo haría una hermana mayor, pero no me gusta sentir que tengo que rendirle cuentas. Una vez hasta corrigió la forma en que preparaba el café, informándome con amabilidad que a los detectives no les gustaba muy cargado porque lo beben constantemente. En cuanto a la jerarquía de la estación, solo está unos sitios por encima de mí. Por lo que a mí respecta, solo hay una persona que puede decirme qué hacer y no es Bella.

Hago un gesto con la mano como si no supiera de lo que habla y señalo algo detrás de su hombro. Tony, su compañero, viene hacia ella. Nuestras miradas se encuentran un instante antes de que ella voltee a verlo.

—¿Lista para ir abajo por algo de comer? —pregunta él.

—Oh —responde Bella—, eh… de hecho, estoy trabajando en el informe del caso de los estrechos que cubrimos ayer. No quiero atrasarme con eso. —Le sonríe.

—No, no, no —replica él, mientras coloca un brazo sobre el fólder—. Vamos. Tienes que aprender a relajarte. Te estresas demasiado.

Ella jala el fólder de debajo de su codo.

—Adelántate —le dice.

—Eh, Oficial Loyola —intervengo—, ¿podría ayudarme con algo?

Tony voltea a verme.

—Estaba por tomarse un descanso.

—Solo tomará un segundo.

—Es nueva. Tengo que ayudarla. Tú ve a cenar, Tony.

Él se pone de pie y se estira, llenando el espacio con sus hombros extrañamente desarrollados.

—Está bien —responde—. Pero uno de estos días tendrás que acompañarme a una comida de verdad.

Bella le esboza una pequeña sonrisa y se acerca a mi escritorio.

—¿Qué necesitas?

Cuando Tony se va me dice en voz baja:

—Gracias. —Luego regresa a su escritorio y se pone a revisar sus papeles. Tal vez me equivoque, pero estoy casi segura de que veo lágrimas acumuladas en sus ojos.

Yo vuelvo la atención a mi archivo sin decir una palabra. Conozco muy bien la frustración e ira de no poder decir lo que en verdad piensas. También sé que a nadie le gusta que lo observen mientras trata de recuperarse de ese sentimiento.

Trato de enfocarme en el Sombrerero Loco otra vez y, antes de darme cuenta, estoy totalmente absorta. Espero que la víctima rebanada fuera alguien muy malo, que se mereciera un castigo así. Tengo la idea de que las personas malas merecen tener un final así; si lastimas a alguien, mereces ser lastimado.

Me viene a la mente la imagen de mis padres y mi hermana aquel día, cuando alcancé a echar un vistazo a las fotografías de la escena del crimen. Tanta sangre. No les mostraron misericordia, así que tampoco debería haber misericordia para Jake Castor, el predador que los mató mientras yo estaba en la escuela. Dijo que solo quería saber qué se sentía matar a alguien. Llevaba días rastreando los pasos de mi madre, así que sabía el momento más probable en que estaría en casa. Fue algo aleatorio y planeado a la vez. No sabía que mi hermana y mi papá estarían ahí; ambos se enfermaron de repente y tuvieron que quedarse en casa. Cuando finalmente admitió todo, dijo que entró en pánico al darse cuenta de que había tres personas en lugar de una en el departamento, pero que sabía que podría con ellos porque eran legatarios y los legatarios sin magia son blancos fáciles.

Y tenía razón.

La idea de que está pudriéndose en alguna prisión en vez de estar hecho pedazos me pone furiosa; tengo que concentrarme para evitar que mis mejillas enrojezcan. Aunque supongo que eso es mejor que la alternativa: que siguiera libre por ahí. Eso se lo debo a la jefa.

Me siento reconfortada por la idea de que, algún día, seré yo la que lleve a esos criminales ante la justicia. Que lograré que el Distrito Scar vuelva a ser un lugar seguro para vivir. A lo mejor hasta logro unificar a todos. Me imagino a mí misma saludando a los habitantes desde un carro alegórico, en un desfile organizado en mi honor, con multitudes de gente alabándome y agradeciéndome por salvar la ciudad.

Mi ensoñación se ve interrumpida cuando escucho una voz barítona y baja, aunque llena de seguridad, que atraviesa el espacio y me provoca escalofríos.

—Quítenme las manos de encima —dice la voz, calmada a pesar de las palabras—. Tengo que ver a la jefa de inmediato.

