CAPÍTULO 2

Mis compañeros capturados fueron enviados a la corte del emperador. Como yo era más joven y ágil, el capitán pirata decidió utilizarme como esclavo. Pensé mucho en lo que me había dicho mi padre y lamenté, una vez más, no haberle hecho caso. Había pasado de ser un mercader que comerciaba con África a ser un esclavo. Mi dueño iba a menudo a pescar y yo tenía la esperanza de que me llevara con él. Así, pensaba, quizás en uno de nuestros viajes podríamos enfrentarnos con un barco español o portugués y podía pedirles ayuda y conseguir que me salvaran. Pero el capitán pirata tenía otros planes para mí: salía a pescar y me dejaba al cuidado de su jardín y a cargo de las tareas propias de un esclavo. Cuando volvía, me obligaba a dormir en la cabina del barco con un guardia. No tenía oportunidad de llevar a cabo mi plan.
Yo no dejaba de pensar en formas de escapar, pero era imposible: no conocía a nadie, ni siquiera a otro esclavo o a un inglés, un irlandés o un escocés con quien pudiera embarcarme y huir. Así fue como pasaron dos años sin que consiguiera poner en práctica mis planes de huida. Un día, mi amo salió a pescar en su bote y nos pidió a mí y a otro joven esclavo que le acompañáramos para llevar los remos. Me invitó a pescar y quedó tan satisfecho de mis habilidades que, a partir de entonces, a veces me pedía que saliera a pescar para él, acompañado por el joven esclavo y por alguno de sus guardias.
En una de estas ocasiones, a causa de una niebla que se alzó una vez nos habíamos alejado de la costa, nos perdimos, porque remamos durante mucho tiempo en sentido contrario. Estuvimos remando todo el día y luego se hizo de noche. Al final nos dimos cuenta de que estábamos remando hacia el mar y no hacia la costa. Con muchos esfuerzos pudimos volver, cansados y hambrientos.
Nuestro amo decidió entonces que esto no podía volver a pasar, sobre todo si era él el que salía a pescar: tomando de ejemplo el barco inglés que había capturado con nosotros, arregló su bote para que no le faltara nada. No volvería a salir a pescar sin una brújula y provisiones. Hizo construir una pequeña cabina en medio y añadió un timón. A partir de entonces, en el barquito había sitio para que durmieran dos o tres personas, una mesa para comer, e incluso varios cajones donde guardar las provisiones.
Ahora salíamos a menudo para pescar, y como yo era muy bueno pescando, siempre iba con el dueño. En una ocasión, mi amo decidió salir a pescar más lejos con dos o tres otros propietarios importantes de la zona, por lo que nos hizo cargar más provisiones de lo habitual. Me ordenó también que subiera a bordo tres fusiles con pólvora, ya que pretendían cazar, además de pescar. Por la mañana ya estaba todo listo. Resultó que los invitados no pudieron venir porque debían atender a unos negocios. Entonces, nos ordenó a mí y a otro esclavo joven que saliéramos a pescar igualmente, acompañados de uno de sus guardias, ya que sus invitados iban a ir a cenar aquella noche.
En ese momento recordé mis planes iniciales de huida: ahora tenía un barquito a mi disposición. Empecé a prepararme no para ir a pescar, sino para escapar: llevé a bordo botellas, pan y otras provisiones, además de cordeles, un hacha, una sierra, y todo lo que creí que nos podría servir en algún momento. Lo hice sin que el guardia, que se llamaba Ismael, se diera cuenta de nada, ni tampoco el joven esclavo, de nombre Xury. De hecho, les dije que el dueño me mandaba llevar suficientes provisiones y todo lo necesario por si nos perdíamos.
Zarpamos del puerto los tres con el permiso de nuestro amo y rápidamente izamos las velas. El viento no iba hacia la dirección que yo quería. Pretendía llegar a la costa de España, pero me daba igual: estaba decidido a huir de ese sitio horrible donde había pasado los últimos años de mi vida.
Después de un rato fingiendo que pescaba, le dije al guardia, preocupado:
—No pica ningún pez. Deberíamos ir más lejos si queremos conseguir pescado para nuestro amo. Si no lo hacemos, se va a enfadar.
Él estuvo de acuerdo e izó las velas. Seguimos adelante, y cada vez que parábamos yo hacía como si los peces no picaran. En un momento dado, me acerqué al guardia por detrás y, de un empujón, lo tiré por la borda del barco. Sabía nadar, y cuando subió a la superficie me dijo que no le dejara allí, que me seguiría adonde fuera. Intentó nadar rápidamente hacia el barco, pero cuando llegó no le dejé subir:
—No te he hecho ningún daño y no te lo haré si nadas hasta la costa. Ahora el mar está calmado y puedes llegar fácilmente.
Así fue como el guardia nadó hasta la orilla y nos quedamos en el barco el joven esclavo, Xury, y yo. Podría haberme arriesgado a huir con el guardia, pero no me fiaba de él, y consideré que era mejor no jugármela. Xury, sin embargo, parecía un buen chico:
—Xury, vas a serme fiel y yo seré bueno contigo. Si me fallas, también te voy a echar al agua —le dije.
El chico me miró sonriendo y contestó que podía confiar totalmente en él.
Mientras el guardia nos podía ver desde la costa estuvimos navegando siguiendo la dirección del viento para que pensara que nos dirigíamos hacia la desembocadura del río. Íbamos hacia el sur, donde había tribus de nativos que podían rodearnos con sus canoas y atacarnos. Pensé que así los piratas no nos seguirían.
