CAPÍTULO 3

KASS

El bosque estaba blanco a pesar de la noche. Acerqué las manos al fuego por miedo a que el frío continuara filtrándose por mi piel hasta helarme por completo. Era la tercera noche que dormíamos a la intemperie. Nunca había experimentado condiciones tan hostiles y un estómago tan vacío.

Miré a Everlen, sorprendida de lo compuesto que se veía. Su rostro ni siquiera estaba pálido. Comía en silencio con la mirada perdida en el cielo, admirando el velo de estrellas que se alzaba sobre la punta nevada de los pinos.

Un escalofrío trepó por mi espalda y me besó el cuello. Cuanto más nos acercábamos a Snoara, más cruel se volvía el aire. Frío. Cortante. Seco. No podía encontrar calor sin importar cómo de cerca estuviera de las llamas.

Enterré la espalda dentro de la gran capa, en busca de protección. La prenda era una creación majestuosa que había sido confeccionada para mi boda con Lim de Lonech. Una boda que nunca sucedió. El caro material era de un oscuro tono celeste y llevaba bordado un hermoso motivo de rosas blancas que descendían desde los hombros. Sin la capa, no habría sobrevivido al día, y no llegaría al final de la noche. El vestido que llevaba debajo estaba hecho de una liviana tela, ideal para los campos soleados de Inferness, no para la nieve de Snoara.

Solo un día más y llegaremos. Debo sobrevivir a esta noche.

La fogata se agitó de manera inesperada y liberó una llama que danzó alrededor de mis manos calentando el aire.

Reconocí su magia. Me quité la capucha y miré hacia atrás. La figura vestida de negro contrastaba con el centelleante blanco que la rodeaba. Tristen Ashburn. El general de Inferness que había cambiado mi vida tras arrojarme desde la altura de una torre. El muchacho que había recibido el fuego del dragón en las profundidades de una caverna. El verdadero dragón de Inferness.

—Te veías igual de rígida que una escultura de hielo —remarcó.

Enderecé la espalda y moví un mechón de pelo que insistía en caer sobre mi rostro. Su presencia hacía que me sintiera más consciente de mí misma. Llena de chispas y nervios.

—Temo que voy a convertirme en una —admití.

Creía que sería más resistente, dado que nos encontrábamos dentro del territorio de Snoara. El frío siempre había sido parte de mi vida. Pero nunca había pasado una noche fuera del castillo, fuera de mis aposentos, donde el hogar siempre ardía y había infinidad de mantas.

Tristen alimentó el fuego con ramas nuevas; las acomodó donde las llamas se habían vuelto frágiles y habían cambiado su tonalidad naranja por una azul.

El aire se cargó de calor y sopló contra mis mejillas.

—Creí que eras la princesa de los copos de nieve —dijo sentándose a mi lado.

Mi hombro buscó el suyo de manera instintiva. Tristen se quitó la capa, sacudió la nieve hundida en la capucha y la colocó sobre la mía. Debajo no llevaba más que una chaqueta.

—No es necesario —objeté—. Vas a helarte.

Respondió con una sonrisa confiada. El gesto hizo que me perdiera en lo atractivo de su rostro: oscuros ojos marrones, labios de trazo delicado, mandíbula marcada. Su piel tenía una tonalidad bronceada que me recordaba al sol y la miel. Muchos en Inferness tenían esos rasgos.

—Eso sería refrescante. El fuego que corre por mi sangre insiste en mantener mi cuerpo a una temperatura elevada —aclaró.

Su dedo pulgar recorrió la línea de mi mentón, despertando una sensación placentera.

—¿Cómo es que tus manos pueden conservar tanto calor? —pregunté sorprendida—. Las mías están protegidas por guantes y aun así mis dedos están tan fríos que arden de dolor.

—Cortesía de Sunil —dijo encogiéndose de hombros.

El nombre trajo una vívida imagen a mi cabeza: la de un impactante dragón negro con poderosas alas que cortaban el cielo y las nubes descendiendo frente a mí en un campo de trigo. Por un momento confundí el fuego de la fogata con las devastadoras llamas rojas de la criatura.

