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Hugo |
Era un sábado, el primero de las vacaciones y de esos de los que te cuesta levantarte de la cama porque, en el fondo, no tienes ninguna intención de hacerlo. Teníamos aún dos semanas por delante y, aunque Julia y yo habíamos hablado de viajar y habíamos hecho muchos muchos planes, no hubo manera de cuadrar los días libres hasta finales de junio. Para entonces ya era demasiado tarde como para reservar algo decente y a un precio normal. Todos los hoteles de Italia parecían estar ocupados.
Así que, en lugar de descubrir mundo, nos habíamos decidido por hacer arreglos en la casa y relajarnos, sin más. El viaje a Roma podía esperar; ya lo organizaríamos con calma, quizá en algún momento en que no fuese temporada alta y nuestros trabajos se alinearan con los astros.
—Uf, qué pereza —dije, estirándome y revolcándome entre las sábanas.
—Y que lo digas. —Julia se desperezó a mi lado como un gato, sonriendo y frotándose los ojos.
Quizá habíamos acertado quedándonos en Barcelona, pensé. El sol entraba en la habitación a través de las rendijas de la persiana de madera, dibujando formas en la pared y sobre los muebles. Hacía un día fantástico, pero no me apetecía salir.
—¿Nos pasamos el día aquí? —dije, tentativo.
—No es mala idea. Podemos traernos el portátil y ver pelis todo el día —me respondió, acercándose a mí—. Pedir unas pizzas, quizá.
—Y helado. —Le besé la nariz, y la frente, y toda la cara.
—Por supuesto, que no falte el helado.
—Y... ¿follar? —seguí, besándole el cuello. Julia rio, divertida.
—Me lo has quitado de la boca.
Me tocó por encima de los calzoncillos y se acercó a mí, apretándome el miembro y endureciéndolo más de lo que ya estaba.
—De hecho, podríamos empezar por ahí —sugerí, pegándome más a ella.
—Me parece una gran idea —acabó diciendo Julia, girándose y colocándose encima de mí.
Yo no podía parar de sonreír, extasiado, pensando en lo bien que nos estaba yendo todo desde que habíamos decidido ser más abiertos el uno con el otro. Jamás me habría imaginado que una cosa tan banal como una app de swingers desencadenaría una convivencia en pareja como aquella. A cualquiera le habría parecido contradictorio, pero no lo era.
Claro que seguíamos teniendo nuestros más y nuestros menos, pero ahora tenía la certeza de que, tuviésemos el problema que tuviésemos, lo acabaríamos hablando y solucionando.
Quizá es que éramos jóvenes y estábamos enamorados. No lo sabía. Tampoco sentía la necesidad de preguntar.
Lo que era, era, y lo habíamos construido entre los dos.
Julia siguió besándome y estrujándome la erección, subiendo y bajando la mano como si me estuviese haciendo una paja. Yo le toqué los pechos, incorporándome para besarlos. Le pellizqué los pezones con los labios y luego les di un lametón, uno a cada uno.
De repente Julia me miró con cara de pilla, sonriendo mientras se deslizaba hacia abajo, parando para besarme a mí los pezones, y el vientre y el ombligo. Pasó los dedos por la goma del calzoncillo y lo bajó suavemente, dejando que mi pene saltase hacia delante en cuanto estuvo liberado, quedando a escasos centímetros de su boca. Soltó una pequeña risa, sacó la lengua y le dio un pequeño lametazo.
Cuando hubo bajado los calzoncillos del todo y los hubo lanzado hacia el fondo de la habitación, me cogió el pene con una mano y se lo acercó a los labios, dejando caer un hilo de saliva que cubrió el glande y lo humedeció aún más. Entonces abrió la boca y se lo metió en ella con suavidad. Enseguida noté cómo el calor y la humedad lo cubrían casi por completo.
Bajó hasta la base y subió lentamente, impregnándome con saliva la piel de la polla, que para ese entonces ya estaba venosa y palpitante.
Empezó a acelerar el ritmo y a acompañar el movimiento de la cabeza con la mano, bajando y subiendo en círculos, mientras con la otra me acariciaba los testículos suavemente. A veces bajaba la boca hasta ellos para lamerlos, recorriéndolos con la lengua, provocándome escalofríos, para luego volver a subir hasta el glande y chuparlo de nuevo.
