DIARIO DE RICHARD FOX
18 de junio de 1937
Budapest, Reino de Hungría
Jean-Bernard y yo hemos salido de Múnich temprano esta mañana y nos hemos encontrado con unas vistas extraordinarias de las montañas bajo los rayos del sol. He comido tantas ostras y bebidas tan selectas que me he quedado dormido cuando el tren ha parado en Viena. El Expreso de Oriente no deja de impresionarme.
He llegado a Budapest con el tiempo justo para estar puntual en mi reunión con el señor George Rothwild, un aristócrata húngaro que comandó las tropas del bando equivocado durante la guerra. Un tipo singular. Sin sentido del humor. Pero con mucho dinero, suficiente para coleccionar artículos que alguna vez pertenecieron al sujeto de su obsesión: Vlad III, mejor conocido como Vlad Drácula («hijo del Dragón») o Vlad Țepeș («el Empalador»), el brutal tirano medieval que empalaba vivos a sus enemigos. Un tío estupendo con el que obsesionarse.
Y está muy obsesionado. La casa de Rothwild parece una cámara de torturas medieval: armas, clavos de hierro, potros. El solo hecho de estar allí me ha revuelto el estómago. (¿O quizás han sido todas las ostras que había comido?). En cuanto al encargo… es raro. Rothwild quiere que verifique la autenticidad de un grotesco artículo de su colección: un anillo de hueso que había pertenecido a Vlad Drácula. Él afirma que lo consiguió en una venta privada: un coleccionista de Bucarest se había desprendido de él un día antes de morir, algo muy conveniente. El misterio es este: Rothwild piensa que el anillo es falso, una reproducción. Quiere que yo lo compare con otros dos anillos que supuestamente están en Rumania y le informe si el suyo es, en efecto, genuino. Si no lo es, debo conseguir el anillo verdadero «cueste lo que cueste».
La suma que me ha ofrecido no es para nada despreciable.
Jean-Bernard y yo pensábamos tomar el viernes el Expreso de Oriente de Arlberg con destino a Atenas, pero va a darme el gusto de desviarnos a Rumania alrededor de una semana. Tengo sentimientos encontrados sobre todo esto, más que nada porque no he puesto un pie en Transilvania desde la muerte de Elena. Tal vez ya sea hora. Ella tenía debilidad por Vlad Drácula y decía, al igual que muchos de sus compatriotas, que era un héroe nacional, no un monstruo. O quizás era un héroe nacional además de un monstruo. Nadie es del todo bueno o malo, ¿no?
Rumania es un sitio raro e inquietante. Es mejor investigar esto ahora, mientras Theodora pasa el verano en la seguridad de Nueva York. Si ella estuviera aquí, estaría volviéndome loco, buscando todo tipo de historias supersticiosas.
La imaginación de esta chica ya es demasiado grande.