
Mayden y Natalia estaban desconcertados. Por lo general, a Villano no le gustaba la gente. Era el típico científico que disfrutaba de la soledad de su laboratorio. Sus mayores alegrías eran los tubos de ensayo burbujeantes o los descubrimientos que habrían de poner su nombre en los libros de historia. Pero todo lo que tuviera que ver con hablar con la gente, con sonreír, con contar anécdotas, incluso con dar un simple abrazo, a Villano le parecía raro e incómodo, y también una auténtica pérdida de tiempo.
Por esa razón, no entendían que llevara ya diez minutos hablando con aquel visitante. Apenas le había abierto la puerta, les había llegado una conversación de la que apenas descifraban algunas palabras sueltas como «gran científico», «admiración» o «museo». También oían el eco de alguna risa. ¿Risas? Sí, eran risas. Algunas, incluso, las producía Villano. Realmente era desconcertante.
Estaban a punto de deslizarse por el pasillo para escuchar mejor aquella charla cuando oyeron un portazo, más risas y unos pasos que resonaban por el pasillo. Villano no venía solo.
—Os presento a Jack Hagué —anunció con una amplia sonrisa en los labios.


Mayden y Natalia parpadearon un par de veces antes de asimilar lo que estaba pasando, y luego intercambiaron una mirada de incomprensión. ¿Villano había dejado entrar a una visita? Salvo a su madre, era la primera vez que veían que trataba a alguien con tanta cercanía. ¿Tal vez era otro familiar? ¿Algún primo lejano?
—Hola, ¿qué tal estáis, chicos? —dijo Jack con una voz suave y un ligero acento americano. Apenas levantaba la mirada nerviosa del suelo.
Si era familia de Villano, realmente no se parecía en nada a él. Era pelirrojo, y la cara blanca como la leche estaba llena de pecas marrones, como si fueran cereales flotando en un cuenco de leche con forma de cara. Su cuerpo era estrecho y débil. Y los ojos eran muy pequeños, pero estaban detrás de unas gafas de lentes tan gruesas que finalmente adquirían un tamaño que recordaba a un insecto.
Mayden y Natalia volvieron a parpadear dos veces, sin entender nada.
—Jack ha venido a hacernos una visita de cortesía —explicó Villano—. Al parecer, es mi fan desde hace muchos años y sigue mi trabajo con muchísimo interés. Ha volado desde Florida, en Estados Unidos, solo para que le firme una dedicatoria. ¿Os lo podéis creer? Empiezo a ser famoso en otros países…
Villano parecía tan ilusionado por el hecho de que alguien reconociera al fin su trabajo que parecía como hipnotizado. No solía reír por nada, acostumbraba a estar refunfuñando y con el ceño muy arrugado, pero desde que había llegado Jack no dejaba de mostrar una sonrisa bobalicona.
—Muchas gracias, señor Villano —dijo entonces—, cuando les enseñe su firma a mis amigos del Museo de Florida, todos van a morirse de la envidia.
Mayden entrecerró los ojos con suspicacia, examinando más de cerca a Jack Hagué.
Parecía una persona amable y tímida. Solía tartamudear y en pocas ocasiones levantaba la mirada del suelo, como si se sintiera intimidado por todo el mundo. Además, tenía pinta de ser un verdadero friqui de la ciencia porque llevaba una camiseta con un gran dibujo esquemático de un átomo en el pecho.

—Encantado, soy Mayden —le dijo estrechándole la mano. El brazo de Jack se agitó como el de un muñeco descompuesto con las sacudidas de Mayden. Realmente, aquel hombre era un debilucho.
—Yo soy Natalia, somos los vecinos de Villano —aclaró ella.
—Oh, sí —exclamó Villano—, son mis vecinos, y también amigos. Hemos vivido algunas aventuras juntos. Gracias a mis inventos, naturalmente.
Mayden enarcó una ceja.
—Bueno, nosotros también hemos contribuido con algunos inventos, ¿no?
