Prólogo
Joseph Toft, director de la oficina de la Drug Enforcenment Agency, DEA, en Bogotá, dejó su cargo en septiembre de 1994. En una entrevista de un noticiero de la televisión colombiana, afirmó con enojo que Colombia se había convertido en una “narcodemocracia”. Toft, un norteamericano nacido en Bolivia, era un veterano de la guerra contra las drogas que había declarado el gobierno de Richard Nixon en 1969. Llevaba siete años en Colombia e incluso había participado en la persecución de Pablo Escobar, el famoso y cruento narcotraficante de Medellín. Dejaba su cargo en Colombia en medio del escándalo por la entrada de millones de dólares de los narcotraficantes de Cali a la exitosa campaña política de Ernesto Samper Pizano, quien se había posesionado como presidente de la República unas semanas antes. La frustración de Toft no se limitaba a Samper, sino que también culpaba a César Gaviria Trujillo, el presidente saliente, de saber que esa campaña había recibido millones de dólares del narcotráfico y de no haber hecho nada al respecto1.
Con la entrada de Samper Pizano a la Presidencia de la República, se culminaba un largo camino recorrido por Colombia en los avatares del narcotráfico que se remontaba, al menos, a la década de 1930, inicialmente en pequeña escala, y décadas después, un gran negocio multinacional.
Este libro sigue los pasos de ese camino de siete décadas. Al comienzo trato la temática del tráfico y el consumo de sustancias psicoactivas en Colombia entre los años 30 y los años 60, en lo que me he atrevido a llamar la “prehistoria” del narcotráfico en Colombia (“prehistoria” no precisamente porque no hayan registros escritos, sino porque se dio antes del boom del narcotráfico de los años 70). A continuación, estudio la consolidación de las redes de narcotraficantes en Miami y Nueva York durante las décadas de 1960 y 1970 y el papel de los colombianos y miembros de otras nacionalidades en su desarrollo. Los orígenes del narcotráfico en Colombia no se remontan entonces a comienzos de los años 70; la historia venía desde mucho antes y, aunque en escalas menores, dichas redes ya llamaban la atención no solo en Colombia sino también en la obsesiva vigilancia de las autoridades norteamericanas.
Los siguientes siete capítulos tratan la diplomacia del narcotráfico entre Colombia y Estados Unidos desde 1970 a 1998, durante los gobiernos de los presidentes Misael Pastrana Borrero, Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay Ayala, Belisario Betancur Cuartas, Virgilio Barco Vargas, César Gaviria Trujillo y Ernesto Samper Pizano. Estos capítulos también discuten la política interna del país, la temática de la violencia y la violación de los derechos humanos, fenómenos que se han entrelazado con la historia del narcotráfico en Colombia. Es de anotar que, con frecuencia importantes funcionarios gubernamentales y jefes militares prefirieron reprimir los movimientos sindicales y políticos de izquierda, luchar contra las guerrillas y defender los intereses de las élites antes que combatir el narcotráfico. No sobra agregar que las élites económicas y políticas colombianas toleraron por años el narcotráfico, es más, buscaron sacar provecho del mismo.
El académico argentino Carlos Escudé, un estudioso de las relaciones diplomáticas entre Argentina y Estados Unidos, ha definido como “imperialismo moral” aquel: “por el cual las grandes potencias occidentales intentan exportar sus instituciones y pautas de comportamiento político”. Analiza la política norteamericana hacia las dictaduras del Cono Sur, en especial la Junta Militar argentina durante el gobierno de James E. Carter, cuando Estados Unidos puso el tema de los derechos humanos como punto central de su diplomacia vis a vis la América Latina. Para Escudé, dicha política formaba parte del “imperialismo moral” norteamericano en sus relaciones con el subcontinente durante el siglo XX2. En mi opinión, la presión de Carter sobre la dictadura militar argentina y la presión sobre el Estado colombiano se encuadraron dentro de ese “imperialismo moral”. No obstante, la dictadura argentina era una flagrante violadora de los derechos humanos así como el Estado y la sociedad colombiana aprendieron a convivir e ignorar (en muchas ocasiones hasta justificar) las acciones criminales de bandas organizadas. Surge entonces la paradoja de que mientras la demanda norteamericana disparó el narcotráfico en Colombia, la presión diplomática y económica de Estados Unidos ayudó a frenar, aunque no del todo, las acciones de los narcotraficantes colombianos en su afán de penetrar las instituciones y la política de su país.
