Massiel había anunciado por todas partes que quería cantar el La, la, la con un traje largo negro, un look existencialista que no pegaba ni con cola con la alegría de vivir que desprende el tema. Ya la primera ganadora del eurofestival, la suiza Lys Assia, había preferido en 1956 un traje de cóctel con falda a mitad de pierna, menos formal que el largo de etiqueta. El precioso modelo de Courrèges con el que la asturiana finalmente triunfó en el Royal Albert Hall costaba 49.000 pesetas, pero parecía un trajecito playero en la retransmisión en blanco y negro.
«Era un vestido mini muy bonito —recuerda la periodista Mercedes Arancibia—. Yo, que entonces vivía en Londres, estuve con Massiel en el camerino del Royal Albert Hall. En aquel tiempo, yo estaba casada con un fotógrafo italiano que había hecho varios reportajes con ella y entablaron una cierta amistad. Massiel estaba en la capital británica acompañada, como siempre, por su padre y mánager, pero en aquel momento no había nadie más en el camerino», recuerda Arancibia, que llegó a ser la primera mujer directora de un diario generalista, y en 1968 era corresponsal en Londres de varias publicaciones españolas. «Era de organza, un tejido rígido —llevaba, por supuesto, un forro—, pero como era de línea trapecio, quedaba tieso. Era un tejido seguramente artesanal, recamado, todo bordado con piedrecitas blancas. Todo blanco, llevaba también medias blancas. Lo he vuelto a ver varias veces en imágenes de archivo en las televisiones y me sigue pareciendo muy bonito.»
Salomé repitió su hazaña al año siguiente con un fabuloso mono (jumpsuit) de Pertegaz adornado con catorce kilos de barritas de cerámica azul turquesa. A pesar de que no gustó demasiado, Julio Iglesias volvió a elegir el azul turquesa, quizá porque las retransmisiones en blanco y negro no permitían identificar el color. Eso sí, los bolsillos de su traje de panilla fueron cuidadosamente cosidos para evitar su nada profesional costumbre de cantar con las manos en los bolsillos.
Con Massiel y Julio actuaron tres chicas, Mercedes Valimaña (Merche Macaria), M.ª Jesús Aguirre y M.ª Dolores Arenas, sustituta de última hora de Cristina Fernández, componente original del trío que, debido a su éxito en el Royal Albert Hall, fueron bautizadas popularmente como «Trío La, La, La». Merche, M.ª Jesús y Lola salieron en Londres con minivestidos azules que confeccionaron ellas mismas con un retal de tela que compró Merche en Galerías Preciados. En Ámsterdam, ya con Cristina, llevaban un conjunto de pantalones rosa chicle a juego con las túnicas desbocadas que estaban de moda en 1970.
A lo largo de los años, nuestras representantes eurovisivas tuvieron que superar algunos embrollos divertidos en diferentes ocasiones: Conchita Bautista, la primera eurovisiva de TVE, subió al escenario del Palacio de Festivales de Cannes con un vestido exageradísimo que le había dejado su amiga Carmen Sevilla, con volantes y mantilla española. Según cuenta la andaluza, dicho complemento fue exigencia de la gazmoñería del equipo de Prado del Rey. Tal como ella la manejaba, el efecto fue totalmente contrario y no hizo más que resaltar sus curvas y su sex appeal. Antonio Nieto creó el vestido color aguamarina de Karina en Dublín, con círculos recortados en distintas posiciones, que llevó a los gamberros de 1971 a compararlo con una gatera.
No nos olvidemos de otras dos españolas, Mayte Mateos y María Mendiola, es decir, Baccara, que representaron a Luxemburgo en 1978 con un diseño de Christian Dior en sus habituales versiones en blanco y negro para la actuación del dúo en París. Como The Supremes en Prado del Rey y Whitney Houston en Las Ventas, las Azúcar Moreno tuvieron que improvisar su guardarropa al perderse su equipaje en el vuelo. Encarna y Toñi se vieron obligadas a cambiar sus vestidos rojos por unos negros comprados improvisadamente en el mismo Zagreb, sede del festival. También tuvo que improvisar la gran Remedios Amaya, al parecer por algún motivo técnico. Su solución apresurada fue repetir el vestido que había llevado en los ensayos: una túnica flotante a rayas diagonales que fue muy criticada en todo el Estado español. Lo mismo que sus pies descalzos, no tan famosos como los de Sandie Shaw, pero igualmente comentados. Años después, en 2013, nuestra representante Raquel del Rosario, de El sueño de Morfeo, coincidió sin zapatos y con gasas flotantes con la ganadora de aquel año, la danesa.
