CAPÍTULO 2
Palabra de honor

En una sala de interceptaciones de la Policía de Colombia en Bogotá, un patrullero investigador escuchaba atento la conversación telefónica entre un hermano de Alex Saab y una administradora de confianza del empresario en Barranquilla.1 La joven resolvía las tareas domésticas más dispares de Saab y su familia, desde la limpieza de los filtros del jacuzzi hidromasaje de su mansión hasta el envío de generosas mesadas para su exesposa en París. A esa hora, 7:33 p. m. del 27 de junio de 2016, Karen Junco, además de las labores que demandaba su cargo, tenía que prestar atención a las tristes reminiscencias familiares que le contaba por celular Amir Luis, el hermano de Alex. Amir se quejaba de que hacía muchos años su papá había sido injustamente involucrado en un escándalo de unos auxilios enviados desde Colombia al Líbano, su país natal. De la síntesis desordenada de la llamada, escrita por el patrullero Eddie Pinto, se puede inferir que el padre de Alex Saab, Luis Amir Saab Rada, había despachado al Líbano artículos de primera necesidad, pero en los periódicos colombianos se publicó que estaba patrocinando la guerra. El policía escribió que Amir Luis defendió a su papá diciendo que “nunca enviaba armas para ya (sic) para la guerra”… “Que una vez envió un camión lleno de comida y a ese camión le pusieron una bandera de Colombia y lo acusaron de patrocinar la guerra en ese sitio, lo sacaron en todos los periódicos de Colombia”, agregó el patrullero.

A través de la periodista colombiana Betty Peláez,2 quien manejó las relaciones públicas de don Luis, como le dicen sus allegados al padre de Alex, le envié un cuestionario al señor pidiéndole precisión sobre este incidente y otras anécdotas. Peláez me dijo que guarda decenas de notas de entrevistas con la idea de escribir su biografía. Son historias que don Luis cuenta con agitación y que casi siempre remata con la expresión “palabra de honor”. El padre de Alex respondió que fue víctima de una infamia del periódico que publicó el envío de armas a mediados de los noventa. Lo que ocurrió, dijo, es que ante las apremiantes necesidades de sus paisanos en el Líbano recogió entre sus amigos en Colombia ropas, zapatos y otros artículos no perecederos que en efecto cubrió con la bandera de Colombia y despachó en un contenedor. Por esa razón, comentó, fue “perseguido y atacado por la prensa diciendo que era el jefe de Septiembre Negro y que estaba enviando armas”. Septiembre Negro fue una organización palestina terrorista que secuestró once atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972.

“Realmente yo no envié ningunas armas, yo lo que envié fue dinero, dinero para ayudar a los pobres, a los más necesitados. Yo cómo voy a patrocinar la guerra si salí huyendo por lo mismo. ¡Esos periodistas de mierda son unos brutos! Yo no gusto de periodistas, son unos hijos de… Hay muy pocas excepciones”. Don Luis le explicó a la periodista que gracias a sus buenas relaciones con la Policía colombiana, “el general de turno quien le conocía ampliamente, lo apoyó desmintiendo lo escrito como falsas noticias”. Aunque no encaja cronológicamente, don Luis vincula ese incidente con otro que ocurrió antes de que se formara Septiembre Negro. Él dice que en 1963 envió una donación desde Miami al presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser Hussein, en solidaridad con su pueblo por los bombardeos de Israel. Nasser le respondió con una carta de su puño y letra agradeciendo la donación, un gesto que marcó su vida. A raíz de la publicación del supuesto envío de armas, don Luis recuerda emocionado las expresiones de solidaridad de amigos de la comunidad libanesa, que le entregaron cheques en blanco para su defensa legal contra los medios.

