Capítulo 1

Arcilla rota bajo los montículos

Jenofonte, el general e historiador de la Grecia antigua, en su obra más famosa, la Anábasis o La expedición de los diez mil, relata la dramática historia de cómo sacó de Mesopotamia a un ejército abandonado a su suerte de diez mil mercenarios griegos y los condujo de vuelta a Grecia. Jenofonte describió el paso del ejército por el centro de lo que hoy es Irak y su descanso en un sitio a orillas del río Tigris, un lugar que denominó «Larisa».1Al inspeccionar el terreno, Jenofonte divisó una inmensa ciudad desierta con altas murallas. Desde allí prosiguió la marcha hacia otra ciudad, Mespila, de la que el historiador afirma: «Estuvo antaño habitada por los medos». Según él, fue allí donde Medea, la esposa del rey, encontró refugio mientras los persas asediaban su imperio. El rey persa no pudo tomar la ciudad, explica Jenofonte, hasta que Zeus «aterrorizó con sus rayos a los habitantes y de este modo fue tomada la ciudad».2

Lo que vio Jenofonte en aquel antiguo paraje eran los restos de las ciudades de Nimrud (Larisa) y Nínive (Mespila). Estas ciudades estaban en el corazón del gran imperio asirio y florecieron bajo el gobierno del célebre y formidable rey Asurbanipal. Tras su muerte, Nínive fue destruida por una coalición de babilonios, medos y escitas en 612 a. C. Jenofonte confunde a los asirios (que habitaron la ciudad) y a los medos (que la tomaron) con los medos y los persas, la mayor potencia oriental del tiempo en que escribió su historia.3

Me resulta asombroso pensar que Jenofonte vio aquellos enormes montículos hace más de dos milenios; que las ruinas tuvieran ya muchos siglos de antigüedad cuando las contempló, y que los acontecimientos que las destruyeron fueran ya oscuros incluso para aquel gran historiador. Los griegos se consideraban los pioneros de las bibliotecas, y en el momento en que Jenofonte escribía, el mundo griego tenía una vibrante cultura del libro en la que las bibliotecas desempeñaban un papel fundamental. Por ello, no hay duda de que Jenofonte se habría emocionado de haber sabido de la magnífica biblioteca conservada bajo tierra que algún día revelaría la historia de su antiguo fundador, Asurbanipal.

Habrían de transcurrir otros veintidós siglos antes de que se descubriera la gran biblioteca de Asurbanipal y que saliera a la luz la historia completa de este imperio (y de sus predecesores y vecinos) gracias a la arqueología y las excavaciones de numerosos yacimientos asirios desde entonces, pero sobre todo gracias a los documentos hallados en dichas excavaciones.

La escritura parece una tecnología tan reciente dentro de la larga historia de la humanidad que resulta tentador suponer que nuestras civilizaciones más antiguas dependían ante todo de la comunicación oral para transmitir conocimientos. Estas civilizaciones, ubicadas en las zonas que hoy en día conocemos como Turquía, Siria, Irak e Irán, dejaron grandiosos e impresionantes restos físicos —edificaciones y objetos, unos en la superficie, otros descubiertos en excavaciones arqueológicas—, pero también dejaron documentos que prueban de forma concluyente que el registro escrito existía junto con la comunicación oral en los siglos previos a las civilizaciones de Egipto, Micenas, Persia y, finalmente, Grecia y Roma. Esos registros escritos son harto reveladores de dichas culturas. Los pueblos de Asiria y sus civilizaciones vecinas poseían una cultura de la documentación muy desarrollada y nos han transmitido un rico legado intelectual.

A mediados del siglo XIX, las tierras que Jenofonte describió a caballo entre los siglos V y IV a. C. fueron objeto de gran interés por parte de potencias imperiales europeas rivales. Querían contribuir a la recuperación de las culturas de conocimiento que se habían desarrollado en estas civilizaciones y sacaron a la luz no solo algunas de las bibliotecas y los archivos más antiguos del planeta, sino también las pruebas de antiguos ataques al conocimiento.

