UNO

Cuando era pequeña y la gente me preguntaba qué quería ser de mayor, les respondía toda clase de locuras. A una profesora le dije que quería ser una vaga para poder pasarme los días acurrucada bajo las mantas en el salón. A la madre de mi mejor amiga Emily le dije que quería ser probadora de galletas, porque eso es lo que quería ser Emily. Y a mi padre le dije que quería ser un cuchillo para poder cortar mis bocadillos de queso en dos triángulos perfectos, en lugar de los cuatro cuadrados sosos que me hacía él. Evidentemente, esta respuesta hizo que levantara las cejas y me explicara que las chicas son entes vivos que se pueden cortar; y que un cuchillo es la pieza de acero afilada que hace el corte. Pero ahora que he descubierto que la mayor parte de mi infancia fue una mentira, empiezo a pensar que mi yo del pasado no iba muy desencaminada con la respuesta del cuchillo. Nunca había estado más cerca de ser un cuchillo o de que alguno me apuñale que en las últimas semanas en la Academia Absconditi.

Cierro la puerta de la enfermería al salir y recorro un pasillo vacío iluminado con antorchas. Me bajo las mangas para tapar las vendas del antebrazo, donde la enfermera me ha untado una especie de cataplasma con un olor fuerte a agujas de pino y arcilla. No dejaba de repetir la suerte que he tenido de sobrevivir a una caída de un árbol del patio sin romperme ningún hueso. No paraba de chascar la lengua y decir: «Los jóvenes no valoráis nada». Dudo que hubiera hecho referencia a mi suerte si supiera que me tiraron del árbol porque la familia de los Leones quiere matarme.

Al volver la esquina hacia otro pasillo silencioso, me doy cuenta de que las antorchas se han apagado y que lo que queda del corredor está casi completamente a oscuras. Me acerco lentamente hasta una de las antorchas y observo con recelo las ascuas reminiscentes. ¿No deberían haberlas cambiado? ¿Y dónde están los guardias de la academia? Siempre hay uno apostado en cada pasillo. Frunzo el ceño y me pregunto si debería volver a la enfermería, cuando oigo un leve gorgoteo.

Me inclino hacia delante, reacia a adentrarme en el oscuro pasillo, como si las sombras fueran a morderme. Durante un segundo, no se oye más que el silencio y no estoy segura de si el sonido ha sido producto de mi imaginación. Entonces, el silencio se rompe con una tos ahogada y se me dispara la adrenalina.

—¡November! —se oye una voz estrangulada y se me cae el alma a los pies.

Reconozco esa voz.

—¿Ash? —grito y todo atisbo de duda desaparece.

Corro a toda velocidad entre la oscuridad.

Las botan resuenan rítmicamente contra la piedra y se me acelera la respiración a cada paso. Corro siguiendo la pared con la mano para no perder el equilibrio y busco la voz angustiada de Ash.

Delante de mí, a la izquierda, puedo ver un rayo de luz, un haz plateado que se desliza bajo una puerta cerrada. Y el sonido ahogado se vuelve más intenso a medida que me acerco. Agarro el pestillo de la puerta en la oscuridad y echo todo mi peso contra la pesada madera. Las bisagras chirrían al abrirse y me abalanzo hacia el interior de la habitación, pero me detengo tan rápido que casi pierdo el equilibrio.

No paro de jadear mientras intento controlar mi pulso desbocado. La estancia es enorme, con muros de piedra y un alto techo abovedado. Extrañamente no hay muebles, excepto en el fondo, donde hay una plataforma y un sillón fastuoso que parece un trono. Los muros están decorados con retratos caros y tapices ornamentales. Pero lo que me ha detenido a medio camino no ha sido la arquitectura o la decoración, sino los cadáveres.

Recorro el suelo con la mirada y me tapo la boca con la mano para evitar echarme a llorar. La mayoría son personas que nunca he visto, un mar de caras desconocidas, con el gesto retorcido por el dolor de sus últimos momentos. Pero luego encuentro a Ash al fondo de la habitación, arañándose la garganta y echando espuma por la boca. A sus pies está Layla y, a su lado, están Inés, Aarya y Matteo. Todos están tumbados, inmóviles, con las espaldas arqueadas y la garganta cubierta de arañazos sanguinolentos. Y delante de todos ellos, de pie y dándome la espalda, hay un hombre alto con el pelo plateado. Empieza a reírse a carcajadas.

—No, no, no... —balbuceo en un murmullo, con el pulso retumbándome en las sienes, mientras me abro paso entre los cadáveres a trompicones, presa del pánico.

