Capítulo dos
El esqueleto se echa hacia atrás.
—Oye, oye —dice mientras retrocede—. Lo siento, niña. —Levanta las manos en señal de rendición, y no son de hueso, sino de carne, las puntas de los dedos sobresalen de los guantes cortados—. No quería asustarte.
Su voz es relajada, humana, y cuando se quita la máscara, hay una cara debajo: cálida, amigable y real.
—¡Cassidy! —dice mi madre mientras me agarra del codo—. ¿Qué ocurre?
Sacudo la cabeza. Me oigo murmurar que no pasa nada, que ha sido culpa mía, que no me ha asustado, pero el corazón me late con tanta fuerza en el pecho que me retumba en los oídos, y tengo que obligarme a respirar mientras el hombre se aleja. Y si a alguien le parece extraño ver a un hombre vestido de esqueleto a media mañana, no lo dice. Nadie mira dos veces mientras deambula, silbando, por la calle.
—Cass —dice Jacob con suavidad.
Miro hacia abajo y veo que me tiemblan las manos. Rodeo la funda de la cámara y la aprieto con fuerza hasta que el temblor se detiene.
—¿Estás bien, cariño? —pregunta mi padre, y ahora los dos me miran como si me hubieran crecido bigotes o alas, como si su hija se hubiera transformado en algo temeroso, frágil y extraño.
No los culpo.
Soy Cassidy Blake.
Nunca he sido aprensiva. Ni siquiera cuando a una chica del colegio le sangraba la nariz y parecía que se había tirado un cubo de pintura roja en el pecho.
Ni siquiera cuando metí la mano en el pecho de un fantasma por primera vez y extraje los restos podridos de su vida.
Ni siquiera cuando me metí en una tumba abierta, o cuando caí cinco pisos bajo tierra a través de una pila de huesos que se desmoronaron.
Pero el esqueleto del traje negro es un caso diferente. El solo recuerdo es suficiente para hacerme temblar. En París, cuando el desconocido de la máscara de calavera me miraba desde el otro lado del andén, era como si mirara a través de mí. Como si yo fuera una habitación cálida, hasta que alguien había abierto las ventanas y había entrado el frío. En ese momento, nunca me había sentido tan enferma, tan asustada, tan sola.
—Como un demental —dice Jacob.
Pestañeo y procuro centrarme en el presente.
—¿Un qué? —pregunto.
—Ya sabes, esos monstruos espeluznantes de Harry Potter que parecen espectros y te chupan la vida, se llevan toda tu alegría y te dejan frío.
Ah. Se refiere a un dementor.
Jacob nunca ha leído los libros, así que su conocimiento está compuesto por fragmentos de películas y mis constantes referencias, pero por una vez, casi está en lo cierto.
Era algo así. Como si hubiera mirado a la oscuridad a los ojos y esta se comiera toda la luz de mi interior. Pero los dementores no son reales, y fuera lo que fuera esa cosa, la de París, era real. Al menos, creo que lo era.
Nadie más la vio.
Ni siquiera Jacob.
Pero a mí me pareció bastante real.
—Te creo —dice, mientras me choca el hombro con el suyo—. Pero a lo mejor deberías hablar con Lara.
Y eso puede que sea la última cosa que creía que lo oiría decir.
—Lo sé, lo sé —dice él, y se mete las manos en los bolsillos.
Jacob y Lara no se llevan bien. Se podría decir que tienen caracteres muy diferentes, Jacob es un Gryffindor de manual y no hay duda de que Lara es una Ravenclaw, pero es más complicado que eso. Lara es una intermedia, como yo, y su trabajo, que también es el mío, es liberar fantasmas, y es innegable que Jacob está anclado aquí con firmeza.
Mi amigo se aclara la garganta.
Que es exactamente donde se supone que debe estar, pienso a propósito.
—Mira —me dice—, Lara no lo sabe todo, pero sabe muchas cosas, y puede que haya visto a uno de estos hombres esqueletos raros antes.