La presencia de los británicos en aquella región se debió en un principio a las actividades de aquel motor de expansión imperial, la Compañía de las Indias Orientales, que mezclaba el comercio con la imposición del poder militar y diplomático. Uno de sus empleados clave en la región era Claudius James Rich, un prodigioso conocedor de las lenguas y las antigüedades orientales, al que sus contemporáneos consideraban el hombre más poderoso de Bagdad, aparte del gobernante otomano local, el bajá; «y algunos incluso se preguntaban si en ciertos momentos el propio bajá no adecuaba su conducta conforme a las sugerencias y propuestas del señor Rich en vez de hacerlo con arreglo a lo que su propio consejo deseaba».4Con el propósito de satisfacer su «sed insaciable por ver nuevos países»,5Rich incluso había conseguido entrar disfrazado en la Gran Mezquita de Damasco, cosa que en aquellos momentos era toda una hazaña para un visitante occidental.6Rich viajó a lo largo y ancho de la región y realizó detallados estudios de su historia y antigüedades, que acabaron conformando una colección de manuscritos, adquirida tras su muerte por el Museo Británico. En 1820-1821, Rich visitó por primera vez el yacimiento de Nínive y el gran montículo de Kouyunjik (así llamado en turco otomano), que estaba en el corazón mismo de la ciudad asiria. Durante esta visita, Rich desenterró una tablilla cuneiforme que se había conservado del palacio de Asurbanipal. Esta tablilla sería la primera de las decenas de miles que se descubrirían en el yacimiento.

Rich vendió su colección de forma no profesional al Museo Británico, y la llegada a Londres de las primeras tablillas cuneiformes desataron un torbellino de entusiasmo e interés por la región, a la vez que crecía la especulación en torno a cuántos tesoros podía haber bajo tierra. Julius Mohl, secretario de la Sociedad Asiática Francesa, vio la colección en Londres y leyó también los relatos publicados de Rich. Mohl animó inmediatamente al Gobierno francés para que enviara su propia expedición a Mesopotamia con el propósito de poder competir con los británicos por la gloria de la erudición francesa. Enviaron a Mosul en calidad de cónsul a Paul-Émile Botta, un estudioso francés, con los suficientes fondos como para llevar a cabo sus propias excavaciones, que comenzaron en 1842. Fueron los primeros trabajos de excavación serios realizados en la zona, y su publicación en París en un libro suntuosamente ilustrado, Monument de Ninive (1849), con las imágenes del artista Eugène Flandin, los hizo famosos entre las élites europeas. Desconocemos exactamente dónde y cuándo, pero en algún momento un joven aventurero llamado Austen Henry Layard recorrió las páginas de ese libro con creciente asombro.

