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NAKHT: EL SILENCIO DE UN ASTRÓNOMO

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Nakht y su esposa en una pintura de su tumba (TT52) en Luxor.

Después de décadas de investigación, es sabido que los conocimientos astronómicos de los antiguos egipcios estaban muy por encima de lo que seguramente muchos investigadores hubieran imaginado jamás. No eran, ni de lejos, los astrofísicos que algunos hoy han querido ver. Pero conocían una realidad de una manera mucho más profunda a lo que podríamos imaginarnos. Todo ello producto del tesón, el afán de aprender y seguramente, la necesidad de buscar respuestas a muchas preguntas que ellos mismos se hacían sobre el cosmos, su origen y el mundo que les rodeaba.

Lo más curioso de todo es que el estudio casi secreto de esta ciencia, realizado en el interior de los templos, no ha transcendido hasta nosotros por ninguna fuente; ni siquiera gracias el testimonio de los que trabajaron para ella, auténticos testigos mudos de la historia. Un buen ejemplo de ello es la historia que voy a contar a continuación.

La ciudad de Luxor, la antigua Tebas de los egipcios, alberga, sin lugar a dudas, el mayor complejo arqueológico de todo el Valle del Nilo. No en vano, en la actualidad son más de cincuenta las misiones arqueológicas internacionales que despliegan todos sus medios científicos en la orilla oeste para conseguir descubrir los secretos que todavía siguen escondidos en este lugar, después de tantos siglos de silencio. En la orilla occidental, la Montaña Tebana recorre la vera del río Nilo a lo largo de una inmensa franja de roca. Allí podemos encontrar los templos más espectaculares de la antigua Tebas como el de Ramsés II, llamado el Rameseum, el de la reina Hatshepsut en Deir El-Bahari, o el de Ramsés III en Medinet Habu, cuyos colores parecen que han sido pintados el día anterior a nuestra visita.

Sin embargo, si por algo es conocida la región de Tebas es por las miles de tumbas que allí se han conservado hasta nuestros días. Nadie puede pasar por alto la presencia del Valle de los Reyes, con casi 80 tumbas excavadas en la roca, los conocidos hipogeos, el mal llamado Valle de las Reinas con 98, y el inmenso complejo privado que extiende sus sepulcros a lo largo de varios kilómetros de acantilado sobre la antigua aldea de El Gurna, hoy desaparecida, o en la zona conocida como Dra Abu El-Naga. Estas tumbas privadas se pueden dividir en dos grandes grupos: las que pertenecen a los artesanos que vivían en la aldea de Deir El-Medina, y las de los nobles que se hicieron construir en el resto de la montaña de El-Gurna.

Casi todas estas tumbas pertenecen al mismo periodo de la historia de Egipto, el Imperio Nuevo (1567-1085 a. C.) y son las más espectaculares, precisamente, gracias el esplendor de este periodo. Sin embargo, aquí no vamos a hablar de la belleza subjetiva de la decoración de estos hipogeos, ni de la importancia política o histórica de los que las ocuparon. Más bien de todo lo contrario; de un extraño silencio que hasta ahora nadie ha podido explicar.

En pleno corazón de la montaña se encuentran algunos de los mejores ejemplos de tumbas privadas de la historia de Egipto. Es el llamado Valle de los Nobles, último lugar de reposo para importantes personajes como Ramose, gobernador de Tebas y visir bajo el reinado de Amenofis III y Akhenatón, Sennefer, príncipe de la Ciudad del Sur, o Menna, el escriba del catastro durante el reinado de Tutmosis IV. Todos ellos tuvieron tumbas a cada cual más hermosa sobre cuyas paredes se describieron, como es lógico, las actividades realizadas en vida por estos altos personajes. De esta forma se garantizaban que en el Más Allá, una vez revividos por las fórmulas mágicas de textos como el Libro de los Muertos, podrían seguir disfrutando de todas sus prebendas en el reino de Osiris.

