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DOS

DURANTE LOS SIGUIENTES DOS DÍAS ESTALLARON tres peleas más entre los legatarios y los estrechos. Sé que nadie está consciente de ello pero estoy segura de que tiene que ver con el décimo tercer aniversario de la Muerte de la Magia y el segundo aniversario de la Caída, que será el 31 de octubre. Hay una gran ceremonia de reconocimiento planeada para aquellos que murieron durante ambos cataclismos, por lo que la tensión entre ambas facciones es palpable.

Tan pronto como bajo del tren en Midcity, puedo sentir el viento que golpea mi rostro; camino tres cuadras hasta la estación de policía donde trabajo como pasante después de la escuela. El frío en mis mejillas se siente bien. Me gustan las tormentas: la lluvia, la oscuridad, las nubes grises, los paraguas volteados por el viento. A veces el perpetuo buen clima del Distrito Scar me saca de mis casillas, así que se siente bien estar en Midcity, un vecindario gigantesco entre el Scar y los estrechos. Aquí la gente paga multas, tiene trabajos corporativos, va de compras y combate el crimen, al igual que el resto del país. El clima cambia, existen varios tipos de industrias y las calles no están saturadas de almas perdidas, patinadores o artistas callejeros, de la misma manera que en el Distrito Scar.

La estación está muy activa. Es uno de los edificios más viejos de Monarca, ubicado en los límites del Scar y Midcity; tiene techos altos, paredes beiges, molduras de corona blancas y hasta algunos vitrales. Es una construcción que evoca belleza e inmensidad pero sus cualidades finas y delicadas se ven opacadas por el trabajo que se lleva a cabo dentro de esas paredes.

Hay escritorios amontonados por toda la enorme habitación y al fondo, unos vitrales específicamente colocados para que la persona en la oficina del otro lado pueda vigilar todo lo que ocurre en la estación. Esa persona es la jefa de policía y, como de costumbre, las persianas de su oficina están cerradas. Hay una pequeña estación de bocadillos donde siempre tienen café y pan dulce, así como un grupo de escritorios para las secretarias. Ese es mi lugar, escondida en un rincón para que nadie se fije en mí, más que las secretarias a las que les encanta delegarme su aburrido trabajo de transcripción y una oficial de policía legataria llamada Bella, cuyo escritorio se encuentra cerca del mío. No me molesta cuando se olvidan de que estoy aquí. Me facilita mucho las cosas. El sonido de las conversaciones y el constante timbrar de los teléfonos se fusionan convirtiéndose en ruido de fondo. Afuera de la oficina principal, hay otras habitaciones más pequeñas que se usan para interrogatorios y juntas privadas, pero la energía del espacio es la misma, así que siempre pienso que, a pesar de que es frustrante hacer papeleo, al menos estoy aquí. Un paso más cerca de mi destino.

Todos caminan de un lado a otro, las conversaciones se escuchan acaloradas y entremezcladas y todo el mundo parece estar terriblemente ocupado. Me gustaría participar, encontrar a alguien con quien hablar que me cuente qué está pasando, que me informe sobre algún caso emocionante pero sé que no lo harán. Ya perdí demasiado tiempo al principio de mi pasantía: me sentía como una niña de cinco años en la fiesta de los «niños grandes», tratando de participar en las conversaciones y discusiones importantes. Nunca funcionó.

Escaneo mi placa para marcar mi entrada y trato de disimular mis ansias. Es verdad que esto no es exactamente lo que imaginaba cuando entrené con armas y aprendí a desactivar bombas; cuando aprendí a convencer a alguien de bajar de una cornisa y a negociar; cuando aprendí a irrumpir en un edificio de manera segura y verificar el perímetro en caso de que alguien estuviera ocultándose. Imaginaba que estaría allá afuera, en las calles del Distrito Scar, asegurándome de que fueran seguras para todos, infiltrándome en lugares imposibles de acceder para otros legatarios. Ahora me sonrojo al pensar en lo ingenua que fui, porque eso no es todo. Me imaginaba sentada en el lugar de la jefa al cumplir los dieciocho, con una oficina repleta de rosas del Jardín Eterno y una medalla de honor enmarcada en la pared.

Nadie me habla ni me da instrucciones de ninguna clase. Todos esperan que llegue, me siente en mi escritorio, haga todo el trabajo que pueda y me vaya de la misma forma en que llegué: sin llamar la atención. Lo que he aprendido desde que empecé con esta pasantía es que, a pesar de que no es como lo había imaginado, estoy aquí. He dado el primer paso hacia aquello que deseo. Lo único es que me tomará mucho más tiempo llegar a mi meta de lo que había anticipado.

Aunque tampoco soy como muchos de los detectives y oficiales que se pasan el día recorriendo la estación, con las manos sobre sus armas, una panza en crecimiento y ojos caídos: acabados.

También hay otra cosa que solo admito para mí misma, a veces. Durante las tardes que estoy aquí me siento más cercana a la jefa de lo que me había sentido desde aquella vez, años atrás, cuando resolvió el asesinato de mi familia, y cuando ella y la Alcaldesa Tritón me tomaron de las manos en la conferencia de prensa. Pasa frente a mí a toda velocidad, seguida por su asistente y un ejército de gente tratando de llamar su atención, mientras yo la observo desde lejos.

Algún día, me verá.

Creo.

De hecho, probablemente no.

Jeanette, una de las secretarias, se acerca y coloca otro fólder sobre mi montón.

—Tengo otro informe del Sombrerero Loco para ti —dice. Jeanette tiene dos hijos en casa y estoy casi segura de que siente lástima por mí—. Deberías empezar por este. Déjalo ya sabes dónde cuando termines de leerlo. —Le da un golpecito al fólder—. Partes de un cuerpo halladas en cajas. ¿Qué podría ser más interesante?

Han estado ocurriendo cosas así desde antes de que empezara a trabajar aquí. Aparecen partes de cuerpos por todo el Distrito Scar, lo cual es de mi interés porque me concierne todo lo que ocurra ahí. Hasta ahora han aparecido un muslo, un brazo y una mano con las puntas de los dedos cortadas. Todas parecen pertenecer a la misma persona y se encontraron congeladas en hielo seco dentro de unas cajas envueltas como si fueran regalos. Estudiar este caso por las tardes es mi postre.

—Gracias —le digo.

Ella me guiña un ojo y sigue avanzando, alisando su falda gris mientras se despide.

—No hay de qué, cariño.

Casi no puedo esperar a que termine de marcharse para abrir el archivo. Me encuentro con unas fotografías tan grotescas que deberían provocarme náuseas, pero no es así. Me interesan. Esto impactaría incluso a Úrsula. Es tan malo como algo que Mally haría en sus peores días. Sin embargo, es fascinante. Sé que se supone que me dedique a transcribir informes y archivarlos, pero en momentos como este, me pregunto si no habrá otro camino para mí. Uno más emocionante. Tal vez pueda forjar uno de la nada.

Inhalo profundo y una vez que me calmo y la habitación deja de girar como un caleidoscopio y mi mente de producir pensamientos peligrosos, hago el archivo cuidadosamente a un lado. Volveré a revisarlo cuando tenga tiempo de estudiarlo a fondo y disfrutarlo.