Paloma San Basilio actuó en Gotemburgo con un vestido clavadito clavadito al modelo de Bob Mackie para la Barbie de Diana Ross. El nombre del modisto que lo copió nunca ha sido revelado.
En el último festival del siglo XX, Lydia recibió un solo punto enfundada en un vestido multicolor de Agatha Ruiz de la Prada. Muy orgullosa de su excelente actuación, la derrota no dolió tanto a la cantante como la fresca que soltó la diseñadora cuando le informaron de que había quedado la última: «A mí, la niña no me importa. ¿Qué tal el vestido?». El chat en vivo que usa The Guardian para retransmitir Eurovisión se despachó a gusto en 2012 con el vestido de aire griego de nuestra representante, Pastora Soler, diciendo: «Debido a restricciones presupuestarias, la cantante se ha puesto el tercer mejor mantel de tu madre». Traducción: el primer mantel es el que guarda, el segundo es el que saca en los convites y fiestas y, el tercero, para la niña que canta en Eurovisión… Huelga decir que, en gasa color aguamarina y con una gran caída, la creación de la firma favorita de Pastora, la sevillana Cañavate Moda, en absoluto era tan ridícula como quisieron verla los ingleses. Y no, no parecía un mantel…
Si descontamos los catorce kilos del de Salomé, el vestido —o mejor, el lote de vestidos— más espectacular de un/una representante de TVE en el festival sería, sin duda, el de Edurne en 2015. Unos 15.000 euros de presupuesto, regalo del modisto José Fuentes: un traje rojo con capa de cinco metros que desaparecía a mitad de la actuación, convirtiéndose en un ajustado vestido de gasa y pedrería color aguamarina. El único problema fue que, en contra de todas las leyes del espectáculo, el primer vestido era mucho más aparatoso y llamativo que el segundo…
Los representantes masculinos de TVE no suelen llamar la atención por su atrevimiento. Cabe señalar que, en 1978, el canario José Vélez, de blanco impoluto, rompía valientemente el estilo masculino de la época —corbatón, grandes solapas, talle marcado y ceñido pantalón— con un traje de amplios pantalones de pinzas y cierto aire retro, que avanzaba lo que iba a ser la tremenda moda masculina de la década de 1980.
Hablando de amplitud textil: cuando, en 1963, Esther Ofarim por Suiza y Françoise Hardy por Mónaco subieron al plató de la BBC, sus vestidos amplios y mucho menos estructurados de lo hasta entonces habitual indicaban que las líneas —y seguramente la vida— habían cambiado para las mujeres. Formas flotantes y sueltas, pero sus canciones T’en va pas y L’amour s’en va, tristes y lacrimosas, hablaban de abandono, no de liberación femenina. El año antes, la danesa Ellen Winther fue la primera que rompió los cánones de feminidad con un avanzado modelo de la línea «A», típica de los sesenta. En 1965, el traje plisado de France Gall y su melenita rubia significaron, tanto como sus alegres desafinaciones, la irrupción del paradigma yeyé y el imperio juvenil que sobrevive hasta nuestros días.
Trajes anchos y mucha tela caracterizaron la década de 1970. No hace falta sino recordar a Amaya e Izaskun Uranga en Luxemburgo, y a su hermana Estibaliz dos años después en Estocolmo: mangas enormes, faldas enormes… Y voces enormes las de las bilbaínas, por supuesto. Olivia Newton-John, en 1974, parecía llevar el salto de cama de una Lucy Westenra de voz mágica. Y Séverine, ganadora de 1971, con mangas perdidas y hopalanda de terciopelo granate, daba forma a un triángulo perfecto, hábito de alguna congregación siniestra. En contraste, la silueta negra, estilizada y sobria de Vicky Leandros y sus andares elegantes en Edimburgo (1972) sigue resultando una de las más distinguidas e indemodables.