—¿Te gusta? —me preguntó, haciéndome abrir los ojos.
—Me encanta —logré decir entre gemidos—. Sigue.
La verdad era que Julia era una gran feladora. Siempre me había gustado mucho la forma en que lo hacía, aunque de vez en cuando me había planteado «subir de nivel».
Me di cuenta de que nunca me había atrevido a decírselo. Pensé en lo que habíamos vivido durante esas últimas semanas y en lo absurdas que me parecían ahora esas vergüenzas que tenemos todos a veces con nuestras parejas. Sí, quería que supiese lo que me apetecía, los deseos que tenía; que formase parte de mis fantasías y que ella me contara las suyas. Ya habíamos tardado demasiado tiempo en compartirlas.
—¿Sabes qué? —dije, impulsivamente. Ella me miró fijamente, sin dejar de chupármela ni un segundo—. Me gustaría probar algo.
Se apartó un momento de mí. Ahora me miraba con curiosidad.
—¿El qué? —preguntó en tono morboso.
—Te aviso, me da un poco de vergüenza.
—Bueno, ahora ya no hay vuelta atrás —rebatió, sonriente.
—Siempre he querido probar... Dónde está mi punto G —acabé confesando. Me había ruborizado un poco.
—¡Mmm...! —Julia se acercó un poco más a mi entrepierna, con cara pícara—. Qué ganas tenía de que me dijeras eso.
Se metió suavemente el dedo índice en la boca, chupándolo con los labios y recorriéndolo con la lengua, y poco a poco lo bajó hacia mí.
Volvió a chupármela y, con el dedo mojado, empezó a tocarme alrededor del ano. Era un buen comienzo, pensé. No dejaba de sentir el placer que me daba Julia con la boca y, a la vez, notaba la sensación de algo desconocido para mí. Era la primera vez que otra persona me lo hacía y, por ser Julia y por la confianza que nos teníamos, estaba siendo mucho mejor que las veces que me lo había hecho yo.
Sí, alguna vez había jugado un poco con mi culo en la ducha, pero era una zona que, a pesar de no desagradarme lo que sentía cuando la estimulaba, nunca le había dado demasiada importancia. La mayoría de las veces acababa haciéndome la clásica «duchaja», por comodidad y tradición.
Reí para mis adentros hasta que Julia empezó a hundir un poco el dedo en mi ano. Noté cómo entraba la puntita y respiré hondo, intentando tranquilizarme. Se me había acelerado el pulso de golpe.
«Pero no», me dije, cerrando los ojos.
Tenía que liberar la mente y sentir, simplemente. Ella lo sacó de nuevo, separó su boca de mí, bajó la lengua hasta mi ano y empezó a estimularlo. Vale, eso era otra cosa. El placer me golpeó como una ola y mi polla se puso aún más dura que antes. Julia lo notó y la apretó con fuerza, y siguió subiendo y bajando la mano sin dejar de estimularme con la boca, moviendo la lengua en círculos.
Estaba realmente excitado. No me había esperado que aquello pudiese ser tan placentero. Julia se separó de mí un momento, dejando un poco de saliva en la zona, y acercó de nuevo el dedo para hundirlo en mí aún más que antes. Volvió a meterse mi polla en la boca y empezó a mover el dedo índice, haciéndolo entrar y salir de mi culo muy despacio. Cada vez que lo metía lo hacía llegar un poco más lejos.
—¿Está... está todo dentro? —pregunté, extasiado.
—Sí, tienes un culito muy tragón —sonrió ella, mirándome.
A mí se me escapó una carcajada.
—Qué mala eres.
Empujó el dedo hacia arriba y yo solté un gemido.
—¿Te gusta?
—Sí —exhalé. Me había dejado sin aire.
—Creo que hemos dado con tu punto G.
Casi no la oí. Empecé a notar un placer enorme. No sabía qué me estaba haciendo; era como si fuese a explotar en cualquier momento.
—¿Qué estás...?
—Estoy moviendo el dedo en círculos en esa zona.
—Uf... Me voy a correr si sigues así.
