Perrefección

Podría pasar todo el día pensando y aun así solo podría darles estos mismos datos duros sobre mis primeros cuatro años en Australia, por extraños que sean. Es en verdad curioso lo que deja una marca indeleble en tu psique cuando eres una criatura pequeñita…

1. Caminar por la calle y quedar anonadado al ver una alberca vacía. ¿¿¿Qué carajos es eso???

2. Luchar con mi hermana Karyn por la posesión de un gato y terminar arañado.

3. Mi dulce tita.

4. Montar cosas. Almohadas, sillas, cualquier objeto que pudiera ponerme entre las piernas en el ángulo adecuado para «cogérmelas». Mi madre le llamaba mi «mal hábito» y me regañaban todo el tiempo.

5. Mear en el piso y, al ser interrogado al respecto, echarle la culpa a Bambi, nuestra perra.

6. Un vago recuerdo de mi papá yéndose a la marina. Me dijeron que dormía sobre una bomba. Me lo imaginaba como en una caricatura de los Looney Toons: papá roncando, con su traje de marinero, sobre una enorme bomba negra.

Cuando tenía cuatro años, mi padre, Michael Balzary, quien pasó de la preparatoria al servicio público, recibió una oferta de trabajo por cuatro años en el consulado australiano en Nueva York.

Confieso que nunca entendí del todo qué hacía en el trabajo. Algo relacionado con la aduana; importaciones y exportaciones. Estoy seguro de que era un excelente agente aduanal; sin duda era un hombre sensato y trabajador que nunca hizo nada a medias. Vivía de forma modesta y mantenía a su familia. El viaje a Nueva York era una posición muy codiciada, mi papá la consiguió, la familia estaba emocionada y en 1967, mi madre, padre, hermana y yo nos mudamos a Nueva York presuntamente por cuatro años, tras los cuales volveríamos a Australia.

*

Mi vida ha estado marcada de forma considerable por mis perros. En Australia, una labrador negra llamada Bambi era miembro de la familia. Solo Bambi entendía todo lo que me pasaba por la cabeza. Era euforia pura cuando nos perseguíamos por toda la casa sin parar, con el repique de las risas resonando por todas partes. Los dos jadeando, nos quedábamos dormidos juntos en el piso, y mis brazos y piernas envolvían su peluda negrura.

Una noche, poco antes de mudarnos a Nueva York, mi hermana y yo salíamos de nuestro baño en la tina, limpios, mejillas rosadas y empijamados, cuando mis padres nos revelaron la devastadora noticia de que no habría más Bambi. Había ido a vivir con alguien más. Una torpe traición: ¡nos metieron a la tina y aprovecharon para deshacerse de Bambi! Nos subestimaron con absoluta insensibilidad; creyeron que no podríamos soportarlo. Estaba devastado porque no nos dejaron despedirnos. Entendía y aceptaba que Bambi necesitaba un nuevo hogar y no podía ir a Nueva York con nosotros, pero me sentí traicionado porque nos habían negado una despedida de verdad.