La personalidad de nuestros volcanes

Chile es un país de volcanes. Hay más de dos mil de ellos en nuestro territorio y alrededor de cien se consideran geológicamente activos. Pero si nos vamos a una escala de tiempo más breve —donde tenemos registros históricos de erupciones—, el número se reduce mucho más: treinta y siete, según la base de datos del Global Volcanism Program. Pero no dejen que este número los engañe: nuestros volcanes suelen hacer muchas erupciones. De hecho, lo extraño es que en Chile no haya un volcán haciendo erupción, pese a que estos eventos, a veces, no tienen la mejor cobertura. Fíjense que incluso han ocurrido erupciones tan poco explosivas que quienes viven cerca del volcán las han pasado por alto. El mejor ejemplo de esto ocurrió el 2008 en el complejo volcánico Nevados de Chillán: este volcán estuvo liberando un río de lava muy viscosa durante un tiempo sin que nadie lo notara. Literalmente, nadie, tal como suena. De hecho, no fue sino hasta que se estudió la zona con satélites que se encontró el resultado de esta erupción. ¿Por qué tanta diferencia? Quizás la respuesta está en entender lo fundamental de cómo un volcán llega a hacer erupción. Spoiler alert: no tiene que ver con extraterrestres, ni con armas raras, ni con el tirón gravitatorio del ficticio planeta Nibiru.

Un volcán existe porque la Tierra tiene la necesidad de liberar parte de su presión interna. Debajo de nuestros pies tenemos la corteza terrestre, que es como la cáscara de nuestro planeta. Debajo de esa corteza tenemos el manto —el lugar donde nace el magma—, que siempre quiere subir y es crucial en nuestra historia. Este magma es fundamentalmente roca fundida, y también contiene cristales y gases. A veces mucho gas.

En Chile continental, donde nos encontramos en una subducción entre dos placas (Sudamericana y Nazca hasta la altura de Aysén; Sudamericana con la Antártica hacia el sur), el magma se genera bastante profundo. El fondo marino, que se va metiendo debajo de la placa continental, soporta cada vez más presión, de modo que la roca que lo compone comienza a fundirse parcialmente. Y luego esto sube a través de la corteza. En el camino, eso sí, puede ir cambiando, mutando a veces de forma tan drástica como el pelo de Arturo Vidal. Este cambio tiene consecuencias muy importantes en qué va a hacer el volcán cuando llegue el momento de la erupción, ya que afecta, entre otras cosas, la viscosidad del magma.

Piensen por un momento en agua fluyendo. ¿Listo? OK, ahora piensen en manjar fluyendo. Va más lento, ¿no? Ya, por último imaginen miel fluyendo. ¡Más lento todavía! La diferencia entre los tres fluidos está en su composición química, pero se ve reflejado en esa capacidad que tienen para oponerse a fluir libremente. Y allí está la viscosidad. Dentro de la corteza terrestre tenemos magmas con distintas viscosidades alimentando nuestros volcanes, lo que puede resultar muy estresante para el gas que tienen dentro. Porque, claro, si el magma es muy poco viscoso y llega a la superficie, el gas escapa de él y la erupción suele tener sobre todo ríos de lava y una que otra explosión chica, pero nada más.

Los volcanes de Hawai suelen ser de estos. Se van en pura lava, no más. Pero si el magma que llega a la superficie es muy viscoso y tiene harto gas dentro de él, suele mantenerlo atrapado. Muy atrapado y, también, a muy alta presión. Este gas ya va bastante estresado por la vida y, al querer salir a la superficie, se termina dando cuenta de que afuera la presión es harto menos que la que él está soportando. Así que —cual barrabrava ante un gol de su equipo— sale disparado hacia donde quiere ir. No le importa nada y rompe el magma en muchos, muchos tamaños. Y cuando esta roca fundida —ya rota— se enfría (fenómeno que ocurre rápido), se forman los piroclastos. El gas, entonces, puede fácilmente «moler roca». Cuando los piroclastos son muy grandes, se llaman bombas volcánicas; si no son tan grandes se llaman lapilli; y si son muy finos se llaman ceniza. Así que la ceniza no tiene nada de lo que uno piensa: es roca molida muy fina, con vidrio volcánico inclusive. Les encargo lo que es aspirar eso.

Entonces, como verán, erupciones con gas a más alta presión son más explosivas y, la mayoría de ellas, se da en magmas que ayudan a retener el gas acumulando presión. En Chile, obviamente, tenemos de casi todos los tipos de magma que puedan existir, aunque la mayoría de nuestros volcanes suele elegir el andesítico, que es bien viscoso, pero nunca tanto. Por esto, las erupciones suelen ser explosivas... pero nunca tanto. Hay una cierta ambivalencia de nuestros volcanes allí, pero es la misma que tienen otros en el mundo. Sin embargo, ellos no nos hacen las cosas tan sencillas y no todos funcionan igual. Tenemos algunos que han hecho erupciones con magmas menos viscosos (basálticos, como el Villarrica y el Llaima) y con otros más viscosos (dacíticos, como el Nevados de Chillán, o riolíticos, como el Chaitén). Muchas veces, un volcán erupciona magmas distintos en el tiempo, ¡e incluso a veces dentro de la misma erupción!

