Después de un almuerzo pobre que consistió en el caldo de repollo clásico de Fenna, Milou pasó una hora ayudando a Lotta a cargar un cubo tras otro de ropa limpia sobre un trineo que esperaba en el canal congelado. Luego, pasó la siguiente hora ayudando a Lotta a cargar un cubo tras otro de ropa sucia sobre un trineo distinto. Cuando el reloj de pie marcó las siete, Milou notaba los brazos como si fueran fideos y tenía las manos cubiertas de marcas por la fricción.
—Cielos, apenas los noto —dijo Lotta, moviendo los doce dedos.
—Así, por lo menos, si Gassbeek te da con el bastón, no te hará mucho daño.
Gassbeek había ido a la ciudad poco después de que los Fortuyn hubieran partido y aún no había regresado. Incluso cuando la matrona no estaba, su espíritu malévolo invadía cada rincón sombrío y cada grieta abierta de Tulipán. A los niños no les habría sorprendido que la matrona tuviera ojos en las paredes o espías en las ventanas. Si realizaban las tareas domésticas con una actitud que delatara la mínima pereza, Gassbeek se enteraría. Así que los huérfanos trabajaban con esmero, como si la matrona estuviera vigilándolos y gritándoles sus indicaciones infinitas.
Milou estaba cada vez más nerviosa por saber qué castigo tenía preparado para ella. La matrona planearía algo terrible, Milou estaba segura. Su Sexto sentido también parecía estar seguro. La mera mención de la matrona hizo que una oleada de escalofríos alcanzara la punta de sus orejas.
—Tal vez se ha caído dentro del Canal del Mar del Norte —comentó Milou con esperanza, mirando a través de la ventana de la lavandería hacia los muelles borrosos cubiertos de smog al norte—. Podría estar flotando hacia un océano lejano en este preciso instante.
—Lo dudo —respondió Lotta mientras volvía a hacerse la coleta rubia que se había deshecho—. Su capacidad para flotar se vería afectada por esos vestidos tan pesados que lleva. No tardaría demasiado en hundirse.
El reloj de pie continuó haciendo dong con campanadas estrepitosas y Milou oyó los pasos veloces de los huérfanos que salían de sus habitaciones y subían corriendo al piso superior. Cerró la ventana de la lavandería y luego se frotó las orejas, que le cosquilleaban.
—Vamos —dijo Lotta con un dejo de exasperación en la voz—. Debemos llevarte a la cama antes de que tus orejas te convenzan de que la matrona planea tu asesinato.
Milou la siguió fuera del cuarto, la preocupación le retorcía las entrañas. Cuando llegaron al dormitorio, había diez niños dándose codazos para ganar espacio alrededor de la única cubeta de agua, donde sumergían sus cepillos y se cepillaban los dientes con rapidez. Cuando los niños se apartaron, Milou miró dentro de la cubeta. Ahora, el agua estaba levemente amarilla y unas burbujas de saliva flotaban en la superficie.
Caminó hasta la ventana abierta y hundió su cepillo de dientes en la nieve que cubría el alféizar. Egg estaba sentado en el tejado, su lápiz de carboncillo rasgaba la esquina de una funda de almohada vieja. Alzó un telescopio improvisado hecho con una cañería metálica y los cristales reciclados de unas gafas y lo apuntó hacia el horizonte, aparentemente sin advertir la presencia de Milou. Ella se metió el cepillo de dientes en la boca, se estremeció cuando el frío le tocó las encías, frotó y luego escupió sobre la nieve.
—Permites que entre aún más frío, Egg.
—Sí, pero ya casi he terminado de añadir los muelles del este. Mira.
Milou observó por encima del hombro del niño el mapa sobre la funda de la almohada.
—Los barcos diminutos sobre el río tienen un aspecto maravilloso. Con los temblores de tu pierna parece que se mecen sobre el agua.
Egg le sonrió ampliamente y luego tembló otra vez.
—Supongo que hace bastante frío. Lo terminaré mañana.
Le entregó con cuidado las herramientas con las que dibujaba el mapa a Milou y entró al orfanato a través de la ventana. Ella guardó las cosas en la cubeta de carbón de Egg y luego se escurrió entre las aberturas angostas entre las camas en dirección a la parte trasera del cuarto. Los resortes de las camas crujían a medida que sus ocupantes se recostaban. Milou se colocó entre Lotta y Fenna, y luego extrajo su Libro de Teorías de su manga.
—¿Podemos oír una historia alegre esta noche? —preguntó Lotta—. Creo que no estoy de humor para demonios ni licántropos.
