SMEE PROTESTA PORQUE YO OCUPO EL ASIENTO de adelante camino a la escuela.
—No, lo digo en serio, capitán —le dice en tono de queja a James, mientras alisa su chamarra de cuero—. Deberíamos turnarnos. Vivimos en la misma casa, conducimos el Demonio Marino juntos al mismo lugar y yo siempre tengo que bajarme del asiento delantero y subirme atrás solo para que Mary pueda ir adelante. Es…
—¿Humillante? —sugiero.
—¿Molesto? —pregunta Úrsula, mientras hace algo en su teléfono.
—Respetuoso —interviene James—. Lo correcto.
Smee voltea a verme como si apenas me tolerara y se aleja de mí para que James quede en medio de los dos.
—Solo porque es tu novia no quiere decir que pueda sentarse adelante todo el tiempo. Deberíamos turnarnos.
James acaba de reparar un Mustang 1968 clásico; lo pintó de un color azul vintage y lo bautizó como el «Demonio Marino». Es tan bonito que causa toda clase de problemas. Siempre que James hace algo así, encontrar algún coche viejo con buena estructura, repararlo hasta que funcione como nuevo y pulirlo hasta que brille, a Smee le sale su gánster interior. Bueno, de cualquier modo, casi siempre se le sale. Quiere ser poderoso o al menos el secuaz de alguien poderoso. Vivimos en una ciudad, así que ni siquiera sé qué sentido tiene ir en coche a la escuela, con todo el tráfico que hay. Deberíamos ir en metro, pero eso no ocurrirá hasta que James encuentre un nuevo proyecto y haga al Demonio Marino a un lado.
Ahora Úrsula se coloca al lado de Smee mientras nos abrimos paso entre las columnas blancas almenadas y pasamos por las enormes puertas de madera que se encuentran a la entrada de la Preparatoria Monarca.
—Es su novia, tonto. Y tú no, tú solo eres uno de sus seis molestos compañeros de piso.
—No hables mal del País de Nunca Jamás ni de sus residentes —responde Smee—. O te haré caminar por la plancha.
La plancha es un trampolín para clavados en la piscina vieja, de la casa vieja donde James vive con seis de sus amigos. Úrsula se abre paso entre un grupo de estrechos, vestidos como de costumbre con una camisa blanca, pantalones de vestir, mocasines y saco. Nos detenemos frente a nuestros casilleros y ella le da a Smee un golpecito en la cabeza con los nudillos.
—¡Oye! —dice Smee.
—Vamos, chicos. Apenas es lunes. Tenemos toda la semana para molestarnos —comento yo.
Las mañanas del lunes en la Preparatoria Monarca son distintas a las mañanas en cualquier otra preparatoria, según lo que he escuchado. El Distrito Scar solía estar conformado exclusivamente por los llamados legatarios, los legítimos herederos del legado mágico, que nacemos con un corazón negro en la muñeca y somos descendientes directos de seres mágicos. Cuando era niña no conocía otro tipo de gente. Tal vez uno que otro burócrata de Midcity y algunos hombres de negocios de los estrechos, pero ahora las cosas han cambiado. Después de la Muerte de la Magia, los legatarios, como mi familia, nos convertimos en presas fáciles, mientras que los estrechos, aquellos habitantes de la parte alta de la ciudad, sin legado mágico y llenos de rencor, son como buitres, que se apoderan de nuestras propiedades, dejan a los legatarios en la calle y lo peor de todo, nos obligan a convivir con sus antipáticos hijos hasta que terminen de construirles una escuela privada adecuada en los terrenos que nos compraron a nosotros, casi regalados. Así que ahora tenemos un puesto de café, un servicio de banquetes que reparte almuerzos que nosotros no podemos pagar, una alberca y un gimnasio de última generación que acaban de instalar.
Los legatarios nos mantenemos alejados de todo eso. No nos gusta que traten de comprarnos, así que nos esforzamos por hacernos a un lado. No es que estemos separados en esos grupos que he visto en la tele: deportistas, geeks, metaleros y emos, pero sí en legatarios y estrechos. Nosotros portamos pulseras de cuero negro en la muñeca. Nos teñimos el cabello. Nos vestimos como si fuéramos a una fiesta todos los días. Nuestra ropa tiene el lema #LealtadAlLegado estampado.
