CAPÍTULO 3
Ni fu ni fa
Alex Saab Morán nació en Barranquilla el 21 de diciembre de 1971. Vivió su infancia y juventud en esta ciudad, que al igual que otras del país azotada por el narcotráfico, tenía una cara de mostrar y otra para el disimulo. Del lado orgulloso, las chimeneas de cervecerías tradicionales humeando noche y día, el sonido cacofónico de las fábricas de textiles de “los turcos” y la algarabía de etiqueta de clubes sociales de primera categoría. Del lado oscuro, las balaceras entre clanes de indígenas guajiros por el control de la marihuana, las mansiones ostentosas de los narcos, sus hoteles, fincas, automóviles de lujo y las parrandas de Old Parr all you can drink.1
Los jóvenes se movían en esos dos mundos sin complicarse. Hijos e hijas de traquetos y de empresarios millonarios del Country Club socializaban en las rumbas sabatinas de la discoteca Lime Light o en los recreos de los colegios privados. Barranquilla no sufría como otras ciudades del país la atroz oleada de violencia de los narcotraficantes de esos tiempos contra la población civil o la Policía. La persecución policial de los narcos parecía cosa de cachacos (gente del interior). Los bloques de búsqueda daban golpes certeros en Medellín y Cali, pero en Barranquilla los narcos no tenían a quien temerle. Aun así, la fragilidad de la frontera entre el trasiego de drogas y los negocios tradicionales quedaba expuesta cada vez que la sociedad barranquillera se enteraba en clave de murmullo que un respetado empresario de la ciudad había sido acusado en Miami por narcotráfico o lavado de dinero. Rumores ciertos que pocas veces se convertían en noticias de la prensa local.
En esa Barranquilla creció Alex Saab. Estudió primaria y bachillerato en el Colegio Alemán, fundado en 1912 por inmigrantes ale-manes. Estaba situado en el barrio Riomar en medio de un hervidero de hormonas; al frente el Liceo Cervantes, muy cerca La Enseñanza, donde Shakira estudiaba primaria; a pocas cuadras el Saint Mary School y el Nuestra Señora de Lourdes. El alemán, como pocos en la ciudad, era mixto y no requería uniforme. Promovía la libertad individual y el libre pensamiento. Tampoco imponía código de vestimenta ni cortes de pelo. De las pocas cosas expresamente prohibidas estaba perseguir a las iguanas que retozaban en sus patios. Justamente una iguana con colores de la bandera alemana es el símbolo del colegio y el nombre de la publicación de las actividades estudiantiles. No todas las clases se impartían en alemán. Solo dos horas al día.
Una estudiante del colegio a quien le gustaba Saab lo recuerda como un “pelado medio chacho” (guapetón), simpático, muy consciente de su éxito con las estudiantes de secundaria. Se vestía con lo último de la moda casual, camisas de manga corta a las que le hacía dobladillo en el borde, y generalmente jeans holgados de Ocean Pacific. “Llevaba un corte de paje. Era atractivo sin ser buen mozo, tenía unos ojos árabes penetrantes y lo más importante es que era audaz, perseverante, no se rendía ante el primer rechazo de un beso”, explicó la exalumna a quien Saab terminó besando.
Llegaba al colegio con su hermano Amir en un automóvil con vidrios polarizados que estaban de moda, lo cual les daba a ambos otra ventaja entre las peladas. Tener carro en bachillerato era un privilegio, explicable en el caso de los Saab por ser los hijos ricos del dueño de la próspera fábrica de Textiles Saab. El aviso del gran galpón de la fábrica no se lo podía perder el visitante al salir del Aeropuerto Ernesto Cortissoz. Ahí sobresalía la enorme sede del negocio de producción de confecciones y toallas que fundó su padre.
A Saab no se le conocía en el colegio ni entre sus amigos por su afición a la lectura o por algún hobby en especial, ni se destacó en ningún deporte. Opciones no le faltaron. El Colegio Alemán se conoce por la promoción de la cultura, la educación física y la música clásica. Tiene una orquesta filarmónica juvenil que interpreta los éxitos de Joe Arroyo con violines, vientos de madera, metal y percusión.
