La irrupción de un crecimiento sostenido y sin interrupción a partir de finales del siglo XVIII fue sin lugar a dudas el primer hecho de este tipo señalado por la historia del crecimiento económico. En un mundo dominado por los pequeños movimientos cíclicos alrededor de una trayectoria de estancamiento, emerge de repente un proceso sin precedentes de expansión acumulativa, provocando un progreso exponencial en el promedio del estándar de vida per cápita. Las condiciones de vida del siglo XVIII, con respecto a vivienda, nutrición y salud pública, hoy serían irreconocibles para nosotros. En los países desarrollados, la muerte por hambre o hipotermia ha desaparecido casi totalmente, mientras que hasta finales del siglo XIX era algo común. La demografía equivale a la metamorfosis de la población. En el siglo XVII, del 25 al 30 por ciento de los recién nacidos morían antes de cumplir un año; el 50 por ciento antes de llegar a los veinte años. Hoy, la mortalidad infantil en la Unión Europea es de 4 por mil.
¿Qué explica el estancamiento conjunto del PIB mundial y de la población mundial previo a 1820? ¿Por qué a pesar de que Europa ya había sido el escenario de descubrimientos desde la Edad Media se produjo la revolución industrial que llevó a un crecimiento sostenido en 1820? ¿Por qué la primera revolución industrial tuvo lugar en Europa y no en cualquier otro sitio, en particular en China, donde fueron inventados la rueda y el compás? ¿Cuál fue el motor del crecimiento: el desarrollo tecnológico o institucional? Son algunas de las preguntas que intentaremos responder en este capítulo, confrontando las diversas teorías del crecimiento con los hechos y datos históricos.
Qué nos enseñan las extensas series: Angus Maddison31
El crecimiento sostenido del ingreso y la población es un fenómeno reciente
Entre los años 1000 y 2000, el PIB mundial se multiplicó por 300, mientras que la población se multiplicó por 23. En consecuencia, durante ese período el ingreso per cápita se multiplicó por 13, una situación que contrasta de forma notable con el milenio precedente, en el que la población aumentó en un sexto y el ingreso per cápita se mantuvo constante. La verdadera ruptura en la historia del crecimiento se produce en 1820, hace sólo 200 años. El crecimiento del PIB per cápita, que hoy resulta evidente, es por ello un fenómeno muy reciente en la escala métrica de la historia de la humanidad (gráfico 2.1). En el período del año 1000 a 1820, el crecimiento promedio del PIB per cápita mundial fue extremadamente bajo, menos del 0,05 por ciento anual. De 1820 a 1870 llegó al 0,5 por ciento, y entre 1950 y 1973 superó el 3-4 por ciento.
El aumento del crecimiento se produjo a la par de un aumento de la esperanza de vida. En el año 1000, los recién nacidos podrían esperar vivir alrededor de 24 años, un tercio de ellos moría durante el primer año. Así también, el año 1820 marcó una ruptura. Hasta dicho año, el aumento de la esperanza de vida fue muy limitado: el promedio mundial de esperanza de vida desde el nacimiento, que en 1820 fue de 26 años, creció exponencialmente, llegando a 66 en 1999.
Gráfico 2.1. PIB per cápita, 1000-2008
Nota: En dólares internacionales de 1990.
Fuente: Maddison Historical Statistics Project, Groningen Growth and Development Centre.
La demografía siguió una trayectoria similar a la del PIB. Por un muy largo período, la tasa de mortalidad fue muy alta (unos 38 por 1.000), así como lo fue la tasa de nacimiento (40 por 1.000); por tanto, el crecimiento poblacional se mantuvo bajo. Entre los años 0 y 1000, la población mundial creció sólo un 18 por ciento, pero entre el 1000 y el 2000 se multiplicó por un factor de 23. Así como fueron los primeros en experimentar el despegue del crecimiento, los países europeos también fueron los primeros en tener un sustancial crecimiento demográfico. De hecho, desde 1750, la población de Francia comenzó a crecer de manera notable (gráfico 2.2). Con sólo pocas excepciones, incluida Francia, la caída en la fertilidad no comenzó hasta después de 1880. Algunos países, como Francia, Alemania y los Países Bajos, experimentaron al mismo tiempo una disminución en la mortalidad infantil y en la fertilidad, mientras que en otros (Suecia, Bélgica y Dinamarca), la disminución de la mortalidad infantil precedió en gran medida a la caída de la fertilidad. Esta explosión conjunta en el crecimiento económico y demográfico es intrigante. ¿Eran estos dos fenómenos autosostenibles? ¿O fue el crecimiento del PIB lo que provocó la explosión poblacional? ¿Cuál fue la chispa que encendió la mecha del barril de pólvora?
Además de la evolución demográfica, a lo largo de los siglos XIX y XX, la distribución geográfica de la población experimentó una transformación. A principios del siglo XIX comenzó un éxodo rural. En la Europa preindustrial, la población era en su mayoría rural y la tasa de urbanización era baja; el norte de Italia y los Países Bajos presentaban los mayores niveles de urbanización. Así, los Países Bajos tenían la tasa de urbanización más alta de Europa, con el 37 por ciento, seguidos por el Reino Unido y Bélgica, ambos con una tasa de urbanización del 20 por ciento. Como resultado del desarrollo del comercio en los siglos precedentes, otros países europeos (Italia, España, Dinamarca y Portugal) tenían una tasa de urbanización superior al 15 por ciento.32 No obstante, hasta comienzos del siglo XIX, la población rural representaba aproximadamente el 90 por ciento de la población total de Europa (gráfico 2.3).33 Esta participación comenzó a bajar en 1800, llegando a ser del 36 por ciento en 1975.34 Entre los años 1800 y 1980, el número de ciudades con más de 100.000 habitantes aumentó 42 veces.
Gráfico 2.2. Evolución de la población en los grandes países europeos
Fuente: Maddison Historical Statistics Project, Groningen Growth and Development Centre.