Pero es verdad que, a pesar de que la escuela está principalmente dividida en esos dos grupos, existe otra división: por un lado, James, su tripulación de Nunca Jamás, Úrsula, Smee y yo (somos como una unidad), y por otro, todos los demás.
James y yo nos detenemos para besarnos mientras Úrsula responde una llamada en su celular y Smee se queda ahí parado esperando con las manos en los bolsillos, observando el pasillo con su camiseta a rayas blancas y negras, como si fuera nuestro cadenero.
Úrsula vuelve a guardar el celular en su bolsillo y pregunta:
—¿Qué gloriosa clase tenemos esta mañana para empezar el día? ¿Historia de la Magia? Mi favorita.
—Dreena a las seis en punto —murmura Smee—. Prepárense para un baño de espíritu estudiantil.
Como si hubiera escuchado su nombre, Dreena se acerca con Lola y Casey a los lados; lleva bufandas de lentejuelas y el cabello azul recogido en dos trenzas. Ella trae varios panfletos bajo el brazo.
—¿Qué quieres? —le pregunta Úrsula a Dreena mientras esta se aproxima—. Lo que sea que vendas, no nos interesa. Aunque —agrega, reconsiderando—, si hay alguna cosa interesante que necesites, podría conseguírtela. Mis precios son muy razonables.
—Quería darles uno de estos. —Dreena nos entrega a cada quien un panfleto. Smee tira el suyo de inmediato y voltea a la nada con una expresión aburrida—. Sé que no se involucran en asuntos políticos y esas cosas, pero el papá de Lucas Attenborough quiere construir un centro comercial en medio de la ciudad. Un centro comercial. Destruirían una cuadra completa. ¡Tenemos que reunirnos! ¡Tenemos que organizar un mitin! Esto es inaceptable. No podemos permitir que el distrito histórico de Scar quede destruido. —Sería más sencillo hablar con Dreena si no fuese tan insoportable todo el tiempo, tan firme en sus posturas, con la confianza suficiente para acercarse a nosotros a pesar de que nos hemos esforzado en dar una apariencia inaccesible para evitar a personas como ella.
—Dree Dree —dice Úrsula, arrastrando las palabras mientras cierra su casillero—. Me gustan los centros comerciales tanto como a cualquier chica, pero admito que estoy de tu lado en este asunto. La lealtad es primero. La cosa es que organizar un mitin no servirá de nada. Lo que necesitas es encontrar a alguien que sepa lo que está ocurriendo a puertas cerradas. Necesitas averiguar quién le está pagando a quién y descubrir algún buen motivo por el cual podrían desistir en su proyecto. —Úrsula empieza a caminar alrededor de Dreena y ella palidece—. ¿Quién se ha acostado con quién? ¿Quién hizo algún negocio turbio y podría retractarse? Así es como funciona esta ciudad —expone para rematar, acercando su boca a la oreja de Dreena, quien se encoge como un ratón.
—Pero —empieza a responder ella, con menos entusiasmo, observando a Úrsula con cautela—, ¡no es correcto! Eso debería bastar. No es correcto que vengan aquí y derriben esos edificios antiguos para construir escaparates de moda desechable o algo así.
—Tal vez no. —Urs saca su teléfono y empieza a deslizar el dedo por la pantalla—. Pero así es Monarca, y no lograrás nada repartiendo tus tristes panfletitos hechos en casa. Conozco algunas personas. Avísame si quieres que empiece a investigar. Puedo abrirte un espacio en mi agenda. —Esboza una sonrisa hambrienta con sus gruesos labios rojos—. Estoy disponible el próximo jueves.
Dreena alza la nariz, tratando de lucir menos insignificante al lado de Úrsula. Pero no lo logra.
—¿Y cuánto me costaría? La gente te paga con secretos, ¿no? —pregunta con incertidumbre.
—Depende. También me gusta el dinero. —contesta Úrsula sonriendo otra vez mientras se encoge de hombros—. Y los favores.
—Creo que prefiero hacerlo a la antigua —dice Dreena—. Con sentadas y cosas así.
—Como quieras. A ver qué tan lejos llegas a tu manera. —Ya que Dreena parece estar decidida, Úrsula pierde el interés y empieza a buscar algo en su mochila de cuero negro.
Dreena se balancea de un pie a otro e insiste:
—Nuestra reunión será mañana en la Fiesta de Té, por sí deciden acompañarnos. —Arruga ligeramente la pila de panfletos en su mano—. Todos son bienvenidos.