No explica el patrullero en su informe de interceptación cómo se fueron entrelazando las historias de malquerencias que contaba el hermano de Alex Saab durante la llamada. Lo cierto es que la siguiente se sitúa en la Embajada de Estados Unidos en Bogotá, a donde el padre de los Saab se había presentado a sacar una visa. El cónsul que lo atendió, escribió Pinto, “le dijo que le daba la visa pero que se uniera con ellos” y para cumplir con esa condición “tenía que decirle quiénes eran sus paisanos que envían droga a Estados Unidos”. Saab enfureció y le respondió al cónsul “que lo respetara, que él no sabe nada, que agradeciera que estaba en la casa del cónsul, que si estuviera en la calle lo mataba”. El diplomático “se enojó y lo echó”. A la semana siguiente, agrega el relato, el cónsul le envió la visa con un capitán de Avianca. En el año 2004, Saab padre solicitó la renovación de la visa y cuando llegó a retirarla, lo entrevistó un agente de la DEA. “Le dice que si enviaba droga, Luis dice que [los colombianos] hacen la droga y a los gringos les gusta la droga, y en ese momento le negaron la visa; que otro día fue con Amir, el hermano mayor de Alex y tuvo un altercado [en Panamá] porque los revisaron porque eran colombianos”.

Consultado sobre la discusión con el cónsul, don Luis agregó nuevos detalles. Explicó que hizo los papeles para presentar una solicitud de renovación de visa con el fin de visitar a sus hermanos en Estados Unidos. En la entrevista todo iba bien hasta que el cónsul, “después de muchas y muchas preguntas”, lo invitó a pasar a un espacio aparte para hablar con él en privado. El cónsul le preguntó que si estaba dispuesto a colaborar con la ley. Don Luis le contestó que claro, claro que sí. “Bueno, necesitamos que usted sea un informante, que nos mantenga al tanto de cualquier asunto sospechoso que suceda a su rededor, con sus amigos, todo, todo lo que sepa”. Ahí sí que cambió todo. Luis, asombrado le respondió: “¿Y por qué yo? Si yo no vivo allá, solo voy de vacaciones a visitar a mis hermanos y me regreso a mi Colombia”. El cónsul insistió y le dijo que en Maicao había muchos paisanos lavadores de dólares, que él podía suministrar sus nombres; si no aceptaba, le negaría la visa. Ante esta situación, Luis se puso de pie, lo miró a los ojos y le dijo: “¡Pues no me la dé! Y si ustedes saben dónde están, pues vayan y cójanlos ustedes. Yo no estoy para esto, y el cónsul le rayó su pasaporte”. La periodista agregó que esta es una de las razones por la que se le considera antiamericano. “¡Mencionarme viajar a Estados Unidos es peor que mentarme la madre!”, dijo.

El patrullero Pinto tenía la misión oficial de analizar las comunicaciones telefónicas de la familia Saab de Barranquilla. Buscaba indicios de lavado de activos, exportaciones ficticias y vínculos con Hezbollah, el partido político chiita islamista del Líbano que Estados Unidos mantiene en su lista de organizaciones terroristas, pero que muchos árabes consideran el único detente del sionismo en la región. La glorificación del partido es parte del repertorio de poesías y canciones compuestas por don Luis. “Arriba Hezbollah, milicia de valientes, libertadores que luchan contra el mal, que importa aviones, buques, tanques, frente a un pueblo convencido y cabal. ¡Palestina, la reina de oriente, maravilla para siempre tú serás, tú que vives y reinas en la mente, no se afligen, que pronto apsurala llegará!”.

En la misma charla interceptada, el hermano de Alex le explicó a Junco que el Líbano está dividido en veintitrés ‘tribus’ (expresión usada por el patrullero en su síntesis) y que su familia pertenecía a la mejor porque “su ideal es la justicia y el amor”. Según el relato, el padre de Saab vivía en aldeas en las que se hablaba árabe e inglés mientras que en otras usaban árabe y francés. “Él quería hablar inglés y cogió un burro para irse a la otra aldea para hablar inglés, pero antes escuchó a los de su aldea decir que los niños hagan una fila y a todos los compañeros del colegio los fusilaron”.