Las explicaciones “exculpatorias” que pretenden presentar a Colombia –y a los colombianos– como víctimas de procesos internacionales se cuestionan en este libro. Se equivocan aquellos autores que han visto a Colombia como una víctima del Imperio norteamericano y a los colombianos como títeres que simplemente desempeñan un papel pasivo en el libreto dictado por Estados Unidos3. El libro presenta las historias de innumerables actores, desde las personas que por cuenta propia o financiadas por otro narcotraficante trasladaron una pequeña cantidad de droga adherida a sus cuerpos o dentro de su equipaje personal, hasta los capos que colocaban grandes cargamentos de diversas drogas en el mercado norteamericano. Esta no es simplemente una historia de los mal llamados “carteles” (sencillas organizaciones de criminales que unían esfuerzos para exportar drogas ilegales, mas no para fijar precios y regular la oferta), sino la historia de un negocio altamente competitivo y abierto a todos aquellos dispuestos a arriesgar su libertad y su vida en busca de ganancias en la economía criminal, una economía violenta, desatendida y hasta tolerada por los actores estatales y sociales en Colombia4.
La investigación en la que se basa este libro proviene de abundante información inédita, tomada de archivos colombianos y norteamericanos. En Bogotá, se revisó con exhaustividad el Archivo General de la Nación, el Archivo de la Presidencia de la República y el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores. En Estados Unidos, se trabajó copiosa documentación de los archivos judiciales de las cortes del sur de Florida y el este de Nueva York, los Archivos Nacionales de Estados Unidos, los Archivos Estatales de Florida y el Estado de Nueva York, archivos municipales, los archivos de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford, James Carter, Ronald Reagan, George Bush y William Clinton, y los archivos que reposan en las colecciones de la Universidad de Miami.
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Agradezco al Institute for Advanced Study of the Americas de la Universidad de Miami, donde he sido investigador visitante. Igualmente al personal de los archivos tanto en Colombia como en Estados Unidos donde realicé la investigación de fuentes primarias.
El historiador y amigo de más de tres décadas, Charles W. Bergquist, falleció unos meses antes de la terminación de este libro. Su colegaje y amistad serán siempre recordados.
Mi madre, Marta Rovner de Sáenz, tampoco alcanzó a ver este libro finalizado, aunque estuvo muy pendiente de mis viajes a diferentes archivos en Estados Unidos. A su memoria y a la de mi padre, Fidel Sáenz Montes, se dedica esta obra.
REFERENCIAS
1) Steven Gurkin, “DEA agent attacks Colombia as ‘Narco-Democracy’”, The Washington Post, octubre 1, 1994, https://www.washingtonpost.com/archive/politics/1994/10/01/dea-agent-attacks-colombia-as-narco-democracy/410189e6-0878-48b9-925a-127ce47148f1/?utm_term=.5b3f43d69ab6, descargado julio 28, 2019. “Joseph Toft no ha mentido: Parejo”, El Tiempo, octubre 1, 1994, https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-218708, descargado noviembre 4, 2020. Miller Rubio y Samuel Salazar, “J. Toft, ex cazador de narcos”, El Tiempo, octubre 2, 1994, https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-219246, descargado julio 6, 2020. “Exjefe de DEA dice que Gaviria sí sabía de narcocasetes. Joe Toft le dijo a La W que fue ‘frustrante’ que el Gobierno de ese entonces no tomara medidas”, El Tiempo, diciembre 3, 2013, https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-13249245, descargado, julio 6, 2020.
2) Carlos Escudé, La Argentina: ¿Paria internacional?, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1984, pp. 15, 35, 42.
3) Ver: Álvaro Camacho Guizado, Droga y sociedad en Colombia. El poder y el estigma, CIDSE-Universidad del Valle, Fondo Editorial Cerec, Bogotá, 1988. Mylène Sauloy e Yves le Bonniec, ¿A quién beneficia la cocaína?, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1994. Hermes Tovar Pinzón, Colombia: droga, economía, guerra y paz, Planeta, Bogotá, 1999. James D. Henderson, Víctima de la globalización. La historia de cómo el narcotráfico destruyó la paz en Colombia, Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 2012. Germán Castro Caycedo, Nuestra guerra ajena, Editorial Planeta Colombiana, Bogotá, 2014. Hermes Tovar Pinzón, “La cocaína y las economías exportadoras en América Latina: el paradigma colombiano”, en Nelson González-Ortega, compilador, Subculturas del narcotráfico en América Latina, Universidad de los Andes, Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad de Oslo, Bogotá, 2015.
4) Ver: Francisco E. Thoumi, Economía política y narcotráfico, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1994. María Teresa Ronderos, Guerras recicladas. Una historia periodística del paramilitarismo en Colombia, Aguilar, Bogotá, 2014.