—Avísame si cambias de opinión —responde Úrsula, alzando la mirada con aire distraído—. Mi especialidad es cumplir sueños y deseos.
Dreena, quien luce muy arrepentida de haberse acercado, se da la vuelta para empezar a avanzar por el pasillo, pero, antes de que logre dar un paso, Stone Wallace sale volando frente a ella en dirección a Smee, quien lo empuja por reflejo mientras los demás buscamos el origen de la pelea. James se coloca frente a mí y yo me paro de puntitas para lograr ver. La Preparatoria Monarca solía ser un lugar bastante tranquilo. Pero ya no. No desde que los estrechos cambiaron de distrito.
Stone trae una playera blanca y pantalones de cuero negro con corazones estampados que combinan con la marca de nacimiento en su muñeca. Lucen como las escamas de una peligrosa serpiente. Por lo general es un chico con el que nadie se mete. Solo se le ve los fines de semana, oculto detrás del bajo que toca en el País de las Maravillas, el bar local para menores de edad. Fuera de eso, es un chico muy introvertido que no se mete con nadie. Pero por lo visto, hoy es la excepción. Stone se estrella con Lucas Attenborough, quien responde a la agresión con facilidad, haciendo que Stone caiga al suelo de espaldas y sin aliento; voltea a vernos aterrorizado y Lucas le da una patada que es más simbólica que dolorosa.
—Oye —dice James, interponiéndose entre ambos con Smee a su lado—. Ya es suficiente. —Su tono imponente detiene a Lucas, quien voltea a verlo con una mirada que es tensa y completamente segura a la vez. Sin importar lo rico o privilegiado que sea, Lucas tendría que ser un completo idiota para meterse con el Capitán Crook, un nombre que James detesta un poco por su deseo de distanciarse de los Bartholomew, la familia de criminales, pero que también usa cuando es necesario. Y casi siempre es necesario.
Los legatarios tenemos que cuidarnos. El noventa y ocho por ciento de nosotros preferimos divertirnos a pelear, pero desde que nos llenamos de patanes como Lucas, tenemos que estar atentos, listos para lo que sea, todo el tiempo.
—Por todos los cielos. Si tan solo todos aceptaran que la magia está muerta, nada de esto estaría pasando y podríamos seguir adelante con nuestras vidas —dice Justin, un amagicalista asiduo que porta un traje a cuadros, mientras sale lentamente de un rincón.
Todos sus amigos asienten.
—La creencia mágica es la raíz de todos los problemas de la sociedad —agrega una chica de aspecto severo y coletas rectas.
Lucas resuella y al echar un vistazo alrededor del pasillo, se da cuenta de que los legatarios, que han empezado a reunirse rápidamente, lo superan en número. Incluso Flora, Fauna y Primavera están ahí, cada una con un diáfano vestido de gasa rosa, verde y azul; y todos saben que ellas siempre van armadas desde su pelea con Mally Saint.
—Stone se lo merecía —dice Lucas, volteando a ver a todos en el corredor, con una mirada desafiante reflejada en sus ojos oscuros—. Aunque claro, no espero que alguno de ustedes escuche lo que tengo que decir.
—No, no lo haremos —coincide Smee, y le da a Lucas un empujón—. Ahora saca tu estrecho trasero de mi pasillo.
Lucas se acomoda el cuello de la camisa.
—¿Cómo te atreves a ponerme tus asquerosas manos legatarias encima? ¿Tienes idea de quién soy?
—¿Que si yo tengo idea de quién eres? —Smee empieza a moverse como un boxeador con los puños alzados a la altura de sus ojos—. ¿Que si yo tengo idea de quién eres? La pregunta es si sabes quién soy yo, tarado.
Smee parece estar a punto de golpear a Lucas en la cara, que resultará en que Lucas golpee a Smee en la cara, lo cual hará que James y el resto de los chicos interfieran, así que me coloco entre ambos antes de que ocurra algo peor. Todos saben cómo acabará esto: si pelean, culparán a Smee, lo suspenderán y será imposible controlar al resto de los legatarios. Si Lucas sobrevive no tendrá castigo alguno, excepto tal vez disculparse.
—Vete a clase, Lucas —le digo, en voz tan baja que pareciera que fuéramos las únicas dos personas en el pasillo, en vez de estar rodeados por cientos de chicos legatarios. Echa un vistazo alrededor y por primera vez, luce nervioso—. Estás en desventaja y, si decides pelear, sabes que perderás.