Gráfico 2.3. Población urbana como porcentaje de la población total de Europa, 1000-1975
Nota: La población urbana se define como la población que vive en ciudades con más de 5.000 habitantes.
Fuente: Grauman, 1976, Population Bulletin of the United Nations.
Durante muchos años, la investigación cuantitativa en historia económica se concentró casi exclusivamente en los períodos contemporáneos o posteriores al despegue; es decir, en los siglos XIX y XX. Sólo a partir del trabajo de Angus Maddison comenzó a desarrollarse la investigación cuantitativa sobre el crecimiento anterior al despegue. Maddison fue un pionero en la reconstrucción de las cuentas nacionales de largo plazo. Su trabajo, The World Economy: A Millennial Perspective (2001), ofreció un destacado y detallado análisis del ingreso y la población mundial desde el año cero. Retroceder tanto en el tiempo, a una época en la que los datos eran fragmentarios y las cuentas nacionales no existían, le requirió basarse en indicios y conjeturas (véase el recuadro).
La invención de las cuentas nacionales
La construcción de las cuentas nacionales comienza justamente a mediados del siglo XX; sin embargo, los censos comenzaron mucho antes, como medio para los gobernantes de conocer sus recursos en seres humanos y bienes. En realidad, las autoridades políticas siempre intentaron medir la creación de riqueza en los territorios que controlaban. En la época feudal, la economía nacional se limitaba casi exclusivamente a la producción agrícola, que era la base del cálculo de los impuestos señoriales o regalías. En 1671, en Inglaterra, William Petty (1623-1687) inventó el concepto de aritmética política, antecesor de la contabilidad nacional. El deseo de aumentar la recaudación impositiva llevó a William Petty y con posterioridad a Gregory King a intentar calcular el ingreso nacional, ya sea como la suma de los ingresos generados por los diversos factores de la producción o como el agregado de los gastos.35 En Francia, Pierre de Boisguillebert y el mariscal Vauban utilizaron enfoques similares para estimar el ingreso nacional. François Quesnay (1694-1774), fundador y líder de los fisiócratas, inventó el primer modelo dinámico desde una perspectiva macroeconómica abarcando la totalidad de la contabilidad nacional.36 Sin embargo, el modelo de los fisiócratas se basaba en una economía totalmente agropecuaria.37
Sólo con la aparición de la teoría económica clásica la producción se convirtió en un concepto central, como un flujo de la creación de nuevos valores, en oposición al stock de riqueza acumulada. Además, la idea de que no sólo los bienes, sino también los servicios, deberían incorporarse al cálculo del valor agregado no apareció hasta el final del siglo XIX. La crisis de 1929 desempeñó un papel clave en el reconocimiento de la importancia de las cuentas nacionales. Para elaborar políticas anticrisis, las autoridades sólo tenían disponible información incompleta sobre la base de los índices bursátiles, cantidad de mercaderías transportadas e índices incompletos de la producción industrial.
En Estados Unidos, el Departamento de Comercio encomendó a Kuznets, de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas (NBER), desarrollar un sistema de cuentas nacionales. Para cumplir con ello, Kuznets creó el concepto de producto interior bruto y presentó estimaciones en un informe elevado al Senado en 1934.38 La Segunda Guerra Mundial contribuyó a estimular la creación de las tablas de insumo-producto, que siguiendo el trabajo de Wassily Leontief, se integraron a las cuentas nacionales.39 Paralelamente, a pedido del Gobierno inglés, Richard Stone y James Meade, impulsados y asesorados por John Maynard Keynes, prepararon un sistema de estimaciones de ingresos y gastos nacionales.40
En Francia, en 1955, François Perroux diseñó un trabajo cuantitativo en el seno del Instituto de Ciencias Económicas Aplicadas (ISEA).41 Él comenzó con el esfuerzo cuantitativo que luego, en 1956, fue continuado por Marczewski, Toutan y Markovitch. Sin embargo, la referencia clave sobre el crecimiento francés durante las tres décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial es el trabajo de Jean-Jacques Carré, Paul Dubois y Edmond Malinvaud.42 Su objetivo fue identificar y evaluar los determinantes del crecimiento del PIB apoyados en el progreso que se había realizado en la contabilidad nacional. Este trabajo, llevado a cabo de forma paralela para diversos países, impulsó la creación del sistema de cuentas nacionales (SNA) después de la Segunda Guerra Mundial. Con el tiempo, este sistema se fue mejorando y armonizando bajo la égida de un grupo de trabajo de expertos internacionales con el auspicio de Naciones Unidas, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Eurostat, el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el Banco Mundial.
Maddison y la reconstrucción de datos históricos
Maddison tenía datos de cuentas nacionales desde 1950 de la mayoría de los países. Sin embargo, reconstruir los datos sobre PIB y población de períodos muy anteriores requería del uso de técnicas específicas en cada subperíodo.
Para los años de 1820 a 1950, Maddison utilizó datos históricos del ingreso y la población a partir de registros y de fuentes administrativas. Se basó en los trabajos de historiadores y economistas de diferentes países para llevar a cabo la tarea de recolectar los datos y realizó correcciones puntuales a las estimaciones de acuerdo con las diferencias en las técnicas utilizadas para obtener así estimaciones homogéneas entre países. Por ejemplo, en el caso particular de Francia, Maddison se basó en especial en Jean-Claude Toutain.43 Para evaluar las estimaciones del PIB, tuvo en cuenta la producción en los principales sectores económicos. Para la producción agropecuaria, Maddison utilizó los archivos de registros de la producción agropecuaria francesa (cereales, vino, madera, carne, etc.) y los precios de producción. Para el sector industrial manufacturero, agrupó 113 categorías, cubriendo 23 ramas que abarcan el total de la estructura industrial entre 1789 y 1938 (tales como, entre otros, industria extractiva, metalúrgica, alimentos, textiles, productos químicos, construcción). Maddison verificó sus estimaciones comparándolas con las obtenidas por Lévy-Leboyer y Bourguignon.44 Haciendo ajustes por los cambios en las fronteras nacionales durante el siglo XIX, pudo medir la evolución del PIB per cápita desde 1820 (tabla 2.1).