Algunos de estos vestidos setenteros seguramente querían tener reminiscencias de la moda folk hippy. Al igual que Conchita y Carmen eligieron un vestido flamenco para inaugurar el recorrido eurovisivo español, la indumentaria folklórica tiene su sitio en las pantallas del festival desde 1958, cuando la jazzwoman Alice Babs representó a Suecia con un traje tradicional, incluyendo pañoleta y delantal. En 1960, la noruega Nora Brockstedt compitió con el traje lapón, seguramente para demostrar desde el principio que el folklore y la tradición tenían cabida en el festival. Llegado el siglo XXI, las fusiones electrónicas con aires tradicionales eran casi una constante. En 1966, uno de los festivales más aburridos de la historia terminó con la actuación del representante de la BBC, el tenor operístico y folklorista escocés Kenneth McKellar, vestido con la indumentaria tradicional, incluyendo el kilt de los McKellar. El público que llenaba el auditorio de la RTL no pudo evitar soltar un bufido al verle, y se percibe en la grabación.
A lo largo de la historia eurovisiva, las cantantes más famosas y aplaudidas que eligieron un vestuario folklórico fueron las Abuelas de Buranovo —Buranovskiye Babushki—, que representaron a Rusia en 2012 con el fin de recoger fondos para construir una iglesia en su lugar de origen, un pueblo rural con menos de mil habitantes. Combinando canto tradicional con bases tecno, su actuación en Bakú, invitándonos a su Party for everybody, será siempre recordada como uno de los momentos más emotivos del festival. Por cierto, estuvieron a punto de ganar. Como curiosidad, recordemos a los representantes eslovenos de 2010, Ansambel Žlindra & Kalamari, con un estrafalario collage de rock y folklore. Por no alargar, en la polémica edición de 2019, Jonida Maliqi representó a su país con una gran voz y un majestuoso traje negro con filigranas doradas inspirado en los bordados tradicionales de Albania.
La música en Eurovisión puede ser mejor o peor, incluso mala y muy mala… Y, por supuesto, de vez en cuando, buena, divertida y también muy buena. Pero cada representante se cuida mucho de que lo que va a llevar puesto para su interpretación en el escenario de Eurovisión sea sencillamente inolvidable por su sencillez, por su elegancia, por su atrevimiento o ¿por qué no?, por su vulgaridad… Recordemos a dos mujeres que fueron espectacularmente vestidas al festival: las italianas Alice (Carla Bissi) y Anna Oxa (Anna Hoxha) en Luxemburgo, 1984 y Lausana, 1989.
En aquella década de 1950, el festival abre una de las mejores épocas de la moda femenina, con grandes vestidos de noche o trajes de coctel con faldas a mitad de pierna. Son faldas con mucho vuelo o tan ajustadas que las cantantes se las ven y se las desean cuando el decorado incluye escalones. Tul, ilusión, raso, terciopelo… Los hombres no tiene mucha suerte durante este periodo. No son tantos y, por apuestos que sean, tienen que conformarse con elegir entre esmoquin blanco o negro y pajarita o corbata. En este entorno, un gran destello de creatividad lo suponía sacar el cuello de la camisa por encima de la pajarita, una moda bastante absurda de esos años que llegó a prolongarse hasta los sesenta. En Eurovisión, la estrenó Jacques Pills representando a Mónaco en 1959; en 1960 lo habían adoptado todos los competidores.
Todos los años se entrega un premio Barbara Dex al vestuario más patoso del festival. Barbara, representante belga de 1993, salió a escena con un traje de gasa beis que se había hecho ella misma y que, dejando a un lado su sosería, no merecía las críticas que recibió, sobre todo por parte de sus desencantados seguidores, que, como venganza, al año siguiente establecieron el premio humorístico que lleva su nombre. Irónicamente, Barbara tenía un diploma de Moda y vestido del Heilig Graf Instituut de Turnhout, y recientemente ha abierto su propia tienda de ropa en Amberes.
De nuestras representantes, solo Lydia ha conseguido el Barbara Dex con el ya descrito arcoíris de Ágata Ruiz de la Prada. Nina Kraljić, representante croata de 2016, fue castigada con el premio por su espectacular conjunto creado por su compatriota, Juraj Zigman, uno de los cada vez más cotizados diseñadores del mundo musical que ha creado vestuario para Fergie, Niki Minaj, Cheryl Cole, etc. Para Nina, Zigman confeccionó un kimono arquitectónico gris y negro sobre un traje futurista de espejuelos metálicos con piezas colgantes y movedizas. ¿Una sugerencia para un premio Dex retroactivo? El blazer blanco sobre tutú de talle bajo de Céline Dion en 1988.