En palabras de don Luis, este es el relato de esa tragedia que los consternó por el resto de su vida: “En ese mes de agosto era mes de higo, y yo veo siete u ocho niñitas, niñitos bajando ahí, con una canastica a la frontera, porque ellos no tenían del lado libanés árboles, pensaron que del lado palestino estaba abandonado, que no había nadie, entonces, podían traer un poco de higos. Yo cuando los vi dije mierda, los van a matar, palabra de honor, no alcanzaron a pisar… y tatata y venía una de las niñitas de siete u ocho años y de la pierna de ella, aquí fuiiiishhh… y la sangre hacia asiií… fuiiissshh; nunca jamás se me puede olvidar… sonaba. El mayor de los niñitos se paró y alzó la mano, tenía once años y llegó un hijo de puta y sacó un revólver y le pegó un tiro en la frente y el niño cuando cayó en el piso el hombre vio que nosotros estábamos del lado libanés y gritó ¡Ehhhh, salgan de aquí! Y bajó el mayor que era de nosotros de edad, y le dijo, vaya y encierre todo. Mi hermano le dijo, de pronto está vivo, de pronto está vivo y el judío le dijo yo no soy médico, a mí no me interesa. ¡Sácalo de aquí! Mi hermano lo tocó y vio que estaba muerto con el tiro en la frente y le dijo ¿por qué lo mataste? Es un niño palestino que bajó por un poquito de higo. Y que le contestó ¡hoy niño, mañana hombre! Y no diga Palestina, diga Israel si no quiere que le haga lo mismo. El niño fue levantado en brazos y lo trajo a unos cuantos metros de la frontera de este lado, mierda, y llegó la mamá y se tiró sobre ese niño. ¿Tú crees que eso se me puede olvidar a mí? Nunca se me va a olvidar. Si lo hubiera leído, tal vez, pero lo viví, lo vi”.

Su nombre original no es Luis. Es Abdul Amir. De apellido Saab Rada. Don Luis se cambió el nombre apenas llegó a Barranquilla alrededor de 1956. A la dueña de la pensión donde pasó sus primeros meses le pareció muy exótico el nombre y el día que lo estaba registrando le dijo que se pusiera Luis. “Mira, ponte Luis que era el nombre de mi exnovio”, y el joven de dieciocho años obedeció. Con ese nombre se hizo ciudadano colombiano. Había salido del Líbano porque sabía que podía terminar bajo el fuego del que fue testigo. Su carácter rebelde desde pequeño no ayudaba. Tampoco que sus amigos lo vieran como un líder. Ante su mirada impotente, desde la ventana de su casa fue testigo del escenario de muerte y destrucción de los ataques al Líbano. “Nunca jamás me olvidaré del volumen de gente que corría y corría. Mi casa en el Líbano se llenó por todos lados, en el patio, en la casa, no cabían. Llegaban a mi casa para buscar refugio, buscaban refugio para tener dónde dormir”.

Al cumplir dieciocho empezó a estudiar los países sudamericanos y decidió que se iría a Colombia porque allí estaba todo por hacer. Su padre, Naín Saab, un próspero agricultor que sembraba tabaco, le dijo que estaba loco. “Qué allá no tenía a nadie, no conocía a nadie, que lo mejor era que se fuera para Estados Unidos donde estaba su hermano mayor y que él le podría ayudar”. Naín, el abuelo de Alex Saab, conocía las penas y los triunfos del inmigrante. Según la leyenda familiar, había viajado a los catorce años a Estados Unidos. A la edad de trabajar se enroló en la fábrica de vehículos Ford en Michigan. Posiblemente se estableció en Detroit o Dearborn, la zona con el mayor número de inmigrantes árabes en Estados Unidos, la mayoría musulmanes chiitas. Entre la década del cuarenta, gran parte de la fuerza laboral de la fábrica estaba compuesta por inmigrantes árabes. Su fundador, Henry Ford, prefería contratar trabajadores del Medio Oriente que afroamericanos, lo que siempre le reprocharon los líderes negros.

Llegada a Colombia

Cuenta don Luis que un mediodía que su padre estaba orando sobre una estera en uno de los corredores de la fábrica, un ejecutivo se detuvo a observarlo absorto por su devoción y lo invitó a su oficina para que terminara allí el salat. Al llegar al despacho del ejecutivo se enteró de que era Henry Ford. El magnate le tomó aprecio y lo nombró jefe de producción, según la historia familiar. La anécdota del padre y su relación con Ford, contada por don Luis, no llegó a las biografías más conocidas del personaje de la industria automotriz.

