NORTE DE EUROPA

En la carretera al cabo Wrath, noroeste de Escocia

© Jordan Gibbons

EN BUSCA DE LA PRIMAVERA

La ruta de Max Leonard sigue el centenario itinerario del poeta Edward Thomas y desvela la estampa de una Inglaterra de otra época.

El Viernes Santo de 1913, el poeta y escritor paisajista Edward Thomas emprendió una peregrinación en bici desde Londres. Como escribiría al comienzo de su In Pursuit of Spring: “Esta es la crónica de un viaje de Londres a Quantock Hills –a Nether Stowey, Kilve, Crowcombe y West Bagborough–, hasta el punto más alto donde la carretera Taunton-Bridgwater corona los montes y muestra Exmoor ya tras de mí, las Mendip delante y, a la izquierda, el mar…”

En las Quantock fue donde su héroe literario Samuel Taylor Coleridge escribió La balada del viejo marinero, aunque su ruta también fue un acto de fe: en que el largo invierno acabara.

El relato de Thomas es tan detallado que se puede reconstruir su recorrido desde su casa en Clapham, al suroeste de Londres, hasta la cima de Cothelstone Hill, donde se detuvo. Y eso es precisamente lo que hicimos mi amigo Andy y yo un Viernes Santo, pero cien años después. En las inmediaciones de Morden, las urbanizaciones dieron paso rápidamente a un mosaico de campos y después, a prados silvestres. En la época de Thomas, estas carreteras quizá fueran caminos de carros, pero, incluso así, él notó el cambio de estación en los setos: las celidonias, las prímulas, los endrinos y las campanillas que tan elocuentemente describe como guerreros que se baten contra el frío en retirada.

Pedaleando desde West Dean.

© Andy Waterman

En Wiltshire Hills.

© Andy Waterman

Thomas tardó una semana en completar su viaje, en una bici monomarcha y con malos frenos. Nosotros disponíamos de bicis de cicloturismo con varias marchas, alforjas y frenos de disco, y queríamos completarlo en tres días. Tras salir de Londres por carreteras principales, en Surrey buscamos los caminos escondidos, los de herradura y los embarrados que discurren en paralelo a las principales arterias asfaltadas para tener una experiencia similar a la suya.

La primera noche nos alojamos en el Mill Arms, en Dunbridge, Test Valley, distrito de Hampshire, una posada donde no pudo hospedarse Thomas porque estaba llena. Habíamos reservado por internet y así, con el Sol cayendo tras los árboles pelados y la neblina cerniéndose sobre los pastos donde apacentaban las ovejas, desmontamos para unas merecidas ducha, cena y pintas.

Nos despertamos a la mañana siguiente para acometer los siguientes 160 km. Empezamos bajo la cresta de Dean Hill, en Hampshire, y atravesamos Salisbury, pasando por una zona de maniobras militares en la meseta caliza de Salisbury Plain (donde hay que desviarse si ondean las banderas rojas sobre los caminos que Thomas tomó), y rodeamos Trowbridge. Pasamos por aldeas bucólicas, casas señoriales y castillos en ruinas, hasta coronar otra cadena de colinas, subiendo abruptamente la cresta oriental de las Mendip. Allí, en las solitarias alturas, nos encontrábamos casi solos entre caminos flanqueados por setos, a excepción de un simpático vecino ciclista y un hombre con su perro. Tras el fatigoso día de continuas subidas, nos sentaron de maravilla los 32 km finales, siempre de bajada, mientras atardecía, hasta Shepton Mallet, donde otra posada nos aguardaba.

“Incluso así él notó el cambio de estación en los setos: las celidonias, las prímulas, los endrinos y las campanillas”

La última jornada sería la más corta, pero también la más lluviosa: de noche, el invierno en retirada había dejado vientos fríos y nubes en Somerset. Partimos con el sonido de la lluvia y el susurro de los neumáticos sobre el alquitrán mojado. De Wells a Glastonbury la lluvia se convirtió en torrencial de subida a Polden Hills, y la niebla eclipsó las vistas de los humedales de Somerset Levels. Pero con cada golpe de pedal dejábamos atrás el mal tiempo y pronto el Sol comenzó a asomar tímidamente.

En Bridgwater recobramos fuerzas y pensamos en lo que se nos venía encima: las siniestras Quantock Hills acechaban en el horizonte. La ruta de Thomas bordea sus lindes septentrionales, casi hasta el mar, ofreciendo unas vistas generosas del canal de Bristol y los azules montes de Gales; después atraviesa la aldea de Nether Stowey, donde vivió Coleridge. La ruta sube acto seguido por empinadas cuestas, moteadas por el Sol, hasta Cothelstone Hill, donde Thomas dijo encontrar la “Winter’s Grave”, la tumba del invierno, y finalizó su viaje. Después de un último esfuerzo hasta el punto más elevado de la carretera Taunton-Bridgwater, nos detuvimos, sacamos unas fotos y leímos el fragmento final de su libro. Satisfechos, bajamos a Taunton para tomar el tren de vuelta a casa y al siglo XXI. ¿Cómo regresó Thomas? En el libro solo dice: “Estaba seguro de que podría pedalear de nuevo hasta casa y encontrarme con la primavera por el camino”.

Foto de Hemington (Avon) de Edward Thomas.

© Special Collections and Archives, Cardiff University, Ken Welsh / Getty Images

Uno de los placeres de leer a Thomas es cómo describe un mundo perdido, sin apenas automóviles, un mundo en el que la vida rural poco había cambiado desde el Libro de Domesday. Hubo puntos de nuestra ruta que eran como si aquella época aún existiera, como los caminos de herradura por el bosque o en las Quantock, donde la arcilla roja mostraba más marcas de cascos de caballos que rodadas de automóviles. Pero aquel mundo desapareció poco después que Thomas lo plasmara sobre el papel: en 1914, la Gran Guerra cayó sobre Europa y barrió de un plumazo todo lo antiguo.

Thomas tampoco sobrevivió. Se alistó en 1915 y, en 1917, murió en el frente, alcanzado por la onda expansiva de un proyectil cuando se había incorporado en la trinchera para encender su pipa. Aun habiendo sido siempre un pacifista, dio la vida por la tierra que amaba. Max Leonard

Retrato de Thomas.

© Special Collections and Archives, Cardiff University, Ken Welsh / Getty Images

POESÍA Y PINTAS

La crónica de Edward Thomas cita muchos pubs que había hasta Somerset: The Rose and Thistle, The Holly Bush, The Jolly Sailor, The Black Horse, The Barley Mow, The Bell, The Rose and Crown, The Mill Arms, The Ship, The Thatched Cottage Inn, The Hood Arms… ¡por citar solo algunos! Muchos aún siguen allí, en algunos de los parajes más bucólicos del sur de Inglaterra ¡Salud!

HOJA DE RUTA

Inicio // Casa de Edward Thomas, nº 61 de Shelgate Road, Clapham, Londres

Final // Cothelstone Hill, las Quantock

Distancia // 400 km (atención a las empinadas cuestas de las Mendip y las Quantock)

Cómo llegar (y volver) // Clapham Junction es la estación más cercana al punto de partida; Taunton la que está al final del recorrido.

Cuándo ir // En primavera, para que la experiencia sea plena, y, claro, tras leer In Pursuit of Spring.

Qué llevar // Como es una ruta de varios días, es necesaria una muda y calzado ligero para las noches, así como una buena chaqueta impermeable para los chaparrones de abril.

Mapa // www.strava.com/routes/281632

OTRAS PROPUESTAS SIMILARES

RUTAS LITERARIAS

EN BICICLETA POR EL LAKE DISTRICT, INGLATERRA

Esta ruta transita por el Lake District en Cumbria, al noroeste de Inglaterra, entre los paisajes que inspiraron a poetas románticos como William Wordsworth, Robert Southey y Samuel Taylor Coleridge. Aunque hay una carretera fabulosa, por qué no tomar una bici de montaña en Dove Cottage, hogar de William y Dorothy Wordsworth en Grasmere, hasta Ullswater, donde presuntamente Wordsworth veía sus narcisos mecerse con la brisa. O, para una ruta circular desafiante por un terrero mixto más difícil, empezar en Wasdale Head y coronar el Sty Head (488 m). La bajada a Borrowdale es divertida, pero al llegar a la carretera hay que girar a la izquierda para subir al puerto de Honister. Acto seguido se pasa por el Scarth Gap y el puerto de Black Sail antes de volver a Wasdale Head para disfrutar de una pinta. Quien crea que ha sido duro, que se imagine a Amos Sugden en 1893 cruzando el Sty Head con una bici de 23 kg y neumáticos macizos.

