
Los cinco amigos echaron a correr por la carretera. En seguida pasaron por delante del ayuntamiento.
—Mirad, ahí es donde va a celebrarse el congreso —dijo Larry, señalando un gran cartel—. Cuatro conferencias la semana que viene. Y mirad, dice: «Todos los coleopterólogos quedan invitados a asistir». ¿Qué será eso de coleopterólogos?
—Coli… ¿qué? —preguntó Bets—. Fatty, ¿quiénes son esos coli… no sé qué?
—¿Propietarios de perros de la raza collie? —sugirió Pip—. ¿O cultivadores de coliflores?
—¿O que sufren de cólicos? —exclamó Daisy, con una carcajada.
—Qué graciosa eres, Daisy —respondió Fatty—. Son… Anda, mirad, aquí está el señor Goon con su bicicleta. Vaya, podría ofrecerle unos cuantos consejos sobre dietas para adelgazar.
El señor Goon se acercó a ellos. No se alegraba nada de ver a Los cinco detectives, y todavía le reventaba más ver a su perro, Buster, el cual inmediatamente se abalanzó sobre sus tobillos. Goon comenzó a dar puntapiés, sin lograr alcanzar al animal.
—¡Este perro! —refunfuñó con disgusto—. ¡Llamadlo! De manera que habéis vuelto a pasar las vacaciones, ¿no? Bueno, no os metáis en los asuntos de los demás, ¿entendido? Voy a estar muy ocupado durante una o dos semanas con la feria que viene aquí, y luego ese congreso de coli… cole… ejem…
—¿Propietarios de perros collie? —le sugirió Fatty, inocente.
—Ah… conque eso es lo que son, ¿eh? —replicó Goon con disgusto—. Traerán un sinfín de perros consigo. ¡Como si no tuviéramos ya bastantes corriendo por el pueblo!
Trató de darle otro puntapié a Buster, pero el pequeño terrier ya estaba lejos de su alcance.
—Será mejor que sujetes a tu perro si hay collies por aquí —recomendó—. Algunos de ellos son muy rabiosos y podrían hacer picadillo a tu perrito. ¡Buena cosa sería!
Y allá se marchó Goon con su bicicleta, satisfecho de haber desconcertado a los cinco niños. Buster lanzó una salva de ladridos tras él.
—No digas palabrotas, Buster —le advirtió Fatty, muy serio—. Recuerda que pueden oírte otros perros.
Bets rio, divertida.
—Ay, Fatty… ¿Cómo se te ocurrió decirle al señor Goon esa tontería de Pip de que los congresistas son propietarios de perros? ¡Irá por todas partes buscando collies!
—Bueno, ¿y qué son los coleopterólogos? —preguntó Daisy—. ¿No lo sabes, Fatty? Yo creía que tú lo sabías todo.
—Claro que lo sé —replicó Fatty, pedaleando más deprisa al ver un reloj—. Los coleopterólogos son aficionados a los escarabajos.
Esta declaración fue recibida con grandes exclamaciones de incredulidad.
—¡Mentira! ¡A nadie le gustan los escarabajos! ¡Puaj!
—Fatty, nosotros no somos tan bobos como nuestro querido Goon…
—¡Inventa algo mejor que eso, Fatty!
—Está bien, está bien —dijo Fatty, sin enfadarse—. Puedo inventar multitud de cosas, pero casualmente esta es la verdad.
—Como si alguien fuese a organizar un congreso de escarabajos —replicó Pip, resentido—. ¡Ya se lo preguntaré al amigo de tu padre!
—Vale, pues pregúntaselo —contestó Fatty—. Escuchad, eso ha sido el pitido del tren. ¡Daos prisa! Mi madre se pondrá furiosa si llego tarde para recibir al señor Tañido y su querida hijita Eunice.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó Bets, jadeando para procurar mantenerse al lado de Fatty.
—No lo sé —dijo Fatty—. Pronto lo veremos. Ya estamos… y a tiempo. Vaya, esa carrera en bicicleta ha sido buenísima. ¡Vigila mi bicicleta, Pip, entraré en el andén para recibir al padre y a la hija!