La delicada mano de Layla sigue aferrada a su garganta como si luchara por respirar, pero tiene los ojos cerrados y está quieta. Se me escapa un gemido y tropiezo con el brazo de alguien, por lo que caigo al frío suelo de piedra. Me incorporo de inmediato. Los ojos desesperados de Ash se encuentran con los míos y vuelve a atragantarse al intentar llamarme.

El hombre del pelo plateado baja la mirada hacia Ash mientras se ahoga.

—¿Qué les has hecho? —grito, mientras las palabras intentan sortear el nudo que tengo en la garganta.

El hombre se arrodilla junto a Ash con un pequeño frasco azul en la mano. «Veneno», pienso, y le grito que se detenga, pero no me salen las palabras, solo un sollozo.

—Querrás decir qué hemos hecho, November —me corrige el anciano sin darse la vuelta. Su voz es como el ronroneo de un gato enorme.

Sujeta el frasco junto a la boca de Ash, pero Ash no lo mira a él, sino que observa mi mano, horrorizado. Sigo la dirección de sus ojos y descubro en mi palma un frasco azul idéntico.

El anciano vacía el líquido del frasco en la boca de Ash y chillo.

—¿November?

Me incorporo de golpe, extiendo los brazos para equilibrarme y me agarro a un cojín de terciopelo gris. El eco de un grito escapa de mis labios, tenue e inseguro.

Ash me sujeta los hombros para estabilizarme.

—Yo no... —digo antes de guardar silencio, desorientada y en tensión, con el corazón desbocado como si corriera por la habitación.

—Mira a tu alrededor, November. Respira —dice Ash calmado. Me aferro a su voz.

Echo un vistazo rápido a lo que me rodea y observo la chimenea encendida, una mesa junto a la ventana, cortinas opacas de color bermellón y Ash, vivo y sentado a mi lado en el sofá de la sala común que comparto con Layla. Todo parece normal, pero el miedo sigue en mi interior. Y aunque no sé cómo, lo único que sé, de lo único que estoy segura, es que lo que sea que pasara en ese sueño fue culpa mía.

—Tú estabas... —empiezo a decir con un tono de voz agitado y tembloroso—. Y era mi... —Pero decido pasarlo por alto, ya que no soy capaz de encontrar las palabras para describir la pesadilla que acabo de presenciar. Parecía real, muy real.

Ash me mira con empatía, como si supiera de buena mano lo que he soñado. Respiro hondo y relajo los hombros. «Ha sido una pesadilla. Solo una pesadilla. Nadie ha muerto», me digo a mí misma, pero siento la ansiedad como un sabor amargo.

—No recuerdo haberme quedado dormida —digo, me restriego la cara y me doy cuenta de que estoy sudando.

Ash me examina y me suelta los hombros, pero se queda a mi lado. Tiene el pelo negro liso acomodado a la perfección junto a las sienes y sus ojos me miran insistentes bajo sus largas pestañas. Aunque él también recibió una buena cantidad de cortes y moratones cuando le atacaron ayer, parece más sereno y elegante que yo en mis mejores días. Cuanto más lo miro, más culpable me siento. Quizá el sueño no fuera real, pero lo que sí es real es que Ash y yo seguimos con vida de milagro y que todo fue culpa mía.

—No quería despertarte. Si no, te habría llevado a la cama —dice, pero no me pregunta sobre mi pesadilla.

Por alguna extraña razón, me da la sensación de que no quiere inmiscuirse. Ya entiendo por qué Estrategia custodia los secretos de las familias, pero aún no me acostumbro a que también custodien sus propios sentimientos. Si mi mejor amiga Emily me viera despertarme aterrorizada como acabo de hacer, no solo habría insistido en que se lo contara con pelos y señales, sino que habríamos analizado el sueño hasta que el significado no fuera más que la predicción de un día con el pelo revuelto.

Echo un vistazo a la puerta del dormitorio de Layla.

—Se fue a dormir hace una hora —responde Ash a la pregunta que no le he hecho.

Vuelvo a mirarlo para comprender su gesto preocupado.

—Pero tú te has quedado —digo con cierto alivio porque lo haya hecho. A pesar de nuestro escabroso comienzo cuando llegué a la Academia Absconditi y todas las sospechas que se interpusieron entre nosotros, ahora confío plenamente en Ash.

—Estaba absorto en mis pensamientos —responde con una leve sonrisa y, aunque estoy segura de que dice la verdad, también estoy convencida de que no es la única razón por la que se ha quedado a mi lado en el sofá toda la noche. Si fuera otro chico y no acabara de tener la pesadilla más grotesca de mi vida, le haría una broma sobre lo mucho que quiere estar junto a mí. Pero conociendo a Ash, habrá sido por un motivo menos romántico, como el de intentar asegurarse de que nadie me apuñale mientras duermo.