Inicio/final // Wasdale Head

Distancia // 25 km

EN BICICLETA CON UNA BURRA POR LAS CEVENAS, FRANCIA

En 1878, Robert Louis Stevenson tenía 28 años y una salud delicada, y se estaba recuperando de un enamoramiento que sus padres no aprobaron. De modo que decidió irse al sur de Francia, a la escarpada región de las Cevenas, donde hizo a pie 193 km en 10 días, desde Le Monastier-sur-Gazeille a Saint-Jean-du-Gard. Visitó la Francia rural más remota, una tierra de lobos y bandoleros, con una burra obstinada llamada Modestine como única acompañante, y el libro que resultó de la experiencia, Viajes con una burra por los montes de Cévennes (1879), está considerado una de las primeras obras de literatura de viajes. Ahora, esa ruta que tomó es la GR70, un largo itinerario de montaña apto para ciclistas. Casi toda discurre a más de 1000 m de altitud, pero se recomienda abordarla a principios de otoño, cuando las temperaturas son suaves, el tiempo está en calma y las hojas cambian de color.

Inicio // Le Monastier-sur-Gazeille

Final // Saint-Jean-du-Gard

Distancia // 193 km

LA TRANSFAGARASAN, RUMANÍA

Construida por el dictador comunista de Rumanía, Nicolae Ceaucescu, la Transfagarasan es una ruta militar incrustada en medio de los montes Cárpatos, que conecta Transilvania con Valaquia por una sucesión de 5 túneles, 27 viaductos y más de 800 puentes, e infinidad de curvas cerradas que se enroscan cual húmedos espaguetis a la ladera. Construida entre 1970 y 1974 para anticiparse a una posible invasión soviética, la carretera tiene 114 km de pendientes moderadas. Top Gear la definió como “la mejor carretera del mundo”, y también se la conoce como la “carretera hacia las nubes” y “el disparate de Ceaucescu” (porque su construcción se cobró muchas vidas humanas). Asciende hasta los 2042 m y pasa por el coqueto lago Bâlea, así como, por su lado sur, por el castillo Poenari, baluarte de Vlad el Empalador, en quien se inspiró Bran Stroker para crear a Drácula.

Inicio // Cartisoara

Final // Curtea de Arges

Distancia // 114 km

De camino a Wasdale, Cumbria.

© Peter Lane / Alamy Stock Photo

La carretera Transfagarasan, Rumanía.

© Horia Bogdan / Alamy Stock Photo

EL MURO DE BERLÍN

En el otrora escenario por excelencia de la Guerra Fría, ahora hay parques, galerías y barrios modernos. Pero la ciudad no puede olvidar su lúgubre muro de separación.

No habían dado las 6.00 pero, como era verano, el cielo ya clareaba cuando llegué al Mauerpark, el parque del Muro, en el centro de Berlín. Era el 13 de agosto, exactamente el 58º aniversario de la construcción del Muro de Berlín, y ese día me proponía recorrer, junto con unos amigos, los 155 km del antiguo trazado del mismo.

No conozco otra ciudad que haya integrado su pasado en la topografía urbana como Berlín. Hay decenas de hitos conmemorativos, desde las sombrías pilastras de hormigón del Monumento al Holocausto, hasta las miles de placas de latón en las aceras que recuerdan a las víctimas de los nazis.

Irónicamente, durante años, el Muro de Berlín, la barrera que convirtió la ciudad en sinónimo del Telón de Acero y de la Guerra Fría, fue una excepción. Poco después de su caída en 1989, la inmensa mayoría de sus alambradas, bloques de hormigón, minas terrestres y torres de vigilancia fueron derribadas, trituradas y retiradas. En la década de 1990, miles de fragmentos del Muro fueron regalados a museos extranjeros o sustraídos por coleccionistas. Los solares en medio de la ciudad se vendieron a inmobiliarias, que no tardaron en levantar apartamentos y bloques de oficinas en la antigua “franja de la muerte”.

Pero eso ha cambiado en la última década. Los alemanes menores de 40 años apenas recuerdan el muro y para noviembre del 2019 ninguno menor de 30 años ni siquiera había nacido cuando la ciudad estaba dividida en dos. Para la mayoría de los berlineses, y de los turistas, el Muro es una historia del pasado. De ahí que urgiera conservar lo que quedaba.

Y en el 2001 la ciudad decidió hacerlo dándole forma de carril bici. El carril, que sigue el curso del muro, se completó en el 2006: en el centro de Berlín, su sinuoso trazado pasa, atraviesa y rodea algunos de los lugares más emblemáticos y barrios más destacados de la ciudad. Cuando nos ponemos en marcha, seguimos una línea doble de piedras incrustadas en el pavimento, con ocasionales placas de bronce intercaladas que rezan “Muro de Berlín 1961-1989”. A lo largo del día, estas piedras reaparecerán en los lugares más insospechados (delante de una gasolinera periférica, rodeando la puerta de Brandemburgo, ocultas bajo un edificio de oficinas).

El Sol ni siquiera había despuntado cuando pasamos por uno de los tramos mejor conservados del Muro, un trecho de 100 m con sus fortificaciones originales, incluida una alta torre de vigilancia y una sección de la llamada “franja de la muerte”. Forma parte del Monumento Conmemorativo del Muro de Berlín, un museo al aire libre dedicado al Muro y a su historia.

Pedaleando por los restos del Muro.

© Steffen Weigold

A pocos kilómetros del Mauerpark, pasamos por algunos de los lugares más reconocibles de la ciudad, modernos y antiguos, como la estación principal de trenes, del 2006, y la puerta de Brandemburgo, de 1791. Después, vimos el edificio del Parlamento, el antiguo Reichstag, como se conocía antes de la guerra. Más adelante, Potsdamer Platz, hoy animada plaza comercial con rascacielos de cristal y hoteles de lujo, era antaño apenas un descampado atravesado por el Muro. Allí se sumaron a nosotros madrugadores ciclistas rumbo a su trabajo, mientras seguíamos con nuestra ruta entre barrios residenciales que apenas despertaban.

Pronto pasamos por la East Side Gallery, la parte mejor conservada del muro: 1 km de hormigón junto al río Spree. Al otro lado de la calle, esta otrora tierra baldía hoy se está edificando para acoger empresas digitales y compañías internacionales de medios de comunicación.

Vivo en Berlín desde el 2005, y me suenan muchas calles y vecindarios por las que pasamos pero, al unirlos en una sola ruta, me dan una nueva perspectiva de lo omnipresente que era el Muro. Junto al canal del Spree el carril se convierte en un ancho camino. En este momento aminoré la marcha ante el monumento a Chris Gueffroy, un joven abatido a tiros cuando intentaba cruzar al oeste en 1989, apenas meses antes de la caída final del Muro. No eran todavía las 8.00 y alguien ya había depositado flores frescas a sus pies.

“Por el camino hay pilares de color naranja con las historias de algunas de las 136 víctimas mortales que intentaron traspasarlo”

Parte del Monumento Conmemorativo del Muro.

© struvictory / Shutterstock

Puerta de Brandenburgo.

© Iain Masterton / Alamy Stock Photo

Wannsee.

© LaMiaFotografia / Shutterstock

Fue el primero de los muchos recordatorios del día de lo mortífero y opresivo que fue el Muro. Al menos 136 personas murieron al intentar huir de la RDA, y fueron cientos los heridos. De alguna manera, este itinerario circular es como un museo exterior y un monumento en su recuerdo: en 29 puntos de la ruta hay pilares de color naranja con las historias de las víctimas mortales que intentaron traspasar el Muro. Tras leerlas me quedé un buen rato reflexionando sobre un sistema que levantaba muros para que sus ciudadanos no huyeran y que les asesinaba si lo intentaban.

