Se conoce con el nombre de Evangelios Sinópticos a los Evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas. Aun siendo evangelios diferentes, tienen una gran relación entre sí, con numerosos paralelismos. De hecho, la palabra sinóptico indica que pueden disponerse los tres evangelios para ser vistos juntos, en columnas paralelas. El título se debe al biblista alemán del siglo XVIII Johann Jakob Griesbach. Esas similitudes han dado lugar a una pregunta, la llamada «cuestión sinóptica»: qué influencias hay de unos evangelios en otros o, dicho de otro modo, cuál de los tres evangelios es el primero. Este, supuestamente, habría servido de material inicial a los otros evangelistas, que se basaron en él para escribir el suyo, completando lo que creyeron necesario y que ellos sabían de fuentes propias.
Hay dos textos antiguos que aportan algo de luz a la «cuestión sinóptica». Uno ya se ha citado: la Interpretación de los oráculos del Señor, del obispo Papías de Frigia, escrita en el año 130. Esta obra está perdida, pero el obispo e historiador Eusebio de Cesarea (263-339) citó dos de los párrafos del libro de Papías: «Y el anciano decía: Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso por escrito cuidadosamente todo aquello de lo que guardaba memoria, aunque sin ajustarse al orden de las cosas que el Señor había dicho y realizado. En efecto, a quien él escuchó o acompañó no fue al Señor, sino a San Pedro, más tarde, como ya he dicho. Este procedía según las conveniencias de su enseñanza y no como si quisiera dar la ordenanza de los oráculos del Señor. Por tanto, no se puede censurar a Marcos el haberlos redactado del modo como él los recordaba. Su única preocupación fue no omitir nada de lo que había oído, sin permitirse ninguna falsedad en ello»; a continuación, Eusebio se refiere al Evangelio de San Mateo: «Mateo, pues, puso en orden los oráculos, en lengua hebrea; cada uno lo interpretó como podía».
El otro texto es de San Clemente de Alejandría (150-215) y también lo conocemos gracias a las investigaciones del historiador Eusebio de Cesarea: «En los mismos libros también, Clemente cita una tradición de los ancianos relativa al orden de los evangelios; es esta: decía que los evangelios que contienen las genealogías fueron escritos primero y que el de San Marcos lo fue en las circunstancias siguientes: Después que Pedro hubo predicado públicamente la doctrina en Roma y expuesto el evangelio [guiado] por el Espíritu, sus oyentes, que eran muchos, animaron a Marcos, como que él era el que le había acompañado desde hacía tiempo y guardaba en su memoria sus palabras, a transcribir lo que aquel había dicho; así lo hizo y transcribió el evangelio a los que se lo habían pedido. Al enterarse de ello Pedro, no emitió consejo en ningún sentido, ni para impedírselo ni para recomendárselo».
De esto se desprendería la idea de que San Marcos escribió primero, estando aún vivo San Pedro o poco después de su martirio en Roma (año 67) y que, después, escribiría San Mateo para poner orden en el texto escrito por San Marcos. Sin embargo, también podría suceder que el texto de San Mateo, escrito en hebreo o en arameo y por lo tanto inaccesible para los no judíos, fuera más antiguo que el de San Marcos, y que solo cuando se tradujo al griego —que era el idioma culto de la época— desplazase al de San Marcos por ser más ordenado.
No obstante, algunos biblistas llegaron a la conclusión de que tanto San Mateo como San Marcos habrían utilizado una tercera colección de textos (sobre todo de enseñanzas de Jesús, usadas en las celebraciones litúrgicas), hoy desaparecida. A esta colección se le llamó la «fuente Q» (por Quelle, palabra alemana que significa «fuente»). La existencia de la «fuente Q» es, como otras, una teoría aceptada por unos y rechazada por otros, pues no termina de explicar ni los paralelismos entre los tres Evangelios ni las diferencias. Es posible —así lo creen algunos biblistas— que el texto más original fuera un preevangelio de San Mateo escrito en hebreo o en arameo y que de él derivaran los otros, pero esto también es una teoría.
En relación con la fecha de composición, parece claro que el Evangelio de San Marcos se escribió coincidiendo aproximadamente con la muerte de San Pedro (segunda mitad de la década de los 60) y que el de San Mateo originario (el escrito en hebreo) sería anterior: mediados de los años 50, siendo posterior su traducción al griego, en la cual se habría aprovechado para introducir algunos párrafos que no estaban en el texto más primitivo.
