
GROOOAAARRRRRR
RRMMRMRMBRBRLLLRMMR
PUFFF
—¿En serio?
—¿Qué? ¿Qué pasa? Cualquiera podría haberse confundido.
—Cualquiera no, solo tú.
—Natalia… ¡Sonaba igual!
—Mayden, un camión de la basura no suena igual que un dinosaurio.
—Pues oye, lo tuyo es peor, yo he confundido el sonido, pero tú has confundido el aspecto: te has creído que un hombre disfrazado de dinosaurio era un T. rex de verdad.
—Es que esos disfraces están muy, muy bien hechos.
—Estarán todo lo bien hechos que tú quieras, pero un ser humano no mide más de dos metros. Algunos jugadores de baloncesto quizá un poquito más. Pero es que ¡un T. rex mide dieciocho metros de altura!

Al final, a pesar de que los ruidos parecían inconfundibles, lo que había sonado en la calle no era un gruñido aterrador de un dinosaurio. Solo había sido el paso del camión de la basura que había coincidido con el paso de un hombre disfrazado de Tyrannosaurus rex. Al parecer, estaba grabándose un TikTok y esa era la forma que había ideado para ganar seguidores: salir disfrazado de dinosaurio por la calle.
—Además —continuó aclarando Mayden, con voz de narrador de documentales—, aunque el «rex» de Tiranosaurio rex significa «rey» porque se le considera el mayor de los carnívoros, no es así. Había muchos otros que se le acercaban en tamaño, como el Acroacanthosaurus, el Spinosaurus…
—Mira que eres un friqui de los dinosaurios —le interrumpió Natalia, poniendo los ojos en blanco.
—Oye, qué pasa, quizá si tú aprendieras un poco más sobre ellos no confundirías una persona con un T. rex.
Natalia apretó la mandíbula:
—Ni tú un ruido del camión de la basura con el rugido de un dinosaurio.
—¡No es lo mismo! Porque, por mucho que sepas sobre dinosaurios, no puedes saber cómo sonaba su gruñido. ¿Tienes alguna grabación de un dinosaurio? ¿Verdad que no? Pues eso…
—Ñe, ñe, ñe, ñe… —replicó Natalia.
Mayden suspiró, mientras su mirada se perdía en el infinito.
—Ay, sí, ojalá pudiera tener una grabación de sus gruñidos. O mejor aún: ojalá pudiera verlos en directo. Es una pena que teniendo una máquina del tiempo no podamos ir a…
Villano, que hasta ese instante había permanecido en silencio contemplando la discusión de Mayden y Natalia, intervino con tono severo:
—Creo que ya hemos hablado de lo peligroso que es viajar demasiado en el tiempo. Se pueden originar paradojas temporales, podemos cambiar cosas que no deberíamos. Por eso ya sabéis que he decidido no patentar mi máquina. Es mi mejor invento, pero, de momento, creo que no debería salir de aquí.
Mayden asintió, apretando los labios en una fina línea: se acordaba perfectamente de cómo habían estropeado el invento de la imprenta en Maytalia y los inventores.
—Estoy de acuerdo. Por muchas ganas que tenga de ver a los dinosaurios, hay que ser responsables. Aún me acuerdo de cómo cambiamos las letras de la imprenta… y bastante nos la jugamos al rescatar a Laika en Maytalia y el espacio.
Al oír su nombre, Laika ladró y se frotó contra la pernera del pantalón de Natalia. Ella la acarició mientras decía con voz dulce:
—Tranquila, pequeña, que te rescatamos justo antes de que la sonda se estrellara… Contigo no hay riesgo de causar paradojas temporales. Por cierto, una cosa, Mayden… —dijo, como si hubiera caído en la cuenta de algo.