Hay puntos del Muro a los que no se puede acceder en bici. Por ejemplo, allí donde la frontera cruzaba el río Havel al sur y al oeste de la ciudad: el río, muy minado y vigilado, era en sí mismo otro “muro”. Embarcamos con las bicis en un ferri en el Wannsee para cruzar a la otra orilla y seguir la ruta por el arbolado Kladow.

Giramos primero al norte y después al este y atravesamos arenosos pinares y maizales, un paisaje bucólico que apenas ha cambiado desde la reunificación. Los anecdóticos marcadores de la ruta y las señales de tráfico nos recordaban que aún estábamos en Berlín.

A medida que el Sol poniente alargaba las sombras, volvimos al sur. El terreno se había accidentado. Al salir de un páramo desolado, parte de una reserva natural al norte de la ciudad, distinguimos la torre de TV de Berlín (368 m) . El último tramo del recorrido ya me era familiar, con barrios cada vez más poblados. Sentí un escalofrío ¿Son las sombras de la noche o la sombra del pasado? Ahora no sabría decirlo. Andrew Curry

EXCLAVES DE BERLÍN

El Muro de Berlín se trazó sin ninguna lógica. En algunos puntos, se crearon exclaves de Alemania occidental totalmente cercados por la RDA. Los comunistas respetaron la partición, como le pasó a un grupo aislado de 10 casas que eran abastecidas por un helicóptero hasta que se construyó una carretera de unos 800 m que las conectara con el resto de Berlín oeste. Y en Erlengrund, a los propietarios en una colonia ajardinada de 4 Ha se les permitió tener su propia puerta en el Muro (timbre incluido).

HOJA DE RUTA

Inicio / final // Berlín, Mauerpark

Distancia // 160 km

Cruzar el río // El excelente transporte público de Berlín cuenta con ferris, si bien poco frecuentes; consúltese antes. Hay espacio para la bici (en verano es mejor ir pronto).

Dónde comer // En los lindes de Berlín hay pocos restaurantes. Para una cerveza y un bratwurst, Loretta am Wannsee es una cervecería con terraza frente al atracadero del ferri del Wannsee.

Para convertirlo en una salida de dos días // Desde el centro se va al sur y al oeste por el Muro hasta el Wannsee y después, se vuelve en el S-Bahn. El segundo día se va al norte y al este hasta Kladow y se regresa en ferri y en el S-Bahn desde el Wannsee. Con poco tiempo, óptese por el tramo oriental del Muro: se empieza cerca de la estación del S-Bahn de Schoenefeld, se pasa por lugares emblemáticos del centro, y se termina cerca de la estación de Hermsdorf (50 km).

OTRAS PROPUESTAS SIMILARES

AVENTURAS POR ALEMANIA

LOS LAGOS DE MECKLEMBURGO

La Llanura Lacustre Mecklemburguesa (Mecklenburgische Seenplatte), 160 km al norte de Berlín, se formó hace 12 000 años, cuando los últimos glaciares se retiraron de Europa. Hoy se conoce como “la tierra de los mil lagos”; no hay tantos, pero se pueden pasar días pedaleando entre ellos. La popular ruta que rodea el Müritz, el segundo lago más grande del país, atraviesa su mayor parque nacional. Utilizado como coto de caza por los reyes prusianos y por los gerifaltes nazis hasta 1945, el Parque Nacional del Müritz ahora es una reserva natural reconocida por la Unesco. En los últimos años, sus hayedos primigenios se han convertido en hogar de las primeras manadas de lobos salvajes vistas en Alemania en más de un siglo.

Inicio/final // Waren

Distancia // 180 km

EL CINTURÓN VERDE

Cuando Alemania quedó dividida tras la II Guerra Mundial, la frontera entre el este y el oeste asemejaba la cicatriz de un país seccionado. La linde fue fortificada progresivamente con alambradas, torres de vigilancia y 1,3 millones de minas antipersona. Tras la reunificación en 1990, los grupos ecologistas presionaron para convertir la antigua “franja de la muerte” en una atípica reserva natural y consiguieron crear una ruta protegida de 1400 km de longitud y 46-198 m de ancho que discurría prácticamente sin obstáculos desde el mar Báltico hasta la frontera checa. Hoy en esta lograda ciclovía verde viven más de 1200 especies amenazadas. Aunque las fortificaciones desaparecieron hace tiempo, quedaron algunas para el recuerdo, como la Grenzhus Schlagsdorf, cerca de Lubeca, conservada de manera asombrosa y perturbadora, incluidas réplicas de minas antipersona SM-70.

Inicio // Lubeca

Final // Hof

Distancia // 1400 km

LOS RÍOS ÓDER Y NEISSE

Una buena ruta discurre junto a los ríos Óder y Neisse por la frontera germano-polaca. Pasa principalmente por suelo alemán, con muchas posibilidades de cruzar a Polonia. Las calles restauradas de Görlitz, en el sur, gustan mucho a los directores de fotografía que quieren recrear la Alemania de la década de 1930 (El Gran Hotel Budapest de Wes Anderson se rodó en unos grandes almacenes abandonados del centro). Más al norte, está Eisenhuettenstadt, una antigua ciudad siderúrgica fundada en 1951 que inicialmente se llamó Stalinstadt. Su arquitectura y el Centro de Documentación de la Vida Cotidiana en la RDA capturan las realidades de la comunista Alemania del Este como ningún otro lugar en el país. La ruta termina en Szczecin, un puerto activo desde la época de los vikingos que pasó de control alemán a polaco cuando, tras la II Guerra Mundial, se redibujó la frontera.

Inicio // Forst, Alemania

Final // Szczecin, Polonia

Distancia // 465 km

La Llanura Lacustre Mecklemburguesa, “tierra de los mil lagos”.

© imageBROKER / Alamy Stock Photo

La pintoresca ciudad de Görlitz, la más oriental de Alemania.

© Westend61 / Getty Images

CABO WRATH Y EL SALVAJE NOROESTE

Escapar al desolado extremo de la isla de Gran Bretaña por su carretera más remota e inscribirse en la Cape Wrath Fellowship.

Al cruzar el Kyle of Durness en un pequeño ferri, era fácil asumir que el embarcadero al que nos dirigíamos era la entrada a una isla salvaje. De hecho, allí es donde empieza la ruta de 18 km al cabo Wrath, la carretera del fin del mundo. Mientras descargábamos las bicis, John, el patrón, señaló la proa: “Como mi primer barco, una diminuta langostera, se llamaba Beulah, a este también le puse Beulah. Significa ‘lugar místico, paraíso religioso, tierra del paraíso’. Pronto descubriréis por qué…”.

La culebra de asfalto agrietado y gravilla que sale de Lairg atraviesa más de 10 000 Ha de naturaleza y páramos desolados –los Parph como llaman aquí– hasta el faro del cabo Wrath, el punto más noroccidental del territorio continental británico. Hace 70 años, Rex Coley, fundador de la Cape Wrath Fellowship, la describió como la carretera “más solitaria” de Gran Bretaña.

Los cuatro habíamos salido en mayo del 2016 con la intención de inscribirnos en la hermandad. Lo haríamos tras un circuito en bicicleta de tres días. Para preparar nuestro recorrido por esta inhóspita parte de Escocia usamos un Ordnance Survey Second Series Map de 1971-1975 que cubre el cabo Wrath y su escarpado litoral atlántico. Cuando descubrí ese viejo mapa de carreteras, tracé una ruta ciclista por el extremo norte de Escocia que la incluyera. La aldea de Lairg, “el cruce del norte”, era lo más lejos a lo que pudimos llegar en tren desde Inverness, convirtiendo su estación en el umbral de un viaje de 250 km. Desde Lairg, fuimos al norte por estrechas pistas madereras, por la carismática Crask Inn hasta Tongue, para después desembocar en la pintoresca carretera costera hasta Keoldale, en el Kyle of Durness, que es donde John nos llevó en el Beulah.