Al llegar la noche cambiamos el rumbo y nos dirigimos al sureste. Gracias al viento suave avanzamos bastante y pudimos ver la costa en la tarde del día siguiente. No se divisaba a nadie, pero no quería exponerme a poner un pie en la playa hasta que no me hubiera alejado lo suficiente del pueblo del capitán pirata. No quería arriesgarme a dejar de navegar hasta que no estuviéramos bien lejos del reino de los piratas. Así, navegamos durante cinco días más, hasta que decidí echar el ancla cerca de la desembocadura de un pequeño río, sin saber dónde estábamos. Pensé que, si algún barco nos había seguido, a estas alturas ya habría abandonado. Lo más importante que necesitábamos entonces era agua. Cuando llegamos estaba anocheciendo. Yo quería nadar hacia la costa cuando el cielo estuviera bien oscuro, pero oímos unos sonidos de animales tan terribles que, muertos de miedo, decidimos esperar a que se hiciera de día para ir a tierra. Xury no quería desembarcar por nada del mundo mientras fuera de noche.
—De acuerdo, nos quedaremos aquí hasta que amanezca, pero cuando sea de día podrían vernos los habitantes de esta zona —le dije—. Podemos correr peligro, porque no sabemos si son buenas o malas personas.
—Los asustaremos. Podemos hacer que se vayan corriendo si disparamos al aire —contestó Xury, que hablaba un poco mi idioma de tanto tiempo hablando con los demás esclavos.
Me alegré de ver al chico riendo. Esperamos durante toda la noche sin poder dormir, ya que divisamos, a lo lejos, criaturas enormes que jamás habíamos visto. Xury estaba aterrorizado. Algunas de estas criaturas entraban en el agua desde la costa, y aullaban y gritaban. Una de ellas se acercó a nuestro barco.
—¡Es un león! —gritó Xury—. ¡Vamos lejos, lejos de la costa!
Entré entonces en la cabina del bote, cogí un palo y di un golpe al animal, que nadó huyendo hacia la costa. Esto me convenció de que habíamos hecho bien de no ir a la costa de noche, pero no estaba convencido de si era conveniente ir de día. Al día siguiente, sin embargo, vimos que realmente necesitábamos agua y no nos quedaba más remedio que desembarcar.
—¡Iré yo a buscar el agua! —dijo Xury—. Así, si me atacan y me matan, tú podrás huir.
—Xury —respondí—, iremos los dos, y si nos atacan, nos defenderemos. Así no morirá ninguno de los dos.
Acercamos el barco todo lo posible a la costa y bajamos con nuestras armas y dos tinajas para llenarlas con agua. Xury empezó a caminar por delante de mí hasta que lo perdí de vista. Al cabo de un rato vi que volvía corriendo. Tuve miedo de que alguien le estuviera persiguiendo, o de que hubiera encontrado algún animal salvaje. Pero cuando se acercó a mí vi que llevaba en la mano fruta fresca, y me dijo, contento, que había encontrado agua en un riachuelo de más arriba y que no había visto a nadie, por lo que estábamos a salvo.
Llenamos las tinajas con agua del riachuelo que Xury había descubierto y comimos la fruta que había encontrado. No sabíamos dónde estábamos, pero como ya había viajado por esta zona anteriormente, sabía que islas Canarias o Cabo Verde estaban cerca de esta costa. Imaginaba que el litoral en el que nos encontrábamos estaba deshabitado y se situaba entre el reino del emperador de Marruecos y el reino de los negros. Unos y otros no se atrevían a llegar aquí por miedo de las criaturas salvajes que poblaban estas selvas. Tenía la esperanza de que, si seguíamos la costa, encontraríamos algún puerto comercial donde estuviera amarrado algún barco inglés. Así podría volver a mi país. Desde nuestro barquito, me pareció divisar, durante el día, la cima del Teide, en las Canarias, pero los vientos no nos acompañaban, y aunque lo intentamos un par de veces, no pudimos conseguir desviar el barco hacia allí. Decidí pues continuar con mi plan inicial de seguir la costa hasta llegar a algún puerto comercial.
Estuvimos un par de días amarrados, y volvimos varias veces a la costa a buscar agua. En una de estas ocasiones nos encontrábamos cerca de la costa con el barco anclado, esperando que subiera la marea. Xury, que estaba mucho más atento que yo, se puso a gritar:
—¡Mira, un monstruo muy grande durmiendo en esa roca!

Miré hacia donde Xury señalaba, y vi al monstruo grande del que hablaba Xury, solo que no era un monstruo sino un león, un gran león que descansaba en un lado de la playa, bajo la sombra de una pequeña colina.
—Xury, no es un monstruo, ¡es un león! —respondí—. Deberíamos coger la escopeta y acercarnos sigilosamente.
Xury estaba muy asustado:
—Si voy, ¡el león me comerá entero!
Nos acercamos donde estaba el león cargados con una escopeta cada uno. Al bajar del barco, cuando íbamos andando sin hacer ruido, el león abrió un ojo y nos vio. Primero empezó a gruñir, pero rápidamente se puso en pie y se dispuso a atacarnos. Empecé a disparar el arma para asustarle, pero cuando vi que no se inquietaba, decidí dispararle en la pierna. El animal empezó a rugir, furioso, y vino hacia nosotros a toda prisa. Volví a disparar y esta vez acerté.
Gracias a las habilidades de Xury, pudimos aprovechar la piel del animal y hacer una gruesa manta para protegernos del frío.