—No puede verla, señor —responde la oficial con una voz nasal; se nota que no puede creer que le hable en ese tono—. No está recibiendo visitas. Además, no se aceptan mascotas aquí. A menos que sea un animal de nuestra unidad K-9, y ese definitivamente no es un can, así que tendrá que marcharse y volver sin ese…

El ave sobre el hombro del hombre, lisa y oscura, trata de morderle el dedo a la oficial; ella lo retira y retrocede, mientras él acaricia la cabeza del ave. Saca algo de su bolsillo y lo acerca a su pico.

—Tranquilo, Hellion —dice él—. La encontraremos.

—Es el papá de Mally Saint —murmuro, dándome cuenta a la vez de que lo digo en voz alta. Y esa es el ave de Mally Saint. Nunca la había visto en otra parte que no fuera en su hombro, manteniendo a todos alejados con sus brillantes ojos. Supuestamente, es un ave de apoyo emocional que le dieron a Mally después de que su madre muriera tras la Caída. Al menos eso es lo que ella dice. Aunque más bien, parece un pájaro guardián.

Bella, quien lleva un rato anotando algo, tiene un lápiz colgando de su boca, y está tan absorta por lo que está ocurriendo que trata de hablar sin quitarlo de sus labios, por lo que sus palabras se escuchan como un balbuceo. Se quita el lápiz de la boca, voltea a verme y susurra:

—¿Conoces a Jack Saint?

«Jack Saint».

—No —respondo—. Solo a su hija.

—Ah —dice Jack cuando la puerta de la oficina de la jefa se abre—. Ahí está. La Grande Dame.

La jefa sale a pasos largos de su oficina y nos quita el aliento a todos en la estación. Luce resplandeciente en su traje color crema, que se ajusta a su cuerpo a la perfección. Sus clásicos zapatos de tacón alto repiquetean en el suelo mientras avanza hacia Jack.

—Está bien —les dice a los oficiales que la siguen de cerca—. Yo me encargo.

—Señora… —empieza a hablar uno de los oficiales con duda, pero ella hace un gesto con la mano para calmarlos.

—Les digo que estoy bien. Es un viejo amigo mío.

—Charlene —dice Jack Saint. Su cuerpo se relaja un poco al verla. Es muy alto y delgado, y sus movimientos tienen una gracia sorprendente. Se mueve como una sombra retorcida; sus facciones son tan afiladas que podrían cortar cristal. Pero incluso desde lejos, noto que su mirada luce cálida y triste, con el color del agua azul que rompe sobre la playa en la portada de una revista. Se agacha para darle un beso en la mejilla que ella le ofrece, y Hellion se reacomoda.

Mientras tanto, Bella está inclinada de manera insegura al borde de su silla, observándolos con absoluta atención y concentrada en cada palabra.

—Te vas a caer —le susurro.

Con un gesto, ella me indica que no la distraiga; no quiere perderse de nada. Pero entonces, cuando casi se cae de la silla, se endereza y me dirige una mirada rápida y una sonrisa a medias.

Y parece que sí nos perdimos de algo, porque ahora los dos están sentados, y la jefa parece estar respondiendo una pregunta.

—Haré exactamente lo que siempre hago —dice la jefa—. Haré mi trabajo.

Un silencio absoluto reina en la estación, y todas las miradas están posadas en Jack Saint y la jefa.

—Anoche Hellion llegó a casa sin Mally —expone Jack—. Llegó muy molesto. —Coloca con brusquedad su celular frente al rostro de la jefa y ella lo observa sin moverse—. Ella me llama todos los días a las dos cuarenta y cinco en punto para contarme sus planes, y ayer no lo hizo. Y luego Hellion… —Su voz se quiebra—. Nunca se aparta de su lado. —Se detiene para recuperar la compostura—. Establecimos ciertos acuerdos desde que su madre murió. Ella nunca rompe esos acuerdos. He tratado de seguir el proceso debido, de conseguir ayuda, pero nadie me escucha. Algo le ha pasado a mi hija y quiero que tú la encuentres y la traigas de vuelta.

—Jack —dice la jefa con un tono reconfortante, acariciando su espalda—, solo ha pasado un día. Dale algo de tiempo. Es una adolescente. Todo estará bien. Sé que ha sido difícil para ustedes desde que perdieron a Marion.