Rumbo al faro entre los Parph.

© Jordan Gibbons

John, patrón del ferri del Kyle of Durness.

© Jordan Gibbons

Esta carretera a ninguna parte se trazó a principios del siglo XIX para poder acceder al faro, de 1828, y al puesto de guardacostas del cabo Wrath, unos 3 km al oeste de los Clo Mor, los acantilados marinos más altos (281 m) de la isla británica. El cabo es un lugar de especial interés científico y zona protegida de avifauna, donde una algarabía de 50 000 frailecillos atlánticos, alcas comunes, fulmares boreales, gaviotas tridáctilas y araos aliblancos se enfrenta al inclemente viento. El nombre “Wrath” deriva de la antigua palabra nórdica hvarf, o “punto de inflexión”; el cabo era el lugar donde los visitantes vikingos viraban sus navíos rumbo al este de vuelta a casa. Cuando se recorre esta accidentada costa, con el océano rompiendo a sus pies, queda claro la necesidad del faro, si bien ya lleva más de 20 años sin farero.

Coley fundó la hermandad Cape Wrath Fellowship en 1949. Era un conocido periodista especializado en ciclismo que firmaba con el seudónimo de Ragged Staff, y un defensor de la aventura sobre pedales. Para ser admitido se requería una fotografía del solicitante (con su bici) en el faro y la firma del farero. Hasta su muerte en 1985, Coley expedía personalmente el certificado y una insignia; ahora es la Cycling UK, que celebró su 70º aniversario en el 2019, quien lo hace. La Cycling UK busca a nuevos ciclistas para que se inscriban en la Fellowship (más información en línea); basta con presentar una foto como la descrita.

“John, el patrón, había llamado Beulah a su ferri. ‘Significa lugar místico, tierra del paraíso; pronto descubriréis por qué…’”

Apuntarse en la Fellowship significa pasar a formar parte de un legendario capítulo del ciclismo escocés. Y queda claro lo que llevó a Coley a fundarla: si se mira al norte y oeste, solo se ve océano, con la sensación que las islas Feroe, Islandia, Groenlandia y Terranova están en algún lugar del horizonte. Al sur y al este aguardan páramos desolados.

Esa carretera es el único camino viable por tierra al faro, pero ahora los suministros llegan en barco, lo que deja el camino libre para los ciclistas intrépidos, y para un microbús que lleva y trae a turistas desde el embarcadero. (Hay otra ruta terrestre que sube desde la bahía de Sandwood, en el sur, por el último tramo del Cape Wrath Trail, por vastas praderas cenagosas.) El cabo es tan remoto que el Ministerio de Defensa ha reservado parte de los páramos para maniobras militares. Los únicos elementos que no estaban indicados en mi viejo mapa eran las llamativas garitas de los militares dispuestas estratégicamente durante 18 km. Cuando se efectúan las maniobras, se restringe el acceso a la zona. Pero las barreras estaban levantadas y pudimos pedalear sin peligro hasta la comodidad relativa de la bahía de Kearvaig, donde pernoctaríamos. Allí nos esperaba un refugio, la playa, el atardecer, una comida a la vera del fuego y algún trago.

Los frailecillos anidan en los acantilados de la zona.

© northlightimages / Getty Images

El faro del cabo Wrath.

© Stefan Amato

Recuerdo muchas cosas del café del faro: los sándwiches de queso y encurtidos, el café instantáneo, las Wagon Wheels y las interesantes charlas con los senderistas del Cape Wrath Trail. Como les pasaba a los antiguos navegantes nórdicos, este también fue nuestro hvarf; había llegado el momento de volver por donde habíamos venido y así cumplir con lo prometido a John, el barquero: que estaríamos de vuelta a las 14.00 para la travesía de regreso a través del Kyle of Durness. Stefan Amato

BAHÍA DE KEARVAIG

Este es un desvío del camino al cabo Wrath muy recomendable. Al final de un pronunciado y rocoso valle fluvial aguarda el paraíso: la bahía de Kearvaig. Para relajarse y nadar en la playa entre escollos puntiagudos, rompientes y ovejas, y cocinar y dormir en el refugio de la fantástica Mountain Bothy Association: hay que dejarlo todo tal cual estaba, listo para los próximos viajeros. Un lugar para soñar despierto con la vida sencilla, pero dura, de un lugareño de antaño en la bahía.

HOJA DE RUTA

Inicio/final // Lairg, Escocia

Distancia // 250 km

Cómo llegar // En tren desde Inverness a Lairg.

Cuándo ir // El ferri sale siete días por semana de mayo a septiembre (https://capewrathferry.wordpress.com), temporada de mosquitos. Para avisos sobre maniobras militares, véase Cape Wrath Firing Range: www.gov.uk/government/publications/scotland-firing-times o llámese al 01971 511242.

Qué llevar // Bici todoterreno, prismáticos, comida, agua (o un filtro) y ropa adecuada. En Tongue, Durness y Lairg se pueden comprar suministros y pernoctar. Se permite la acampada libre, pero hay que irse sin dejar rastros.

Más información // www.pannier.cc/journal/beulah-bikepacking-cape-wrath. Véase en línea el cortometraje de Pannier Beulah Cape Wrath.

OTRAS PROPUESTAS SIMILARES

FABULOSAS SALIDAS POR ESCOCIA

THE LONG ROAD, JURA

La carretera de la isla de Jura también compite por el título a la “carretera más remota y solitaria” de Gran Bretaña. Son 51 km desde el amarradero del ferri, en Feolin, por la costa este hasta el extremo norte de la isla, el confín del mundo. En 1724 fue descrita como “irregular e infranqueable en su mayor parte, donde no pasan más de 15 km sin que aparezca algún tipo de peligro”. Empieza estrecha y asfaltada, y atraviesa el único pueblo de la isla, Craighouse (sede de la destilería local y del único hotel), orilla bahías y cruza páramos antes de convertirse en un accidentada pista de grava y terminar en la finca Barnhill, donde George Orwell escribió 1984 y que describió como un “lugar extremadamente difícil de alcanzar”. Más información en: pannier.cc/journal/the-long-road-bikepacking/.

Inicio/final // Terminal del ferri en Feolin, vía Kennacraig y Port Askaig (Islay)

Distancia // 102 km

WEST HIGHLAND WAY

La West Highland Way, una de las primeras “grandes rutas” de Escocia, se inauguró como una vía de senderismo de larga distancia desde las Lowlands, al norte de Glasgow, hasta las Highlands, a través del valle de Glen Coe. Se puede abordar perfectamente en bici, siempre que se no se tomen los caminos más transitados. La impresionante ruta alterna antiguas vías (carreteras de arrieros y militares) a través de varios lugares para abastecerse, como Tyndrum, y algunos establecimientos de más enjundia, como la destilería Glengoyne en Dumgoyne y la Clachaig Inn en Glencoe. Algunas partes son complicadas (como Devil’s Staircase y Rannoch Moor), pero se pueden evitar si se dedica un tiempo a estudiar el mapa. Para que sea inolvidable hay que procurar no recorrer largos tramos por la carretera principal, la A82. Más información en westhighlandway.org/.

Inicio // Milngavie

Final // Fort William

Distancia // 153 km

NORTH COAST 500 (NC500)

Se considera una de las grandes rutas costeras del mundo, pues abarca todo el litoral escocés al norte de Inverness. Esta ruta de 830 km recorre estrechos caminos asfaltados y atraviesa lugares preciosos como Tongue y Ullapool, y la Bealach na Ba, su punto más alto, una sinuosa cuesta entre las montañas de la península de Applecross. Keoldale, punto de partida de la ruta al cabo Wrath, está en la carretera NC500, o sea, que quien se inscriba a la Cape Wrath Fellowship podrá abordarla como un pequeño desvío de una ruta mayor por Escocia ¿Aficionado al ciclismo de resistencia? Cuando este libro entró en imprenta, el récord para la NC500 estaba en 31 h y 23 min, logrado por el ex ciclista profesional James McCallum en el 2016 ¡Mucha suerte a quienes quieran superarlo! Más información en northcoast500.com.

