Lo primero que Gorka notó cuando abrió los ojos fue la peste a humo. A lo lejos se oían los gritos histéricos de su hermana.

—¡FUEGO! ¡SOCORRO! ¡FUEGO!

Gorka pegó un salto de la cama y corrió descalzo por el pasillo. Aún era de noche. Tuvo un ataque de tos por culpa del humo y los ojos le picaban, pero siguió adelante. Encontró a Aroa en la cocina. Había un auténtico caos. El fuego estaba encendido y una sartén ardía con llamas de medio metro. Aroa arrojó un vaso de agua al fuego, pero las llamas se hicieron aún más grandes y el humo se esparció por toda la cocina.

—¡No tires más agua! —gritó Arancha—. ¡Sal de aquí!

La mujer apartó a Gorka y entró en la cocina. Cubrió el fuego con una tapadera y las llamas se apagaron al cabo de pocos segundos.

Gorka volvió a toser. Había tanto humo que todo se veía borroso.

—¡Salid al balcón, niños! —ordenó Arancha.

La mujer iba en pijama, estaba despeinada y su voz sonaba muy enfadada.

Los hermanos Txingurri se dieron cuenta de que no era el momento para llevarle la contraria y obedecieron al instante. Salieron al balcón y respiraron aire puro. Ya faltaba poco para que saliese el sol, pero el jaleo había despertado a algunos vecinos.

En el comedor, Arancha estaba abriendo todas las ventanas de la casa y hablaba por teléfono.

—Solo ha sido un susto —decía ella—. Hay mucho humo, pero todos estamos bien, muchas gracias. No hace falta que vengan los bomberos.

Gorka contempló a su hermana. Aún parecía asustada y las manos le temblaban. Dentro de unas horas los Cacahuetes jugarían el partido más importante de su vida. Era normal que todos estuvieran nerviosos, pero tampoco hacía falta provocar un incendio.

—¡¿Cómo se os ocurre tirar agua para apagar el fuego de la sartén?! —Arancha estaba tan enfadada que parecía hacer esfuerzos para no ponerse a gritar—. ¿No sabíais que el fuego se hace aún mayor?

Gorka y Aroa no tenían ni idea. Los dos bajaron la cabeza, avergonzados. Sabían que la bronca solo acababa de empezar.

—¡Son las seis de la mañana! —continuó Arancha—. ¿Qué hacíais despiertos? ¿Quién os ha dado permiso para cocinar?

—Gorka no ha tenido nada que ver —confesó Aroa—. Él estaba durmiendo cuando ha ocurrido todo…

Entonces Arancha concentró toda la IRA en su hija.

—¡Dame una explicación o estarás castigada hasta que las gallinas meen!

Aroa sabía que las gallinas nunca mean. Era una forma de decir que estaría castigada para siempre. Bajó la cabeza y le salió una vocecilla muy fina.

—Pues la verdad es que quería daros una sorpresa y preparar el desayuno para cuando llegase Miguel…

La cara de Arancha cambió por completo. De repente, sus facciones se relajaron y la furia desapareció de sus ojos.

Era cierto. Habían invitado a Miguel. El plan era desayunar en casa y después ir todos juntos al partido. La mujer acarició el pelo de su hija y en esta ocasión su voz sonó dulce y amable.

—Es muy bonito que quisieras darnos esta sorpresa, pero ahora te das cuenta de que no era una buena idea, ¿verdad? —Aroa asintió con la cabeza—. Dormiremos un rato y luego prepararemos juntas un desayuno exquisito, ¿de acuerdo?

A Aroa le pareció muy bien.

Tres horas más tarde, Arancha, Miguel, Aroa y Gorka se estaban dando un festín en el comedor. Había huevos con jamón, pan con tomate, rodajas de aguacate y cruasanes de chocolate. El pequeño incendio había chamuscado un poco el extractor de la campana y se había llevado por delante una sartén y una cazuela, pero ahora todos estaban de buen humor. Pese a que todas las ventanas continuaban abiertas y el extractor de la cocina seguía en marcha, aún se notaba un poco el olor a humo.

—¡Comed, chicos! —los animó Miguel—. Necesitáis mucha energía para el partido. Seguro que los Lobos no nos lo pondrán nada fácil…

El entrenador olisqueó un poco el aire.

—¿Soy yo o huele un poco a quemado?

—Yo no noto nada —aseguró Arancha y le guiñó un ojo a Aroa.

Y todos siguieron desayunando como si nada.