CAPÍTULO 1

CUNA DE ORO

La foto en tonos sepia de un pequeño Emilio Lozoya aún ronda las galerías virtuales de algunos periódicos mexicanos, pese a que en la pasada administración se empeñaron en desaparecerla. La imagen formaba parte de una publicación que hizo el equipo de Comunicación de la Presidencia de la República con motivo del Día del Niño en 2014, y mostraba la infancia del entonces presidente Enrique Peña Nieto y su gabinete.

Junto con él, en aquella publicación se asomaban expectantes las sonrisas de personajes como Alfonso Navarrete Prida, Claudia Ruiz Massieu y Luis Videgaray, este último a quien muy probablemente no le pasaba por la cabeza el enorme poder del que un día sería depositario.

Y tampoco el pequeño Emilio, de alrededor de siete años, se imaginaba que su vida iba a dar tantos vuelcos como para maldecirla, como cuando anduvo a salto de mata en España mientras su madre era detenida en Alemania por haber recibido en sus cuentas dinero presuntamente producto de la corrupción.

Varios de los políticos y empresarios que conocieron a Emilio Lozoya desde su infancia aseguran que siempre fue un «niño fuera de lo común»: demasiado tímido para jugar con sus vecinos y también un poco caprichoso.

Con la que sí convivía de manera habitual era con la familia Salinas, en especial con Emiliano, a quien tan solo le llevaba año y medio de edad. Emilio nació el 8 de diciembre de 1974 y Emiliano el 19 de febrero de 1976. Ambos vivían en una privada en Bosques del Pedregal, justo al lado del hotel Royal Pedregal. Con frecuencia también se paseaba por ahí la prima de Emiliano, Claudia Ruiz Massieu.

La de Emilio era una casa grande, pero no de las más lujosas. Pese a ello, vio pasar a grandes escritores, artistas y políticos de la década de los setenta. Las míticas reuniones, que no eran en su casa, se realizaban en la de Carlos Salinas de Gortari, que se encontraba a tan solo unos metros de distancia.

Su padre, el economista Emilio José Lozoya Thalmann, y Carlos Salinas de Gortari eran mejores amigos y socios desde hacía más de una década, razón por la cual decidieron vivir el uno cerca del otro. La relación era tan estrecha que ambas familias solían viajar juntas y Carlos Salinas se convirtió en el padrino de bautizo de Jesús Javier Lozoya Austin, hermano de Emilio.

Lozoya Thalmann y Carlos Salinas de Gortari se conocieron en su paso por la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a finales de los años sesenta, y lo suyo fue, según un conocido de ambos, un «flechazo ideológico».

Por aquellos años, la crisis estudiantil convirtió a la UNAM en el centro político del país. Sin importar afiliación política, estatus socioeconómico o árboles genealógicos, todo aquel que quisiera incidir en el ámbito político y social de México debía pisar un aula en Ciudad Universitaria.

En ese entonces, la directora de la facultad era Ifigenia Martínez Hernández, la cofundadora del Frente Nacional del Partido Revolucionario Institucional —junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo—, quien siempre tuvo palabras positivas para Emilio Lozoya Thalmann: «Era un estudiante ejemplar, un caballero, muy sencillo y con gran calidad humana».

La generación de Lozoya Thalmann fue sobresaliente. Sus compañeros eran —además de Carlos Salinas— Manuel Camacho Solís, José Francisco Ruiz Massieu, Alberto Anaya y Hugo Andrés Araujo, con quienes rápidamente entabló una sólida amistad.

Este grupo, anclado en la tradición del Partido Revolucionario Institucional (PRI), se nutrió de una serie de reformas democratizadoras dentro del partido, el cual buscaba desligarse del discurso autoritario de Gustavo Díaz Ordaz.

El mismo año en que Emilio Lozoya Thalmann y Manuel Camacho Solís comenzaron a militar en el Sector Juvenil del PRI, Carlos A. Madrazo, principal promotor de dichos cambios, fue destituido de su cargo como dirigente del partido.

Detrás de la controvertida orden presidencial se encontraban los intereses de numerosos caciques, gobernadores, legisladores y líderes políticos, quienes lo tachaban de populista y de financiar la subversión de estudiantes. Cierto o no, su misteriosa muerte un año después de la matanza de Tlatelolco avivó los rumores de que, efectivamente, detrás de las manifestaciones se encontraba la mano de Carlos Madrazo.