Don Luis recuerda que se plantó ante su padre y le insistió: “No iré a Estados Unidos, iré a Colombia”. Su papá le respondió: “Te veré regresar con el rabo entre las piernas, humillado y avergonzado. Lo único que te puedo dar son cincuenta dólares, tu verás cómo vas y cómo regresas”. Me cuenta Peláez que con esa frase Abdul dio por entendido que había conseguido el permiso y se acercó a su abuela y demás familiares y “les pidió la bendición prometiendo que regresaría, pero no avergonzado, sino a buscarlos”. Sus cuatro hermanos terminaron trabajando en Estados Unidos, Ali, el mayor; Mohamed, Hassan, ya fallecidos; y Youseff, el menor que murió en 2020.

Con los cincuenta dólares en el bolsillo y en compañía de un primo y cinco amigos que contaban con el permiso de sus padres porque confiaban en el joven líder, “si Abdul va, ustedes también van”, tomó un buque que recaló en un puerto venezolano después de veintisiete días de travesía. Uno de sus compañeros de viaje trató de convencerlo de quedarse en Venezuela, pero el joven insistió en su destino: Cartagena. “Sin saber hablar ni una palabra de español, buscando y buscando, se encontraron con paisanos que le brindaron información y hospedaje advirtiéndole, «No te quedes en Cartagena, vete a Barranquilla, allá es donde se mueve el comercio»”, relata Peláez. Solo le quedaban treinta dólares. Tomó un camión de carga a Barranquilla donde se hacinó con sus acompañantes en una estrecha habitación de una pensión. Un paisano le enseñó palabras básicas y de combate. Las vulgaridades las aprendieron en las calles de Barranquilla. Aunque a veces eran involuntarias. Se comía la “n” cuando le decía “apunta” a la casera, y ella le reclamaba porque no era ninguna puta. Un paisano le dio en consignación unas telas que empezó a vender a señas por los barrios y garabateando en papelitos los números recién aprendidos. Uno de los primos que lo acompañó en la travesía se enfermó de una pierna y le rogó que volvieran al Líbano. Luis se negó. Por esos días se presentó una oportunidad que le dio el impulso definitivo a su carrera de comerciante: con su primo reemplazaron a dos empleados enfermos del almacén de telas Pica-Pica. Uno de ellos se hizo cargo de la caja y el otro de las ventas callejeras. “Pasado un tiempo le compran por veinte mil pesos el almacén al paisano pagándolo por cuotas. Tiempo después su primo decide venderle su parte a Luis para via-jar a los Estados Unidos donde años más tarde muere. Luis siguió comprando uno y otros más almacenes ampliando la cadena de negocios”, le relató a Peláez.

A fuerza de negociar telas con las mujeres aprendió a ganarse su compasión con el cuento del inmigrante solitario en busca de afecto, separado de su familia y su país por varios mares. La fórmula dio resultado, según dicen. “¿Qué tiene Luis que siendo el más feo las mujeres lo persiguen?”, se preguntaba un amigo. Se casó con Rosa Morán Aguacha, de familia palestina, pero nacida en la ciudad en 1940. Con ella tuvo a sus hijos Katya, Amir Luis, Alex Naín y Luis Alberto. Y con ella montó una pequeña fábrica de jeans. Él se encargaba de hacer los cortes y ella de coserlos. A los treinta años regresó a su pueblo. Sus abuelos habían fallecido y varios de sus amigos habían caído muertos en las guerras sin fin del país.

“¡Abdul!, ¡Abdul, volviste… ! ¡Inshallah! (aleluya)”, le dijo un profesor del colegio que había mandado a llamar junto con otro a quien recordaba. “La gente colombiana es la mejor del mundo”, le contó de inmediato. Don Luis tiene un gran aprecio por Colombia. Ha compuesto poemas y canciones que exaltan las virtudes de la gente y su geografía. En una entrevista con el periodista de Barranquilla, Sergio García3 le preguntó al reportero: “¿Usted sabe cuántos ríos tiene Colombia?”. García no lo sabía. “¡Mil doscientos ríos!”, exclamó don Luis. “¿Usted sabe la riqueza que eso produce en la tierra?”.