—¿Es así todo el tiempo? ¿El calor?

La voz de Everlen irrumpió en el espacio que separaba nuestros rostros. Tristen dejó caer su mano y levantó las cejas en señal de sorpresa.

Mi hermano apenas le había dicho un par de palabras desde que nos encontramos, dejando clara su postura: el general no le agradaba y le agradaba aún menos que yo tuviera sentimientos por él.

—Sí. El primer año fue el peor, me sentía sofocado de manera constante, pero con el tiempo aprendí a acostumbrarme a ello —respondió.

Tristen habló con calma. En los pocos intercambios que había tenido con Everlen había sido cauto en no mostrar su usual actitud insolente. Lo cual significaba mucho. Ni siquiera había guardado tal respeto con su primo y rey, Landis.

—¿Cómo? ¿Cómo has logrado que no te consuma?

Ever bajó el plato con comida y le prestó atención. ¿Qué había generado ese cambio? ¿Podía ser que quisiera hacer un esfuerzo por conocerlo ahora que nos encontrábamos tan cerca de nuestro hogar?

Tristen lo observó, extrañado ante su interés.

—¿Por qué lo preguntas, príncipe?

—Curiosidad.

Un cosquilleo casi imperceptible recorrió la pequeña flor rosada en mi muñeca. La marca que me había dado el unicornio Celesse al regalarme su don. La magia reconocía cuando alguien estaba siendo deshonesto. Solo que… había sido tan débil que dudaba que estuviera mintiendo. Se sentía más como si estuviera ocultando algo.

La elegante figura de mi hermano permaneció frente a él, esperando a que respondiera.

—Al principio creí que cuanto menos usara la magia, menos sentiría sus efectos, pero fue lo contrario… Había días en los que mi cuerpo entero ardía con tal intensidad que temí incinerarme a mí mismo —confesó arrugando su frente por el mal recuerdo—. Por lo que debí encontrar un lugar seguro donde utilizar mi don y liberar el fuego.

Su mano buscó la mía y guardó mis dedos dentro de los suyos. El guante me previno de tocar su piel, aunque no evitó que el calor traspasara la tela.

—Landis solía acompañarme, entrenábamos con la espada y luego me observaba practicar con las llamas para poder replicar los movimientos. Ayudarlo a hacerse pasar por el dragón me dio un propósito. Se convirtió en un ejercicio constante que me ayudó a controlar la magia.

Tristen tragó saliva como si quisiera deshacerse de un mal sabor. Me pregunté si era por el recuerdo de Landis o por la agonía que debió experimentar a causa del fuego.

—Eso suena horrible —dijo Everlen.

El rostro de mi hermano estaba más pálido que antes. Sus ojos, grandes y asustados, se perdieron en el bosque.

—Definitivamente no fue divertido —replicó Tristen con sarcasmo.

—¿Ever? ¿Estás bien?

—Sí —contestó.

El cosquilleo que bailó por mi piel lo contradijo.

—Por favor, no me mientas —le pedí.

—¿Cómo…?

—Te conozco.

Una sensación de culpa me pateó el estómago. No podía pedirle la verdad con una mentira.

—Kass…

Nos miramos por un largo momento. ¿Qué era lo que no podía decirme? ¿Por qué había miedo en sus ojos?

—Ahora que las criaturas están despiertas seguro que habrá más magus, más personas que tendrán que pasar por lo que acaba de describir el general —dijo con un tono despreocupado.

Estaba en lo cierto, aunque encontraba extraño que Ever estuviera pensando en tales cosas. Solía ser indiferente a lo que acontecía más allá de su música y sus libros. Dejar Snoara lo había cambiado. Nos había cambiado a ambos, abriéndonos los ojos a la realidad de Estarella.

—Es poco probable que te encuentres con un dragón —dijo Tristen.

—Qué alivio —replicó Everlen.