—¿Qué pasa?
—Que tú también te has tragado que antes había un dinosaurio en calle, así que ahora no me vayas de experto —le recriminó Natalia en tono burlón.
—Vaaale, los dos nos hemos equivocado. ¿Estás contenta? ¿Empate?
—Bueno, empate… pero ya te ganaré.
—Mira que estás pesada hoy. Yo es que ahora mismo… buf, pues que me he quedado con las ganas de ver dinosaurios. ¿Vamos al Museo de Historia Natural? Es que tengo mono.
—¿Mono? Será dinosaurio.
—Mono de dinosaurio.
—Los dinosaurios no eran monos.
—Algunos eran pequeñitos y muy monos.
—Hablamos de monos, monos o de monos, bonitos.
—Hablamos de dinosaurios.
Villano lanzó un alarido.
—Pero ¿os queréis callar un rato? ¡Me está dando dolor de cabeza! Los dinosaurios son las criaturas más fabulosas del mundo, estamos de acuerdo. Id al Museo de Historia Natural y de paso me dejáis en paz lo que queda del día…
—Eran —puntualizó Natalia.
—¿Qué? —murmuró Villano con un ligero temblor en el ojo.
—Que ha dicho: «Los dinosaurios son las criaturas más fabulosas del mundo», pero no «son», sino que «eran». Porque ya no están. Se extinguieron hace millones de años, ¿recuerda?
—¿Qué? —repitió Villano, bizqueando un poco.
—Pues eso, que eran, no son. Porque ya no están. A no ser que, como Mayden, considere que un dinosaurio es un camión de la basura.
—¡Oye! —protestó Mayden—, que quien lo ha confundido eres tú.
—Bueno, los dos. Uno ha confundido el sonido y el otro, el aspecto. Era empate, ¿no?
Mayden asintió.
—Vale, empate.
Villano ya se había marchado a la cocina para prepararse una tila. Laika y Arquímedes se habían refugiado en la habitación. Si hubieran podido hablar, seguramente habrían dicho algo parecido a: «Hoy parece que habéis desayunado lengua».
Y sí, aquel día, tanto Mayden como Natalia estaban muy habladores. Después de todas sus aventuras en Maytalia y la comida, echaban de menos hacer algo tan cotidiano como hablar. Y pelearse un poco.
De hecho, aquella anécdota con el T. rex que en realidad era un camión de basura inspiró a Mayden para explicar que los dinosaurios habían vivido mucho más tiempo que los humanos.
—Natalia, enciende la cámara, que voy a grabar un vídeo explicando lo de las eras geológicas.
—¿Lo qué?
—Ahora lo verás. Dale a grabar.
—Grabando.

—¡Hola, chicos! Imaginad que todo el tiempo transcurrido hasta ahora desde que existe la Tierra lo reducimos a un año, a 365 días. La Tierra tiene 4.540 millones de años, pero eso es muchísimo tiempo, no se puede imaginar fácilmente. Sin embargo, imaginar un día es muy fácil, ¿verdad? Vale, pues imaginemos un año. Un año que equivale a 4.540 millones de años.
—Qué día tan largo —añadió Natalia fuera de cámara.
—Y más largo se hará si me interrumpes —le reprochó Mayden, tomando una pizarra y trazando una línea horizontal que simbolizaba un año de tiempo. A continuación, a lo largo de aquella línea, situó doce puntos que eran los doce meses del año.
—En enero, concretamente el 1 de enero, está el origen de la Tierra —continuó explicando mientras repasaba el punto con rotulador—. En febrero, surgieron los océanos a partir del vapor de agua que salía de la corteza terrestre. En marzo, aparecieron las primeras bacterias. Hasta septiembre no aparecerían las primeras algas. Y en octubre y noviembre, los primeros peces. El 12 de diciembre nacieron los dinosaurios. El 26 de diciembre, desaparecieron los dinosaurios porque cayó un gran meteorito. En total, los dinosaurios vivieron catorce días. Dos semanas. Parece poco, ¿verdad? Pues ahora mirad lo que ha vivido el ser humano. El primer homínido, el australopiteco, nació el 31 de diciembre, el último día de este año que tiene 4.540 millones de años, a eso de las 21:00. El Homo sapiens, el ser humano moderno, aparecería el mismo 31 de diciembre, pero a las 23:30. Es decir, que nosotros llevamos apenas media hora vivos en la historia de la Tierra. Los dinosaurios vivieron dos semanas. Nosotros una media hora.

—¿Y las uvas cuándo se comen? —preguntó Natalia con tono burlón.
—Ya lo sabes, los doce últimos segundos del 31 de diciembre —refunfuñó Mayden.
—Pues me ha entrado hambre.
—Es hablar de comida y te entra.

—Sí, es automático. Como a ti te pasa con los dinosaurios: es hablar de ellos y te entran ganas de verlos.
—Muy graciosa, pero sí, es lo que me pasa. ¿Es que no te parece increíble? Estamos hablando de unas criaturas gigantescas que vivieron muchísimo más tiempo que los seres humanos.
—«Jurassic World existe para recordarnos lo pequeños que somos. Cuán recientes. Eso no tiene precio» —recitó Natalia.
—¿Qué?
—Es de la peli Jurassic World. ¿No la has visto?
—Ah, sí, sí, es la cuarta entrega de la saga, pero prefiero la primera, Parque Jurásico. Anda que no molaba el doctor Ian Malcolm. Buf, me está entrando otra vez el «picorcito» de viajar al pasado y ver a los dinosaurios. Qué rabia tener una máquina del tiempo y no poder usarla.
—La podemos usar —matizó Natalia—, pero no para hacer turismo.
Justo en ese momento, sonó el timbre de la puerta. Una, dos y tres veces. ¿Quién estaría tocándolo con tanta insistencia?
—¡Ya voy yo! —gritó Villano desde la cocina, que se encaminó rápidamente hasta la entrada mientras sostenía su tila humeante.