—Ella es todo lo que tengo —responde Jack, tomando a la jefa de la mano y viéndola directamente a los ojos—. Lo es todo para mí.

Hellion grazna con suavidad y picotea con delicadeza la oreja de Jack.

Por un momento pareciera que Jack y la jefa estuvieran solos en otra parte, lejos de la estación. Los teléfonos no suenan. Nadie teclea ni habla. La estación está completamente silenciosa. Cuando Jack por fin rompe el contacto visual y agacha la cabeza, parece más una gran ave jurásica que un hombre.

—¿Qué le pasó, Charlene? —pregunta—. ¿Crees que alguien la haya capturado? Ciudad Monarca se ha vuelto tan revoltosa y peligrosa, y nosotros tenemos muchos lujos que otros no poseen. Además su comportamiento no ha sido precisamente ejemplar. —Duda un instante—. Ha hecho enemigos. ¿Y si está herida, sin alguien que la ayude? —Deja caer su rostro sobre sus manos extendidas—. ¿Qué voy a hacer sin ella? Sé que solo ha pasado un día, pero la conozco y ella no haría esto. Dicen que las primeras cuarenta y ocho horas son las más importantes. Por favor, Charlene. Soy un hombre solo que vive en una torre. Solo hay una cosa en este mundo que en verdad me importa. Una. Y está en peligro.

Hellion grazna y voltea a ver a la jefa, como si la estuviese amenazando en caso de que no hubiese tomado la súplica de Jack en serio.

Jack mete la mano en el bolsillo de su abrigo y saca una foto. La coloca sobre la mesa y la desliza sobre la madera, acercándola a la jefa.

—Mally —dice, dándole un golpecito con el dedo a la foto—. No le interesa ningún otro lugar más que este: Monarca. Nunca se marcharía por su propia voluntad.

La jefa se endereza y estira la mano para tocar su mejilla.

—Haré todo lo que pueda para encontrarla. Tienes mi palabra. Volverá —dice finalmente la jefa con firmeza.

Sus palabras me llenan de emoción. Los artículos de periódico que he leído dicen que, cuando investigó el caso de mis padres, fue como un sabueso detrás de un hueso, y que no se detuvo hasta resolver el caso, incluso cuando parecía haber llegado a un callejón sin salida y los demás ya lo daban por cerrado.

La certidumbre en su voz parece tener el mismo efecto en Jack que en mí.

Por primera vez desde que entró de golpe en la habitación, Jack Saint luce más calmado, aunque el pájaro en su hombro sigue agitado.

—Uno creería que la Gran Muerte terminó con la magia y con todos los problemas, pero hay muchos que guardan rencores.

La jefa se retrae un poco y asiente en dirección a uno de los oficiales que está parado cerca, esperando su señal.

—Buenas noches, Jack. Estaremos en contacto. Mientras tanto, por favor acompaña al Oficial Henshaw. Él te ayudará a llenar los formularios necesarios.

Jack Saint se deja escoltar hasta la puerta. Se detiene y voltea a ver a la jefa como un sabueso.

—Olvida nuestro pasado. Olvida los problemas. Solo ayúdame a encontrar a Mally. Por favor.

—Desde luego, Jack —murmura la jefa. Luego se pone de pie y vuelve a entrar a su oficina, dejando la puerta abierta.

Nadie se mueve hasta que la secretaria de la jefa, Mona, que lleva todo ese tiempo parada ahí, sosteniendo su tabla sujetapapeles, dice:

—De acuerdo, todo el mundo de vuelta al trabajo. —Luego desaparece dentro de la oficina y cierra la puerta con firmeza.

Inmediatamente después, una serie de conversaciones chismosas estallan entre los que quedan en la estación.

Trato de no estirar el cuello, pero muero de ganas de ver lo que ocurre detrás de los muros de vidrio de la oficina de la jefa. A pesar de que las persianas están cerradas, puedo sentir la intriga que se filtra por debajo de la puerta. Bella y yo intercambiamos miradas, y luego ella empuja sus gafas por su nariz, abre un fólder y cruza las piernas, moviendo una de ellas de arriba abajo, fingiendo que no está tan interesada como yo.

Trato de enfocarme en el Sombrerero Loco otra vez, pero las palabras y ubicaciones se mueven sin sentido por la página.

Mally está desaparecida.

Acabo de verla en la escuela ayer.

Estaba bien.