—¿Ah, sí? Entonces paro.
—No..., no sé qué decirte.
Ni siquiera me dio tiempo a pedirle que siguiera hasta el final. Paró de repente.
—Un segundo —me dijo, alejándose de mí, escurriéndose por el lateral de la cama.
—¿Qué haces?
—Ahora verás.
Abrió uno de los cajones de su mesita de noche y empezó a removerlo, buscando algo. Yo resoplé, un poco frustrado.
«Menudo momento para parar», pensé.
A los pocos segundos Julia se giró hacia mí, sonriente.
—Mira lo que tengo.
Extendió la mano hacia delante enseñándome un juguete. Parecía un plug anal, de esos que habíamos probado alguna vez con ella, pero ese tenía la punta más fina y una base para cogerlo. No parecía ser ninguno de los de Julia.
—¿En serio? —reí, nervioso.
—¡Sí, claro! Estuve buscándolo durante días. Es perfecto para chicos y tiene una sorpresa —dijo, incorporándose de nuevo hacia mí.
—¿Una sorpresa? Pero es un poco grande, ¿no...?
Se me cortó la respiración al notar la punta del juguete en el ano. Julia me sonrió, divertida y atenta.
—No, es casi como mi dedo.
—O como dos dedos, o tres.
—Es el más pequeño que había, exagerado. Además, seguro que te gusta —me dijo, guiñándome un ojo.
Dudé un segundo, pero tenía mucha curiosidad.
—Relájate —me dijo Julia, besándome la barbilla.
—Vale, pero ve poco a poco.
Ella sonrió, apoyó otra vez la punta del juguete entre mis nalgas y la deslizó hacia dentro. Intenté relajarme y dejar la mente en blanco, o por lo menos mantenerla en el estado de «cachondez» en el que me había dejado.
—Ahora le doy aquí, y... —susurró ella, y se me abrieron los ojos de par en par.

El plug empezó a vibrar con suavidad y no pude evitar dar un pequeño salto sobre el colchón. Julia rio y la miré fijamente.
—¿Te gusta? —me preguntó con cara de pícara.
—Sí, ¡pero la próxima vez avisa antes! —Me reí, aún nervioso.
—Va, relájate.
Me cogió la erección de nuevo. No estaba tan dura como antes, pero seguía en forma, esperando su turno de placer. Julia volvió a metérsela en la boca y a bajar y subir lentamente, recorriéndola con la lengua y los labios como había hecho hacía unos minutos, pero ahora con el juguete, que iba adentrándose despacio, cada vez más lejos.
Entre el placer de la felación y las vibraciones, volví a ponerme muy duro, muy excitado. Julia no paró de sacar y meter poco a poco la punta.
Estaba en pleno éxtasis cuando de repente el plug entró entero y se quedó fijo, sujeto por la base.
—¿Ha entrado todo?
—Ya te he dicho que eres un poco tragón.
—Serás bicho...
De repente Julia me soltó la polla, cogió mi pierna por un lado y la giró, dejándome de costado. Me dio un azote en la nalga, sonriendo.
—¡Vámonos! —dijo de repente, bajándose de la cama de un salto.
—¿Qué?
—¡Vístete, anda! Nos vamos.
—Pero... ¿me vas a dejar así?
—No —respondió, acercándose otra vez a mí—. Pero si quieres tu orgasmo tendrás que jugar a un juego.
Yo reí, sorprendido.
—¿En serio?
—Claro que sí. Después de lo del confesionario, ¿pensabas que la cosa quedaría así?
—Ya me extrañaba a mí que no me hubieras retado antes, con lo competitiva que eres.
—Pues aquí lo tienes —concluyó, guiñándome un ojo y abrochándose la falda.
—Pero, a ver... Explícame de qué va el reto —pregunté, sintiendo aún la vibración del plug.
—Mira, es muy fácil. —Sacó el móvil y me enseñó la pantalla—. Esta aplicación controla el juguete.
—¿A ver? —Me acerqué a ella, emocionado por lo genial que me parecía, pero un poco preocupado por ser yo el objeto de pruebas.
Julia giró el móvil y deslizó el dedo. Noté una vibración tan fuerte que me estremecí hasta el punto de caerme otra vez en la cama.