Igual que Massiel lució un modelo de Courrèges, la diva trans israelí Dana International lució un Jean Paul Gaultier para ganar en Birmingham, completado por la alucinante chaquetilla de plumas que se puso para recoger el premio. Dana volvería a presentarse al festival en 2011, mucho más curvilínea que en 1998, con peor suerte y con otro precioso modelo del francés. Conchita Wurst, la drag austriaca, ganó en 2014 con un traje de pedrería de Gaultier. Son muchos los cantantes eurovisivos que han recurrido a Gaultier —comentarista para France TV de la edición 2008—, guiándose seguramente por la misma regla de tres que lleva a que, cuando un año gana una canción pimpante, al año siguiente todo son canciones pimpantes y que, cuando gana un grupo, al año siguiente todas la televisiones presentan a grupos.
La pionera fue la norteafricana Amina, casi ganadora en Francia 1991 con un traje chaqueta oscuro con escote, típico de las colecciones de Gaultier de aquel año. Bastante Gaultier en las tablas eurovisivas a lo largo de los años: una chica griega en 2006, un grupo francés en 2012… De la misma generación de Gaultier, Thierry Mugler diseñó en 1987 el impresionante vestido fucsia de la simpatiquísima presentadora belga Viktor Lazlo, con un estilo Monroe en Gentlemen prefer blondes. Una presentadora de recuerdo imborrable fue Lolita Moreno, una miss Suiza que presentó el festival de 1989 en Lausana. Con respaldo incorporado, su ajustado vestido asimétrico de encaje negro ha permanecido grabado para siempre en la materia gris de los espectadores eurovisivos. Un gracioso churrito elevado, a modo de moño alto, añadía sobre su cabeza el imprescindible toquecillo futurista ochentero a aquella imagen de verdadero impacto.
Las grandes firmas nunca se han quedado fuera de Eurovisión, pero las primeras que salieron con vaqueros y dejando de lado los trajes de noche y los vestidos de escenario fueron las rusas t.A.T.u. en Eurovisión 2009. Aunque el primer rocker que compitió en el festival fue Bobby Solo en 1965, la historia señala como, desde 1972, con la presentación de Milestones, un grupo austríaco acústico vocal a la moda Crosby, Stills, Nash and Young y America —que consiguió una cuarta posición, una de las más altas clasificaciones del país, con camisas de cuadros y blusones bordados—, las diferentes tendencias del rock internacional intentaban asomar la cabeza y destrozar el statu quo frivolón eurovisivo.
Habría que esperar a 2006 para que los Lordi arrasaran con sus caparazones arockalípticos y su gran himno terrorífico Hard Rock Hallelujah. Los disfraces de monstruo del grupo fueron esculpidos en espuma de látex de colchones caros por el propio Tomi Petteri Putaansuu, líder del grupo, maquillador y escultor que necesitó tres horas para adoptar su caracterización de Míster Lordi. Provenían directamente de la tradición roquera norteamericana de grupos como Alice Cooper, Kiss o Gwar.
Otro concepto vestimentario del espectáculo tradicional son las imitaciones. No solo las grandes damas españolas han recurrido a los espectaculares diseños de Bob Mackie. Las bailarinas acróbatas del búlgaro Miroslav Kostadinov en 2010 terminaron su actuación con un despliegue de alas plisadas de plata igualitas que las que el norteamericano diseñó en otros tiempos para la primera gira en solitario de Tina Turner.
Los vestidos desmontables, como el de Edurne, son un gran recurso del mundo de espectáculo desde tiempos inmemoriales, tanto en el circo, como en la revista y el rock. En Eurovisión hay dos victorias que incluyeron mutaciones indumentarias: las sorprendentes faldas voladoras de Bucks Fizz en 1981, que hicieron agotarse los suministros de velcro en todas las mercerías inglesas, y, por supuesto, la cantante de jazz letona Marie N (Marija Naumova), ganadora de 2002 con la ratonera y pegadiza I Wanna y un esmoquin blanco que desguazaban sus bailarines hasta que se convertía en un minivestido ciclamen discotequero y, en un rizar el rizo del transformismo vestimentario, en ajustado vestido de noche con escote y volante.