Don Luis relata que montó una pequeña fábrica de toallas con treinta operarias en una casa pequeña bajo el nombre de Textiles Saab. “Al cabo de un tiempo después compraron una manzana completa llegando a tener tres mil operarios en turnos de día y de noche, despachando lencería al mundo entero”, me contó Peláez. Exportaban a Estados Unidos, Canadá y México. Textiles Saab se transformó en un símbolo industrial de Barranquilla. Parte del éxito se lo debía a la confección de las toallas con los símbolos y colores del Junior de Barranquilla, el venerado equipo de fútbol de la ciudad. Después agregaron los motivos de otros clubes. Desde Cabo Verde, donde está preso Alex Saab, resumió estos años diciendo que el éxito de la familia Saab se debe a la suma del duro trabajo de sus padres y después “a los esfuerzos de mis hermanos y yo que decidimos emprender nuestros propios caminos en los negocios”. Alex inicialmente creó Shatex y Jadi, y su hermano Amir la empresa Saafartex. La política de apertura económica del presidente liberal César Gaviria –1990-1994– inundó al país de textiles chinos a precios con los que la industria nacional no podía competir. Varias veces los amigos escucharon decir al viejo Saab que Gaviria mató la industria textil colombiana. Su fábrica quebró.

En la familia Saab se mezclan los dogmas raizales de la religión cristiano-musulmana y el credo de los Testigos de Jehová, la denominación fundada por un pastor estadounidense que dejó su trabajo en la mercería de su padre para promover el regreso al cristianismo primitivo. La madre de Saab y su hermana son activas seguidoras de ese culto. “Nosotros somos cristianos, musulmanes y Testigos de Jehová. Alex y todos mis hijos, desde niños asistieron con su madre al Salón del Reino”, le explicó don Luis al periodista García. La madre de Saab, con una salud muy frágil, no sabe que su hijo está preso. Cuando pregunta por Alex le dicen que no puede viajar por la pandemia y cada vez que los noticieros de televisión anuncian un informe del hijo, alguien cambia el canal.

Policía cívico

Al padre de Alex Saab se le conoce en Barranquilla por haber sido el director casi vitalicio de la Policía Cívica de Mayores. Tiene en gran estima la institución porque nunca olvidará que la primera persona que lo ayudó a su arribo a Colombia fue un policía, como se lo ha contado a los comandantes metropolitanos que han pasado por la ciudad en los últimos veinticinco años. Andaba con poco dinero, solo con un edredón al hombro para la venta y el estómago vacío, cuando el agente le dio de comer. “Eso no lo puede olvidar”, me comentó el general de la Policía Gonzalo Ricardo Londoño Portela,4 que lo conoció en 2016 cuando ocupaba la comandancia de la Policía Metropolitana de Barranquilla. “Don Luis compuso el himno de la Policía Cívica y expresaba constantemente su amor por Colombia, era como poeta, decía ustedes los colombianos lo tienen todo en este país”.

Algunos barranquilleros me expresaron su extrañeza de que altos oficiales de la Policía continuaran como si nada departiendo con el padre de Saab después de que se conocieron públicamente las andanzas de su hijo. Las investigaciones estaban a cargo justamente de la Policía Judicial. La galería de fotos de la página de Facebook de la Policía Cívica5 de la ciudad está colmada de imágenes de altos oficiales al lado de Luis Saab en celebraciones, homenajes, brigadas de salud y alimentación. Las fotos van desde 2015 hasta principios de 2019. Como anoté anteriormente, las primeras interceptaciones de la Policía a los Saab se dieron a principios de junio de 2016. Justo un año después, con motivo de un homenaje al padre de Alex en Barranquilla por sus veinticinco años de vinculación a la institución, asistieron a la celebración altos oficiales de la Policía, incluyendo a Londoño, el entonces comandante de la Metropolitana. Al fondo de una de las fotos de los oficiales invitados se puede ver a Alex Saab. Las relaciones sociales continuaron pese a que en agosto de 2017 la fiscal de Venezuela denunció a Saab y a Pulido como los testaferros de Maduro. En Colombia, Saab ya era investigado por cargos de lavado de dinero, estafa y sospechas de conexiones con Hezbollah.