Los rostros pálidos emergieron desde debajo de las sábanas en toda la habitación atestada para mostrar su acuerdo con la chica. Junto a Milou, Fenna tembló, luego se acurrucó más cerca y Milou sintió un cosquilleo en el brazo al notar el roce de la rata mientras su amiga acunaba la criatura sobre el pecho.
—He estado trabajando en una nueva teoría. —Milou sonrió, todos los pensamientos relacionados con la matrona desaparecieron en el instante en que abrió su cuaderno hecho por ella y hojeó sus páginas gastadas llenas de garabatos—. En ella, mi padre, Bram Poppenmaker, es titiritero de día y aviador de globo aerostático de noche.
Mientras los murmullos de interés recorrían el dormitorio, Milou se lamió sus labios secos y comenzó su historia.
—Una noche de luna llena, hace doce años, una familia de tres integrantes surcaba los cielos de Ámsterdam. Volaban más alto que los halcones, con más agilidad que los estorninos y más rápido que un halcón peregrino.
Lotta tosió con intención.
—Creo que los globos aerostáticos no funcionan así…
—Así funcionaba este. —Milou volvió la hoja y prosiguió con su voz de narradora: mitad susurro áspero, mitad cantarina—: El globo era de color negro medianoche y estaba salpicado de estrellas plateadas. Abajo, colgaba la góndola más grandiosa que haya existido. En la proa, tenía un lobo gruñendo tallado en ébano, con esmeraldas gigantes en vez de ojos. En la popa, colgando de un poste horizontal, estaba mi cesta, colocada allí para que pudiera observar las estrellas titilar sobre mí.
»Los Poppenmaker acababan de pasar sobre la estación central de Ámsterdam y sobre el Palacio Real cuando, de pronto, una tormenta inesperada se desató. —Milou adoptó un tono de voz más grave—. Los rayos centelleaban y los truenos estallaban. Del este, llegó un vórtice turbulento de vientos furiosos. Mi madre hizo descender el globo con la esperanza de alejarse del centro de la tormenta, pero el viento lanzó la góndola sobre los tejados. Mi cesta quedó atascada en una chimenea, de forma tan firme que, mientras que el globo continuó avanzando, las cuerdas que me sujetaban se rompieron y quedé atrás.
Milou hizo una pausa para generar un efecto dramático y luego sonrió detrás de su cuaderno al oír que los niños inhalaban abruptamente y contenían el aliento. La rata que Fenna abrazaba emitió un chillido como si alguien acabara de estrujarla. Milou los hizo esperar unos segundos más y luego continuó:
—No había nada que mis padres pudieran hacer. Mientras el viento los alejaba más y más de mí, mi madre se esforzaba por intentar girar el globo aerostático para volver mientras que mi padre consideraba saltar en mi busca en cuanto el globo descendiera lo suficiente. Pero la tormenta tenía otros planes.
»El viento hizo subir más y más alto al globo, a través de los mares, dando innumerables vueltas hasta que, pocos días después, cayeron en el Polo Norte, rodeados de una familia de osos polares muy confundidos. El globo se había desgarrado y yacía desinflado e inerte junto a la góndola, que estaba del revés. Mis padres, con su ingenio veloz y sus excelentes habilidades de supervivencia, construyeron una casa de hielo. Mi padre utilizó unas cuerdas de marioneta viejas como carretes para pescar y mi madre se hizo amiga de los osos cantándoles canciones de cuna.
»Pero es difícil hallar materiales para reparar un globo aerostático en el Ártico. Hasta el día de hoy, siguen reparando el globo e intentando regresar conmigo por todos los medios.
—Eso no explica por qué estabas en un ataúd —dijo Sem, con la voz levemente amortiguada e incorpórea desde debajo de las mantas de la cama frente a la de Milou.
—Bueno, sí, aún estoy trabajando en esa parte, pero…
—Tampoco explica las marcas de garras —añadió Egg.
—Admito que no es mi teoría más convincente, pero…
Las palabras de Milou se apagaron cuando su oreja izquierda comenzó a cosquillear descontroladamente. Miró con atención la puerta del dormitorio. Un segundo después, un sonido familiar resonó al otro lado del pasillo.
Clic, clac, clic, clac.
Hubo un susurro de sábanas colectivo cuando los huérfanos escondieron la cabeza de nuevo debajo de las mantas. Milou notó que unas patas diminutas trepaban por su brazo y por su cabeza cuando la rata de Fenna escapó. Oyó que alguien daba un soplido y la única vela que iluminaba el cuarto siseó y se extinguió.
Clic, clac, clic, clac.
Las camas crujieron y gimieron debajo de los cuerpos temblorosos.
Clic, clac, clic, clac.
La matrona entró a la habitación y pasó por al lado de cada una de las camas, deteniéndose de vez en cuando.