Lo dijo con tal irritación que hasta la fogata dejó escapar un chasquido.

—Además, tienes a tu hechicera para mantenerte a salvo —agregó Tristen con provocación.

Apreté su mano, pidiéndole que se restringiera. No sabía lo que estaba pasando. La atmósfera había cambiado de manera repentina, desplazando el frío por un soplido cargado de calor y emociones intensas.

—Cin no es mi hechicer…

—¿Estáis hablando de mí?

La voz de Cin Florian irrumpió en la escena y barrió la tensión hacia los pinos nevados. Era nuestra cuarta acompañante y, probablemente, la más poderosa. Cin no era una magus, sino una verdadera hechicera, lo que significaba que había nacido con magia en vez de haber recibido el don de alguna criatura fantástica. Venía de tierras extranjeras, lejos de Estarella. Mi hermana mayor, Farah, había contratado sus servicios para que mantuviera a nuestra familia a salvo de la amenaza de Inferness.

—No —respondió Ever.

—Entonces, ¿por qué he oído mi nombre?

El ruido de botas enterrándose en la nieve anunció cada uno de sus pasos hasta que llegó a nosotros. La joven tenía una apariencia inusual que la distinguiría en cualquier lado: pelo rojo cobrizo, una cota de malla de un destellante material negro que resaltaba la parte superior de su figura, pantalones de montar y lustrosas botas que subían hasta sus rodillas.

—Has oído mal —dijo Tristen sin molestarse en mirarla—. ¿Algo que reportar?

—Debes estar confundiéndome con uno de tus guardias.

Cin pasó a un lado de la fogata y se sentó en el tronco donde estaba Everlen.

—Oh, lo siento, olvidaba que ya no tienes guardias a tu cargo porque perdiste tu puesto de general y no eres más que un fugitivo —continuó con una mueca entretenida—. Sigo cometiendo ese error.

—¿Has visto algo? —preguntó Tristen, cortante.

—No.

Decir que Tristen y Cin no se llevaban bien era demasiado civilizado. Se detestaban. Y ni siquiera tenían una buena excusa. Era una cuestión de ego. Cin lo odiaba porque había logrado secuestrarme cuando estaba bajo su protección y Tristen todavía tenía la herida que había resultado de su brutal duelo cuando la hechicera creyó que me estaba rescatando de él.

—Aquí tienes, te he guardado algo —dijo Ever entregándole un rústico plato de madera con una ración de guiso.

—Gracias.

Chocó los talones de sus botas para desprender la nieve y estiró las piernas sobre el regazo de Everlen de manera casual, acomodándose para comer. Mi hermano separó los labios para decir algo, pero luego decidió cerrarlos sin emitir ni un sonido.

Lo conocía lo suficiente como para saber que ese tipo de familiaridad lo incomodaba.

—¿Ninguna criatura de la que debamos preocuparnos? —pregunté.

Negó con la cabeza.

—He rodeado el área del campamento y no he visto ni oído nada que me llamara la atención.

Dos días atrás habíamos sido sorprendidos por una salamandra, una criatura a la que muchos llamaban «la lagartija roja», por su habilidad para envolver su cuerpo en llamas. Cin se había encargado de ahuyentarla antes de que nos quemara.

Me pregunté qué más había allí afuera. Tantas criaturas especiales que debían estar ansiosas por recuperar su lugar en el mundo.

—¿Cuál es el plan una vez que lleguemos al castillo? —preguntó Cin.

—¿Plan? Es nuestro hogar… ¿Por qué necesitaríamos un plan?

Everlen la miró de manera significativa, transmitiéndole algo que no entendí. Me sorprendí al notar que sus manos se habían relajado sobre las rodillas de la joven. Llevaba unos guantes de diseño singular que no recordaba haber visto antes: negros con un bordado turquesa.

—Porque Kass participó en romper el hechizo que liberó a todas esas bestias y también está acusada de haber asesinado a un rey —respondió con un gesto de su mano como si fuera evidente—. Sin mencionar que desafortunadamente lo tenemos a él. —Inclinó la cabeza en dirección a Tristen—. Hacer nuestra entrada con alguien que tiene una pena de muerte sobre su cabeza es una mala idea —continuó.

