La vida no se mide por el número de veces que respiramos,
sino por los momentos que nos quitan el aliento.
—ANÓNIMO
Alguien debería decirnos, al comienzo mismo de nuestras vidas,
que nos estamos muriendo. Entonces quizá
viviríamos la vida hasta el límite,
cada minuto de cada día. ¡Hazlo! Es lo que yo digo.
¡Lo que quieras hacer, hazlo ahora!
Los “mañanas” están contados.
—PAPA PABLO VI
Cuando era pequeño, me fascinaba ir al parque de atracciones de Spring Lake todos los veranos, con su olor a algodón de azúcar, los juegos con premios, como en las ferias, la noria y los autos de choque. Sin embargo, la razón principal de mi devoción por ese parque era la montaña rusa. Hasta el día de hoy, el Big Dipper sigue siendo la montaña rusa más aterradora a la que jamás he subido.
Debo decir que me considero una especie de experto en montañas rusas, y que he probado varias docenas de modalidades, la mayoría de las cuales pertenecen a las categorías de “modelo de la vieja escuela” o de “nueva proeza de la ingeniería”. Es evidente que me gustan las montañas rusas que son el último grito de la tecnología, con sus rieles de acero. Alcanzan nuevas alturas y velocidades asombrosas durante el descenso y tienen espectaculares giros y tirabuzones y trechos boca abajo. A mis hijos les fascinan esos modelos y nos divertimos mucho subiendo a ellos.
Sin embargo, el Big Dipper pertenecía indudablemente a la vieja escuela y no tenía ninguno de los atractivos de sus versiones modernas. Aquella criatura era una de esas viejas montañas rusas tradicionales de madera, con vías de madera y andamiaje enclenque, con la pintura saltada y las maderas agrietadas. Uno podía estar muy harto de otras montañas rusas, pero el Big Dipper garantizaba una descarga de adrenalina en todas las vueltas que diéramos.
Apenas los demás adictos a sensaciones fuertes y yo dejábamos la terminal, sentía que se me desbocaba el corazón. Subíamos la primera cuesta (clic-clic-clic-clic) hasta llegar a la cima. Y entonces sencillamente se detenía, y yo solía preguntarme: ¿Se habrá roto? ¿Subirán a buscarnos? ¿Qué ocurrirá aquí arriba? Y entonces se oía un ¡BUM! El suelo dejaba de existir y nos desplomábamos por la pendiente hasta que yo sentía el estómago alojado en la garganta. ¡Tenía que cerrar los ojos y la boca para evitar que entraran los mosquitos!
Colgando de un hilo, sentía una emoción y excitación terribles, y temía de verdad por mi seguridad, y todo ocurría al mismo tiempo. Tomábamos la primera curva y la verdad es que las ruedas en un lado se desprendían unos centímetros de los rieles y, en el lado opuesto, chirriaban y hacían saltar chispas. Justo cuando acababa de recuperarme… ¡BUM!, otra carrera hacia el vacío y otra curva muy cerrada. Yo solía levantar los brazos para impresionar a mis amigos, pero, ¡ay, qué miedo me daba!
Aunque hubiera subido el día anterior, siempre me sentía lo bastante desorientado como para preguntarme qué vendría ahora. Las curvas se sucedían a tal velocidad que el corazón se me desbocaba y me sudaban las manos con que me apoyaba en la delgada barra de seguridad a la altura de las rodillas. Entrábamos en un túnel tan oscuro que a duras penas podía ver el carro que iba por delante, hasta que, de pronto… SRIICH… nos deteníamos bruscamente en la terminal.
Es una experiencia típica de la montaña rusa, ¿no es así? Sin embargo, la característica distintiva del Big Dipper, el rasgo singular que la situaba en una categoría propia, era su edad y su visible falta de mantenimiento. Tenía un aspecto tan destartalado que algunos de mis amigos ni siquiera se subían. Cualquiera podía darse cuenta con sólo verla, y para qué hablar de montar en ella; sólo era una cuestión de tiempo antes de que se soltara de los rieles. ¡El Departamento de Seguridad y Salud Laboral no la había inspeccionado en años! Mis amigos y yo no teníamos ni la menor idea de si nosotros estaríamos en el Dipper cuando eso ocurriera, pero sabíamos sin sombra de duda que algún día saldría volando por los aires. De hecho, años más tarde un amigo me contó que en una ocasión se había subido y que el asiento vacío junto al suyo. ¡había salido literalmente volando del carro en la primera curva!