Inicio/final // Inverness

Distancia // 830 km

Avanzando por la North Coast 500.

© Jordan-Gibbons

LA SOUTH DOWNS WAY

Vistas bucólicas de la costa sur de Inglaterra, asentamientos de la Edad del Hierro, pubs rurales, historia e infinidad de colinas: es la South Downs Way, una ruta amable.

“¿Les has llamado?”

“No”, admití. Mi teléfono no tenía cobertura. Normalmente, Mike era el más afable de los hombres, por eso me chocó verlo tan alterado. Empecé a ponerme nervioso.

Seguimos adelante, Mike a la cabeza como de costumbre. A los pocos minutos vi que había un poco de cobertura; paré y llamé.

“Hola, ¿dígame?”

Expliqué nuestra apurada situación. Tras una pausa, respondió:

“Entonces, ¿roast beef con patatas y verduras, y cordero asado con patatas y verduras?”.

“Sí, exacto”, respondí aliviado. “Llegaremos poco después de las nueve. Gracias”.

Se lo dije a Mike, que la cocina del pub Fox Goes Free en Charlton, nuestra parada nocturna en la South Downs Way, tendría la cena lista antes de cerrar. Y en un momento desapareció la tensión.

Eran casi las ocho de una templada tarde de verano y pedaleábamos por un estrecho camino calizo entre campos de cebada, cuyos tallos mecían una brisa suave. Una alondra nos sobrevoló trinando. La luz del Sol poniente teñía el paisaje de naranja.

Cerca de Bignor Hill, La South Downs Way cruza en diagonal los condados de a medio camino.

© BANANA PANCAKE / Alamy Stock Photo

La South Downs Way cruza en diagonal los condados de Hampshire y Sussex, al sur de Inglaterra, desde Winchester, al noroeste, a la ciudad costera de Eastbourne, al sureste. Es una pista antigua, aún sin asfaltar, que sube y baja por el espinazo de montes bajos del parque nacional más reciente de Inglaterra, el de los South Downs. La ruta la frecuentan senderistas, jinetes y ciclistas y, cierta Semana Santa, hasta llegué a ver a un hombre arrastrando una enorme cruz de madera sobre los hombros.

Un aspecto esencial del atractivo de la ruta es que en ambos extremos (y en varias poblaciones del camino) hay trenes con enlaces rápidos a Londres (en torno a una hora). La mayoría de los ciclistas invierten como mínimo un par de días en completar la ruta, o parte de ella, aunque se podría hacer en uno solo (South-Downs-Way-in-a-Day): 161 km saliendo al alba de un largo día estival para terminar unas 13 horas más tarde. También los hay que optan por ir y volver, sin detenerse. Mike y yo preferimos la South Downs Way por el camino fácil: 97 km, una cena en un pub y una cama cómoda, y otros 64 km para completarla.

Los ciclistas suelen salir de Winchester hacia Eastbourne, en el sentido del viento. Nosotros lo hicimos a la inversa: partimos de la estación de trenes de Eastbourne, y tarde, pasado el mediodía, de ahí las prisas por llegar antes del anochecer y poder cenar en el pub. Empezar en Eastbourne había sido una buena decisión. Así nos quitábamos primero de encima la única parte difícil: la confusa red de rutas alternativas y carreteras una vez pasado Brighton. Además despachamos el primer día los montes más altos desde Eastbourne, aún frescos, empezando por los perlados acantilados de Beachy Head (la ruta se adentra por detrás, pero es fácil desviarse para subir al acantilado). Estos acantilados son el borde visible de una capa caliza que se prolonga por el canal y se reanuda en Francia. Fue impulsada hacia arriba hasta quebrarse para formar esta ondulada cresta hace más de 70 millones de años. Los primeros moradores de Inglaterra, desde los habitantes de la Edad del Hierro (500 a.C.) hasta los romanos, consideraban estas cimas atalayas perfectas.

Cerca de Firle Beacon, en el extremo este de la South Downs Way.

© Justin Foulkes / Lonely Planet

El pub The Fox Goes Free, a medio camino.

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“Al anochecer, entramos al pub y encontramos nuestra cena lista, las pintas servidas y un irresistible jardín a la luz de las estrellas”

Pedaleando desde Eastbourne, ya habíamos conquistado nuestro primer poblado de la Edad del Hierro en Chanctonbury Ring. El lugar tiene una larga historia de culto pagano (sacrificios incluidos). Nuestro único sacrificio fue no detenernos a explorarlo. Tampoco nos paramos en la silueta de caliza del Long Man de Wilmington, que ahora se cree que no es tan antiguo, pues parece que data del siglo XVI o XVII.

A medida que el Sol bajaba, dejamos el mar a nuestra izquierda y giramos tierra adentro hacia nuestra parada nocturna. The Fox Goes Free está a los pies de los Downs, a 3 km del Weald and Downland Open-Air Museum, en Singleton, donde se restauran construcciones del siglo XIII en adelante. Al anochecer, entramos al pub y encontramos nuestra cena lista, las pintas servidas y un silencioso jardín encarado a los montes, a la luz de las estrellas.

Los acantilados calizos de Seven Sisters.

© Justin Foulkes / Lonely Planet

A la mañana siguiente retomamos la South Downs Way para abordar probablemente su tramo más bonito, el central, el que atraviesa el este de Hampshire por blancas pistas de caliza, con vistas a campos verdes y aldeas de piedra. El camino, muy bien señalizado, cruza bosques, incluido el hayedo del Queen Elizabeth Country Park, donde tomamos senderos de ciclismo de montaña para subir al punto más elevado de la ruta: Butser Hill. Aquí también hay una granja y un castro de la Edad del Hierro (300 a.C.).

Pero, para los aficionados a las fortalezas, lo mejor aún está por llegar: el castro de Old Winchester Hill, también de la Edad del Hierro y que seguramente custodiaba el fértil valle del Meon. Está todavía por excavar, pero se pueden distinguir fácilmente los fosos y las murallas que lo protegían. También hay un cementerio de la Edad del Bronce, y túmulos visibles por todos los South Downs.

A partir de Old Winchester Hill, solo nos quedaba la recta final, rumbo a Winchester, antigua capital de Inglaterra. En la ciudad pasamos por la estatua de Alfredo el Grande y por una de las mayores catedrales góticas de Europa hasta llegar a la estación de trenes, donde partiríamos de vuelta a Londres. No nos hubiera importado retroceder un día para revivir esa hora de luz mágica que pintaba de dorado los campos. Robin Barton

CAMINOS POR LAS CRESTAS

En tiempos prehistóricos, era preferible viajar a pie por las crestas que por el fondo del valle. Los caminos por las crestas, como la South Downs Way, estaban bien drenados y ofrecían una gran visibilidad, aunque estaban más expuestos a las inclemencias meteorológicas y raramente eran llanos. Es por ello que a menudo devinieron en antiguas carreteras, utilizadas por arrieros para llevar el ganado hasta el mercado (o por ejércitos para atacar asentamientos). Hoy los utilizan ciclistas y senderistas, pero por doquier hay vestigios de su importancia.

HOJA DE RUTA

Inicio// Eastbourne (aunque lo habitual es salir de Winchester, en sentido del viento)

Final// Winchester

Distancia // 161 km

Dónde dormir // The Fox Goes Free (www.thefoxgoesfree.com) en Charlton ofrece cama, desayuno y cena. A mitad de camino hay albergues, entre otras opciones.

Qué llevar // Se recomienda una bici de montaña y alforjas para llevar lo que se necesite para la noche. Se pueden rellenar las botellas de agua en las fuentes detalladas en la web de National Trails (www.nationaltrail.co.uk/south-downs-way).

Cuándo ir // El tiempo es un factor importante. Se debe consultar la dirección del viento para decidir dónde empezar. El verano es la mejor época; la piedra caliza mojada, muy resbaladiza, es un peligro.