—Ah, claro, claro, también —se limitó a decir Villano con una sonrisa tan amable que parecía que estuviera bajo los efectos de un litro de tila.
Tras invitarle a que se sentara en el sofá de la sala de estar, le sirvió un café y se acomodó junto a él con las piernas muy juntas. Natalia no estaba ya muy segura de si Jack era fan de Villano o Villano lo era de Jack.
—¿Sabéis cuál es el café más peligroso del mundo? —dijo—. El ex preso.
—Buf —bufó Mayden—, qué chiste tannn malo.
Natalia se encogió de hombros.
—Pues a mí me parece buenísimo, oye… En fin, que no tenéis buen gusto. Oye, ¿y de qué conoces tanto a Villano? —indagó, dirigiéndose a Jack.
Jack estaba desconcertado por aquel juego de palabras, pero trató de olvidarlo. Bebió un sorbo de su café, clavó la mirada en el suelo y, con voz dubitativa, como si tuviera que rescatar cada palabra de un río caudaloso, dijo:
—Bueno… en el Museo de Florida tenemos una página de internet donde indexamos a los más grandes científicos de nuestra época. Yo me encargo de estudiar todos los investigadores que puedan vivir en Europa. Y bueno… he de admitir que el perfil del señor Apolonio Villano es sin duda el que más me ha asombrado.
Villano sonreía cada vez más mientras iba asintiendo, como si aquella exagerada descripción de sus virtudes fuera justamente lo que tenía grabado en su cabeza y por fin alguien se hubiera dado cuenta.
—¿Y de qué trabajas en el Museo de Florida? —preguntó Mayden.
Jack se ajustó sus pesadas gafas de culo de vaso sobre el puente de la nariz antes de responder con timidez:
—Bueno… ayudo en la recolección de coprolitos de dinosaurio del señor Frandsen.

—¿Coprolitos? —preguntó Natalia.
—Excrementos, cacas fosilizadas de dinosaurios —aclaró Jack con su característica voz suave y ligeramente aflautada.
—¡Cacas! —repitió Natalia, torciendo el gesto.
—¡Dinosaurios! —repitió Mayden, abriendo mucho los ojos por la emoción.
De repente, aquel chico tímido empezó a parecerle más interesante.
—Sí-í —explicó, tartamudeando más de lo normal—. Trabajo para George Frandsen, el mayor coleccionista privado de coprolitos del mundo. Tiene más de mil doscientas piezas de caca prehistórica. Todos sus fósiles se exhiben en el Museo de Florida y yo ayudo en su catalogación. Parece una broma catalogar cacas, pero es una forma muy eficaz de conocer cómo era el pasado.
—¿Cómo vas a conocer el pasado gracias a una caca? —preguntó Natalia, intrigada—. La caca es solo caca, y además huele muy mal.
—Sobre todo la tuya —añadió Mayden, guiñándole un ojo.
—Pues anda que la tuya cuando comes lentejas…
—Precisamente para eso sirve —intervino Jack—, para saber si has comido lentejas, o cualquier otra cosa. En el interior de los coprolitos se pueden encontrar restos de plantas y animales, y también huesos, lo que ofrece muchísima información sobre lo que comían los animales prehistóricos, y también sobre cómo era su metabolismo. Nosotros, por ejemplo, hemos encontrado aletas de pez, dientes de tiburón, el hueso de una pezuña de un ciervo, fragmentos microscópicos de plantas…
—¿Todo eso habéis visto en la caca? —exclamó Mayden, fascinado.
—Y mucho más. Como la placa de un diente de un pez prehistórico llamado picnodonte. Así es como podemos saber, por ejemplo, lo que comía un dinosaurio.
—¿Y no te da asco? —preguntó Natalia.
—A ver —intervino Mayden—, que serán cacas secas. Que tú duermes en una cama llena de cacamas.

—¿Cacamas? —preguntó Jack, que nunca había oído esa palabra inventada.