Para medir el PIB en el período 1500-1820, Maddison tuvo que utilizar algunas aproximaciones: los datos de población los tomó de los registros, que eran razonablemente confiables, en particular en los países europeos. Obtuvo estos datos considerando hechos históricos (como guerras y epidemias). En el caso del PIB, surgen hasta tres alternativas posibles. En algunos países, en especial en Bélgica, estaban disponibles datos de producción por sectores económicos. Otros países no tenían ese tipo de datos, pero sus economías eran muy similares a las de los países vecinos, por lo que Maddison supuso que el crecimiento del PIB per cápita de Francia fue igual al de Bélgica. Ante la ausencia de datos de un país o de los países vecinos, Maddison tuvo que utilizar predicciones razonables, por ejemplo, supuso que en Rusia el PIB per cápita creció al 0,1 por ciento por año. Aunque estas hipótesis parecen muy fuertes, el PIB per cápita y su crecimiento previo a la revolución industrial eran tan bajos que posibles diferencias entre países resultan aplanadas en un largo período.
Tabla 2.1. Estimaciones del PIB per cápita en Francia, 1820-1913 >(en dólares internacionales de 1990)
| 1820 | 1870 | 1913 | |
| Maddison | 1.218 | 1.858 | 3.452 |
| Toutain (1987) | 983 | 1.858 | 3.452 |
| Lévy-Leboyer (1985) | 1.123 | 1.836 | 3.452 |
Fuente: Maddison (2001).
Las estimaciones de la evolución del ingreso per cápita para el período del año 0 a 1500 son aún más rústicas, ya que como única fuente de información Maddison tenía los datos demográficos. Disponía de la tasa de urbanización de Europa y Asia en el año 1000 (el porcentaje de población viviendo en ciudades de más de 10.000 habitantes). A partir del supuesto de que el aumento de la tasa de urbanización en un país indicaba que había un excedente de producción agropecuaria y que habría aumentado la porción de la actividad no agropecuaria, la tasa de urbanización en Europa entre los años 0 y 1000 era casi nula, a partir de lo cual Maddison postuló que el PIB per cápita estaba cerca del nivel de subsistencia, estimado en 400 dólares anuales por persona. Debido a que en China la tasa de urbanización era un poco mayor, del orden del 3 por ciento, Maddison supuso que el PIB per cápita llegaba a 450 dólares.
Una de las principales contribuciones de Maddison fue permitirnos hacer una nueva lectura del crecimiento económico de largo plazo en Europa occidental. Para continuar el trabajo de Maddison, que falleció en 2010, la Universidad de Groningen creó el Proyecto Maddison con el objetivo de continuar construyendo datos históricos sobre el PIB, el PIB per cápita y la productividad laboral. Para el período posterior a 1820, las correcciones a las estimaciones fueron muy puntuales. Sin embargo, para el período de 1300 a 1820 fueron llevados a cabo trabajos cliométricos significativos.45 Comparado con el crecimiento después del despegue de 1820, en este largo período el crecimiento parece escaso.
El período preindustrial en Europa: e pur si muove
Sin embargo, la evolución de la economía mundial antes de 1820 no se refleja como un electrocardiograma totalmente plano (Fouquet y Broadberry, 2015).46 En su ensayo «Posibilidades económicas para nuestros nietos», el mismo John Maynard Keynes adopta una posición casi similar, afirmando que a pesar de que no hubo un cambio abrupto en el nivel de vida, hubo subidas y bajadas, con fluctuaciones en las que la riqueza per cápita se duplicó durante períodos de varias décadas.47 Recientemente, Roger Fouquet y Stephen Broadberry mostraron que cuando miramos lo ocurrido en el período de 1300-1820, se encuentran movimientos notables del PIB per cápita, tanto al alza como a la baja (gráfico 2.4).
Gráfico 2.4. PIB per cápita en algunos países europeos 1300-1800
Nota: En dólares de 1990.
Fuentes: Fouquet y Broadberry (2015) a partir de los datos de Broadberry y otros (2011)48 para Inglaterra, de Malanima (2011)49 para Italia, de Van Zanden y Van Leeuwen (2012)50 para Holanda y Álvarez-Nogal y Prados de la Escosura (2013)51 para España.
Dos países se destacan por sus prolongados y sostenidos períodos de crecimiento.52 Entre 1350 y 1420, al comienzo del Renacimiento, Italia experimentó un aumento del 40 por ciento del PIB per cápita, que equivale a un crecimiento anual promedio del 0,8 por ciento durante setenta años. Las causas de esta etapa fueron la gran caída de la población debido a la gran plaga, lo que aumentó la cantidad de tierra y capital disponibles por individuo, más el papel central de las ciudades italianas en el comercio marítimo.
La República de Venecia en especial desempeñó un papel crucial en el desarrollo del comercio en el seno de Europa (Flandes, Francia, Alemania, los Balcanes), entre el Mediterráneo occidental y oriental, y entre Occidente y Extremo Oriente. Venecia no fue sólo responsable del floreciente comercio de mercaderías (tales como especias y seda), sino que también favoreció la transferencia de tecnologías desde Asia, Egipto y Bizancio (para la producción textil, soplado de vidrio, cultivo de arroz y de caña de azúcar). En el siglo XII, en materia de innovación institucional, Venecia fue también como un laboratorio, destacándose en la introducción de nuevos tipos de contratos para regir el comercio y la inversión. En particular el comercio con Constantinopla demandaba significativas inversiones que implicaban grandes riesgos (piratería, naufragios y atrasos), con una muy baja probabilidad de obtener beneficios sustanciales. Para lograr que los riesgos compartidos fuesen tolerables, los venecianos inventaron un contrato denominado colleganza, que fue uno de los primeros ejemplos de sociedad anónima. En su forma más simple, la colleganza era un acuerdo entre dos partes, el inversor y el mercader (comerciante viajante). El inversor proveía la mercadería al mercader, y el mercader debía navegar para venderla. El contrato fijaba por adelantado la división de las posibles ganancias. Este tipo de contrato permitía a una gran parte de la población participar en el comercio internacional, y fue durante este período que Venecia llegó al máximo de su prosperidad y poder.