Así que, para diferenciar las erupciones grandes de las pequeñas, los científicos usamos el llamado Índice de Explosividad Volcánica (IEV). La idea detrás de este indicador es sencilla: una erupción más grande es más explosiva, y tiene que liberar una mayor cantidad de tefra (o ceniza volcánica) durante su erupción. El número va de 0 a 8, donde 8 es un cataclismo, y 0 vendría siendo una erupción sin ceniza, que sería una erupción con ríos de lava y nada más, por ejemplo.

Dentro de los últimos ciento veinte años hemos tenido muchas erupciones y muy explosivas en el norte y en el sur. El top lo forman el Quizapu con una de las cinco erupciones más grandes en todo el mundo durante el siglo xx, seguido por el Hudson (1991), Chaitén (2008), Cordón Caulle (2011) y, un poco más atrás, los volcanes Láscar (1993), Carrán-Los Venados (1955) y Calbuco (2015). Sin embargo, la gran mayoría de las erupciones en Chile no son demasiado explosivas: suelen tener un IEV entre 2 y 3.

Solo para tener una idea, acá les muestro el tamaño de la columna eruptiva de cuatro erupciones: Planchón-Peteroa, con un IEV 1 (2 a lo sumo); Llaima (2008), con un IEV 3; Chaitén (2008), con un IEV 4-5; y el Quizapu (1932), con un IEV 5 (que también ha sido estimado en 6). ¡La columna eruptiva del último tuvo una altura de más de treinta y cinco kilómetros! Una locura. No solo vean la altura de las columnas, sino que también su grosor. ¡Qué pequeño se ve el Planchón-Peteroa!

Fuente: Cristian Farías.

Ahora bien, ¿cuántas erupciones hay realmente en Chile?

Lo primero que debemos considerar es que muchos registros de erupciones se basan en reportes históricos, que involucran a personas narrando lo que vieron. Por lo mismo, hay muchos volcanes que no muestran erupciones entre los siglos XV y XIX, pero no es que no hayan hecho nada, sino que seguramente no hubo nadie cerca para contarlo. Eso se refleja en que el catálogo de erupciones muestra solo erupciones del Villarrica entre 1503 y 1543, sin registro de más volcanes en erupción. Es por ello que la siguiente pregunta es tan relevante: ¿a partir de qué año se puede considerar que un catálogo está completo? ¡Y esa no es una pregunta que tenga una respuesta fácil! Hasta hoy, hay zonas de Chile de muy difícil acceso, donde no es tan sencillo ver la actividad de un volcán a simple vista. Sin embargo, a partir de fines del siglo XIX, podemos decir que el catálogo de erupciones está bastante completo. Así que, contando la cantidad de volcanes que estuvieron en una erupción por año desde 1900 hasta 2020, el resultado es el siguiente:

Fuente: Elaboración propia, basado en datos del Global Volcanism Program, Smithsonian Museum, EE.UU.

Como pueden ver, hay en efecto años en los que hemos tenido más volcanes en erupción que otros. Sin embargo, la estadística nos sugiere que la base es tener dos volcanes en erupción por año. Y eso ya es tremendo: ¿cuántas veces han interiorizado que lo normal es tener dos volcanes haciendo erupción en Chile anualmente? Quizás no tantas, y en parte porque tenemos la tendencia a darle una connotación completamente negativa a una erupción volcánica, cuando en realidad son fenómenos naturales que no dejan de ocurrir.

El conteo de volcanes en erupción que estamos viendo indica las erupciones explosivas (donde se puede ver una columna de ceniza volcánica marcada). ¿Y cuáles son los volcanes que pasaron más años en alguna fase eruptiva algo explosiva? El Llaima, el Láscar, el Nevados de Chillán y el Quizapu. Si se preguntan dónde está el Villarrica, el volcán más activo de Chile, les cuento: con ciclos eruptivos largos, mostrando su lago de lava a los turistas que se aventuran a subir hasta su cráter. Sus erupciones explosivas son más bien breves en contraste con el Nevados de Chillán, por ejemplo, que suele tener procesos de décadas, donde hay muchas explosiones como lo hemos visto estos años. Sin ir más lejos, estuvo trece años seguidos en erupción intermitente, entre 1973 y 1986, creando su cráter Arrau.