Trago con fuerza. Lo que sea que vi en París, no era un hombre. Tenía la forma de uno, más o menos, con ese traje negro y ese sombrero de ala ancha. Pero un hombre es de carne y hueso. Un hombre tiene un rostro detrás de la máscara. Un hombre tiene ojos.
¿Lo que vi?
No era para nada humano.
Mientras mis padres caminan por delante de mí, saco el móvil. Es media tarde en Escocia, asumiendo que Lara siga con su tía. Le envío un mensaje de texto.
Cass: Oye, ¿puedes hablar?
En cuestión de segundos, me responde el mensaje.
Lara: ¿Qué ha hecho Jacob ahora?
—¡Maleducada! —murmura él.
Contemplo la pantalla, intentando averiguar cómo preguntar sobre lo que vi en el andén.
Me muerdo el labio mientras busco las palabras adecuadas.
—Creo que las que buscas son tío esqueleto, chupa-almas, aterrador y bien vestido —propone Jacob, pero lo ahuyento con una mano.
Cass: Hay otros seres paranormales, ¿verdad? ¿Además de los fantasmas?
Lara: Sé más específica.
Comienzo unos cuantos mensajes y los borro en todas las ocasiones. No sé qué me detiene. O tal vez sí.
No puedo acudir siempre a Lara. No debería tener que hacerlo. Yo también soy una intermedia. Debería saber qué hacer. Y si no lo sé, debería ser capaz de resolver las cosas por mi cuenta.
—Claro —dice Jacob—, pero tú no tienes un tío muerto que se pasó toda la vida investigando las cosas paranormales y que ahora se aparece en la silla de cuero de tu sala de estar.
—No —hablo despacio—, pero te tengo a ti.
Jacob sonríe, un poco inseguro.
—Bueno, sí, por supuesto. —Arrastra un pie—. Pero yo no vi el esqueleto.
Y eso no es lo único que me hace dudar. La verdad es que no quiero pensar en lo que vi o en cómo me hizo sentir. No quiero expresarlo con palabras, porque entonces será real.
Lara: ¿Cassidy?
Echo un vistazo alrededor para encontrar otra cosa que preguntarle. Una boca pintada con aerosol me sonríe desde una pared de ladrillo, dos colmillos sobresalen del labio superior. Una flecha apunta a un callejón y pregunta: «¿Sediento?».
Hago una foto con el teléfono y se la envío.
Cass: ¿Son reales?
Unos momentos después, Lara responde:
Lara: No, Cassidy, los vampiros no son reales.
Casi puedo oír su elegante acento inglés. También puedo imaginármela poniendo los ojos en blanco. Lara es sorprendentemente escéptica para una chica capaz de moverse entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Mi móvil vibra de nuevo.
Lara: ¿Estás en Nueva Orleans? Siempre he querido ir. Es el hogar de la rama más antigua de la Sociedad del Gato Negro.
No es la primera vez que Lara menciona esa organización secreta. Cuando nos conocimos, se alojaba en Edimburgo con su tía y el fantasma de su tío. Cuando su tío vivía, era miembro, según ella, de la Sociedad, un misterioso grupo que sabe todo tipo de cosas sobre lo paranormal.
Lara: Si estuviera allí, podría hacer mi petición a la Sociedad en persona y convencerlos de que me dejaran unirme.
Lara: Si encuentras su cuartel general, avísame.
Vuelvo a echar un vistazo alrededor, esperando encontrar un cartel de la Sociedad aquí mismo, en la calle Bourbon.
Cass: ¿Dónde están?
Lara: No estoy segura. No es que hagan propaganda exactamente.
Más adelante, mi padre estudia el horario de un museo dedicado a los venenos mientras mi madre lee un tablón de anuncios de sesiones de espiritismo. Me acerco a ella y estudio el icono de la mano invertida con una bola de cristal flotando en el aire sobre la palma. Saco una foto del tablero y se la envío a Lara.
Cass: ¿Qué hay de esto? ¿Es real?
Veo los tres puntos parpadeantes que indican que está escribiendo. Y escribiendo. Sigue escribiendo. No sé por qué esperaba una respuesta simple, pero cuando el texto llega, ocupa toda la pantalla.