Cuatro años después de Bucks Fizz, la cantante y humorista escandinava Lill Lindfors, actuando como presentadora, protagonizó un sketch cuando, después de cambiarse de modelo para las votaciones, su nueva falda de color verde claro pareció rasgarse al rozar alguna de las construcciones del escenario. Tras fingir unos segundos de embarazo, Lill procedió —con gran elegancia, eso sí— a desmontar la parte superior de su vestido, convirtiéndola en una larga falda abierta... Soltamos las mangas arremangadas para un nuevo look y arrojamos a un rincón las pinzas que habían sujetado el gracioso truco y... voilà! ¡Aquí tenemos uno de los momentos más recordados y criticados del Eurofestival!
Igualmente precioso era el traje rojo de Youddiph, la primera representante de Rusia en 1994 que, gracias a una ingeniosa estructura, adquiría hasta seis variaciones diferentes: con velo, con capucha, con alas y con capa. Más sencillo, pero ya impactante para lo que era el festival en 1977, fue el número de los austriacos Schmetterlinge, con unos monos blancos que, cuando se daban la vuelta en sus coreografías, se convertían en trajes de etiqueta negros con caretas feístas en los cogotes de los cantantes, fumando puros y cargados de dinero para caricaturizar a los ejecutivos discográficos de los que se burlaba su canción, Boom Boom Boomerang.
Inger Svvenke diseñó los extravagantes atuendos glam de ABBA en Brighton, al estilo de los que llevaban grupos y artistas ingleses como David Bowie. Fue una ruptura total que abrió las puertas del éxito internacional a los componentes del grupo, que llevaban años y festivales intentando consagrarse fuera de su país. Es famosa la anécdota de que el vestuario de escena de ABBA respondía a un importante objetivo: que los trajes fueran tan estrafalarios que resultara imposible llevarlos por la calle, a fin de que pudieran considerarse un inversión empresarial y desgravar la tremenda carga impositiva del reino de Suecia.
Si el vestuario futurista de ABBA no obedecía más que a una triquiñuela fiscal, totalmente en broma iban las líneas espaciales y robóticas del conjunto navideño de maruja sideral creado por Dolce&Gabbana para Eurovisión 2007. Como resultado, el divertido y discutido número del actor ucraniano Andriy Danylko, en su inolvidable encarnación como Verka Serduchka, cuenta con la gloria de ser uno de los vestidos más imitados en los cosplays eurovisivos con su estrella en la punta del gorro incluida. La única cantante que ha participado en Coachella, el Met neoyorquino y el Festival de Eurovisión es la australiana Kate Miller-Heidke. Aparecer flotando, con sus dos acompañantes, en un universo infinito en la edición de 2019 no le impidió demostrar su excepcional mixtura vocal de canto lírico, Yoko Ono, Nina Hagen, Kate Bush y Björk combinadas en su garganta. En realidad, las tres mujeres estaban sentadas en largas picas flexibles ocultas en amplias faldas de gasa creadas por su compatriota Steven Khalil, uno de los favoritos de Jennifer Lopez, pero el truco solo lo entendimos en los últimos compases de la canción.
En el mismo estilo de faldas huecas e inacabables, y a pesar de que condenaba a la cantante a estar rígida e inmóvil durante su actuación, fue tremendamente impactante el vestido gigante de la moldava Aliona Moon en el festival de Malmö 2013, un diseño de alta tecnología, con una amplia falda que servía para ocultar una plataforma que hacía ascender a la cantante, mientras sobre ella se proyectaban constelaciones, llamas y cosas raras al estilo de la Reina de la noche de la versión 2001 de La Flauta Mágica que vimos en el Teatro Real o incluso de alguna de las puestas en escena de la imaginativa Fátima Miranda. Todo un clásico del espectáculo que dejó de tener su impacto en 2018, cuando Elina Nechayeva, de Estonia, lo repitió para cantar La forza, su ejercicio de estilo operístico.