No me puedo imaginar a alguien acercándose a ella o secuestrándola en la calle con facilidad. Por lo que sé, Mally sería capaz de destrozar a alguien antes de que pudieran hacerle daño. ¿Y Hellion? ¿Cómo logró alguien esquivarlo?

Enrollo el mapa y dejo el archivo a escondidas en el escritorio de Jeanette. Luego sigo con mi aburrida labor de archivar documentos. Al menos ahora mis pensamientos sobre Mally pueden volar con libertad. Trato de recordar los lugares donde la veo con regularidad. Suele frecuentar el País de las Maravillas, aunque no habla con nadie ni baila. Merodea por los pasillos de la Preparatoria Monarca. Además de eso nunca la veo más que cuando su limusina llega al estacionamiento de la escuela para dejarla, como una serpiente negra gigante. Me he acostumbrado a ella, y al reticente respeto que nos muestra a James, Úrsula y a mí. Si le ocurrió algo terrible, ¿quién dice que no podría pasarnos a nosotros también?

¿Serían capaces Flora, Fauna y Primavera de vengarse de ella? Siempre cargan cuchillos. Tal vez su ropa color pastel y actitud dulce sea engañosa. Tal vez son capaces de cosas peores que Mally.

Después de unos cuantos minutos con gente entrando y saliendo de la oficina de la jefa, la puerta se abre y Mona sale de repente.

Mona siempre entra y sale de manera repentina de todos lados. Siempre tiene prisa y un aspecto cálido y familiar, pero también es impaciente y cuando se molesta parece capaz de cortar orejas y guardarlas en cajas. Lleva aquí más de veinte años; era la asistente del antiguo jefe de policía. Desde que empecé con mi pasantía me di cuenta de que el lugar se caería a pedazos sin ella. Ni siquiera me imagino lo que sería entrar y no verla con uno de sus clásicos atuendos monocromáticos. Hoy trae una blusa color verde esmeralda y una falda color verde bosque, adornada con grandes perlas verdes alrededor de su garganta y pendientes de jade en las orejas. Revisa unos papeles en su tabla y luego echa un vistazo alrededor de la habitación.

—Ah, perfecto —dice cuando ve a Bella—. Tú, la jefa quiere hablar contigo.

Se me revuelve el estómago de envidia y siento cómo mi rostro se sonroja mientras Bella se pone de pie. Voltea y dice:

—¿Conmigo?

Mona asiente y echa otro vistazo alrededor de la habitación.

—Y contigo. —Señala y todos siguen la dirección de su dedo—. Sí. ¡Tú! —Voltea a ver su tabla sujetapapeles y luego vuelve a alzar la mirada—. Mary Elizabeth Heart, ¿cierto?

A mí. Me está señalando a mí.

—Bueno, ¿qué haces ahí sentada como un costal de papas? ¡Vamos! ¡Rápido!—Con otro gesto nos indica que nos acerquemos y siento que mis intestinos se revuelven como si estuviesen haciendo una rutina de gimnasia. Tengo que calmarme, controlarme, actuar de manera profesional, competente, impávida… pero la sangre corre con tanta prisa por mis venas que me da la sensación de que van a reventar.

Bella me espera y entramos juntas a la oficina de la jefa. Al pasar por el umbral, el olor de café y papel se ve reemplazado por una agradable fragancia a almizcle. El interior de la oficina es muy anguloso y casi todo blanco. La única planta es un cactus solitario junto a la ventana con vista a los tejados de la ciudad. La lluvia salpica el vidrio. De no ser por la multitud de fotografías y premios que adornan las paredes, la habitación se sentiría muy vacía.

Bella, quien ya ha tomado asiento en una de las sillas frente al escritorio, luce sorprendida cuando me siento a su lado. Se inclina hacia adelante, jugueteando con las manos sobre su regazo. Yo trato de lucir grácil, en serio, pero en esta habitación me siento corpulenta, torpe y sucia. Enfoco mi atención en la jefa, quien nos contempla con detenimiento. Yo aprovecho la oportunidad para contemplarla también. Es lo más cerca que he estado de ella, sin contar mi infancia, desde que recibí la carta por medio de la cual me invitaban a trabajar como pasante en el Escuadrón de Homicidios de Ciudad Monarca.