Lucas voltea lentamente a ver los colores brillantes y ojos que lo rodean; nota cómo todos están en posición de ataque y resopla con evidente y marcado desprecio. Fija la mirada en mi marca de nacimiento en forma de corazón; sus ojos arden de odio.
—Para cuando se den cuenta de su error, no quedará nada de este basurero que llaman hogar y esa será una mejor venganza que pelear contra Stone… y ganarle. —Lucas se encoge de hombros, como haría alguien que trata de ignorar un pensamiento molesto. Voltea a ver a Stone, quien sigue tirado, fulminándolo con la mirada y sujetando su costado—. Supongo que tienes razón. Estos zapatos son de cuero italiano fino. No quiero mancharlos. —Alza la punta de sus zapatos, mete las manos en los bolsillos y se aleja pavoneándose por el pasillo, como si no estuviese rodeado por una multitud de legatarios.
Cuando la multitud se despeja, veo a Mally Saint, la chica más fría de la Preparatoria Monarca, depositando con tranquilidad los libros de su casillero en su costosa bolsa de cuero. Su cuervo, Hellion, está posado en su hombro, observando cómo desaparecen los alumnos dentro de sus salones. Emite un graznido suave.
—Shhh, mi fiel amigo —le dice mientras lo acaricia. Su cabello es negro y trae un corte anguloso por encima de los hombros; su ropa oscura parece haber sido hecha justo a la medida con la seda francesa más fina, y quizá sea así. Hacia abajo, su vestido negro se convierte en botas altas y con sus clásicas hombreras y chamarra estilo militar de doble botón, luce como si estuviera lista para ir a la guerra. Su papá es rico. Extremadamente rico. Solo que no forma parte de los estrechos, sino de los legatarios. Y como si el universo estuviese de acuerdo con que Mally es mejor y más importante que todos a su alrededor, en vez de tenerla en la muñeca, su marca legataria en forma de corazón negro se extiende desde su pecho hasta el costado de su cuello, como si se tratase de una criatura que trepara por su cuerpo. Ella cierra su casillero, sin signo alguno de preocupación, y voltea a vernos.
—Vaya, conque toda la pandilla está aquí.
—Mally —responde James.
Ella camina despacio y Hellion no deja de observarnos.
—Yo los habría dejado pelear —me dice—. Eso habría sido muy entretenido. —Recorre mi hombro con la punta del dedo y yo me estremezco involuntariamente—. Eso habría sido… hilarante.
Se desvanece detrás del pasillo y segundos después, Úrsula comenta:
—¿Saben? Entre más lo pienso, más me agrada.
—¿Bromeas? —pregunta Smee—. Es como una especie de demonio succionaalmas. Me provoca escalofríos.
—Los demonios succionaalmas pueden ser útiles cuando están de tu lado. —Úrsula le da a Smee otro golpe en la cabeza.
—¿Recuerdan cuando se peleó con Flora y las demás? —comenta Smee—. Creí que iba a despellejarlas.
Es cierto, la pelea fue épica. Cierta noche Fauna me contó que Mally las mandoneaba tanto que decidieron no invitarla a la fiesta anual de las hadas, en honor de sus hadas madrinas. Mally lo tomó como una declaración de guerra. Se apareció en la fiesta y se quedó parada frente a todos con los brazos cruzados, mientras Hellion volaba por todas partes y clavaba sus garras en el pastel cubierto de rosas, derribaba el contenedor de cerveza de jengibre y picoteaba el lechón asado con castañas. Yo estuve en la fiesta y lo más aterrador de todo fue la expresión en el rostro de Mally. Nadie se atrevía a acercársele por esa sonrisa a medias que tenía, y su actitud deliberadamente fría y oscura. Es muy mala idea hacerla enojar. Ni siquiera se conformó con arruinar la fiesta: cortó los frenos de Flora, dejó un animal atropellado en la puerta de Fauna y bañó de lejía el césped de Primavera. Siguen sin hablarse. Nunca. Ahora Mally siempre está sola y se desliza por los pasillos como una especie de fantasma vanguardista e intocable.
En fin, otra típica mañana de lunes en la Preparatoria Monarca. Violencia. Territorialismo.
Aunque, a últimas fechas, las cosas parecen estar empeorando.