—Sí, cacas en la cama, o sea, cacas de ácaros, esos bichitos diminutos que viven en el polvo de casa y que también están en la cama. Una vez leímos que el 10 por ciento del peso de un colchón y una almohada que tiene dos años de vida se debe únicamente a las cacas de los ácaros. Por eso los llamamos cacamas.

Jack se sorprendió al conocer ese dato porque no tenía ni idea.
—Pues sí —continuó explicando entonces—, al igual que no hay que tenerle asco a las cacamas, tampoco hay que tenerlo a los coprolitos. Los coprolitos son como cualquier otro fósil. De hecho, a veces se pueden confundir con piedras. No son blandas ni huelen mal. Durante miles de años, las bacterias anaeróbicas, o sea, las que no respiran aire, descomponen los excrementos y transforman la materia orgánica en minerales. De hecho, he traído una. Es para usted, señor Villano: un obsequio del Museo de Florida.
Villano sonrió, complacido, tomando entre sus dedos aquel coprolito del tamaño de una canica que Jack había sacado de su bolsillo. Mayden y Natalia se acercaron a él para verlo más de cerca, pero se llevaron una pequeña decepción porque, en efecto, parecía un simple guijarro del suelo.
—Eres todo un erudito, Jack —dijo Villano—. No sabes lo que me gusta que nos hayas visitado. Y además es para mí un honor recibir este regalo. Lo voy a guardar en el bolsillo de mi bata, que seguro que me dará suerte.
—El honor es mío, señor Villano. Le repito que soy un gran seguidor de su trabajo.
—Pues es verdad que esa caca, en vez de una caca, parece una simple piedra… —dijo Natalia, un tanto decepcionada, y luego preguntó—: ¿Y cuál es la caca más grande que tenéis en el museo?
Jack carraspeó y se puso colorado: se dieron cuenta de que era propenso a ello.
—Pues… no está en Florida, sino en el Royal Saskatchewan Museum de Canadá. El coprolito de carnívoro más grande corresponde a un T. rex y tiene unos 75 millones de años de antigüedad.
—Guau… qué caca más vieja. ¿Cuánto mide?
—Medio metro.
—¿Y cuánto pesa?
—Tienen una masa de 7 kilogramos.
Mayden abrió los ojos como platos.
—Madre mía, cómo lo flipo. Medio metro y 7 kilos… ¿te imaginas soltar algo así en el váter?
Natalia chasqueó la lengua y arrugó la cara.
—Mayden, mira que eres cerdo… ¿cómo te da por imaginar esas cosas?
—¿Qué pasa? No me digas que a ti no se te ha pasado por la cabeza…
—Pues no, yo no imagino esas cosas.
—Sí, claro, ahora eres el finolis de los dos.
Jack carraspeó.
—Bueno, la verdad es que me parece muy bien que os imaginéis ese coprolito. Yo también lo hago a menudo. Y eso me permite también hacerme una idea de cómo era la criatura que lo hizo. Si su excremento pesaba eso, figuraos el tamaño que debería tener. No sé… es mi forma de «visitar» a los dinosaurios.
—A través de sus cacas —intervino Natalia, frunciendo el entrecejo.

Jack se volvió a poner colorado.
—Sí, sé que es un poco raro, pero es el mejor modo de hacerlo. A través de los fósiles de cualquier tipo. Ojalá pudiera conocerlos de otra forma. Ojalá existiera la manera. A veces he fantaseado con la idea de que algún genio construye una máquina del tiempo y que con ella podemos ir a visitar a esas criaturas fabulosas que dominaron el mundo durante millones de años…
Jack suspiraba mirando al infinito, como si fuera un niño imaginando la visita de Papá Noel en Nochebuena.
Villano carraspeó y puso cara de actor de cine.
—Bueno, no sé si debería decirlo, pero… quizá alguien ya ha construido una máquina del tiempo.
Jack abrió la boca formando un óvalo perfecto.
—No me diga que usted tiene una máquina del tiempo.
—Bueno, yo… eh…
Jack sacudió la cabeza.