La jefa luce tan majestuosa de cerca como se ve de lejos. Sus facciones parecen las de una cierva y su cabello negro está sujeto en un chongo. Trae las uñas pintadas de rojo, su maquillaje es preciso y complementa sus facciones japonesas a la perfección. De algún modo es espectacular y aterradora a la vez.

Casi tengo la esperanza de encontrar una foto nuestra en la pared, como la que yo tengo en casa: las dos juntas en aquella famosa conferencia de prensa, donde aparezco yo sujetándome de su pierna mientras ella me oculta de los reporteros. Pero nada. Ha resuelto tantos asesinatos que posiblemente mi historia no significa nada para ella. La jefa ha estado involucrada en todas las investigaciones criminales durante los últimos diez años. No, no solo involucrada; ha estado a cargo de ellas.

Hay fotos de ella estrechando la mano del presidente.

Con el campeón de boxeo de Monarca.

Con el consejo municipal.

Con la alcaldesa.

Con el actor favorito de todo el mundo.

En múltiples conferencias de prensa, frente a los micrófonos.

—Bueno —dice ella, trayéndome de vuelta a la realidad con su voz suave pero dura—, ya llegará el día, si los fantasmas quieren, en que mi presión arterial baje a niveles no amenazantes. —Señala el vaso frente a ella y, de inmediato, Mona saca dos vasos más y una jarra; los llena y nos los ofrece a Bella y a mí.

Yo bebo un sorbo. El agua tiene la temperatura perfecta: fresca y tentadora, y de pronto, me doy cuenta de que muero de sed.

La jefa desliza una fotografía de Mally Saint por el escritorio hacia nosotras. Las fotografías escolares, incluso cuando lucen pasables, siempre son un poco espeluznantes, en especial cuando aparecen en un cartel de «desaparecido» o en las noticias, pero esta me provoca algo más. La crueldad con la que Mally veía a la cámara es intensa e imponente. Sus labios gruesos están pintados de rojo, sus ojos entrecerrados delineados de negro y su cabello negro apunta hacia abajo, pero por encima de todo eso, su mirada parece declararle la guerra al mundo y a todos sus habitantes.

La Jefa Ito exhala y voltea a vernos a ambas.

—Scar. Diez cuadras. Uno creería que no habría mucho problema. Sin embargo... —dice, juntando las puntas de sus dedos— se llamaba Distrito Maravilla. —Voltea a vernos otra vez. Claro que lo sabemos. Le cambiaron el nombre a «Scar» después de la Revuelta de Midcity, como reconocimiento a la herida que dejaron todas esas muertes—. A veces creo que el cambio de nombre es la fuente de todos los problemas que tenemos hoy. Scar suena mucho más oscuro, ¿no creen?

—Señora… —digo, porque parece que espera alguna respuesta.

—¿Cuántos alumnos hay en la preparatoria estos días?

Me toma un segundo darme cuenta de que me habla a mí.

—Creo que son unos quinientos, señora.

Ella asiente.

—Solíamos tener más, pero muchas personas se han marchado del Distrito Scar. ¿Conocen a Mally?

—No, señora —dice Bella—. Sé quén es, pero no la conozco. Sé que suele andar en limusina. Eso llama la atención en Scar, señora.

—Me imagino. ¿Mary Elizabeth? —me pregunta la jefa—. ¿Algo que puedas agregar sobre Mally Saint?

—No, señora. Solo la conozco de lejos —respondo y luego agrego—, hemos estado varias veces en el mismo salón.

—No había visto a Jack Saint en muchos años. —La jefa no parece haber escuchado lo que dije—. Verlo me remontó a… Fue inesperado. Saben, yo asistí a la Preparatoria Monarca y no había… Bueno, esa fue otra vida, ¿cierto?

—¿Fue a la preparatoria en el Distrito Scar? —pregunto sin pensar. Me imaginaba que la habían enviado a algún internado de renombre en Suiza o algo así. No me la imagino en esos largos pasillos, soportando esas aburridas clases.

—Sí, asistí a la Preparatoria Monarca, aunque ahora casi no lo recuerdo. Fue hace mucho tiempo. —La jefa se pasa el dedo índice por la frente y voltea a verme—. Y ahora esto —agrega—. El Distrito Scar en medio de todo otra vez.

—¿Señora? —dice Bella después de que la jefa lleva un rato sin hablar, aparentemente perdida en sus recuerdos.