Layard se crio en Europa, en una familia adinerada, y pasó sus primeros años en Italia, donde leyó con avidez y quedó fuertemente influenciado por Las mil y una noches.7Desarrolló un gran apego por las antigüedades, las bellas artes y los viajes, y cuando tuvo edad suficiente se embarcó en una larga expedición por el Mediterráneo, a través del imperio otomano, visitando finalmente el país que hoy denominamos Irak, primero con un inglés de más edad llamado Edward Mitford y después solo. Al llegar a la ciudad de Mosul, Layard contactó con Botta, quien le puso al corriente de sus descubrimientos en el montículo de Kouyunjik, y es posible que fuera allí donde viera una copia del Monument de Ninive.8Eso infundió a Layard las ganas de empezar a excavar utilizando mano de obra local, que en el momento más álgido llegó a superar los 130 obreros, y a pesar de que la arqueología científica estaba entonces en sus inicios, sus esfuerzos fueron sorprendentemente profesionales y productivos. Las excavaciones de Layard fueron financiadas al principio de forma privada por Stratford Canning, el embajador británico de Constantinopla, puesto que se habían convertido en una cuestión de rivalidad entre Francia y Gran Bretaña. Durante seis años, un equipo de trabajadores de tribus locales fueron supervisados y asistidos por Hormuzd Rassam, un cristiano caldeo de Mosul, hermano del vicecónsul británico. Ambos se hicieron amigos íntimos y a la vez colegas. Desde 1846, Rassam trabajó de secretario y pagador de las excavaciones de Layard, pero también se comprometió intelectualmente con la empresa. Su papel en aquellas fabulosas excavaciones no ha recibido la atención merecida, en parte porque carecía de la astucia para promocionarse a sí mismo con la publicación inmediata de sus hallazgos y en parte porque algunos de sus éxitos fueron deslegitimados por detractores racistas, y sus últimos años quedaron empañados por disputas legales y decepción. Rassam consiguió que las excavaciones de Layard fueran un gran éxito gracias a sus capacidades organizativas, pero también contribuyó a la interpretación de la escritura cuneiforme, y después de que Layard regresase a Gran Bretaña para seguir una carrera política, Rassam continuó supervisando las principales excavaciones arqueológicas en Irak, financiado por el Museo Británico.9

A medida que avanzaban los trabajos, se fueron descubriendo enormes cámaras repletas de tablillas de arcilla. Layard y su equipo no solo habían encontrado fragmentos de conocimiento del imperio asirio, sino la institución que los albergaba: la gran biblioteca de Asurbanipal. Se enviaron al Museo Británico unas 28.000 tablillas, y en la actualidad hay miles repartidas en otras instituciones.10

Las tablillas de arcilla llenaban las cámaras hasta una altura de 30 centímetros; algunas estaban hechas añicos, pero otras se habían conservado milagrosamente intactas durante milenios. Una cámara, «custodiada por dioses pez —escribió Layard— contenía los decretos de los reyes asirios así como los archivos del imperio».11Muchos eran registros históricos de guerras, conjeturó, mientras que «otros parecen ser decretos reales y están sellados con el nombre de un rey, el hijo de Esarhaddon; otros, divididos en columnas paralelas por líneas horizontales, contienen listas de dioses y probablemente un registro de las ofrendas realizadas en sus templos».12Había dos sellos fragmentarios de arcilla especialmente destacables, que portaban los emblemas reales de un rey egipcio, Shabaka, y de un monarca asirio (probablemente Senaquerib). Layard sugirió que podrían haber ornamentado un tratado de paz. Semejantes descubrimientos inaugurarían un proceso que permitiría fundamentar hechos legendarios en pruebas documentales. La investigación en los ámbitos del lenguaje, la literatura, las creencias y la organización de aquellas civilizaciones antiguas todavía continúa.

He tenido la gran suerte de poder manejar algunas tablillas mesopotámicas de arcilla y comprobar por mí mismo la forma primitiva en que las comunidades antiguas documentaban el conocimiento. He examinado una variedad de tablillas conservadas en el Museo Ashmolean de Oxford, que muestran la sofisticación desarrollada por estas culturas. Las primeras que salieron del cajón de almacenamiento del museo eran unas pequeñas tablillas ovales procedentes del yacimiento de Jemdet-Nasr, en el sur de Irak. Eran sumamente prácticas, su forma estaba diseñada para que cupiesen fácilmente en la palma de la mano. La información se rayaba en la arcilla mientras todavía estaba húmeda. Es muy probable que estas tablillas, que contenían información administrativa, en su mayoría sobre cantidades de producto comerciado (por ejemplo, una de ellas muestra la imagen de un asno precedida por el número siete, que significaba «siete asnos»), fueran desechadas después de su uso porque se encontraron pedazos apilados en un rincón de una sala. Otras tablillas se habían utilizado como material de desecho para reparar una pared o cualquier otra parte del edificio que necesitase arreglo. Muy a menudo, a lo largo de la historia, este tipo de archivos se han conservado por casualidad. La antigua Mesopotamia no fue ninguna excepción.