Pena de muerte. Las palabras cobraron la forma de un puño que me oprimió el corazón.

—Estoy conmovido, no creí que te importara —apuntó Tristen con sarcasmo.

—No realmente —respondió Cin—. Pero el rostro de la princesa me dice que no va a dejar que eso suceda y es mi deber prevenir que haga algo tonto.

—Proteger la vida de alguien inocente no es tonto. Tristen no hizo nada malo, Siena está mintiendo —dije.

Mis dedos presionaron los suyos en un gesto afectuoso.

—¿Vas a cegarlos con tu luz? —bromeó en tono bajo.

—Voy a hacer lo necesario para mantenerte a salvo —le aseguré.

Su mirada me sostuvo como si fuera algo demasiado preciado como para compartir con el resto del mundo. Una pequeña sonrisa creció en mis labios. Era la primera vez que me permitía leer sus ojos de esa manera, sin ocultar sus emociones.

—Lo mismo digo, chica unicornio —murmuró.

Levanté la otra mano hacia el remolino de su pelo negro para liberarlo de los diminutos copos que lo cubrían.

—Kass, tu compromiso con Lim Glenshiel aún está en pie. —La voz de Everlen era una advertencia.

Me mordí el labio, ocultando la mirada. Lim. Mi querido príncipe de Lonech. Lo que sentía por él se asemejaba más al sueño romántico de una niña que al deseo de una mujer. Semanas atrás, cuando pensé en nuestra vida tras la boda, nos vi caminando de la mano por jardines nevados. Las imágenes habían sido inocentes, idílicas. Con Tristen era distinto. Cuando pensaba en pasar tiempo con él, fantaseaba con su cuerpo conociendo el mío. Imaginaba besos que ardían en los labios y siluetas que se fundían en la oscuridad.

—Sutil. Para ser un músico no eres exactamente sensible, alteza —remarcó Cin.

Everlen revoloteó los ojos con cierta exasperación.

—Solo estoy señalando lo evidente.

Mi compromiso con Lim se había roto cuando dije los votos que me unieron a Landis Ashburn en una ceremonia íntima que tuvo lugar en su castillo negro. Me había forzado a ello con la amenaza de que iría a por mi hermana menor, Posy. Sin embargo, Landis estaba muerto, y Siena dijo que se encargaría de quemar los documentos que servían de prueba, por lo que nadie se enteraría de ello.

—¿Qué harás respecto a eso? —me preguntó el joven de negro a mi lado.

—Ese futuro se desvaneció cuando dejé Snoara. Voy a disculparme con Lim y a decirle que deseo romper nuestro acuerdo.

Era la única opción que me permitiría seguir respirando. Que me daría la libertad de conocerme a mí misma y de elegir mi propio camino.

Tristen asintió de manera casi imperceptible. La expresión en sus ojos se había vuelto más medida, ocultando las emociones de antes.

—Kass, no se trata solo de ti y de Lim, sino de la relación entre Snoara y Lonech —me recordó Everlen.

—La reina Farah tendrá algo que decir al respecto —comentó Cin—. En especial en lo que se refiere a tu nuevo pretendiente…

Probablemente. Pero me prometí allí mismo que eso no me detendría de seguir a mi corazón. El cosquilleo de luz que bailó por mi sangre me hizo saber que me sujetaría a esa promesa.

—Aunque supongo que eso no te asusta, no después de haberte enfrentado a un dragón —agregó con una sonrisita.

—No, no me asusta.

Me puse de pie y enseguida lamenté el frío que encontró mi rostro. El calor de la fogata no me seguiría hacia la carpa.

—Estoy cansada, iré a dormir.