—Disculpen. —Enfoca su atención en nosotras, abre un fólder y le da la vuelta para que podamos ver el interior. Incluso desde donde estoy sentada alcanzo a ver el nombre de Primavera Holiday. Llenaron un informe cuando Mally le cortó los frenos—. Mally Saint está desaparecida y conozco al menos a tres personas a las que les alegraría mucho la noticia. Y tienes toda la razón, Bella. La gente del Distrito Scar tiene resentimientos, por así decirlo, en contra de la gente de altos recursos. Eso hace que la situación sea más problemática. —Suspira—. El punto es que normalmente no me enfocaría tanto en algo así, pero con todo lo que ha estado pasando, con esta situación del Sombrerero Loco y todas las jugarretas que han logrado infiltrarse en esta ciudad a pesar de mis esfuerzos por… —Aprieta la mandíbula—. Lo último que necesito es más drama por una chica adolescente que posiblemente esté en una habitación de hotel con alguien que conoció en un bar el sábado por la noche, recogiendo parásitos de las sábanas mal lavadas.

Nos quedamos ahí sentadas. No me atrevería a interrumpirla a pesar de que pienso que es muy poco probable, por no decir imposible, que Mally Saint se dejara convencer de acompañar a alguien a algún lado, mucho menos de besar a esa persona o acostarse con ella. Ni siquiera la imagino durmiendo.

—Bien —continúa—, he escuchado que eres muy buena encontrando cosas, Mary Elizabeth.

—Lo único que he encontrado son unos cuantos juegos de llaves, el almuerzo de alguien…

—Nunca discutas con alguien por decirte la verdad. No es necesario que seas modesta. —La jefa acomoda su saco como si mis palabras lo hubiesen arrugado—. Además, es tedioso.

—Sí, señora. Soy buena para encontrar cosas.

—No me sorprende. Eres legataria. Yo creo en los rastros.

Los rastros son vestigios de lo que solíamos ser o lo que hubiéramos sido si la magia no hubiese desaparecido.

—Sí, señora.

Luego voltea hacia mi compañera.

—Y tú, Bella, eres buena para resolver acertijos. La última vez que alguien vio a Mally fue en… —Voltea a ver a Mona.

—El País de las Maravillas —dice ella después de revisar su tabla de papeles.

—Exacto. Ese basurero.

Trato de no tomármelo personal. Sin mencionar el hecho de que a mi novio y mi mejor amiga les daría mucho gusto que estuviera ahí con ellos esta noche, suelo pasar casi todas mis noches y fines de semana en ese lugar. Yo tengo el mejor marcador en el pinball de croquet y es el único lugar en Scar donde podemos pasar el rato, escuchar música y cosas así. Además el dueño, Dally Star, es amigo nuestro.

Me sudan las manos.

—Para encontrar a Mally Saint las asignaré a las dos a este caso. —La jefa acomoda sus papeles en el escritorio para enfatizar su punto—. Después de eso, revaluaré la situación. Creo que tu ayuda será de gran importancia, Mary Elizabeth.

Bella voltea a verme y luego a la jefa.

—Disculpe, señora, pero ¿eso significa que ya no trabajaré con el Oficial Gastón?

La Jefa Ito se detiene un momento y luego dice:

—Así es.

—Bueno —comenta Bella más animada—, supongo que no todas son malas noticias.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto antes de poder detenerme.

—Ay —suelta Mona.

—Oh, nada —dice Bella, dándome una palmadita en la mano—. No te ofendas. Es que solo eres una pasante y tienes diecisiete años.

—¿Y tú cuántos tienes? Creo que no más de veintiuno, ¿verdad?

—Chicas —interviene la Jefa Ito.

Las dos recordamos dónde estamos y dejamos de discutir. Estoy tan indignada que me falta el aire, pero me esfuerzo por calmarme.

La jefa nos observa a ambas con severidad.

—Mary Elizabeth se ganó esta pasantía por su habilidad y perspicacia, así que necesito que confíes en mi juicio. Creo que me he ganado el beneficio de la duda, ¿no?

Bella asiente.

—Sí, señora. Claro.