El posterior nombramiento de Lauro Ortega como presidente del PRI motivó la renuncia de Manuel Ávila Camacho, Patricio Chirinos, Emilio Lozoya Thalmann y Rodolfo Echeverría —sobrino de Luis Echeverría—, quienes rechazaron sus ideas totalitarias y su afán de excluir a los sectores populares.

Con estos ideales en mente, el grupo perseguiría una carrera política hasta que finalmente, dos décadas después, en 1988, ascendieron a la cúpula de la mano de Carlos Salinas de Gortari.

En su sexenio, Lozoya Thalmann fungió como director general del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), de 1988 a 1993, y secretario de Minas e Industria Paraestatal de México, de 1993 a 1994.

Vidas paralelas

Tras la llegada de su padre al poder, Emilio Lozoya Austin fue enviado a cursar la preparatoria a un internado en Alemania. Para entonces el joven ya hablaba tres idiomas y había demostrado ser un buen estudiante.

A su regreso en 1993, el joven de 19 años había visto suficiente mundo para saber que no quería dedicarse al sector energético pese a la insistencia de su padre, quien en ese entonces era el titular de la Secretaría de Minas e Industria Paraestatal.

En una de las muchas visitas a su trabajo, Lozoya Thalmann llevó a su hijo a visitar la plataforma petrolera de Cayo Arcas, en Campeche, pero nada logró convencer al joven Emilio de dedicarse al sector energético; él quería ser un financiero internacional o tener un alto cargo en un organismo multilateral, por lo que se decidió a iniciar la carrera de Economía en el ITAM. Al mismo tiempo se inscribió en la facultad de Derecho de la UNAM, por petición de su padre, a quien le preocupaba que su hijo perdiera el piso. Justo por ello, de acuerdo con un periodista que lo conoció de cerca, en algún momento entre su niñez y su juventud el exfuncionario salinista le pagó clases de boxeo en pleno corazón de Tepito.

El paso de Lozoya Austin por el ITAM llamó la atención de Pedro Aspe Armella, exsecretario de Hacienda y Crédito Público con Carlos Salinas de Gortari, quien en 1998 lo invitó a trabajar a su empresa Protego, un fondo de inversión en el cual se fogueó en asuntos de negocios internacionales.

Ahí conoció a Luis Videgaray Caso, con quien mantuvo una relación cordial y respetuosa durante los primeros dos años del gobierno de Peña Nieto, de acuerdo con los correos electrónicos que se intercambiaban.

Para quien tampoco pasó desapercibido fue para la propia hija de su maestro, Mónica Aspe Bernal, con quien Lozoya mantuvo una relación de noviazgo durante un tiempo. De acuerdo con uno de sus excompañeros, tanto en la UNAM como en el ITAM los conocían como «la pareja real», debido al poderío con el que contaban sus familias, ambas emanadas de la clase política salinista.

La pareja, sin embargo, no trascendió; según testigos, terminó muy mal. Pero Lozoya siguió trabajando con Pedro Aspe e incluso, por medio de su firma Evercore (antes Protego), le ayudó muchos años después a valuar la cuestionada compra de la empresa Fertinal cuando era director general de Pemex.

Al mismo tiempo que Emilio daba sus primeros pasos en el ámbito empresarial, la familia Lozoya Austin pasaba por un duelo profesional que alcanzó la esfera de lo personal.

En 1994, cuando su padre Emilio Lozoya Thalmann aún era funcionario, él y Carlos Salinas tuvieron un desencuentro que derivó en el rompimiento entre ambos. Sobre ello hay dos versiones, aunque muchos dicen que se trata de dos perspectivas de la misma.

Una asegura que, unos ocho meses antes de terminar el sexenio, Carlos Salinas le ordenó a Lozoya Thalmann comprar una empresa privada a sobreprecio, lo que ofendió al economista, que jamás volvió a ser requerido por el Ejecutivo.

La otra versión dice que, durante una de sus últimas giras por Asia, Salinas de Gortari gestionó lo necesario para propiciar que Francisco Rojas, entonces director de Pemex, vendiera la refinería de Salina Cruz, Oaxaca, a inversionistas japoneses. Para Lozoya Thalmann, un hombre de lealtades, ello significaba promover negocios turbios entre su propio gabinete, por lo que terminó rompiendo su relación con el entonces presidente de la República.

Luego del desencuentro, Cecilia Occelli, entonces esposa de Carlos Salinas, contactó a su buena amiga Gilda Austin para platicar del asunto.