En el siglo XVII, fue Inglaterra la que pasó a experimentar un rápido crecimiento, duplicando en el transcurso de ese siglo el PIB per cápita. La guerra civil (1642-1660) marcó una etapa crucial en la transformación del poder de la realeza inglesa, que pasando por una efímera república, cambió de forma definitiva a una monarquía constitucional, proclamada al final de la Revolución Gloriosa de 1688. Bajo la monarquía constitucional, el Parlamento tenía supremacía sobre el rey, lo que permitía una mejor protección de los derechos de propiedad intelectual.53 Esa configuración política desconocida hasta entonces creó un ambiente propicio para innovar y así establecer el camino para la revolución industrial.
El período 1300-1800 también estuvo marcado por momentos de declive. Por ejemplo, Italia registró tres fases con una caída del crecimiento del PIB per cápita: 1450-1600, 1650-1700 y 1750-1800; en parte, estas caídas se debieron al regreso del crecimiento demográfico, a la fragmentación de los mercados entre varias ciudades-Estado rivales (tales como Florencia y Venecia) y al desplazamiento del comercio europeo del Mediterráneo al Atlántico después del descubrimiento de América a finales del siglo XV.
Lejos de estar estancadas, antes de 1820 las economías europeas experimentaron una serie de etapas de crecimiento y declive. En realidad, la pregunta que enfrentamos es cómo el período anterior a 1820 difiere de la fase de despegue iniciada a partir de la primera revolución industrial. A fin de responderla, Roger Fouquet y Stephen Broadberry (2015)54 estudiaron para cada siglo la probabilidad de que un país tenga una etapa de crecimiento prolongado, definido como un crecimiento anual superior al 1,5 por ciento durante cuatro años consecutivos (tabla 2.2). La idea es que un lapso de cuatro años con un crecimiento mayor al 1,5 por ciento se corresponde con el comienzo de una etapa de despegue. Durante los cinco siglos entre 1300 y 1799, los seis países que ellos analizaron —Inglaterra/Gran Bretaña, Italia, Holanda, Suecia, España y Portugal— sólo tenían una muy baja probabilidad (del 1 al 2 por ciento) de experimentar una prolongada etapa de crecimiento. Esta probabilidad se incrementó en el siglo XIX al 5 por ciento y al 40 por ciento en el siglo XX. De allí Fouquet y Broadberry confirmaron la hipótesis de que el crecimiento económico sostenido es un fenómeno reciente.
Tabla 2.2. Períodos prolongados de crecimiento y recesiones económicas, 1300-2000
En porcentajes
| Siglos | % de años con una tasa de crecimiento anual > 1,5 % durante 4 años | % de años con una tasa de crecimiento anual < 1,5 % durante 3 años |
| XIV | 1,1 | 1,6 |
| XV | 1 | 8 |
| XVI | 2,3 | 8,7 |
| XVII | 1,3 | 4,3 |
| XVIII | 1,3 | 5,8 |
| XIX | 5,3 | 2 |
| XX | 40 | 3,2 |
Nota: Los países analizados fueron: Inglaterra/Gran Bretaña, Italia, Holanda, Suecia, España y Portugal.
Fuente: Fouquet y Broadberry (2015).
La explicación tecnológica del despegue
¿Por qué el crecimiento no despegó sino justamente a comienzos del siglo XIX? ¿Por qué las invenciones previas a la revolución industrial, como la rueda, la imprenta o el compás, no generaron un crecimiento acumulativo? ¿Por qué todo comenzó en el Reino Unido, un pequeño país europeo, en lugar de en un país enorme como China?
Antes del despegue: La trampa malthusiana
La teoría de Thomas Robert Malthus (1766-1834) es particularmente convincente para explicar el estancamiento prolongado de la economía mundial hasta 1820. La teoría malthusiana explica la coexistencia de dos fenómenos: el estancamiento del PIB per cápita y el estancamiento de la población hasta el siglo XIX. En su obra Ensayo sobre el principio de la población, Malthus comenzó con el postulado de que la producción agropecuaria resulta de una combinación de trabajo y tierra.55 Desde que la tierra es un factor de producción fijo, todo aumento en la población reduce de manera automática el PIB per cápita, ya que más personas están trabajando sobre la misma cantidad fija de tierra. Pero, al mismo tiempo, cualquier aumento en el PIB per cápita —es decir, de nivel medio de vida— debido, por ejemplo, a nuevas invenciones o a una mayor apertura del comercio, lleva a un aumento de la población porque estimula a las familias a tener más hijos (esto es como la historia de Pulgarcito), o porque la mejora del nivel de vida reduce temporalmente la mortalidad. La combinación de estas dos fuerzas es lo que llamamos la trampa malthusiana: el progreso tecnológico nunca puede generar un aumento perdurable en el PIB per cápita de la economía, ya que cualquier mejora en el PIB per cápita causa un aumento de la población, lo cual hace retroceder este PIB per cápita, llevándolo al nivel de subsistencia.
En el mundo de Malthus, sólo la abstinencia o el control de la natalidad, produciendo un declive demográfico, hacía posible aumentar el PIB per cápita. La idea malthusiana de que cualquier aumento de la productividad da lugar a un incremento en la población parece proveer una explicación convincente de la etapa preindustrial. Pero después de 1820 la combinación de crecimiento económico con un tremendo crecimiento demográfico mostró las limitaciones del enfoque malthusiano. ¿Cómo y por qué al final escapamos de la trampa malthusiana?