Largas alas cubrían los cielos con un aleteo sereno. Rozaban las nubes en un vuelo ligero en vez de cortarlas como habían hecho las de Sunil. Eran impactantes criaturas que solo había visto en las ilustraciones de libros. Grifos. Sus poderosos cuerpos combinaban la parte delantera de un águila y la posterior de un león. Algunos de ellos tenían plumas que se asemejaban a las de lechuzas nevadas, mientras que otras desplegaban colores marrones y dorados.

Su vuelo me llevó sobre distintos paisajes. El templo blanco que aguardaba escondido, flanqueado entre enormes árboles, era distinto a cualquier otra construcción que hubiera visto. Una visión de columnas y techos que se curvaban hacia adentro imitando enredaderas.

Sigue el sendero de los grifos.

Celesse. Su voz hizo que mi corazón se sintiera más liviano. Nunca olvidaría la presencia del unicornio que me había dado su luz.

Es tu deber, Kassida Clarkson. Debéis apaciguar a las criaturas y ayudar a que la historia no se repita. Sigue a los grifos.

Me desperté con la mano estirada hacia arriba, buscando el pelaje de su frente. Creí que estaba volando sobre nubes rodeada de grifos. Creí sentir el cuerno espiralado de Celesse sobre mi muñeca.

Las imágenes comenzaron a desvanecerse en un sueño distante.

Primero noté el frío, luego la oscuridad; estaba tendida en el interior de una carpa. Cin Florian dormía a mi lado. Podía distinguir su pelo rojizo por encima de la manta. Pensé en todo lo que había visto e hice un esfuerzo por recordar el camino que había seguido cuando miré hacia abajo desde el cielo. Un pasaje por las montañas. Un río. Cataratas.

¿Cómo podía ir allí cuando debía regresar a Snoara? Mi familia me necesitaba. No sabíamos qué había sucedido con Farah o si estaba herida…

Ansiaba reunirme con mis hermanos: ver a Farah sana y salva, tener una larga charla con Keven, abrazar a Posy. También sentir el pelaje de Neve y Lumi contra mi rostro.

Una parte de mí no podía esperar a correr dentro del castillo. Pero también había otra parte, una partecita oculta y pequeña, que temía no encajar igual que antes, y que añoraba conocer nuevos lugares de Estarella. Quería conocerme a mí misma y al poder que había despertado al enfrentarme a Sunil.

Y pensar que solía preocuparme por mis vestidos o los eventos a los que asistir.

Un suspiro exasperado escapó de mis labios.

No lograría dormirme de nuevo. No con tantos pensamientos en la cabeza. Tomé la gran capa que había acomodado sobre la manta y envolví mis hombros.

—Por favor, dime que no planeas escabullirte a la carpa de Tristen Ashburn —dijo una voz en la oscuridad—. No es que me importen esas tontas normas de lo que es apropiado y lo que no, pero si Everlen se entera, al pobre le dará un infarto…

Las palabras de Cin me hicieron sonreír. Era la primera muchacha de mi edad que expresaba esa postura, lo cual era refrescante; había pasado demasiados años siendo cuidadosa de no hacer nada que pudiera interpretarse como «inapropiado».

—¿Crees que son tontas?

—Tontas, anticuadas, represivas…

Esa última palabra resonó en mi mente.

—¿Vives como quieres sin darle importancia a lo que puedan decir?

—Exacto —respondió Cin.

—¿Cómo llegaste a esa decisión? —pregunté maravillada.

—No lo sé. Porque no somos inmortales. Porque quiero disfrutar de cada día que esté con vida. Por si no lo has notado, no soy una persona cauta…

¿Cómo es que nunca nadie me había dicho algo tan sensato?

—He tenido un sueño extraño y ya no puedo dormir —admití—. Solo salgo a por un poco de aire fresco.

—Si por extraño te refieres a que tuviste un encuentro acalorado con un general que no llevaba ropa, no hay nada de extraño en eso. Es perfectamente natural que una chica tenga sus fantasías…

La risa que burbujeó por mi garganta empezó suave pero no tardó en convertirse en una carcajada.

—He soñado con grifos que volaban por los cielos y una especie de… templo blanco, no con Tristen.