La constancia para conquistar mujeres parecía costumbre familiar. En uno de los intercambios de colegios alemanes del país que se celebró en Barranquilla, Amir, el hermano de Alex, se enamoró de una muchacha de Medellín. Ambos persiguieron el autobús en el que la joven regresaba a su ciudad. En el trayecto Amir le gritaba como loco desde la ventana, “Paty te amo, Paty te amo”. Luego la visitó en Medellín, y a pesar de que el muchacho tenía solo dieciocho años, le propuso matrimonio. Ella se asustó y lo despidió, recordó una exalumna del colegio. Amir se casó después con una muchacha de Barranquilla que había tenido un hijo siendo adolescente.
Un amigo suyo me contó que Saab en algún momento al final del bachillerato o recién graduado, pasó una temporada con su hermano en Alemania donde se contagió del espíritu libertario de la juventud del país recién integrado y “que allá se volvió extrovertido y se dejó crecer el pelo, o sea que él allá se sentía libre”. En Alemania los hermanos se enteraron de nuevas tecnologías de la industria textil que pusieron en práctica en la fábrica de toallas de su papá. “Llegaron a innovar la fábrica con unas máquinas traídas de Alemania, mucho más veloces”, agregó la fuente. Todo esto para enfrentar la feroz competencia de Industrias Cannon, otra fábrica textil de Barranquilla de proyección internacional.
La década del ochenta fue terrible para los colombianos. La violencia del narcotráfico y la guerrilla causó estragos de los que aún hoy el país no se recupera. Los desastres naturales también se unieron a la racha. El asalto al Palacio de Justicia, la avalancha de Armero, la voladura del avión de Avianca, el terremoto de Popayán, masacres del paramilitarismo a civiles inocentes, ataques sanguinarios de la guerrilla, el asesinato de candidatos presidenciales, periodistas, magistrados y activistas de izquierda, son parte de ese almanaque fatal.
“¿Cree usted que los próximos diez años van a ser mejores o peores que los que acaban de pasar?”, preguntaba una encuesta de la revista Semana en diciembre de 1989. Un 60,2 % respondió que serían peores. La cifra contrastaba con las buenas notas que le dieron a su felicidad los miles de encuestados. Los estratos medios la calificaron con cuatro sobre cinco y en los niveles sociales de menores ingresos con un 3,8. La Iglesia, las Fuerzas Armadas y los medios de comunicación encabezaban las instituciones en las que más confiaban los colombianos; un 70 % se oponía a la legalización de las drogas, pero un 64,3 apoyaba perdonar a los narcotraficantes si se retiraban del negocio. Consideraban que el premio Nobel Gabriel García Márquez era el colombiano más importante de la década, seguido por el político Luis Carlos Galán y el científico Manuel Elkin Patarroyo. En el deporte ganaba en popularidad el ciclista Lucho Herrera, a una buena distancia del arquero de la selección René Higuita y del delantero Carlos “el Pibe” Valderrama.
Saab se matriculó en la Facultad de Administración de Empresas de la Universidad del Norte, en Barranquilla, la preferida de los jóvenes acomodados de la sociedad que no querían estudiar en el exterior. “Un pelado bollón [engreído], bien parado, de buena posición y las peladitas de esa época se derretían por él”, comentó un egresado de la universidad que lo conoció. “Era básicamente un recochero, un tipo buena gente, de una familia decente”, agregó un excompañero de grupo. “No era ni fu ni fa. Era un rebuscador, eso es lo que le gustaba, era el negocio, no el estudio. Buena gente. No se metía con nadie”.
Para entender la cultura de la juventud local de la época no hay que perder de vista que durante generaciones la sociedad barranquillera ha profesado un profundo y extraño afecto por Miami. En la época que nos ocupa, años ochenta, muchos de los jóvenes de la clase alta de Barranquilla visitaban con más frecuencia el Bal Harbor Shops de Miami que Unicentro de Bogotá. Saab también tenía a Miami en sus planes a mediano plazo. Cuando estudiaba Administración de Empresas se enamoró perdidamente de una atractiva estudiante de Derecho, “una pelada que resaltaba también mucho por su figura y porte, también del mismo círculo social y por ese entonces hija del alcalde de la ciudad”, según el exalumno de la universidad que también la conoció. Se refiere a Cynthia Eugenia Certain Ospina, la hija del arquitecto Gustavo Emilio Certain Duncan, que en efecto fue alcalde de Barranquilla de 1989 a 1990, respaldado por una coalición de caciques locales entre quienes se encontraban Jorge Gerlein y José Name Terán, los amos políticos del departamento. Cindy, como le dicen sus amigos, estudió en los mejores colegios de la ciudad, el Mary Mount y el Karl Parrish. “Es una familia muy culta, muy educada, muy decente”, señala un amigo de los Certain.
