La invisibilidad de las mujeres

Aunque actualmente cualquier comentarista de la Odisea suele aludir en su análisis al papel relevante que ocupan los personajes femeninos en el poema, es interesante hacer un somero repaso de la crítica en otras épocas para hacernos una idea de cómo esta suele estar invadida por los prejuicios dominantes en cada momento sobre los roles de género.

Sin salir del territorio y la lengua griegos, nos encontramos con el primer intento de sistematización y juicio literarios de boca de Aristóteles. De boca, que no de pluma, porque gran parte de la obra que de él conservamos procede de los apuntes de clase, algunos incluso recogidos por sus discípulos. Sus escritos y sus libros destinados a la publicación se perdieron olvidados en un baúl por acción de la humedad, el moho y el tiempo. He aquí el resumen del argumento de la Odisea que hace en su Poética:

«De la Odisea, el argumento no es largo. Alguien pasa alejado de su patria muchos años, vigilado de cerca por Posidón y solitario; mientras tanto en su casa sus riquezas están siendo despilfarradas por unos pretendientes, que traman también la muerte de su hijo. Pero llega él, tras padecer todo tipo de fatigas, y, después de haberse hecho reconocer por algunos, lanzándose al ataque, se salva él y destruye a sus enemigos. Esto es lo propio de la Odisea, el resto son episodios».1

Las mujeres fueron invisibles para Aristóteles. Por no nombrarlas, no dice ni siquiera a quién pretendían los pretendientes.

Claro que, en la misma obra, encontramos una explicación de esto. Hablando de los personajes de las obras literarias en general, dice Aristóteles que, además de ser posibles, deben ser adecuados, «pues es posible que el carácter de una mujer sea valeroso, pero no es adecuado a una mujer ser tan valerosa e inteligente».2 Quizás fuera este el motivo por el que no ponía su atención sobre las mujeres de la Odisea. No eran caracteres adecuados porque eran valerosas e inteligentes.

En el Tratado de lo sublime, ya mencionado, se dice que así como un autor en su momento de apogeo trata la acción y la lucha, detenerse en lo doméstico es un reflejo de la decadencia. En el extenso texto que esta obra dedica a la Odisea tampoco hace mención a ningún personaje femenino, excepto para referirse a los «lastimeros cerdos de Circe».

Desde la Inglaterra del siglo XVIII, el clasicista y teólogo Richard Bentley consideraba que Homero había escrito una serie de cantos para ser interpretados por él mismo a cambio de una pequeña ganancia y los elogios de los oyentes en festivales y otras celebraciones, y que «había compuesto la Ilíada para deleite de los hombres y la Odisea para el otro sexo».3

Estos ejemplos dejan claro que algo pasaba con las mujeres en la Odisea. Mientras que eran invisibles para algunos, el excesivo protagonismo femenino restaba grandeza a la obra para otros, pues se trataba de personajes inferiores o inadecuados. Esta incomodidad se resolvía considerándola una composición decadente o destinada a un público con menores exigencias: una obra menor escrita para el otro sexo, el segundo sexo.

Dando otro salto en el tiempo, algunos comentarios de la primera mitad del siglo XX ilustran cómo se percibieron en aquel momento los roles de género que aparecen en la Odisea. Woodhouse afirma que Penélope no se encuentra a la altura de Circe ni de Calipso, ni mucho menos de Helena, «en la flor de su belleza [...]. Porque, en verdad, poco se puede hacer de la figura de Penélope en la novela de la Odisea sin alterar el centro de gravedad del poema».4 Penélope no debía de ser lo bastante bella a sus cuarenta años, solo era inteligente. Y de una mujer inteligente y no precisamente joven, ¿qué puede decirse en una obra literaria? Insiste Woodhouse en que «el tema del poema es el varón», como si no estuviera ya claro desde la misma obertura de la Odisea, pues «varón» (ándra) es la palabra con que se inicia la obra. Algo le incomoda, porque no es necesario afirmar lo que es evidente, a menos que se tengan dudas sobre ello.

En su obra Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno dedican un capítulo a la Odisea, de cuyo héroe hacen un primer representante del racionalismo ilustrado, en el que está ya presente, según ellos, la querencia por el dominio de la naturaleza que ha determinado el curso de la civilización europea. Ciñéndonos a los personajes femeninos —a los que excluyen del proyecto filosófico que les ocupa y de los que dicen que Homero no les atribuye una personalidad consolidada—, consideran que existen dos tipos: las esposas y las rameras. ¿Les suena? Penélope sería la guardiana del orden patriarcal —aunque no tienen en cuenta el hecho de que lleva veinte años sin patriarca que le ordene—. Las otras, Circe y Calipso, serían portadoras del olvido, fuerzas libidinosas que dificultan el regreso, por lo que las consideran oponentes más que auxiliares del héroe.

Existe un ejemplo muy claro de cómo y hasta qué extremo el punto de vista de estos autores está marcado por su misoginia. Para ilustrar la habilidad mental de Odiseo, su mêtis, utilizan la forma en que consigue escapar con éxito de dos peligros: el cíclope Polifemo y las Sirenas. Si bien en el primer caso es, en efecto, el ingenio del propio Odiseo el que inventa la treta de hacerse llamar Nadie ante el gigante, lo cual le permite la huida, en el caso de las Sirenas fue la mêtis de Circe, no la de Odiseo, la que concibió y le comunicó la manera de escapar al peligro sin dejar por ello de oír el canto que supuestamente le daría placer y sabiduría. Sin embargo, este detalle les pasa desapercibido y Circe aparece como fuente de regresión y olvido, la ramera a la que el héroe debe resistirse para protegerse a sí mismo y a la que al mismo tiempo califican como débil, obsoleta y vulnerable.

Mientras los valores masculinos han dominado la sociedad y las mujeres han sido ignoradas, sus valores menospreciados, sus posibilidades de desarrollo recortadas y sus desarrollos a pesar de las dificultades subestimados, cualquier relación con lo femenino en la creación artística ha perjudicado su apreciación. Prueba de ello son tantas autoras que ocultaron sus nombres para poder ver publicadas y reconocidas sus obras.5 Y la Odisea no podía ocultar la riqueza y complejidad de sus personajes femeninos, la atención con que se tratan los cuidados, la subversión del orden heroico establecido para dar entrada de forma tan precoz y relevante a los marginados sociales —las mujeres solas, los y las esclavas, las nodrizas— y en general a personajes que no se distinguen por sus valores heroicos sino humanos. Por eso pervive, porque esos valores, que han sido revolucionarios durante mucho tiempo, no pueden extinguirse dado que van con la naturaleza.

Cuando en los últimos cincuenta años las mujeres han ido poco a poco cobrando protagonismo y han empezado a ser rescatadas de aquellos ámbitos en los que se encontraban ignoradas o minusvaloradas, la Odisea ha pasado a considerarse, además del relato de las andanzas de su protagonista, una obra coral. Y así como Odiseo ha sido inspirador de numerosas obras literarias durante siglos, personajes como Penélope, Circe o Helena se han convertido en protagonistas de obras de ensayo y de ficción.6 Pero ellas siempre estuvieron ahí. Sin embargo, las lecturas sesgadas las redujeron a estereotipos: la una como mujer fiel, pasiva e inconsistente, la otra como maga maléfica y la tercera como adúltera, irresistible y culpable. El valor simbólico enmascaró el valor literario.

Al haber sido ignorados o no considerados en toda su riqueza los personajes femeninos durante tanto tiempo, un abordaje feminista encuentra actualmente en la Odisea un terreno por desbrozar.