OK. Entonces ya sabemos que tenemos muchas erupciones y varias de ellas bastante explosivas. Pero algunos volcanes chilenos también han mostrado una característica muy interesante, aunque potencialmente peligrosa: la falta de señales claras de que va a iniciar una explosión. Al respecto, al menos desde que existe un monitoreo de los volcanes en nuestro país, se han presentado varios casos. El 2008, el Llaima —que estaba en un estado alterado después de una pequeña erupción en la mitad de 2007— se encontraba «fumando» incluso con leves salidas de cenizas. Algo como un «puff». Sin embargo, desde el análisis de los instrumentos ubicados alrededor, no se desprendía nada demasiado preocupante: no había un indicio claro de que hubiera una gran inyección de magma que lo llevara a algo más. El 1 de enero de 2008 tuvo apenas dos sismos bien peculiares y comenzó su erupción más explosiva desde 1955. Hoy, el Nevados de Chillán tiene una dinámica muy compleja, en la que vemos pulsos eruptivos que vienen sin ningún tipo de aviso. Pero el caso más emblemático claramente es el Calbuco, con una tremenda erupción en abril de 2015. Esa vez, el volcán dio un único aviso, con muchos sismos, apenas tres horas antes de las primeras explosiones. Fue un evento absolutamente inesperado, ya que para algo tan explosivo hubiésemos esperado más avisos durante más tiempo. Esto, ya que cuando un magma va subiendo hacia la superficie, se van abriendo espacios, rompiendo roca en el proceso, generando ondas sísmicas cuando ocurre cada una de esas rupturas. Lo típico es ver que tanto la cantidad como el tamaño de estos sismos son cada vez más grandes. No fue el caso del Calbuco. Eventos así nos muestran que nuestros volcanes algunas veces pueden ser muy sensibles y eso abre una interrogante para investigar: ¿por qué, a veces, casi no dan señales de que van a hacer algo, o por qué algunas de esas señales son tan sutiles que no podemos identificarlas antes? De más está decir que, para avanzar en ello, debemos tener muchos más investigadores de los que hoy tenemos.

Como pueden ver, estos volcanes no se presentan como personajes sencillos de estudiar: tienen una especie de «personalidad», y es una que debemos aprender para leer mejor las señales que nos dan y, así, anticiparnos a lo que pueda ocurrir con ellos. Así que hagamos un pequeño juego y pensemos que estamos en una fiesta, donde los volcanes están invitados y son... protagonistas.

¿Qué harían y qué personaje serían?

VILLARRICA: sería un zorrón bien carretero. Todos lo conocen, y saben que cada cierto tiempo termina tirado en una esquina, pero siempre vuelve y se encarga de alumbrar sobre lo que hace. Usualmente termina vomitando, lo que genera siempre problemas a su alrededor.

LLAIMA: carretero como el Villarrica. Es más duro en sus formas y a veces queda con resacas tremendas. Se sospecha que acompaña el alcohol con algunas drogas. Rockero (?).

GUALLATIRI: es un personaje que siempre está fumando algo, pero que no se mete con nadie. Es casi pachamámico y le gustan las alturas. Vive en la suya, sin preocuparse mucho. Y no molesta tampoco.

OSORNO: este se sabe lindo y se encarga de marcarlo. Se supone que hace hartos años tuvo sus momentos de polémica, pero ahora se va en pura facha y no mucho más. Amenaza con que un día se va a lanzar, pero no se sabe cuándo ni cómo lo va a hacer.

LÁSCAR: es ese personaje que siempre se mete en problemas. Ha peleado mil veces, aunque sus enojos no duran mucho. Eso sí, todos recuerdan una vez que fue particularmente violento y lo miran con respeto. Es que fue demasiado. Da algo de miedo. Es el clásico caso del que dice «¿para qué me invitan si saben cómo me pongo?».

CHAITÉN: este parece muy elegante porque vive en una bonita casa, se porta bien y casi nunca sale... hasta que toma. Allí no hay vuelta.

QUIZAPU: protagonizó dos de los carretes más épicos de la historia y se convirtió en una leyenda, pero nadie lo ha vuelto a ver. El nombre lo saben todos, pero lo conocen poco. Un mito.

CALBUCO: es ese que carretea poco, pero que cuando lo hace, lo hace con ganas. Aparte, el zorrón del Villarrica lo fue a molestar, para sacarlo a carretear el 2015. No sabía en qué se estaba metiendo.

Bromas aparte, con el tiempo los científicos terminamos hablando de los volcanes como si fueran personas y creo que nos viene bien hacerlo: así nos metemos en la cabeza que siempre pueden salir con alguna sorpresa, más allá de que podamos comprender su comportamiento «base».

Por lo mismo, Chile necesita científicos que estudien la dinámica de los volcanes —su «personalidad»— y, de este modo, ser más efectivos de lo que actualmente somos. Pero la verdad somos muy pocos, por muy irónico que sea. Uno se imagina que si nuestro país se comienza a tomar más en serio el desarrollo científico, invirtiendo mucho más dinero del actual, esto va a cambiar. Y ojalá que la puesta en marcha del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación avance en esta dirección.

Aunque hay un montón todavía por entender, no crean que no sabemos muchas particularidades de nuestros volcanes, ¡porque sí las sabemos! La investigación en temas volcanológicos está a un gran nivel, y hoy hay varios volcanes que están muy bien monitoreados y su actividad base está bastante entendida, al menos desde la experiencia. Además, tenemos al Observatorio Volcanológico de los Andes del Sur (OVDAS) ubicado en Temuco, recibiendo información en tiempo real. Es en este lugar y en las diversas universidades y centros de investigación de nuestro país donde los científicos pueden identificar mejor las sutilezas de los cambios en el comportamiento. Y, como se sabe, la vida está en este tipo de sutilezas.