OTRAS PROPUESTAS SIMILARES

CAMINOS ANCESTRALES

THE RIDGEWAY, INGLATERRA

Esta ruta, que atraviesa los Chilterns y pasa por los Wessex Downs, en el centro del sur de Inglaterra, comunica varios yacimientos prehistóricos, como el crómlech de Avebury y Silbury Hill, un montículo artificial de 2300 a.C. Todos integran el conjunto neolítico de Wiltshire, alrededor de Stonehenge. Inicialmente, la ruta, de 5000 años de antigüedad, utilizada por guerreros y mercaderes, se extendía entre las costas de Dorset y Norfolk, pero ahora confluye con la Icknield Way en los Home Counties (donde también ejerce de sendero hacia su extremo este). Toda la ruta, como la South Downs Way, está señalizada y es peligrosa en invierno. Sin embargo, en verano, ver el Caballo Blanco de Uffington, de la Edad del Bronce, en Oxfordshire, es una maravilla. Quizá se avisten milanos reales, que casi se extinguen, pero que han sido, afortunadamente, recuperados.

Inicio // Ivinghoe Beacon, Buckinghamshire

Final // West Kennett, Wiltshire

Distancia // 140 km

ICKNIELD WAY TRAIL, INGLATERRA

La que posiblemente sea la ruta de larga distancia más antigua de Inglaterra empieza en South Norfolk, a los pies de la Peddars Way (también para ciclistas) y sigue las venas calizas hasta Ivinghoe Beacon, en Buckinghamshire, donde se fusiona con la Ridgeway. El poeta inglés Edward Thomas la recorrió en 1911 y su diario aún inspira a quienes recorren sus 241 km. Thomas la describe como una “serpiente blanca en una ladera verde”; es cierto que algunos tramos rurales permanecen intactos, si bien otros ahora cruzan zonas y poblaciones industriales. Pero ahí está la gracia, en solapar capas de historia. Los ciclistas tienen que tomar la Icknield Way Trail y seguir el trazo del hacha neolítica; es una ruta apta para todo tipo de usuarios y sigue casi todo el antiguo camino, aunque no totalmente, que empieza y acaba en diferentes sitios.

Inicio // Ashridge Estate, Hertfordshire

Final // Knettishall Heath Country Park, Suffolk

Distancia // 274 km

RUTA CICLISTA DE RENNSTEIG, ALEMANIA

Es el sendero de montaña más antiguo de Alemania, y atraviesa el sombrío bosque de Turingia, en el verde corazón del centro del país. Buena parte discurre por una cresta por encima de la línea de los árboles, con vistas encomiables. Los primeros en utilizarla fueron buhoneros durante la Edad Media, pero ahora es la ruta senderista más popular de Alemania. Hay una pista paralela de uso compartido para ciclistas (sobre todo de montaña). Pasa por la localidad termal de Masserberg, por el centro de deportes de invierno de Oberhof y por la cuna de Johann Sebastian Bach, Eisenach, y el cercano castillo de Wartburg. En Blankenstein el sendero termina en el río Saale. Hay muchos alojamientos por el camino, y lugares para degustar salchichas y cerveza. Cuidado con los jabalíes.

Inicio // Horschel

Final // Blankenstein

Distancia // 193 km

Estampas del Icknield Way Trail en su recorrido de Norfolk a Buckinghamshire.

© David Noton / Lonely Planet

LA STYRKEPRØVEN

Esta es una de las rutas de cicloturismo más antiguas y severas del mundo: una “prueba de gran resistencia” de 542 km por los bosques y las montañas de Noruega.

Cuando un par de colegas que preguntaron si me animaba ir a Noruega para competir en la Styrkeprøven, dije que sí sin dudarlo. La convocatoria era para un fin de semana de junio. De Trondheim a Oslo, 543 km, una carrera divertida de dos o tres días, pensé.

Un mes más tarde allí estaba. Uno de los chicos me preguntó qué había hecho para entrenarme para la Styrkeprøven.

“Nada”, le dije.

Él había hecho 300 km el fin de semana anterior, pero seguía preocupado. Y así es como caí en la cuenta. Teníamos que recorrer 543 km en menos de 24 horas. Saqué el teléfono y volví a mirar la web. Supe que Styrkeprøven significa “prueba de gran resistencia”. Mis amigos se partieron de risa.

Me di cuenta de la magnitud de la hazaña cuando ya habíamos cruzado el mar del Norte en el avión, y veíamos cómo la niebla se arremolinaba sobre lagos y picos nevados, barría montes de piedra y enormes pinares. En la pantalla del asiento me fijé en el pequeño icono de nuestro avión parpadeando sobre Oslo. Y aún quedaba otra hora hasta Trondheim, a la velocidad de un reactor. Me parecía una salvajada: a la mañana siguiente debía hacer el camino de vuelta en bici, en un solo día. Me pedí otro vino.

La bruma cubría el asfalto en Trondheim. En las oficinas de la organización, vi lo grande que era la carrera. Más de 6000 personas ya estaban listas para afrontar el reto desde seis salidas diferentes, aunque el itinerario original de 543 km es el más prestigioso. Cuando el héroe noruego de guerra Erik Gjems-Onstad la organizó en 1967, participaron 100 personas. Ahora, unos 1500 participantes completan todo el circuito en lo que los organizadores aseguran que es la prueba de cicloturismo más antigua y larga del mundo. La mayoría parte de noche para terminar 24 horas más tarde. Nuestra salida era a las seis de la mañana siguiente, pero como por estas latitudes, y en junio, aún era muy claro para irse a dormir, nos registramos en el hotel y salimos a tomar unas cervezas.

Un grupo avanza como puede por los montes Dovrefjell.

© Styrkeprøven AS

Atardecer sobre la carretera a Oslo.

© Styrkeprøven AS

“Al final tres ciclistas me alcanzaron. Supe que me quedaba un último esfuerzo, apenas 10 segundos”

Al día siguiente solo esperaba que el café me espabilara. Un bálsamo entre picante y dulce flotaba en el ambiente y los ciclistas, perfectamente equipados, correteaban de aquí para allá. Al oír el aviso por megafonía, todos nos pusimos en fila. El disparo de salida resonó en las tranquilas y adoquinadas calles de la ciudad.

Pasamos por granjas, almacenes de madera y oscuros bosques de abetos. A los 100 km, llegamos al primer avituallamiento, lo justo para ir al baño, quitarme los calentadores de las piernas y meterme dos sándwiches en los bolsillos. El pelotón ya estaba a unos 90 m carretera arriba cuando vi a mis dos amigos bajo una carpa con tazas de café.

“Buena suerte”, me gritaron.

Y luego, empezó la competición.

Muchas horas después, me hallaba tumbado sobre el césped artificial del estadio de Oslo. Alguien me había dado sopa caliente. En algún momento me levantaron y me dieron un ramo de flores y una medalla. Al día siguiente, al mediodía, me desperté con algo peor que una resaca. Mis amigos habían llegado en plena noche y aún dormían. Y mientras almorzábamos en un patio soleado, compartiendo anécdotas, empecé a recordar cosas.

La ruta se empinó, primero entre árboles y después por una ladera con rocas dispersas. Las montañas se alzaban sobre nosotros. Ráfagas de aire frío invadían la calzada cuando pasamos por una cascada.

En la marca de 250 km, solo quedábamos una docena en el grupo de cabeza. Tenía los brazos entumecidos y se me empezaba a nublar la vista. Me acerqué a la mesa de avituallamiento y engullí cuatro trozos de pastel de chocolate mientras un voluntario me metía botellas en los bolsillos. Unos kilómetros más adelante volví a revivir y empecé a pensar como un ciclista profesional. A los 350 km, me había picado con otro ciclista; de repente, me encontré solo, en cabeza.

A partir de ahí, todo lo que recuerdo es euforia. Había salido el Sol y la carretera atravesaba bosques tupidos, pasando por lagos y ríos. En cada rotonda, la gente animaba con banderas rojas y azules. Me acoplé al viento y aceleré.

Renos en la ruta.

© Jiri Hrebicek / Shutterstock

Un equipo listo para partir.