Mucho más emocionantes eran las tablillas que no habían sido desechadas, sino conservadas y reutilizadas. Quedé maravillado ante unas tablillas ligeramente más grandes, que contenían inscripciones muy abigarradas. Estas tablillas cuadradas se conocen como documentos de «biblioteca», porque contienen textos literarios o culturales sobre temas que abarcan desde la religión hasta la astrología, y estaban diseñadas para ser conservadas para su lectura a lo largo del tiempo. Una de estas tablillas literarias tiene un colofón, donde el escriba registra los detalles del propio documento: qué clase de texto era, quién fue el escriba y dónde y cuándo trabajó (los copistas casi siempre eran hombres). Estos detalles, similares a las portadas de los libros modernos, demuestran que las tablillas estaban destinadas a ser guardadas junto con otras, porque el colofón ayudaba a distinguir los contenidos de las distintas tablillas. Es la forma más antigua de metadatos.

Las tablillas conservadas muestran que había también otra clase de documentos de archivo, registros de actividad administrativa y burocrática. Un grupo de tablillas muy pequeñas, que tenían el mismo aspecto que las «migas de trigo» de un desayuno de cereales, eran documentos de «mensajero». Proporcionaban la prueba de identidad del mensajero que llegaba para recoger o para entregar algún tipo de mercancía. Eran pequeñas porque tenían que ser fáciles de transportar; el mensajero las guardaba en el bolsillo o en una bolsa y las entregaba a su llegada. No está claro por qué se conservaron y no se utilizaron para reparar edificios, pero es posible que sirvieran para futuras referencias.

Gracias a casi dos siglos de arqueología sabemos ahora que estos pueblos antiguos tenían una cultura sofisticada, que mantenía bibliotecas, archivos y escribas. Con la formación de las primeras civilizaciones, que pasaron de una existencia nómada a una sedentaria, surgió también la necesidad de tener un registro permanente de comunicación y de almacenaje de conocimiento. Cuando la biblioteca de Asurbanipal estaba en pleno funcionamiento, las tablillas que utilizaban —pesadas y engorrosas— necesitaban cámaras de almacenamiento como las que Layard descubrió para poder hacer copias o recuperar información. A lo largo del tiempo, los estudiosos han encontrado pruebas de catalogación y organización en las tablillas.

En 1846, Layard empezó a enviar material a Gran Bretaña, y sus hallazgos causaron gran sensación en Londres cuando se exhibieron. La presión pública, alimentada por los informes de prensa, ayudó a modificar el criterio del consejo del Museo Británico, que acordó sufragar más expediciones, en parte espoleado por los políticos que consideraban el éxito de las excavaciones como una victoria sobre sus rivales franceses. Layard se convirtió en un héroe nacional —apodado el León de Nínive— y pudo labrarse una carrera como escritor y político gracias a su recién descubierta fama. El hallazgo de la biblioteca de Asurbanipal fue quizá su descubrimiento más importante. Las esculturas, la cerámica, las joyas y la estatuaria (actualmente expuestas en los grandes museos de Londres, Berlín, Nueva York y París) fueron estéticamente asombrosas, pero el desciframiento del conocimiento contenido en las colecciones iba sin duda a transformar nuestra forma de entender el mundo antiguo.