—Tendrán que aprender a llevarse bien. Llevo un tiempo considerando esta idea y esta es la oportunidad perfecta para ponerla en práctica. El Distrito Scar necesita más apoyo del que podemos proporcionar con nuestros agentes y sabemos que no aceptarán foráneos. Tengo la esperanza de que con su presencia haya más ciudadanos que se sientan inspirados y quieran unirse para servir a nuestro amado vecindario. Necesitan detectives que estén disponibles para atender sus asuntos. El Distrito Scar se ha vuelto demasiado aislado, lo que ha propiciado la aparición de justicieros. No puedo permitir eso. Esta es una oportunidad única. No hace falta que les diga todas las puertas que se les abrirán si tienen éxito. —Alza la mano para dar por terminada la discusión—. Está decidido.

Voltea a ver su reloj y luego a nosotras.

—Necesitan refrescarse. Vayan a comer algo. Báñense. Regresa mañana después de tus clases matutinas, Mary Elizabeth. Mientras tanto, habría de empezarse por…

—… entrevistar a las estudiantes cuyos padres han presentado denuncias en contra de Mally —termina Bella—. Primavera Holiday, Flora Honeydew y Fauna Redwood, específicamente. —Parece sorprendida por sus propias palabras—. Creo.

—Claro —responde la jefa, impresionada.

Siento otra punzada de envidia

—Leí los informes hace unos meses, señora —continúa Bella, con una sonrisa tímida y humilde—. Verá, mi memoria es algo fotográfica.

—Muy bien —comenta la jefa. Se toma un momento para responder, mientras golpetea su pluma contra el escritorio—. Creen que no me doy cuenta de nada desde aquí, pero presto atención. —Voltea a verme directo a los ojos—. Sé sobre tus pequeñas incursiones a los archivos confidenciales. —De pronto, sus ojos cafés se ven tan oscuros que parecen negros—. Lo sé todo. No lo olviden. —Finalmente, baja la mirada—. Mona, entrégales los archivos. —Voltea a ver a Bella—. Mientras tanto, pueden irse acostumbrando a su nueva asociación. No quiero escuchar nada más que maravillas sobre su armonioso trabajo de ahora en adelante. Desde luego tú llevarás el liderazgo, Bella. Pero no quiero que excluyas a Mary Elizabeth.

Mona le entrega a Bella los sobres de papel manila mientras nos ponemos de pie.

—Sé que no me decepcionarán —concluye la Jefa Ito.

—Claro que no, jefa —asegura Bella antes de que yo pueda hacerlo.

—Porque si lo hacen…

No hace falta que termine la oración y no lo hace. Porque si la decepcionamos, no volveremos a tener una oportunidad así. Bella volverá a los rangos más bajos y yo puedo olvidarme de que esta pasantía se convierta en un trabajo de verdad cuando me gradúe.

—Pueden irse —dice.

Bella y yo nos ponemos de pie.

—Espera un momento, Mary Elizabeth, no te vayas. Me gustaría hablar contigo.

Bella retrocede mientras la jefa voltea a ver el parpadeante monitor de la computadora y revisa los diez mil correos que probablemente han llegado en los diez minutos de tiempo que le hemos robado. Por su parte, Mona se acomoda en un pequeño escritorio en el rincón.

—¿Cómo va tu terapia? —pregunta la Jefa Ito sin voltear a verme—. ¿Con la Doctora Tink?

—Va bien —respondo, tratando de ocultar mi sorpresa. En verdad lo sabe todo.

—Qué bien. Necesito que estés lo mejor posible si vas a estar haciendo trabajo policiaco, así que no quiero que faltes a ninguna cita. Este tipo de trabajo no es para gente sensible.

—Lo sé. Quiero… quiero agradecerle la oportunidad. Haré que se sienta orgullosa. Lo prometo. —No puedo controlar el tartamudeo—. Aprecio… aprecio mucho lo que ha hecho por la ciudad… Usted es… increíble. Mis padres… —Digo las palabras que llevan atoradas en mi garganta desde que entré al edificio por primera vez. Tal vez estas palabras son el motivo principal para estar aquí—. Mi hermana, Mirana.

—Sí. —Se nota que quiere evitarme más incomodidad haciendo que me calle—. Lo sé. Me da gusto que hayamos podido resolverlo.

—Fue usted, usted lo resolvió —digo, tratando de disimular la pasión en mi voz—. Trabajó horas extras de modo independiente. Todos los demás lo habían olvidado.

—Mi jefe no estaba nada contento… —Sonríe como si estuviera recordando algo.

—Pero usted no se rindió, ni siquiera cuando la sacaron del caso.

Ella asiente. Se ve apenada.