¿Piensas en tu vida más como un recorrido seguro o como una vuelta en la montaña rusa? ¿Qué ámbitos de tu vida son más seguros que otros? Por ejemplo, puede que corras grandes riesgos para escalar puestos en tu trabajo, pero eres demasiado sobreprotector en cuestiones del corazón y arriesgas poco en tus relaciones.
A medida que comienza para mí la edad mediana, estoy convencido de que la vuelta en mi montaña rusa preferida sirve como analogía para ilustrar cómo hemos sido creados para vivir. En los dos casos, pareciera que recién hemos comenzado y que enseguida se acaba. Uno sabe que en algún momento se tiene que acabar, pero todo ha ocurrido muy rápido. Pareciera que mientras más tiempo dura la vuelta, más rápido vamos. Los dos recorridos pueden provocarnos mareos, desorientación y todo tipo de emociones.
Así como el recorrido de la montaña rusa se acaba en un abrir y cerrar de ojos, nuestra vida en este mundo es pasajera y finita. Es un aspecto natural de la condición humana. Nacemos y, eventualmente, nuestros cuerpos morirán. En lugar de ver esto como algo que nos deprime o nos paraliza, si estás dispuesto a enfrentar y hacerte dueño de esa verdad de la vida —una vida que, tal como la concibes en este mundo, acabará—, puedes ser verdaderamente libre. En lugar de limitarnos, nuestra condición de mortales puede recordarnos permanentemente que debemos ser todo aquello que estamos destinados a ser.
A menudo tenemos la tentación de irnos por el lado seguro y de contentarnos con mucho menos que aquello para lo cual estamos destinados. Conozco a muchísima gente cuyo día favorito de la semana es Algún día. Son incontables las personas que dicen: “Algún día viviré para sacarle todo el jugo a la vida”. “Algún día, cuando me jubile, me dedicaré a gozar de la vida”. “Algún día viviré de verdad como un hombre de Dios y pasaré a la acción. Empezaré a querer más a mi familia”. “Algún día, cuando tenga un horario menos duro, participaré en la iglesia”. “Cuando tenga más tiempo, me dedicaré a ser una persona más espiritual”.
Algún día. Un día. Cuando. Si. Y ya todo se ha acabado. ¿Cuándo vamos a despertar y darnos cuenta de que ésta es la vida?
Ésta es tu vida, aquí y ahora mismo. Donde sea que leas estas páginas, pensando lo que pienses, enfrentado a la experiencia que sea, Algún día es ahora mismo. Siempre nos sentiremos tentados de ceder al síndrome de Algún día, pero se trata de una manera de pensar que nos despoja de algo. Algún día, cuando ocurra eso que estamos esperando, empezaremos a vivir. Cuando todo se calme algún día, podremos saborear la vida. Pero resulta que las cosas no se calmarán. Una vez que alcancemos lo que creemos desear (más dinero, un horario menos rígido, el empleo ideal) no tardaremos en darnos cuenta de que no nos llena, y entonces empezaremos a buscar el próximo gran acontecimiento.
Dios no nos creó para que nos quedáramos sencillamente de brazos cruzados y viéramos cómo la vida pasa ante nuestros ojos mientras nos preguntamos por qué no nos sentimos más realizados. Dios nos creó para que asumiéramos riesgos en la fe y venciéramos a los gigantes que nos paralizan con el miedo.
Deberemos ser como aquel adolescente que dio un paso adelante para desafiar al gigante Goliat en el combate a muerte definitivo. A pesar de los miles de hombres del ejército israelita, David fue el único que tuvo el valor para enfrentarse al gigante. Tendría que haber sido el rey Saúl quien se enfrentara al monstruo filisteo, pero él había dejado hacía tiempo de seguir a Dios, abandonado a la indolencia, y ahora permanecía en el lado seguro. Saúl le dijo a David: “Tú no podrás ir contra aquel filisteo y pelear con él, porque eres un muchacho, mientras que él es un hombre de guerra desde su juventud” (1 Samuel 17:33).