La joven no ocultaba la fortuna familiar. Llegaba al colegio en un Mercedes Benz que le había regalado su papá el día de sus quince adornado con un moño gigantesco sobre el techo. Durante su juventud se había aficionado a la cultura árabe y casi todos sus pretendientes fueron ‘turcos’, como se les llama erróneamente en el Caribe a las familias inmigrantes del Líbano, Siria y Palestina. El error del gentilicio es además injusto pues muchos de los árabes salían de sus países huyendo del imperio turco. “La expresión turcos, de todos modos, no tenía una intención peyorativa, sino que obedecía a una realidad muy simple: los recién llegados eran parte del imperio otomano, y su único documento era su pasaporte turco”, explicó Roberto Llano Rodado, quien fue corresponsal de El Tiempo en Barranquilla.2
Después de cuatro años de noviazgo, Cynthia y Alex se casaron. Fue una boda espectacular en el Country Club aunque precedida del concierto de chismes de parroquianos que pensaban que los novios tenían religiones incompatibles. A Cynthia no le importó porque estaba encantada con la cultura árabe y enamorada del más “bollo” de los hermanos Saab. La pareja abandonó sus estudios cuando él no había terminado el tercer año de Administración de Empresas.
El sueño incumplido
Alex soñaba con ser un magnate en Miami. En julio de 1995 registró en Florida la firma Saab Company Inc.3 con la idea de abrir el mercado internacional de la fábrica de toallas de la familia. Montó oficina en Brickell, el distrito financiero de Miami, planeaba constituir otra firma en Nueva York y contrató a un abogado para tramitar su visa de inversionista mientras usaba la de turismo. La pareja se estableció temporalmente en una casa del barrio Kendall, al suroeste de Miami, que el padre y la madre de Cindy, Juliana Isabel, habían comprado en 1981.4 Cynthia estudiaba idiomas en el Miami Dade Community College.
Todo andaba sobre ruedas hasta que los planes se descarrilaron repentinamente en 1997, cuando Saab se presentó a renovar el visado de turista en el consulado de Bogotá. La embajada anuló las visas de él y su esposa sin dar explicaciones. A los pocos días el matrimonio recibió una carta informando que el visado había sido cancelado por sospechas de narcotráfico y lavado de dinero. Fue un golpe muy duro para Saab y toda su familia. Días antes, en Barranquilla corría una versión que parecía explicar la decisión de la embajada: la Policía había encontrado cocaína en unas cajas de toallas de la empresa de los Saab cuando iban a ser enviadas al exterior. “El cuento se regó por toda Barranquilla”, recuerda una chismosa de la ciudad.
En 2018, después de una larga búsqueda, encontré a Richard Hawkins, el cónsul que firmó la carta de anulación de la visa de Alex Saab. Lo llamé a su casa en Nuevo México donde disfruta plácidamente del retiro.5 Con voz de locutor, el exdiplomático de 75 años no me dejó terminar la descripción del episodio de las toallas para decirme que lo recordaba porque había sido el encargado del “portafolio de narcotráfico” en Colombia entre 1996 y 1998. No tenía presente cómo se había enterado del incidente con las cajas de exportación, pero me dio un detalle desconocido: que la cocaína había sido esparcida sobre las toallas en forma de solución líquida. Un hombre, quizás Alex Saab, que se presentó para dar explicaciones, le dijo al cónsul que todo había sido una confusión, un malentendido, pero Hawkins se mantuvo en la decisión, me dijo. La esposa de Saab intentó de nuevo, según otra fuente, pero el funcionario que la atendió le puso como condición que entregara información sobre el caso. Certain no tenía nada que ofrecer.
Saab no pudo volver a Estados Unidos. En marzo de 2016, casi veinte años después del incidente, la embajada estadounidense en Colombia rechazó una solicitud de visa a dos de sus tres hijos. En el formulario de reprobación el cónsul señaló una disposición que justifica la decisión si el solicitante “obtuvo un beneficio financiero o de otro tipo proveniente de actividad ilícita” y sabía que tal beneficio no era legal.