—¿Absorto con qué? —pregunto.

—Solo pensaba en que no podemos estar seguros de quién conoce a tu padre —contesta Ash y vuelve a dirigir la conversación hacia el conflicto familiar, con lo que el poco consuelo que estaba empezando a sentir se esfuma. Debería estar ya acostumbrada, ya que el consuelo no es el estandarte de la academia. A esta escuela le importa más la supervivencia que los estudios y pone más énfasis en alianzas estratégicas que en amistades. Todo ello lo aprendí a las malas cuando descubrí que la familia más poderosa de toda Estrategia quería vengarse de mi padre. Y resulta que varios estudiantes, e incluso un profesor que resultó ser el hermano de mi padre, estaban dispuestos a matarme solo para mostrar su lealtad a esa familia.

—Es evidente que el doctor Conner sabía algo —continúa Ash—, pero ¿y el resto de los Leones en general? Creo que debemos dar por hecho que están persiguiendo a tu familia por una razón en concreto. Tenemos que averiguar cuál es si queremos encontrar a tu padre.

Una simple mención a los Leones y mi mente recuerda los cadáveres sangrientos que aparecían en mi pesadilla. Miro hacia otro lado durante un momento, sobrepasada de nuevo por la culpa de haber involucrado a Ash en todo este asunto. Me froto los ojos con el dorso de la mano.

—¿Quieres decir que los Leones nos persiguen a mi padre y a mí por una razón distinta al desafío de mis padres a lo Romeo y Julieta?

—Exacto —afirma—. Reflexiona. Tu madre era miembro de los Osos y tu padre era un León. Hace veinticinco años se enamoraron y decidieron abandonar sus respectivas familias, renunciar a su posición de poder y esconderse. —Hace una pausa y me mira con amabilidad—. ¿Y los Leones mataron a tu madre cuando tenías...?

—Seis años —respondo y me reacomodo en el sofá.

—O sea, hace once años —continúa Ash—. Y entre ese intervalo de tiempo y el mes pasado, cuando mataron a tu tía y tu padre te mandó aquí, ¿notaste alguna amenaza de los Leones?

Me froto la frente mientras repaso los recuerdos de mi infancia, en busca de algún momento en el que mi padre pareciera estresado o malhumorado, cualquier cosa que indique que los Leones venían a por nosotros. Niego con la cabeza.

—La verdad es que no. Mi padre nos habría obligado a mudarnos si hubiera sido el caso. A ver, pasamos por una mala racha cuando murió mi madre, claro, pero aparte de eso, éramos felices y nuestra vida era simple. —Mi voz se quiebra cuando me doy cuenta de que la felicidad es cosa del pasado.

Ash asiente, como si hubiera confirmado su teoría.

—¿Ves? Los acontecimientos están separados en el tiempo. La desaparición inicial de tus padres, la muerte de tu madre y el asesinato reciente de tu tía —explica.

Lo observo durante un momento, insegura.

—¿Qué quieres decir? ¿Que no crees que los Leones nos hayan estado persiguiendo todo este tiempo?

—No digo que no sea posible, pero habrían necesitado disponer de recursos durante veinticinco años seguidos. Lo más probable es que cada ataque lo instigara otro acontecimiento, algo que les proporcionara a los Leones información sobre los movimientos de tu familia. Corrígeme si me equivoco, pero por lo que he percibido en otras conversaciones, has vivido en el mismo pueblo toda tu vida, un lugar recóndito, donde no te escondías, sino que estabas integrada en la comunidad. —Espera a que lo contradiga, pero como no lo hago, continúa—: Por lo tanto, entiendo que no estabais bajo asedio, sino que estabais a salvo.

Me muerdo la uña del pulgar mientras estudio su teoría y busco algún punto débil, pero no lo encuentro.

—De acuerdo, supongamos que tienes razón —respondo—. Entonces, ¿cómo encontraron a mi tía Jo? ¿Qué cambió?

—Ahí es donde quiero llegar. Algo cambió —dice Ash—. Y supongo que la razón está relacionada con lo que sea que tu padre esté haciendo en este momento.

Dejo escapar el aire ruidosamente y mi mente vuelve a sentir miedo por mi padre. «Al menos —me digo a mí misma—, el doctor Conner está fuera de juego y soy libre de abandonar la academia». Pero en cuanto pienso en ello, me entran ganas de vomitar. El doctor Conner no está fuera de juego, está muerto, y yo he sido la causante de su muerte.