La vibración paró de golpe y yo pude girarme para mirar a Julia, sorprendido.
—Me empiezas a dar un poco de miedo. ¿Qué piensas hacer? —dije, recuperándome de la sorpresa.
Estaba comenzando a gustarme esa faceta de Julia, tan perversa.
—Vamos a desayunar a alguna cafetería, a dar un paseo... Y tú tienes que aguantar con el juguete puesto hasta que yo quiera —me dijo, acercándose a la cama hasta tener la boca a escasos centímetros de la mía—. Hasta que haga que te corras —susurró.
Yo sonreí aún más.
—Pero ¿no íbamos a quedarnos todo el día en la cama, viendo pelis y follando como locos?
—Sí, pero he cambiado de idea. —Sonrió y volvió a alejarse de mí, dejando que me incorporase—. Eso lo podemos hacer otro día; tenemos muchos por delante.
—Pero serás... —dije, levantándome hacia ella para tirarla a la cama de nuevo.
Pero Julia era más rápida que yo. Volví a notar otra vibración, esta vez más intensa que antes, pero al haberla visto pulsando el móvil, me lo esperaba, así que contuve el espasmo. Aun así, no me dejó indiferente, y mi polla no paraba de palpitar. Julia se quedó quieta, mirándola fijamente.
—Parece que a ella sí le gusta la idea, así que vamos —acabó diciendo, pasando el segundo brazo por la camiseta.
Yo resoplé, pero acabé cediendo. Al fin y al cabo, el juego lo había inventado yo.
Hacía solo un par de días que le había propuesto el primer reto, y había sido de lo más salvaje que habíamos hecho en nuestra vida. Llegué a pensar que Julia acabaría acobardándose, pero ella no era de las que se retiran de una apuesta. Lo hizo casi sin pestañear, a costa de garantizarnos la excomunión más definitiva de la historia y una plaza en el infierno para cada uno.
Visto así, el reto que me estaba proponiendo no era tan descabellado, pero quería saber qué cariz estaba tomando una situación que yo mismo había provocado casi sin querer.
—¿Y si no quiero participar? —pregunté, provocándola.
Ella se acercó a la cama por enésima vez, apoyó las rodillas sobre el colchón y acabó poniéndose sobre mí. Me miró con los párpados entrecerrados.
—Voy a obviar que estás intentando escaquearte después de lo del reto de la iglesia. Reto que, por cierto, superé con creces. —Hizo una pausa y se acercó a mi oreja, rozándola con los labios—. Si no quieres participar, entonces serás un loser declarado y no podrás ponerme retos a mí nunca más.
Se levantó, concluyente y satisfecha consigo misma, y se alejó hacia el baño. Yo me quedé allí, estirado, pensando un momento.
Era verdad que me había imaginado mi fantasía de masaje prostático de otra manera, pero me parecía excitante aprovechar esa oportunidad tan divertida que me planteaba Julia. Lo de quedar como un perdedor no me preocupaba para nada, ni ante ella ni ante nadie, si aquello que me proponían no me apetecía o no me parecía bien. Yo lo sabía y Julia también era consciente de ello. Ambos pensábamos igual y teníamos todo aquello muy hablado; ella conocía mis límites e intuía hasta dónde podía llegar. De haberle dado un no rotundo, probablemente ni siquiera hubiese intentado negociarlo.
Por otro lado, no solo quería saber qué me tenía preparado, sino que tampoco estaba dispuesto a perder una oportunidad de jugar con ella de la misma manera, retándola y viendo hasta dónde era capaz de llegar. El mismo día que la hice entrar en el confesionario ya había sopesado otras ideas. Solo necesitaba que se diese la ocasión idónea para ponerlas en práctica.
—¿Y bien? ¿Qué has decidido? Te veo muy poco vestido —me dijo en tono de burla mientras se asomaba por la puerta con el bolso colgando del hombro, lista para salir.
Salté fuera de la cama y fui hacia Julia hasta quedarme igual de cerca de lo que ella había estado de mí minutos antes.
—No querría perderme por nada del mundo el siguiente reto.