El enfoque tecnológico
El escape a la trampa malthusiana ¿puede explicarse solamente con argumentos tecnológicos? Una primera explicación es que la transición de la agricultura a la manufactura hizo posible escapar del factor fijo —la tierra— reemplazándolo por capital. A diferencia de la tierra, el capital puede acumularse a través del tiempo, y así eliminar el efecto negativo del crecimiento poblacional sobre el PIB per cápita. Pero si ello fuera así, ¿por qué ha persistido la producción agropecuaria en lugar de sustituir de inmediato la tierra por capital? De nuevo, volvemos a referirnos a un argumento puramente tecnológico, ya que la introducción de la tecnología manufacturera tiene costes y la inversión no es redituable hasta que la población haya aumentado lo suficiente y, como resultado, la producción agropecuaria per cápita haya bajado lo suficiente. Una variante de la explicación del desplazamiento de la producción agropecuaria a la manufacturera es que cuando la población llega a un umbral crítico, se produce un éxodo rural, liberando trabajo para el sector manufacturero. Otros autores enfatizaron la importancia de los efectos de la demanda: sólo a partir de que la demanda supere ciertos umbrales se volvería beneficioso para diversos sectores adoptar simultáneamente nuevas tecnologías en la producción.56 Resumiendo, el éxodo de la agricultura a la manufactura responde al efecto umbral: umbral poblacional, umbral de demanda, umbral de inversión. Pero, entonces, ¿por qué el despegue tuvo lugar en 1820 y por qué no ocurrió en un país como China, que era innovador y estaba densamente poblado?
Efecto escala y transición demográfica
Una segunda explicación, formulada por Michael Kremer (1993)57 y desarrollada por Oded Galor y David Weil (2020),58 se basa en la combinación de dos efectos: el efecto de la población sobre la innovación y el efecto de la transición demográfica.
El efecto escala puede explicarse de la siguiente forma: un aumento en la densidad o el tamaño poblacional incrementa las rentas de la innovación a través del aumento del tamaño del mercado para todos los productos nuevos, y por ello el efecto positivo de la población en la innovación y en el crecimiento.59 Además, una mayor densidad poblacional facilita el intercambio de ideas entre los individuos, por tanto, acelera la producción de innovaciones y, en consecuencia, el crecimiento.60 ¿Puede la aceleración del progreso tecnológico causada por el efecto escala ser suficiente por sí misma para liberar a una economía de la trampa malthusiana? La respuesta es negativa: en el mundo de Malthus, cada aceleración del progreso tecnológico se traduce en una aceleración del crecimiento poblacional. En otras palabras, genera una explosión demográfica, lo que al final impide el despegue del PIB per cápita.
Para que sea posible escapar de la trampa malthusiana, es necesario introducir una segunda palanca, que es la transición demográfica. Dicho de forma simple, con la aceleración del progreso tecnológico, los individuos tienen que aprender más para poder dominar las nuevas tecnologías. Como consecuencia, cuanto más avanzada es la tecnología del país, los padres deben invertir más en la educación de sus hijos para que les sea factible adaptarse a las nuevas tecnologías. La necesidad de invertir en educación afectará la decisión de los padres sobre la cantidad de hijos y su nivel de educación, llevándolos a preferir tener menos hijos, pero con un mayor nivel educativo (Nelson y Phelps, 1966).61
La palanca de la transición demográfica mitigará el efecto demográfico malthusiano por el crecimiento del PIB per cápita. En consecuencia, evita que el auge de la productividad inducida por el efecto escala acelere de manera automática el crecimiento poblacional. En su lugar, más allá de un cierto nivel de PIB per cápita, los padres optarán por disminuir la fertilidad y así poder invertir más en la educación de los hijos y beneficiarse del progreso tecnológico.62 Por tanto, la transición demográfica combinada con el efecto escala permite escapar de la trampa malthusiana.
En una primera mirada, los datos históricos confirman este enfoque basado en la transición demográfica: hasta 1870, la aceleración del crecimiento del PIB per cápita fue acompañado por una aceleración en el crecimiento poblacional. Sin embargo, después de 1870, el crecimiento del PIB per cápita coincidió con un descenso de la tasa de crecimiento poblacional, de hecho, los países más avanzados fueron aquellos con menores tasas.
Hacia una explicación más institucional
La explicación de que el despegue fue el producto de la acción conjunta del efecto escala y el efecto de transición demográfica ha encontrado ciertos desafíos empíricos por parte de algunos historiadores económicos, como Joel Mokyr y Hans-Joachim Voth (2010).63 En primer lugar, ellos destacan que en el período 1700-1750, previo a la revolución industrial, la población inglesa estuvo estancada y, por tanto, no hubo una explosión demográfica que produjese un efecto escala. Además, China, cuya población se multiplicó por 3,2 entre 1650 y 1750, y que innovó tanto como Europa, no logró un despegue. Y, en segundo lugar, los países más grandes no experimentaron mayores crecimientos que otros más pequeños. Estas consideraciones invitan a buscar una explicación del despegue que no sea sólo tecnológica, sino que integre los factores tecnológicos con los de carácter institucional.
La articulación entre tecnología e instituciones: Joel Mokyr64
El enfoque institucional desarrollado en este apartado nos traerá con frecuencia el paradigma schumpeteriano, descrito en el capítulo 1, con tres ideas básicas: 1) el crecimiento proviene de la acumulación progresiva del conocimiento: cada innovación utiliza el conocimiento incorporado por las invenciones precedentes, cada innovador se pone de pie sobre los «hombros de gigantes» que le precedieron; 2) la innovación necesita de un entorno institucional favorable, comenzando con una buena protección de los derechos de propiedad, y 3) la innovación destruye las rentas existentes y, en consecuencia, necesita de un entorno competitivo de tal forma que permita la entrada de las nuevas empresas innovadoras.