Sin embargo, hay una tumba, para mí la más hermosa de todas, que destaca por un hecho aparentemente baladí. Las pinturas que describen las actividades del difunto no tienen nada que ver con el oficio que desempeñó en vida. Nos referimos al sepulcro de Nakht (TT 52), el escriba y astrónomo del dios Amón, que desempeñó su importante trabajo durante el reinado de Tutmosis IV (1425-1405 a. C.), el mismo rey que levantó la conocida Estela del sueño que hoy se levanta entre las patas de la imponente Esfinge de Gizeh, al pie de la pirámide de Kefrén.

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Tres mujeres tocando instrumentos en el banquete funerario de Nakht.

Efectivamente la tumba de Nakht es famosa en el mundo entero por la excepcional hermosura de sus pinturas. Casado con una sacerdotisa que ostentaba el cargo de Cantora de Amón, este escriba y astrónomo sufrió en su última morada la intolerancia iconoclasta del reinado del faraón Akhenatón (1379-1362 a. C.), quien mandó borrar de los muros del sepulcro el nombre del dios tebano Amón, que aparecía en todas las inscripciones.

Nada tendría de extraño si el oficio que hubiera desempeñado Nakht en vida hubiera sido el de barquero o artesano. Pero no fue así. El hecho de que, siendo astrónomo, título que se repite hasta la saciedad en el interior de la tumba, no aparezca una sola representación mitológica celeste, ni siquiera el dibujo de la más mínima constelación, hace sospechar sobre la insólita discreción que mantuvieron los egipcios en todo lo relacionado con esta ciencia.

Y no es porque no conocieran el método de representar este tipo de iconos astronómicos. La necrópolis tebana está repleta de ellos. Para muestra un botón. La tumba de Senenmut, arquitecto y posible amante de la reina Hatshepsut, la misma persona que diseñó y levantó el templo construido en varias terrazas en el acantilado de Deir El-Bahari, posee un techo astronómico sin igual. Sobre un fondo de color blanco aparecen representadas varias esferas delineadas en negro ante las que se han representado dibujos de constelaciones. Algo parecido sucede con la tumba de Ramsés V-VI en el Valle de los Reyes, muy cerca de la del conocido Faraón Niño, Tutankhamón. En la cámara del sarcófago podemos disfrutar de uno de los techos astronómicos más conocidos de toda la historia de Egipto. La diosa del cielo Nut despliega su cuerpo amarillo sobre toda la superficie azul de la techumbre para dar a luz y devorar cada día al sol. Su cuerpo, tachonado de estrellas, se encuentra recorrido por las constelaciones y las estrellas más importantes para los egipcios. Allí podemos ver a Orión, a la estrella Sirio, a una misteriosa constelación Leo que no tiene nada que ver con la que nosotros identificamos como tal, etcétera. Algo parecido sucede con la cámara funeraria de la tumba de Seti I. El padre del glorioso Ramsés II se llevó al más allá uno de los techos astronómicos más hermosos de toda la Antigüedad. Y, sin embargo, ninguno de ellos era astrónomo ni tenía relación con este arte. Pero Nakht, que sí lo era, prefirió por razones que hoy desconocemos, realizar su particular tránsito hacia la tierra de Osiris dando la espalda a lo que había sido su trabajo diario en el templo de Amón de Tebas, observar las estrellas.

Efectivamente, nada de lo que hay en la tumba de Nakht recuerda ni siquiera vagamente el papel de un astrónomo. Tras cruzar un patio exterior se entra en el hipogeo propiamente dicho. Allí, una sala transversal, la única que posee decoración en la tumba de Nakht, da paso a un largo pasillo que finaliza en una capilla en donde se realizaban los rituales del enterramiento.

Las magníficas pinturas que hay en la pared, a la izquierda de la puerta del vestíbulo, hacen alusión al banquete funerario de la Bella Fiesta del Valle. Esta festividad se daba en el mes de junio y acompañaba a la procesión de la estatua de la tríada de Amón, Mut, su esposa, y el hijo de ambos, Khonsu, cuyas barcas en andas salían desde el templo de Karnak y cruzaban el Nilo hasta adentrarse en el mundo de los muertos en la orilla oeste. En la necrópolis las familias se reunían alrededor de las tumbas de sus ancestros y celebraban banquetes en su honor. Nosotros hemos heredado esta fiesta transformándola en nuestro día de todos los santos. No hay nada nuevo bajo el sol…

En esas pinturas podemos ver las universalmente conocidas bailarinas que tañen flautas y los arpistas ciegos, animando la presencia de los invitados al banquete, representados con una gracia sin igual en multitud de gestos y posturas.