Clic, clac, clic…
A través de un agujero en su manta, Milou vio las puntas puntiagudas de las botas de la matrona detenerse junto a su cama. Sintió un cosquilleo en las orejas cuando las botas se volvieron hacia ella.
—Levántate —chilló Gassbeek, arrebatándole a Milou la manta de las manos—. Lotta y Fenna, vosotras también. —Golpeó los dos bultos que temblaban en la cama que estaba en frente—. Sem y Egg también.
—¿Por qué ellos? —preguntó Milou, el corazón se le aceleró aún más al salir con torpeza de la cama.
La matrona solo esbozó su sonrisa característica, toda dientes y sin alma, y luego se fue del cuarto haciendo clic, clac.
Bajo la luz pálida de la luna que entraba a través de las cortinas harapientas, sus amigos salieron de la cama con la misma expresión de pavor.
¿Qué tramaba la matrona?
Gassbeek esperaba en el vestíbulo. Había huellas sucias que atravesaban el suelo de mármol hacia el comedor. El mismo suelo que Sem y Egg habían fregado antes. Sin duda no habrían pasado por alto marcas tan evidentes. ¿Para eso los había llamado la matrona?
Los cinco se agruparon en una fila, temblando bajo sus camisones mientras la mujer los fulminaba con la mirada. Un olor extraño y aceitoso flotaba en el aire e invadía las fosas nasales de Milou de un modo desagradable.
—Vuestro comportamiento de esta mañana ha sido imperdonable —dijo Gassbeek, clavando la mirada en cada uno de ellos.
Milou frunció el ceño.
—Pero yo fui la única que se comportó mal, matrona.
Gassbeek endureció la mirada.
—Los cinco lleváis aquí doce años. Nunca he tenido un huérfano que se quede más de diez años. A pesar de todos mis esfuerzos por convencer a los adoptantes de que sois huérfanos adecuados, habéis insistido en presentaros a vosotros mismos como los mocosos inadoptables que sois. Y tú, Milou, eres la niña más irremediablemente monstruosa que he tenido la desgracia de conocer. Con razón tus padres no te querían.
—Eso no es verdad… —comenzó a decir Milou, intentando tocar el reconfortante bulto que conformaba su Libro de Teorías (y todas las pruebas que demostraban que sus padres la habían querido) antes de advertir que el cuaderno seguía debajo de su almohada.
Inhaló temblorosa. Discutir ahora con Gassbeek solo empeoraría las cosas. Sus amigos parecían aterrados y era culpa suya. La matrona los castigaría a todos, solo para hacerle daño a ella.
Milou extendió las manos.
—Por favor, golpéeme con el bastón. Yo fui la que se comportó mal. Ellos no hicieron nada malo.
Gassbeek sonrió con malicia.
—Oh, no habrá azotes hoy. He comprendido que eso no resolverá en absoluto mi problema. No, tengo otro plan. He llegado a la conclusión de que los cinco habéis abusado de mi hospitalidad.
A Milou le dio un vuelco el corazón.
—¿A qué se refiere?
—La ley dice que un huérfano puede permanecer en el orfanato hasta alcanzar la mayoría de edad —dijo Lotta—. No puede echarnos. El Kinderbureau no lo permitiría.
—A ellos solo les importa el papeleo. —Gassbeek resopló—. Para ellos, vosotros no sois nada más que nombres y números en un libro. Mientras que el papeleo cuadre, no meterán las narices. Puedo hacer lo que se me plazca.
—Pero ¡es ilegal! —gritó Lotta.
—Os ofreceré una última oportunidad de redención —dijo la matrona, ignorando a Lotta—. Os permitiré asistir a una presentación más. Quien no sea escogido durante la próxima inspección quedará sin nombre y sin hogar.
—No puede hacernos esto —suplicó Egg—. Moriremos de hambre, si es que no nos congelamos primero.
—Tal vez deberíais haber pensado en eso antes.
—La próxima presentación podría ser dentro de varias semanas —dijo Lotta, mirando a los demás—. Egg podría pintarnos pecas en la cara, ¿tal vez? Solo tendremos que esforzarnos más.
Milou mantuvo los ojos clavados en la matrona. Supo que iba a suceder algo terrible antes de que Gassbeek abriera la boca. Lo veía en el modo en que la mujer retorcía la comisura de su boca cruel. Milou miró de nuevo las huellas. En ese instante, se percató de que eran demasiado grandes para pertenecer a un niño y no lo bastante puntiagudas para ser de la matrona. También advirtió que había dos pares.
—De hecho, Lotta liefje —dijo Gassbeek—, la presentación comenzará ahora mismo.