Me di la vuelta y me agaché, sonriente, para coger los primeros pantalones que me encontré por el suelo.
En menos de cinco minutos, Julia me había arrastrado hasta la estación de metro, en dirección al centro. Yo había intentado disimular, pero estaba nervioso. Me cogí a la barra del vagón con fuerza, cambiando el peso de un pie al otro.
—¿Por qué tan lejos? ¿No podíamos haber ido a la cafetería de debajo de casa?
—¿Estás loco? ¿Y si nos pillaran? Tendríamos que cambiarnos de barrio —rio ella, divertida—. Mejor ir al centro, que no nos conoce nadie y está más abarrotado de gente.
—Menudas vacaciones me esperan —dije, poniendo los ojos en blanco.
—Bueno, ya que no nos vamos de viaje... Por lo menos que sean entretenidas.
—Ya veo, ya... —refunfuñé, acercándome un poco a ella.
De repente noté una vibración fuerte y pegué un salto, conteniendo un grito en mitad del coche del tren.
Viajaba lleno hasta los topes. Miré a Julia con cara de asesino.
—Eso por quejica —me susurró, intentando no reírse.
—Vale, vale —claudiqué, levantando las manos en son de paz—. Pero baja un poco la vibración, que estoy flipando.
—Ay, perdona, es que se ha quedado en el punto máximo.
Julia sonrió con maldad y yo negué un par de veces con la cabeza. Cuando vibraba tanto y de manera tan repentina, más que darme placer, me daba unos sustos de infarto. Aunque era verdad que, con todo lo que había pasado durante la mañana, tenía la libido por las nubes. Estaba más que entusiasmado por saber cómo transcurriría el resto del día.
—A propósito de diversión; acuérdate de que mañana es el cumple de Mario —dije, alejándome un poco de ella por si acaso.
—¿Le dijiste que iba contigo?
—Claro, ¿cómo no se lo iba a decir?
—No lo sé, no lo he vuelto a ver desde su anterior cumpleaños, y eso fue más o menos al principio de conocerte.
—Ya, no nos vemos muy a menudo —dije, pensando en voz alta—. Pero por lo menos no hemos perdido el contacto. Además, ya sabes que es muy presumido; le gusta que sus cumpleaños se celebren a lo grande.
—Sí, en el otro nos lo pasamos muy bien.
Llegó nuestra parada y bajamos. Julia se puso detrás de mí. Yo no podía evitar girarme de vez en cuando.
—A ver qué haces, malvada.
—Déjame, que esto es muy divertido. —Se rio, sacando el móvil. Apretó el paso para ponerse a mi lado y susurrarme al oído—. Le doy despacio, ¿vale?
—Va... vale —dije, accediendo un poco acalorado—. Acabaremos en el calabozo.
Empecé a notar las vibraciones de nuevo, suaves. Estaba nervioso y algo incómodo, pensando que nos podían pillar en cualquier momento. Pero la gente pasaba por nuestro lado sin sospechar nada, cada uno en su propio mundo. Obviamente, nadie reparaba en lo que estábamos haciendo Julia y yo. Me imaginé que, visto desde fuera, no debía parecer ni que nos conociésemos.
Llegamos a las escaleras mecánicas y nos pusimos el uno detrás del otro, con Julia un par de escalones más abajo. Las vibraciones se alternaban a medida que íbamos subiendo. Me giré y la vi dando ligeros toques a la pantalla del móvil, disimulando, como si no pasase nada.
Cerré los ojos e intenté relajarme. No me quedaba otra, ¿no? Traté de concentrarme en las vibraciones y pensé en cómo me habían excitado al principio de la mañana, cuando estábamos solos en la habitación.
Enseguida noté que volvía a empalmarme.
Me recoloqué el pene por dentro del pantalón, girándome ligeramente hacia el pasamanos. Así, si se me ponía erecto del todo, se notaría menos. Tampoco quería que me tomasen por un pervertido.
—¿Adónde vamos? —pregunté a Julia, intentando distraerme un poco a mí mismo.
—Mmm... Vamos a una cafetería con terraza. Hoy hace buen día.
—Vale, bien. Podemos ir a la que vamos a veces, esa de los cafés prémium.