Ash casi parece arrepentirse con la mirada.

—Sé que has pasado una mala racha, pero tengo que insistir en lo importante que es que mañana vaya todo como la seda. Aún no estamos a salvo.

El estómago me da un vuelco al oír ese plural. Ash se ofreció a acompañarme hasta encontrar a mi padre. Una oferta que puede acabar con su vida.

—Nadie puede saber que nos vamos —prosigue en un tono calmado—. Tendrás que ir a clase con Layla como siempre, comer en el comedor y estudiar en la biblioteca como un día normal y corriente.

Mi mirada se cruza con la suya y cuestiono ese comentario que da a entender que este lugar tiene algo de normal.

—¿Que he pasado una mala racha? Eso sí que es quedarse corto —digo restándole importancia a lo descolocada que me siento—. Me resulta inconcebible que hace apenas un mes no tuviera ni idea de que esta escuela estrambótica existiera o que Estrategia fuera algo real. —Gesticulo abarcando la sala común—. Y a pesar de esquivar la muerte media docena de veces y que me acusaran de asesinato, los problemas no han hecho más que empezar, porque ahora mismo mi padre está en busca y captura por parte de una sociedad secreta de asesinos tan eficiente que ha alterado el curso de la historia durante miles de años.

Miro a Ash para que entienda la magnitud de lo que siento, ya que hasta mi descanso está interrumpido por pesadillas indescriptibles.

—No te diré que las cosas vayan a ser fáciles —dice y suelto un gruñido—. De hecho, están a punto de complicarse aún más.

—Qué bien se te da consolar.

En la cara de Ash aparece una sonrisa pícara.

—Te consolaré cuando esté convencido de que no vamos a morir.

A mi pesar, me echo a reír.

—Eso es literalmente lo peor que podrías... ¿No le has dicho nunca a alguien que va bien vestido, aunque no sea así? Las mentiras piadosas salvan corazones.

—Tú vas bien vestida —contesta con una mirada pícara.

Bajo la vista para contemplar mi arrugado uniforme, que consta de una blusa blanca, leggins negros y botas de cordones negras.

—¿A que sí? —digo—. Seguro que ganaría un concurso de disfraces de piratas con esta ropa.

La boca de Ash se curva en una sonrisa, pero su expresión delata algo más que diversión. Me observa como si fuera la persona más insólita e interesante que ha conocido.

—Además, ¿desde cuándo te preocupa tanto el peligro? ¿No eras tú el que siempre le restaba importancia a todo? Estás faltando a tus obligaciones —le amonesto mientras me sonrojo ligeramente bajo su mirada de admiración.

—Me preocupa el peligro si albergo ciertos sentimientos por la persona involucrada —contesta, y su respuesta me pilla desprevenida.

Nos quedamos en silencio durante un momento, ambos sentados a apenas unos centímetros el uno del otro, el aire tenso y cálido ante la luz de la chimenea. Busco una buena réplica, pero la sinceridad de Ash siempre es impredecible.

—Brendan —suelta Ash cuando no respondo, y me saca del ensimismamiento.

—¿Qué? —contesto mientras trato de seguir el hilo de sus pensamientos.

—Ten cuidado con Brendan mañana —dice en voz baja y sensata—. Ahora que Nyx está fuera de juego y Charles y el doctor Conner han muerto, no estoy seguro de cuál será el siguiente paso de los Leones, pero Brendan es el último recurso que les queda aquí. No nos conviene que ejecute sus obligaciones si sospecha nuestra intención de marcharnos.

Suspiro y mi mente navega entre los incidentes acontecidos la semana pasada: Charles murió después de intentar matarme, Nyx está desterrada en las mazmorras por intentar ensartarme con la espada. Y ahora Ash me dice que es posible que Brendan vuelva a actuar.

—¿No hay una regla universal que diga que es de mala educación atacar a la gente cuando te acaban de dar una paliza?

Ash se apoya en los cojines.

—No si formas parte de Estrategia. De hecho, eso solo te convierte en un objetivo más interesante.

Su respuesta me recuerda a una versión retorcida de un antiguo dicho: «El que la sigue la consigue». Cojo un cojín de terciopelo gris y lo abrazo contra mi pecho. Al mirar a Ash, vuelven a mi mente las imágenes de mi pesadilla. Frunzo el ceño. Sobrevivió al veneno de Conner a duras penas. ¿Qué pasará la próxima vez? ¿Cómo voy a vivir conmigo misma si Ash resulta herido o muere? Cuando Ash se ofreció a dejarlo todo para ayudarme a encontrar a mi padre, me pareció algo encomiable e incluso romántico, pero ahora me causa un nudo en el estómago.

