DOS

La luz del amanecer se cuela entre los resquicios de las cortinas opacas; estoy tumbada y despierta en mi cama con dosel mientras observo cómo la habitación se centra poco a poco. Hubo un tiempo, no hace tanto, que la oscuridad de esta escuela y la falta de electricidad me ponía de los nervios. Me sentía muy aislada en este castillo en medio del bosque, tan lejos de todo lo que conocía y amaba. Ahora me doy cuenta de que no sé cuándo cambió esa percepción, cuándo cambié yo, pero ya no me siento atrapada. Ya no me siento tan fuera de lugar como antes.

Abro las cortinas y dejo entrar la luz neblinosa. La habitación está especialmente fría y los calcetines no mantienen a raya el helado suelo de piedra. Me dirijo a mi tocador antiguo, que tiene un recipiente con agua y una toalla limpia. Me echo agua en la cara y me observo en el espejo. La sombra bajo el ojo del golpe recibido hace unas semanas apenas se nota y los cortes en los brazos y en las piernas que me hice al caer del árbol del que me tiró Felix están amoratados, pero empiezan a sanar. El moratón de la mandíbula está más oscuro que ayer y me duele todo, pero nada me preocupa tanto como encontrar a mi padre.

Miro hacia los árboles del exterior; empiezan a verse los primeros copos de nieve, que flotan y se arremolinan entre las ramas.

—Nieve —suspiro.

De inmediato siento nostalgia por Pembrook y Emily y nuestras bromas invernales. Y entonces recuerdo qué día es.

—Es 20 de diciembre —digo, y siento una opresión en el pecho.

¡20 de dicieeembreee! gritamos Emily y yo desde las ventanas de atrás de la camioneta de mi padre.

Hay unos quince centímetros de nieve en el suelo, los árboles centellean y la plaza del pueblo parece el escenario idílico de una postal navideña de Nueva Inglaterra.

¿Qué decís? ¿Montamos en trineo? pregunta mi padre desde el asiento delantero.

Bueno... Emily me mira de forma maliciosa. Pensábamos en ir al lago Eastbury a patinar sobre hielo, si no te importa conducir tanto.

Desayuno, patinar sobre hielo, chocolate caliente, trineos enumero yo, secundando el entusiasmo de Emily. Luego pedimos una pizza familiar, o mejor dos, y nos damos una vuelta para ver las decoraciones de Navidad de los barrios ricos.

Mi padre aparca la furgoneta delante del restaurante de Lucille y apaga el motor.

Este es tu día, Nova. Pedid lo que queráis, soy todo vuestro.

Unos meses después de la muerte de mi madre, durante el invierno que siguió a mi sexto cumpleaños, mi padre creó el Día 20 de diciembre de Celebración del Invierno, una festividad inventada que no tenía ninguna vinculación ni nos recordaba nuestra pérdida. Emily ha participado todos los años. Y aunque sigue siendo divertido si el día 20 cae en fin de semana, es mil veces mejor cuando cae en día escolar y nuestros padres nos dejan hacer pellas.

Emily y yo nos bajamos de la furgoneta. La nieve recién caída cruje bajo nuestras botas y sonreímos con ese entusiasmo particular de quien sabe que está haciendo algo genial mientras los demás están en clase de matemáticas.

Escucho un golpe en la puerta del dormitorio y me seco la cara con la toalla.

—Pasa.

Pippa, la joven muchacha que se encarga de nuestras habitaciones entra con ropa recién planchada sobre el brazo.

—Buenos días —saluda, aunque suena más a pregunta que a afirmación. Coloca los leggins negros y la camisa blanca sobre el arcón que hay en el extremo de mi cama.

—Gracias —le digo, mientras trato de insuflar vida a mis palabras, pero mi tono de voz suena más bien incómodo.

La mirada de Pippa se desliza hasta mis brazos vendados que asoman bajo las mangas arremangadas del camisón. Arruga la frente, preocupada, y yo me bajo las mangas rápidamente, pero el gesto solo sirve para recordarme la pesadilla de anoche. Le ofrezco lo que espero que sea una sonrisa confiada, pero mi corazón no la acompaña. Si no puedo convencer a Pippa de que estoy bien y que todo es normal, no cabe ni la más remota posibilidad de que convenza a mis compañeros expertos en el engaño.

Pippa se detiene a medio camino hacia la puerta y me mira directamente a los ojos, como si quisiera decir algo, pero en ese preciso instante entra Layla y Pippa se excusa. Me controlo para no decirle adiós, abrazarla y darle las gracias por cuidarme tan bien todo el tiempo que he estado aquí. «Nadie puede saber que nos vamos», me recuerdo a mí misma.

—Yo se lo diré —dice Layla en voz baja cuando se cierra la puerta del pasillo. A pesar de haber permanecido encerrada en las mazmorras, Layla está tan serena e imperturbable como siempre. Lleva suelto el pelo largo y negro, que brilla sobre su hombro—. Aunque tu comportamiento efusivo me resulta cuestionable, Pippa es una buena persona y sé que apreciará que te despidas de ella.

Lo dice sin aspavientos, como si creyera que la educación es algo superficial. Asiento, agradecida.

—Bueno, como Ash y tú os vais esta noche, ha llegado el momento de hablar sobre dónde crees que está tu padre —dice, y mi ansiedad vuelve con toda su fuerza—. ¿Tu padre es de los que iría directamente a por su familia para vengarse por haber matado a tu tía? ¿O se escondería y recabaría información para acercarse de forma más sutil?

—Diría que no es de los que se vengan —digo, y me muerdo la uña del pulgar—. Pero si algo he aprendido en esta escuela, es que apenas conozco a mi padre. —Miro a Layla—. Deduzco que lo que ha planeado es peligroso. Si no, no me habría mandado aquí.

—Vale, empecemos por ahí —dice Layla con expresión diligente—. Si decide infiltrarse en el territorio de los Leones, sin duda lo calificaría como peligroso.

Me siento en el borde de la cama.

—Esa conclusión es justamente lo que me ha dejado en vela la mitad de la noche.

Layla se coloca el pelo tras la oreja y se sienta en la cama junto a mí.

—Si va en busca de los Leones, es probable que vaya a Reino Unido. Es la sede de su gobierno, donde vive Jag y donde cuentan con aliados más fuertes. —Cambia de postura en la cama para mirarme de frente—. Nuestra familia tiene contactos en Reino Unido. Todas las familias tienen. —Hace una pausa—. Pero me preocupa que los contactos de la familia Lobo no quieran ayudarte a ti y a Ash. No toda nuestra familia odia a los Leones tanto como nosotros. —Me mira como si acabara de tomar una decisión—. Y no podrás localizar a tu padre sin ayuda.

Le devuelvo la mirada mientras trato de descifrar el significado oculto en una frase tan sencilla.

—Estoy de acuerdo, Lay, pero ¿qué quieres decir?

—Que uses tus contactos de Oso —replica.

—Pero no sé quiénes son.

—Tú quizá no, pero Matteo, sí —responde Layla, y hago un gesto de dolor.

—No querrás que le pida ayuda a Matteo, ¿no? ¿Qué probabilidades tengo de que salga bien? Me odia —pregunto.

—No he dicho que fuera fácil, pero sería lo más sensato —contesta ella de forma realista.

Dejo escapar el aire. Sobrevivir este último día con normalidad se ha vuelto muy complicado.