—Oh. Supongo que eso sí se cataloga como extraño —dijo Cin, sorprendida.

Estiré la mano hacia la apertura de la carpa, pero me detuve antes de salir.

—Esas fantasías que has mencionado… ¿Has tenido alguna sobre Everlen? —bromeé.

La hechicera hizo un sonido que expresaba humor, aunque eso no reveló demasiado, dado que no podía ver su rostro.

—¿El elegante príncipe Everlen sin ropa? Tal vez sí, tal vez no —dijo en tono enigmático—. Si la hubiera tenido no es algo que compartiría con su hermana menor.

—Cierto.

—No te alejes —me advirtió.

Un paisaje de pinos nevados llenó mi visión en cuanto salí. El frío de la noche continuaba tan persistente como antes. Por fortuna, la fogata aún ardía; los vivaces tonos anaranjados se movían en una danza lenta que iluminaba los alrededores.

Escalofriantes nubes de un gris oscuro cubrían el bosque, anticipando una tormenta.

Al avanzar en dirección a la fogata, mis pies tropezaron con algo que me hizo caer. Mis labios se enterraron en la nieve.

—¿Qué…?

Algo se movió debajo de mis piernas, haciendo que contuviera un gritito y me arrastrara fuera de su alcance. ¿Había alguien durmiendo en la nieve?

—¿Kass?

Su voz puso fin al miedo en mi estómago.

—¿Qué haces ahí? —pregunté.

Tristen Ashburn estaba recostado en un hueco al igual que un animal hibernando.

—Mi carpa se rompió. —Hizo una pausa y agregó—: No te horrorices tanto, puse una base de ramas y unas mantas, no es la primera vez que duermo así. Mi fuego contrarresta el frío. Es cómodo.

Lo miré sin estar segura de creerle. El cosquilleo de magia confirmó la mentira.

—¿A dónde ibas? —preguntó.

—A sentarme junto a la fogata. No puedo dormir.

Él retrajo las piernas hacia su pecho para que pudiera acompañarlo en su refugio. La escena me hizo presionar los labios para evitar una risa.

—¿El chico dragón me está invitando a su hueco en la nieve?

Tristen abrió los ojos e hizo una mueca de descontento; tenía la expresión de un niño ofendido.

—No vuelvas a llamarme así.

—Es tan molesto cuando nos llaman con nombres que no nos agradan… —suspiré con ironía.

—¿Entonces prefieres que no vuelva a decirlo?

La mirada que me dio sugirió que lo estaba diciendo en su cabeza. Chica unicornio. Solía aborrecerlo. Las primeras veces que me había llamado de esa manera me provocaba tal fastidio que me sacudía la piel. Pero ahora… la irritación se había convertido en algo distinto, en una sensación casi placentera.

No respondí. Tragaría hielo antes de admitirlo.

Tristen me ofreció su mano y me deslicé dentro del refugio; el cambio de temperatura fue notorio. La humedad de la nieve ya no se aferraba a la piel expuesta de mis piernas bajo la falda. Un aire cálido rodeó mi cintura al igual que vapor; era como si el hueco fuera una terma.

—Es mejor de lo que imaginaba —admití. Incliné la cabeza hacia atrás y levanté el mentón para poder verlo.

Su expresión confiada hizo que controlara la mía para no parecer tan impresionada. Tristen necesitaba aprender un poco de humildad.

—Ahora dime la verdadera razón por la que estás aquí —le dije—. Estabas mintiendo cuando dijiste que tu carpa estaba rota.

Estudió mi rostro por un momento. El sonido que escapó de sus labios sonó a un suspiro de resignación.

—Tu don es algo inconveniente —murmuró más para sí mismo que para mí.

—Solo si tu intención es mentirme —respondí.

Giré la cabeza en dirección a las dos pequeñas carpas que se erguían tras un gran tronco; las habíamos comprado al hacer una parada rápida en un pueblo de Lonech. Una era de Everlen y la otra de él. Ambas se veían en buen estado.