—Oh, perfecta, sí.
Ella seguía detrás de mí, variando las vibraciones del plug como si nada. Yo estaba en un estado de constante y ligera excitación. Nadie podía saber lo que estaba pasando, aunque estuviésemos delante de sus propias narices. Era increíble.
Noté una vibración fuerte y di un salto, pero no de sorpresa. Al estar más centrado en Julia y en nuestro juego, sentí una ola de placer inmenso. Mi polla se puso dura de golpe. Me giré para mirar a mi cómplice con cara de aprobación. Ella rio, satisfecha.
Salimos del metro y llegamos a la terraza. Había varias mesas libres y Julia se sentó en una de ellas.
—Ve a pedir tú, por favor —me dijo muy educadamente. Algo tramaba.
—Vale... ¿Lo de siempre?
—Sí, por favor.
Fruncí el ceño, pero ella no parecía dispuesta a soltar prenda. Se acomodó en la silla y yo me alejé hacia la barra, poco a poco. Llegué a ver cómo sacaba el móvil y se ponía a jugar con él como si estuviese mirando cualquier red social. No podía dejar de pensar que el invento era genial, totalmente discreto.
En la barra había dos personas esperando a ser atendidas. Me puse a un lado y giré la cabeza hacia Julia, queriendo echarle un vistazo. Ella no dejaba de mirarme fijamente, con esa sonrisa pícara. Las vibraciones iban y venían en olas; primero aumentaban, yendo de menos a más, para acabar cesando de repente. Luego volvían y paraban otra vez, y otra y otra. Mi excitación seguía intacta; no había decaído ni un momento, a pesar de todo el trajín y la logística del plan de Julia.
Al estar quieto, esperando, no podía hacer más que concentrarme en el placer. Era imposible no hacerlo.
En ese momento la camarera me llamó desde detrás de la barra. Yo cogí aire, intentando calmar los nervios.
—¿Qué desea, caballero? —me preguntó la chica amablemente. Era bastante joven.
La vibración aumentó de golpe, cortándome la respiración. «Maldita», pensé. Julia debía de haberlo puesto al máximo.
—Dos... dos cafés con leche de soja.
—Muy bien.
La chica se dio la vuelta para prepararlos y yo aproveché para mirar a Julia. Ella seguía allí, oteando la barra desde nuestra mesa con cara de estar pasándoselo en grande, viéndome sufrir de placer. Las vibraciones no habían variado de intensidad y me estaba costando concentrarme.
Mucho placer. Vergüenza. Miedo a que nos pillaran. Eran demasiadas sensaciones a la vez, y manteniendo el control. No me lo estaba poniendo fácil.
Saqué el móvil y la cartera para pagar los cafés. La vibración no paraba de estimularme y me estaba poniendo a mil. Llegué a pensar que, si me dejaba llevar, podía llegar a correrme sin rozarme siquiera. Pero no debía perder el control. Era una lucha contra mi propio cuerpo; quería mantener el placer, pero no llegar a acabar allí, en mitad de la cafetería y rodeado de gente.
Necesitaba distraerme. Abrí el móvil para conseguir pensar en otra cosa, pero la pantalla se iluminó primero con un mensaje de WhatsApp de Julia.
Julia: Qué chica tan guapa te está atendiendo. ¿Te gustaría follártela?
Levanté la vista y miré a Julia, sorprendido. Ella se rio.
Me estaba poniendo en una tesitura de provocación máxima. Las vibraciones empezaron a variar de más fuerte a más suave, en un patrón impredecible. Decidí escribirle.
Hugo: Eres perversa. Me encanta.
Me contestó con un emoticono de un guiño y otro con un beso en forma de corazón. La camarera se acercó a mí y la vibración paró de golpe.
—Me has dicho de soja, ¿verdad?
—Sí, de soj... —Antes de terminar la frase noté una vibración tan fuerte que me dejó sin aliento. La camarera me miró extrañada y yo tosí, intentando disimular.
—Perdona, sí, de soja. Sí.
—Vale, gracias.
Se dio la vuelta, un poco confundida, y fue a calentar la leche.
Me giré para mirar otra vez a Julia, que sonreía feliz por poder chincharme de esa manera tan maléfica.