Evolución conjunta de la ciencia y la tecnología
Mucho antes de la revolución industrial, las innovaciones tecnológicas marcaron la historia de la humanidad. Pero a diferencia del período industrial, esas innovaciones fueron aisladas e idiosincráticas, y no engendraron una etapa sostenida de innovación y crecimiento. Para explicar el despegue, Joel Mokyr (2002) enfatiza el diálogo entre el conocimiento teórico y el conocimiento práctico. Comienza por diferenciar entre lo que denomina el saber proposicional (teórico) y el saber prescriptivo (práctico). El saber proposicional se refiere a un conocimiento científico, que trata de entender un fenómeno natural. El saber prescriptivo se refiere al conocimiento técnico dirigido a la producción. Mientras que un avance en el saber proposicional es un descubrimiento, en el saber prescriptivo es una innovación. El crecimiento preindustrial se basó en el progreso en el saber prescriptivo; es decir, en una acumulación de técnicas que funcionaban sin que el usuario tuviese que comprender el saber científico que las sustentaba. Por el contrario, a comienzos del siglo XIX, adoptando un enfoque científico, las sociedades industriales buscaban entender los principios que hacían eficaz la técnica. Cambiaron de «¿cómo es que funciona?» a «¿por qué funciona?». La aparición del pensamiento científico constituyó una ruptura que permitió la generalización del saber proposicional y su aplicación a nuevos campos.
Como señala el economista David Encaoua: «Este período dio lugar al pase de una etapa del saber gobernado por la técnica a otra etapa del saber gobernado por la tecnología; es decir, la combinación de ciencia y técnica».65 De la misma forma, en el campo de la química las fórmulas de varios componentes eran conocidas desde hacía siglos, pero sólo a partir del momento en que se formalizaron los conceptos de la composición química fue posible producir nuevos compuestos. Así como la invención del microscopio permitió el desarrollo de la microbiología.
Este diálogo entre ciencia y técnica fue favorecido de manera notable por la matemática. Por ejemplo, la matemática hizo posible la formulación de la ley de Newton, que permitió explicar el movimiento de proyectiles, impulsó el progreso en balística y lideró los nuevos descubrimientos científicos. Esta evolución conjunta de la ciencia y la tecnología fue lo que caracterizó a la revolución industrial. Pero ¿qué hizo posible esta evolución conjunta? Mokyr identifica tres factores, que precisamente coinciden con las tres ideas clave del paradigma de la destrucción creativa: difusión del saber y la información que permite la innovación acumulativa, competencia entre países que haga posible la destrucción creativa y surgimiento de instituciones que protegen los derechos de propiedad de los innovadores.
Difusión del saber y de la información
Gracias a la aparición del servicio postal y al descenso del coste de impresión, la difusión del saber y la información desempeñó un papel crucial en el siglo XVIII. Se disparó la cantidad de periódicos (tabla 2.3) y se editaron numerosas enciclopedias (John, 1995).66 Por ejemplo, en 1704, en Londres, John Harris publicó Lexicon Technicum, considerada la primera enciclopedia moderna en inglés, la cual sirvió de base para la Cyclopœdia o Universal Dictionary of Arts and Sciences [Diccionario universal de artes y ciencias], de Ephraim Chambers, publicado en 1728. En realidad, antes de embarcarse en su proyecto más ambicioso, el proyecto original de Diderot y D’Alembert fue traducir la Cyclopœdia. El objetivo de su Enciclopedia o Diccionario razonado de ciencias, artes y oficios, cuyo primer volumen apareció en 1751, fue el de recopilar todo el saber y conocimiento disponible de la época, apelando a las contribuciones de especialistas en diversas disciplinas.67 La difusión de estas obras hizo accesible el saber científico y técnico, facilitando enormemente la acumulación de conocimiento.
Tabla 2.3. Correspondencia y periódicos distribuidos por el servicio postal de Estados Unidos, 1790-1840
| Año | Cartas (millones) | Cartas por habitante | Periódicos (millones) | Periódicos por habitante |
| 1790 | 0,3 | 0,1 | 0,5 | 0,2 |
| 1800 | 2,0 | 0,5 | 1,9 | 0,4 |
| 1810 | 3,9 | 0,7 | - | - |
| 1820 | 8,9 | 1,1 | 6,0 | 0,7 |
| 1830 | 13,8 | 1,3 | 16,0 | 1,5 |
| 1840 | 40,9 | 2,9 | 39,0 | 2,7 |
Fuente: John (1995).
Mediante la formación de sociedades y clubes, estos avances favorecieron el intercambio de ideas, permitiendo compartir y hacer avanzar el saber. Ello contrastaba fuertemente con la situación que prevalecía en el siglo XV, cuando los gremios y las asociaciones de comercio protegían celosamente el saber. En cambio, en los siglos XVIII y XIX emergió una verdadera cultura de compartir la información. Como resultado de ello, para cada invención, los inventores no tenían que empezar de cero; ellos heredaban la riqueza de todas las invenciones precedentes y eran capaces de «construir sobre los hombros de gigantes».
La apertura, es decir, la libre circulación de ideas entre inventores y países, también tuvo una función importante en el proceso acumulativo de la innovación y en consecuencia en el despegue. Mokyr insiste en el papel preponderante de la República de las Letras (République des Lettres) internacional que reunía a todos los humanistas, académicos y literatos de Europa unidos por el latín como lengua común. Desde el Renacimiento, esta República de las Letras ubicó al innovador en un entorno europeo y multinacional, proporcionándole una mayor audiencia que la de sólo sus compatriotas. En el capítulo 10 regresaremos a la importancia de la apertura en el proceso de innovación, en especial para la investigación básica.
La importancia de la competencia
El segundo aspecto institucional que explica el despegue tecnológico en Europa es la competencia entre países, que permitió que la innovación y la destrucción creativa tuviesen lugar a pesar de la reticencia u oposición de diferentes países. En una Europa políticamente fragmentada, los países competían entre sí por las mentes más brillantes. En consecuencia, y pese a la presencia en cada país de fuerzas que resistían la innovación, el temor de ser sobrepasado por otros países prevaleció sobre cualquier otra consideración.