En la pared de la derecha del mencionado vestíbulo se representó una escena de caza en los marjales del Delta, al norte de Egipto, haciendo alusión a las propiedades que tenía Nakht en aquella parte de Egipto. Esta representación ha sido vinculada por algunos investigadores como una idea de renacimiento en el Más Allá, al ser el pez un animal identificado con este tema, de ahí que el cristianismo lo adoptara también como emblema de Cristo.

Uno puede pensar que realmente nos podemos encontrar ante una tumba reutilizada, construida en un primer momento para otro noble y que por circunstancias que hoy desconocemos, Nakht tuvo que ocupar. Para ello solamente tendría que haber retocado los nombres del difunto o adecuar mínimamente la repartición de los temas decorativos para acercarla a sus intenciones. Sin embargo, el análisis que se ha realizado no parece demostrar ningún tipo de reutilización, sino que, todo lo contrario, la tumba tebana nº 52 fue estructurada y decorada para el uso exclusivo de Nakht, escriba y astrónomo de Amón. Así pues, tendremos que buscar explicaciones alternativas a este problema.

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Estela de falsa puerta de Nakht, destinada a recibir el alimento del difunto.

Lo primero que tenemos que plantearnos es una cuestión que salta a la vista: ¿estaba prohibido por la clase sacerdotal difundir los secretos astronómicos? Esta pregunta, que podría ser interpretada como algo absurdo, es algo que los investigadores apoyan cada vez con más decisión. En la ya mencionada tumba de Ramsés V-VI aparecen sacerdotes astrónomos en el techo del pasillo, marcando el devenir de las estrellas. ¿Por qué Nakht no lo hizo?

Si algo tenemos claro es que los egipcios no nos legaron todo lo que sabían. De nada sirve hacer interpretaciones sui géneris de algunos papiros matemáticos o, como en este caso, astronómicos, en los que se hacía gala de unos conocimientos ridículos, si luego no cuadra con lo que podemos comprobar del estudio arqueológico de los monumentos.

Quizás el mejor ejemplo de ello lo tengamos en la ya famosa teoría de Orión. Según esta, propuesta por Robert Bauval en 1989, varias pirámides de Egipto, en especial las de la meseta de Gizeh, fueron construidas siguiendo el mismo esquema sobre la Tierra que el que posee la constelación de Orión en el cielo. Para llevar a cabo este logro los antiguos egipcios debieron de tener conocimientos astronómicos que todavía hoy se nos escapan.

Poco es lo que sabemos del método de observación astronómica que emplearon. Como en tantas cosas de esta milenaria civilización, nos debemos ajustar a las suposiciones tradicionales planteadas por algunos especialistas.

El conocimiento y seguimiento de las estrellas se realizaba de noche. Se conservan varias listas de estrellas que señalan la posición de cada una de ellas a lo largo de las doce horas de la noche, junto con el movimiento de los planetas conocidos. Un ejemplo es el que vemos en la tumba de Ramsés V-VI que ya he dicho. Pero en definitiva son pequeñas aportaciones que no acaban de echar toda la luz necesaria para poder conocer el verdadero legado astronómico de los antiguos egipcios, toda vez que, además, este campo de estudio fue tan importante para la civilización del Valle del Nilo.

¿Por qué Nakht se negó a transmitirnos sus métodos de conocimiento sobre los cielos del antiguo Egipto? Es cierto que, por ejemplo, las tumbas de los artistas que se enterraron en Deir El-Medina no aparecen en sus tumbas trabajando en sus talleres como escultores o pintores. Toda la decoración es religiosa. Pero en las tumbas de otros sacerdotes o escribas del llamado Valle de los Nobles, en donde se encuentra la tumba de Nakht, sí se representan las escenas del trabajo diario de estas personas. Sin embargo, nuestro astrónomo guardó silencio.

Bibliografía:

Garis Davies, N., The Tomb of Nakht at Thebes, New York 1917.

Lull, J., La astronomía en el antiguo Egipto, Barcelona 2016.