Y tras dejar su bicicleta apoyada contra la pared de la estación, entró en el andén justo cuando el tren se detenía y la locomotora lanzaba tanto humo que Buster apenas lo podía soportar.
Fatty se alisó el cabello, mirando si se bajaba del tren algún hombre con una niña. Pronto vio a un hombre muy bajito con barba oscura y unas gafas enormes, que se afanaba con dos maletas. Con él iba una chica bastante más alta que el hombre, una niña robusta y desgarbada, con dos largas trenzas colgándole en la espalda. Llevaba el uniforme del colegio, un abrigo azul oscuro y un sombrero del mismo color, con una cinta de colores y una insignia en la parte izquierda.
Fatty oyó su voz clara y potente mientras esperaba.
—No, papá, no necesitamos mozo, tú puedes llevar la maleta pequeña y yo llevaré la grande. Seguramente podremos coger un taxi.
—¿Dónde he puesto los billetes? —dijo su padre, buscando en un bolsillo tras otro.
—Me los diste a mí —contestó la niña en tono firme.
Fatty estaba horrorizado. Caray, aquella niña autoritaria y dominadora iba a ser su constante compañera durante una semana por lo menos. La observó mientras sacaba los billetes de un bolso de cuero, que volvió a guardar en seguida. Luego la chica miró a su alrededor.
—¿No iba a venir a esperarnos alguien? —comentó—. Bueno, yo creo…
Fatty no supo lo que iba a decir la chica a continuación, porque se apresuró a correr a su encuentro, pero podía adivinarlo. Sonrió.
—Mmm… ¿Es usted el señor Campaneo? Yo soy…

—No, no me llamo Campaneo —dijo el hombre de la barba—, sino Tañido.
—Oh, vaya, lo siento —se disculpó Fatty, que se había equivocado—. Supongo que me he confundido porque, bueno, como las campanas tañen…, por eso.
—No tiene importancia —intervino la chica—. Yo estoy acostumbrada a ese chiste tonto, pero como mi padre no lo está, será mejor que no le llames señor Campaneo, ni Tintineo, ni Repiqueteo, porque no lo entenderá y hay que perder mucho tiempo para explicarle lo que significa.
Fatty estaba muy sorprendido.
—Bueno, soy Frederick Trotteville —dijo alargando la mano para coger la maleta del señor Tañido.
—Entonces, si quiero dármelas de graciosa como tú, tendré que llamarte Frederick Correrville —dijo la chica, dedicándole una sonrisa inesperada—. No, no cojas esa maleta, yo puedo llevarla, gracias, pero ten cuidado con el maletín de papá. ¡Está lleno de escarabajos!
Fatty lo miró con recelo, respirando con alivio al ver que estaba bien cerrado. No le hacía ninguna gracia la idea de cubrir el andén de escarabajos muertos.
—Iré a buscarles un taxi —dijo.
—Deja a papá en el taxi con sus escarabajos —replicó la chica—. A propósito: me llamo Eunice, Eunice Tañido, no Campaneo. Yo no quiero ir en el taxi, los coches me marean. Si te da lo mismo, prefiero andar. Puedes poner también esta otra maleta en el taxi.
—Sí, señora —contestó Fatty con la sensación de que le estaban dando órdenes.
Llamó al único taxi que había y ayudó a subir al señor Tañido, que insistió en llevar el maletín de los escarabajos encima de sus rodillas. Fatty cargó la otra maleta y luego dio la dirección al taxista.
El taxi se alejó del patio de la estación y Eunice exhaló un suspiro de alivio.
—Bueno, papá ya está en camino —comentó—. ¿Qué hora es? ¿Cerca de las doce? ¿Hay algún sitio donde pueda tomar un bollo o algo parecido? Estoy desfallecida. Hemos desayunado a las siete de la mañana.
—Pues… pues sí —respondió Fatty, viendo a los otros cuatro que le sonreían allí cerca—. Espera un minuto, por favor. Quiero presentarte a cuatro amigos míos: Larry, Pip, Daisy y Bets.
—Hola —saludó Eunice dirigiéndoles una rápida mirada—. Supongo que este terrier es tu perro, ¿no? No deja de meterse entre mis piernas. ¿Sabes hacerle andar de pie?