Miro fijamente las llamas a medida que se extinguen en la chimenea.

—Ahí lo tienes: yo soy el objetivo. Pero tú no tienes por qué serlo.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Ash con incertidumbre.

Espera un momento a que responda, pero estoy demasiado perdida en mis preocupaciones enrevesadas. Me mira de arriba abajo.

—Te alejas de mí, November, lo que significa que intentas protegerte. Y te estás frotando la palma con el pulgar, un gesto para calmarte —dice—. Podría seguir leyendo tu lenguaje corporal, pero sería más sencillo si hablaras conmigo.

Dejo de mirar el fuego danzante para observar la puerta del dormitorio de Layla, que está junto a la sala común. En un despliegue de generosidad, se ha retirado antes para darme la oportunidad de hablar con Ash, su hermano gemelo.

—La verdad es que te agradezco infinitamente que quieras venir conmigo para encontrar a mi padre. Pero piensa en el coste, Ash. En primer lugar, estarías abandonando a Layla. Si algo le pasa a tu hermana mientras estás fuera, nunca te lo perdonarías. Ni a mí tampoco. Y Layla haría lo mismo si algo te pasara a ti.

—Entonces será mejor que volvamos los dos sanos y salvos —me dice mirándome con curiosidad.

—En segundo lugar —continúo sin prestar atención a la impertinencia de Ash—, ¿qué dirá tu familia? —Teniendo en cuenta el poder que tienen Brendan y los Leones, no quiero ni pensar en las consecuencias que le acarreará a la familia de Ash si decide ir en su contra—. ¿No te expondrás a una situación vulnerable?

Ash sonríe, pero en sus ojos veo que también está preocupado por este tema.

—Nada de eso sucederá si lo conseguimos.

—Hablo en serio —insisto—. Acabas de decirme lo peligroso que es todo esto y que podríamos morir. No tenemos ni idea de lo que nos espera fuera. No sabemos si Estrategia sabe que existo...

—Sospecho que sabes más sobre ti de lo que crees —dice en voz baja.

Lo miro con la esperanza de que esté bromeando.

—Algunos de los estudiantes que hay aquí, por ejemplo, Matteo, te reconocieron en el momento en que pusiste un pie en la escuela. Tenemos que estar preparados en caso de que otros hagan lo mismo —afirma y da respuesta a mi miedo tácito—. Además, está el hecho de que Aarya le ha contado a todo el colegio quiénes son tus padres y, aunque la comunicación con el exterior está controlada y va con retraso, es posible que salga antes de que encontremos a tu padre. Por no mencionar que las sospechas aumentarán en cuanto tú y yo desaparezcamos mañana. La gente podría pensar que Blackwood nos ha dado permiso para ver a nuestras familias después de lo que ha pasado, pero es igualmente probable que sospechen que nuestra marcha se deba al deseo de vengar tu asesinato frustrado a manos de los Leones. Por lo tanto, como he dicho antes, no podemos permitir que nadie sepa nada hasta que sea totalmente necesario.

—¿Ves? —digo con énfasis—. Ayudarme te pasará factura.

—Ya te he ayudado —responde.

—Aquí dentro, sí. Pero estamos aislados y más protegidos. Cuando salgamos, serás un miembro de la familia Lobo que intenta boicotear a los Leones. Has trabajado toda la vida para demostrar que eres un líder. Esta misión imposible en la que quieres embarcarte podría acabar con eso en un segundo —contesto.

Ash suspira como si no hubiera entendido la situación.

—Y si te dejo moverte por un mundo que no conoces y plantarle cara sola a la familia de Estrategia más poderosa de todas, puedo dar por terminado mi futuro liderazgo, porque siempre sabré que no estuve ahí cuando más importaba.

Lo observo con una mirada llena de horror por todo lo que podría pasarle y, a la vez, desesperada por tenerlo junto a mí.

—Si vienes conmigo, puede que no vivas para graduarte en la academia y mucho menos para ser líder.

—Y también es posible que nunca aprenda a hablar francés sin que se note mi acento. Al final tienes que aceptar las cosas como son —sentencia Ash y la sonrisa vuelve a su rostro.

—Ash...

—November —me interrumpe y me coge de la mano; la calidez de sus dedos me pone la piel de gallina—. He sopesado el peligro. Sé muy bien el riesgo al que nos enfrentamos. Pero mi decisión es inamovible. Me voy contigo.