Gracias al estudio de estas tablillas, sabemos ahora que la Biblioteca Real de Asurbanipal fue quizá el primer intento de reunir bajo un mismo techo el corpus entero del conocimiento que podía recopilarse en aquella época. La biblioteca de Asurbanipal estaba compuesta por tres grupos principales: textos literarios y eruditos, consultas oraculares y registros de adivinación, y cartas, informes, encuestas censales, contratos y otra clase de documentación administrativa. El material más abundante (igual que en muchas otras bibliotecas antiguas descubiertas en Mesopotamia) hacía referencia a la predicción del futuro. Asurbanipal quería que el saber acumulado en su biblioteca le ayudase a decidir cuál era el mejor momento para ir a la guerra, para casarse, para tener un hijo, para plantar un cultivo o para llevar a cabo las cosas esenciales en la vida. Las bibliotecas eran necesarias para el futuro por el conocimiento que habían recopilado del pasado, para ponerlo en manos de quienes toman las decisiones, y en Nínive el último responsable y el más importante era Asurbanipal.13

Los textos literarios abarcaban un amplio abanico de temas, desde lo religioso, médico y mágico hasta lo histórico y mitológico, y estaban muy bien organizados, ordenados en una secuencia temática con etiquetas atadas a las tablillas, que hoy en día podríamos considerar como registros bibliográficos o incluso metadatos. Se guardaban como recursos de referencia permanente, mientras que los materiales de archivo se conservaban temporalmente, para dirimir conflictos legales sobre tierras y propiedades.14Entre los descubrimientos más importantes de Layard y Rassam en Nínive había una serie de tablillas que contenían el texto de una de las primeras obras de la literatura mundial que ha sobrevivido: Epopeya de Gilgamesh. En Nínive se hallaron varias series diferentes de tablillas que indicaban la propiedad de este mismo texto clave a lo largo de varias generaciones, todas conservadas juntas, transmitidas de una generación de reyes a la siguiente, incluso con un colofón que aseguraba que había sido escrito del puño y letra del propio Asurbanipal.

A partir de los hallazgos arqueológicos de los contenidos de los archivos y las bibliotecas de Mesopotamia y del estudio de los textos de las tablillas desenterradas, podemos distinguir una clara tradición en lo relativo a la organización del conocimiento e incluso reconocer las identidades de los profesionales responsables de estas colecciones. A diferencia de lo que ocurre hoy en día, que las tareas de archivero y bibliotecario son completamente distintas, en las antiguas comunidades estas líneas divisorias no son tan fáciles de apreciar. Bibliotecas como la de Asurbanipal revelan un deseo de manejar información y nos muestran hasta qué punto era valioso el conocimiento para los gobernantes y hasta qué punto estaban decididos a adquirirlo a cualquier precio.

Los eruditos que durante los últimos cuarenta años han estudiado la Biblioteca Real de Asurbanipal han llegado a la conclusión de que no se formó solo con las copias realizadas por los escribas, sino también acaparando el conocimiento de los Estados vecinos. Hemos obtenido esta información, que no podían saber ni Layard ni los pioneros de la escritura cuneiforme, gracias a la diversidad de yacimientos excavados en las últimas décadas. Las tablillas que revelan estas actuaciones de recopilación forzada son quizá el precedente más antiguo de lo que hoy denominamos «archivos desplazados» o «migrados» (a los que haremos referencia en el capítulo 11), una práctica que viene produciéndose desde hace milenios. Gran cantidad de las tablillas conservadas de la biblioteca de Asurbanipal llegaron allí de este modo.15

El conocimiento que tenemos de esta práctica se ha visto incrementado gracias al descubrimiento de tablillas en muchos otros yacimientos de la región, como el de Borsippa, en lo que hoy es el sur de Irak. En el primer milenio antes de Cristo, Borsippa formaba parte del imperio babilonio, sometido por Asiria. Las tablillas que se han encontrado allí conservan copias posteriores de una carta originariamente enviada desde Nínive a un agente, Shadunu, al que se le había encomendado la misión de visitar a un grupo de eruditos en sus casas y «hacer acopio de toda clase de tablillas almacenadas en el templo de Ezida» (el templo de Nabu, especialmente dedicado a la erudición, en Borsippa).16La desiderata es muy concreta, cosa que indica que Asurbanipal sabía lo que podía haber en las colecciones privadas de los eruditos.17Las instrucciones de Asurbanipal eran claras y contundentes:

... lo que se necesite para el palacio, lo que haya, y las tablillas raras que tú bien conoces y que no existen en Asiria, ¡búscalas y tráemelas!... Y si encuentras cualquier tablilla o instrucción de ritual sobre la que yo no te haya escrito y que sea buena para el palacio, cógela también y envíamela...18

Esta carta corrobora los testimonios de otras tablillas del Museo Británico, es decir, que Asurbanipal se apoderaba y también pagaba a los eruditos para que entregasen sus tablillas o que copiasen algunas de las que ellos tenían y otras que había en la famosa colección de Borsippa, conocida por su sofisticada tradición de escribas.

Se ha conservado un pequeño grupo de registros de entrada que arrojan luz sobre cómo contribuyeron estas confiscaciones a la formación de la gran biblioteca de Asurbanipal en Nínive (y confirman asimismo la impresión de que la biblioteca estaba cuidadosamente organizada y gestionada). La dimensión impacta de inmediato. De las treinta mil tablillas que sabemos que se han conservado de la biblioteca de Asurbanipal, el grupo de registros de entrada sugiere un ingreso conjunto de unas dos mil tablillas y trescientas pizarras de marfil y de madera. Sin duda, era una inmensa entrada única y las materias abarcaban más de treinta géneros, desde augurios astrológicos hasta recetas médicas. La procedencia del material no consta en todos los casos, pero es evidente que las tablillas provenían de bibliotecas privadas de Babilonia. Algunas parecen haber sido «regaladas» por los eruditos que las poseían, quizá para granjearse el favor de las autoridades reales de Nínive o quizá pensando que si se entregaba parte del material, el resto de sus bibliotecas permanecería intacto. Las únicas fechas que se pueden identificar apuntan al año 647 a. C., pocos meses después de la caída de Babilonia durante la guerra civil entre Asurbanipal y su hermano Shamash-shumu-ukin. La conclusión es evidente: utilizó la victoria militar como pretexto para ampliar su propia biblioteca mediante la confiscación forzada del conocimiento.19

La biblioteca de Asurbanipal no tardaría en sufrir un destino similar. Su victoria sobre Babilonia provocaría un ardiente deseo de venganza, y esta le fue infligida a su nieto Sin-shar-ishkun, que sucedió a su padre en 631 a. C. Los babilonios se aliaron con sus vecinos medos, cuyas fuerzas asediaron Nínive en 612 a. C. hasta que finalmente tomaron la ciudad y desataron un torrente de fuerza destructiva que abarcaría las colecciones de conocimiento, incluida la biblioteca creada por Asurbanipal. Aunque los trabajos de Layard desenterrasen aquellas asombrosas proezas de conservación y adquisición, allí donde excavaba había por todas partes muestras de fuego y violencia. Las excavaciones sacaron a la luz capas de ceniza y objetos deliberadamente rotos en el interior de las salas, pero algunos de los hallazgos de restos humanos fueron particularmente espeluznantes para los posteriores arqueólogos de la cercana Nimrud, que encontraron cuerpos con los miembros todavía encadenados que habían sido arrojados a un pozo.20

Pese a que la destrucción de la biblioteca de Asurbanipal en la caída de Nínive fuera un acto catastrófico, los detalles concretos de lo sucedido son inciertos. Las principales colecciones de la biblioteca y los archivos puede que fueran arrasados junto con la destrucción general del complejo palacial. Los incendios y el saqueo abundaban por todo el yacimiento y no podemos asegurar que la biblioteca fuera un blanco específico, aunque se han conservado pruebas de la rotura de determinadas tablillas (como las de tratados diplomáticos).21En el templo de Nabu en Nimrud, por ejemplo, se encontraron tablillas selladas de tratados de vasallaje de Esarhaddon, padre de Asurbanipal, hechas añicos en el suelo, abandonadas allí mientras la batalla rugía en torno a la gran ciudad, y que no se encontrarían hasta dos milenios y medio después.22