Don Luis Saab, el padre de Alex, me envió su versión a través de la periodista Betty Peláez. Él cree que este episodio no tuvo nada que ver con el retiro de la visa de su hijo, aunque acepta que ocurrió. Según su versión, en Puerto Colombia estaban listos unos contenedores con la lencería para exportación, pero alguien les plantó unos cuantos kilos de droga “para dañarles el negocio y la reputación”. “La envidia por ser trabajadores y prósperos era cada vez más grande y este fue uno de varios intentos de sacarlos del mercado. La Policía ya lo conocía y le avisaron lo que estaba sucediendo, dándose cuenta de que eso fue todo un complot para sacarlos del camino”. Por otras fuentes me enteré de que los Saab comentaban con sus amigos que la droga fue sembrada en el cargamento por una familia judía con quien el padre de Saab mantenía una agria relación. “Ellos fueron y les dijeron a los gringos, mira esta gente está haciendo esto”, recordó una persona directamente conocedora del episodio. “Desde antes la relación de los judíos con el papá de Alex era muy mala, un día se iban a dar tiros”, agregó.
Ninguno de los Saab fue acusado judicialmente por el caso de las toallas.
Sin título académico, con el primogénito recién nacido, Saab montó una modesta empresa de venta de publicidad que fabricaba llaveros de promoción empresarial. A mediados de 2002, constituyó Jacadí de Colombia Limitada6 con la que empezó a confeccionar uniformes de trabajo, camisetas estampadas y ropa de vestir. Entre sus clientes estaban los supermercados Vivero y las estaciones Esso, y existen registros de exportación de sus productos. Saab sostiene que su exitoso espíritu empresarial comenzó desde adolescente.
“A los 18 años creé mi propia marca de ropa y tras cumplir los 20 dejé un negocio familiar que contaba con 2.000 trabajadores directos y 10.000 indirectos”, escribió desde Cabo Verde.7 Según él, la empresa producía más de doce millones de prendas al año y exportaba a veinte países. De ser cierto, un éxito empresarial de esta magnitud en solo dos años de existencia de la compañía, no tendría antecedentes en Colombia. Un comerciante que tenía una casa de cambio en la ciudad me dio una descripción menos boyante. “Es cierto que Saab y sus hermanos eran muy buenos trabajadores, para qué, y Alex era un tipo muy buena persona, pero a veces yo tenía que hacerle adelantos para que pagaran la nómina”.
Otra fuente de la época recordó que varias veces los Saab tenían que “correr bases” cuando se acercaba el pago del personal. En una ocasión, agregó, tuvieron que acudir a un extraño vendedor ambulante que se apostaba a la entrada de la fábrica. El hombre, además de vender chicles, cigarrillos al menudeo y galguerías, prestaba dinero a los empleados alcanzados con intereses de agiotista. La fuente recuerda que cuando Alex Saab le pidió que llevara a la oficina al vendedor, pensaba que estaba bromeando en medio de su afán por cumplir con los obreros.
“Pero era verdad, me decía que sí, que era en serio, y fui y llamé al hombre y negociaron”.
En esos años Saab y Certain vivían en el edificio Bellagio de Barranquilla, una construcción de veinticuatro pisos en una zona de estrato cinco y seis. Para los estándares de la ciudad, llevaban una vida social poco agitada. “Ambos tenían una personalidad reservada, no eran muy sociables y su hogar era muy hermético. Ellos no eran de los que estaban en fiestas”, comentó una amiga de juventud de la pareja.
La rutina de Saab entonces no tenía sobresaltos: salía en su BMW negro a las cinco de la mañana de su casa a su fábrica, luego regresaba a llevar a los niños al colegio. Su segundo hijo Isham Ali nació en 1999. Después se iba a trabajar a la fábrica del padre y a la una y media recogía a los niños. Decía que no había un momento más “invaluable” del día que la conversación con sus hijos en esos recorridos. “A las seis de la tarde ya tenía la pijama puesta, no le gustaba tomar”, me dijo un amigo suyo. Cuando le pregunté por la afición más importante de Saab me respondió que ser padre. Para él estaban primero los hijos, luego el papá y al final la esposa. “Es obsesionado con los hijos, si él pudiera amamantarlos lo haría, él los cambiaba, los peinaba, les armaba la lonchera y él era siempre el primero en llegar a todas las celebraciones del colegio de los pelaos y las esposas nos decían ¿te das cuenta que Alex si llegó a tiempo? Mierda, se tiraba la plaza”.