—Además, puedo verlas desde aquí —agregué.

—Los ronquidos de tu hermano me alcanzan a pesar del grueso material de por medio.

No necesité del cosquilleo en mi muñeca para descartar esas palabras. ¿Por qué querría dormir afuera? Lo consideré. Tristen era un general. Estaba acostumbrado a custodiar sus alrededores. Defenderlos de enemigos.

—O… estabas haciendo guardia —sugerí.

—Chica inteligente —respondió curvando sus labios en una mueca.

Estaba durmiendo en aquel hueco a la intemperie para protegernos de cualquier amenaza que pudiera camuflarse en la noche. Era un bonito gesto por su parte. ¿Por qué querría ocultarlo?

—Gracias —le susurré.

Sus oscuros ojos no me dejaron. Podía seguir las líneas de su pierna contra la mía. Sentir el calor que surgía del contacto.

—¿Qué es lo que ha ahuyentado tu sueño? —preguntó—. Si es por Siena, no debes preocuparte. Nunca ha estado a favor de tener un conflicto con Snoara. Seguro que utilizará tus cargos para obtener un tratado de amistad que sea ventajoso.

—Mmhmm.

Mi cabeza albergaba demasiadas preocupaciones. Sorprendentemente, haber sido acusada de asesinar a un rey no era una de las principales. No con todas esas bestias de leyenda rondando libres, la desaparición de Farah, la charla que le debía a Lim para romper nuestro compromiso o el futuro incierto que amenazaba con separarme de Tristen.

—Cuando lleguemos al castillo… ¿Te quedarás con nosotros? ¿Conmigo? —pregunté.

Un devastador relámpago quebró el cielo. Esperaba que eso no fuera un mal augurio. Las nubes se veían más oscuras que antes. Y el viento… el silbido que se filtraba por las ramas estaba subiendo de volumen.

—No creo que sea una buena idea. Ya tienes suficiente con qué lidiar sin añadir otro problema. —Hizo una pausa y agregó—: Siena me quiere muerto, y después de arrojarnos de esa torre, tus hermanos estarían contentos de concederle su deseo.

Una horrible sensación creció en mi pecho: no estaba lista para despedirme. No cuando estar cerca de él me generaba tantos sentimientos. Tristen Ashburn me hacía cuestionar todo. Me hacía sentir especial por ser yo misma, no por mi apellido o por la flor en mi muñeca.

—Nadie sabrá que estás en Snoara. Buscaré un lugar para esconderte, para darnos tiempo de resolver… esto —dije y estiré mi mano hacia la suya—. Por favor, no te vayas.

—Kass, nadie quiere vernos juntos.

Sus dedos se aferraron a los míos, a pesar del tono pesimista de su voz.

—No me importa. Yo quiero vernos juntos.

La sonrisa de Tristen se replicó en el calor de la fogata. Tomó mi rostro en sus manos y me observó con ojos brillantes.

—Eres testaruda, chica unicornio.

—No más que tú.

Una inesperada ventisca arremetió contra nosotros, presionándonos dentro del hueco y cubriéndonos de nieve. Tristen me envolvió en su capa y me dio protección contra su pecho.

Por un momento creí que se trataba de una tormenta, hasta que un inusual rugido, terrible y musical, estremeció mis oídos con la fuerza de un estruendo.

—¿Qué diablos es eso? —maldijo Tristen.

No podía ser. Moví la cabeza fuera de su capa para poder ver los alrededores. El cielo se había vuelto completamente gris, en un tono que imitaba el humo y la roca. Busqué sobre la copa de los árboles y seguí el vuelo de pájaros asustados, hasta que di con una larga figura que se mimetizaba con todo el blanco.

—Gwynfor —susurré horrorizada.

—¿Quién?

Trepé fuera de la nieve y corrí hasta mi caballo Glowy. La tormenta. Los relámpagos. El filo del aire se congelaba contra mi piel…

La serpiente de invierno estaba despierta.

Snoara sufriría su tempestad.