Por el contrario, la ausencia de presiones competitivas en China permitió que el poder económico y político dominante tuviera la última palabra. Fue así que, en 1661, el emperador Kangxi ordenó que todos los que vivían a lo largo de la costa sur se desplazaran treinta kilómetros hacia el interior del país. Hasta 1693, la navegación a lo largo de toda China estaba prohibida. Esta prohibición fue periódicamente reinstalada en el siglo XVIII, retrasando la aparición del comercio chino con el exterior. Los gobernantes chinos procedían en respuesta al temor a la destrucción creativa que ellos consideraban una amenaza para su estabilidad política. En China, las únicas innovaciones autorizadas a ser desarrolladas fueron las elegidas por el emperador. A diferencia de Europa, para los inventores chinos cuyas innovaciones no hubieran sido seleccionadas había muy pocas oportunidades de emigración. La consecuencia de este control absoluto fue que mientras otras economías se industrializaban, la economía china permaneció estancada a lo largo de todo el siglo XIX y principios del XX.
La ausencia de competencia también produjo el declive de Venecia.68 En 1297, temiendo empeorar su estatus, las familias más ricas y poderosas adoptaron una serie de leyes —conocidas con el nombre de Serrata— que limitaban según un criterio de herencia la participación de algunas familias nobles en el Gran Consejo. A partir de ese momento, el acceso al poder político estuvo restringido, la riqueza se concentró en un pequeño número de familias y el poder económico y marítimo de las villas-Estado comenzó a declinar. En el capítulo 15 regresaremos en detalle al caso de Venecia.
Los derechos de propiedad
El establecimiento de instituciones que protegieron los derechos de propiedad intelectual fue un factor clave para el despegue del crecimiento; y, en parte, nos permite comprender por qué ello ocurrió primero en Inglaterra y sólo después en Francia. La tecnología no puede ser la única explicación, ya que al final del siglo XVIII ambos países habían logrado niveles científicos y tecnológicos comparables —hay que recordar que Francia fue el lugar de nacimiento de Diderot, creador de la revolucionaria codificación del saber de la Enciclopedia—. Sin embargo, en la protección de los derechos de propiedad, Inglaterra estaba más avanzada que Francia. La supremacía del Parlamento inglés sobre el rey, lograda por la Revolución Gloriosa (1688-1689), protegió por primera vez de la interferencia política los derechos de propiedad y, por tanto, incentivó la innovación.69 La Revolución Gloriosa tuvo lugar un siglo antes que la Revolución francesa, que facilitó sólo progresivamente el camino para la creación de nuevas instituciones más favorables al emprendimiento y la innovación, comenzando por el Código Napoleónico y hasta la revolucionaria reforma educativa de Jules Ferry durante la Tercera República.
En consecuencia, fue Inglaterra la que lideró el camino para reconocer los derechos de propiedad intelectual de los inventores y que inspiró al resto de Europa. Tan temprano como en 1624, el Estatuto de Monopolios (Statute of Monopolies) prohibió a la monarquía otorgar privilegios exclusivos en materia de comercio, excepto para el «primer y auténtico» inventor, que podía obtener el monopolio durante catorce años para la explotación de sus invenciones. Esta etapa marcó la institucionalización del sistema de patentes, que inspiró a los constituyentes estadounidenses y a los revolucionarios franceses: en Estados Unidos, las primeras leyes sobre patentes datan de 1790, y en Francia, de 1791.
Con anterioridad, el comercio estaba protegido por los gremios que mantenían en estricto secreto el conocimiento técnico acumulado. Estos gremios luchaban por establecer monopolios en sus respectivas ciudades y trataban de excluir de sus mercados a las ciudades vecinas, como se reflejó en la rivalidad interna entre Brujas y Gante, o entre Génova y Venecia. Solamente a los aprendices con talentos meritorios se les daba acceso a un conocimiento completo de las técnicas utilizadas en el comercio: ¡se consideraba falta gravísima o traición que alguien revelara los secretos del gremio! El historiador Georges Renard (1918)70 describió una ley veneciana de 1454: «Si un trabajador lleva consigo un arte o artesanía a otro país, en detrimento de la República, será obligado a volver; y si desobedece, su pariente más cercano será puesto en prisión, de tal manera que su solidaridad con la familia lo convenza de regresar; si persiste en desobedecer, serán tomadas severas medidas para hacerlo matar donde se encuentre». En el siglo XV, Venecia dominaba dos técnicas: el cristal de Murano y la construcción de barcos. El cristal de Murano utilizaba una técnica celosamente guardada, a tal punto que para evitar el riesgo de que pudiera ser revelada, toda persona nacida en la isla de Murano no podía salir nunca de ella. Al mismo tiempo, los extranjeros tenían prohibido observar la construcción de barcos en los astilleros de Venecia (Varian, 2004).
La instrumentación del sistema de patentes tuvo un doble efecto sobre el progreso en la innovación y tecnología. Primero, las patentes creaban un incentivo para que los inventores innoven, otorgándoles un monopolio temporal en el uso de sus innovaciones y, por tanto, garantizándoles una renta de innovación que surgía de su poder monopolístico. Segundo, el otorgamiento de la patente obligaba al inventor a difundir el conocimiento subyacente de sus invenciones, lo cual con posterioridad permitía a otros innovar sobre esa base, beneficiándose del saber contenido en la patente.71
Desarrollo financiero
El desarrollo financiero tuvo un papel central en la estimulación de la innovación y en hacer posible el despegue industrial en la Europa del siglo XIX: la creación de bancos comerciales y de desarrollo, la aparición del financiamiento mediante la emisión de acciones y el mercado bursátil y la creación de sociedades de responsabilidad limitada fueron novedades financieras que realmente ayudaron a la innovación y a asumir riesgos, de tal forma que permitieron un crecimiento fuerte y sostenido nunca jamás visto en el mundo antes de 1820. Como muy bien lo explicaron Raghuram Rajan y Luigi Zingales en la introducción de su libro Salvando al capitalismo de los capitalistas,72 los mercados financieros hicieron posible movilizar recursos y capital para financiar «ideas audaces» y lograron con ello sostener el proceso de destrucción creativa, que genera prosperidad. En particular, los autores muestran que el crecimiento del PIB per cápita en los países desarrollados estuvo históricamente asociado con el crecimiento de indicadores tales como la relación entre depósitos bancarios y PIB, la ratio de capitalización bursátil y PIB, y el índice de financiamiento con acciones y la inversión fija. Por otro lado, Rajan y Zingales no ignoran el lado oscuro de las finanzas, en especial los excesos y peligros de una financiación desregulada. Una parte importante del libro está dedicada a la identificación de esos peligros y las formas de prevenirlos o, por lo menos, de suavizarlos. En el capítulo 12 analizaremos en detalle el financiamiento de la innovación.