Una persona que trabajó para el matrimonio en esa época, años 2001, 2002, recuerda que la vida de Saab giraba en torno a la fábrica. Como gerente comercial trabajaba duro todos los días de la semana junto a su papá y su hermano con quienes hablaba en árabe libanés. Mientras tanto, Certain estaba al cuidado del primogénito Shadi Naín de no más de un año. A medida que crecían los niños, Certain debió asumir un rol de madre estricta que imponía orden y autoridad ante las alcahueterías de Saab. A ella la recuerdan como una joven atractiva que usaba minifaldas espectaculares, muy consciente de su belleza y de su clase social.
Casa y quiebra
Saab salió adelante en el negocio textil cuando ya tenía más de 35 años. Según él, lo combinó con inversiones en el sector de la construcción. Dice que llegó a construir mil apartamentos “de forma privada y sin subsidios ni ayuda del gobierno”. He consultado con varias personas cercanas al empresario que me han dicho que no recuerdan una actividad tan prolífica en este sector. En 2007, sus ingresos le permitieron echar los cimientos de una casa de 15.000 pies cuadrados en una exclusiva zona a las afueras de Barranquilla conocida como Lagos de Caujaral. En planos tenía seis habitaciones, un cuarto principal y dos de huéspedes, además de un sótano con spa y teatrino. “Era un tipo bastante seco, excéntrico y raro para mí, pero muy retraído”, recuerda alguien que lo conoció en esta época.
Gustavo Certain, el padre de Cindy, ejecutó los planos diseñados por el costoso arquitecto de moda Virgilio Sierra. Cindy insistió en que su walking closet debería ser lo suficientemente amplio como para contener su colección de más de doscientos pares de zapatos y unas quinientas carteras. Saab se cercioró de que los arquitectos reservaran un espacio para construir un helipuerto donde pensaba aterrizar un minihelicóptero que tenía en su lista de caprichos.
Algo empezó a salir mal en los negocios de Saab. ¿Había invertido en exportaciones a Venezuela y no recibía los pagos? ¿Se cayeron las ventas de la fábrica por la crisis mundial de las hipotecas? ¿Había crecido demasiado rápido? ¿Todas las anteriores? Estos interrogantes daban pie a sesiones enteras de chismes del Country Club de Barranquilla. Las bases de datos judiciales de Colombia contaban una historia más objetiva y alarmante. A finales de 2009 y principios del año siguiente Saab, su esposa y Shatex, la empresa familiar gerenciada por él, empezaron a recibir citaciones de juzgados de circuito de Barranquilla por procesos ejecutivos. Bancolombia, Fiduciaria del Valle, Banco Davivienda, Leasing de Occidente y Cooperativa de Ahorro y Crédito Santander perseguían lo que estuviera al alcance del patrimonio del empresario.8
Los bancos embargaron el lote y la casa en obra negra. Las tarjetas de crédito fueron canceladas y sus titulares notificados a la despiadada lista de deudores morosos de Datacrédito. Los Saab tuvieron que mudarse a un apartamento alquilado en el edificio San Ángelo, donde vivía el hermano de Alex. Para pagar parte de los gastos mínimos, Certain debió empezar a vender una deliciosa torta de chocolate preparada por ella y que ya había hecho famosa en los cumpleaños de sus amigos. La torta Cindy, le decían. En medio de esa crisis, el comerciante de Barranquilla Reinaldo Slebi le dijo a Saab que le presentaría a un amigo a quien le estaba yendo muy bien en Venezuela. Un tal Álvaro Pulido.
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1 Este capítulo sobre la vida de Alex Saab está basado en entrevistas con una docena de personas que lo conocieron en su juventud y madurez.
2 “Más de un siglo de árabes en el trópico”, Roberto Llanos Rodado, 18 de noviembre de 2004, El Tiempo edición digital.
3 División de Corporaciones de Florida, Saab Company Inc, constituida el 21 de julio de 1995, inactiva desde el 23 agosto de 1996. Director: Alex Saab.
4 Miami-Dade Clerk of the Courts, base de datos de escrituras de propiedades en el condado de Miami-Dade.
5 Entrevista telefónica realizada el 15 de julio de 2018.
6 Registro Cámara de Comercio de Colombia. Fecha de matrícula: 16/01/2003. En liquidación. Último gerente: Gastón Urueta Ariza. Reemplazó a Julio César Ruiz Maestre quien renunció en enero de 2012.
7 Noticias Aldía, 10 de agosto de 2020. Edición digital.
8 Casos citados por la base de datos de procesos de la rama judicial de Colombia, Consulta de Procesos Nacional Unificada (CPNU).