en una mano inmisericorde, habría caído como una hoja marchita
pero el destino posó un dedo sobre un bebé envuelto
nacido en tierras australianas
surgió del árbol de la vida, una cosa salvaje
de pies ligeros, cinética, con una rodaja de aliento dulce
que para bien o para mal, se magnificó miembro sobre miembro
arrulló, enganchó y pescó con su padre
luego jaló, voló por encima del Río Yarra
hacia América, a Rye, atrapasueños retumbando
firmando el cielo, sacudiéndose el polvo, erigiéndose
el porvenir le asignó un instrumento
que en sus manos creó una voz espectral
un círculo cromático girando sin control
y volviendo, como vuelve un bumerán,
a su centro ardiente, su corazón creativo
las hojas de su vida no murieron, sino que cantaron
página a página, cifras rastreando a la joven
caravana, el rábido trasfondo, la letanía
de caras benditas en nombre de la música
en una visión había fogatas ardiendo
y él bailó a su alrededor, enfundado en sus edades
inocencia y experiencia, ávido de todo
pulga infante, el adolescente devorador
con brazos abiertos, en un frenesí de gratitud
—patti smith