—De pie, Buster —ordenó Fatty, con una voz extraña en medio de un silencio sepulcral.
Buster, obediente, se mantuvo sobre sus patas traseras, y luego se sentó con aire sorprendido. Ninguno de los otros supo qué decir. Miraban a Eunice fijamente, y luego echaron a andar detrás de ella y Fatty, intercambiando miradas entre ellos con timidez. ¡Qué chica!
—Ah, a Eunice le apetece comer algo —informó Fatty volviéndose a los demás, que estaban tras él—. Es una lástima que nosotros acabemos de hacerlo. ¿Adónde la llevaremos?
—Mira, ahí hay una cafetería o algo por el estilo —explicó Eunice, señalando una cafetería bastante cara, a la que los niños no solían ir muy a menudo a causa de sus elevados precios.
—Es demasiado cara para nosotros —explicó Daisy—. Cobran un chelín solo por…
—Ah, bueno, yo pagaré —exclamó Eunice—. Esos pasteles de chocolate tienen una pinta estupenda. Vamos, os invito a todos.
—Es que acabamos de tomar bollos y cacao —declaró Daisy—. No queremos comer nada más. Y Fatty está haciendo dieta para adelgazar.
—¿Quién es Fatty? —preguntó Eunice, sorprendida—. ¡Ah, te refieres a Frederick! ¡Qué vulgaridad! Si es ese su apodo, no pienso emplearlo. Frederick, yo te llamaré por tu nombre, si no te importa.
—No, no me importa —contestó Fatty haciendo señas a sus compañeros para que se marcharan y les dejasen.
Se daba cuenta de que podría manejar mejor a aquella chica autoritaria estando solo que ante las risas y miradas de los demás.
—Bueno, será mejor que nos marchemos —dijo Larry de mala gana.
Aquella niña era muy mandona, pero la verdad es que resultaba fascinante ver cómo trataba a Fatty. ¡Vaya, si apenas le había dejado pronunciar palabra! ¡Y pensar que iba a hospedarse en su casa!
—Hasta luego —se despidió Fatty, tajante.
Y volvió la cabeza con energía para dar a entender a los otros que no pensaba soportarles ni un minuto más. ¡Mira que reírse de él de aquella manera!
Pip, Bets, Daisy y Larry se quedaron mirando como Fatty y Eunice entraban por la puerta de la cafetería y ocupaban una mesa. Eunice llamó por señas a una camarera y le hizo un pedido extenso. Vieron que les servían dos platos con pasteles y pastas y una taza de chocolate. ¡Sí, y otra para Fatty!
Eunice hablaba por los codos. Era capaz de hablar y comer a un tiempo, lo cual es de muy mala educación, pero muy interesante de ver.
Fatty tenía un aspecto deplorable. Constantemente trataba de interrumpirla, sin embargo, Eunice era como una apisonadora y su conversación pasaba por encima de todo sin detenerse. Había ofrecido un pastel de chocolate a Fatty, que el chico rehusó con firmeza.
—Pobrecillo Fatty, tener que estar ahí sentado mirando esos pasteles, él que está adelgazando, y escuchar todo el tiempo a esta chica tan antipática —comentó Bets, con compasión—. Oh, mirad. ¡Fatty ha cogido un pastel a pesar de todo!
Así era, en efecto. Fatty se sentía incapaz de soportar un minuto más allí sentado, callado como un muerto y viendo como Eunice devoraba todas las pastas. De haber podido hablar y exponer sus opiniones como acostumbraba a hacerlo, la cosa no habría sido tan mala. Tomó un pastel, en defensa propia, y luego otro, y otro.
—¡Vaya con Fatty! —exclamó Daisy mirando por la ventana. Se volvió a los otros—. Vámonos de aquí, me temo que si nos viera se pondría furioso. Será mejor que regresemos a casa en seguida.
Echaron a andar tristemente carretera abajo. Bets casi lloraba.
—La situación no sería tan terrible si Eunice fuese normal —dijo—. Pero ¿cómo podemos permitirle que venga con nosotros? Tampoco podemos abandonar al pobre Fatty y dejarle solo con Eunice todo el tiempo. ¡Menudo problema tenemos!