Intentaba contenerme como podía. Apreté la polla contra mi propia pierna. Estaba muy muy dura. Genial. Coloqué la camiseta por encima, asegurándome de que no se viera nada.
La camarera trajo, por fin, los cafés.
—Son tres euros, por favor.
Dejé dos monedas de dos euros sobre la barra apresuradamente, agarrando los cafés como pude.
—Quédate con el cambio.
Me dirigí hacia nuestra mesa, caminando casi de costado. Cuando llegué, Julia estaba secándose las lágrimas, con una sonrisa de oreja a oreja estampada en la cara.
—¿Cómo vas, Hugo?
—Esta me la pagarás.
—Pero te ha gustado, ¿verdad?
—Sí, me está gustando, pero me estás haciendo pasar una vergüenza del nivel de mi primera comunión, puñetera.
Me acerqué a ella y la besé con fuerza como reprimenda. Julia rio aún más, encantada consigo misma. Dejó puesto el control en una vibración suave mientras tomábamos el café.
—¿No lo apagas?
—No, quiero que estés cachondo todo el rato.
Yo me reí y dejé la taza sobre el plato; no quería arriesgarme a tirarlo.
—Qué tía. A ver, déjamelo ver.
—No, que me lo quitas.
—No, de verdad, ya sabes que me encantan los gadgets. Solo quiero cotillear la app.
Julia me miró con suspicacia, pero acabó pasándome el móvil con la aplicación ya puesta en la pantalla.
Se llamaba Lovense Remote. Empecé a trastear con los controles, probando en mí mismo cómo funcionaba el juguete. Era muy muy sorprendente lo preciso que podía llegar a ser en cuanto a intensidades.
—Y esto también sirve para ti, ¿no?
—Sí, pero no —me contestó ella enseguida.
—¿Cómo que no? —reí yo, haciéndome el indignado.
—¡No vale repetir el reto!
—Anda, y esa norma, ¿de dónde la has sacado?
—Porque así todo es más emocionante —sentenció, guiñándome un ojo.
—Vale, pero un día me lo dejarás, que quiero probarlo contigo. Aunque sea en casa —añadí, viéndola venir.
—Uf... Hace tiempo que intentamos lo del anal y te recuerdo que no salió muy bien.
—Habrá que intentarlo de nuevo. —Ahora yo le guiñé el ojo a ella, sorbiendo un poco de café.
Julia bajó la vista y empezó a jugar con el sobre de azúcar, sonriendo y mordiéndose el interior de la mejilla.
—Vale, en el fondo me da mucho morbo y me encantaría que me lo hicieras —acabó confesando. Yo respiré hondo y empecé a manosear mi propio sobre.
—Me estás poniendo a mil con solo decírmelo. Y encima el plug no deja de vibrar —dije, removiendo la bolsita entre los dedos—. ¿Cómo va a acabar esto? ¿O ya ha terminado?
—No, aún no. Falta el toque final.
—¿El toque final?
—Sí. Quiero que te corras.
Se me escapó una risa boba y la señora de la mesa de al lado se giró, frunciendo el ceño. Yo la saludé casi por instinto, y enseguida volvió a su móvil y a su café, negando con la cabeza.
—¿Aquí? —pregunté en un susurro, mirando a nuestro alrededor.
—No, hombre. Vamos a un sitio más escondido. Termínate el café, anda —me dijo, dándole el último sorbo al suyo.
La imité y nos levantamos a toda prisa. Julia pasó por mi lado y yo le abrí camino, inclinando la cabeza como un mayordomo.
—Te sigo.
Julia rio, me cogió de la mano y empezamos a caminar. Me tenía intrigado. Pasamos por varias calles y giramos un par de esquinas, dejando atrás a la afluencia de gente que se cruzaba con nosotros en pleno centro de la ciudad. Pasamos el barrio del Borne, donde Julia y yo solíamos ir de tapas, y llegamos al parque de la Ciudadela. Julia seguía sin decir ni una palabra.
Cruzamos un par de parcelas de césped y, tras caminar un poco hacia el centro del parque y alejarnos de la multitud, Julia pareció decidirse por un trozo de hierba un poco apartado de todo, semioculto por un árbol y un par de arbustos.