—Claro, cómo voy a dudarlo. Es usted un verdadero genio, si alguien en el mundo tiene una máquina en el tiempo es usted. Estoy seguro de que la tiene, y de que la ha usado, ¿verdad?
—Pues… —titubeó Villano, arrastrando las sílabas.
—Sí, la tenemos y la hemos usado —se adelantó Mayden—, pero ya no la utilizaremos más porque…
—¡Es increíble! —exclamó Jack, poniéndose en pie como si hubiera sido impulsado con un resorte—. ¿Será posible que usted disponga de la forma de viajar a la prehistoria y ver a los dinosaurios en directo?
Mayden levantó una mano como si le diera el alto a un taxi.
—Frena, chaval, que esa idea ya la tuve yo y ya la hemos descartado porque…
Villano, sin embargo, asentía, repentinamente entusiasmado también.
—Sí, la verdad es que podríamos ver a los dinosaurios.
—¡Es lo que más ilusión me haría en toda mi vida! —exclamó Jack.
—La verdad es que sí, que debe de ser una experiencia única. Teniendo una máquina del tiempo, sería una pena no ver algo tan especial.
—Sería inolvidable, como visitar Parque Jurásico, pero en el mundo real… Podría ver a los autores de todos los coprolitos del museo.
—Bueno, pues podríamos hacer un pequeño viajecito —sugirió Villano.
—Oh, este es el día más feliz de mi vida. No solo tengo la oportunidad de conocer a mi inventor favorito, sino que además este me dice que ha construido una máquina del tiempo y que me va llevar de viaje a la prehistoria.
—No es nada…
—Sí que lo es, sí, aparte de un genio, es una excelente persona. Cuénteme, ¿cómo ha sido posible que haya construido una máquina del tiempo? ¿Cómo es que nadie conoce su existencia aún?
Natalia no podía creer la conversación a la que estaba asistiendo, así que se puso entre Jack y Villano, agitando los brazos como si fueran las aspas de un ventilador.
—A ver, a ver a ver, a ver… ¿es que todos hemos perdido la cabeza? Dijimos que las normas del espacio-tiempo eran peligrosas, que no debíamos viajar a ver los dinosaurios, que había riesgo de crear paradojas temporales.
—Pero es un viaje a una época donde no hay seres humanos —replicó Villano—. A pesar de lo que cree mucha gente, los humanos y los dinosaurios nunca compartieron época. Los dinosaurios se extinguieron mucho antes de que nacieran los primeros homínidos. Así que el riesgo de ocasionar una paradoja espaciotemporal es muy pequeño.
—Pero… me dijo que no podíamos viajar si no era estrictamente necesario.
—Ya —se encogió de hombros Villano—, pero las opiniones sobre las cosas tienen que adaptarse a las nuevas situaciones, ¿no?
Mayden se quedó paralizado.
—Estoy flipando…
—¡Vámonos a la prehistoria! —exclamó Jack.
Natalia también se encogió de hombros. Había algo en Jack que no acababa de encajarle, y también era sospechoso que ni Laika ni Arquímedes hubieran salido a recibirle, como si recelaran de él. Sin embargo, parecía buen chico. Y, gracias a él, iban a hacer un último viaje en la máquina del tiempo.
—Bueno —le dijo a Mayden—, mira el lado positivo. Querías ir a ver dinosaurios, y vas a ver dinosaurios.
Mayden se frotó la barbilla.
—Uhm… pues tienes razón. La verdad es que me hace mucha ilusión. Y ti también te irá bien, así la próxima vez que veas a alguien disfrazado de dinosaurio no lo confundirás con un T. rex.
—Ja… muy gracioso.
Tras coger algunas provisiones, media hora después ya estaban todos subidos en SuperCrono, dispuestos para viajar 150 millones de años al pasado.
—¡Allá vamos! —exclamó Jack.
Y SuperCrono desapareció en una explosión de luz blanca como la de mil flashes de cámara de fotos.