El general Londoño me explicó que cuando llegaba un nuevo comandante metropolitano a Barranquilla, don Luis Saab era “como parte del inventario” de la Policía regional, admirado por su energía y capacidad de convocatoria en la organización de eventos para la gente más necesitada. El Ejército, agregó, le hacía guiños para que trabajara con ellos también en esas actividades. Londoño me dijo que al menos en su tiempo él no veía un conflicto de intereses en esa relación institucional. “Nunca hablaba de sus hijos y los eventos eran públicos”. Durante el periodo que Londoño estuvo al frente de la Metropolitana de Barranquilla, de enero de 2016 a febrero de 2017, los teléfonos de la familia Saab ya habían sido interceptados por la Dijín, la institución de la que fue director a partir de enero de 2019. Londoño comentó que durante su paso por Barranquilla no sabía de la investigación y que por cuestiones de confidencialidad muchas veces es mejor que ese tipo de información no se comparta. En la foto más reciente de la galería, abril de 2019, aparece el brigadier general Mariano Botero Coy, comandante de la región de la Costa, tomando juramento al padre de Saab para un nuevo periodo como director de la Policía Cívica. El general en retiro Juan Carlos Buitrago, quien investigó la organización de Alex Saab, cree que su padre es ajeno a sus actividades. Según Buitrago, es un “líder social destacado, distanciado de los negocios ilícitos de su hijo. Fue condecorado no solo por la Policía, el Ejército y el Congreso, también por gremios reconocidos del Atlántico”.

En junio de 2020, el empresario octogenario recibió un comunicado de la Policía separándolo de su cargo. Para él fue demoledor porque como se lo dijo a García, había dedicado veintiocho años de su vida a la institución. Cuenta el reportero que el 10 de junio de 2020, “a través de un frío comunicado”, don Luis Saab fue notificado de una resolución de la Unidad de Seguridad Ciudadana de la Policía Nacional destituyéndolo. Dos días después, su hijo Alex fue capturado en Cabo Verde. Tras la detención, don Luis recibió una llamada de Maduro. “El presidente Maduro me llamó para tranquilizarme, me dijo que con su cuerpo diplomático están ayudando a mi hijo. No nos han dejado solos, han demostrado lealtad”, le dijo don Luis a García para luego hacer una cerrada defensa del mandatario venezolano. “Cuando uno crece, empiezan a atacarlo, siempre le tiran piedras a los árboles con frutos. Sabía que la labor de Alex no iba a ser fácil, y quiero que sepa algo, ahora soy promadurista”.

¿Si es tan buen líder Nicolás Maduro, por qué hay tanto desabastecimiento y problemas económicos en Venezuela?, le preguntó García. “Pienso que allí se cometió un error, en vez de enseñarles a pescar les regalaron los pescados. Los venezolanos se acostumbraron a recibir todo”.

Entre sus conocidos, Luis Saab, según palabras de un amigo de la comunidad libanesa, tiene fama de ser “un tipo bonachón que no se aguanta a los Estados Unidos”. En las fiestas le gusta recitar de memoria los extensos poemas del escritor libanés Khalil Gibran. Uno de esos poemas habla de los hijos que “aunque estén contigo, no te pertenecen. Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos. Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellos viven en la casa del mañana, que no puedes visitar, ni siquiera en sueños”. Una amiga de la familia me comentó: “El viejo Saab debe de estar sufriendo mucho. Sus hijos eran pelaos normales, no eran problemáticos ni se metían en peleas o andaban armados. Lo que no sé es en qué momento Alex se voló la escuadra”.

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1 Este relato está basado en los resúmenes que hizo el patrullero Eddie Pinto de las conversaciones telefónicas interceptadas por él como parte de la investigación a Alex Saab, su familia y colaboradores. Policía Judicial, 2015, consecutivo 186.

2 Betty Peláez me envió un recuento de la vida de Luis Saab en noviembre de 2020, basándose en respuestas que el empresario le dio a preguntas específicas del autor. También compartió los apuntes que ella había reunido en los años en que trabajó con don Luis.

3 “Le pido a Dios que se haga justicia”: padre de Alex Saab. Impacto News, noviembre 22, 2020, archivo digital.

4 Entrevista telefónica, octubre 18 de 2020.

5 https://www.facebook.com/policia.civica.de.barranquilla/.