Aunque Eurovisión es un mundo aparte. Las modas y tendencias musicales y vestimentarias se filtran con mayor o menor sutileza, lo mismo que los avatares de la actualidad y la historia. La unidad europea y los nuevos medios de comunicación hicieron proliferar en todo el continente un estilo de música gótica, metalera, industrial, étnica, progresiva y a veces operística y medieval. La fuerte imagen de los artistas y fans góticos, vestidos de negro con harapos y cuero de líneas medievales y decimonónicas, ha sido repetidamente utilizada en el Eurofestival, sobre todo por mujeres, y la han imitado los grandes modistos.
En 2007, la finlandesa Hanna Pakarinen sucedió a los terroríficos Lordi como representante de Finlandia con una larga falda de vuelo y tiras blancas hechas jirones, máquina de humo y ventiladores. Aquel mismo año, Alenka Gotar, de Eslovenia, salió con un traje de luto romántico, con corsé de cuero y falda deconstruida a piezas de tul negro y blanco. La georgiana Nina Sublatti cantó en 2015 una power ballad que solo rozaba tangencialmente el estilo, pero llevaba minishort de charol, plumas de cuervo en los hombros y maquillaje vampírico. Sanja Vučić, de Serbia, llevó en 2016 un traje muy parecido al de Siouxsie en Rock-Ola 1982, con una bonita diadema en zig-zag para cantar una balada bastante convencional. Dentro de lo que son las ideas y vestuarios con ecos a viejo y a conocido, se incluye el colectivo antisistema islandés Hatari, que participó en Israel con corsés, camisas de fuerza, bondages y demás equipamiento sado-maso, en una línea similar a la del grupo mexicano Hocico.
En 2019, Nevena Božovicć, otra serbia, llevaba preciosa bisutería futurista y una complicada falda sexi abullonada en tonos castaños y marrones a desgarrones. Entre los participantes masculinos, en 2018 fue muy aplaudido el número del danés Rasmussen sobre la leyenda del santo vikingo que se negaba a entrar en batalla. Con grandes botas, abrigos y barbas, el actor y cantante y sus acompañantes interpretaron el tema a paso de marcha con una solemnidad marcial que parecía de otro siglo. Como anécdota, el primer artista que cantó en el escenario eurovisivo vestido de cuero negro fue el sueco Tomas Ledin en 1980 con un outfit y una canción pretendidamente nuevaoleros.
Los grandes vestidos y los maravillosos diseños, lo mismo que la pirotecnia y las grandes voces, no puntúan en el festival.
Ninguno ganó Eurovisión.
Lo ganaron las canciones.
Terminamos este repaso vestimentario con una mención especial al traje de chinchillas valorado en un millón y medio de las antiguas pesetas que lució Massiel para dar el premio a las ganadoras de 1969. Por aquella época estaba en el aire una tendencia que arrasaba en la España del pluriempleo y los chistes de suecas en Benidorm: la cría domestica de chinchillas para peletería. Salían anuncios de chinchillas en los diarios, y los escaparates de algunas tiendas mostraban su chinchilla enjaulada para gozo de los pequeños. Se supone que, para redondear el sueldo del marido pluriempleado, muchas familias criaron a su desgraciada chinchilla con la triste intención de convertirla en cuellos y puños para el abrigo de alguna señora caprichosa.
A nadie le extrañará que la bravísima Massiel consiguiese 106 lomos de chinchilla para su abrigo. Muy guapa y muy española, con su enorme melena negra en un moño bajo. Según los peleteros, el diseño original combinaba los lomos con franjas de raso, pero la cantante pidió que se cambiasen por pedrería, al parecer, auténticos brillantes. También de pedrería eran los zapatos, que aparecían chatos con el peso extra.
No pudo ser más criticada.
Pero el abrigo de chinchillas se convirtió en símbolo incongruente de muchas cosas. Siete años después del Royal Albert Hall, en verano de 1975, la casa de Massiel fue vandalizada por dos adolescentes de extrema derecha que la llenaron de pintadas amenazantes («Rojos fuera») y de cruces gamadas por todas partes. Hasta en la manga desbocada de las chinchillas del Teatro Real.
El comentario del bigote de uno de los chicos de Brotherhood of Man lo dejamos para los más valientes. Los monos y boinas de las chicas del grupo ganador de 1976 son solo recomendables para campeones.