—No me gusta dejar los casos abiertos. Me molesta.

—Noches, fines de semana. Se puso en peligro para atrapar a Jake Castor y llevarlo ante la justicia. Es mi inspiración. Para todo en la vida. Solo… solo quería que lo supiera. Prometo que la haré sentir orgullosa.

Espero, mientras los segundos se convierten en un minuto completo. Ella se recarga en el respaldo de su silla; se nota que necesita un día libre, una mascarilla para los ojos, algunas Oreos y tal vez seis episodios de Love Island para olvidarse de sus problemas.

—He pasado mucho tiempo revisando tu archivo, señorita Heart. —Entrelaza los dedos sobre su escritorio y me pregunto si debería tratar de llenar el silencio. Pero entonces continúa—: Para ser sincera, tenía mis dudas sobre si podía confiarle un trabajo así a una persona como tú, que ha vivido situaciones tan traumáticas; no sabía si este trabajo serviría para estimular tus habilidades o si sería perjudicial. Después de haber perdido a tu familia, me imagino que la reacción natural sería mantenerte alejada de las personas, recluirte a los confines del Distrito Scar y sus diez cuadras. Nadie las conoce mejor que yo. Eres un prodigio, Mary Elizabeth; tienes todo lo necesario para llegar a ser una gran detective. De otro modo, jamás habría aprobado tu pasantía aquí, sin importar los resultados de tus pruebas o tus capacidades físicas. —Voltea a verme directamente a los ojos—. El problema de los legatarios es que ponen el legado por encima de todo lo demás. «Lealtad al legado», como dice el dicho. Son indisciplinados, descuidados y les preocupa más su propia libertad que la justicia. Sin la magia que los mantenga centrados, son un caos desenfrenado de emociones. Y que conste que lo digo siendo uno de ellos… siendo como tú. —Jala los puños blancos de su camisa para mostrarme el corazón negro. Siempre he sabido que la jefa es legataria, pero esta es la primera vez que veo su marca de nacimiento. Me llevo la mano instintivamente a la mía y la dejo ahí—. Tendrás que ganarte tu lugar aquí o perderlo. Y parte de eso implica entender que somos una familia. Tú estarás en la trinchera con la gente, y ellos necesitan tener la certeza de que son tu prioridad, antes que el distrito y la magia y los problemas de división… antes que todo. A fin de cuentas, tenemos que apoyarnos entre nosotros, porque nadie más lo hará. La pregunta es si estás dispuesta a darte cuenta de eso o si simplemente te desvanecerás en los callejones del Distrito Scar para llevar una vida insignificante y agotadora, atrapada en el pasado. Ese lugar ya no es ninguna maravilla. Puedes evitar esa segunda opción si así lo decides. El mundo entero puede ser tuyo.

Trago saliva y asiento.

—Jefa… —es todo lo que logro decir.

—Lamento lo que ocurrió con tu familia, Mary Elizabeth —expresa mientras voltea a ver su computadora y se coloca sus lentes de lectura—. Ahora ve y encuentra a esa chica. De preferencia, con vida. Usa tu increíble ingenio callejero para traerme mi premio. Y recuerda que con un trabajo así, tienes la oportunidad de evitar que otros sufran el mismo destino que tú.

Estoy a punto de reiterarle que puede confiar en mí, que preferiría perder la vida que decepcionarla, cuando el Oficial Laslo abre la puerta de su oficina.

—¿Sí? —pregunta la jefa y se queda sin aliento por un momento.

—Otra caja, jefa. Ya la revisamos, pero creímos que lo mejor era traérsela de inmediato. Va… va dirigida a usted.

La jefa se pone de pie.

—Ponla aquí y ábrela.

—Pero…

—Ahora.

El Oficial Laslo coloca la caja sobre el escritorio, desamarra el elegante listón de satén rojo y levanta la tapa. Hay una mano en medio de la caja, rodeada de una niebla que empieza a formarse a medida que el hielo seco se va derritiendo. Las uñas están ennegrecidas y hay costras de sangre congelada en la muñeca. La mano tiene un tono gris descolorido y el dedo de en medio apunta hacia arriba, haciéndole una seña obscena a la jefa.

Ella palidece, mientras Mona se acerca para escoltarme afuera.

—Sal de aquí, querida —me dice, empujándome a través del umbral. Bella está afuera esperándome, impaciente por preguntarme muchas cosas.