PRÓLOGO

EL MUNDO LLEGÓ A SU FIN POR MI CULPA.

O al menos eso es lo que pensé en un principio.

Cuando cierro los ojos y me permito recordar la noche de la Caída, siento como si el suelo se moviera bajo mis pies; es como llegar a la cima de una montaña rusa y luego caer de golpe desde una altura increíble. Salvo que nunca me bajé de la montaña rusa. Aún puedo sentir las vertiginosas y rápidas subidas y bajadas, y escuchar el zumbido en mis oídos, sin poder recuperar del todo el equilibrio.

De hecho es posible que me haya subido a esa montaña rusa el día que asesinaron a mis padres y a mi hermana. A veces me cuesta tenerlo claro.

Lo que sí sé es que aquella noche en que se derrumbó la Varita, ese deslumbrante edificio nuevo que supuestamente sería la joya de la corona del Distrito Scar y el símbolo de su renacimiento, once años después de que la magia se extinguiera, todo cambió.

Otra vez.

Permítanme explicar: yo tenía quince años.

James y yo nos ocultábamos de la tía Gia en la escalera de incendios porque ella siempre creía que nos estábamos besando, aunque esto no era cierto. Apenas nos estábamos acostumbrando a ser más que amigos y viendo cómo se iban dando las cosas. Pero, a pesar de que la tía Gia podía ser muy relajada para ciertas cosas, no era el caso cuando nos perdía de vista a James y a mí.

«Nada de puertas cerradas en este departamento, Mary Elizabeth. Deja la puerta abierta para que pueda verte. Después de todo, estamos hablando de James Bartholomew…».

Eso solo me hacía rebelarme más. Incluso en ese entonces, debió haber sabido que no permitiría que nadie juzgara a James por ser un Bartholomew. James y yo nos pertenecíamos mutuamente. Para ella, el gran amor que sentíamos el uno por el otro representaba un peligro. Pero para nosotros, después de todo lo que habíamos perdido, era una invitación para vivir y teníamos la intención de aceptar dicha invitación cada segundo que estuviéramos juntos.

Esa noche James se inclinó hacia mí por primera vez y justo en el instante en que nuestros labios se tocaron, hubo un destello azul tan resplandeciente que nos cegó y anuló todo a nuestro alrededor. Por un segundo creí que nosotros lo habíamos causado.

Primero se escuchó un ruido muy fuerte, como si la Varita fuera un árbol que estuvieran arrancando desde la raíz; luego hubo un destello azul tan brillante que estuve viendo puntos por horas, y entonces, la Varita desapareció. Por completo. James y yo tuvimos un asiento de primera fila para el Apocalipsis, que solo duró unos treinta segundos.

El edificio de ciento sesenta pisos desapareció en la misma noche de su gran inauguración, con más de tres mil personas en su interior. La élite de Ciudad Monarca se desvaneció, sin dejar ni un rastro de escombros o destrucción. Simplemente así, de la nada.

Todo dejó de funcionar. Todo en el mundo se detuvo.

James me abrazó con fuerza y me jaló hacia la pared para protegerme, pero no había necesidad. Una vez que el edificio desapareció, todo quedó tranquilo y en silencio, la clase de silencio que uno nunca olvida. Nada se movía: ni las palomas ni los coches ni las polillas. Ni siquiera el aire.

La tía Gia abrió la ventana de golpe para asegurarse de que estuviéramos ahí y siguiéramos vivos; ni siquiera se molestó en regañarnos por habernos escabullido a la escalera de incendios. Estaba demasiado aliviada de no haber perdido a otro miembro de la familia inesperadamente. Pero después de revisarnos y asegurarse de que aún teníamos pulso, su rostro adoptó una expresión que solo puedo describir como un hot cake resbalándose de un plato. Y entonces, todos volteamos.

Lo único que quedaba del edificio era un cráter tan perfecto y exacto que parecía haber sido hecho con precisión quirúrgica.

A nuestro alrededor, los ciudadanos del Distrito Scar empezaron a entrar en pánico. Desde la escalera para incendios, James y yo pudimos observar cómo la gente que minutos antes estaba relajándose en el vecindario, comiendo pizza o dando un paseo nocturno, empezaba a correr a las calles gritando, esperando ser golpeada por pedazos del edificio, que es lo lógico cuando algo de ese tamaño colapsa. Pero no esa noche.

El edificio solo hizo puf.

Les tomó un rato darse cuenta de que nada iba a explotar ni a incendiarse y que Monarca no iba a ser succionada por un socavón. Llegaron las patrullas, los bomberos y las ambulancias. Aunque solo se quedaron ahí, mientras sus luces parpadeaban en silencio. No tenían nada que hacer.

Las noticias reportaron el incidente como una «trágica anomalía». La jefa y la Alcaldesa Tritón dieron discursos y les dijeron a todos que conservaran la calma. Supongo que tuvimos suerte de haber estado donde estábamos, pero todo ocurrió justo al lado. Escapamos por un pelo.

Pocos días después, el cráter empezó a llenarse de agua, como una herida inundándose de sangre. La Alcaldesa Tritón dijo que fue un milagro, ya que aquel día se le había hecho tarde para la gran inauguración y escapó de la Caída por diez minutos. Para ella fue un milagro. Para muchos otros, un desastre.

Se organizaron funerales. Se dijeron plegarias. Hubo muchas vigilias con cirios.

Y luego, una vez que pasó el periodo de luto, las cosas se complicaron.

Los magicalistas estaban seguros de que la Caída era una señal de que debíamos enfocar todos nuestros esfuerzos en traer la magia de vuelta a cualquier costo. Los naturalistas pensaban que se trataba de una señal de que la propia magia estaba, por así decirlo, rechazando el progreso de algún modo, enviando un mensaje de que no quería que los estrechos invadieran el Scar y construyeran todos esos edificios modernos, como la Varita, en terreno mágico sagrado. Tenían la idea de que las diversas energías que corrían debajo de nosotros les estaban enviando un mensaje a los estrechos y que, si hacíamos lo correcto, la magia volvería por sí sola. Los amagicalistas estaban convencidos de que aquello se trataba de un fenómeno científico que no tenía explicación aún y que todos debían aceptar los hechos concretos: la magia estaba muerta.

Ciudad Monarca se dividió en facciones, todas ellas convencidas por completo de la validez de sus teorías. Pelearon y discutieron apasionadamente, hasta que empezó a formarse una insípida aversión entre ellos, una especie de guerra fría. Se la pasaban peleando de todos modos, pero ahora sus peleas aparecían en todas las noticias y en cada esquina de la ciudad. La gente buscaba con desesperación una explicación más concreta, pero siempre salían con las manos vacías, a la espera de que la magia hiciera su regreso triunfante.

Pero no fue así.

Las hadas no regresaron, los deseos siguieron sin cumplirse y docenas de sueños murieron sin que hubiera nada ni nadie que ayudara a hacerlos realidad.

Lo más difícil es tratar de descifrar lo que le ocurrió a toda la gente que estaba en el edificio aquella noche. Espero que al menos las personas que se encontraban dentro de la Varita se hayan evaporado rápidamente y sin dolor cuando ocurrió el incidente.

Es decir, espero que así sea como funcione.

En caso de que ocurra otra vez.