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Un ronquido.

Eso es lo primero que escucho. Un ronquido muy fuerte, seguido de la revelación de que estoy sola en mi cuarto, así que ha tenido que ser mío. Fuera, las palomas gorjean y los gorriones cantan, pero lo que ha conseguido despertarme han sido mis fosas nasales y su ruido de escopeta de asalto.

Muy sexy, Faith Valentine.

Tengo los ojos cerrados y la lengua como un zapato; la consigo poner en movimiento con un chasquido. Me incorporo en la cama, bostezo —mi aliento huele a ropa sucia—, bebo del vaso de la mesita de noche y escupo una mezcla de pasta de dientes y pimentón por toda la colcha.

En el culo del vaso:

Seguro que tu sistema digestivo está SUPERACTIVO. LOL

MAX xxx

Abro las persianas con una mueca de asco —mi hermano necesita un hobby— y entra el sol por la ventana; medio dormida, saco las piernas de la cama, me rasco la rodilla y enciendo la radio. Después me voy directa a la esterilla de yoga.

Una de las paredes de mi habitación está completamente cubierta por un espejo de seis metros. Con esta luz, los poros parecen pozos: con una cuerda y un casco de espeleología te podrías meter en alguno de ellos. Será mejor que deje de mirarme la cara. Me agarro a la barra de madera y doblo concienzudamente las rodillas.

Me pongo de puntillas y bostezo por la nariz. Hago un gesto con la mano hacia la izquierda: grand plié. Vuelvo a apoyar los pies en el suelo y estiro una pierna hacia atrás: arabesco. Un relevé con una sola pierna para estirar el pie. A la sec...

Voy a tener intensificar la rutina de exfoliación o la abuela me va a matar.

Battement fondu, battement frappé; quatrième devant.

Igual podemos tapar los poros con masilla.

Gliss...

—A continuación —dice la mujer de la radio, con una emoción excesiva—, ¡el último éxito de Noah Anthony! Una de las canciones más románticas que he escuchado, me ha llegado al corazón.

—Sí —contesta un tío inexpresivo—. Estoy... destrozado.

—¡Es que me derrito! —vuelve a decir ella, ignorando el sarcasmo de su compañero—. ¡Aquí lo tenéis! El nuevo número uno del Reino Unido, directo de nuestros oídos a los vuestros.

Me detengo en mitad de un giro. ¿Qué narices quiere decir eso?

Doy un salto rápido y llego a la radio justo a tiempo para escuchar los primeros acordes. La culpa se apodera de mí y bajo el volumen antes de que mi novio empiece a canturrear.

«Lo siento, cariño. Te quiero.»

Luego —con los muslos aún doloridos de ayer— vuelvo a la esterilla, respiro hondo, cierro los ojos, me inclino hacia delante, me toco la punta de los dedos y adopto la posición de plancha durante unos minutos. Levantando un poco el trasero, me coloco en forma de V: manos y pies en el suelo, la cabeza hacia abajo, las rodillas ligeramente flexionadas y...

—Eres una friki, Effie. Lo sabes, ¿no?

Abro los ojos. La cara de mi hermana mayor está a treinta centímetros de la mía, tirada en el suelo justo debajo de mí. Debe de haber entrado sin hacer ruido y metido debajo de mí.

—Tienes un problema grave —continúa irónica—. ¿Crees que es algo médico o psicológico, genético o simplemente el impacto latente de la desigualdad cultural general? Es una pregunta seria.

Mer está tan cerca que veo hasta los pegotes de su rímel.

Tiene el eyeliner corrido por el rabillo de los ojos hacia el pelo, como si llevara puesta una máscara; se le está descascarillando la base de maquillaje por la nariz y tiene los labios parcheados en lo que fue un bonito tono burdeos. La peluca rosa que lleva está torcida y enredada, con el flequillo hacia un lado.

Parece estar agotada, desde luego. Se me encoge el corazón.

—Buenos días —digo agachándome y dándole un beso en la frente—. ¿Qué tal la fiesta? ¿A qué pobre pero sospechosa alma has hecho llorar?

Me levanto y doy una zancada hacia delante sobre el cuerpo enfundado en lycra de mi hermana.

—Madre mía —dice Mercy—, ¡deja de hacer ejercicio encima de mí!

Se arrastra sobre el suelo de madera y se mete en mi cama poco a poco, como una criatura marina pesada y exhausta.

—Ni hablar —añade, apagando la radio—. No pienso escuchar los berreos de tu novio. Ni de coña.

—Mercy... —digo con el ceño fruncido.

—¿Qué? Venga ya. Escribe canciones de mierda y lo sabes. —Arruga la frente mirando a la luz—. Y también podrías apagar eso.

—¿El sol? —Hago una pirueta con cuidado.

—Sí. —Mer me mira girar con cara de asco—. Me está dando dolor de cabeza. Y tú también, Faith Valentine. Deja de doblarte y de dar vueltas. No son ni las seis de la mañana. Estás loca.

Cuando termina con su ritual de insultos, se pone un brazo sobre la cara, cierra los ojos y empieza a roncar donde lo hacía yo hace un momento, vibrando como un taladro que agujerea una pared de ladrillo.

Me quedo mirándola: está enfadada hasta cuando duerme.

A veces pienso que mi cama es como una multipropiedad, como un apartamento barato en Mallorca. Yo la disfruto por la noche, y mi hermana de diecisiete años la usa desde las cinco de la mañana hasta las dos de la tarde. Empiezo a pensar que Mer ni siquiera se acuerda de dónde está su propia habitación. Solo nos llevamos un año, pero si alguna vez cerrara mi puerta con pestillo, estoy segura de que dormiría en una toalla mojada hecha un ovillo como si fuera un cachorrito.

La tapo con cuidado —bueno, con algo de cuidado— con la colcha llena de pimentón y pasta de dientes. Luego voy a rellenar el vaso con agua no troleada, lo vuelvo a dejar en la mesilla de noche y me quito el pijama de seda. Dando saltitos, me pongo unas mallas verde fosforito y una camiseta naranja. Con cuidado —no vaya a ser que los aplaste—, me recojo los rizos en un moño despeinado y me pongo una gorra y unas gafas de sol.

Por último, me ato las deportivas, abro la app de fitness y salgo de la habitación. Pero me quedo un momento parada en el pasillo.

Hope está haciendo unos ruiditos muy monos —mi hermana pequeña no tiene un taladro por nariz—, Max sigue por ahí, como de costumbre, y, al fondo del enorme pasillo, la puerta de mamá (y la de al lado) está cerrada a cal y canto. Noah tocó anoche en Wembley y papá viene de camino desde California: evidentemente, ambos siguen fuera de juego.

Lo que significa —respiro hondo y me estiro— que todas las personas que hay en mi vida están completamente dormidas y lo tengo todo para mí sola. Hoy es un día importante y, en cuanto el resto del mundo se despierte, yo estaré luminosa, brillante e impecable.

Tengo que ser Faith Valentine. Pero todavía faltan dos horas para que llegue ese momento.

Me voy a correr.