Ambas mujeres estaban preocupadas por el rompimiento porque, además de que atesoraban memorias de sus hijos creciendo juntos, iba de por medio una historia de alianzas entre ambas dinastías, que se remontaba hasta la primera mitad del siglo XX. Desde sus inicios, los Lozoya y los Salinas se habían ayudado mutuamente a crecer en el ámbito político.

Jesús Lozoya Solís, abuelo de Emilio Lozoya Austin, fue un militar y pediatra reconocido, debido a que fue un pionero en la elaboración de vacunas infantiles en México y durante la década de los cincuenta sus laboratorios Infan, S.A., y Umesa coadyuvaron junto con el Gobierno federal a organizar campañas de vacunación masiva.

Antes de eso, Lozoya Solís estuvo durante años al frente del Hospital Central Militar. Fue ahí donde tuvo su primer contacto con los generales Manuel Camacho López (padre de Manuel Camacho Solís) y Manuel de Gortari Carbajal, tío de Carlos, Raúl, Margarita, Enrique y Adriana Salinas de Gortari.

Juntos se convirtieron en una tríada de lazos fuertes e ideas progresistas, lo que llevó al militar a involucrarse rápida y efectivamente en el ámbito político, hasta que en 1955 Lozoya Solís fue nombrado gobernador interino de Chihuahua.

La relación se hizo tan cercana que el general Jesús Lozoya se convirtió en el médico de cabecera —y confidente— de la familia Salinas. Incluso circuló la versión de que fue él quien atendió a «Manuelita», la empleada doméstica a la que Carlos y Raúl Salinas de Gortari dispararon por accidente cuando eran niños.

Con esta larga historia a cuestas, Cecilia Occelli y Gilda Austin consideraron importante mantener el lazo de amistad y, pese al divorcio de Occelli con Salinas de Gortari en 1995, continuaron invitándose a eventos importantes, tales como la boda de Cecilia Salinas en 2003 y las de Juan Cristóbal y Emiliano Salinas en 2012 y 2013, respectivamente, cuando Emilio Lozoya Austin ya era director de Pemex.

Regreso al extranjero

Como todo buen hijo de una familia que se ostente poderosa, tras su paso por el ITAM Emilio Lozoya prosiguió a cursar una maestría en Administración Pública y Desarrollo Institucional en la Universidad de Harvard.

Durante su estancia en Estados Unidos forjó una carrera como oficial de inversiones en distintos organismos públicos y privados, además de que era asiduo a publicar libros sobre política monetaria y competitividad empresarial. Gracias a ello, entre 2003 y 2006 ingresó a la Corporación Interamericana de Inversiones, perteneciente al Banco Interamericano de Desarrollo, donde se dedicó a reestructurar créditos e inversiones para diversas industrias de América Latina.

Por esta misma época conoció a Marielle Helene Eckes, la heredera alemana del consorcio multibillonario Grupo Eckes-Granini Deutschland, el fabricante de jugos más importante de Europa, mejor conocida por la prensa como «La Heredera de Granini».

En ese momento, Eckes, de unos 30 años y tan solo un año menor que Emilio, estaba cursando la carrera de Relaciones Internacionales en Harvard y se identificó inmediatamente con el mexicano debido a que también cursó el bachillerato en un internado de élite en Alemania.

Se sabe que generaciones completas de la familia Eckes fueron educadas en el «Castillo de Salem», o Schule Schloss Salem, una bella y estricta abadía al sur del país germano a la que solamente tiene acceso la nobleza y los empresarios billonarios. Una de sus alumnas más destacadas fue la reina Sofía de España, quien una vez declaró sobre la institución que «se suponía que debías sufrir porque eso era bueno para el alma».

Lo cierto es que la verdadera vocación de Marielle Eckes llegó unos años después, luego de que estudiara una maestría en Recaudación de Fondos y Gestión de Organizaciones sin Fines de Lucro en la Universidad de Columbia, lo que la llevó en 2008 a fundar el Club de Niños y Niñas México, una organización benéfica con sede en Chimalhuacán, cuyo objetivo era ayudar a menores sin hogar y de cuyo consejo formaba parte Emilio Lozoya.

Pronto la pareja se convirtió en un verdadero dúo dinámico. Las conexiones políticas y empresariales con las que contaba Marielle Eckes catapultaron la carrera de Emilio Lozoya hasta la cima.

En 2006 se casaron, y ese mismo año, gracias a la intercesión de los Eckes, Lozoya Austin consiguió ser nombrado director para América Latina del Foro Económico Internacional (Davos), cargo que ejerció hasta 2009.