La Biblioteca Real de Nínive es la colección más famosa de su género entre las civilizaciones mesopotámicas, pero no fue la primera. En Uruk, en el sur de Irak, se han descubierto más de cinco mil tablillas que datan del cuarto milenio antes de Cristo y que básicamente tratan de asuntos económicos, pero también hacen referencia a cómo poner nombres a las cosas. Mil años después, tenemos testimonios procedentes de Siria, en el antiguo yacimiento de Ebla (al sur de la moderna ciudad de Alepo), de que había scriptoria y salas de biblioteca/archivo, con bancos de ladrillo para facilitar la selección de tablillas. Aunque no había ninguna expresión arquitectónica específica para las bibliotecas como edificios independientes, de esta época tenemos pruebas abrumadoras que demuestran la emergencia de técnicas de conservación para manejar la información, entre ellas distintos modos de almacenamiento. En la sala de archivos del templo de Nabu de Jorsabad (antigua capital de Asiria hasta que fue trasladada a Nínive) se encontraron elementos como estanterías de madera o casilleros de piedra, y en el templo de Shamash de la ciudad babilonia de Sippar había estantes, que servían para seleccionar las colecciones de tablillas, hecho que indicaba que su número había crecido tanto que se requerían técnicas especiales para clasificar y manejar la colección.23El uso de metadatos (en forma de etiquetas y otras maneras de describir el contenido de las tablillas) para ayudar a recuperar información y las copias que realizaban los escribas junto con el almacenamiento de textos fueron también un rasgo innovador a lo largo de las civilizaciones de Mesopotamia. La necesidad de mantener a salvo el conocimiento y permitir que sea compartido mediante la realización de copias tiene raíces muy antiguas y es consustancial a la propia civilización.

Los testimonios directos de bibliotecas y archivos del mundo antiguo son escasos y la naturaleza de las sociedades que desarrollaron estas colecciones es tan distinta de la nuestra que resulta peligroso trazar paralelismos. Pese a estas salvedades, creo que podemos sugerir algunas pautas generales.

Las bibliotecas y los archivos de Mesopotamia, sobre todo la biblioteca de Asurbanipal, muestran que el mundo antiguo comprendía la importancia de acumular y conservar el conocimiento. Estas civilizaciones desarrollaron métodos harto sofisticados, como la organización de las tablillas de arcilla y la incorporación de metadatos para facilitar el almacenamiento y la recuperación a medida que las colecciones iban creciendo. También se fomentaba la copia de textos para difundirlos entre los pequeños grupos de la élite en las casas reales, a quienes se les concedía el acceso.

Fueron los gobernantes los que crearon estas colecciones porque pensaban que la adquisición de conocimiento acrecentaba su poder. La colección confiscada a la fuerza de tablillas de arcilla procedentes de las ciudades vecinas y de Estados enemigos privaba a esos enemigos del conocimiento y los hacía más débiles. Dado que muchos textos hacían referencia a la predicción del futuro, la incautación de tablillas no solo ayudaba a hacer mejores predicciones, sino que significaba también que el enemigo no sería capaz de comprender el futuro.

Gracias a la biblioteca de Asurbanipal tenemos idea de lo que se conservaba en beneficio de las posteriores generaciones, puesto que las tablillas se heredaban de padre a hijo, incluidas las de la Epopeya de Gilgamesh. Incluso en aquella época comprendían que la conservación del conocimiento tenía valor no solo para el presente, sino también para el futuro. No obstante, la supervivencia de las propias colecciones es accidental. Las civilizaciones cayeron y no perduraron. Sus bibliotecas y archivos, incluso los que estaban destinados a sobrevivir, se han descubierto recientemente y solo gracias a los estudiosos en los albores de la arqueología.