Si piensas en ello un momento, te darás cuenta de que Saúl tenía razón en su valoración. La intención de David parecía ridícula. Si tú hubieras estado ahí, habrías dicho lo mismo: “David, no hagas el ridículo. Sé razonable. Te va a despedazar trozo a trozo”. Saúl y el ejército israelita pensaban según los criterios de la razón, mientras que David actuaba impulsado por la fe. Cuando actúas según el criterio de la razón, lo único que puedes ver es lo grandes que son los gigantes. Si actúas impulsado por la fe, lo único que puedes ver es lo pequeños que son los gigantes comparados con Dios.
Lo que distinguía a David de los miles de hombres que se encontraban allí en ese momento era la absurda fe. Permíteme que sugiera que la única manera de acabar con los gigantes que se interponen entre tú y la vida para la que fuiste creado es esa “absurda fe”. Saúl y su ejército contemplaban la vida desde una perspectiva a ras del suelo. Cuando contemplas la vida desde ese plano, los gigantes llenan toda la escena. David, por el contrario, contemplaba la vida desde la perspectiva de Dios. Cuando miras la vida desde esa perspectiva, los gigantes se vuelven muy pequeños. Cuando miro la vida desde la perspectiva de Dios, empiezo a entender que esa vida en la fe que todos califican de absurda es la única manera razonable de vivir.
El mundo dice: “No seas ridículo. Sé razonable. No destaques. No asumas riesgos; juega a lo seguro y haz de la comodidad y la seguridad el objetivo principal en tu vida”.
Dios nos llama a una vida en la fe, para vivir cada momento plenamente para Él. Dios no nos creó para que nos paseáramos por los “juegos para niños”. Así llamábamos en Spring Lake a esas montañas rusas que ni siquiera nos alteraban el pulso porque se movían muy lentamente. Dios nos ha prometido una vida de abundancia si subimos a bordo para vivir la gran aventura para la que nos creó. ¡Una vida como ésa, una vida de absurda fe, es igual de emocionante que una vuelta en la montaña rusa!
¿Estás haciendo algo en tu vida actualmente que requiere fe? Si la respuesta es no, ¿por qué no? ¿Miras la vida desde la perspectiva de Dios o desde una perspectiva a ras del suelo?
Dios te ha fijado el camino con claras orientaciones y promete ser el Ingeniero Mayor. Quiere que subas a bordo y le permitas llevarte a lugares que nunca soñaste con conocer. A veces avanza a velocidad de vértigo y te deja sin aliento, como si tu vida colgara de un hilo. Te sentirás totalmente emocionado y realizado y muerto de miedo, todo a la vez. Ésa es la vida.
La vida es impredecible. Nunca sabes qué ocurrirá. A veces giras en una vuelta muy brusca y piensas que se soltarán las ruedas, pero Dios es un conductor con experiencia. Sabe perfectamente a dónde va, y ejerce un control absoluto en los momentos en que tú sientes miedo. A veces penetras en unos túneles oscuros donde ni siquiera puedes ver tu propia mano, pero entonces sientes su mano firme sobre tu hombro. Sin embargo, no tardarás en detenerte en la terminal y el recorrido habrá acabado. Pareciera que el recorrido de la vida recién comienza, ¡y ya ha acabado! Sin embargo, si has asumido el compromiso de seguir a Jesús, el trayecto continúa. Dios te lleva consigo al Cielo para toda la eternidad.
Puede que esto te parezca muy alejado de cómo te ves a ti mismo actualmente. Debido a tus circunstancias personales, puede que te sientas como si ya hubieras salido volando de la montaña rusa y te hubieras estrellado en el pavimento. Por muy difícil y abrumadora que parezca tu vida ahora, Dios sigue presente. Dios te quiere más de lo que podrías entender o incluso imaginar. Si supieras que sólo te queda un mes de vida, ¿no querrías renunciar a la montaña rusa segura y subir a aquella que hace revivir tu corazón? ¿No te gustaría dar aquella vuelta que te llena… de alegría, de miedo, con un nivel de compromiso que te haga saborear cada momento? Si supieras que sólo te quedan unas semanas antes de que se acabe esta vida, no creo que te quedarías estancado en el Síndrome de Algún Día. Hoy, quiero desafiarte a que te enfrentes a tus temores con la absurda fe, ¡y que vivas la montaña rusa de tu vida!
Para que dure toda la vida