Es un buen resumen de lo sucedido este párrafo de la introducción a los Evangelios Sinópticos de la Biblia de Jerusalén: «El origen apostólico, directo o indirecto, y la génesis literaria de los tres Sinópticos justifican su valor histórico, permitiéndonos además apreciar cómo este debe ser entendido. Derivados de la predicación oral que se remonta a los comienzos de la comunidad primitiva, estos textos tienen en su base la garantía de testigos oculares (Lc 1,1-2). Indudablemente ni los apóstoles ni los otros predicadores y narradores evangélicos trataban de hacer “historia”, en el sentido técnico y moderno de la palabra. Su propósito era más teológico y misionero: hablaban para convertir y edificar, para inculcar y esclarecer la fe, para defenderla contra los adversarios (2Tm 3,16). Pero lo hicieron apoyándose en testimonios verídicos, garantizados por el Espíritu (Lc 24,48-49; Hch 1,8; Jn 15,26-27), exigidos tanto por la probidad de su conciencia como por el cuidado de no dar pie a refutaciones hostiles. Los redactores evangélicos que después de ellos consignaron y reunieron sus testimonios lo hicieron con el mismo afán de honesta objetividad que respeta las fuentes, como bien lo demuestran la simplicidad y el arcaísmo de sus composiciones, en las que tan poco lugar se concede a elaboraciones teológicas posteriores».
PREGUNTA CON RESPUESTA
¿Por qué no son iguales los textos de los tres Evangelios Sinópticos cuando narran las mismas cosas y por qué no narran todos lo mismo, sino que hay cosas que aparecen en uno solo, otras aparecen en dos y otras en los tres?
La introducción a los Sinópticos de la Biblia de Jerusalén, ya citada, afirma lo siguiente sobre estas divergencias: «No otra cosa cabía esperar de su compleja génesis, según la cual elementos transmitidos primeramente de manera aislada, poco a poco se fueron amalgamando y agrupando, reuniendo o separando, por motivos más bien lógicos y sistemáticos que cronológicos. Es preciso reconocer que no pocos hechos o “dichos” evangélicos han perdido su vinculación original con el tiempo o el lugar, y sería a menudo un error tomar a la letra nexos redaccionales tales como “entonces”, “luego”, “aquel día”, “en aquel tiempo”, etc. Pero tales comprobaciones no suponen menoscabo alguno para la autoridad de los libros inspirados. Si el Espíritu Santo no dio a sus intérpretes una perfecta uniformidad en el detalle, es que no concedía a la precisión material importancia para la fe. Más aún, es que buscaba esta diversidad en el testimonio. “Más vale acuerdo tácito que manifiesto”, dijo Heráclito. Desde un punto de vista puramente histórico, un hecho que nos atestiguan diversas y aun discordantes tradiciones posee, en su sustancia, una riqueza y una solidez que no sería capaz de conferirle un testimonio perfectamente coherente, pero de una sola tonalidad. Así, algunos “dichos” de Jesús están atestiguados doblemente: según la triple tradición en Mc 8,34-35 = Mt 16,24-25 = Lc 9,23-24, y según la doble tradición en Mt 10, 37-39 = Lc 14,25-27. Podrían citarse una treintena de casos similares, lo cual les da un sólido fundamento histórico. El mismo principio vale para los hechos de Jesús; por ejemplo, el relato de la multiplicación de los panes se nos ha transmitido según dos tradiciones diferentes, Mc 6,35-44 y paralelos; 8,1-9 y paralelos. No podemos tampoco poner en duda que Jesús haya curado enfermos, con el pretexto de que los detalles de cada relato de curación varíen según sea el narrador. Los relatos del proceso y de la muerte de Jesús, lo mismo que los de las apariciones del resucitado, son casos más delicados, pero en ellos se aplican los mismos principios para apreciar su valor histórico».
Es decir, que el hecho de que haya diferencias que no son esenciales —no se dice en un Evangelio que Jesús permitió el divorcio y en otro que lo prohibió, por ejemplo; o en un Evangelio que Jesús murió en la cruz y en otro que ascendió al cielo cuando le iban a matar— se debe a la complejidad de la formación de los Evangelios (primero, tradición oral; luego, colecciones de «hechos», «dichos» y relatos de la pasión y de la resurrección; después, primeras redacciones y, por último, a partir de la década de los años sesenta, las redacciones definitivas que hoy conocemos) y también a que los destinatarios eran diferentes y a cada evangelista le interesaba destacar uno u otro aspecto de lo que Jesucristo hizo o enseñó, según a quiénes se dirigía su Evangelio.