Lara: Los psíquicos son reales, pero las sesiones de espiritismo, por lo general, pertenecen a la categoría de entretenimiento. Esto se debe a que, a diferencia de los intermedios, los psíquicos se quedan a este lado del Velo, y retiran la cortina para hablar con alguien del otro lado. Pero las sesiones de espiritismo pretenden conducir a esos espíritus a través del umbral hasta la tierra de los vivos. Si los espíritus son lo bastante fuertes para cruzar, suelen traspasar el Velo.
Jacob lee por encima de mi hombro y sacude la cabeza.
—Podría haber dicho que no y ya está.
Está de pie frente a la ventana de una cafetería y entrecierra los ojos ante un reflejo que solo nosotros dos podemos ver. Se pasa una mano por el pelo, pero este no se mueve. Siempre está de punta, del mismo modo en que su camiseta de superhéroe siempre está arrugada. Nada en él cambia nunca, porque no puede. No lo ha hecho desde el día en que se ahogó.
Me alegra que me haya contado la verdad sobre lo que le pasó en el río, en serio.
No puedo dejar de pensar en ello. En el Jacob que nunca llegué a conocer. El que tenía dos hermanos, una familia y una vida. Suspira y me echa una mirada, y me doy cuenta de que estoy pensando demasiado fuerte. Empiezo a tararear mentalmente una canción y él pone los ojos en blanco.
Mis padres empiezan a caminar de nuevo, y Jacob y yo nos quedamos atrás. Estoy a punto de volver a prestar atención a los mensajes de Lara cuando Jacob pasa por una puerta abierta. La tienda de más allá está llena de velas, tinturas y amuletos, y Jacob estornuda.
—Malditos…
¡Achís!
—… amuletos…
¡Achís!
—… antiespíritus…
¡Achís!
Al menos, creo que eso es lo que ha dicho.
Es la misma reacción que tuvo en París, cuando Lara conjuró unos encantamientos protectores para mantener a raya a un poltergeist. Por lo visto, los amuletos funcionan con todo tipo de espíritus, incluso con los mejores amigos cada vez más corpóreos.
Saco una foto de la tienda, con la palabra vudú escrita en el cristal, y se la envío a Lara.
Cass: ¿Es real?
Estoy esperando su respuesta cuando algo me llama la atención.
Es un gato negro.
Está sentado en el bordillo de la calle, donde hay sombra, frente a una tienda llamada Hilo y Hueso, lamiéndose una pierna. Por un momento, me pregunto si Grim ha conseguido salir de alguna manera. Pero por supuesto que no es Grim (nunca he visto a Grim lamerse ni siquiera una pata) y cuando el gato mira hacia arriba, sus ojos no son verdes sino de color lavanda. Veo al gato estirarse, bostezar y luego trotar por un callejón. Es probable que haya un millón de gatos negros en una ciudad como esta, pero pienso en la Sociedad y me pregunto si podría ser una pista. Mi madre diría que es «demasiado obvio», pero para estar seguros, saco una foto del gato antes de que desaparezca. Estoy a punto de enviársela a Lara cuando me manda un mensaje sobre la tienda de vudú.
Lara: Muy real.
El texto va seguido de un X0, y por un segundo creo que está intentando enviarme abrazos y besos, lo cual estaría muy fuera de lugar. Luego me explica que se trata de una calavera y unos huesos cruzados, como en una botella de veneno. No tocar.
La mención de una calavera me recuerda al esqueleto con traje. A lo mejor debería contarle a Lara lo que pasó. Pero antes de que pueda hacerlo, me manda un mensaje diciendo que tiene que subirse a un avión, y luego se desconecta.
Dejo escapar un suspiro y me digo a mí misma que no pasa nada. No necesito su ayuda. Solo porque haya visto al desconocido de la calavera una vez no significa que vaya a volver a verlo. Una vez es un fallo técnico, un accidente. No hay razón para preocuparse.
—Sí —dice Jacob, aunque suena escéptico—. Estoy seguro de que todo saldrá bien.