—¿Aquí? —dije, titubeando un poco.
—Sí. ¿No te gusta?
Me quedé pensando un rato, mirando a nuestro alrededor.
—Me da un poco de vergüenza —admití—. ¿Y si nos pillan?
—¡Anda ya! Nadie va a saber qué estamos haciendo.
—Vale, vale. —Decidí dejarme llevar por ella—. ¿Qué quieres que haga?
—Túmbate y relájate. Pero antes de eso... —Se sacó un pañuelo del bolso y me lo dio—. No querrás mancharte los pantalones, ¿verdad?
—Lo que me haces hacer no está pagado —refunfuñé entre risas, cogiendo el pañuelo de papel. Lo metí por debajo de los calzoncillos, disimuladamente, y me tumbé sobre el césped.
Julia se estiró hacia el lado contrario y colocó su cabeza al lado de la mía, oreja con oreja. Sacó el móvil de nuevo, deslizó el dedo por la pantalla y cambió un poco el ritmo de la vibración. Yo me estremecí al momento.
—Vale —me dijo con voz suave—, ahora imagina que estás en la cama, exactamente como esta mañana.
Cerré los ojos e imaginé a Julia con la boca al lado de mi miembro, lamiéndolo despacio como lo había hecho hacía un rato.
Empezó a describirme la felación que me había hecho, paso a paso, detalladamente, mientras deslizaba el dedo por la pantalla del móvil al compás de la narración. Me puse aún más duro de lo que estaba.
—Te estoy pasando la lengua por la punta, apretándote la polla con la mano, bajando la boca hasta el final.
Mientras hablaba, daba pequeños toques sobre el cristal y subía la intensidad del vibrador, y la bajaba, y luego la subía y la mantenía así unos segundos. Aquello estaba siendo toda una experiencia sensorial. Yo estaba al límite. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que había empezado a comerme. ¿Una hora? ¿Dos? Y había mantenido la libido en niveles insospechados. Sabía que, cuando me corriese, sería brutal. Me había contenido demasiado. Julia me había hecho aplazar el éxtasis todo lo posible, pero ya estaba allí, ya estaba llegando, por fin, mi recompensa.
El juguete seguía la voz de Julia. A medida que ella aumentaba el ritmo de su descripción, la vibración se intensificaba.
—Subo y bajo sin parar —me susurró al oído. Notaba su aliento en la oreja, el sonido de su respiración alterada. Estaba casi tan encendida como yo—, recorriendo tu polla con mi lengua. Te masturbo sin parar, notando cada centímetro. Me encanta comértela, Hugo; me pone a mil hacerlo y sé que te gusta.
Estaba a punto de estallar en mil pedazos. Tenía ganas de cogerme la polla y masturbarme allí mismo para poder acabar, pero era imposible. Alguien podría vernos.
Me imaginé que desde fuera parecíamos una pareja normal, tumbada en el césped del parque, hablando o haciendo la siesta. Pero nada más lejos de la realidad.
Apreté las manos contra el suelo, agarrando la hierba y arrancándola. Estaba tenso, a punto de llegar al clímax.
Sentí a Julia deslizar los dedos por el móvil. Me la imaginé haciéndolo por mi miembro, por mi glande. Solo con eso, con ese toque delicado, bastaría para hacerme explotar de una vez. Pero ni siquiera hizo falta.
—Dame tu leche, Hugo. Dámela.
Un hormigueo se apoderó de mí y toda mi zona pélvica tembló, levantándose del suelo. Olas de placer se expandieron por todo mi cuerpo y empecé a derramar semen como si me hubiese estado tocando. No me había pasado algo así jamás, pero después de la tensión del orgasmo me relajé y dejé que fluyera, soltando todo el aire que había estado aguantando en los pulmones desde hacía quién sabía cuánto.
Julia paró el juguete, pero yo todavía seguía teniendo espasmos. Había sido increíble. Nos quedamos en silencio, yo disfrutando los últimos instantes de semejante placer.
—Te has portado muy bien —me dijo, incorporándose hacia mí y dándome un beso. Yo la miré, aún extasiado—. Vamos, te invito a comer.