© Styrkeprøven AS

Unos 160 km más tarde, me dolía al tragar. Empecé a ver borroso. Un hombre mayor me dio un poco de agua, que me revivió. Al final tres ciclistas me alcanzaron. Supe que me quedaba un último esfuerzo, apenas 10 segundos. Me pegué a la rueda trasera de un gigantón noruego pero, al esprintar, se escapó limpiamente. Después de algo más de 14 horas de carrera, había acabado segundo.

Mis amigos habían pedaleado con grupos grandes y pequeños, lucharon contra el viento juntos y en solitario, forjaron nuevas amistades y vivieron momentos alegres y desesperados. Pasada la medianoche, en las afueras de Oslo, uno de ellos paró en una gasolinera para comprar cigarrillos. El otro rompió a llorar cuando vio que lo iba a conseguir.

Vimos mucha gente ese día en la ciudad que había hecho la Styrkeprøven. Se reconocían por su forma de andar y sus mejillas demacradas, pero todos estaban sonrientes y llenos de anécdotas.

La mía versaba acerca de una carrera ciclista. Sin contarla, no estoy seguro que la hubiera hecho. Keir Plaice

SUPERAR LOS DOVREFJELL

Los montes Dovrefjell, morada de una de las últimas manadas de renos salvajes de Europa, separan Noruega oriental de Trøndelag, el condado donde está Trondheim. La Styrkeprøven rebasa un altiplano rodeado por sus picos más elevados, incluido el Snøhetta (2286 m). Puede ser una de las partes más complicadas de la competición por su exposición a los vientos. No hay que desesperar. Una vez superados, el descenso es precioso.

HOJA DE RUTA

Inicio // Trondheim

Final // Oslo

Distancia // 543 km

Cómo llegar // Hay vuelos regulares de Oslo a Trondheim, y tambien directos desde varias ciudades europeas. La organización de la Styrkeprøven ofrece un servicio para llevar el equipaje de Trondheim a Oslo durante la carrera.

Qué llevar // Si se sale de noche, luces y batería extra para el ciclocomputador y el teléfono. Hay que llevar una buena chaqueta impermeable y calentadores de brazos y piernas: el clima de Noruega es siempre impredecible.

Más información// https://styrkeproven.no

OTRAS PROPUESTAS SIMILARES

CICLOTURISMO DE LARGA DISTANCIA

PARÍS-BREST-PARÍS, FRANCIA

La París-Brest-París nació en 1891. Al principio era una carrera para profesionales que se celebraba cada 10 años para probar la fiabilidad de las bicis francesas, pero evolucionó hacia un evento de randonneuring para touristes routiers. En la década de 1950 pocos profesionales querían asumir el reto de 1200 km, pero sí los aficionados. Y desde entonces se ha venido celebrando, primero cada cinco años y ahora cada cuatro, como una brevet (una etapa ciclista en la que los participantes atraviesan una serie de puntos de control). Para participar, hay que completar una serie de trayectos de 200, 300, 400 y 600 km durante el mismo año del evento. Participan miles de ciclistas que son animados en cada aldea por la que pasan. Los organizadores insisten en que la París-Brest-París no es una carrera, aunque se corone al ciclista que llega en primer lugar.

Inicio/final // París

Distancia // 1200 km

GRANFONDO MILANO-SANREMO ITALIA

La Milano-Sanremo es una de los grandes clásicas del ciclismo y la carrera más larga del calendario profesional. Este recorrido de 298 km parte de Milán y enfila al sur por los campos y el Passo del Turchino para luego bajar a la costa de Liguria, y subir por las colinas hasta la Cipressa y el Poggio, las dos subidas icónicas que determinan quién tiene que esprintar para ganar en la Via Roma. Se suele decir de ella que es la competición más difícil de ganar, pero la más fácil de terminar. Velocistas, escaladores y rouleurs, todos tienen posibilidades en la final. En junio, los aficionados tienen la ocasión de completar el recorrido durante esta carrera, cuando el clima inclemente de marzo deja de ser una amenaza, pero no los lugareños, que pueden ser igual de competitivos.

Inicio // Milán

Final // San Remo

Distancia // 298 km

LONDRES-EDIMBURGO-LONDRES

Como la París-Brest-París, esta carrera se celebra cada cuatro años (la próxima es en agosto del 2021; inscripciones abiertas desde el 7 de enero) y da al participante 125 horas para completar 1500 km, uno de los retos ciclistas más duros de Gran Bretaña. Se sale desde The Mall, en el centro de Londres, y se va al norte por las llanuras de Cambridge y Lincolnshire, se cruza el puente de Humber, antes de abordar los montes Peninos y rodear los páramos de Yorkshire Moors. Después, la ruta atraviesa innumerables pueblos hasta adentrarse en las Lowlands escocesas. El viaje de regreso desde Edimburgo es un poco más variado, pero se estará tan cansado que no se pensará en otra cosa que en llegar a Londres. No hay requisitos de calificaciones y la inscripción (350 £) incluye todas los alojamientos, servicio de reparación y traslado del equipaje. Más información en www.londonedinburghlondon.com.

Inicio/final // Londres

Distancia // 1500 km

La frontera escocesa cerca de Moffat, en el desafío Londres-Edimburgo-Londres.

© Oliver Malms / Getty Images

UN DOBLETE POR EL SNOWDON

¿Un día de sol en Snowdonia? Pues hay que aprovechar al máximo subiendo y bajando el monte más alto de Gales tantas veces como el tiempo y los senderistas lo permitan.

El monte Snowdon es irresistible. Aunque no sea tan alto como el escocés Ben Nevis, el macizo de Snowdon (1085 m) en el norte de Gales es más accesible y, por ende, más visitado. Cada año atrae a más de medio millón de personas que suben por sus senderos o toman el tren para hacinarse alrededor del pilar de la cima y comer una oggie (empanada de carne) en el centro de visitantes. Los senderos son tan populares que, en el 2003, se redactó el Snowdon Voluntary Cycle Agreement, que prohíbe el acceso a los ciclistas del 1 de mayo al 30 de septiembre entre las 10.00 y las 17.00. Dicho esto, los ciclistas no tendrían ni que molestarse por el reto. Pero nosotros sí lo hicimos, porque probablemente no hay mejor salida en bicicleta de montaña en las islas Británicas que un doble ascenso a la segunda montaña más alta del Reino Unido.

El tiempo lo es todo. Quedamos un fin de semana de abril, justo antes de la prohibición, para tener casi 15 horas de luz natural, algo bastante relativo en esta zona: en Snowdonia las precipitaciones alcanzan los 2000 l/m2 al año; así, el clima es determinante. A Ed, el organizador de la salida, alguien obviamente le debía un favor: desde las 6.00, cuando salimos, hasta nuestro regreso, 9 horas más tarde, el cielo lució azul.

Partimos de las afueras de Llanberis, al norte del Snowdon. El pueblo lo preside la que fue la cantera de pizarra más grande del mundo, hoy abandonada. Pero no nos quedamos; para cumplir con el horario previsto nos alejamos por los caminos que van hacia el sur y el este, que pronto dieron paso al sendero del páramo, y desembocamos en el Llanberis Path, una senda que alterna secciones de losas, terreno compacto y tramos de piedras sueltas, casi todo transitable. Es la ruta más larga y menos exigente que lleva a la cima (las rutas del Snowdon Mountain Railway pasan al lado). Subimos por la sombra mientras el Sol naciente iluminaba las superficies verdes y pardas del lado más distante del valle. En su cabecera, a lo lejos y en lo alto, estaba el cruce con otro camino popular de la cima: el Ranger, que íbamos a subir y bajar en pocas horas.

Como aún era muy temprano, solo nos topamos con unos excursionistas que habían hecho vivac en la cima, bajando sin prisas, y algunos vecinos que trotaban junto a su perro antes de desayunar. Ajustamos el sillín justo debajo de la cumbre y vimos la estrecha cresta de Crib Goch al este y el camino en U que desembocaba en ella. En ese momento ya nos acompañaban decenas de senderistas y se formaba una pequeña cola a los pies de los escalones que conducían al hito de la cumbre. Pero no se respiraba impaciencia, sino entusiasmo; todos sabíamos que el día era una bendición, con unas vistas inauditas: las Marches al este, el mar de Irlanda y la misma Irlanda en lontananza al oeste y, al sur, la niebla en retirada de los montes de Gales.