David Séchard o los «sufrimientos del inventor»
Pocos novelistas han podido describir el martirio al que se enfrentaba un inventor del siglo XIX tan bien como Balzac en Las ilusiones perdidas, donde se retrata la falta de acceso a la financiación y la desprotección que sufrían respecto a los derechos de propiedad intelectual. La tercera parte de la novela, titulada «Las penas del inventor», narra las desventuras de David Séchard.
Hijo de un impresor, Séchard inventó un proceso para producir papel utilizando vegetales fibrosos. Este proceso le permitía producir a un coste menor que sus rivales. Sin embargo, los hermanos Cointet, sus competidores más cercanos, por medios poco éticos, aunque legales, se las ingeniaron para reclamar la propiedad de este proceso. Llevaron a Séchard y su imprenta a la quiebra, demandando el pago de una deuda en la que había incurrido un amigo de David —y el héroe de la novela, Lucien de Rubempré— falsificando su firma. Los hermanos Cointet obtuvieron así la posibilidad de presionar a David: si les otorgaba el derecho a utilizar su invención libremente y de forma indefinida, perdonarían su deuda. A pesar de que el valor del ingreso generado por la invención superaba de lejos el monto de la deuda, David no tuvo otra opción que aceptar un acuerdo muy desfavorable.
Esta situación era más factible que se produjese en la primera mitad del siglo XIX, la época de Séchard, que en la Francia actual, principalmente, por dos razones. La primera tiene que ver con el coste de registrar una patente: hoy es de 600 euros, mientras que en la época en que tiene lugar la novela de Balzac representaba el 10 por ciento del valor de mercado (precio de venta) de la imprenta de Séchard. Y la segunda razón atañe a que para un inventor como Séchard hoy es mucho más fácil conseguir financiamiento (de bancos, capital de riesgo, inversores institucionales, entre otros), ya que existe un mercado para la propiedad intelectual, en el que al tener un valor, la patente puede servir como garantía para recolectar fondos o para pedir un préstamo.
Si David Séchard resucitara en nuestra época, podría entonces presentar su invención y obtener financiamiento de un banco o de capitales de riesgo. El banco o el capitalista de riesgo reembolsaría la deuda a los hermanos Cointet. O bien, Séchard podría optar por vender su patente y utilizar esos fondos para saldar su deuda, reteniendo además la diferencia entre el valor de la patente y el monto de la deuda.
La novela de Balzac nos ilustra acerca de los beneficios de un sistema capitalista más avanzado, en el que los derechos de propiedad intelectual están garantizados, por un lado, por un sistema de patentes de mucho más fácil acceso que el que había en el siglo XIX, y por otro, por un sistema financiero más desarrollado que protege al inversor de convertirse en rehén de un único acreedor, que a fortiori es el mismo competidor.
Eli Whitney y su desmotadora del algodón
En 1793, el norteamericano Eli Whitney inventó la desmotadora del algodón, una máquina que separaba la semilla de la fibra del algodón. Este invento fue patentado en marzo de 1794. Sin embargo, con las instituciones de aquella época, no fue posible hacer respetar los derechos de propiedad intelectual que otorgaba la patente. Los gastos en que incurrió Whitney para proteger su invención de los imitadores le absorbieron todas sus ganancias, empujando a declarar su empresa en quiebra en 1797. El inventor decidió entonces no registrar nunca más una patente, pronunciando una frase que le ha hecho célebre: «Una invención puede tener un gran valor y a su vez no tener valor alguno para su inventor». Hoy, sin lugar a dudas, Eli Whitney hubiese podido proteger su invención y obtener financiamiento exitosamente para evitar que su empresa quebrase.73
Conclusiones
El milagro del despegue está vinculado a múltiples factores, cuya combinación dio lugar a un aumento sin precedentes de acumulación de riqueza a partir del siglo XIX. Pero es la articulación entre factores tecnológicos e institucionales la que permite la mejor explicación sobre por qué el despegue se produjo a comienzos del siglo XIX y no antes, y por qué comenzó en Europa —primero en Inglaterra, luego en Francia— y no en otro lugar. El impacto de tecnologías como la imprenta y el servicio postal facilitaron enormemente la producción y difusión del saber, mientras que la aparición de nuevas instituciones protegió a los inventores y, por tanto, estimuló la inversión en innovación.
En resumen, la revolución industrial sirvió para ilustrar tres principios fundamentales de la destrucción creativa: la innovación acumulativa es una fuerza motriz del crecimiento; las instituciones son cruciales, comenzando por los derechos de propiedad de las rentas de la innovación y, más en general, para estimular la innovación, y la competencia es necesaria para luchar contra las barreras a la entrada establecidas por las empresas y el Gobierno, que se oponen o evitan el proceso de destrucción creativa para impedir que las nuevas compañías pongan en peligro sus ventas o su poder. Este paradigma guiará nuestro análisis a lo largo del libro y será tratado en profundidad en los dos próximos capítulos.