También en esa época Emilio se hizo de sus propios fondos de inversión especializados en capital privado, lo que lo llevó a conocer a numerosos empresarios de todo el mundo, con quienes formó fuertes lazos de amistad.

Bastaron muy pocos años de vivir en el extranjero para que Emilio Lozoya Austin le diera un vuelco de 180 grados a su vida. Con el imperio de Eckes a su lado, el economista se dedicó a hacer crecer su carrera profesional hasta que lo tuvo todo: reconocimiento internacional, decenas de millones de dólares invertidos en diferentes países, contactos al más alto nivel y una vida de ensueño al lado de una mujer de la aristocracia alemana, además de los más inimaginables placeres: vacaciones exóticas, casas junto al mar, vinos de los más exclusivos y obras de arte cada vez más valiosas, a los que por primera vez accedía pese a haber crecido en el seno de una de las familias más poderosas de México.

De acuerdo con dichos de uno de sus amigos, conocer a Marielle Eckes fue un hito tanto para su carrera profesional como para su vida personal. «La fortuna de esa familia los deslumbró. El poder económico de su suegro siempre fue una referencia que debía superar y que lo llevó a cometer muchos de los actos que acabaron con su carrera», dijo un miembro de la clase política que dio seguimiento a su trayectoria.

Pese a su carácter duro y por momentos explosivo, Emilio Lozoya siempre se mostró amoroso con su familia y, dicen, nunca dudó en consentir y dedicarle palabras de afecto a su esposa.

En un correo enviado el 28 de noviembre de 2015 puede leerse una escaleta en inglés del que se presume fue el discurso que dedicó a Marielle Eckes en su cumpleaños número 40.

«Cuando pienso en Marielle, hay una serie de adjetivos que me vienen a la mente: enfocada, cariñosa, a la moda, determinada, generosa, curiosa». Asimismo, Lozoya le agradece por tolerarlo durante 10 «increíbles» años de matrimonio. «¡Tu valor más sorprendente es el de tolerarme! No soy fácil, pero te amo con todo mi corazón. Para la familia que hemos construido, debería estar más orgulloso. ¡Canta un feliz cumpleaños en voz alta!».

Amoroso, como pocas veces se dejó ver en el ámbito profesional y social, Lozoya reiteró en el texto su admiración por Marielle por «cómo das generosamente sin esperar nada. Pasaste un año en Brasil y siempre has dicho cómo eso cambió tu vida, los maestros en Columbia, el Club de Niños y Niñas…, estoy muy orgulloso de todo lo que haces».

El documento revela una fase de Emilio Lozoya que muy pocas veces ha salido a relucir: la de padre y esposo, un amigo agradecido y un hombre con un sentido del humor particular, como puede comprobarse en un último párrafo donde plasma un punchline desordenado: «Sin redes sociales. 3 sheppard alemanes y 2 guardaespaldas alemanes, plantón de maestros del CNTE [Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación] por si alguien está pensando en irse temprano».

Más aún, el texto es amplio en descripciones sobre el modo de vida de la familia del exdirector del Pemex, que en sus primeros 10 años de matrimonio se mudó al menos 10 veces y viajó alrededor del mundo casi todos los años: «No es posible construir una cúpula como la que tenemos sin tu apoyo [refiriéndose a Eckes] el 70% del año viajando entre Ginebra y Nueva York, y siempre has mantenido el fuerte seguro para nuestra familia».

No obstante, algunos personajes cercanos a la familia aseguran también que la riqueza y los contactos de Marielle Eckes convirtieron a Emilio Lozoya en un «inversionista insaciable»: no importaban las millas que tuviera que recorrer para obtener lo que quería, ya fuese un cuadro de Picasso o hacerse de una empresa multimillonaria en alguna parte del mundo.

«Era obvio que Emilio se sentía un poco intimidado por la familia de Marielle y que estaba obsesionado con hacer cada vez más dinero, con escalar aún más alto. Eso no lo iba a lograr en Estados Unidos ni en Europa, donde viven los empresarios más ricos del mundo. Si quería llegar más lejos, tenía que ser un pez grande en pecera chica, y México, donde su papá tenía todos los contactos, era el lugar ideal».

Cuando Emilio Lozoya recibió la invitación de Luis Videgaray para unirse al equipo de campaña de Enrique Peña Nieto, supo que ese era el llamado que había estado esperando durante años.