Al filo del abismo en Rhyd Ddu.

© Gavin Higgins

Aquí empezaba la ruta de verdad. Incluso en un día tan claro como este, hay que tenerle mucho respeto al sendero de Rhyd Ddu, que sale de la cima hacia el suroeste. Bajamos sin pedalear desde el centro de visitantes sin apartarnos del trazado, que va primero a la izquierda de la escarpada cordillera de piedra y después, en fuerte pendiente, a la derecha: 300 m de caída libre aguardan a cada lado de la cresta. Recorrimos a pie el primer tramo y en bicicleta, con cautela, el segundo, hasta que Bernie, tras un crujido y grito escalofriante, salió disparado y aterrizó con el pecho sobre una piedra afilada. No pasó nada, fue más el susto, pero nos recordó que caerse aquí puede ser fatal.

Desde este punto, la vertiginosa divisoria montañosa se suavizó a nuestra izquierda, pero la bajada en picado hasta Cwm Clogwyn seguía estando allí, a la derecha. Sin embargo, es un descenso para disfrutar y nos precipitamos por el terreno rocoso y de piedras sueltas, cediendo el paso a los pocos caminantes que nos cruzamos. Y justo cuando crees que la diversión se ha acabado, aparece un desafiante jardín de piedras en la sección final de la montaña. Llegamos zumbando a la aldea de Rhyd Ddu y al Cwellyn Arms para un aperitivo con limonada y patatas fritas. Sacamos el protector solar factor 30 (¡abril en Gales!) y, después, los móviles para estudiar el segundo ascenso: el Ranger Path.

“Intentamos, sin éxito, no parecer demasiado cansados ante los caminantes cuando subíamos con la bici a cuestas por el Ranger Path”

El Snowdon Mountain Railway.

© stocker1970 / Shutterstock

Con la bici a cuestas por el Ranger Path.

© Gavin Higgins

El hito de la cumbre.

© john finney photography / Getty Images

Tras un pequeño rodeo al norte por la carretera del valle a la orilla este del Lyn Cwellyn, pasado el albergue juvenil torcimos a la derecha y empezamos la cuesta del Ranger, primero suave y después, terrible. Cargamos con las bicis por una empinada sucesión de curvas cerradas con piedras dispersas (conviene llevar un calzado que pueda soportar el castigo de llevar la bici a cuestas durante un par de horas). Intentamos, sin éxito, no parecer demasiado cansados ante los caminantes incrédulos con los que nos encontramos, pero nos consolaba pensar que todas esas piedras que nos castigaban las pasaríamos volando de vuelta.

Y así fue. A primera hora de la tarde la cumbre estaba abarrotada y no apetecía quedarse, de modo que terminamos la comida que nos quedaba y emprendimos el descenso por el Ranger Path, un recorrido alpino en toda regla: vertiginoso a tramos, rápido, pedregoso. Se va suavizando hasta llegar a un vado con una verja que señalaba el desvío norte por un camino de herradura por un paso fácil de vuelta a Llanberis. Hay muchas razones para no querer pedalear por el Snowdon: los turistas, un tiempo a menudo espantoso, las restricciones… Pero en un día como este, es irresistible. Mike Higgins

LA RIVIERA GALESA

Antes, la cima del Snowdon estaba coronada por un edificio del excéntrico arquitecto Clough Williams-Ellis, célebre por su fantasioso pueblo de Portmeirion, a una hora de distancia. Inspirado por la arquitectura italiana, Williams-Ellis empezó a construir el pueblo en torno a una plaza en una península privada en la década de 1920, importando edificios enteros hasta los años setenta. La serie televisiva The Prisoner se rodó allí en los años sesenta, y aún es una atracción popular.

HOJA DE RUTA

Inicio/final // Llanberis

Distancia // 34 km

Cómo llegar// 4 h de tren de Londres a Bangor; desde allí, 20 min en taxi o 1 h en bici.

Qué llevar // Una bici de montaña de doble suspensión y piezas de recambio (se debe comprobar todo). El mapa de OS Snowdon Explorer (las app con GPS no son fiables). Comida y agua; una prenda térmica, guantes e impermeable. Botiquín básico.

Cuándo ir// De primavera a otoño; consúltense el parte de la Met Office Snowdon sobre las condiciones arriba. Atención: hay que informarse sobre el Voluntary Cycle Agreement, en vigor del 1 de mayo al 30 de septiembre: www.mbwales.com/listings/snowdon/

Dónde dormir // Acampar en Llanberis es económico y práctico. El Cwellyn Arms, en Rhyd Ddu, ofrece habitaciones, un barracón con literas y camping en el extremo sur de Lyn Cwellyn, donde, cerca, también hay un albergue YHA.

Más información // www.mbwales.com/listings/snowdon/

OTRAS PROPUESTAS SIMILARES

SENDEROS NATURALES EN GRAN BRETAÑA

JACOB’S LADDER, INGLATERRA

No sorprende que el Peak District, entre Mánchester y Sheffield, sea uno de los parques nacionales más visitados de Gran Bretaña. Atesora algunos de los parajes más inspiradores del país, con cautivadoras opciones de ciclismo de montaña. Las pistas suelen ser empinadas y rocosas, y requieren aptitudes técnicas y físicas. Se puede empezar con la corta ruta circular que pasa por el Ladybower Reservoir y The Beast, una bajada con recios pedruscos que ponen a prueba suspensión y nervios. Si hay ganas de más, se puede intentar la ruta circular del Dark Peak, que empieza en Hayfield. Su rasgo característico es la Jacob’s Ladder, un descenso por una hondonada sembrada de piedras que incluye bajadas desde el Rushup Edge y el Roych Clough, donde se requiere habilidad y concentración. Hay que estar en buena forma porque la subida también es complicada. Quienes dominen esta ruta clásica tienen todo un mundo de rutas en los Peaks.

Inicio/final // Hayfield

Distancia // 29 km

VALLE DE ELAN, GALES

Gales está lleno de senderos naturales: Brecon Beacons, la península de Gower, Snowdonia… Y en medio de todos ellos está el valle de Elan, en el centro de Gales, con toda suerte de rutas ciclistas que pasan por presas victorianas, viejas líneas ferroviarias, embalses y bosques. En el centro de visitantes (que también tiene bicis de alquiler, un café y guardabosques), o en el vecino pueblo de Rhayader (Clive Powell Mountain Bikes lleva más de 25 años alquilando bicis), hay varias para escoger, desde las fáciles en color azul a la Elan Epic, de 60 km. Cabe recordar que en Gales siempre hay que tener presente el clima y llevar la ropa adecuada: aunque no llueva cuando se salga, se recomienda consultar si ha llovido durante las tres últimas semanas porque el terreno estará bastante más blando y eso ralentizará la marcha. Más información en: www.elanvalley.org.uk/explore/cycling/mountain-biking.

Inicio/final // Rhayader

Distancia // 60 km

TORRIDON, ESCOCIA

En las apartadas Highlands del noroeste, en una de las zonas geológicas más antiguas y espectaculares de las islas Británicas, aguardan impresionantes rutas naturales. El telón de fondo bien merece el desplazamiento (1,5-2 h en tren o automóvil desde Inverness): titánicos valles glaciares a cada lado, con picos imponentes. Y son las piedras del paisaje las que dotan de personalidad a la zona: la arenisca permite que las cubiertas se agarren bien (pero ojo con los fragmentos de cuarcita porque las trituran). Entre la carretera A890, al sur, y la A896 hay más de seis rutas acotadas por el pico Beinn Damh, al oeste, y el Carn Breac, al este. Muchas son estrechas y algunas tienen descensos memorables, pero se requiere estar en buena forma, además de ir bien preparados por si alguien se queda tirado.

El Drochaid Coire Lair, en Torridon. El noroeste de Escocia alberga algunos de los mejores descensos naturales de las islas Británicas.

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